Cuarenta y cuatro
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La primera vez que sentí como mi corazón se rompía fue cuando vi a mi padre compartir cama con una mujer diferente a mi madre.
La segunda vez que sentí lo que era un corazón roto fue cuando mi hermano me rechazó y me hizo sentir horrible ante la traición de nuestro progenitor.
La tercera vez no se sintió nada como lo hicieron las otras veces, en la tercera vez todo se sentía más real. Dolió más. La tercera vez fue cuando vi a la persona que pensaba que estaba enamorada besar a otra. Me quise morir. Parecía como si me estuviese ahogando mientras era consciente de todo lo que ocurría. Oliver había sido el encargado de hacer que recuperase mi confianza en mí misma y me sintiese capaz de volver a amar y ser amada, pero me la quitó tan rápido como me la dio.
No dejé caer ninguna lágrima en el camino hasta Washington, por más que desease hacerlo. Resistí hasta llegar a la habitación de la residencia y, ahí, me dejé llevar por todas mis emociones y lloré y lloré y lloré. Pero había algo diferente en esta ocasión: no fui capaz de deshacerme de los dibujos del orangután. Por lo mucho que lo quisiese, no pude hacerlo. Observé durante horas el bloc de dibujo, donde predominaban los bocetos del rostro del castaño, pero no arranqué ninguna hoja y me dormí abrazada al cuaderno y a su sudadera roja que llevaba puesta, aspirando su aroma a coco.
Fue todo muy extraño, escuchaba sus llamadas y leía sus mensajes, pero no le contestaba. Necesitaba mi tiempo para procesarlo todo, no me veía capaz de hablar con él ni escuchar sus explicaciones. No era tonta, sabía que a Yvonne no le caía bien y tenía sentimientos por Oliver. Él también lo sabía, era por eso por lo que no entendía por qué se había ido cuando estaba a punto de marcharme y despedirme para irse a hablar con ella. Pero no quería entenderlo, me había dolido que eligiese ese preciso momento para charlar con ella.
El incesante pitido de la tetera en el fuego me hizo dejar de divagar en respuestas que no quería saber. Aspiré el aroma del té de frutos rojos y sonreí, sin que me llegase a los ojos, antes de servirlo en una taza. Casi la dejo caer al suelo y caer la antigua porcelana por culpa del estruendo proveniente de una habitación. Al llegar a esta, abrí los ojos con preocupación y me acerqué al problema.
—La doctora te ha dicho que tienes que tomar reposo —le reproché mientras le ayudaba a levantarse y volver a tumbarse en la cama. Me miró con tristeza y un leve mohín.
—Estoy harta de no hacer nada. Quiero ayudarte a preparar la cena —con una mirada cargada de preocupación, tumbé a mi madre en las múltiples almohadas que tenía a su alrededor. Sus dedos callosos acariciaron mi mano al ayudarle.
—Deja de tomarte tu salud como un juego. Te ha dicho que descanses.
—Pero es que me aburro, quiero hacer algo —sus ojos azules me miraron con intensidad. Supuse que había heredado de ella la falta de conciencia sobre mi salud además del color de los ojos—. La doctora Patterson solo lo ha dicho porque somos amigas, soy capaz de ayudarte a preparar la cena —hundí mis dedos en sus hombros cuando hizo el amago de volver a levantarse.
—La doctora Patterson dijo que llevas con esa mentira durante meses, no es la primera vez que te desmayas en tu turno —le espeté con más brusquedad de la que esperaba. Me arrepentí un poco al ver sus ojos achicarse y llenarse de lágrimas—. Trabajar tanto te está pasando factura, he visto las pastillas que te tomas para regularte la tensión y menguar la fatiga. No soy tonta, ¿vale? Déjame ayudarte —sus manos atraparon las mías y me dieron un leve apretón. Su labio inferior temblaba. Su pelo castaño no estaba tan cuidado como antes, necesitaba un tinte, por lo que apunté mentalmente comprarle un tinte en el supermercado.
—Ya has hecho más que suficiente, Violet. Llevas toda la vida cuidándonos a mí y a tu hermano, puedo hacer esto sola. Bastante has hecho con venirte antes del campamento.
—Deja de decir tonterías, no iba a dejar a mi madre en el hospital sola después de que me llamasen diciendo que te habías desmayado. Y no me importa cuidaros —sí que me importaba. Me había perdido muchas cosas en la vida por ello, pero no quería hacerle sentir peor de lo que ya estaba—. Además, estás mala, no puedes hacer muchas cosas.
—No debí haberme encerrado en el trabajo, debí haber estado más con ustedes. Lo siento, lo siento, lo siento tanto, cariño mío —le sonreí con tristeza y limpié las lágrimas que caían sobre sus mejillas. La doctora me dijo que la medicación iba a causarle algo de tristeza y bajones repentinos.
—No te preocupes, mamá. Son cosas del pasado. Ahora tenemos que centrarnos en que te recuperes —me levanté y sorbí mi nariz disimuladamente, sin dejar que viese lo que sus palabras causaban en mí.
Cuando recibí la llamada de un número largo, sentí como toda la sangre desaparecía de mi cuerpo, todas mis alarmas internas comenzaron a sonar y a aullar como si fuese el fin del mundo. La noticia fue lo peor. Nunca contestaba las llamadas en clase, solo lo hacía en casos extremos y en urgencias. Y esta era una de ellas. Sabía que era el hospital, ya que los colegios estaban cerrados y ya no estaba como contacto de emergencia para Jason. Así que me puse en lo peor. Y las palabras suaves y delicadas de la doctora, con su voz melosa casi hicieron que me desmayase en medio del taller de montaje de aeronaves: «¿Violet Campbell? Soy Amy Patterson, doctora y amiga de tu madre, te llamo para decirte que tu madre ha tenido un pequeño incidente. Tengo entendido por ella que estás en otra ciudad, pero no tiene a nadie más como contacto. No te preocupes, no es nada muy grave y está bien, solo necesita reposo. Sé que es mucho pedir, ella me lo ha estado repitiendo una y otra vez, pero si pudieses pasarte por aquí, sería muy bueno y así te cuento todo con más calma». No dudé en cambiar el vuelo de vuelta. Tuve que adelantarlo dos semanas antes de mi vuelta, pero no me importaba. Necesitaba que me contase lo que había pasado. Me encontré con eso, con que mi madre había tenido varios desmayos a lo largo del año y se lo había callado.
Había estado tan ocupada con mis cosas que pasé de ella. Ahora entendía porqué había días en los que llegaba tan pronto. Sabía que debía haber indagado cuando le vi tomarse esas pastillas y verla tan cansada, pero estaba tan centrada en mis problemas que pasé de ella y le culpabilicé de todo, sin pensar en lo que ella estaba pasando.
Ese pensamiento fue lo que me hizo llorar durante todo el camino. Me había puesto en lo peor, como siempre hacía. Morgan se encargó de venir a Boston a recogerme, le había robado el coche a sus padres y había conducido hasta allí cuando le dije lo que había ocurrido. Ella había sido la encargada de darme una severa charla al ver lo culpable que me sentía y me había hecho entrar en razón, pero me seguía doliendo y preocupando el hecho de que no me había dado cuenta de los síntomas que mostraba mi madre siendo lo atenta a los detalles que yo era. La tatuada aguantó mi nerviosismo durante todo el trayecto e hizo todo lo posible para llegar antes. Estaba muy agradecida con ella.
También le hice prometerme que no le iba a decir a nadie que había vuelto antes de lo previsto. No me apetecía ver a nadie ni salir de fiesta. Tenía más preocupaciones por delante que ver al orangután otra vez después de lo que ocurrió. No pude soportar sus incesantes llamadas y mensajes. Así que no me veía capacitada para verle cara a cara otra vez. Conservaba su sudadera en la maleta, sin haberla lavado y conservando aun su característico aroma.
Aunque sí que le mandé un mensaje a Samantha contándole brevemente que estaba aquí, pero que se lo mantuviese para ella. Me arriesgué a mandarle ese mensaje, porque al ser pareja de Alek, el mejor amigo de Moore, corría el riesgo de que se lo contase y se plantase aquí para intentar hablar. Aunque tampoco era como si lo hubiese intentado mucho más después de dos semanas sin responderle el teléfono. Ese fue su tope y lo entendía.
La pantalla de mi teléfono móvil se iluminó mostrando un mensaje de mi mejor amiga. Le contesté como estaba y le agradecí la preocupación, aunque me negué a que viniese a verme y pasar el día aquí. Ella tenía exámenes de recuperación pronto y no quería incomodarla ni hacer que perdiese tiempo de estudio. Aunque se trataba de Morgan, quien vivía de fiesta y el ron corría por sus venas como si fuese sangre. Ella vivía por y para la fiesta y no le importaba perder tiempo de estudio.
Ya había ordenado y sacado todas las cosas que me había traído de Washington: la gran cantidad de ropa, los zapatos para soldar y el mono de trabajo azulado, fotos con algunos compañeros del campamento que me obligaron a salir de fiesta y una mini maqueta de un cohete que planeaban dar a cada participante una vez que terminase la aventura, como les gustaba llamar a los profesores y coordinadores. La verdad era que me había venido muy deprisa, la maleta la hice en nada y menos y me sorprendí comprobar que no me dejé nada allí, pues tampoco hice muchos amigos para que me lo trajesen de vuelta. Mi compañera de dormitorio tampoco era muy amigable. Las dos apenas nos hablábamos a pesar de tener que convivir tanto en la habitación como en las actividades que teníamos que realizar.
Así que como ya tenía todo hecho, me puse a ordenar el resto de la casa, pues mi madre, al estar sola, había dejado todo un desastre en la cocina. Apenas pasaba tiempo en casa, y cuando lo hacía dormía, o eso pensaba. Y ahora si estaba forzada a tomar reposo menos iba a trabajar y limpiar, yo no se lo iba a permitir. Por lo que recogí y ordené lo que ella había puesto, aunque no era mucho. Una sola persona era complicado que ensuciase tanto. Al limpiar el salón, le escuché murmurar y farfullar sobre lo harta que estaba de estar sentada sin hacer nada. Solo llevaba así un día, no me quería imaginar como iba a estar de enfadada y harta cuando llevase los quince días que aconsejó la doctora que tomase.
El volumen de su telenovela no me impidió escuchar como el timbre de la entrada sonaba. Me tensé junto al mueble de la televisión del salón, con la bayeta en una mano y el espray desinfectante en la otra. ¿Quién podía ser? Había hablado con Morgan y le había dicho que no se preocupase, que no necesitaba ayuda y podía sola con esto. También había hablado con mi hermano de quince años. Le llamé una vez que llegamos a casa y le expliqué sin indagar mucho en lo que había ocurrido. Tuve que hacer de tripas corazón y hablar con mi progenitor para que dejase venir a Jason un par de días para pasar algo de tiempo los tres juntos. El bastardo accedió y vendría a traerlo en un par de días, pues no le dejaba tomar un tren. Yo le di la razón en eso, aunque no se lo dejé saber. Así que me puse nerviosa y en alerta porque no sabía de quién se trataba. ¿Ya había chivateado Sam de que estaba aquí? ¿Tan pronto había ido a contárselo a su novio?
Me relajé un poco al ver por la mirilla de quien se trataba. Sonreí levemente y abrí la puerta, invitándole a pasar. Olía delicioso y le agradecí mientras que llevaba los envases llenos de comida hasta la cocina. Noah se había recortado más el cabello y lo tenía perfectamente peinado. Me sonrió dejando ver el desvíe que tenía de la mandíbula y se sentó en una silla dentro de la cocina. Puse a calentar algo más de agua para servirle un té. No entendía la fijación de mi vecino ni de mi madre por ese mejunje de agua caliente con sabor, a mí no me sabía a nada. Por ello me limité a servirme un poco de zumo.
—¿Cómo está tu madre? —preguntó mientras soplaba un poco el contenido de su taza.
—Harta de estar tumbada, pero es lo que hay —me encogí de hombros y le sonreí. Hacía mucho tiempo que no le veía, era extraño que estuviese en mi casa después de todo lo que había pasado entre nosotros. Aunque no era que tuviésemos mucha historia—. Seguro que te riñe por traer más comida, a ti y a tu madre.
—Bah, se ha llevado todo el verano trayéndole de cenar, y ahora que se ha enterado de esto quiere ayudar más todavía.
Reí levemente, pero la estancia se quedó en silencio al cabo de unos segundos. Esto era lo que me ocurría con él, no éramos capaces ninguno de los dos de mantener una conversación fluida y amena. Se sentía todo muy forzado cada vez que hablaba con él. Pero recordé que teníamos una charla pendiente y quería que aclarásemos varias cosas. Jugueteé con mis dedos alrededor del vaso, rehuyendo se su mirada e intentando ser capaz de hablar con él. Sus ojos marrones observaban todos mis movimientos, desde como sacaba pecho para tomar aire profundamente hasta como tamborileaba los dedos sobre la mesa de madera.
—Respecto a lo que teníamos que hablar...—mi tono de voz fue disminuyendo a medida que hablaba. Me atreví a centrar mi atención en su mirada. Él ya me estaba mirando con una leve sonrisa.
—No hay nada de qué hablar, Violet. Ambos sabemos que no te gusto y está bien. Estoy bien con eso —se encogió de hombros y bebió de su té de frutos rojos—. Si te digo la verdad, por un momento pensé que sí, por eso me atreví a pedirte salir, porque veía que tenía posibilidades. Pero me equivoqué —su sonrisa era tímida y vergonzosa. Me encogí en la silla y me aclaré la garganta antes de hablar.
—Yo pensaba lo mismo que tú —eso llamó su atención—. Me sentí como una niña chica en Navidad cuando me pediste salir —sonreí recordando la sensación que me invadió cuando se acercó a mí en la cafetería para preguntármelo—. Pero la vida da muchas vueltas y pasaron cosas que no pensé que me pasarían.
—El número ochenta y tres, Oliver —me cortó con un deje de voz. Le sonreí con incomodidad y asentí.
—Este año ha sido todo muy caótico. Siempre me habías gustado, pero no sé muy bien cómo pasó todo lo demás. Y eso me vuelve loca porque no me gusta saber, me gusta tener el control de lo que pasa en mi vida —aclaré.
—Está bien que te des cuentas de tus sentimientos, Violet —su mano alcanzó la mía a lo largo de la mesa. Sonreí cuando le dio un suave apretón. Sus dedos eran suaves, nada que ver con los dedos llenos de cebaduras de Oliver—. Es cierto que me quedé algo dolido cuando vi la complicidad y relación que tienes con Oliver. Pero lo intenté al menos y me di la hostia, y no pasa nada por eso. Es mejor haberlo intentado y fallado que haberte quedado con las ganas.
—Lo siento —apreté mis labios ante mi disculpa. Pero él negó con la cabeza.
—No lo sientas. Es normal, de verdad. No te guardo rencor ni nada, lo que pasó nos ayudó a aclararnos a los dos. Está bien, he conocido a alguien estas vacaciones —aclaró para que dejase de sentirme mal. Le pregunté por ella y así comenzó a fluir la conversación. Se le veía alegre y animado al hablar de esa chica. Yo me alegraba mucho por él. Pero mi sonrisa murió ante su siguiente pregunta—. ¿Oliver y tú al final estáis juntos? —la mueca que realicé fue todo lo que necesitó saber. Su mano apretó la mía y le sonreí de la mejor manera que pude—. ¿Quieres hablarlo?
—Es una historia muy larga —no me apetecía contarle mi vida a Noah.
Me caía bien y me alegraba de contar con él y haber hablado las cosas, pero no me sentía con la confianza de contarle mis dramas amorosos a la persona con la que me había besado y ambos habíamos confesado haber sentido algo por el otro en algún momento. El moreno lo entendió y ese fue el punto de saber que se debía marchar. No lo estaba echando, fue él quien dijo que había quedado. Eso explicaba el olor que desprendía a perfume y lo repeinado que venía.
Mientras que le acompañaba a la puerta de la entrada, un pensamiento intrusivo recorrió mi mente. Ya le había preguntado a Sam sobre su relación con él y por qué le caía tan mal y solo le daba miradas cabreadas cuando aparecía. Me explicó que era porque pensaba que iba a romper cualquier cosa que tuviese con Oliver, que él iba a ser quien sembrase la gota de la discordia. Razón no le faltaba, pues la mayor parte de nuestras peleas había sido por Noah, pero no creía que él fuese el responsable de eso. Oliver y yo nos habíamos cargado nuestra amistad solitos, sin la ayuda de un tercero. A pesar de saber la versión de Sam, quería escuchar la suya. Nunca se sabría que versión era la correcta, pues cada uno tenía una perspectiva diferente, pero si las comparabas podías llegar a encontrar la verdad.
—¿Con Sam? —preguntó rascándose la sien. Tenía los ojos entrecerrados mientras intentaba recordar lo que le había preguntado. Me miró avergonzado y vi un atisbo de sonrojo en sus mejillas—. La verdad es que al principio no supe quien era, pero mis amigos me hicieron verlo. Estuve saliendo con una de sus amigas de Boston, no terminamos de la mejor manera posible. Bueno, fue todo mi culpa y ahora entiendo porqué me mira tan mal —Sam me había contado una cosa completamente diferente. ¿Por qué me había mentido de nuevo? Oliver también me dijo que no la conocía de nada. Pero sí que lo conocía. Ahora necesitaba preguntarle a ella de vuelta—. Con su amiga ya lo hablé, no somos amigos ni mucho menos, pero por lo menos no hay rencores. Supongo que también tendré que hablar con Sam y disculparme —se rascó la nuca avergonzado y yo le miré con un atisbo de sonrisa. No sabía que decirle a esto—. Bueno, me tengo que ir ya. Estoy muy contento de haber podido aclarar las cosas y de verte, Violet. Espero que puedas arreglar lo que sea que ha pasado con Oliver, te mereces lo mejor—dejó un beso en mi mejilla y le vi irse.
No hubo ni un cosquilleo ni nada al sentir el roce de sus labios sobre mi mejilla, por lo que sonreí y volví dentro de mi domicilio. Recogí los vasos utilizados y los fregué en un momento. La esponja se me resbaló de las manos y me manché de espuma al escuchar una voz a mis espaldas.
—¿Qué ha pasado con Oliver, cariño? —me giré hacia mi madre. Iba en pijama de verano y se abanicaba con una revista que tenía en sus manos. Era cierto que hacía calor, pero no era uno muy sofocante como el que había tenido que aguantar mientras hacía proyectos al aire libre.
—Menos mal que te he dicho que tomes reposo —hablé con reproche. Mi madre hizo el gesto más infantil posible: rodó los ojos y se sentó donde antes lo estuve yo.
—Me he desmayado en el trabajo, no tengo una enfermedad terminal —le señalé con el dedo a modo de regañina y ella me pidió disculpas—. Perdón, ha sido una comparación de mal gusto.
Junto a ella me sentía yo la adulta y la madre. Siempre le había tomado como ejemplo y era mi modelo a seguir, pero últimamente había perdido ese rol y me estaba dando cuenta de que no era tan perfecta como creía. Aun así, no significaba que no siguiese tomándola como ejemplo ni admirándole por todo lo que había logrado.
—Venga, cariño. Puedes contarme lo que sea que haya pasado con Oliver.
—Es muy largo todo —fue mi única contestación.
—Tengo que estar un par de semanas de reposo, ¿recuerdas? —me sonrió con diversión y yo le sonreí. Pero me preocupé al ver su rostro algo demacrado. Tenía unos semicírculos morados bajo los ojos, delatando la falta de sueño y descanso que tenía. En unos meses parecía que había envejecido varios años—. ¿Y si nos tumbamos en mi cama y me lo cuentas? Esa era tu manera de contarme las cosas cuando eras pequeña y tenías pesadillas —asentí y le acompañé hasta su cama.
No recordaba lo blanditos que eran sus cojines ni lo agradable que eran sus brazos al rodearme. Me acurruqué junto a ella y me relajé ante el tacto de sus dedos callosos debido al trabajo acariciar mi brazo. Tragué saliva y le conté todo lo que había pasado con el orangután, omitiendo las partes que a ninguna madre le gustaría saber sobre su hija. Mi madre olía a fresas cuando agachó la cabeza para mirarme a los ojos. Me acarició la cara y sonrió con ternura, lo que me hizo relajarme entre sus brazos. Limpió con cuidado las lágrimas que había derramado mientras hablaba y habló con la voz suave y tierna, como si estuviese hablando con un bebé.
—Me has dicho que sabes que él no la besó, entonces ¿por qué no hablas con él? Cariño, tienes que dejar de tener miedo —besó mi cabeza y me acurruqué más a ella.
—No es tan fácil. No creo que duremos mucho, siempre estamos discutiendo.
—Eso es porque no habláis las cosas. Si las hablarais, llegaríais a ver lo que falla. Tú eres una cabezona de cuidado. Oliver parece un buen chico y muy majo —bufé recordando lo bien que le caía, pues le ayudó varias veces con la compra. Ella sonrió y continuó con su charla—. Pero también es un cabezón, por lo que me has contado. Hasta que no os sentéis a hablar, no vais a resolver nada.
—No funcionó con papá —respondí sorbiéndome la nariz. La tenía taponada de todos los mocos que había soltado mientras lloraba, pero a mi madre no parecía importarle. Sentí como se tensaba bajo mi cuerpo. No pretendía incomodarle ni soltarle una indirecta.
—¿Tienes miedo de que Oliver te haga el daño que nos hizo Andrew? —asentí. Pero ya me lo había hecho—. Oh, cariño mío. No pienses en eso. Que tu padre nos haya hecho la putada de su vida, no significa que Oliver te vaya a hacer algo así. Lo mío con tu padre llevaba roto mucho tiempo, eso solo fue la gota que colmó el vaso —sus manos no dejaron de acariciar mi cabello—. Yo ya lo tengo superado, ¿vale? Ahora tienes que pensar en ti y en tu bienestar. Por cómo hablas de ese chico, parece que te gusta mucho. Demasiado diría yo. No desaproveches tu oportunidad pensando que es igual que tu padre, te ha probado que no lo es.
—Seguro que es demasiado tarde. Vino a explicarse a Washington y le eché a patadas de allí —cerré los ojos para parar las lágrimas que amenazaban con salir, pero fue en vano. Ya estaba llorando de nuevo—. Estaba tan cabreada y no me dejó pensar ni asimilar nada. Se plantó allí y no se fue hasta que no salí, le dije cosas muy feas, mamá —confesé—. Él tiene razón, nunca escucho nada, solo lo que me interesa. Y eso no me interesaba. Es demasiado tarde.
—Nunca es demasiado tarde, tú misma has dicho que te siguió hablando después de eso, que te hablaba por mensaje intentando arreglarlo todo —me apartó de ella y me miró a los ojos. Sus ojos azules me miraban con ternura propia de una madre—. Ahora ve a hablar con él. Explícaselo todo, confiésale lo que sientes.
Tragué saliva y, por una vez en mi vida, hice caso a mi madre y seguí su consejo. Por primera vez, dejé de preocuparme por todo y de sobre pensar todo y me dejé llevar por mis sentimientos. Contacté con Sam preguntándole si sabía donde se podía encontrar el orangután, obviamente sin decirle nada. No había oscurecido, así que me monté en la bicicleta y pedaleé hasta la dirección que la morena me había enviado. Dejé el vehículo de dos ruedas en el suelo y corrí hasta el campo de rugby de la facultad. Tenía sentido, Oliver entrenaba muy duro aunque fuese verano, tenía que mantener el tipo y seguir en el equipo, demostrar que la beca de deportes que había recibido merecía la pena y que era el mejor del equipo.
Se le veía agitado justo en medio del campo. Llevaba el atuendo de deporte y desde la distancia podía ver como su pecho subía y bajaba con rapidez, tenía las manos en la cintura mientras que tomaba aire. El flequillo lo tenía algo más largo. Le vi correr de un lado a otro, pegándose una carrera y esquivando los monigotes que estaban esparcidos por todo el campo. Una pelota voló en su dirección y lo tomó en el aire, corriendo más todavía y lanzándola por en medio de los palos.
Vi como gritaba levantando los brazos y celebrando lo lejos que había llegado su lanzamiento. Sonreí desde la distancia e intenté calmar mi agitada respiración debido a la carrera que me había pegado para venir hasta aquí. Di un paso y luego otro, preparándome mentalmente para volver a verle y confesarle de que estaba enamorada de él. Para decirle que estaba dispuesta a intentarlo. Para decirle que paseásemos de la mano y dejásemos de escondernos o de decir que no había pasado nada.
Para decirle que le quería y que quería estar con él.
Para decirle que me perdonase por todo.
Mi cuerpo se quedó congelado y pensé que era imposible que tu corazón se rompiese dos veces por una misma persona. Pensé que era todo fruto de mi imaginación, que no había suficiente iluminación y mis ojos vieron una cosa completamente diferente. Pero no lo era. Y comprobé de mala gana que un corazón si podía romperse dos veces por la misma persona y más cuando este no se había terminado de sanar del primer golpe.
Volví a la bicicleta mientras me sorbía la nariz. No dije nada. Oliver no me vio y lo prefería. No estaba preparada. Una vez más, Oliver tenía razón, era una cabezota y no aceptaba escuchar a nadie si lo que me decían no me interesaba. Me dolía cerrar los ojos, pues siempre reproducía la misma imagen mental: una larga cabellera pelirroja saltar en los brazos de Moore y dar vueltas abrazados celebrando su triunfo.
Mamá, te equivocas. Sí que es demasiado tarde.
¡Hola!
Capítulito semanal jejeje
Mi niña contando todas las veces que sintió su corazón romperse </3
Volviendo antes de tiempo por su mami <3
Vi, queremos saber que más pasó en el campamento
Valerie pidiendo perdón :(
Noah, Noah, Noah... ¿por qué habrá mentido Sam? Noah no ha hecho nada malo, ¿vale? dejad su odio, ¿qué es un sosainas? sí, pero nada más
Valerie dando consejos a Violet <3
Mi niña yendo a declararse y a explicarle todo a Oliver <3333
Pero, como siempre, hay problemas
«Y comprobé de mala gana que un corazón si podía romperse dos veces por la misma persona y más cuando este no se había terminado de sanar del primer golpe».
Me quema, me lastima esto
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¿Qué tal la semana? ¡Qué el domingo que viene es Halloween! AAAAAAAH
Estaba pensando en hacer un especial de Halloween, el cual no tendría nada que ver con la historia, sino un extra :) ¿qué os parece?
Capítulo dedicado a @juli_165 ¡muchísimas gracias por tu apoyo!
También debo dar las gracias porque hemos llegado a las 13.000 lecturas. ¡muchísimas gracias, de verdad! soy la persona más feliz del mundo :)
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Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :) Tiktok ahora es: mlgxbooks :)
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