Cincuenta (Final)
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¡Hola! Antes de leer quería deciros que se trata de un capítulo más largo de lo habitual ya que es el último y quería cerrar todas las tramas abiertas posibles. También quería pedir disculpas por el tiempo que he tardado en subirlo, pero tenía que pensar y planear mucho y me daba (da) muchísima pena despedirme de mis niños y escribirlo significaba terminar y no quería :)
Ahora sí que sí, espero que os guste el último capítulo y nos leemos en la nota de autora del final del capítulo como siempre ❤❤❤
Varios minutos atrás
Siempre pensé que el fútbol americano era una tontería; que era una manera de pegar y derribar a tus rivales; que solo iba de empujar a tus contrincantes y correr con una pelota en la mano hasta el otro lado del campo.
Ver a Oliver celebrar y gritar con alegría, entusiasmo y alboroto cambió mi punto de vista. Parecía que había ganado un Premio Nobel y no un simple partido que no les llevaba a ningún lado, pero estaba tan emocionado que no pude evitar levantarme junto a mis amigas para gritar y animarle.
Levanté los brazos y seguí gritando cuando, desde la distancia y en los brazos de sus compañeros de equipo, Oliver me señaló, haciendo que Morgan me zarandease y Sam me empujase fuera de la grada.
—¡Ve a celebrar con él, Vi! —reí mientras me seguía empujando, pero le hice caso.
Quería celebrarlo con Oliver y quería demostrarle que me importaba y que había disfrutado el partido. Me aferré a la sudadera del equipo con su número y que olía a él y bajé las escaleras metálicas de las gradas. Me giré para mis amigas y estas me seguían, Sam quería ver a Alek. Cuando les conté que había vuelto a besar a Oliver y me sentía lista para tener algo con él, Morgan se tiró encima de mí y Sam se volvió loca chillando hasta ponerse a hiperventilar ante la noticia. No sabía qué iba a ser tan increíble ni especial, pero que mis amigas se pusieran así por algo mío me llenaba de alegría.
—¿Tienes un momento? —la sonrisa de nerviosismo se me borró de golpe.
Cole estaba a mi lado y su mano estaba sobre mi hombro mientras me miraba con una mueca que pretendía ser una sonrisa. Levanté mi cabeza para buscar a mis amigas, pero habían desaparecido ya, lo más seguro es que ya hubiesen llegado al campo en busca de Alek y Oliver. Tragué saliva y me giré para ver a Cole, aunque tenía mejores cosas que hacer que hablar con él, pero su mano sobre mi hombro no me daba mucho margen a moverme.
—Tengo algo de prisa, la verdad —intenté moverme y alejarme, pero su mano hizo más presión. Hice una mueca y centré mis ojos en los suyos—. Suéltame, me haces daño.
—Lo siento, lo siento —deshizo el agarre, pero le seguía teniendo demasiado cerca. El resto de los espectadores pasaban por nuestro lado, pero no se fijaban en lo que ocurría. A decir verdad, ni yo sabía lo que estaba ocurriendo—. Es que tenemos que hablar, fiestera. Llevas toda la semana sin hablarme e ignorándome, no sé por qué —tenía los labios apretados y las cejas levantadas en interrogación.
En su frente había una vena que parecía que iba a reventar de lo marcada que estaba. Tragué saliva mostrando lo incómoda que estaba y desvié la mirada. Desde el día de la fiesta en la que me besó a pesar de haberle dicho que no y después de los comentarios que hizo, Morgan me hizo ver lo idiota que era y me dijo que lo mejor era mantenerme alejada de él. A mí tampoco me hacía mucha gracia, parecía un chico majo, pero sentía que ocultaba algo y no me apetecía descubrir el qué. Prefería mantenerme alejada de él y de las «malas vibras» que Morgan decía que trasmitía.
—Mira, Cole, ahora mismo tengo algo de prisa. Hablamos otro día, ¿vale? —no pensaba hablar otro día con él, pero quería salir de ahí.
—No, no hablamos otro día. Hablamos ahora —sentenció y tuve que tragar saliva con dificultad debido al tono autoritario que utilizó—. No entiendo cómo has podido volver con el gilipollas ese. ¿Es que no te acuerdas de las noches que tuvimos en Washington?
—¿Qué coño está pasando aquí?
Volví la cabeza hacia la voz de Oliver. A pesar de la distancia y del alboroto pude escucharle bien y con claridad. Tragué saliva con nerviosismo cuando le miré. Llevaba el casco en una mano, su pecho bajaba y subía con rapidez y estaba todo sudado y manchado de césped y tierra. Lo que más destacaba de él era la mandíbula tensa y la mirada penetrante que parecía que te iba a matar.
—¿Qué está pasando aquí? —Cole soltó una risa irónica que me hizo encogerme en el sitio. Todavía estaba muy cerca de mí, pero me había quedado tan pasmada que no me veía capaz de moverme—. Lo que está pasando es que ahora que doña perfecta y saco diez en todo se ha cansado de su juguete ha tenido que buscarse uno nuevo. ¿Qué mejor juguete que un estúpido jugador de rugby? —solo le escuchaba hablar, pero mi atención estaba fija en Oliver, en su ceño fruncido y en su quijada tan apretada que parecía que iba a reventar en cualquier momento—. Eso es, Oliver, ¿te ha contado tu novia lo bien que nos lo pasábamos en Washington? Es tan zorra que tuvo que buscarse a alguien mientras estaba sola en el verano y ahora que tiene a su juguete particular tira a la basura al otro.
Por Einstein, ¿qué estaba diciendo? Fruncí el ceño ante las acusaciones tan estúpidas que estaba haciendo, pero no aparté mi mirada de Oliver. Debía saber que eso no era así. Por Einstein, eso no era así.
—Mira, soplapollas, yo que tú cerraba la puta bocaza que tienes —escupió Oliver con desprecio y acercándose más a nosotros. Nunca había visto a Oliver tan cabreado y, la verdad, no sabía si quería ver esa imagen de él de nuevo. Daba miedo—. Vuelve a faltarle el respeto de esa manera a mi chica y te tragas los estúpidos dientes que tienes en tu sucia boca.
—Resulta que tu chica es una zorra y encima una estúpida. Vuelve con alguien que solo le ha hecho llorar.
Apreté los puños más todavía dentro de las mangas de la sudadera y, sin venir a cuento, la imagen de Jason me vino a la mente. A esa imagen le acompañaban unas palabras y una escena en específico. Creo que era la primera vez que le hacía caso a mi hermano y agradecía lo violento que era.
Me agarré el puño mientras apretaba los labios para contener el grito que quería salir de mis pulmones con ganas y ansias. Cole se rascaba la mandíbula y tenía los ojos desorbitados. La vena en su frente no hacía más que aumentar y palpitar del cabreo que debía tener en su cuerpo. Lo siguiente que vi es a Oliver agarrarle del polo que llevaba y acercar sus rostros. En los ojos de Oliver solo había odio e ira.
—Oliver, para —solo lo tenía sostenido—. Oliver, si te metes en una pelea te echan del equipo. Eres el capitán, no puedes dejar que te afecte. No merece la pena —intenté calmarle. Ya me había metido a mí misma en problemas, no era plan que él también los tuviese y menos por defenderme.
—¿Qué no merece la pena? —escupió—. No voy a dejar que te hable de esa manera. El mierdas este no sabe una mierda.
—Venga, Oliver. Déjalo estar. Por favor, no merece la pena. No la merece porque lo que diga Cole no tiene importancia. Me da igual lo que me diga y como me llame —empujó al rubio después de unos segundos que parecieron horas y este salió corriendo de allí. Tragué saliva algo nerviosa e incómoda y sentí como me picaban los arañazos cicatrizados en la cara. Las manos me volvían a temblar dentro de las mangas cuando hablé—. Orangután, tenemos una cita a la que ir —la voz me salió temblorosa y me odié por ello, pero me forcé a mí misma a fingir una sonrisa.
—¿Sigues teniendo ganas? —preguntó con seriedad y asentí—. Busca a Morgan, voy a ducharme y nos vamos —no hizo ninguna broma y yo comencé a asustarme, por lo que, antes de que se fuese, le agarré de la mano e hice que se parase—. ¿Qué pasa? ¿Estás bien, cervatillo? —sonreí, de verdad ante el mote y asentí.
—Yo... yo me besé un par de veces con él en vacaciones, pero no esperaba que fuésemos a tener clases juntos, ni que me fuese a molestar tanto —comencé a hablar y a explicarme. Oliver tragó saliva y desvió la mirada algo tenso y cabreado todavía—. Ni siquiera me acuerdo porqué le besé, estaba tan borracha que no sé porqué lo hice. Solo pasó un par de veces, te lo juro —se me llenaron los ojos de lágrimas y tuve que parpadear para quitarlas de en medio—. Por Einstein, hasta me pensaba que eras tú y, cuando me daba cuenta de que no, salía corriendo de su lado —Oliver asintió con lentitud.
—No tienes por qué darme explicaciones, cervatillo.
—Lo sé, pero quiero hacerlo. Quiero que lo sepas —tragué saliva y centré mis ojos en los suyos. Sonrió con levedad y me acercó a él en un abrazo. Cerré los ojos y sonreí al sentir sus labios sobre mi coronilla y como me apretaba a su cuerpo.
—Ya está todo aclarado entonces, aunque no importaba. Vayamos a esa cita, estoy deseando saber a dónde me llevas, cervatillo.
—Dúchate antes, cerdo.
—¿No era un orangután? —se separó de mí y me miró con una ceja arqueada y divertido.
—Eres un cerdo y un orangután. Un espécimen especial para la ciencia.
—Especial e increíble, eso soy —sonrió con egocentrismo y rodé mis ojos con diversión.
—Ve a ducharte ya, Moore —le ordené. Su respuesta fue coger algo del barro que manchaba su casco, el cual había recogido del suelo, y mancharme la cara con él. Salió corriendo mientras reía.
—Como ordene mi capitana.
Reí mientras le veía correr hasta donde estaba el resto de su equipo y las parejas de los jugadores. Morgan reía junto a Sam y me saludaron con la mano para que me acercase a ellas e integrarme.
Las manos me seguían temblando dentro de las mangas a medida que caminaba hacia ellas. Y el nudo en mi garganta no desaparecía.
A través de las indicaciones del Google Maps le señalé a Oliver donde teníamos que dirigirnos. Todavía sentía como me temblaban un poco las manos, pero intenté disimular los signos de estrés y nervios que tenía en el cuerpo.
Oliver tarareó en todo momento la canción que sonaba en la radio. Sonreí ante lo desafinado que cantaba y como le salía un gallo cada vez que había una nota alta en la canción cantada por Adam Foster.
No podía apartar la vista de su perfil ni de como tamborileaba el volante con disimulo. Ni pude borrar la sonrisa estúpida en todo el trayecto.
Cuando divisé el lugar elegido para la cita, se lo dejé saber y él aparcó en un aparcamiento libre. Se giró hacia mí con el gesto serio y me asusté por un momento. Por Einstein, ¿debía haber elegido otro lugar? No era muy buena en esto de salir con nadie y no sabía que podíamos hacer.
—¿Me traes a ver una película, cervatillo? —silbó y asintió con una sonrisa.
Me di el gusto de suspirar con alivio y soltar una pequeña risa nerviosa. Era un estúpido, me había hecho pasar los segundos más incómodos de mi vida. Le di un golpe en el brazo y dejé la cabeza sobre el respaldar. Nos bajamos y caminamos hasta el interior del cine. No quería llevarle a patinar o a los bolos como había sugerido Morgan, pues acababa de salir de un partido y debía de estar cansado. Por eso había optado por venir al cine a ver una película que Alek había dicho que le interesaba ver. Había comprado las entradas con antelación. Había tenido que madrugar más de lo normal para poder comprarlas antes de que se acabasen ya que se estrenaba la película. Las había conseguido después de pelearme con el ordenador y el internet de mi casa.
—No me puedo creer que me hayas traído a ver Spiderman, cervatillo —la sonrisa le llegaba a los ojos y se movía como un niño pequeño. No era el día del estreno, pero igualmente estaba lleno el cine.
—Vi en tu dormitorio los cómics, así que pensé que te iba a gustar —sonreí con timidez y me encogí de hombros. Me sonrió de vuelta y me dio un toque en la punta de la nariz con su dedo.
—Eres la persona más atenta del mundo, cervatillo.
Le di las entradas al acomodador y la sonrisa se me borró cuando se quedó mirándolas y me habló como si yo fuese estúpida.
—Las entradas son para el sábado de dentro de dos semanas —me entregó las entradas y pasó para la pareja que venía detrás de nosotros.
—¿Qué? No, eso no puede ser así. Me fijé muy bien en la fecha —el temblor de las manos se hizo más potente.
Aunque por mucho que mirase las entradas impresas, no era la fecha del día en el que estábamos. Me había confundido, por eso me había sido tan fácil comprarlas, porque había elegido un sábado diferente. Los ojos se me llenaron de lágrimas mientras que miraba a Oliver con tristeza, aunque este solo sonreía con ternura y me acariciaba la espalda.
—No pasa nada, Violet. Podemos hacer otra cosa.
—Pero a ti te hacía ilusión —las manos me temblaban más todavía y sentía un nudo en la garganta—. Voy a ver si quedan entradas para ahora —hice el amago de moverme, pero Oliver me agarró del brazo y me giró hacia él. Sus manos acunaron mi cara mientras sonreía, yo solo podía contar hasta diez para no ponerme a llorar y a gritar de lo torpe que había sido.
—No pasa nada. Podemos ir a casa y vemos una película más tranquilos, cervatillo.
—No, tú querías ver esta, así que tenemos que verla —seguí diciendo con determinación, pero la voz me temblaba de los nervios y tensión—. Voy a ver si me las cambian —saqué las manos de los bolsillos y las entradas también. El papel crujía al moverse tanto debido al temblor de mi cuerpo. Oliver frunció el ceño y me agarró de estas.
—Violet, Violet, Violet, mírame —el labio inferior me comenzó a temblar y sentí como los ojos se me llenaban de lágrimas. No había sonrisa en su rostro, sino un leve ceño fruncido y el rostro cargado de confusión y preocupación—. Violet, ¿qué pasa? Dímelo.
—Se suponía que íbamos a tener una cita de verdad y no soy ni capaz de comprar unas entradas —me sorbí la nariz y desvié la mirada.
—Eso le puede pasar a cualquiera, cervatillo. Dime la verdad, ¿qué te pasa? —no quería hablar, quería sentarme en esa sala y ver la película de la que todo el mundo hablaba, pero que a mí no me llamaba la atención, pero solo por Oliver iba a verla.
Quería que tuviésemos una cita perfecta, ya que era la primera que teníamos oficialmente. Quería escucharle hablar de lo que le gustaba como todas las veces que él había hecho conmigo. Quería que estuviésemos los dos en el cine.
—Esto tenía que ser perfecto. Necesitaba que fuese perfecto —se me rompió la voz y sentí que me quebraba con ella.
—Eh, creo que ha quedado más que claro que cualquier plan contigo es perfecto, cervatillo —no me dejó decir nada más, sino que me apretó contra él y me dejó un beso en la coronilla. Aspiré el olor a coco que tenía y pasé mis brazos por su cintura—. Venga, vámonos a casa y te relajas un rato. Cuando estés preparada me dices porqué te has puesto así, ¿vale?
Asentí mientras me sonaba la nariz. Oliver me dio un beso en la frente y sonreí levemente y de manera imperceptible. Entrelazó nuestros dedos y, a pesar de la tristeza y nervios que me recorrían, sentí como encajaban a la perfección.
No hablé en el camino a su casa, me dediqué a mirar por la ventana aguantando las ganas de llorar. Oliver había cantado, había hecho el tonto y había intentado sacarme conversación solo para alegrarme y hacerme reír, pero me sentía tan mal y culpable que no funcionó, pero estaba agradecida con él. En solo una semana se me había cambiado el estado de ánimo por completo. Ya no era solo por esta noche. Llevaba unos días en los que la cabeza me daba vueltas, por eso quería que esta noche saliese bien. Sin embargo, primero Cole me hizo sentir mal y sus comentarios me hicieron cabrear y, segundo, estaba el hecho de haberme equivocado con una cosa tan simple como comprar una entrada.
Bueno, luego estaba la primera razón por la que había pasado de estar en la cima de la montaña rusa a estar en la parte baja y cerca del final.
—Puede que me expulsen de la universidad —solté una vez que Oliver aparcó el coche en el subterráneo de su complejo de apartamentos.
—¿Qué coño dices, cervatillo? —preguntó con confusión y yo asentí volviendo a sentir mi cuerpo temblar.
—Me han llamado porque tengo una reunión con el decano el lunes por la pelea que tuve con Heather —el ceño de Oliver se fruncía a medida que hablaba—. Al parecer alguien dijo algo y, como nos peleamos dentro del campus y fuera de un aula nos van a entrevistar. Me van a expulsar, Oliver.
—No te van a expulsar. Como mucho te pondrán una infracción, por eso no te expulsan —acarició mi pómulo con su pulgar y limpió la lágrima que se me escapó de uno de mis ojos. Sonrió levemente y su rostro estaba más relajado que antes—. ¿Por eso decías que necesitabas que todo saliese bien?
—Ha sido un cúmulo de cosas que han pasado en solo dos días. Encima me he puesto con la regla y lloro por todo —Oliver rio y cerró los ojos, haciendo que sus orbes verdes desapareciesen por unos segundos.
—Sabes que puedes contarme lo que quieras, cervatillo. No te van a expulsar y, si lo hacen, yo mismo me encargaré de hacer que te readmitan —dejé escapar una risotada y cerré los ojos ante el beso que dejó en mi frente—. Ya te lo he dicho, cervatillo. Si la cita llega a ser recoger basura hubiese sido perfecta porque hubiese estado a tu lado.
—Deja de ser tan cursi —aun así tenía las mejillas sonrojadas y me moría de la vergüenza por las palabras que utilizaba—. Creo que me gusta más el Oliver egocéntrico.
—Puedes tener las dos versiones, cervatillo —me guiñó un ojo y reí con ganas mientras que él abría la puerta de su lado—. Ahora vamos, que tengo una cita para ver una película esperándome.
Avancé hacia su lado mientras reía y, por alguna razón que no entendía, contarle a Oliver lo que llevaba días molestándome me había aliviado y relajado bastante, aunque seguía algo nerviosa por la reunión que me esperaba el lunes en la oficina del rectorado con el decano.
Oliver encendió la luz de la casa nada más entrar y me invitó a ponerme cómoda, así que caminé hasta el sofá y me senté en este con algo de nerviosismo. Escuché como se cerraba algo con un portazo y luego descubrí que se trataba del microondas por el sonido que hacía. El castaño vino al cabo de unos minutos metiéndose un puñado de palomitas en la boca y se sentó a mi lado. Su mano jugaba con uno de los mechones que llevaba sueltos y me preguntaba qué película prefería ver. Pegué un brinco en el sofá cuando escuché algo cayéndose y rompiéndose, pero no podía ser Oliver, ya que estaba a mi lado y se escuchó por la parte donde estaba su habitación.
—Mierda —le escuché murmurar algo incomprensible y se levantó con un suspiro del sofá.
Escuché al castaño hablar con alguien solo en su habitación y por un momento me asusté. ¿El tacleo que ha recibido le ha hecho más daño del habitual? ¿Los tacleos recibidos y acumulados después de tantos años jugando le han pasado factura por fin? ¿Había perdido la cabeza? Por Einstein, sabía que el fútbol americano era demasiado bestia.
El bol lleno de palomitas voló de mi regazo cuando noté un cosquilleo por mis piernas. Oliver comenzó a reírse del grito que había pegado y yo solo podía pensar en lo gilipollas que era y en la cosa que corría por mis piernas y el salón.
—Bambi, estate quieta —vi como Oliver cogía entre sus brazos al bicho ese y me relajé en el asiento. Era una gata pequeña y anaranjada que no paraba de ronronear y frotar su cabeza con la barbilla del castaño. Este me miró con una sonrisa y me guiñó un ojo—. Cervatillo, te presento a Bambi.
—Bambi era un macho —recalqué cuando se acercó a mí con ella todavía entre sus brazos y se sentó a mi lado. Oliver rodó los ojos y acarició la cabeza de la gata—. ¿Quién le pone a su gata Bambi? Y ¿desde cuándo tienes una gata, orangután? —pregunté con algo de curiosidad.
—La adopté este verano, me la encontré en la calle de abajo en la basura y me la quise quedar. Se llama Bambi porque es igual de porculera que tú, todo el día maullando en busca de mi atención y encima mordiendo —le di un golpe en el hombro con incordio y él solo rio—. Supongo que te echaba de menos y era la forma que tenía de entretenerme —se encogió de hombros y me pasó a la gata, quien huyó de mi regazo enseguida. Sonreí ante esa tierna confesión y me relajé en el sofá con el bol de palomitas encima—. Voy a poner la película. ¿Cuál te apetece?
—Me da igual.
—Han metido Shrek en Netflix, es la típica que se ve, pero ¿te apetece?
—Nunca la he visto.
Mi respuesta hizo que girase la cabeza con velocidad hacia mí. Se le quedó una mano en el teclado del ordenador y me miraba con la boca abierta y el ceño fruncido. Sonreí con inocencia y me llevé una palomita en la boca mientras le escuchaba rajar y quejarse.
—¿Nunca has visto la mejor película de la historia del cine? —preguntó con indignación y solo pude reír.
—Nunca me ha llamado la atención, creo que está sobrevalorada.
—Retira eso ahora mismo, Violet Campbell —me señaló con indignación y cabreo—. Ya está. Decidido. Vamos a ver Shrek, prepárate para maravillarte y ver la mejor obra cinematográfica de la historia.
—Lo que tú digas, exagerado —le di con un cojín en el estómago y reí ante lo atento que estaba a la película.
Al cabo de unos minutos apoyé la cabeza en su hombro y me relajé a su lado mientras que me hacía cosquillas en los brazos y cabeza. Me tuve que aguantar la risa varias veces solo porque no quería darle la razón sobre lo graciosa y divertida que era la película. También tuve que aguantarme la risa cuando quise comentar algo y me chistó para que me callase ya que estaba interrumpiendo lo que era según él «la mejor parte de la película», pero eso lo dijo varias veces a lo largo de la hora y media que duraba. Bambi acabó dormida sobre el regazo de Oliver.
—¿Qué te ha parecido? ¿Entiendes ya por qué es la mejor película de la historia? —me preguntó mirándome a los ojos una vez que terminó.
—No ha estado mal, pero sigo pensando que está sobrevalorada —me encogí de hombros y me caí hacia un lado del sofá ya que Oliver se levantó y me señaló con indignación.
—No has entendido la película.
—Es una película de dibujos, no hay mucho que entender —no sabía quien de los dos iba más en serio con su respuesta—. ¿Un ogro? ¿Un burro que habla? ¿Una princesa que se convierte en ogra y necesita un beso de amor verdadero? Es lo más común en las películas de dibujitos. Encima es asquerosa.
—Mientes, he sentido como te reías y te he visto aguantar la risa varias veces, cervatillo.
—¿Cómo has podido ver que me reía si estabas atento a la película? —contraataqué no queriendo perder.
—Porque yo no paraba de mirarte, tonta —sus palabras me dejaron a mí sin ellas. Su sonrisa victoriosa y una de sus cejar arqueadas me hicieron saber que había perdido—. Admite que te ha gustado.
—Vale, orangután, tú ganas —rodé los ojos y me dejé caer en el sofá. Miré el teléfono y la hora. Por Einstein, se había hecho más tarde de lo que pensaba—. ¿Puedo ir al baño antes de irnos?
—¿Qué pregunta más tonta es esa, cervatillo? Claro que no puedes —rodé los ojos y esquivé su cuerpo mientras me dirigía hacia el baño. Cuando salí Oliver se había vuelto a sentar en el sofá y otra película estaba colocada en su ordenador.
—¿No nos vamos? —pregunté con curiosidad.
—Vamos a ver la segunda, es más increíble todavía.
—Pensaba que me ibas a llevar a casa ya —exclamé con confusión y duda. Frunció el ceño y se metió una palomita en la boca.
—Yo pensaba que te ibas a quedar a dormir —abrí la boca sin saber qué decir. No era mala idea quedarme, pues era un incordio volver tan tarde, pero no tenía pijama ni más compresas para cambiarme—. Puedes ponerte ropa mía, he comprobado que te queda muy bien —se refería a la chaqueta del equipo que todavía llevaba puesta—. Sam y Alek se quedan a dormir aquí, así que podemos hacer algo mañana los cuatro —asentí con algo más de ganas y me senté a su lado acurrucándome—. Ahora prepárate para mearte de la risa, cervatillo.
Rodé los ojos, pero no pude dejar de sonreír al verle disfrutar tanto de la película. Los nervios por la reunión desaparecieron de nuevo, no había temblor de manos ni miedos en mi cuerpo.
Recordé las palabras de Oliver esa tarde en el museo de Boston: «Tú eres quien me trasmite paz y tranquilidad. A tu lado estoy en calma».
Entendí perfectamente lo que quería decir, porque yo me sentía de la misma manera a su lado.
Pensaba que las dos semanas de espera para las cartas de admisión a las universidades que había aplicado fueron las dos más estresantes de mi vida, pero estaba muy equivocada.
Esperar la llamada del secretario del decano fue lo más estresante y desesperante que había vivido.
¿Qué tardase tanto era bueno o malo? Tendría que ser malo, tendría que ser la peor noticia del mundo. ¿Por qué iba a tardar tanto si no? Si fuese buena me llamarían de inmediato... Por Einstein, me iban a expulsar o peor, me iban a quitar la beca y no podría permitirme estudiar aquí y por ello iba a tener que dejar la carrera de mis sueños e iba a acabar viviendo siempre en esta ciudad sin haber hecho nada notable. Iba a ser la fracasada.
Sentía como mi respiración se volvía más irregular y errática por cada pensamiento negativo que pasaba por mi mente. La presión en mi pecho comenzó a hacerse más y más grande por cada segundo que pasaba. Tenía fatiga y, por un momento, pensé que iba a vomitar. Escuchaba diferentes voces hablar, creo que se dirigían hacia mí, pero no lograba diferenciar a los dueños de las voces ni lo que querían decir.
De repente noté los ojos muy pesados y mi cuerpo caer lentamente al suelo.
Unos ojos marrones y unos párpados perfectamente delineados me miraban nada más abrí los ojos. Los orbes de la pelinegra se achicaron al ver como me despertaba, pude ver los atisbos de preocupación en ellos. Aunque yo estaba confundida, ¿qué había pasado? ¿por qué estaba tirada en el sofá de la sala de descanso?
Luego recordé la taza haciéndose añicos y mi cuerpo contra el suelo. Cerré los ojos con enfado y vergüenza e hice una mueca al notar un pequeño dolor en la espalda. Morgan me dio su mano y me ayudó a levantarme, aunque, cuando quise ponerme de pie y volver al trabajo, me paró con poniéndome una mano sobre el hombro y chistando. Tyler entró en la sala con una lata de refresco de naranja, con una botellita de agua y un bocadillo que vendíamos en la cafetería. Acepté la botella de agua porque sentía la boca pastosa y seca. El bocadillo lo vi como una salvación, no sabía el tiempo que llevaba sin llevarme algo a la boca. Los nervios me cerraban el estómago y me era imposible ingerir nada.
—¿Qué te tiene así, novata? —dejé de masticar ante su pregunta y todo volvió a consumirme de nuevo.
—¿El nuevo turno está siendo demasiado para ti, Violet? —Tyler se sentó a mi lado y me acarició la cabeza, cerré los ojos ante la mirada inquisitoria de mi mejor amiga y dejé el bocadillo a un lado.
—No, no, el turno está genial, es solo que tengo un par de problemas personales y me han consumido hoy —supe que ambos intercambiaron miradas, pues Tyler se levantó con un suspiro y me dejó a solas con la pelinegra.
—Venga, novata, no soy tonta. ¿Qué te pasa? Te he estado observando y apenas comes estos días, estás más nerviosa de lo normal y te has desmayado. Tienes que admitir que el turno doble más la universidad y estudiar no es bueno para ti ni para tu salud. Tienes que ponerte a ti por delante, si tienes que dejar el trabajo lo dejas, ¿vale? No quiero volver a ver que te desmayas y por poco te das con una encimera en la cabeza por culpa de tu cabezonería. Tu madre tiene un sueldo bueno y podéis pagar la casa bien, sé que eso te preocupa mucho y por eso pediste aumentar tu jornada —su mano no paraba de acariciarme el brazo mientras yo apoyaba la cabeza sobre su hombro. Morgan olía a tabaco y, aunque no fuese un olor que me gustase ni agradase, había acabado por acostumbrarme y echarlo de menos—. También sé que lo que te preocupa es la llamada del decano —levanté mi cabeza y centré mi atención en sus ojos y su rostro, ella sonreía levemente—. Yo también sigo esperando su llamada, no te preocupes, estamos hablando del sistema educativo y universitario, no suelen contestar al momento, se toman su tiempo para sacarnos de los nervios y cagarnos en la burocracia —reí levemente ante sus palabras pero no podía dejar de preocuparme.
¿Qué esperaba? ¿Qué me dijese "no te preocupes" y por arte de magia iba a dejar de estar preocupada? Mi cerebro no funcionaba así, mi cerebro iba a seguir dándole vueltas a las cosas sin parar.
Ambas volvimos la cabeza al momento que escuchamos un teléfono sonar dentro de mi taquilla. Morgan se levantó corriendo y puso la combinación del candado que me sonsacó una vez y sacó mi teléfono. Pegó un chillido y me lanzó el teléfono. Era un número largo y solo podía significar una cosa. Con las manos temblorosas acepté la llamada y me llevé el dispositivo a la oreja. Asentí mientras escuchaba la lenta voz del secretario y solté un par de monosílabos mientras me contaba el veredicto de los altos mandos de la universidad. Morgan borró su sonrisa y me abrazó cuando dejé caer un par de lágrimas y colgaba la llamada.
—Estoy dispuesta a pegarme con todos los pijos que están a cargo del consejo si te han expulsado, Violet —sonreí y comencé a reírme mientras sentía como un gran peso desaparecía de mi cuerpo. No paré de reír ni cuando Morgan me miraba con cara extraña, solo calmé mi risa cuando ella recibió la misma llamada y comenzó a saltar—. ¡Chuparla, pijos de mierda! Tenéis Morgan para rato, una amonestación no me va a frenar.
Se dejó caer a mi lado en el sofá y suspiró con alegría. Reí mientras ponía las manos sobre la barriga y suspiraba. La pelinegra me miró con una sonrisa y me abrazó de tal manera que me cortó la respiración, pero sonreí entre sus brazos.
—Esto se merece una celebración. Tengamos una cita —reí ante sus palabras y me dejé caer más en el sofá completamente relajada. Parecía otra persona, me había quitado un problema de la mente. Era una amonestación, sí, pero no tenía ninguna mancha en mi expediente—. No te rías, lo digo en serio. Tengamos una cita, me he enterado que el domingo salisteis los cuatro de comida romántica y yo me quedé en casa, sola, sin nadie que me quiera.
—No seas mentirosa, Sam me dijo que ligaste en la fiesta y te fuiste con él —me guiñó un ojo con picardía y se dejó caer en mi regazo. Comencé a acariciarle la cabeza.
Levantamos la cabeza con susto al escuchar como se abría la puerta de la sala de descanso de golpe. Oliver estaba de pie bajo el quicio de la puerta, su pecho subía y bajaba con rapidez y tenía el pelo mojado y sudoroso. Dejó caer la bolsa de deporte y avanzó hacia nosotras con la mirada cargada de preocupación. Yo me encontraba confusa, pero Morgan no hacía más que sonreír.
—¿Estás bien, cervatillo? Hasta que no he terminado el entrenamiento no he visto el mensaje de Morgan —la pelinegra me sonrió con inocencia y se levantó, antes de irse le dio una palmada a Oliver en el hombro y este le asintió en respuesta—. ¿Cómo te encuentras? ¿Has comido algo? ¿Te llevo a casa?
—Sí, por favor. Estoy bien, se me ha bajado la tensión y ya —me ayudó a levantarme a pesar de que no necesitaba ayuda y me abrazó. Sonreí entre sus brazos y más aún cuando me retiró un par de cabellos sueltos para darme un beso en la frente—. Tenías razón, no me han expulsado.
—¿Ves que tienes que confiar en mí? Oliver sabe más.
—¿Acabas de referirte a ti mismo en tercera persona? Cuando pensaba que no podías volverte más engreído, vas y te superas —reí mientras salíamos de la sala con las cosas en las manos. Tyler se acercó a nosotros y le aparté para hablar con él. Hoy era el día de admitir que me equivocaba y el resto tenía razón—. ¿Es posible volver a un solo turno? Al que tenía antes, creo que se me ha quedado todo muy grande y no estoy capacitada para hacerlo —la voz me sonaba temblorosa al hablar porque seguía sintiendo que si no trabajaba la casa se iba a venir abajo y todo iba a pasar de nuevo, pero no podía seguir con ese pensamiento.
Mi mejor amiga tenía razón, tenía que ponerme primero a mí, el resto iba después. Morgan levantó los pulgares en señal de aprobación. Oliver me miró extrañado cuando me puse a su lado y continuamos avanzando hasta su coche mientras le explicaba todo lo que había pasado.
—¿Me vas a dar un beso, cervatillo? —reí ante sus palabras y me acerqué a darle un pequeño beso en los labios. Arrugué la nariz al percibir el olor a sudor y me aparté de golpe—. ¿Qué pasa? Huelo a macho —sonrió con prepotencia y yo rodé los ojos.
—Venga, llévame a casa, unga unga.
—Como tú ordenes, cervatillo. ¿No quieres ver a Bambi? Creo que echa de menos saltar sobre tu cabeza y asustarte —rodé los ojos ante su risa y le hice un corte de mangas. Oliver continuó conduciendo con su mano sobre mi muslo y solo quitándola cuando tenía que cambiar de marcha—. A tu casa entonces, ¿no?
Asentí. Escuché a Oliver contarme como le había ido el entrenamiento y lo mal que llevaban algunos miembros del equipo que él fuese el capitán y no Baker. También me contó que había hablado con su abuela y estaba deseando que fuésemos otro día a Boston para verla. Le sonreí y le dije que también tenía muchas ganas de verla. Vivien era increíble y se notaba lo mucho que quería a su nieto. Además, era muy gracioso ver como se peleaban y picaban.
Al llegar a mi calle, me quedé unos minutos en el coche mientras seguíamos charlando. Saludé a Noah cuando se nos acercó a decir hola, Oliver le miró con el ceño fruncido, pero aun así le saludó, y más después de que le pegase un golpe en el brazo por maleducado. Unos minutos después, me despedí del castaño, pero este me agarró del brazo y me sonrió con prepotencia y egocentrismo.
—¿No te olvidas de algo, cervatillo? —sacó morritos y se señaló con el dedo índice. Rodé los ojos otra vez y le puse la palma de la mano en ellos.
—Deja de ser tan egocéntrico, orangután.
—Así te gusto, cervatillo.
—Eso es lo que tú dices —reí ante su cara de indignación y me acerqué para darle un rápido beso—. Nos vemos mañana, orangután.
—Hasta mañana —me separé de él y caminé hasta la entrada del jardín—. Te quiero, Violet.
Mi cuerpo se quedó congelado ante esas palabras. No era la primera vez que me las decía, pero nunca sabía como reaccionar.
Le sonreí y me despedí con la mano desde la distancia.
Seguí caminando a pesar de que me moría de ganas por decírselas de vuelta.
Desde que Jason se había ido a vivir con nuestro progenitor, la casa estaba más silenciosa que de costumbre. Ya no se escuchaban sus gritos cuando le mataban en los videojuegos sangrientos y violentos que jugaba ni habían peleas para ver quien entraba al baño primero.
No pensé que iba a echar de menos ese alboroto ni que iba a desear tanto que volviese. A veces tenía que poner música del estilo que él escuchaba a todo volumen para seguir la rutina a la que me habían obligado a perder. La casa retumbaba por culpa de la música hortera de mi hermano menor. Pegué un par de voces y le di un golpe a la pared que daba con su dormitorio para que bajase el volumen un poco. Aunque lo hice con una sonrisa.
Jason estaba de vuelta por el fin de semana. Mamá estaba preparó una cena increíble que hizo que mi hermano casi se pusiese a llorar. Juraría que le vi limpiarse una lágrima cuando mi madre le sirvió la tarta de chocolate que tanto le gustaba, pero que llevaba años sin hacer, como postre.
Por Einstein, ¡cómo echaba de menos esto! Hacía tantos años que no me sentía así de bien con mi hermano y madre que no sabía como actuar.
Seguí preparando la mochila con los rotuladores que Morgan me había regalado por mi cumpleaños y un cuaderno de dibujo. Me mordía las uñas mientras hacía un recuento de lo que me tenía que llevar.
Desde mi dormitorio escuché como sonaba el timbre de la casa y, Jason, extrañamente, se propuso bajar a abrir. Estaba segura de que solo lo hizo porque Morgan iba a venir para que fuésemos a dar una vuelta y tener nuestra "cita" que tanto pedía. Aunque Jason se esperaba verla a ella nada más, ya que él no estaba incluido en el paquete de salir.
Preparé la mochila y me la colgué sobre los hombros mientras caminaba hasta las escaleras de la planta superior. Los pasillos estaban llenos de cuadros pintados por mí que mi madre había colgado para darme una sorpresa, además habían muchas fotografías que inmortalizaban nuestra infancia decorando las paredes.
—¿Qué haces aquí? —escuché a mi hermano preguntar con la voz cargada de cabreo. Fruncí el ceño y continué bajando con más rapidez porque no sabía de quién se trataba si no era Morgan la que estaba en la puerta. Abrí los ojos con incredulidad y ahogué un grito cuando vi a mi hermano menor levantar el brazo y atestarle un puñetazo a la persona que estaba en la puerta—. Te dije que te mantuvieses alejada de mi hermana, capullo.
Oliver se masajeaba la mandíbula y miraba con el ceño fruncido a Jason. Poco a poco comenzó a sonreír, lo que hizo que el menor le mirase con cara extraña y con confusión. Me acerqué a ambos y alejé a mi hermano de la puerta, después de darle un golpe en la parte trasera de la cabeza. Miré a Oliver con preocupación y con algo de confusión también, ¿qué hacía aquí? Espera, ¿llevaba un pequeño ramo de claveles y margaritas en la mano? Dejé que entrase y que se sentase en el sofá. Su chaqueta vaquera negra se apretó en los músculos de sus brazos al sentarse y extenderme el ramo. A pesar de su pose chulesca, un pequeño sonrojo cubría sus mejillas.
—No sabía que el enano había vuelto —habló refiriéndose a mi hermano, quien le quitó el vaso de agua antes de que lo cogiese después de escuchar esas palabras—. No seas rencoroso, mocoso. He sido yo quien ha sido atacado sin previo aviso. Dame el agua —mi hermano le tendió el vaso de mala manera.
—¿Qué haces aquí? —no pude evitar preguntar mientras olía las flores y sonreía con alegría y ternura. No me podía creer que me hubiera traído un ramo de mis flores favoritas. Se rascó la parte posterior de la cabeza y me sonrió antes de hablar. Aunque sus ojos se desviaron a la maleta que llevaba colgada sobre los hombros.
—Pensaba llevarte a una cita. ¿Has quedado ya? —preguntó mientras le daba un sorbo al agua y dejaba el vaso en la mesita de café del salón. Asentí y le conté los planes que tenía.
—Creí que te había dicho que Morgan estaba deseando tener una cita —le contesté y el timbre sonó. Oliver asintió al recordar mis palabras y se dio un pequeño golpe en la frente a modo de confirmación.
Dejé el ramo en un pequeño jarrón improvisado y le abrí la puerta a mi mejor amiga, aunque no me dio tiempo a llegar que Jason ya estaba allí comprobando si su aliento olía bien y peinándose ante el espejo de la entrada. Rodé los ojos antes de abrir, pero me dio un empujón y abrió la puerta con seguridad y coquetería.
—¿Qué pasa, nena? ¿Me has echado de menos?
—¿Por qué iba a echar de menos a tus piojos? —contestó con diversión. La sonrisa de Jason murió en unos instantes, pero la tatuada sonrió ampliamente y le dio un abrazo a mi hermano menor, quien volvió a sonreír en cuestión de segundos.
—Cuidado, no te vayas a mear encima, mocoso —acotó Oliver desde el arco de la puerta del salón.
Saludó a Morgan con la cabeza y esta le sonrió con amplitud. La respuesta de mi hermano fue sacarle el dedo corazón y acompañarlo con unas malas palabras.
Oliver se giró hacia mí y me sonrió mientras se acercaba un poco. Me revolvió la cabeza y dejó un beso en mi frente que me hizo sonreír con algo de vergüenza de que mi hermano viese esto. Aspiré su mítico aroma a coco y le sonreí en respuesta.
—Pásatelo bien, pienso recuperar esta cita, cervatillo.
—Deja que revise mi agenda primero —contesté con diversión causando que este rodase sus ojos.
—Mocoso —señaló a mi hermano y este le puso mala cara—. Mañana vendré a por ti. Te reto a un partido dos contra dos con Alek y otro del equipo, quiero ver qué tal te ha enseñado el entrenador Pitcher.
—Vas a morder el polvo —le contestó con egocentrismo y fue el turno de Morgan y mío de rodar los ojos.
Oliver salió de la casa, no sin antes darme otro beso y despedirse de la pelinegra y de Jason, quien le dio un golpe en la mano que planeaba revolverle el cabello perfectamente peinado y recién cortado.
Morgan me señaló con la cabeza la puerta y esa fue la señal para ir a nuestra cita. Suspiré antes de ponerme el casco de la moto y montarme en esta. Agarré con miedo la cintura de mi amiga y recité la tabla periódica durante todo el camino para no marearme. Acabé perdiendo el ritmo cuando iba por Tencenio debido al golpe de risa que le entró a Morgan al escucharme.
El parque que había elegido era de lo más tranquilo. Apenas había gente correteando y era silencioso, cosa que le agradecí. Nos sentamos sobre el mantel que la pelinegra traía en su maleta y vi como sacaba su libro y se acomodaba para leer; yo hice lo mismo con mi cuaderno de dibujo.
Solo se escuchaba el viento aullar y algunos pájaros trinar mientras estábamos concentradas en nuestros pensamientos. Otra página pasaba en el libro de Morgan, vi como apuntaba algo en los márgenes del libro con lápiz y como colocaba varias notas de colores en las páginas. Levanté la mirada del bloc para asegurarme si estaba dibujando correctamente.
Las mismas dos palabras que Oliver me decía pero yo no era capaz de responder a pesar de saber lo que sentía me seguían carcomiendo. Cerré los ojos con frustración y dejé de escribirlas por todo el folio. ¿Por qué era tan fácil escribirlas pero no decírselas en voz alta? ¿Qué me frenaba a decírselas?
—Morgan, ¿cómo le dices a alguien que le quieres? —mi mejor amiga levantó la cabeza del libro y me sonrió con diversión.
—Con la boca.
—Hablo en serio —dejé el bloc en el mantel. Morgan colocó el marcapáginas y me miró, colocando los codos sobre la manta mientras seguía tirada en esta.
—Te sale solo, creo yo. Si te fuerzas a decirlo, seguro que la cosa no va bien. Aunque no siempre hay que decirlo con esas palabras exactas, lo mismo puede ser un gesto o la forma en la que tratas a alguien. El amor se puede expresar de muchas maneras diferentes.
—¿Alguna vez le has dicho a alguien que le quieres? —tragó saliva y desvió la mirada durante una milésima de segundo antes de sonreírme.
—Una vez. Me salió solo, sin quererlo la verdad. Me refiero a un "te quiero" romántico, claro. No sé, simplemente se me escapó —se dio la vuelta quedando su espalda contra el suelo y su cabeza mirando hacia el cielo que estaba comenzando a oscurecerse—. ¿Tienes dudas con Oliver? ¿Aun no le has dicho que estás enamorada de él?
—No tengo dudas —comenté con algo de indignación, aunque su mirada inquisitoria me hizo encoger—. Lo digo en serio, sé que le quiero y que quiero estar con él. Por eso no entiendo por qué no soy capaz de expresarme en voz alta ante él —comenté algo exasperada—, pero él tiene que saber que lo estoy, ¿no? —ahora sí que comenzaba a tener dudas.
—Tranquila, novata. Estoy segura de que lo sabe. Un gesto vale más que mil palabras, ¿no? —me sonrió con serenidad y me hizo tumbarme a su lado. Colocó las manos sobre su barriga y respiró con calma—. Aunque siempre está bien oírlo. Tampoco tienes que apresurarte a decírselo, estoy segura qué él también entiende tus miedos e inseguridades. No es tan orangután como pensamos.
—Es solo que me da miedo que cuando se lo diga, se aburra y desaparezca. ¿Qué tal si quererlo no es suficiente? Quiero decir, mi padre nos quería, nosotros le queríamos, pero nos hizo daño y se fue —Morgan giró la cabeza con rapidez y me dio una mirada cargada de seriedad.
—Oliver no es tu padre ni de coña. No tienen nada en común, Violet. Ahora déjate de tonterías y termina ese retrato que estabas haciendo de mí —sonreí con algo de tristeza y cerré los ojos antes de sentir sus labios sobre mi frente—. Está bien tener miedo a veces, novata, pero ya te lo dije una vez: el miedo nos paraliza y nos impide hacer cosas que nos morimos por hacer. Estás enamorada de Oliver, no hay más que verte, así que vive el momento, disfruta y, lo que sea que pase, es preocupación de la Violet del futuro.
Asentí reteniendo las lágrimas y volví a mi labor de dibujar a mi mejor amiga mientras leía. Su cabello negro se movía a merced del viento y sus largas pestañas tocaban la parte inferior de sus ojos al leer con cuidado y atención. La comisura derecha de su labio de elevaba de vez en cuando mientras sonreía al leer. Plasmé todo eso en el dibujo hecho a lápiz.
Plasmé todo eso porque Morgan era otra de mis musas. Habíamos estado hablando del amor romántico, pero ¿dónde dejábamos el amor amistoso? Era igual que con el tema de las almas gemelas, no creía en ellas hasta que conocí a Morgan y me explicó todo lo que no sabía y nunca me esforcé por aprender. Aunque después de conocerla estaba segura de que éramos dos almas gemelas destinadas a encontrarse y ser amigas, sin necesidad de haber una conexión romántica.
—Te quiero —hablé en voz alta mientras le miraba a los ojos.
—¿Estás practicando para decírselo a Oliver? —preguntó con confusión, le regalé una sonrisa de medio lado y achiqué los ojos con alegría.
—Te quiero, Morgan —aclaré y ella sonrió ampliamente dejando ver la bola plateada que tenía en la lengua—. Eres la mejor amiga que alguien podría tener.
—Yo también te quiero, novata.
Continuamos con nuestras pasiones sin decir ni una palabra más.
Mis palabras eran sinceras. Era la mejor amiga del mundo y me daba pena el resto del mundo porque no iban a tener una Morgan en su vida, porque era única y yo era la afortunada de tenerla a mi lado.
Nunca iba a olvidar mi primer día en la cafetería ni como gracias a esta tatuada había salido de mi zona de comfort.
Lo reafirmaba. Morgan era mi alma gemela.
Iba a matar a Morgan.
¿En serio había sido arrastrada a otra fiesta? Tenía que ser una broma.
Yo solo quería quedarme en casa y ver el nuevo documental sobre los agujeros negros que habían estrenado, pero no. Morgan tenía que arrastrarme a otra fiesta y Oliver ni siquiera había llegado. Tenía que prepararse después del partido antes de llegar a la fraternidad. Por Einstein, me dijo que íbamos a ver juntos el documental para comentarlo después.
Sam se abría paso entre la multitud con tres vasos rojos de plástico en sus manos. El vestido floreado negro se le ajustaba en la cintura pero se abría a medida que bajaba y paraba por encima de las rodillas; su chaqueta vaquera se le subió cuando levantó los brazos y le gritó a alguien que pasaba por su lado y le dio un golpe. Nos sentamos en el sofá rojo una vez que llegó a nuestro lado y le di un sorbo a mi refresco de naranja. Le había pedido que nada de alcohol esta noche, sentía que el pecho me iba demasiado rápido y estaba ansiosa por algo que no sabía.
La pelinegra reía mientras escuchaba lo que Sam tenía que decir. Les sonreí y continué observando el ambiente. Me remojé los labios e intervine en la conversación cuando no pude aguantar más. Miré con el ceño fruncido de disgusto ante la anécdota de la última cita que había tenido Morgan y reí ante la risa sonora de Sam. Cuando esta última miró su teléfono, tecleó y luego levantó la cabeza hacia la entrada supe quienes habían llegado. Oliver, desde la distancia, recorrió con la mirada toda la estancia hasta que nuestros ojos se encontraron. Sonreímos a la vez y le vi acercarse junto a Alek hasta nosotras. El rubio le dio un amplio beso a su novia, haciendo que la tatuada chiflase y gritase. Oliver me guiñó el ojo y se quedó algo cortado cuando se acercó para darme un beso y entré en pánico. Aun así se sentó a mi lado y se pasó un rato jugueteando con mi cabello.
—Oye, ¿seguís con esa rivalidad o competición? —preguntó el rubio mientras bebía de su vaso. Oliver y yo nos miramos antes de contestar.
—Voy ganando yo —contestamos ambos a la vez.
Nos miramos con el ceño fruncido y volvimos a contestar.
—No, yo voy ganando, no tú —le di un golpe en el costado cuando volvimos a decir lo mismo y le fruncí el ceño al ver como sonreía.
—Deja de mentir, cervatillo. Todos sabemos que he ganado yo. Te recuerdo que sacaste un cinco pelado el año pasado y yo un siete —todos rieron al verme con el ceño fruncido y al ver como le daba otro golpe. Me guiñó el ojo y me sacó la lengua de nuevo. Se acercó para susurrarme algo en el oído y me tensé al percibir más de cerca el aroma a coco y su cálido aliento—. Aunque seas más tonta, te sigo queriendo igual.
—Voy al baño —me levanté de golpe llena de nervios y salí de allí.
Oliver me miraba con el ceño fruncido ante mi movimiento tan repentino. Todos me miraban extrañados.
Al llegar al baño me eché agua en la cara y me quedé mirándome en el espejo unos segundos. ¿Qué me pasaba? No era la primera vez que Oliver me lo decía ni me buscaba las cosquillas delante de nuestros amigos, ¿por qué estaba tan nerviosa? ¿Si bebía sería capaz de decirle que le quería? No, ya me dejó claro que no quiere besarme borracha ni nada.
Por Einstein, ¿por qué era tan difícil?
Salí del baño con la cabeza hecha un remolino de ideas contradictorias y pensamientos intrusivos.
—¿Estás bien? —me llevé una mano al pecho ante el susto que me pegaron y asentí intentando calmar mi respiración.
Oliver se intentaba contener la risa por haberme asustado, pero mostraba un rastro de preocupación en sus facciones. Se le marcaba un hoyuelo en el moflete izquierdo; era imperceptible, pero me había pasado tanto tiempo observándole a él y a sus reacciones que sabía que estaba ahí. Apreté mis labios mientras le miraba. No sabía por qué, pero cada vez que le veía sentía la necesidad de contarle lo que sentía.
Por Einstein, debía escuchar a Morgan. Oliver no era mi padre. Oliver no se iba a ir. Oliver me había demostrado una y otra vez que iba a estar para mí. Oliver me había demostrado que me quería. Por Galilei, si él fue el comprador anónimo que me compró tres pinturas cuando lo necesitaba y las tenía colgadas por todo su apartamento.
Su ceño fruncido en preocupación, sus ojos brillando debido a las luces parpadeantes de fiesta y su boca entreabierta me hizo apretar los labios otra vez. Tragué saliva mientras le miraba y conté hasta tres en mi mente antes de tomar aire y hablar.
—Yo te... —sentí mis manos temblar. Oliver frunció más el ceño y se acercó, ya que debido al ruido de la música no se escuchaba nada—. Te quiero —terminé por decir con los ojos cerrados.
Abrí uno con lentitud cuando no le escuché decir nada y temí. Por Einstein, ¿ahora era cuando se iba? ¿Era ahora cuando se reía y me decía que era una broma y que nunca había sentido nada por mí? Sentí un empujón y como acababa en los brazos del castaño.
—¿Eres gilipollas? Mira por donde vas. ¿Estás bien, cervatillo? —asentí y me separé de él con algo de lentitud. No me quería separar de su lado, pero no me había escuchado y necesitaba decirlo.
—Voy a tomar el aire, ¿vienes? —asintió con extrañeza y sin mencionar nada de lo que le había dicho.
Nos abrimos paso entre la multitud que bailaba y charlaba en el salón. Vislumbré la cabellera pelinegra y la piel tatuada de Morgan en el sofá con la parejita y otra persona más a su lado. Los cuatro reían sin parar. La pelinegra hizo contacto visual conmigo y me guiñó el ojo cuando vio que iba agarrada de la mano de Oliver.
Aspiré el aire frío de la calle y sentí como el viento movía los mechones castaños que me caían sobre la cara como una cascada. Caminé mientras miraba las hojas anaranjadas tiradas sobre el suelo y sobre escasos charcos de la lluvia que había caído hacía un par de días. Las estrellas brillaban tras las nubes y, detrás de estas, la luna brillaba con fuerza un día más demostrando que no estaba sola en la inmensidad del espacio. Sonreí ante la sensación de haber vivido esta escena ya. Me senté en el banco de piedra y metí las manos dentro de los bolsillos de mi chaqueta. Escuché a Oliver suspirar a mi lado mientras repetía mis acciones. Soltó un halo de vaho y sonreí al ver como intentaba hacer aritos con la boca, aunque no le salió ni uno solo. Las puntas de sus orejas estaban de color rojo debido al frío que hacía.
—¿Vas a estar inspeccionándome más tiempo? Una foto dura más —solté una amplia carcajada debido a la elección de sus palabras.
Habían sido las mismas que me dijo cuando vino a disculparse por ser el gilipollas que era cuando me tiró la taza de la cafetería al suelo para que la recogiese. Recordaba ese día como si hubiera sido ayer: la sensación de impotencia por no poder gritarle, el hormigueo en los dedos ansiando tener un pincel en mis manos, el rencor hacia mi progenitor y sus llamadas incesantes.
Era la misma sensación, pero todo era tan diferente.
Era increíble como todo había cambiado en un año. Era increíble como yo había cambiado en un año.
Me sentía una persona nueva, pero que todavía tenía muchos pensamientos y sentimientos de la anterior versión de mí misma.
Había decidido que esta versión iba a ser más atrevida. Lo había decidido ahora. Quizás había sido la especie de déjà vu.
—Tengo algo importante que decirte, Oliver—tragó saliva y dejó de sonreír al escucharme decir esas palabras. La pierna derecha comenzó a temblarle y a subir y bajar con rapidez con nerviosismo. Le puse una mano en la rodilla y le sonreí con timidez.
—¿Vuelves a tener dudas? —fruncí el ceño con incredulidad y confusión.
¿Por qué todo el mundo me preguntaba si tenía dudas? Era cierto que las había tenido antes, pero tenía claros mis sentimientos. Y necesitaba expresarlos en voz alta antes de que fuera demasiado tarde.
—¿Qué? ¡No! —exclamé y me giré para mirarle. Tragué saliva y me pellizqué en el brazo para espabilarme—. Te quiero —abrió la boca para decir algo, pero le puse mi dedo índice en los labios y le mandé a callar para seguir hablando—. No sé como ha pasado, ni entiendo el por qué, ya que solo trataba de alejarte, pero tú siempre estabas ahí. Has estado a mi lado cuando más lo necesitaba, me has sacado sonrisas y has hecho todo lo posible para no dejar que estuviese triste. Por Einstein, cumpliste uno de mis sueños al llevarme a ver las Léridas y gracias a ti he vuelto a pintar.
»No sé en qué momento ocurrió. Solo sé que un día estuvimos toda la tarde chateando y picándonos y al siguiente día no podía parar de pensar en volver a hablarte y en sí ibas a molestarme en clase. Siempre había pensado que el amor era una tontería, que estar enamorados era una patraña, hasta que llegaste tú, con tus bromas, tu egocentrismo y tus estúpidas ganas de sacarme de quicio para romperme todos los esquemas que tenía planeados.
»He intentado alejarme de ti tantas veces. Me he auto engañado tantas veces solo por miedo. Aunque no era suficiente, ya que siempre te acercabas a pesar de que te echaba a patadas de mi vida. Estás siempre ahí, aunque te haya tratado mal. Por Einstein, Oliver, ese primer beso después de que interrumpieses la cita con Noah no fue ni el principio, sabía que te tenía aprecio desde mucho antes. Desde que te quedaste conmigo después del ataque de pánico. Pero estaba tan cegada y tenía tan metida en mi mente que no merecía gustarle a nadie que te alejé. Aunque también tenías que entenderme, te pasabas el día metiéndote conmigo y buscándome las cosquillas, ¿cómo iba a saber lo que sentías? Tendrías que haber sido más claro —reí con nerviosismo y tomé aire para seguir hablando—, pero ese no es el caso ahora. La cosa es que te quiero, Oliver Moore y debería habértelo hace mucho. El viaje a Boston debía haber sido diferente, pero soy una cabezona y no me ha entró en la cabeza hasta hace poco. Estoy enamorada de ti, estúpido orangután —concluí con un suspiro de alivio por haberme expresado y dejado todo fuera de mi organismo.
Oliver tenía una sonrisa en el rostro. Echó la cabeza para detrás y profirió un grito mientras levantaba los brazos en alegría. Abrí los ojos con aturdimiento cuando colocó sus manos sobre mis mejillas y dejaba un suave beso en mis labios. Sonreí al sentir como su escasa barba me pinchaba la mandíbula.
—Joder, Violet, no sabes el tiempo que llevo esperando esa confesión —juntó nuestras frentes y le vi sonreír con sinceridad. Ya no hacía frío—. Te estaba dando tu tiempo porque sé lo que te cuesta confiar en los demás, pero necesitaba oírlo ya.
»Te quiero, Violet. Yo sí sé el momento exacto en el que me fijé en ti. Todavía recuerdo como te giraste para mandarme a callar y como sonreíste al escuchar que me llamaban la atención. Mierda, me pareciste tan interesante que necesitaba saber más de ti. Luego te cabreaste y decidiste empezar una competición por no sé qué y ahí vi una oportunidad. Aunque tú me sacabas muchas veces de quicio también, sabías donde dar los golpes —sonreí al escucharle y apreté los labios avergonzada al recordar lo furiosa que me puse cuando me tiró los apuntes a un charco y le declaré la guerra.
Una ráfaga de viento movió mis mechones castaños, pero no tenía frío. Era como si mi cuerpo no sintiese el frío ni el gélido viento chocar contra mi piel. Estaba inmersa en la conversación que no sentía nada de frío.
—También debo decir que has tardado más de lo que pensaba en confesarte —añadió, lo que me hizo levantar mis cejas en incredulidad y diversión.
—¿Quién te crees? ¿Adam Foster? —le respondí y él echó la cabeza para atrás mientras dejaba escapar una amplia carcajada.
—Él también se hubiese enamorado de mí. Soy increíble.
—Eres un creído egocéntrico —le contesté con diversión. Oliver me miró y me regalo una sonrisa de medio lado a la vez que un guiño.
—Pero así me quieres —rodé los ojos, pero lo hice con una sonrisa—. Ya lo has dicho, no puedes retirarlo, cervatillo.
—¿Algún día me dirás el por qué de ese estúpido mote?
—Es un secreto que me llevaré a la tumba —le di un pellizco en el costado que le hizo moverse incómodo en el banco de piedra, pero continué negándose—. Algún día, algún día, cervatillo —le di un último pellizco y un toque en la nariz y el entrecejo para que dejase de fruncir el ceño. Le sonreí y le saqué la lengua, causando una sonrisa en su rostro—. Deja de enamorarme, loca.
Solté una amplia carcajada, pero acepté el beso cuando se inclinó. Cerré los ojos al sentir la palma de una de sus manos sobre mi mandíbula. Mis manos viajaron a su nuca y juguetearon con su corta melena y los caracoles de pelo que tenía. Sus labios eran suaves, ni el frío hacía que se secasen. Los besos de Oliver eran lentos, pero estaban cargados de sentimiento y pasión. Un beso de Oliver era un billete de solo ida al paraíso. Y yo era la afortunada de pisar una y otra vez el cielo de los besos. Encima, Oliver me besaba como si mis labios fuesen agua y él hubiese pasado dos días en el desierto.
En definitiva, Oliver era un dios personificado.
—Te quiero —le dije una vez más cuando dejamos de besarnos a causa de la falta de aire.
—Dímelo otra vez —reí con alegría y éxtasis ante la sensación de calma y paz que sentía.
—Te quiero, Oliver Moore.
—Yo también te quiero, Violet Campbell.
Firmó sus palabras con otro beso. Luego otro. Y luego otro más.
Por Einstein, estaba enamorada de Oliver Moore.
Estaba enamorada de mi mayor rival.
Y él sentía lo mismo.
Sentía que estaba en la cima de la montaña.
—A pesar de esto, la competición sigue en pie. Te pienso aplastar —declaré con seriedad. Escuché como se comenzaba a reír, pero se puso serio y me extendió la mano.
—¿Vamos a seguir siendo rivales, cervatillo?
—Siempre vamos a ser Rivales en la cima, pongo abelii.
FIN
¡Hola! ¡Qué de tiempo! AAAAAAAAA
QUÉ DE INFORMACIÓN PARA PROCESAR AAAAA
PRIMERO, COLE, TE ODIO TANTOOOOOOO (necesitábamos que hubiese un onvre al que odiar en la historia, sorry) menos mal que Oliver le había calado y confía en nuestra cervatillo
mi niña que necesitaba que la cita saliese bien, pero, oye, una cita en la casa de Oliver viendo Shrek es una pedazo de cita. Encima conoces a Bambi, su gatita callejera que nombra en tu honor.
Morgan, eres la mejor amiga del mundo, te quiero tanto a ti y a tus consejos.
Jason, recibirás la atención que te mereces y tendrás a tu propia Morgan, te lo prometo
OLIVER CON EL RAMO DE LAS FLORES FAVORITAS DE VIOLET ¡ME CASO!
Yo entiendo el miedo de mi niña a confesarse, pero menos mal que ha recapacitado y que Oliver es un cachito de pan y estaba dispuesto a esperar todo el tiempo que necesitase :)
¿Qué os ha parecido la declaración?
Quería hacerla más dramática, pero siento que ya ha habido mucho drama y mis niños se merecían un descansito. ¡ADEMÁS, SE HAN DECLARADO EN EL MISMO SITIO QUE UNA VEZ SE PIDIERON PERDÓN Y VIOLET SE DIO CUENTA DE QUE QUIZÁS NO ERA TAN CAPULLO (AUNQUE LO APARENTASE)!
Bueno, hasta aquí hablo.
¿Opiniones de la historia? ¿Qué os ha parecido el último capítulo? Queda el epílogo que lo subiré en estos días (estoy de exámenes, pero me vino la inspiración para este y no pude dejar escapar a las musas)
Además tengo que subir la dedicatoria y los agradecimientos. Igualmente, os doy las gracias ya a todas las lectoras que han estado desde el principio y a las que llegan ahora. Os quiero mucho y me hace muy feliz recibir vuestras notificaciones.
***
Como me duele decir adiós a mis niños </3
¿Habéis visto la nueva de Spiderman? Es una maravilla :)
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
Os dejo mis redes sociales donde, además de subir tonterías, publico adelantos y memes :)
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