Cinco
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Me gustaba el orden, tenía todo planeado a milímetro en mi vida. Siempre lo había tenido todo planeado, desde que era muy pequeña. A los doce años empecé a planear como iba a ser mi vida, para los veintitrés años, que era la edad en la que terminaba la carrera, tendría un título universitario y un puesto de trabajo esperándome. El plan B si no encontrase un trabajo era seguir estudiando para poder seguir preparándome para la vida laboral.
Estaba segura de que iba a tener un puesto de trabajo asegurado al tener las notas que tenía, ya que estas te abrían muchas puertas, ya fuesen en las prácticas no remuneradas como en los trabajos reales, pero mi seguridad se vio un poco reducida al tener a Oliver Moore en la misma universidad en la que yo estaba, ya que ambos podríamos optar por el mismo puesto y eso desencadenaría un gran desastre.
Las buenas notas e inteligencia abrían muchas puertas, sí, pero el dinero abría muchas más y Oliver, por mucho que odiaba admitirlo, era conocido por el gran montón de capital que tenía en su cuenta bancaria y fuera de ella. Estaba viendo mi puesto peligrar de una manera increíble.
Intenté relajarme, solo había resuelto un par de problemas planteados por el profesor, los cuales eran demasiado básicos y simples para ser dados en la carrera que estábamos, solo llevábamos un par de semanas de curso, no podía precipitarme y perder los nervios. Todavía yo no había mostrado lo que valía.
Oliver no sabía a lo que se estaba enfrentando. Aunque no tardaría en descubrirlo, no iba a dejarme derrotar, no iba a ver mi nombre por debajo del suyo de nuevo, me negaba. Iba a conseguir adelantarle, iba a conseguir la plaza al mejor puesto de trabajo e iba a salir de Helmgroves y me iba a llevar a mi familia muy lejos, para que pudiesen vivir la vida que tanto deseaban. No iba a dejar que un niño de papá me quitase todo por lo que he estado luchando durante toda mi vida. No iba a permitírselo.
—¿Puedes tirar la basura, por favor? —la pregunta de Morgan me sacó de mi ensoñación sobre la venganza y la valía. Asentí y me preparé para llevar a los contenedores las grandes bolsas negras que había dentro del recinto. Con la ayuda de otro compañero, las llevamos hasta los bombos de basura y descargamos allí su contenido. Volvimos al local y vi como la pelinegra terminaba de limpiar los mostradores, me dirigí hacía ella y le eché una mano, pues antes terminásemos, antes podríamos irnos para nuestras casas.
Con un suspiro, me quité el delantal y la gorra. Puse el delantal delante de mí y fruncí el ceño al ver la gran cantidad de manchas de café y de nata que tenía, resoplé. Genial, me tocaba lavarlo otra vez. Morgan, a mi lado, sacaba de su riñonera un paquete de tabaco y un mechero, sacó un cigarrillo y se lo colocó en la boca, pero sin encenderlo. Fruncí el ceño de nuevo, asqueada por su acción.
—¿Sabías que eres muy expresiva? —su pregunta me desconcertó. Nunca lo había pensado, pero tampoco era como si me importase mucho—. Que yo fume y tú no, no te hace mejor persona. Deja de mirarme como si acabase de matar a un gatito —respondió. Abrí los ojos y la boca, pero la cerré inmediatamente, avergonzada por mi acción. Cerró su taquilla de un golpe y me miró—. No te creas que no me he dado cuenta de las veces que me miras, juzgándome. No soy peor persona por llevar tatuajes, piercings ni por fumar, pero, en cambio, que tú juzgues a la gente sí que te hace peor persona —contestó. Me quedé callada, no sabía que decirle. Y no sabía si estaba enfadada o no.
—Perdona, es que no estoy acostumbrada a verlos —mi disculpa no valía de mucho y lo sabía. No era excusa, pero era la realidad—. A mí madre nunca le han gustado y creo que eso ha sido una de las tantas cosas que me ha inculcado, solo que ella sabe disimularlo —sonreí, algo incómoda y llevé la mano hacia mi sien para rascármela con el dedo índice, en un gesto de vergüenza e incomodidad. Sabía que era muy juzgona, siempre lo había sido, que la gente no se comportase como yo lo hacía me rallaba mucho, pero no pensaba que iba a molestarle ni era algo que pudiese cambiar de la noche a la mañana.
—No te preocupes, novata —me dio un leve golpe en la cabeza y salió de la sala de empleados. Cogí mi casco de la bicicleta de mi taquilla y le seguí. Me choqué con Tyler en la salida, quien me sonrió y me entregó un sobre con mi nombre, fruncí el ceño pero pronto entendí que era. Le sonreí en retorno y le di las gracias.
Morgan estaba fuera fumándose su cigarro, le di una sonrisa incómoda, esta se despidió con un leve movimiento de cabeza, y continué mi camino por todo el campus hasta el aparcamiento de bicicletas. Le quité el candado a la mía y pedaleé hasta mi casa.
Nuevamente estaba en silencio, salvo por los gritos de Jason mientras jugaba a la consola. Resoplé, con cansancio, al ver que toda la casa estaba hecha un desastre. Le había pedido a mi hermano que la limpiase cuando llegase de clases, pues yo tenía horario de mañana para ir a clase y por la tarde tenía que trabajar, por lo que no me había dado tiempo. Pero el irresponsable que tenía como hermano había decidido hacer caso omiso de mis palabras y haber desperdiciado su tarde jugando a la consola. No entendía que era lo que pasaba por la mente de ese adolescente.
Mecánicamente, empecé a limpiar toda la casa, a la velocidad de la luz. Recogí ropa del suelo, barrí, fregué, lavé los platos y puse la lavadora. Miré en la nevera que era lo que había para cenar, pero solo había restos de comida y un par de verduras en las que estaba germinando un nuevo organismo. Apreté los labios y cerré la nevera.
Me senté en una de las sillas que había alrededor de la mesa de la cocina y me pasé las manos por la cara, agobiada. Saqué de mi mochila el sobre que me dio Tyler hacía unos minutos y conté todo el dinero que había en el interior. Cuando me contrató, llegamos al acuerdo de que iba a cobrar una vez cada quince días, y ya había pasado ese periodo. Una parte de ese dinero, el cual no era mucho pero era suficiente para una camarera universitaria, iba a ser destinado a las compras de la casa; el otro, para pagar las facturas. Lo guardé todo en el escondite dedicado al dinero para las cosas del hogar, ya fuesen para facturas, compras o para arreglar cualquier desperfecto que surgiese.
Acabé cogiendo algo del dinero que había ganado y pedí unas pizzas.
La suave y encantadora voz del locutor de radio se filtraba por mis oídos. Mantuve el rostro sereno mientras escuchaba su charla sobre el último descubrimiento espacial y astrológico. Me encantaba estar al día de todas las noticias científicas que ocurrían en el mundo.
Levanté la mano cuando vi aparecer la silueta del autobús por el horizonte. Le sonreí al chofer y pagué mi trayecto, para luego sentarme en uno de los asientos libres y apartados de la gente. Coloqué mi mochila sobre las piernas y la agarré con las manos, esperando que fuese leve el trayecto. El único momento en el que montaba en autobús era cuando me tocaba hacer la compra, pues el súper mercado más cercano estaba a veinte minutos a pie y en bicicleta era inviable ir, ya que no se podía llevar las bolsas.
Seguí escuchando el podcast hasta llegar a mi destino, donde apreté el botón de parada y esperé a que frenase para bajarme. Miré hacia los lados antes de cruzar y entré en el pequeño súper mercado. Iba enfrascada en mis pensamientos, escuchando al Profesor Roberts dar su charla a través de mis auriculares. Cogí mi carrito y me puse a dar vueltas por el recinto, buscando y cogiendo lo más necesario. Miraba precios, comparaba productos e iba directa a las rebajas, ateniéndome al presupuesto que yo misma había marcado para la compra.
Empujando el carrito, llegué a la zona de galletas y cereales, en búsqueda de los cereales preferidos de Jason para desayunar. Fruncí el ceño al ver que no había casi ninguno. No entendía la afición de la gente por esos copos de cereales integrales, que no sabían a nada y que parecía que masticabas cartón, pero a mi hermano le encantaban, así que siempre se los compraba. El no verlos me fastidió un poco, pues debido a nuestra mala relación, estos cereales era lo único que hacía que me mirase con alegría y no fastidio.
Se me iluminaron los ojos en alivio cuando vi que quedaba una caja, al fondo pero en la parte más alta de la estantería. No era baja, pero tampoco era especialmente alta. Alcé mi brazo para alcanzar la caja e intentar que cayese encima de mí, pero un brazo musculoso fue quien alcanzó el envase. Sonreí, feliz porque no iba a tener que liarla para cogerlos, pero luego vi que los metía en su carrito. Cuando vi de quien se trataba, un sentimiento de furia llenó mis venas, recorriendo todo mi cuerpo.
No le bastaba con adelantarme en clase, ahora tenía hasta que quitarme la única cosa que hacía que mi hermano me mirase bien. Me quedé en un estado de conmoción, no pensaba encontrármelo aquí y menos que me hiciese eso. Apreté los puños a mis costados y le hablé.
—Oye, tú —me miró, desinteresado—. Yo estaba cogiendo esa caja, es mía —levantó las cejas. Sus ojos verdes se clavaron en los míos. Fruncí el ceño, arrugué la nariz y le miré con cabreo. Verde contra azul se enzarzaban en un juego de miradas. El maldito soltó una pequeña sonrisa.
—No veo que tenga nombre por ninguna parte —la sonrisa de superioridad no abandonaba su expresión. Arrastró su carrito por mi lado y me guiñó un ojo al pasar—. La próxima vez corre más, cervatillo —levanté las cejas, incrédula, ante la forma en la que había elegido llamarme. La presión en mis puños aumentó más.
—Gilipollas —dije al verle continuar su paso.
—El gilipollas por lo menos tiene los cereales —jadeé del susto y de la conmoción porque me había escuchado. Mierda, debía aprender a ser más callada y menos ruidosa. Le vi desaparecer entre los pasillos. Suspiré y continué mi trayecto hasta la caja, con un leve cabreo en mi interior.
Llevaba las bolsas en las manos, haciendo un gran esfuerzo por no dejar caer ninguna hasta llegar a la parada de autobús, donde esperé pacientemente su llegada, mientras seguía escuchando al Profesor Roberts explicar las tantas teorías físicas que existían. Así era como aprendía cuando no estaba en casa, sentada en mi escritorio estudiándome todos los apuntes que tenía. Así no tenía la mente pensando en otras cosas, así me centraba en lo importante.
El resto de mi fin de semana se basó en guardar la compra, discutir con mi hermano debido a la falta de su desayuno favorito y en estudiar sin parar, pues el primer parcial de Matemáticas se acercaba y debía aprenderme todas las fórmulas y saber hacerlas bien, sin equivocarme en ningún dígito.
—Necesito a dos para que salgan a la pizarra a corregir este ejercicio.
No dudé ni un segundo en levantar la mano ante la frase que recitó el profesor. Si quería sacar la mejor nota debía mostrar que podía hacerlo, debía hacerme de notar entre el profesorado, para qué a la hora de poner las notas, supiesen quien era y el esfuerzo e interés que había mostrado durante todas las clases. Si tenía que ser una pelota, lo iba a ser. Era un medio para conseguir un fin y no me importaba lo que pensase la gente de mí, aprendí a pasar de esos comentarios en la secundaria, cuando me apodaron como "la mascota de los profesores".
Hice una señal de victoria en mi interior cuando el profesor me señaló, cogí mi papel donde tenía todos los ejercicios hechos y caminé hasta la amplia pizarra. Agarré un trozo de tiza que se encontraba allí y empecé a completar el ejercicio. Al otro extremo de la pizarra se colocó alguien más, dirigí mi mirada hacia esa persona, queriendo saber quien era el o la valiente que había salido. Me quedé de piedra al ver que era Moore. Resoplé, aparté la mirada y continué con la solución.
—Muy bien, señor Moore —escuché decir al profesor. No podía ser, había salido después de mí y ni siquiera llevaba un papel con el que apoyar sus cuentas. Lo había solucionado sin ayuda, al contrario de mí, que necesitaba tener las soluciones escritas porque sino me llevaría horas para resolverlo.
Caminé hasta mi sitio cuando terminé, el profesor también me felicitó, pero no me llenó ni alegró mucho. Él había sido capaz de resolverlo sin ayuda, pero yo no, no podía hacerlo. Sabía que era inteligente, pero no sabía que lo era por naturaleza.
El idiota de Moore no necesitaba estudiar, ni pararse a leer las cosas. Las entendía de golpe. Yo, en cambio, necesitaba ponerme a estudiar, repetir millones de veces, leer, atender, pasarme horas delante de un papel para entenderlo.
Moore era puro talento y poseía un don, lo mío era perseverancia, dedicación y esfuerzo.
Pero ¿cuál de las dos era más importante en la vida real?
¡Hola!
Antes que nada, quiero dar la bienvenida a todas las personas que han llegado y dar las gracias a todas las personas que se han guardado la historia en las listas de lectura. No pensé que ese Tiktok se me fuese a hacer medio viral y, mucho menos, este recibimiento. Estoy muy feliz.
Respecto al capítulo...
Violet empieza a preocuparse, su puesto peligra cada vez más.
Morgan sabe lo que dice, su aspecto no condiciona su personalidad. Que tenga tatuajes, no significa nada, ni sus piercings ni mucho menos que fume. Cada quien es libre de vivir su vida como le de la real gana.
¿Encuentro indirecto pero directo entre Oliver y Violet? ¿Qué pensáis?
La que ha liado una simple caja de cereales
Lo que dice Violet ¿talento o constancia?
¡Muchísimas gracias de nuevo! Espero que os haya gustado y a ver como sale esto.
PD.: En los anuncios he puesto que me estoy planteando publicar dos veces por semana, es una idea que voy a ir probando, ya que sigo publicando "Sigamos soñando" y creo que me podría volver un poco loca con tantas actualizaciones jeje
Pero quiero intentarlo, eso sí, si me veo muy pillada y agobiada volveré a actualizar una sola vez por semana. Espero que lo entendáis.
Maribel
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