Catorce
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¿Qué hacéis cuando vuestra madre os suelta ese tipo de pregunta?
Con esa simple y estúpida pregunta sentí como mi mundo se paralizaba. ¿Por qué no le había dicho nada? ¿Qué iba a decirle? No había nada y no tenía motivos para hacerlo. No era relevante y solo iba a traer problemas, por lo que lo mejor era quedarme calladita y evitar confrontaciones y discusiones.
Levantó la vista de la mesa y clavó sus ojos azules en los míos. Tragué saliva con dificultad, incómoda por su incesante mirada sobre mí. Me quedé quieta, en el quicio de la puerta, sin saber que hacer ni como comportarme. ¿Qué le decía? ¿Qué podría decirle para calmarla?
—¿Cómo te has enterado? —respondí con otra pregunta. Pero me arrepentí al instante que vi como bajaba la mirada y se ponía a mirar sus manos entrelazadas por encima de la mesa
—¿Eso es lo que se te ocurre? —se restregó las manos por la cara y me volvió a mirar—. Me ha llamado a mí mientras estaba en el hospital —me sorprendí al saber que había recurrido a llamarla a ella cuando veía que no se lo cogía. Caminé hasta ella, sentándome a su lado en la mesa. Me miró y sentí, por estúpido e imposible que fuese, como se me rompía el corazón en pedazos al ver que en sus ojos había más rastros de cansancio y tristeza, pero lo intentaba disimular con una cansada sonrisa. Levanté un brazo para atraerla en un abrazo, pero no lo terminé de hacer, me quedé congelada—. Deberías hablar con él, quizás es importante si me ha llamado a mí.
—No tengo nada que hablar con ese señor —respondí, bajando el brazo y colocándolo sobre la mesa.
—Es tu padre.
—Dejó de ser mi padre el día en el que se fue por esa puerta —arrastré la silla por el suelo de madera y me levanté, cogí los envases de plástico y me puse a guardarlos en el congelador para su conservación.
—No seas así, cariño.
Tragué saliva e hice caso omiso de sus palabras. Me sentía mal por ignorar a mi madre, pero no pensaba hacerle caso en esto. Que ella lo hubiese perdonado, o eso decía, no quería decir que yo lo hacía. Para mí ese hombre era solo un conocido que se estaba convirtiendo en un incordio y no necesitaba nada de él, ni quería saber nada de su vida.
—No quiero que por un error que cometió, estés tan enfadada —le lancé una mirada de incredulidad. Contuve todo el aire posible en mis pulmones, intentando calmarme. Pero era imposible.
—Tienes que dejar de ser tan buena e ingenua. Cometió más que un simple error y por su culpa estamos como estamos.
—¿Qué estás diciendo, Violet?
—¿Qué qué estoy diciendo? ¿Es en serio? ¿Crees que soy estúpida? —jamás se me ocurrió que iba a estar hablándole así a mi madre, a la persona que más admiraba en la vida y a la que le debía todo, pero toda la situación me sobrepasaba y que intentase hacer como que mi progenitor se fuese y que intentase hacer como si no pasaba nada no fuera la gran cosa me sacaba de mis casillas y me hacía levantar la voz más de lo que me gustaba.
—¿Qué vamos a comer? —la voz de mi hermano cortó mis próximas palabras y dejó el ambiente más tenso de lo que estaba. Apreté los labios y me arrepentí de lo que estaba a punto de decir.
Subí las escaleras hasta mi habitación y me encerré en esta. Me llevé las manos a la cara y las restregué sobre esta, agobiada y angustiada por la tontería de conversación que habíamos disputado mi madre y yo.
Sabía que ella estuviese tan temprano en casa era un hecho extraño y atípico, que tenía que haber un motivo de peso para eso, pero ¿era realmente la llamada del donante de esperma un buen motivo para que ella dejase el turno? ¿Y si había pasado algo más? ¿Me había pasado? ¿Debería pedirle perdón por hablarle así? ¿Debería hablar con mi progenitor y saber qué era lo que quería?
Me quedé dormida en un mar de dudas y preguntas.
La mala noche me pasó una mala jugada; tanto mis profesores como clientes de la cafetería podían notarlo. No hablé en clases, solo intentaba no dormirme y tomar apuntes sin hacer ningún comentario, ni siquiera respondí a las provocaciones del orangután. En el trabajo lo pasé peor, no me concentraba y estropeé un par de pedidos, haciendo que Morgan me mirase con compasión, cosa que odiaba, y extrañeza, pues nunca me había visto de esta manera y que Tyler me hiciese sentarme un rato para intentar relajarme o espabilarme.
Le di vueltas a mi café con la cucharilla de madera incontables veces, sin poder concentrarme. De todas las vueltas que le había dado, se había quedado fría la bebida, pero no me importaba, no me la pensaba beber de todas formas.
Me acurruqué en mi sudadera y sentí un escalofrío a causa de la ráfaga de viento que pasó, haciéndose denotar la inminente llegada del invierno. Ya estábamos en noviembre, solo era principios de este mes, pero no faltaba nada para que mi estación favorita se acabase y entrase el frío y solitario invierno. Miré hacia el frente y vi a la multitud moverse hasta el campo de futbol a través del campus universitario.
—Cervatillo.
Esto tenía que ser una broma. ¿No había más personas para molestar?
—Espero que estés lista para ver el mejor partido de tu vida —levanté las cejas, divertida y solté un bufido, intentando contener la risa irónica. Era cierto, por eso se movía tanto la gente, había partido—. ¿De qué te ríes? Hoy vas a ver como ganamos y pasamos a la semifinal con mis increíbles pases —levanté la mirada y le vi con los brazos en jarra y con una sonrisa orgullosa y engreída en el rostro. Iba en vaqueros y con una chaqueta negra por encima, en el brazo llevaba colgada una bolsa de deporte.
—Con tus pésimos pases no vais a llegar ni al segundo tiempo —contesté, dejando el vaso de plástico a un lado y cruzando los brazos sobre la mesa—. Además, no me interesa ver a un par de ungas ungas correr detrás de una pelota y darse de hostias para ganar —me encogí de hombros. Era broma, la última vez disfruté mucho el partido, pero no pensaba darle la satisfacción de hacérselo saber.
—Ah, ya entiendo lo que te pasa.
—Ilumíname.
—No quieres venir a verme porque tienes miedo a enamorarte de mí al verme jugar tan bien y llevar a mi equipo a la victoria.
—Vete al tártaro.
—Solo si vienes conmigo.
Abrí ampliamente los ojos, conmocionada e incrédula por sus palabras. ¿En qué momento había pasado de vacilarme a esto? Primero el acercamiento repentino en su coche y ahora esto. ¿Estaba jugando conmigo? Rio al verme tan incómoda.
—¿Qué pasa, cervatillo? ¿Te ponen nerviosa estas bromas? —vale, hasta él admitía que eran bromas. Menos mal—. Venga ya, cervatillo. No seas aburrida. Haz algo más que estudiar.
—Déjame tranquila. No me digas lo que hacer —rodó los ojos y se reacomodó la bolsa de deporte, divertido.
—Lo que tú digas, mojigata. Nos vemos, tengo un partido que ganar y unas bocas que callar —caminó, pero no llegó muy lejos, pues se paró—. Ah, tres a dos. Te he vencido en matemáticas, nada nuevo, pero lo he vuelto a hacer. Ay, que bien sabe la victoria —se fue silbando y dejándome con la palabra en la boca.
Meneé la cabeza, divertida y reí levemente, aunque más rápida me callé al ver que me estaba riendo por algo que el orangután había dicho. Sonó mi teléfono y su notificación me hizo volver a entrar en el estado pensativo y preocupado, mi padre seguía llamándome. Tragué saliva y me planteé cogerlo, coloqué mi pulgar en la pantalla táctil y, con miedo, empecé a bajarlo para darle a aceptar la llamada, pero se cortó sola. Solté todo el aire que no sabía que había estado reteniendo, algo más tranquila ya que no tenía que hablar con él, al fin y al cabo.
Por unos instantes había olvidado mis preocupaciones y todas las dudas que rondaban por mi cabeza y no me dejaban pensar ni concentrarme. Oliver me había entretenido y me había hecho olvidar, aunque fuese por unos minutos, de que la relación con mi madre colgaba de un hilo cada vez más fino y endeble y de la inexistente relación con mi progenitor y las dudas que tenía acerca de su repentino interés y acercamiento. Oliver Moore sacaba mi lado más competitivo y, en momentos como estos, era una distracción más que necesaria.
Tyler me pidió entrar y al verme un poco más centrada y en mis cabales, me permitió volver a trabajar. Me coloqué en mi lado designado, recolocándome la gorra y el delantal y, con una sonrisa para nada verdadera, comencé a tomar pedidos. En un momento Morgan se me acercó y me dio un golpe con la cadera, feliz de ver que estaba siendo yo otra vez.
—Sabes que puedes contarme lo que sea. Si necesitas algo, aquí me tienes. Para eso somos amigas —le sonreí y continué trabajando.
Rei a medida que Morgan me tiraba del brazo, arrastrándome por todo el campus. Al principio me había opuesto y negado mil veces, pero era imposible decirle que no a la pelinegra y, al final, me había acabado arrastrando para ver el partido.
Samantha levantó los brazos y empezó a chillar, indicando donde se encontraba y dejando ver los espacios en los asientos para nosotras. Caminamos hasta ella y aceptamos sus abrazos en modo de saludo. Sonreí divertida al verla de esa manera, llevaba la sudadera del equipo, con el número de Alek en la espalda y un dedo de goma espuma para animar. En el primer partido que vine no la conocía, así que no sabía si era igual de entusiasma siempre o solo ahora que el equipo universitario estaba casi en una semifinal por primera vez desde hacía años. Además, a los otros partidos no vine.
La del pelo rizado nos hizo sentarnos, una a cada lado suya, quedándose ella en el medio y empezó a chillar junto a la multitud. Me eché para atrás al sentir a Morgan llamándome y reí, pues Sam le había pasado el entusiasmo y se había puesto la gorra del equipo y había cogido otro dedo de goma espuma.
Sentí unos leves toques en mi hombro y me di la vuelta. La respiración se me paró y parpadeé por si se trataba de una broma, pero no lo era. Noah me miraba con una sonrisa tierna. Llevaba su típica camisa de cuadros sobre una camiseta con un estampado de comic, y encima llevaba una chaqueta vaquera con borreguito para calmar el frío. Tenía las manos metidas en los bolsillos.
—¿Te importa que me siente aquí? —negué y dejé que se sentase a mi lado. A pesar de llevar los dos pantalones largos, sentía como su pierna hacia contacto con la mía, enviando cosquilleos por todo mi cuerpo—. Hola, soy Noah —se presentó ante Sam y saludó a su vieja amiga Morgan, quien me miró con una sonrisa traviesa y me guiñó un ojo—. Hacia tiempo que no te veía, ¿cómo estás?
—Bien —apreté los labios y los ojos ante la respuesta tan escueta y antipática que le había dado, pues siempre que estaba a su lado me ponía así—. Es decir, no estoy mal, tampoco estoy para tirar cohetes, pero bueno —o hablaba mucho o no hablaba nada. Me di una torta mentalmente por ser tan tonta cada vez que hablaba, o hacía el intento de hablar con Noah—. ¿Y tú? Oh, tienes que decirle a tu madre que la comida, como siempre, está buenísima, pero que no se tiene que molestar en hacérnosla.
—No te preocupes por eso. Ama cocinar para los demás. Y, así, tiene una excusa para hacer comida para dos ejércitos —reí junto a él y metí las manos en mis bolsillos. Noah me miraba sonriéndose, con la característica sonrisa de lado que le salía por tener la mandíbula un poco dislocada. Escuché las voces de las gradas por la salida del equipo a calentar. Noah comenzó a animar, yo le miré por el rabillo del ojo, grabando en mi mente todas sus facciones y acciones, ensimismada por su cercanía y por su contacto.
Vi como Alek le daba un golpe a Moore, haciendo que mirase en nuestra dirección. Alek le gritó algo a su novia, quien le respondió de la misma manera, lanzándole un beso y haciendo que el otro simulase que lo cogía al aire y se lo llevaba al pecho. Morgan hizo como si vomitase, causando la risa del moreno y mía y causando que Sam le mirase con mala cara y le sacase la lengua. El rubio, se escaqueó un momento del calentamiento y se acercó a las gradas para dejar un casto beso en los labios de su novia. Oliver le seguía, con una sonrisa divertida que solo dejaba ver que traía problemas.
—Vaya, vaya, cervatillo. Pero mira quien se ha tragado sus palabras—se dirigió hacia mí, haciendo que rodase los ojos, aburrida—. Si sigues con esa actitud no vas a conseguir que te dedique ninguno de los tantos que voy a marcar —chistó con la lengua y negó.
—Vete al tártaro.
—Ay, cervatillo, ya te he dicho las condiciones para eso.
Le hice un corte de mangas y rodé los ojos. Morgan y Sam empezaron a reírse, acostumbradas a nuestras conversaciones, si es que se podían considerar conversaciones, así. En cambio, Noah nos miraba algo extrañado, pero con una pequeña sonrisa en el rostro.
—¡Moore, Hawks! ¡Venid aquí antes de que os patee los traseros! —el orangután nos guiñó un ojo y se fue, Alek le dio un último beso a su novia y aceptó la suerte que le deseamos, haciendo un corazón con sus manos y salió corriendo.
Los dos chicos se unieron al resto de jugadores y siguieron haciendo el calentamiento. El número ochenta y tres se colocó el aparato para los dientes y luego el casco. Se colocó en la alineación principal y se preparó para comenzar el partido. Cuando el arbitro tocó su silbato, dio por comenzado el partido y la táctica ofensiva de los Bulldogs.
—¿Estáis el número ochenta y tres y tú saliendo? —su pregunta me hizo atragantarme con mi saliva. ¿A qué venía eso? ¿Parecía que éramos pareja?
—No —fruncí el ceño, asqueada y confusa por su pregunta, pues no sabía a qué venía—. ¿Por qué lo preguntas?
—Por nada, por saberlo —contestó con una leve y minúscula sonrisa en el rostro. Miró de nuevo al frente y sacó las manos de los bolsillos para ponerlas sobre el banquillo, quedando estas a milímetros de las mías.
Sentí como mi corazón se aceleraba debido al roce de nuestras pieles ante la noche fría y animada que nos amparaba.
Una amplia sonrisa adornaba mi rostro durante todo el partido y esta se hizo más amplia cuando nuestro equipo ganó el partido y Noah, de la emoción, me abrazó para celebrarlo, causando que un escandaloso color rojizo adornase nuestras mejillas al separarnos.
Le eché las culpas al frío de la noche.
¡Hola!
Violet sigue sin soltar prenda de lo que pasó con su padre, eh...
¡Venga, que todos queremos saber que pasó!
Jason cortando un momento incómodo sin pretenderlo...
Todos sabemos que te encanta que Oliver te moleste, tonta
¿Entre broma y broma...?
¿Tiene Noah una oportunidad o está haciendo el ridículo?
Creo que no lo he dicho nunca, pero me imagino a Samantha como Jaz Sinclair (es que encima ella y Ross Lynch, aka Alek, son pareja en la vida real).
Random, pero si por casualidad comentáis la historia por RRSS, podéis utilizar el hashtag #Rivalesenlacima para que pueda verlo😍☺️
¡Muchas gracias! Nos leemos,
Maribel❤️
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