☆゜02: real life
CAPÍTULO 02:
"Vida Real"
La realidad de Freya era dura, pero de alguna manera, había aprendido a convivir con ella. Sabía que no tenía las mismas oportunidades que muchos de los chicos de su edad, pero eso no le quitaba las ganas de soñar. Siempre mantenía la ilusión de algún día poder estudiar en una buena universidad y dejar atrás la vida de escasez en la que se encontraba, una vida donde vivía al día y donde lo único constante era el pago de deudas que, en su mayoría, deberían ser responsabilidad de su madre.
Antes de que el verano comenzara, había solicitado una beca para una escuela de cine. No entendía qué había hecho mal o qué le había faltado, pero esa mañana, al revisar su correo, encontró la carta que confirmaba sus peores temores: la habían rechazado. La tristeza la golpeó con fuerza, como una ola que te arrastra sin previo aviso. Un dolor en el pecho que solo podía calmarse buscando un respiro, un escape.
Estando en el Cheateau, su desconexión era evidente. El primero en notarlo fue Pope, quien, como siempre, trató de aligerar el ambiente proponiendo una visita a la playa.
Y no había nada más que le gustara a Freya que la playa. Era su refugio, su lugar de paz. Nunca se cansaría del sonido de las olas ni del calor de la arena bajo sus pies descalzos. El sol se ponía sobre el horizonte, tiñendo el cielo de tonos cálidos, y ella podía sentir que el mundo se desaceleraba. En esos momentos, cuando todo parecía demasiado, la bahía era su salvación.
El grupo de amigos estaba sentados sobre una manta, observando el mar. El sol se ocultaba en el horizonte, mientras se mantenían en silencio sintiendo su compañía.
— ¿Qué vamos a hacer este verano?— Freya se atrevió a romper el silencio al sentir que sus pensamientos la sobrepasaban.
—Bueno, yo he estado pensando en este verano...— Kiara empezó, sin apartar la vista del mar— quiero hacer algo para ayudar a las tortugas
— ¿Por qué no lo hacemos más interesante?— JJ intervino con una sonrisa— Podemos robar uno de esos yates. Total, ¿quién va a notarlo? Y luego nos vamos a navegar por el Caribe como si nada y pasar unos días en Yucatán.
—¿Es en serio?— Cuestiono Pope con incredulidad— ¿A Yucatán?
— Además, ¿Por qué robaríamos un yate?— Freya exclamó arrugando la frente.
—Imaginen la adrenalina... Es mucho más emocionante que ir a pescar.
—¡Ya basta, JJ! No haremos nada de eso— Regañó Kiara con una mirada seria.
— Si sigues con esas ideas, nos van a hacer un documental en el noticiero local: "Grupo de pogues, capturados por robar un yate"— Freya hizo un ademán con las manos, imitando el tono dramático de un reportero, lo que hizo que todos soltaran una risa.
— Al menos seremos famosos— El rubio volvió a sentarse junto a Pope
— Pero seguiríamos siendo pobres— Comentó John B con una sonrisa irónica.
— Tendremos suerte si al final del verano no terminas en la cárcel— Freya le advirtió
La conversación siguió entre bromas y comentarios despreocupados, pero Freya no podía sacudirse la sensación de vacío. La noticia del rechazo seguía rondando en su cabeza, una nube gris que no lograba disiparse. Decidió apartarse un poco del grupo para centrarse en el mar. Sacó su cámara y comenzó a fotografiar el paisaje: las gaviotas que volaban sobre el agua, las olas rompiendo en la orilla, incluso a sus amigos, que seguían charlando animadamente detrás de ella. Sin embargo, a pesar de la belleza que la rodeaba, su mente seguía atrapada en esos pensamientos que no podía controlar.
Se sentó en la arena, abrazando sus rodillas, mirando el horizonte sin realmente verlo. Fue entonces cuando la arena a su lado se hundió, anunciando la presencia de alguien. John B se había sentado junto a ella, y aunque intentaba disimular, Freya lo conocía lo suficiente para saber que algo no andaba bien.
— ¿Qué pasa, Yiyi?— Preguntó John B por fin tras un largo rato de silencio.
— No por favor, tú no me llames así— se quejó dándole una mala mirada a John B quien soltó una ligera risa.
— ¿Por qué? En cuarto año no te molestaba— la chica lo miró con incredulidad a lo que el soltó una risa— ¿En qué piensas? —preguntó, esta vez con una seriedad que no pasaba desapercibida para Freya.
Freya no contestó de inmediato. En su lugar, le pasó su teléfono a John B. Sin decir palabra, él empezó a leer el correo, y al finalizar, suspiró con pesar. El rechazo estaba claro.
— Lo siento mucho, Fei —dijo con suavidad, pasándole el teléfono de vuelta.
— No importa —respondió Freya, recostando la cabeza sobre sus rodillas—. De todos modos, creo que ya sabíamos el resultado— Lo miro con una triste sonrisa.
Dentro de él no encontraba las palabras correctas para consolar a su hermana. Si bien, aunque Freya no lo demostraba aquella noticia le afectaba bastante, recordaba el día que llenaron juntos la solicitud la ilusión y los nervios en Freya eran indescriptibles, veía en ella como la emoción se reflejaba en el brillo de sus ojos. Y ahora estaba ahí siendo rechazada, no quería decir algo impropio así que solo la abrazó por los hombros dejando que el silencio curará.
— Ellos se lo pierden— Afirmó muy seguro de su respuesta.— ¿Lo volverás a intentar? Recuerdo que había otra convocatoria para mediados del verano.
— No lo sé— dijo tras soltar un largo suspiro
— Algo más pasa— El chico la apartó para mirarla a los ojos, la conocía bastante bien y era difícil que Frey pudiera esconderle algo a su hermano.
— Carol— una simple palabra bastó para que el chico entendiera el comportamiento distante de Freya— Creo que es bastante obvio que no es competente para ser madre, pero no quiero ir a una casa de acogida, al menos con ella en casa puedo hacer lo que sea, vivir contigo o con Pope o debajo de un muelle en la playa, pero los seguiría viendo ¿Sabes?
— Si te consuela un poco, servicios infantiles también me ha amenazado con mandarme a una casa de acogida— John B se encogió de hombros tratando de restarle importancia
— ¿Cómo me va a consolar eso?— Exclamó aún más nerviosa— Nos pueden mandar a diferentes estados y... jamás te volvería a ver... ¡Dios todo es un asco!— dejo caer su frente sobre sus rodillas.
— Al menos si nos llevan juntos podemos escapar y ser fugitivos juntos— intentó amenizar el ambiente— Podemos escapar a Yucatán— comentó con burla.
Freya soltó un bufido al recordar la gran cantidad de veces que JJ mencionaba Yucatán y por el terrible plan que anteriormente había propuesto.
— Oh no, ni siquiera sabemos español— Freya respondió y ambos rieron. Ambos chicos demostraban una despreocupación, lo cierto era que a Freya le carcomía los nervios pensar en servicios infantiles— No se que voy a hacer para que Carol se mantenga sobria
— Podemos dejarla a la deriva en una lancha— propuso con bastante seriedad.
— Lo más seguro es que encuentre algo para convertirlo en droga— Freya quería bromear, pero su comentario iba bastante en serio— Aún así no te desharas tan fácilmente de mi.
Ambos siguieron bromeando, olvidándose un poco de las preocupaciones que los aquejaban. Freya no sabía qué iba a hacer para que Carol se mantuviera sobria, pero al menos en ese momento, pudo sonreír. Y, mientras John B la miraba con esa mezcla de cariño y complicidad que solo los hermanos comparten, ella supo que, aunque el futuro no fuera claro, siempre tendría su apoyo.
Freya se lanzó sobre él, comenzando a picotearlo con los dedos. Las carcajadas de John B resonaron en el aire, el resto volteó alarmado. Pronto John B se encontraba en el suelo con Freya aplastando su cuerpo, poco después Kiara se había levantado para correr y lanzarse sobre su amiga, tras compartir una mirada los últimos restantes corrieron y se lanzaron tomando precaución de no lastimar a las chicas.
El coro de risas no tardó en aparecer mientras John B hacía el nulo intento de quitarlos de encima suyo. La preocupación se disolvió entre las risas, y por un momento, solo existía el ahora, el presente compartido entre hermanos y amigos.
Para Freya, volver a su casa después de varios días de risas y diversión con sus amigos en el Cheatau era como un golpe brutal a la realidad. Mientras el sol se ocultaba sobre la isla y las olas seguían su curso en el horizonte, ella regresaba a un lugar que nunca dejaba de pesarte en el pecho, un lugar que jamás podría llamar "hogar" sin que le costara un esfuerzo monumental.
La casa, una construcción de madera gastada, se erguía ante ella con un aire de desolación que la golpeaba incluso antes de cruzar la puerta. Tenía la apariencia de una vivienda normal, incluso, con un pequeño porche adornado por las plantas que Freya cuidaba con esmero. Pero era una fachada rota. Al entrar, el olor rancio y la sensación de caos inmediato la envolvían: latas de cerveza amontonadas por todas partes, manchas sospechosas en el sillón que nunca se limpiaban, ceniceros llenos de colillas a medio consumir, y la mesa de centro cubierta con restos de drogas que aún no lograba comprender del todo. La cocina era un desastre: platos de comida a medio comer, trastes sucios, utensilios olvidados, y, sobre todo, un silencio pesado. Solo había una culpable: su madre.
Carol Coleman, una mujer que había dejado atrás cualquier intento de redención y se había refugiado en las drogas. Freya aún no entendía cómo había llegado hasta allí. Recordaba su infancia, cuando la adicción de su madre apenas comenzaba a mostrar su rostro. Al principio era solo hierba, un poco de coca, pero luego todo fue empeorando, como una espiral interminable de sustancias que arrastraron a su madre y a ella misma en una caída libre de la que ya no parecía haber escape. Freya se encontraba atrapada en un ciclo que no podía romper, en el que llegaba a su casa, limpiaba lo que pudiera, llenaba la alacena con comida que sabía que nunca se comerían, y luego se iba, dejando atrás el mismo caos para regresar más tarde y encontrarlo todo igual: su madre inconsciente en el sofá, o acompañada de algún hombre desconocido.
El cansancio comenzaba a consumirla. Se encontraba en un punto donde ya no sabía si salir de allí era siquiera posible. Las ideas de dejarse llevar por los servicios infantiles, aunque aterradoras, comenzaban a sonar como una salida. Pero al mismo tiempo, la sola idea de separarse de todo lo que conocía, de sus amigos, de la isla que amaba, la llenaba de una angustia indescriptible. La lealtad que sentía por ellos era la única cosa que la mantenía atada a este lugar, pero incluso eso comenzaba a desmoronarse.
A pesar de todo, Freya no era una persona que perdiera la esperanza fácilmente. Tenía una cualidad rara: un optimismo implacable que la empujaba a buscar siempre algo positivo, una solución. Pero cada vez que cruzaba esa puerta y veía el desastre que le esperaba, sentía cómo su esperanza se desvanecía al instante. La casa, siempre sucia y desordenada, parecía tragarse cualquier atisbo de alegría.
Al entrar, vio a su madre tirada en el sofá, como una sombra más en ese lugar ya sombrío. Se acercó con cautela y la movió de un lado a otro, confirmando que aún respiraba, aunque eso poco la tranquilizaba.
— Carol —la llamó, su voz cargada de rabia contenida—. Dijimos que nada de esto... —Exclamó con furia, tratando de controlar el nudo en su garganta—. ¡Servicios infantiles vendrá esta semana, y me van a enviar a un hogar de acogida! —La empujó con algo más de fuerza, pero su madre siguió inmóvil, ajena a su frustración.
Freya soltó un suspiro pesado y dejó caer la cabeza hacia atrás, sintiendo cómo la angustia le apretaba el pecho.
— ¿Qué hago ahora?— Murmuró para ella misma, mientras comenzaba a recoger el desastre.
Intento no pensar en eso, pero le era imposible, no quería ir a un hogar de acogida, nos quería ser separada de sus amigos, pero la vida con Carol ya no era algo que pudiera seguir soportando. Había algo que aún la unía a esa isla y eran sus amigos. A veces, una parte de ella sentía que la única manera de escapar de esa prisión emocional era ser arrancada de allí. Pero al mismo tiempo, su lealtad por ellos era tan fuerte que aún le costaba imaginar la idea de abandonar algún día Outer Banks.
El silencio de la casa comenzó a ser insoportable. Necesitaba un respiro. Necesitaba ruido. Encendió el televisor, buscando alguna distracción mientras se ocupaba de la limpieza. El sonido del noticiero llenó el vacío, y fue entonces cuando escuchó algo que le dio una chispa de esperanza: "Un huracán llamado ÁGATHA se aproxima a la región."
Aunque el miedo se apoderó de ella por un momento al pensar en lo que eso significaba para la isla, algo en su interior vio el lado positivo. "Esto podría retrasar la visita de los servicios infantiles. Podría mantener a Carol sobria unos días más."
La idea de que un huracán fuera la salvación para su problema le pareció absurda, pero de alguna manera, también era la única solución que había encontrado. Tal vez, por una vez, algo podría ir bien, aunque fuera por accidente. "¿Qué más da?", pensó, mientras se dejaba llevar por la irónica esperanza de que el desastre natural fuera su única salida.
En ese momento, se dio cuenta de algo: el huracán podía ser lo que necesitaba, pero el verdadero desastre había estado allí todo el tiempo, arrastrándola junto con él.
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