Capítulo 6
Camino por un largo y oscuro pasillo. Quisiera correr, pero siento las piernas pesadas, como si un imán las mantuviera unidas al piso, hace frío o eso es lo que creo porque mis manos están temblorosas. Tengo un nudo atorado en la garganta y comienza a faltarme el oxígeno; doy un par de pasos y me recuesto sobre la pared cerrando los ojos mientras una lágrima resbala por mi mejilla, no puedo creer que esto me esté pasando, no a mí, pero, sobre todo, no a ella.
—Señorita, ¿se encuentra bien? —oigo la voz de Santander, el hombre de confianza de mi padre, y también siento que sujeta mi brazo con delicadeza.
—Suéltame ahora mismo —Rechino los diente sin mirarlo.
—Solo quiero que usted esté bien —habla de nuevo.
Mi paciencia llega a su fin y abro los ojos llena de ira, coloco mi mano sobre la suya y la sacudo de golpe.
—No vuelvas a tocarme ni a dirigirme la palabra.
Intento continuar mi camino y veo otros hombres salir de una puerta que se encuentra al final del pasillo, y no sé cómo, pero mis pies recuperan su soltura e inician una carrera hasta llegar allí, mas una barrares de hombre que parecen troncos se cruzan en mi camino y no me dejan pasar.
—No puede entrar allí, el señor Obregón lo ha prohibido —dice uno de ellos mirándome fijamente.
—El señor Obregón es mi padre y me tiene sin cuidado lo que él piense, así que hazte a un lado. ¡Ahora!
—No insista, por favor.
Cómo me importa un comino su opinión, me armo de valor y le estampo una patada en la entrepierna que lo dobla al instante. El resto de hombres me sostiene y yo forcejo con ellos para zafarme y entrar a esa habitación.
—¡Suéltenla! —Escucho a Santander.
Ellos obedecen a lo que les indica y volteo a mirarlo de mala manera, cuando doy un paso la puerta se abre unos cuantos centímetros y una enfermera sale, pero mis ojos se quedan fijos a la camilla que se ve dentro, donde, claramente, tienen a algo tapado. Mi corazón comienza a latir con ganas de salir saltando de mi pecho, aún así intento mirar un poco más y me acerco con cautela si apartar la mirada del bulto que se encuentra debajo de la sabana gris y lo que veo me deja sin aliento.
Una mano sale de la sabana que cubre la camilla deslizándose hacia abajo. Observo detenidamente muerta de pánico y esa mano pálida lleva una esclava dorada con una piedra de Jade en el centro. Es mi hermana.
—¡Nooo! Maldita sea, por qué ella, por qué —grito desesperada golpeando y pateando con fuerza la pared una y otra vez.
—Cálmese, señorita, se hará daño. —Me sujeta Santander por los hombros.
Me volteo hecha una furia y comienzo a golpearlo gritándole que él también es culpable de todo. Mi rostro está bañando en lágrimas, me niego a creer que sea mi niña quien esté bajo esa sábana. Dejo de golpear a Santander y me separo un poco de él.
—Qué nadie me toque —advierto en tono amenazador.
Camino hacia la mano que aún cuelga de la camilla y me agacho para quedar a su altura. Piel pálida, uñas color rosa pálido, un anillo fino de color plata y su esclava. Entrelazo mi mano a la suya y la acerco a mi frente, luego a mis labios y le doy un leve beso.
—Perdóname, chiquita —digo sollozando.
Recorro su esclava y decido quedármela a modo de recuerdo, así que desprendo el broche que la mantiene atada y la cuelgo en la cadena que llevo en mi cuello. Doy un último beso y me levanto para salir de allí porque no tengo valor de destapar esa sábana y ver su rostro.
Cuando cruzo la puerta recuerdo que no he traído mi auto aquí.
—Alguno de ustedes que me lleve a casa de inmediato —digo limpiando mis lágrimas y guardando mi dolor.
Paso a paso llego hasta la camioneta sintiéndome con un muerto vagando en el inframundo, mi hermana, mi amiga, mi confidente se ha ido y ahora no sé cómo enfrentar la vida sin ella, no sé cómo hacerlo y no quiero hacerlo. Subo a la parte trasera y me recuesto cerrando los ojos intentando que sea una pesadilla y pueda despertar.
Minutos después me informan que hemos llegado y antes de bajar de la camioneta, llamo a Cecilia para decirle que me aloje en su casa esta noche y ella no pone ningún tipo de problema. Tomó una bocanada de aire para tomar valor y enfrentarme al hombre que dice ser mi padre, pero ese señor de padre no tiene nada, es un psicópata y lo odio con todas las fuerzas de mi alma.
Bajo con paso fuerte, estoy decidida a soltarte en su cara todo lo que se merece. Pongo mi mano sobre el picaporte de la puerta de entrada y escucho un fuerte ¡Pum! que parece de un disparo y que proviene del interior de la casa. Entro apresurada y comienzo a llamar a mi padre y mi madre, pero ninguno responde. Corro por el pasillo con el corazón a punto de salirse por mi boca y cuando estoy por llegar al estudio de mi padre un grito estremecedor aturde mis sentidos.
—¡Cómo pudiste! —grita mamá desconsolada.
Me apresuro aún más y al llegar, no puedo creer lo que ven mis ojos... Mi padre está tirado en el piso bañado en sangre y mi madre sujeta su cuerpo sin vida entre sus brazos.
—Eres un cobarde, Alfonso Obregón —digo mirando su cuerpo con desprecio.
Mi madre parece fuera de sí, me acerco intentando no mirar a Obregón y la alzo levemente para sacarla de allí. La abrazo fuerte y ella no se mueve.
—Tranquila, mamá. Todo saldrá bien —susurro acunándola entre mis brazos, pero ella no dice nada.
La separo un poco de mi cuerpo para verla fijamente y sus ojos lucen desorbitados, ella luce desorbitada y fuera de esta realidad. Camino con ella como puedo, hasta llegar a la sala y la dejo con sutileza sobre el sofá.
—¡Me quiero morir! —grita mi madre halándose el cabello y dando patadas descontrolada.
Intento acercarme, pero un fuerte golpe recae sobre sobre mi abdomen y me voy hacia atrás, tropiezo con algo y mi cuerpo cae al piso al tiempo en el que siento un golpe en mi cabeza y todo se vuelve oscuridad para mí.
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