Capítulo 36

Hemos cometido un grave error. Sus palabras hacen que el temor se apodere de mí. Observo y percibo el miedo también en sus ojos. Sus palabras han generado un impacto que no esperaba.

—Dilo de una vez. Por favor —suplico, dejando caer mi cigarrillo dentro de la taza de té.

Ella duda al hablar, comienza a mirar a su alrededor antes de pronunciar.

—Marian ha estado drogándose, encontré cocaína y pastillas entre sus cosas. —Hace silencio, entrelazando sus manos con nerviosismo.

La urgencia me lleva a romper ese corto silencio, exigiendo respuestas:

—¿Y eso qué? Habla ya, por Dios.

—Esmeralda, le he administrado un sedante muy fuerte y una dosis alta. Al mezclarse con las drogas, podría ser mortal. La encontré en su cama y no parece estar con vida.

En este momento, veo cómo mis esperanzas de venganza se desmoronan frente a este problema. La realidad se presenta ante mí de manera implacable, y me doy cuenta de que he cavado un hoyo del cual no podré escapar fácilmente.

La confianza que antes tenía en mi plan se ha desvanecido y ahora solo queda incertidumbre. Me enfrento a las consecuencias de mis acciones y me doy cuenta de que el curso de los eventos ha tomado un giro inesperado.

El miedo se adueña de mí y me enfrento a la realidad de que ya no tengo el control de la situación. La esperanza que alguna vez tuve de obtener venganza se desvanece, reemplazada por el peso de la responsabilidad y las consecuencias que debo afrontar.

Mi intento de buscar justicia se ha vuelto en mi contra, y ahora debo lidiar con las repercusiones de mi error.

No solo eso, hay otro asunto que debo resolver. Necesito controlar mis emociones y calmarme de una vez por todas. Tomo una respiración profunda y me dispongo a preguntar.

—¿Tienes el teléfono contigo?

—Sí, toma. —Hace el intento de sacarlo.

—¡No! Vayamos a mi habitación.

Hechas un mar de nervios nos dirigimos a paso apresurado hasta mi habitación y una vez dentro, luego de cerrar la puerta le indico que me entregue el celular. Lo prendemos y al entrar a la aplicación de WhatsApp me quedó pálida. Siento que mi respiración se va acortando poco a poco.

Hay una conversación reciente con Cecilia.

—La muy sucia de Marian leyó mis mensajes y se hizo pasar por mí.

—Lee que fue lo que hablaron, Esmeralda. ¡Qué nervios! Ayúdame, mi amor o llévame contigo —dice esas últimas palabras mirando hacia arriba.

La miro incrédula y le digo:

—Qué ridícula eres, Valentina. Paolo no es Dios, no llega ni a Ángel caído. Cierra la boca.

—Mira, Esmeralda, yo puedo de...

—¡No puede ser!

—¿Qué sucede, Esme? Hay virgen de Guadalupe apiádate de nosotras. —Comienza a llorar.

Un nudo se instala en mi garganta y ahora me siento peor que antes.

—Marian le ha enviado la ubicación a Cecilia.

—Ay, pero eso qué tiene de malo. ¿qué más hablaron?

—Es muy grave, Valentina. Mi antiguo novio forma parte de los líderes de la mafia italiana, al parecer es la mano derecha de Maximiliano Santoro y Cecilia para este momento ya le debe haber dado mi ubicación a él y yo no deseo caer en manos de otro maldito mafioso.

Comienzo a buscar desesperadamente mis cigarrillos, buscando un alivio momentáneo. Enciendo uno y camino de un lado a otro mientras inhalo el humo, tratando de encontrar algo de calma en este momento de ansiedad.

—Tenemos que evitar que maten a Patrick, yo quiero que tú lo dejes y que él se desilusione, pero no deseo verlo muerto. Ahora mismo hablaré con él.

En ese instante, me apresuro a detenerla antes de que llegue a la puerta, intentando evitar que tome una acción precipitada.

—No puedes hacer eso, si lo haces las dos estaremos en problemas.

—¡No me interesa, no dejaré que asesinen a mi cuñado por mi culpa!

Ella vuelve a caminar y antes de que quite el seguro de la puerta, rápidamente, vuelvo a sujetarla por el brazo y me posiciono frente a ella, bloqueando su paso.

—No seas imprudente, debemos pensar bien qué vamos a hacer. Acaso quieres que me maten a mí. —Ella niega con la cabeza y sus ojos se desbordan en lágrimas.

—Ve a sentarse sobre la cama —exijo, y la veo obedecerme.

Una vez, compruebo que ella no va a salir de la habitación, me acerco y comienzo a redactar un Whatsapp a Cecilia donde le comunico que no he sido yo con la persona que he hablado y que si aún no ha dado mi ubicación a Alessandro que por favor no lo haga y que no confié en él.

—Esmeralda, antes de morir Paolo ha dejado un sobre para ti y en ese sobre estaba ese celular.

Me levanto de golpe y la miro con extrañez.

—Sí, antes de morir me dijo que te ayudara en todo y que te entregara el contenido de ese sobre.

—¿Y por qué no lo has hecho?, ¿Dónde está el sobre?

—No lo consideraba oportuno.

Con frustración, me rasco la cabeza sin comprender lo que está sucediendo.

—Lo tengo escondido en mi habitación —confiesa.

—Iremos a buscarlo ahora mismo.

La ayudo a ponerse de pie y apago rápidamente el celular, volviendo a guardarlo en mi armario. Nos dirigimos hacia la puerta, listas para salir de mi habitación y dirigirnos hacia la suya. Sin embargo, antes de que podamos acercarnos siquiera, Patrick aparece frente a nosotras, bloqueando nuestro camino.

Patrick nos mira y dice:

—Es un alivio que estén juntas". —Luego, se dirige a Olec—: Lleva a mi cuñada a su habitación.

—Sí, señor —responde él.

—Esmeralda, ven conmigo —me dice con dulzura.

Asiento con la cabeza y con una mirada tranquila le indico a Valentina que se calme, mientras ella se aleja junto a Olec. Patrick suavemente me besa los labios y con un gesto de cabeza me indica que lo siga. Sin decir palabra, nos dirigimos hacia su habitación.

Llegamos a su habitación y el coloca su armamento sobre la cama, me mira deseoso y me presiona contra la pared buscando mis labios con vehemencia.

—No dejaré que nadie te ponga una mano encima jamás.

Vuelve a tomar posesión de mis labios con desespero y siento como su erección crece.

—Acompáñame a la ducha —me pide.

Sus manos se deslizan suavemente por mis hombros, acariciando mi piel con delicadeza. Sus dedos hábiles desatan las tiras de mi vestido, dejándolo caer al suelo. Me encuentro solo en lencería, vulnerable ante su mirada llena de deseo. Sus ojos se oscurecen, revelando la pasión que arde en su interior.

Patrick me toma en sus brazos con firmeza, sus brazos fuertes me envuelven con seguridad. Nos dirigimos al cuarto de baño, caminando en un compás íntimo. La tensión y la anticipación crecen con cada paso que damos juntos hasta llegar a nuestro destino donde, posteriormente, se desviste dejando al aire su gran erección.

El agua caliente cae suavemente sobre nuestros cuerpos mientras nos encontramos bajo la ducha. Sus manos recorren mi espalda con deseo, dejando un rastro de fuego en su paso. Sus labios encuentran los míos en un beso húmedo y profundo, y nuestras lenguas se entrelazan en una danza sensual. Siento cómo su aliento se mezcla con el mío, creando una conexión intensa y excitante.

Sus manos expertas exploran cada centímetro de mi piel, provocando sensaciones indescriptibles. Me dejo llevar por el placer que va creciendo dentro de mí, sintiendo cómo cada caricia y cada roce me llevan al borde del éxtasis. Patrick me gira hacia la pared y con las palmas de mis manos abierta me detengo en ella para no caer. Siento como su pene erecto entra en mi interior de forma brusca lo que me hace gritar de placer y dolor.

Los nervios que antes me dominaban se han esfumado por completo, dejando paso únicamente al intenso placer que ahora me embarga. En este instante, todas mis preocupaciones se desvanecen y me entrego por completo a las sensaciones que me brinda este momento de deleite.

Cada embestida es una explosión de placer que nos envuelve por completo. Los gemidos se mezclan con el sonido del agua, creando una sinfonía de pasión desenfrenada.

En ese momento, estamos completamente perdidos, entregados el uno al otro sin reservas. Patrick me propina una palmada en el trasero.

—¡Damasco!

—¿Te gusta, pequeña? Dímelo.

—Sí, más fuerte.

Mis palabras lo llenan de energía. Como si quisiera traspasarme, sus embestidas se vuelven aún más fuertes, sus dedos se clavan en mis caderas. Grito su nombre una vez más y nos corremos al mismo tiempo.

Terminamos de ducharnos en silencio, sumidos en un mutuo agotamiento. Después de esta intensa experiencia, ninguno de nosotros parece tener ganas de pronunciar una palabra. Con su ayuda, salgo de la ducha y juntos abandonamos el cuarto de baño, dejando atrás la humedad y el calor que envolvían nuestros cuerpos.

—¿Cuándo deseas que sea nuestra boda? —pregunta de pronto.

—Lo hablamos después, Patrick. Me encuentro cansada.

Él permanece en silencio, se acomoda en la cama y me invita a recostarme sobre su pecho. Con un sentimiento de alivio, obedezco su gesto, agradecida por evitar la incómoda conversación sobre matrimonio.

¡Prefiero enfrentar la muerte antes que caminar hacia el altar junto a él!

...

Despierto en la habitación, encontrándome sola. Observo el reloj en la mesa de noche y noto que son las nueve de la mañana, he dormido mucho tiempo. Aún estoy desnuda y me percato de que en el lugar donde antes estaba Patrick, ahora hay ropa interior femenina y ropa deportiva. Decido ponerme esa ropa y salgo en busca de Valentina.

En el camino, me encuentro con una de las mucamas y le pido amablemente que lleve mi desayuno a la habitación de Valentina. Continúo mi recorrido hasta llegar a su puerta y toco. Ella abre de inmediato, lista para recibirme.

—No he pegado un ojo —me confiesa.

No quiero admitir que yo he dormido plácidamente, pero ha de suponer que ella lo nota.

—He escuchado mucho alboroto en la mansión esta mañana, no sé qué vamos a hacer —me dice con ganar evidentes de llorar.

—No haremos nada, ni hicimos nada. Tú mantente calmada, nosotras no tenemos qué temer.

—¡Cómo que no! ¡Esa arpía se va a morir por nuestra culpa!

—Deja de gritar por un demonio. ¡No hemos hecho nada y punto! Esa será nuestra nueva verdad y a eso debemos aferrarnos y que no se hable más del tema.

La puerta suena y Valentina indica que pasen. Es Nohelia con lo que supongo es mi desayuno. Sus ojos lucen brillosos y enrojecidos.

—¿Todo bien, Nohe? —le pregunto tratando de saber qué ocurre.

—¡Ay, mis niñas! Han encontrado sin vida a la señorita Marian. —Una lagrima resbala por su mejilla.

Volteo a mirar a Valentina y me doy cuenta que está a punto de infartarse frente a nosotras.

—¿Cómo qué muerta? ¿Qué ha pasado? —finjo estar horrorizada, aunque por dentro estoy es muerta de nervios.

—La señorita Marian seguía consumiendo, al parecer anoche con el encierro se pasó de drogas y le dio una sobredosis. —Limpia su lágrima y se dirige a Valentina—. ¿Señora, se encuentra bien?

Yo juzgo a Valentina con la mirada y ella ladea la cabeza.

—Sí, nana, sí. Me ha impresionado lo de Marian, es todo.

—Es normal, hija. Ahora te traigo un té. —Le sonríe tiernamente—. Esmeralda, mi niña, desayuna y ve al estudio, Patrick te quiere ver.

Trago grueso ante su último anuncio. ¿Será que sospecha lo ocurrido? Demonios, ahora qué hago. 

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