Prólogo
Hay una vieja leyenda en Cevale, que trata de un Rey, y de como se condenó a sí mismo, y a su familia.
Tiene lugar hace veinte años, cuando el Rey Akil Evander cayó muy enfermo.
No tenía posibilidades de sobrevivir, pues al reino habían acudido todo tipo de doctores, curanderos, pero ninguno pronosticaba para él, más que unas semanas de vida, su estado era fatal.
No era una enfermedad común, se había oído de provincias lejanas síntomas similares, que acaban con muertes dolorosas y tortuosas.
Akil estaba frustrado, era muy joven para morir, apenas había disfrutado su vida como monarca, recién se había casado. Él y su reina tenían un bebé, un pequeño recién nacido de nombre Ariz.
El rey no quería marcharse del mundo terrenal tan pronto, por lo que cuando escuchó los rumores en los pasillos del palacio, no pudo evitar que una chispa de esperanza creciera en su interior. Nunca había creído en los mitos ni en la magia, menos en que estás fueran capaz de alterar la salud de alguien. Pero mientras escuchaba a hurtadillas a la servidumbre, más se impresionaba.
—Ha curado a mi hermana de la ceguera. —Dijo la mujer a su compañera.
La segunda asintió. —Si, he oído que la bruja puede lograr milagros si pagas el precio correcto.
El rey había sonreído, de aquello ser cierto él podría pagar con muchas de sus riquezas. Y lo más importante...seguiría vivo.
Lo que desconocía, es que aquella mujer
que había sido curada de la ceguera, tenía que limitarse a vivir en su misma tierra, pues si salía de ella, volvería a perder la vista, obligándola a solo admirar el mismo paisaje toda su vida.
Incluso si Akil no estaba convencido luego de espiar, lo estuvo en ese entonces; Cuando la voz de sus soldados llegó, muchos profesaban que el poder antiguo de una mujer había curado un oficial muy herido en la guerra, con solo pócimas y brebajes.
El rey empezaba a dudar de sus creencias, lo que antes percibía como tonterías ahora parecía su última opción, viendo como empeoraba su estado. Con el pasar de los días se encontraba más débil y de esperar ya no tendría oportunidad. Pues dicen que para un hombre desesperado sus morales pasan a un segundo plano.
El hombre emprendió en secreto el camino a las afueras del bosque, sin sus soldados y a duras penas con la poca fuerza que restaba en su cuerpo. Ahí en la profundidad de la vegetación vivía una mujer. Se le llamaba de muchas formas: Bruja, hechicera, chamana, maldita.
No había duda que tenía poder, pues su reputación lo dejaba en claro.
En el medio del campo estaba una pequeña choza, de magnitud diminuta que apenas y sería capaz de albergar a una persona dentro. La bruja ya sabía que el rey acudiría a su casa, se lo decía su intuición, el rugir del viento, y su humeante caldero que ocupaba la mitad de la estancia. Ella casi no le prestó atención, desafiando las costumbres con las que se trataba a un regente.
—¿Qué es lo que tienes? —Le preguntó.
Akil se sostuvo de su caballo al bajar. Viéndola con asombro, no se parecía en nada a cómo la había imaginado, con el cabello blanco y los ojos azules, varias arrugan surcaban su rostro pero no era súmante vieja, tampoco tenía runas marcando su piel como decían, no lucía más que como una cortesana mayor.
Carraspeó, decidiendo ignorar la informalidad del diálogo. —Estoy enfermo, nadie puede ayudarme, parece que moriré.
Ella asintió. —Tienes razón, hiedes a muerte.
—Dígame qué puedo hacer para sobrevivir, dígame y lo haré. —Imploró.
La mujer le vio desinteresada, haciéndole una señal para que le acompañara dentro.
—Puedo ayudarte, pero casi siempre alterar el destino tiene un precio a pagar.
El rey no dudó en asentir, como si eso fuera muy poco.
—Te daré oro, un puesto en la corte, lo que sea que me pidas con tal de qué me ayudes.
—Aunque tus propuestas me halagan, no soy yo quien dicta el precio, sino el destino mismo, yo solo puedo hablar a través de él y de la magia.
—Ella empezó a colocar un montón de ingredientes al caldero, varios que se resguardaban en frascos y dejaban el agua intranquila luego de ser arrojados. —No quiero riquezas, ni posición, para que mi hechizo funcione deberás renunciar a aquello que de verdad amas.
El rey lo pensó un segundo, lo único que de verdad amaba era su familia. ¿Por qué debería abandonarlos? ¿Qué se supone que haría aquella mujer contra de él y su batallón? No podría lograr nada si se le exponía. Él tenía todas las de ganar.
—Bien, así será.
La hechicera le miró bien, sabiendo que había elegido incorrectamente, pero poniendo manos a la obra, Akil había firmado su propia condena.
Comenzó a trabajar en lo que sería la cura para la enfermedad extraña. Aunque le costó hacer el hechizo, logró que el brebaje estuviese listo, mientras él se mantenía a raya tosiendo de forma seca y cansada.
Terminó siendo un líquido de color púrpura en un vaso de vidrio tapado con una tela roñosa. Nada parecido a los cáliz llenos de vino que solía frecuentar.
—Está noche, con la luna creciente, tome el líquido y piense en su mejora, cerrará los ojos mientras cada parte de su ser será curada, y en la mañana cuando despierte, ya no estará enfermo.
...—Pero recuerde a lo que debe renunciar. Cada acción tiene su consecuencia.
Y aunque actuó como si estuviese convencido, no le dió importancia a su advertencia. Se marchó feliz porque la mujer no le había exigido nada de su oro, y una parte de sí, tenía esperanza de qué iba a funcionar.
Aquella noche el rey bebió el brebaje y al día siguiente estaba sano.
Con el pasar de las semanas ya no sentía dolor ni cansancio, era como antes de caer en cama. Vibrante, feliz y activo. Los doctores de la corte no entendían qué pasaba pero había una felicidad casi palpable en el aire. Claro hasta que la reina cayó en una enfermedad incluso peor que la del rey.
La reina Riona sufrió por dos días antes de fallecer, dejando a su hijo Ariz sin madre. Y al rey desecho. La persona que más amaba en el mundo había muerto. Y aunque se hablaba de veneno y se interrogaban a todos los sirvientes, no había pruebas de que algo extraño había pasado.
Por lo que el rey, alertado y triste, recordó las palabras de la bruja, aquellas que aseguraban que debía renunciar a lo que más amaba y que su desobediencia traería consecuencias.
Fúrico, decidió emprender el viaje de nuevo al bosque, pero esta vez acompañado de su ejército a caballo. La choza estaba ocupada y el humo salía de entre las ventanas posiblemente por el caldero.
—Márchate. —Fue todo lo que dijo la hechicera a la niña de ojos idénticos a los de ella. Logrando que escapara por entre los arbustos, ella sabía lo que pasaría.
A los ojos de Akil la mujer colocó un maleficio a su verdadero amor. ¿Cómo podría ella sentirse con la potestad de arruinar su vida?
Los guardias que lo acompañaron sacaron sus espadas y obligaron a la mujer a salir de la casa.
La ira llenó sus pulmones. —¡Confiesa lo que has hecho, bruja!
Ella le miró inclusive con más rudeza de la que sus ojos podían transmitir, con barbilla alzada dejó que sus palabras le enfurecieran aún más.
—Te he dicho que habría consecuencias si no obedecías al destino. Yo no he hecho nada, la magia por sí sola ha hablado, cobrándote el precio que estuviste dispuesto a pagar.
—¡Mientes! —Soltó con rabia, los caballeros del ejército la tenían acorralada, las espadas apuntando a ella para desgarrarla con una sola estocada. —Has sido tu, lo sé.
La arrojaron al suelo de una patada. Tratada como un animal por los hombres, entonces en medio de todo el bullicio escupió sangre mientras gritaba.
—¡No! ¡Has sido tú el pecador! Has sido tú el que ha faltado a la promesa con la magia, has sido tú el que ha tenido su castigo. ¿Por qué me culpas por tus malas decisiones?
Akil contenía las lágrimas, había sido salvado sólo para que viviera en tristeza y agonía, sin su verdadero amor, ella era la culpable de todo lo que sucedía.
No le escuchó, dio la orden con su mano, un puño cerrado que indicaba ejecución, el cuero de los guantes abrazando la carne. Los guardias la obligaron a ceder en la tierra, manteniendo la barbilla alzada para cortar su cuello, la mujer tenía los ojos llenos de lágrimas de sangre. Ahí se podía ver toda la rabia contenida en ellos.
—"De asesinarme te condenaré. Estarás maldito, tanto tu como los que vengan después de ti, toda tu descendencia sufrirá por los siglos de los siglos, sin poder escapar más que con la muerte. ¡Todos estarán obligados a perecer! Sentirán el dolor y la pérdida, incapaces de amar, incapaces de querer, sólo yo y mi sangre podremos deshacer esta maldición y estarás obligado a vivir con tus decisiones sabiendo que hiciste daño al no obedecer lo que el destino te ha impuesto.
...—La eterna agonía sin escapatoria, sin felicidad, si llegas a dañarme nunca, nunca verás lo que es el amor. ¡Jamás! No hasta que tus huesos se cansen y mueras de vejez, todo será tu culpa, todo será tu culpa."
—Mi reina murió, de todas formas ya no sé que es el amor.
Así, alzó su puño nuevamente y el caballero más cercano empuñó la espada, abriendo su cuello, y asesinándola al instante. La sangre brotó de la herida como un riachuelo. Tintando la vegetación a sus pies, el cuerpo cayó de frente a él.
Destruyeron la choza, el libro de hechizos, el caldero, los ingredientes, quemaron cada hectárea donde estaba, no dejaron rastro de ella.
Y desde ese momento El rey y su familia estuvieron malditos.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top