Único.

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Aquel jueves por la mañana, Nikolai Gogol despertó más temprano que de costumbre, pues tenía una cita imposible de posponer. Aún si el pronóstico predijera meteoritos, no desistiría de su compromiso, sin embargo, afortunadamente, las calles de Moscú solo tenían una fina capa de nieve blanca.

Se arregló como un muchacho de diescisiete que va a su primera salida oficial con la chica que le gusta mucho desde secundario, y mientras se peinaba el cabello, sonreía abiertamente y se daba consejos de ánimo.

A las siete en punto, entonces salió del edificio en que residía solitario; en un atuendo casual de chaqueta y zapatos negros, subió a su auto en el estacionamiento, que ya le esperaba como todas las vísperas y aún más los jueves como esos.

—¡Unas flores! ¡Por supuesto! —se dijo animado tras salir de pensamientos, para poco después encender el motor y comenzar el largo trayecto.

En el camino, subió un poco la radio y tarareó un par de canciones que bien conocía.

Aquel albino era todo un espectáculo con aquella sonrisa. Tenía veintisiete años de edad, trabajaba para una empresa mobiliaria muy reconocida en la ciudad; en sus tiempos libres escribía y hacía trucos de magia para el disfrute ajeno de quien estuviera presente. Evidentemente, un muchacho de este tipo no podía estar soltero y su pareja era aquel día, el objetivo principal.

—Ah, mi precioso Fyodor, voy en camino... —murmuró al escuchar una de las tantas canciones que recordaba haber compartido con él en su adolescencia.

Fyodor Dostoyevsky, era el nombre del afortunado en ganarse la lotería. Su cabello corto hasta los hombros en negro y sus exóticos orbes en color violeta habían cautivado al que ahora recordaba su rostro, tal como si estuviera observando una foto. Todas sus facciones, su linda piel de leche y anatomía delgada eran difíciles de olvidar, así que no se limitó y lo guardó todo para momentos como ese.

—Mi nombre es Nikolai Gogol, un gusto. —El animado infante se había presentado al compañero de equipo que acababan de asignarle.

—Soy... Fyodor Dostoyevsky. —Y él de taciturno comportamiento apenas si habían contestado por cortesía.

Aún recordaba el día en que se conocieron. Tuvieron que hacer equipo en clase de arte para realizar entre los dos una pintura digna de exposición.

—Pintaste todo de negro y violeta —se río al volante—. Oh, una florería. Perfecto.

Cómo Nikolai era nuevo, el pálido niño fue su primer conocido y con el tiempo un buen amigo, ya que era el único que soportaba la animada forma que tenía el albino de ver y hacer sus asuntos.
El azabache era callado, tranquilo, mientras que él un torbellino del que tenían que tener cuidado, por lo que muchos no entendían como podían interactuar de aquella manera tan pacífica, pero esa era su magia, sin quererlo, se complementaban y conocían cosas de la mano del otro todo el tiempo.

—¡Muchas gracias! Estoy seguro de que van a encantarle. —Se despidió de la dependiente una vez tuvo lo que buscaba: un lindo ramo de flores amarillas y anaranjadas para su amado.

—Tenga un buen día. —Con aquello en la espalda, volvió a su auto y continúo.

—Estoy harto de las clases con este profesor. Nunca innova y nos trata como esclavos. Yo quiero ser libre, ¿tú no, Fyodor?preguntaba al muchacho a su lado en el aula, quien tomaba notas pareciendo despreocupado.

—Nos meteremos en problemas si se dan cuenta. —Mordiendo ahora el borrador de aquel lápiz negro, respondió.

—Es por eso que no lo harán. Sígueme. —Con aquello, guiñó un ojo juguetón y lentamente se perdió entre los mesabancos cuando se arrodilló sobre el suelo.

—Nos escapabamos de clase, pero eras tan tonto, que tiraste el termo de agua de un compañero y este avisó al profesor. Nos llevaron a dirección y aunque yo fui el de la idea, tus padres te reprendieron cuando fueron llamados. Tal vez debí haberte pedido una disculpa.

Su semblante se torno serio, pues fue aquella vez la primera en secundaria, en que se distanciaron por un buen tiempo, ya que Nikolai no se disculpó cómo era debido y Fyodor fue castigado. Sin embargo, tiempo después volvieron a hablarse como si nada hubiera sucedido, cuando el albino le pidió la tarea de un día en específico y él otro se la dió sin rechistar.

—¿A qué preparatoria vas a aplicar, Fyodor? —inquirió en aquel receso.

Mientras Fyodor comía su lonche sobre aquel césped, Nikolai estaba recostado con sus brazos detrás de su cabeza. Miraba el cielo y sonreía sin razón aparentemente.

—Mis padres eligirán. Tú, ¿a cual quieres aplicar? —despreocupado después de decir aquello, tomó de su jugo.

—¿No es obvio? Por algo te estoy preguntando, cariño.

—Te sonrojaste como una niña. Nunca voy a olvidarlo. Te veías precioso intentando esconder tú rostro. —Volvío a reír, está vez a dar carcajadas suaves.

Fue precisamente en ese momento, que Nikolai se dió cuenta de aquel sentimiento muy diferente al de la amistad que compartía con el azabache. En ese caso, no se separaría de él jamás, y lo cumplió, aunque bueno, tuvo que estudiar mucho para entrar a la renombrada preparatoria que los padres de Fyódor escogieron para él.

—Oh, no, no ahora... —se quejó molesto poco después.

Había detenido el auto, pues un choque de autos no muy lejos de su lugar ocasionaba un terrible desastre, y con ello, los autos estaban estancados en plena calle por el accidente, e infortunadamente, la calle era de tres carriles y solo una dirección. Así que perdió demasiado tiempo intentando salir de aquella jungla, pues todos tenían prisa.

Sin nada que hacer, esperó, bajó totalmente la radio y comenzó a golpear el volante con su dedo a ritmo lento, que luego se volvió a acelerado.

A su mente vino aquel día en que se declaró al delgado y pálido muchacho.

—¿Por qué no? Si yo te amo y tú me amas... No lo entiendo. —Se volvió loco buscando la respuesta, pero el muchacho de ahora dieciocho frente a él, negó nuevamente.

—¿Qué sucedería si mis padres se enteran? ¿Si todos se enteran? Nikolai, no deseo que nos separen a la fuerza ni que nos miren mal en la calle.

Si bien los jóvenes llevaban una relación a escondidas, el albino necesitaba algo más. Por ello se le había declarado sin importar el que dirán de la sociedad rusa, y por sobre todo, el que dirán de sus progenitores.

—Que estúpido. —Inevitablemente, se molestó al recordar aquella escena en donde había sido rechazado.

Salvo que luego de un tiempo, obtuvo su merecida recompensa al insistir e insistir sin cansancio. Fyódor aceptó ser su novio; oficialmente eran una pareja, pero siguieron escondiéndolo de los ajenos por el bien del azabache que no estaba listo.

Su noviazgo en ese entonces había sido bueno. Tal como todo individuo debería hacer cuando está enamorado, lo disfrutaron con el alma y vivieron momentos inolvidables. Tuvieron citas románticas, divertidas y también algunas raras; tuvieron su primer beso juntos aun después de tanto tiempo, y también, porque no mencionarlo, se amaron entre sábanas una noche de domingo entre el "estudio".

—Ni-Nikolai... Duele mucho... —se quejó el hermoso chico desnudo debajo de su cuerpo.

—Estarás bien, confía en mí. Te amo, mi vida. —Le había susurrado, aunque él no estaba muy seguro de ello y también estaba asustado de las reacciones que tenía el cuerpo contrario.

Fue bueno mientras duró.

—Maldita sea... ¿Cuánto más van a tener a esos autos estorbando? Tengo una cita con mi Fyodor y no se me perdonará llegar tarde. —Nikolai, evidentemente estaba desesperado y molesto.

Cuando los dos cumplieron veintitrés, por un descuido en casa del azabache su madre los había encontrado melosos la navidad de aquella víspera. Entonces la mujer le contó a su marido, y su marido a los padres del mitad ucraniano mitad ruso. Debido a esto, terminaron separándolos por muy grandecitos que estuvieran, ya que Fyodor aún estaba muy apegado a sus padres.

—Podemos hacerlo, así que por favor, no te rindas, cariño. Todavía podemos luchar por estar juntos —suplicando de aquella manera, casi se pone de rodillas para continuar, pero él otro caminó en aquel parque con la intención de dejarlo atrás.

Fyodor estaba asustado y por ello Nikolai debía insistir como siempre había hecho, para que él encontrara la seguridad que necesitaba en ese momento. Aún se amaban, todavía podían hacerlo.

Pero le dejó ir en ese entonces y no fue hasta un año después, cuando Fyodor tuvo más seguridad en sí mismo, que volvieron a lo de antes, y aunque nada fue como esperaban por las limitaciones excesivas en el camino, ellos supieron aprovechar su tiempo juntos nuevamente.

—Hasta que hacen algo bien los de tránsito. ¡Ya era hora! —Con aquellas palabras, volvió a tomar su camino está vez con un poco más de velocidad porque aún le quedaba mucho por llegar a su destino. El albino trató de sonreír, pero le fue imposible hacerlo con algunos recuerdos que nunca deseó quedarse.

—E-Estas más delgado que nunca. ¿Comes adecuadamente? —No quiso hacerlo, pero aquel comentario incomodó al azabache y abandonó tanto el momento íntimo, como su lugar en aquella cama. Puso en su lugar su camisa después.

—Estoy bien. Siempre he sido delgado. —Trató de justificarse, no obstante, había algo malo con Fyodor y eso podía ser notado a distancia, así que para el albino era más evidente.

El Dostoyevsky enfermó tiempo después. Las preocupaciones por su futuro tanto laboral, social y personal le llevaron al punto en que dejó de ingerir alimento, ya que los malestares que se fueron agravando día tras día y sin cuidado, le hacían devolver todo hacia fuera al mínimo segundo. Pronto le diagnosticaron anemia.

—Si hubiera insistido como siempre... Soy, el peor novio que pudiste haber conseguido. —Se burló de él mismo, tan melancólico, que cuando se detuvo en un semáforo, la persona del auto adyacente casi le cuestiona sobre ello.

—Lo siento... lo lamento... Perdóname, pero ya no puedo. No tengo fuerzas para seguir con esto, aún si te amo, no vale la pena. Enfermé como un idiota, no pude graduarme de la universidad al final y de nueva cuenta mis padres saben que tenemos una relación. Lo siento, Nikolai, ya es hora de terminar con todo esto y vivir una vida normal.

El albino se había molestado tanto con aquellas palabras, que desapareció cuando se lo pidió después. No insistió, no volvió... Y cuando lo hizo, ya era tarde.

—¡Es tu culpa! ¡Si mi hijo no te hubiera conocido nada de esto hubiera sucedido! ¡Por tú culpa él se lanzó de ese edificio!

—No es mi culpa... es de todos...

La noticia que causó revuelo en cada habitación cerrada de la bella Rusia. Un joven de veinticinco años se había lanzado desde un edificio de quince pisos; según testigos, el pobre muchacho lloraba y pedía perdón sobre aquella azotea en dónde nadie pudo detenerlo. Entonces cayó.

Nikolai bajó de su auto nada más estacionó en el lugar, aunque tuvo que devolverse porque olvidó el ramo de flores en el asiento del copiloto, y presentarse sin flores era imperdonable para quien le esperaba.

—¡Buenos días, señor Gogol! Por un momento pensamos que no vendría el día de hoy. —Una mujer de traje rosa pastel lo recibió contenta y él sonrió avergonzado.

—Hubo un accidente de tráfico y las calles estaban hechas un desastre, pero he llegado —se rió como un verdadero payaso después de contar. Fue alto, porque estaba nervioso. Sus manos temblorosas le delataban—. ¿Él es-está listo para recibirme? —inquirió al final.

—¡Claro! Ya me ha preguntado antes por usted. Vamos, no hay que perder tiempo.

La joven enfermera comenzó a caminar entre los pasillos de aquella enorme estancia y él le siguió un poco más tranquilo por lo que había escuchado antes. Llegaron poco después a un pasillo despejado que tenía salida hacía un jardín bastante armonioso, en donde había algunas personas en bata blanca.

¡Pero que noticia! Volvíamos a lo de antes. Aunque el joven hombre se lanzó, no murió.

—Mira quien ha llegado, Fyodor, seguro te pondras muy contento. —La enfermera avisó al ver de espaldas a otro paciente más de bata blanca que descansaba entre algunos arbustos sentado en una silla de ruedas.

Había estado un año y medio en coma por el golpe que se llevó en la cabeza. Había sido un milagro, dijeron los doctores; huesos rotos que podían sanar y heridas que podían cerrar con el tiempo, sin embargo, al parecer, había una imposible de curar y no era exactamente una que el azabache se hizo en su intento por arrebatarse la vida. No la tenía él, la tenía Nikolai Gogol.

—¡Hoy te ves mejor que nunca, cariño!

Era hermoso, un angel con aquella sonrisa que había puesto solo al ver al albino extenderle un ramo de flores.

—Hoy, además de estás flores, traje conmigo todos los trucos de magia que aprendí la semana pasada. ¡Todos para ti!

Un hermoso ángel de inocente mirada y gesto.

—Gracias, Nikolai. —Recibió las flores amarillas y anaranjadas con un movimiento lento. Sonrió aún más al olfatearlas haciendo ese movimiento tan gracíl que el albino amaba desde que era niño. Fyodor inclinó la cabeza hacia un lado haciendo mover su cabello en el proceso, y luego le vió directamente con sus bellos orbes violetas. —¿Sabes? Estuve pensando, creo que te conozco de algún lugar.

—¿Lo crees? Yo pienso que no, lo recordaría entonces, cariño.

Un hermoso ángel de inocente mirada y gesto, que hacía llorar al otro ser con algunas palabras de más.

Un hermoso ángel sin recuerdos de la época más feliz y a la vez más triste de sus vidas.

Mi primer Fyogol jsjsj, y para ser sincera, me gustó mucho el resultado.

Aunque no es necesario, esto es para mí poderosísima kaylovedazai ya que esta hermosa personita me inspiró para escribirlo. ¡Espero que te guste, Kay! 

¡Gracias por leer!

ᴀᴅᴠᴇʀᴛᴇɴᴄɪᴀ: sɪ ɴᴏ sᴇ ᴇɴᴄᴜᴇɴᴛʀᴀ ʟᴇʏᴇɴᴅᴏ ʟᴀ sɪɢᴜɪᴇɴᴛᴇ ʜɪsᴛᴏʀɪᴀ ᴇɴ ʟᴀ ᴘᴀ́ɢɪɴᴀ ᴏғɪᴄɪᴀʟ ᴏ ᴀᴘᴘ ᴅᴇ ᴡᴀᴛᴛᴘᴀᴅ, ʜᴀɢᴀ ᴇʟ ғᴀᴠᴏʀ ᴅᴇ ᴅᴇᴊᴀʀ ᴅᴇ ʜᴀᴄᴇʀʟᴏ ʏ ʀᴇᴘᴏʀᴛᴇ ᴇʟ sɪᴛɪᴏ ϙᴜᴇ ʟᴇ ᴘʀᴏᴘᴏʀᴄɪᴏɴᴏ́ ᴇʟ ᴄᴏɴᴛᴇɴɪᴅᴏ.
ᴀᴘᴏʏᴇ ᴀʟ ᴀᴜᴛᴏʀ ᴇɴ ᴇʟ sɪᴛɪᴏ ᴄᴏʀʀᴇᴄᴛᴏ.

ɢʀᴀᴄɪᴀs ᴘᴏʀ sᴜ ᴀᴛᴇɴᴄɪᴏ́ɴ.

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