29. La Traición.


CAPÍTULO 29
La Traición.

VÍCTOR

Desperté con el sonido de un portazo lejano, parecía venir de algún auto, me removí solo para sentir el peso de una delicada mano aferrada en un puño sobre mi vientre, entonces fui consciente de la respiración suave de Eloíse a mi espalda.

No podía verla, pero estaba seguro de que se había dormido con la cabeza pegada a mi cuerpo.

Besé su mano antes de moverme.

Sabía que anoche no había dormido hasta muy tarde y no era precisamente una persona madrugadora, decidí que lo mejor sería dejarla descansar un par de horas más.

Observé la hora en mi reloj, apenas eran las 7:13.

El pelo le cayó sobre el rostro cuando me alejé, ocupé el lugar al final de la cama, sin querer despertarla, disfrutando de verla relajada y en paz.

El hotel era una mugre y había tenido que usar toda mi fuerza de voluntad para no salir de ese lugar de porquería, quemar sus sábanas sucias o, una opción más sensata, ir a dormir en el auto.

No lo hice porque sabía que ella me seguiría, y la mala posición solo la haría levantarse adolorida.

Cedí con eso, pero no quise meterme debajo de las sábanas, manchadas con los fluidos de quién sabe quién, haciendo quién sabe qué.

Eloíse tampoco lo hizo, y decidí al menos taparla con mi campera, una sensación extraña me invadió el pecho.

Verla ahí, cubierta con mi ropa, durmiendo conmigo, despertó un instinto tan primitivo como celoso.

Pertenecía a mi lado.

Ahogué las ganas de besarla, porque ya la había molestado lo suficiente anoche.

Apenas alcancé a ponerme los zapatos, cuando Eloíse se reincorporó de forma pesada.

──Víctor, despertaste.

Parpadeó varias veces, mientras se alejaba la maraña de cabello oscuro del rostro, se acomodó el flequillo que caía sobre sus ojos grandes y expresivos, como un cervatillo.

──Puedes dormir un rato más, iré por algo al buffet, en lo posible que sea empaquetado ──Fui tajante en ese punto──. Te despertaré para irnos cuando todo esté listo y podrás desayunar mientras conduzco.

──Espera un momento, iré contigo, no me tardo.

Eloíse corrió a encerrarse en el baño, supuse que no quería que la viera recién despierta o que sería reticente con ello.

Quise meterme con ella al escuchar la regadera abrirse, pero solo podía pensar en el sarro acomodándose en los azulejos, y desistí como lo había hecho ayer.

Golpeé tres veces más el reloj en mi muñeca, como si así pudiera adelantar el tiempo, saltar el camino hasta el punto donde Eloíse y yo estuviéramos muy lejos de ahí.

──Podemos ir hacia aquí ──señaló──. De ahí rentar un auto hasta la ciudad más cerca de…

──Iremos hasta aquí ──apunté el punto contrario, un lugar bastante despintado en el mapa de la recepción──, desde ahí podremos tomar un vuelo, es más fácil.

──Nunca estuve en el sur ──pareció meditar──, es decir, no tanto.

──Bueno, veremos, tengo buenos contactos para escondernos un tiempo. Al menos hasta volar a Francia.

──¿Por qué Francia?

──¿Por qué no? Es lo suficientemente lejos.

──Ni siquiera sé francés.

Ahogando sus quejas, sujeté su cintura para alzarla y llevarla hasta el auto, ella gritó que tiraría sus cosas.

La ignoré mientras le quitaba las bolsas con el café y las barras de chocolate que había comprado.

Eloíse todavía chillaba cuando la metí al auto, dejé que la sensación de calidez me embriagara, podía hacer esto, podíamos hacer esto, una pareja tonta y cursi en un viaje de carretera.

Subí convencido de eso.

Dejé escapar el aire contenido antes de colocar la llave.

Con falso recelo, Eloíse fingía revisar su cabello en el espejo retrovisor, pero sabía que estaba atenta a lo que hacía.
Lo hacía igual que lo había estado ayer, no quería preocuparla, por lo que luché por reprimir cada deseo estúpido de revisar tres veces las puertas del auto, de tocar tres veces el marco de mi reloj, porque como un ritual ancestral, había convencido a mi mente que eso alejaba cualquier mala suerte.

Arranqué el auto sin preámbulos.

──¿Desde hace cuánto los tienes?

Me metí a la ruta, los árboles eran los únicos que nos seguían y guiaban en el camino, a los dos lados, miles de kilómetros abriéndose ante nosotros.

──No tengo ningún toc, amor.

──No, tienes como veinte.

Le di una rápida mirada, Eloíse frunció el ceño, tan preocupada que me odié por ser el causante de ello.

──No los noto la mayor parte del tiempo, es decir, no los tengo, es el viaje, puede que me esté estresando más de lo normal ──me excuse──. Una vez lleguemos al aeropuerto, lejos de esta mierda, volveré a relajarme.

Eloíse deslizó su mano entre mi cabello, y evité el impulso de cerrar los ojos, subirla a mi regazo y follarla hasta que ambos olvidaramos por qué estábamos ahí.

──Te hubiera guardado algo de Clonazepam.

──Mmm, supongo que no deberías planear un crimen en voz alta.

──Seguro te pone o algo así ──dijo mientras intentaba dar con alguna emisora de radio.

Le lancé una sonrisa rápida, que ella respondió al enarcar una ceja.

──Culpable.

Para mi sorpresa, y alivio la verdad, logré manejar sin más tropiezos, seguía en alerta, y la espalda comenzaba a dolerme en tensión.

Pero nada de eso volvió a sobresalir, suprimí las compulsiones más evidentes, las que Eloíse ya había deducido, y ella se relajó lo suficiente como para terminar durmiendo gran parte del viaje.

Todo iba bien, quizás demasiado, la carretera larga y oscura, cuando el auto fue perdiendo velocidad, poco a poco, hasta detenerse en un punto muerto.

Me negué a creer que nos habíamos quedado.

Bajé para comprobar que no había ningún choque, ninguna rueda pinchada, aunque si lo hubiera tendría que haber notado algún estruendo.

Volví a entrar para comprobar que el tanque estaba en cero.

Exhalé, me sostuve al manubrio, volví a inhalar, Eloíse seguía durmiendo cubierta con mi campera de cuero, podía cargar la gasolina, volver a llenar el tanque y volveríamos a cargar otro bidón en el siguiente pueblo.

Ella no se había despertado, no se daría cuenta de nada.

Bajé para abrir el baúl, tardé diez segundos en procesar que el bidón blanco que debería estar ahí parecía haberse esfumado.

Nada.

Bajé la compuerta para cerrar la cajuela, lo golpeé en un ataque de rabia, solté una maldición con la misma bronca ¿cómo mierda había sido tan descuidado?

Recordaba haber chequeado que Mael sí colocó ahí la gasolina extra, siempre necesaria.

Estaba ahí también cuando bajamos en el hotel, lo había vuelto a revisar, y teníamos medio tanque hace solo unos kilómetros, eso debería haber alcanzado.

──La puta madre.

Sabía que toda esa mierda pasaría, no debería haber conducido, ni haberme quedado en esa mugre de hotel, ni haber evitado revisar cada maldito ítem o golpear tres veces el puto marco del reloj.

El calor me abrasó la piel, amenazó con quemarme vivo, después el aire se escapó un poco de mis pulmones.

Me fregué la cabeza, la nuca, por pura estupidez e impotencia.

──Víctor.

Cerré los ojos, conté diez veces, inhalé de forma profunda, me concentré en el aire frío de la noche, en lo poco que distinguía lo oscuro del bosque.

Nos rodeaba, nos engullía.

Habíamos terminado perdidos en esa mierda.

──Amor.

Eloíse se envolvió a mi cintura, e intentar rehuirla sería inútil, la abracé para terminar empujando su cuerpo contra el baúl del auto, ¿cómo había sido tan imbécil como para ponerla en esa situación?

──Está bien, Víctor, solo iremos por más gasolina y volveremos en un momento.

──Eloíse ──gruñí.

──¿Puedes concentrarte un jodido momento? ──Tiró mi cabello para obligarme a mirarla──. Iremos en busca de otro bidón, y ya está, luego volveremos al auto y saldremos de aquí.

──Mmm.

──Víctor ──me regañó.

Estaba furioso, quería romper algo, o quemarlo, o llorar por haber sido tan imbécil.

Pero no hice nada de eso, y comprobé tres veces antes de echar la llave al auto y ponernos en marcha.

El camino fue silencioso, solo se escuchaba el ulular cercano de algún búho, y nuestros pasos sobre el pavimento.

Eloíse iba delante, parecía enojada, porque la ignoré el primer tramo, ella iba con brazos cruzados al frente y mi campera rozandole los muslos.

Dejé salir el aire de forma pesada.

Avancé hasta rodear su cintura, la pegué a mí, pero ella rehuyó mi mirada.

──No quise tratarte mal, no quiero más discusiones.

Odié la forma en que su cuerpo se tensó por la cercanía.

──¿Y cómo vamos a discutir si desde que subimos a la mierda de auto no me estás hablando?

──Porque te pasaste el jodido camino dormida ──le recordé entre dientes.

──Sí, bien, mejor que verte la cara de fastidio.

La dejé ir, alcé las manos y ella no tardó en volver a tomar la delantera.

Decidí no insistir más, ya tenía un jodido dolor de cabeza por vernos en esa situación, lo último que necesitaba era una lista de reproches.

Habremos caminado una hora hasta llegar a una gasolinera cercana. La estación tintineó como un faro de luz blanquecina en la noche.

──No te metas en ningún lugar que no conozcas ──ordené al verla encaminarse con demasiada rapidez.

Intenté sujetarla, pero ella se safó sin darme oportunidad.

──Como sea.

Un anciano estaba junto a los tanques expendedores, nos observó con más intriga que recelo.

──¿Los ayudo?

──Nos falta un tanque de gasolina y yo quiero pasar al baño ──pidió ella.

──Eloíse, ven aquí, ahora.

──Vete a la mierda.

No volteó a verme ni una vez, y el viejo silbó en mi dirección, escuché el timbre cuando la vi entrar a la tienda, a través del vidrio observé a una anciana levantar su atención de una revista para recibirla.

No escuché lo que decían, pero me sentí culpable al notar la contrariedad en el rostro de Eloíse.

Ella había sido paciente la noche anterior, se preocupó por mis estupideces en todo el camino, y yo había decidido que tratarla para la mierda era una buena retribución.

──¿Peleas de novios, eh? ──Carcajeó de buena gana──. Y no se vuelve más fácil con los años, Zulema y yo todavía tenemos encontronazos por las cosas más estúpidas.

──Ya ──dije──. Es que no nos fue bien al pasar el fin de semana con sus padres ──mentí un poco porque quería, otro porque estaba aburrido, y otro porque no quería que el viejo supiera nada real sobre nosotros.

──Ah, con Zulema hace rato no tengo ese problema, ven que te cargo un tanque.

Controlé el tiempo que Eloíse pasaba en el baño, el viejo me habló sobre sus nietos, sobre cómo él y Zulema se habían mudado al pueblo después de huir con ella embarazada, el bebé nunca llegó pero ellos ya estaban demasiado instalados como para irse.

Tenían diez hijos, pero solo me habló de uno que era médico en la ciudad.

Por un momento me pregunté cómo sería tener un padre como él, que aburriera a los extraños con charlas sobre tus logros y obstáculos.

Yo era más como sus otros nueve hijos, quizás, sabía que el imbécil del borracho que medio me crió no hablaba más de mí en el bar que para pedir que me llamaran para ir buscarlo, o sobre cómo era una zorra malagradecida igual que mi madre.

──¿Tienen una maldita letrina o por qué se tarda tanto?

──No quiero decirte nada, hijo, pero creo que te tocara ser el que ceda ──aconsejó mientras se limpiaba las manos grasosas con un trapo aun más sucio──. Por la cara de la chica la cagaste en grande.

No tuve más tiempo para divagues, entré a la tienda tras ella, la vieja volvió a levantar su cabeza en mi dirección, como una tortuga perezosa.

──Buenas noches, ¿dónde están los baños? ──exigí.

──Ah, no, yo iré contigo, ya los conozco a los de su clase ──Salió de detrás del mostrador, recuperando la vitalidad con el llamado del deber──. Los conozco bien, solo quieren ir a hacer la porquería en mi baño.

──No tendría sexo en ningún baño mugriento ──Torcí una mueca, casi verde del asco.

La mujer me lanzó un sape a la cabeza y me sobé con rencor, recordando que era una anciana de como sesenta años.

──No hables así enfrente de una señora.

──Demasiado recatada para alguien con díez hijos, ¿no cree?

Ella me ignoró esa vez, e igual la seguí mientras se metía por el corredor de luz amarillenta.
Llegamos al final, una puerta oxidada y que no cubría todo el marco, dejando un espacio a los pies, revisé cada cubículo sin encontrar nada.

Después lo vi, en el suelo, la tarjeta con el emblema de la institución que me había exigido veneración por años.

Una invitación con las cuatro serpientes enroscadas.

Eloíse había sido llevada al Revival.

Ese mes el Circo de Revival sería la gran atracción, utilicé la moto de Eusebio para volver al pueblo de Resantra, en un viaje récord de una hora.

El hecho de que Fausto tuviera la desprolijidad de convocar otro Revival a semana y media del anterior, e incluso solo para su diversión, dejaba en claro lo poco que se respetaban sus propios códigos en la institución.

Y el poco sentido que tenía seguir sirviendole.

La mansión me recibió tan sombría como siempre.

La niebla se enredaba entre los prados y flotaba sobre los lagos que envolvían la casona de estilo gótico.

Como esa noche, miles de noche atrás si me guiaba por la percepción de mi memoria, y apenas un suspiro de tiempo.

El Circo Revival volvía a reunirse en Resantra.

Subí las escalinatas hasta la entrada de la mansión, seguíamos sin luz, pero las velas hacían un tenue esfuerzo por repeler la oscuridad de una noche cerrada.

Por la cantidad de autos aparcados, los cazadores ya habían llegado para su tradición.

Por una de las ventanas observé las carpas violetas y negras del circo, acomodadas sobre la ribera.

El sonido del piano me guio escaleras arriba, debía ser prudente, debía pensar rápido, debía calibrar mis opciones y, sobre todo, debía romperle la cabeza al imbécil de Fausto.

──Señor Víctor.

Detenido en medio del corredor, observé a la joven que me tendía un cambio de ropa, un traje y el broche con el emblema del Revival.

Después de todo, los asesinos tenían maneras.

──Lo necesita para asistir.

Su voz era frígida y despegada, congelada como escarcha, como la neblina que discurría en sus ojos.

──Sí, claro, puedo hacer esto.

Podría seguir con el teatro de Fausto, un tiempo, hasta romperle la cara, hasta cortarle los dedos y vaciar las cuencas de sus ojos.

Fui hasta mi habitación, realicé el cambio de ropa sin mucha ceremonia, mientras abotonaba mejor las mangas, concentré mi vista en la carpa principal.

Las presas habían estado ahí la última vez.

Quizás.

No quería pensar en Eloíse como una.

Seguí a la sirvienta por el largo pasillo, aunque no era necesario, Fausto no había dejado de tocar la melodía en ningún momento, una sonata siniestra que se deslizaba por los corredores.

Cuando entré en la sala de música, él dejó de tocar, observé la figura de una mujer sumergida en las sombras, los pisos veteados de mármol reflejaban las luces de las velas, los vidrios empañados apenas dejaban ver nada fuera.

No había demasiado que ver de igual forma, bosques cubiertos de niebla como garras fantasmales.

──Querido Víctor.

Fausto permaneció erguido sobre el piano, un momento, luego se puso de pie con su sobriedad usual.

──Vienes a buscarla ──No fue una pregunta──. Nunca te importó, nunca te doblegaste ante una falsa moral ni retrocediste ante la sangre, ¿por qué ahora?

Ladeó su cabeza ligeramente, intriga en sus ojos café.

Desde que conocía a Fausto, nunca había visto cambiar su apariencia, no solo en los excéntricos trajes, utilizando siempre algún jabot de encaje y puños a juego con chaquetas de terciopelo.

Más allá de eso, su piel era igual de tersa e impoluta como cuando se acercó a mí y yo era solo un adolescente.

──Te encaprichaste con ella ──Llegó a la conclusión por su cuenta.

──Y tú te ensañaste demasiado con ella, no me sorprende, nunca fuiste adepto a ninguna regla.

Fausto se guardó las manos detrás de la espalda.

──Bazel… sabía demasiadas cosas de ti, empezaste haciendo tratos con él, era un buen cómplice ──relaté mis suposiciones──. Pero empezó a exigir más, demasiado terco como para no ser avaricioso, entonces tuviste que sacrificarlo.

──Eso se les hace a los perros que empiezan a dar problemas, ¿o no?

──Nos usaste para tapar tu mugre, siempre fue así.

──Y era un buen momento para recordarselos.

──¿Qué mierda quieres con Eloise?

──Que la caces ──asintió──, como el cazador nato que eres, Víctor, no te va la imagen de héroe romántico, eres un miembro fiel de la Sociedad Antigua, tienes futuro, lo sabes, y te gusta.

──No soy tu maldito perro.

Saqué el cuchillo de mi manga para apuntarlo al cuello, lo estampé contra su estúpido piano, la mujer no se movió de las sombras.

──Me importa una mierda, lo que hagas, tus negocios o la Orden, ¿dónde está Eloíse?

Solo entonces Fausto le indicó a la mujer que se acercara, un gesto de cabeza con el que ella se apoyó en el piano, no pude ver su rostro cuando ella deslizó un encendedor hacia mí.

El grabado del Santa Ana.

──El mismo colegio donde iba Eloíse ──apuntó Fausto──. El mismo encendedor tirado en la lluvia, el que guardaste por años. Tu linda Eloíse es una asesina.

Reforcé el agarre en su cuello.

──¿Dónde mierda está?

──¿Cuándo Víctor? ¿Desde cuándo lo sabes?

No lo hacía, era una suposición, cuando el Padre Lautaro me consiguió los papeles y vi que había salido librada de un accidente automovilístico por los contactos de sus padres, supuse uniendo puntos.

──Me importa una mierda.

Fausto me arrojó lejos, me planté firme mientras lo veía acomodarse el traje.

──Víctor, ella fue la que te desgració ese día, la que acabó con tu vida y te obligó a esto ──me explicó de forma pausada──. Eloíse no es más que un lobo vestido de cordero, siempre lo fue. Tenía solo quince años cuando fue capaz de ocultar un asesinato, y tú la veneras como si fuera un angelito.

──¿Cómo llegaste a ella?

Supuse que el hecho de que Eloíse y su amiga hubieran caído en el Circo Revival no era ningúna coincidencia.

──Eloíse desapareció del mapa por un tiempo ──relató──. Decidí que para encontrarla necesitaría un empujé, un ayudante, alguien que pudiera guiarla hacia donde quería.

Dirigí mi vista a la mujer, ella caminó unos pasos hasta que las velas iluminaron su rostro, la reconocí del circo, de la foto, de cada vez que la había odiado.

Serena.

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