AÑOS ATRÁS.
El tema con las grandes ciudades, era que te olvidaban rápidamente, y cuando vivías en la parte este del distrito, tu nombre pasaba a ser un número, otro fantasma escondido en un porcentaje.
El 71% que no tenía acceso a una vivienda propia, el 53% que dejaba la escuela antes de alcanzar el cuarto año, el 15% que caía en rehabilitación antes de los quince años.
El punto era que cuando la gente dejaba de intentarlo contigo, te dabas cuenta que no tenía mucho sentido haber empezado en primer lugar.
Subí mi capucha, como si eso pudiera hacer algo para detener el frío, agujas heladas cortando mi rostro, en el bolsillo de la campera de corderoy tenía apenas veinte billetes, cerré mis puños alrededor de mi última ganancia.
Papá había cobrado mil por un trabajo de tres días, y en ese momento debían estarse esfumando en algún bar escondido.
La noche caía en la oscuridad de la plaza, y los faros comenzaban a iluminarse en tonos cobre, el calor encendiendose en los hogares de pintura destartalada y rejas en cada ventana.
Volví a presionar el dinero entre mis dedos.
Sabía que podía ir por Santo, solo lo suficiente para convertir esos veinte en trescientos, y luego, volvería a deslizarme en el dulce entumecimiento.
Podía pasar uno o días, sin estar consciente de la mierda, y luego volvería otra vez.
Bajé mis pies del banco de la plaza, estirando mis piernas mientras el viento rugía entre mis ropas, tironeando como una manada de lobos.
Necesitaba un baño, y comida que no estuviera empaquetada.
La consejera de la escuela me había recomendado apegarme a una rutina, buscar algún deporte que me ayudara a “despertar mi entusiasmo” y “enfocar mi atención en cosas positivas”.
Eso había sido una semana antes, cuando retomé la escuela, y al volver de clases papá estaba ebrio, pero estaba en casa.
Me había analizado con una sonrisa vaga al verme, enarcando una ceja con petulancia bobalicona.
Éramos iguales, el pelo de un trigo blanquecino, pero él tenía los ojos de un celeste que siempre delataba la inyección de sangre en ellos.
──El señorito va a la escuela ──soltó algo como una risa o un gruñido, su aliento agrio de alcohol cuando se acercó──. Eres igual que tu madre, una pequeña mierda que se cree muy importante.
Intenté bordearle, solo irme y dejarlo con su rabia, pero él tiró de mi brazo para obligarme a tragar sus palabras.
──¿No te gusta lo que ves, muchacho? Somos iguales.
Esa vez no había venido con ningún golpe, de alguna forma se las arregló para hacerlo más doloroso.
Ya había pasado una semana de eso, y ahí estaba, como un perro al que echaron de su casa, acechando en busca de alguna migaja.
Estuve en casa de Santo tres días, hasta que me dijo que tendría que empezar con las entregas si quería seguir teniendo un techo.
Eso dos días antes de que desapareciera con un paquete de su receta especial.
El teléfono vibró en mi bolsillo, atendí pensando que sería Santo, gritando todas las cosas horribles que haría si no aparecía con su dinero.
──Muchacho ──Reconocí la voz de Don Theo al otro lado, podía imaginarlo, sus labios fruncidos debajo de sus bigotes, viéndome como si fuera algo lamentable──. Tu viejo está acá, haciendo un desastre, hay unos tipos que quieren golpearlo.
──¿Y qué? Que le saquen un poco de mierda.
Un suspiro al otro lado, estática.
──Ven, Mari tiene algo para ti, ¿de acuerdo?
Dos horas después estaba conduciendo la camioneta vieja de papá, el gordo dormitando en el asiento del copiloto, tomé la ruta larga para evitar los controles, porque todavía no tenía mi licencia de conducir.
Aunque por la lluvia que azotaba ese no sería un problema, ya se habrían escondido en sus casetas para terminar la jornada.
El olor a queso y cebolla de las hamburguesas inundaba el interior del auto, para mezclarse de forma nauseabunda con el olor a cerveza barata y vómito del viejo.
Y aun así podría comer ahí mismo, debía ser lo mejor que podría ingerir en tres días.
Los árboles bordeaban la línea del camino, el agua azotaba con tanta fuerza que no podía ver nada a dos metros de distancia, podría hacerme a un lado y esperar.
Pero eso me dejaría atrapado por más tiempo con ese costal de mugre.
“¿No te gusta lo que ves, muchacho? Somos iguales.”
Le eché una mirada, solo para ver como babeaba contra la ventanilla del auto.
El descuido de un momento.
Dos faros aparecieron, de la nada, cortando la lluvia y cegando mi visión como un relámpago, intenté meter el freno, porque creí que eso ayudaría.
Eso solo dejó a la camioneta en un punto muerto, tembló en un zigzag sobre las llantas delanteras, un estruendo repentino mientras daba un volantazo, terminé en la barranquilla.
Por un momento fui muy liviano, pero el cinturón me mantuvo pegado al asiento, y al voltearse todavía quedé suspendido de cabeza.
El olor a cobre inundó la cabina, la hamburguesa quedó desplomada contra el techo mugriento.
Fue un pensamiento estúpido, lo reconocí en el momento que llegó, pero mi estómago crujía y la lluvia seguía azotando. Estaba hambriento.
Mi cabeza demasiado aturdida como para diferenciar pensamientos coherentes, mis manos realizaron intentos vagos hasta dar con el cinturón y desabrocharlo.
Ni siquiera fui consciente de cómo caí, pero lo hice, y me deslicé fuera del vehículo volcado, mis palmas quedaron manchadas de barro y rastros de pasto.
Miré a mi padre una vez más.
Quería preguntarle si estaba bien, pero papá tenía el cuello en una posición imposible.
Esperé esa sensación, la amargura, la rabia, la impotencia ciega que nunca llegó, en su lugar, hubo un increíble hueco, una sensación de vacío y paz que me hizo sentir avergonzado.
Gateé lejos del espectáculo, todavía mareado, aturdido, con esa aprensión de estar atrapado dentro de un velo, luchando por salir antes de ser asfixiado, por la lluvia, por una cruda necesidad de libertad.
Y entonces lo ví, una figura, apenas pude notarla contra los faros del auto.
Ayuda.
Creí que sería lo correcto para pedir.
Vete.
Sé mi cómplice y vete.
Como si hubiera leído mis pensamientos, esa persona se alejó, subió en el auto para irse, y lo contemplé alejarse hasta que estuve entumecido.
Sobre el pavimento, todavía azotado por la lluvia necia, observé el objeto dejado por mi ¿salvador? ¿asesino?
Era un encendedor, parecía de plata, de esos recargables que papá vería como mierda costosa. Acaricié el relieve grabado, luego descubriría que era el escudo del Santa Ana.
El olor a desinfectante y lavandina me dejaban mareado, me traían recuerdos de otras paredes, unas entre las que podía gritar día y noche sin que nadie acudiera.
Todavía llevaba mi ropa húmeda, pero me esforcé por evitar cualquier contacto, no quería que nadie me viera con esos ojos condescendientes.
Escuché sus pasos, tranquilos, llegando hasta a mí, no lo miré cuando ocupó el asiento a un lado.
──Parece que no sufriste ningún rasguño.
Pero tampoco contesté, ni levanté la vista de los azulejos verdes del suelo.
──¿Tienes alguien que se haga cargo de ti?
──Es la fila esperando ahí afuera.
Ni siquiera sabía por qué lo había dicho, cuando no debería haber hablado en primer lugar, ni por qué ese extraño soltó una carcajada como si fuera lo más hilarante que escuchaba en mucho tiempo.
Enarqué una ceja, incrédulo, luego recordé a mi padre haciendo el mismo gesto, y ya no lo hice.
──Podemos hacernos cargo de ti ──comentó──. Te daremos un buen lugar donde mantenerte.
Volví a guardarme en mi mutismo, no respondí, decidí no afirmar ni aceptar su propuesta, él no parecía necesitarlo, ¿por qué lo haría? No se acercaría si supiera que tengo otra opción.
En todo momento, la sensación de alivio no se alejó de mi pecho, aferrándose con la traición de un puñal.
──Dime, chico, ¿cómo te llamarás?
Solo entonces me tomé el tiempo de mirarlo, un hombre joven y de aspecto estrafalario para un lugar como ese, vestido como un caballero antiguo y con los modales de un anciano. Su pelo castaño escapó de su peinado al ladear ligeramente la cabeza, esperando mi respuesta.
Por un momento se me vino un nombre a la cabeza, el nombre de un chico olvidado y perdido hace mucho, pero lo dejé ahogarse entre los escombros de mi mente.
──Víctor ──dije entonces──. El nombre será Víctor.
“Por fin, luego de dos semanas de búsqueda, es encontrado el cuerpo de Stéfano Duarte, el chico fue hallado en el bosque esta mañana, todavía se desconoce la causa, pero todo parece apuntar a que estuvo perdido luego de una expedición con sus compañeros.
Seguiremos ampliando”.
Héctor fue quien silenció el televisor del estudio, todos en la mesa aguardando expectante la opinión de Fausto.
Por un momento el ambiente en la habitación fue tenso, cruzado por miles de hilos que activarían una trampa ante un leve suspiro.
El azul como una falsa sensación de calma, como los minutos de tregua antes del huracán.
──Creí que lo habían dejado en el sótano de la casa del comisario Duarte ──dije, reclinándome en la silla──. Con la nota y la lengua cortada por lo del crimen de ese chico Herrero.
──Lo hice ──se jactó Ángela──. Pero es obvio que nuestro comisario no quiere poner más atención en el tema, tendrá que encubrir el asesinato de su sobrino como lo hizo con el de Eric Herrero.
──Mm eres deliciosamente malvada, ángel ──ronroneó Gabriel.
Ángela lo ignoró con su superioridad habitual, Yamato fingió no escuchar nada, y
Héctor rodó los ojos, con la poca paciencia que siempre nos reservaba.
──Feliz Revival ──ironicé──, supongo que hemos terminado.
Intenté ponerme de pie, pero una mano en mi hombro me retuvo en el lugar.
Fausto.
──¿Qué hay de la chica? Pensé que se encargarían. Siempre puedo enviar al Comandante.
──Estamos en eso ──intercedió Héctor──. Ya le practicaron estudios, en cuanto recupere la memoria y confirmemos que no recuerda nada comprometedor, volverá a casa.
──Ya veo ──Fausto no pareció convencido──. ¿Qué hay del fiscal? Entregensela a él, podemos sobornarlo e implicarla en la muerte de Serena Sierra, lo que sea que recuerde se lo contara a sus compañeras de celda.
Humedecí mis labios antes de enderezarme, Fausto presionó su agarre como una serpiente constrictora.
Un movimiento brusco y me liberé de sus manos esqueléticas.
Su risa baja burbujeó en la habitación.
──La chica no es ninguna amenaza, ni siquiera es muy lista ──expuso Ángela.
──Tampoco creo que ese tipo la tenga en la mira ──continuó Yamato.
Me pregunté por qué de repente su cambio de opinión, ¿qué había ocurrido para que quisieran interceder por Eloíse?
──Ella sobrevivió y se acabó, son las reglas ──fulminé.
──Ah, las reglas ──La voz de Fausto fue un ronroneo molesto.
──Puedes encargar un equipo de seguimiento ──prosiguió Héctor, siempre la voz de la razón──. En cuanto vuelva a su vida, olvidará todo lo que ocurrió.
──Salgan de la habitación.
No me moví, sabiendo lo que me esperaba, coloqué un tobillo sobre la rodilla contraria, delineando mis labios, la mano de Fausto otra vez en mi hombro, como una carga pesada.
No tanto como la mirada de los chicos al salir.
Yamato fue la última en abandonar la habitación, un puño de nudillos blancos pegado a su cuerpo.
Héctor la instó a continuar.
Pronto.
En cuanto la puerta se cerró, mi cara se estrelló contra la mesa, fui lo suficientemente rápido como para poner mi frente a recibir el mayor impacto, pero no evité morder mi labio y un corte ardió en ellos.
Fausto giró mi silla hasta encararlo.
──¿Crees que la Comunidad Antigua invirtió tanto en ti para que te pusieras a jugar?
Sonreí, relamiendo la sangre de mis labios.
──En realidad, eso es exactamente para lo que nos pagan, cazadores, presas, ¿no es todo parte de un juego?
Fausto sostuvo mi cabello en un puño, no borré la sonrisa, había ido muy lejos como para intimidarme por un pequeño tirón de pelo.
──¿Crees que sirvió para algo esa prueba ridícula? La llevaste a una subasta de la que ni siquiera participó.
No cambié mi expresión cínica, alzando ambas cejas con suficiencia. Al final él me soltó con rabia, luego volvió a controlar su temple, tirando de las solapas de su chaqueta.
──Escapó dos veces, no puedes hacerla participar otra vez ──le recordé.
──No escapó, tú la sacaste y mataste a uno de mis guardias en el proceso.
──Si muere en el Revival es justicia, ¿no es así?
Esa vez la rabia ardió en sus ojos de forma controlada.
──Follala todo lo que quieras, pero me encargaré de forma personal que no salga de esto.
──Creí que la justicia no era personal.
Fausto me contempló con desprecio, echándome con un ademán, volviendo a su gran escritorio de roble, donde era dueño y señor.
Pronto.
Me puse de pie, tragando toda mi rabia antes de abandonar la habitación, ignoré a los chicos y sus miradas inquisidoras, pasando de ellos en mi camino al estudio.
AÑOS ATRÁS.
Inhalé con fuerza, luego detuve mi respiración, fui consciente del agarre de mis dedos sobre la cuerda, desvié el arco ligeramente hacia la izquierda, para darme el punto de visión correcto.
Exhalé, escuchando el cuerno de caza, el contenedor metálico se abrió y las presas corrieron despavoridas, catorce, dos por cada miembro en entrenamiento.
Podía escuchar el resto de las flechas dispararse, un hombre cayó e hizo tropezar a mi presa, tirándola al suelo.
Mantuve mis hombros y cadera en posición, coordinados con el ángulo de mis brazos, esperando, la neblina que se enredaba en el prado dificultaba la visión.
La humedad se filtró en mis botas, seguramente ya manchando el cuero con agua sucia.
El tipo se puso de pie, a trompicones, desde mi lugar podía verlo respirar como un cerdo, directo al matadero.
Volví a tenerlo en la mira, entonces liberé la flecha, atravesando la carne de su cuello con precisión admirable.
El hombre cayó en un movimiento limpio.
──Bien hecho, Víctor ──La coordinadora me dedicó una sonrisa de dientes escondidos──. Tienes diez minutos en el bosque, luego de eso enviaré a los perros.
──No hay problema, seré rápido.
Solté las flechas y el arco, para ir por el arma en el bolsillo interior de mi traje.
Por regla general, no se permitían las torturas en el Revival, todos los trabajos debían hacerse de forma rápida y práctica, no era un alarde de facultades, ni venganza desmedida, las cacerías eran actos de justicia.
Pero todas esas presas pertenecían al nivel 3, lo más bajo en la calaña, por lo que siempre se usaban para las prácticas de los nuevos miembros de la Comunidad Antigua.
Tenían que serlo, porque las primeras cacerías nunca eran prolijas, y había un montón de contratiempos innecesarios (como extremidades mal amputadas), y muchas veces terminaban en los perros, que nunca eran lo suficientemente limpios.
Por suerte para ellos, yo sí lo era.
──No los mates.
Alcé la vista entre los árboles, tardando un momento para distinguir entre ramas grises desde donde provenía la voz.
Me encontré con el chico que conocía de vista, pelo negro y piel bronce, ojos de un verde muy parecido al musgo del árbol donde estaba.
Decidí ignorarlo, seguir mi camino, ya habían tenido un tiempo considerable de gracia.
El chico se dejó caer a mi lado, midiendo mi postura con una ceja arqueada.
──Dáselos a los perros.
──¿Por qué?
Se encogió de hombros, despreocupado.
──Deben andar con hambre.
──No, no eso ──aclaré──. Porque esa palabra, ya saben que no se nos permite...
──¿Matar? ah, claro, porque somos justicieros, no asesinos ──El chico cruzó los brazos detrás de su cabeza, como si lo encontrara hilarante──. Puedes desprender a algo de su nombre, nunca de su esencia.
Traté de memorizar la frase, de asociarla con algún texto, conocía a Hobbes, su Leviatán, el positivismo necio de Kelsen, los rígidos principios kantianos...
Con cada idea y postulado que nos había inculcado la Comunidad Antigua.
──No vas a hacerlo ──le aclaré, me miró extrañado, pero podría estar tomándome el pelo──. Hacerme que cuestione esto.
──No esperaba eso.
El segundo cuerno sonó, anunciando la llegada de los perros, Gabriel me echó una mirada rápida, y tomé su mano cuando trepó a uno de los árboles.
Saltamos al siguiente, y a otro, hasta que los pasos retumbantes contra la tierra del bosque anunciaron la llega de las bestias.
Escuché el grito desgarrador de una mujer a los lejos, le siguieron los ladridos de los perros y los pedidos de auxilio de un grupo de hombres.
Apenas llegamos a ver cuando uno de los perros soltaba al tipo, antes de alejarse del charco de sangre.
Carne magullada aquí y allá, un ojo colgando de su cuenca antes de caer al barro.
──Nunca se los comen ──Gabriel chasqueó la lengua, su mano sosteniendo con fuerza la corteza del árbol.
──Están entrenados ──opiné, sentándome contra el tronco, esperando que el día gris desapareciera entre las ramas desnudas──. ¿Cómo te llamas?
Solo hasta entonces el chico me lanzó una mirada neutral, no una de esas encantadoras, como si quisiera engatusarme para que comprara algo defectuoso.
──Gabriel Vitale.
Sabía que ese no era su verdadero nombre, como Gabriel sabía que tampoco le daría el mío.
Cuando estuvo suficientemente oscuro, ambos bajamos, el craqueo de las hojas rompiendo el silencio tras nuestros pasos.
──Pediré que me cambien contigo ──indiqué, rebuscando hasta dar con el mechero, encendiendo el cigarrillo, como un punto naranja en la oscuridad.
Apenas podía distinguir la figura esbelta de Gabriel, pero sabía que tenía las manos en los bolsillos, despreocupado.
──¿Por qué?
Ese fue mi turno de encogerme de hombros.
──¿Por qué no?
Luego de un momento de silencio, escuchamos el tercer cuerno, que avisaba que todas las presas habían sido reclamadas, por lo que era tiempo de volver al Castillo del Rey.
Sabía que lo que había dicho Gabriel era peligroso, e iba en contra de los ideales del Revival.
Nosotros no éramos asesinos, éramos la forma de dar justicia, las presas debían estar agradecidas de ser purgadas luego de cada Revival.
Pero también había visto su aplique práctico, tuve compañeros que sonreían con sadismo cada vez que escuchaban el cuerno, no practicaban los cortes perfectos en las amputaciones, ni sabían alcanzar al primer disparo, no lo intentaban.
Eso hacía las cacerías más desprolijas.
──En verdad crees en esto, su toque romántico y toda la mierda ──soltó luego de un momento──. Honoris, communio fraterna et Iustitia.
──¿No crees que estas personas deban pagar por sus crímenes?
──Creo, creo sí ──divagó──, que no debería costarme mi humanidad.
Cuando salimos al prado, un camión ya estaba subiendo el container para llevárselo, unos y otros charlaban más o menos sobre su cacería.
Apenas lograba distinguir contornos y sombras, las ramas de los árboles como garras en la lejanía, una noche sin luna, como algún cuento de terror.
Seis todoterreno de vidrios polarizados se preparaban para devolvernos al Internado, un camino de luces blancas marcaba su posición.
Nuestros pasos se detuvieron a unos metros del primer vehículo, el viento de la noche movió su pelo carbón, pero guardó la expresión de Gabriel con recelo.
──Deberías ser expulsado, por toda la mierda que soltaste ──Torcí una sonrisa en su dirección.
Cuando dió un paso hacia mí, no lució amenazado.
──¿Por qué no lo harás?
──Porque todavía piensas por tu cuenta, y no repites la mierda que nos dicen, me agradas.
──Lo dices tú, rubio, después de repetirme todos sus discursos como un lorito bien amaestrado ──Una leve risa escapó de sus labios──.
──No es lo mismo ──aclaré──, puedo darles la razón en muchas cosas, pero yo no sigo a nadie.
──Bien por ti que me gustan los hipócritas.
Sonreí.
Hola, hola.
¿Qué les pareció esta introducción al punto de vista de Víctor?
Este capítulo quedó algo largo, así que lo dividí en dos partes, el siguiente
habrá flashbacks a su encuentro con Eloíse previo al capítulo uno,
lo haré con cada cambio de escena así que atentos.
Por cierto, ¿ya van viendo de qué se trata?
Hay gente que ya va muy bien encaminada en los comentarios,
solo recuerden que todas las respuestas ya están puestas en la historia, aunque conforme los capítulos se harán más y más explícitas.
Gracias por leer♥️
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