A cortos pasos.

Capítulo I

Desde la ventana del despacho, contemplo la hermosa vista del jardín multicolor, reparo con sublime agitación el hermoso rosal que reina sobresaliente en aquel campo floral. No me había percatado de lo enorme de sus flores. Observo además a la señora sentada, en sus manos sostiene la taza de té que recién le había preparado.

Al verla lo primero que viene a mi mente son las largas noches de pasión que disfruto en la clandestinidad con su muy fogoso esposo. Mi fachada de asistente o asistonta al caso es igual me facilita tan atrevida situación. Aún sigue sentada en el jardín, tan ajena. Aunque no lo crean ella es increíble. Una señora digna de mi admiración, excelente persona, altruista, inteligente e indiscutiblemente confiada.

Sigue sumergida en su lectura, de espalda a la ventana mientras Ezequiel se encuentra en su entretenimiento favorito como lo es jugar con mis pantaletas. Parece un perrito travieso halándola con los diente, deseoso de rompelas mientras yo estoy de pie con las piernas abiertas en la ventana de su despacho. No puedo creer como no se de cuenta de lo que pasa casi a diario en sus narices.

En ocasiones algo parecido al remordimiento me carcome pero su efecto efímero lo desaparece instantáneamente. Y ¡Zas! Como si nada vuelvo a caer en el disfrute de lo prohibido.

En pleno apogeo de las pasiones del bocadillo de la tarde. La señora, requiere de mis buenos oficios como la asistente personal que soy a su entera disposición.

—¡Lorelay, por favor trae el sobre rojo que está en mi escritorio!

Con un gesto casi mecánico en el rostro, disimulo muy bien, asintiendo con mi mejor sonrisa.

—Enseguida Sra. Martínez.

"Dios, mi cuerpo se mueve a través de las descargas lingüísticas de mi bien frenético Ezequiel. No, no pares mi criatura del placer, sigue así, llevándome a la cúspide de los latidos cálidos de mi entrepierna "

—¡Lorelay, es urgente, debo revisar el documento del sobre rojo!  —ordena con voz suave.

Forzosamente me veo obligada a interrumpir lo que ya estaba a punto de caramelo.

—¡¿Tiene que ser ahora?! ¡Oh Dios mío, ya puedo sentirte amor! —Reclama entre susurros Ezequiel.

En ese instante que me apartó de su adiestrada boca. Él me lanza una mirada llena de decepción y se levanta por la inoportuna interrupción.

"Que lástima, estaba en pleno vaivén a punto de llegar al clímax. Será en otra ocasión." Pienso.

—Lo siento querido, el deber me llama.

—¡Ya no soporto esta miseria de sexo. Si tan sólo tú...

—¡¡¡Basta!!! No te permito continuar con lo que vas a decirme —interrumpo casi con hostilidad , impidiendo que prosiga por enésima vez con lo imposible.

—¡Dios! Que absurdo eres. Toma —digo arrojándole mi pañuelo a la cara—.  Limpiate los labios, aún te quedan restos del postre.

Me arreglo los más que puedo, aunque sólo tengo fuera de lugar las pantaletas que aún Ezequiel tiene en su poder y a las que le dejaré tener como premio a su empeño. Ya salgo del despacho con el sobre rojo en mis manos; no sin antes darle a mi niño tremendo un tierno beso en los labios.

—¡No te entiendo! —susurra.

—¡¡¡Shhhh!! No lo eches a perder. Aunque no lo creas. La estimo mucho como para quitarle lo que la hace feliz.

Cierro la puerta del despacho. Me dirijo con pasos pausados hasta el jardín. Mi señora al verme llegar me brinda una sonrisa jovial, en tanto le hago en entrega del sobre.

—¡¿Desea otra cosa Sra. Elena?! —digo con amabilidad colocando el sobre en sus delicadas manos.

—No. Es todo por el momento. —dice.

Ya estaba a punto de retirarme cuando me detiene para decir:

—Espera Lorelay, cuando llegué mi esposo, dile que por favor venga a jardín. Ah no olvides darle la manta para cubrir mis piernas.

—Como diga Sra. Me retiro al despacho.

Al entrar en la casa, ya Ezequiel venía en dirección al jardín, le digo que aguarde, mientras voy en busca de la manta. Al cabo de breves segundos le entrego la cobija. Los veo a ambos juntos, ella se abraza a él como una niña que necesita de protección. Se dan un beso apasionado y finalmente le doy la espalda respetando su momento de intimidad. A fin de cuenta son esposos y se deben el uno al otro, como debe ser.

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