Capítulo 6
Escrito por loveless223 y anniepellegrino7
ADVERTENCIA: El siguiente capítulo contiene escenas demasiado explícitas de sexo. Leer bajo su propio riesgo. No pagamos terapias psicológicas ni aceptamos reclamos.
Prometido. Esa palabra aún sonaba extraña a sus oídos. Pero quizá, el agente podía acostumbrarse a escucharla más seguido. Apostaba a que Alexander lo molestaría con ese tema más adelante.
Suspirando con un ápice de cansancio, reflejado en sus facciones, Mitch no había demorado ni dos segundos en tomar el cuerpo del rubio en brazos, cargándole al estilo nupcial, para poder echarse a caminar hacia la habitación. Cuando estuvo parado enfrente de la enorme cama, el americano simplemente había acomodado a su pesadilla personal entre un montón de cojines.
—Deberías dormir, Jones, tienes un aspecto terrible —gruñó el castaño, antes de fijar la mirada en el cuello descubierto del inglés, observando con satisfacción todas las marcas que ya comenzaban a resaltar en aquella perfecta piel.
El británico solo sonrió en respuesta, relamiendo sus labios apenas notó como el castaño le devoraba con la mirada. Se sentía bien volver a tener la atención de ese tipo imbécil.
—¿Ves algo que te guste, americano? —Alex estaba cansado, sí, en parte sabía que debía hacerle caso a Mitch y a su cuerpo, algo que naturalmente, no haría, al menos no cuando los dedos de su diestra ya delineaban las marcas que el agente había dejado tatuadas en su piel—. Eres un mal esposo, ¿o aún somos prometidos?
Mitch abrió la boca, pero inmediatamente volvió a cerrarla. No sabía cómo infiernos responder a esas preguntas. Habían pasados años desde que estuvo en una situación similar.
—Uh. Espera, no dejaste el anillo en su lugar, eres pésimo en esto —sin perder el hilo de la conversación, el inglés había usado su maltrecho cuerpo para poder llegar una vez más hasta donde se hallaba Rapp, el cual, por supuesto, continuó inmóvil—. Anda, Mitch, mi anillo de compromiso está justo aquí —eso fue lo último que susurró el rubio, antes de que sus manos buscaran las del americano en un extraño intento de hacerle ceder, y que este le acompañara en la enorme extensión que era la cama.
El asesino no pudo negarse, nunca podía. Por lo que acabó pellizcando el puente de su propia nariz, gruñendo e inclinando el rostro hacia adelante. Sus labios pronto se prendaron del cuello del rubio, mordiendo, hasta que la impresión de sus dientes quedó tatuada en la pálida piel. Un suspiro ahogado surgió de la boca de Alexander, cómo consecuencia de haber sentido los dientes del menor encajándose en su cuello, pero igualmente sonrió. Le encantaba provocar a Mitch en todos los sentidos posibles.
—Eres un idiota, ¿querías acaso que estuviera toda la puta noche metido dentro de ti? —El asesino resopló, antes de aferrarse a las manos del mayor, apretando las suaves palmas de este e impulsando el cuerpo hacia adelante, para poder acomodarse en el espacio vacío de la cama.
—Me hubiese gustado que permanecieras dentro, cariño —suspiró el rubio con aire soñador, mientras se pegaba al cuerpo del menor, atento aún a la mirada que este le dedicaba por aquel instante.
Ignorando el cansancio que recorría todo su cuerpo, Mitch había terminado por extender ambos brazos, atrayendo la delicada figura de Alexander contra su pecho, hasta que pudo sentir como sus pieles volvían a entrar en contacto; haciéndole estremecer de lo bien que se sentía tener a ese bonito mocoso acurrucado contra uno de sus costados. Jodidamente perfecto. El idiota encajaba tan bien entre sus brazos. Rapp cerró los ojos por unos breves segundos, soltando todo el aire que sus pulmones ya no necesitaban y halando las sabanas hacia arriba, terminando por cubrir las porciones de piel que las pequeñas toallas no lograban ocultar.
—Te compraré un maldito anillo de compromiso si eso quieres. Pero cierra la boca. A este punto, medio hotel debió de haberse enterado de la jodida propuesta de matrimonio... Gracias por los gritos de perra loca, mi cielo, de verdad —el agente ironizó en voz baja, abriendo los ojos y ladeando el rostro para poder mirar el perfil del británico, como si quisiera encontrar una pizca de vergüenza en su rostro. No fue así. El rubio casi parecía encantado de que alguien los hubiese escuchado mientras follaban. Imbécil fetichista.
Y sí, Alex estaba orgulloso de que los vecinos le hubiesen escuchado gemir. ¿Cuál era el problema del americano amargado? Debería sentirse honrado de provocar tales reacciones en él.
—Este lugar está hecho para eso, Mitch. ¿Acaso te importa que alguien más escuche cuando me follas? —Arqueando una de sus cejas, el inglés terminó por impulsarse con el remanente de sus fuerzas, buscando colarse encima del menor sin dejar las sábanas ni las toallas fuera de sus cuerpos—. Ellos no tendrán ni una sola pizca de esto —continuó hablando, al tiempo que buscaba las manos del castaño, no demorando absolutamente nada en colocar las palmas ajenas extendidas sobre la curva de sus caderas.
Como única respuesta, el agente alzó una ceja, expectante.
—Desde la imbécil de Kennedy, solo tú, considérate privilegiado, americano —sonrió el rubio, segundos antes de haberse inclinado hacia el otro, terminando por apoyar sus manos sobre el desnudo y fornido pecho del menor, para finalmente llevar el dorso de la diestra para acariciar su mentón.
—Acabo de comprometerme contigo, pedazo de idiota. Es evidente que deberás serme completamente fiel —el americano hundió los dedos en las caderas del mocoso, moldeándole a su antojo, mientras sus labios presionaban toscos besos en los hombros ajenos. Alex se dejó hacer en todo momento, apenas suspirando.
—Necesitamos un nuevo lugar, ¿sabes? Mitch Jr. Ya no está a salvo ahí —esta vez el inglés había arrugado ambas cejas, al tiempo que observaba dentro de la irritada mirada color miel. No estaba haciendo una petición absurda. No. Lo cierto era, que Alexander temía que algo malo volviese a ocurrir. Saber que Mitch seguía en la mira de los suyos lo descontrolaba por completo.
Él quería mantener al estúpido americano a salvo... Extrañamente, a salvo y a su lado. Claro que, esa información nunca saldría de sus labios.
Ajeno a los pensamientos de su chico, Rapp había terminado por estampar la palma de su izquierda contra una las nalgas del mayo, bufando poco después.
—Llevamos diez minutos comprometidos ¿u ya estas exigiendo que te compre una casa? Carajo, Jones. Empiezo a pensar que solamente quieres vaciar mis cuentas —claramente estaba bromeando, pero como siempre ocurría, su tono de voz contenía ese tinte malhumorado y exasperado.
Sin embargo, Mitch también se sentía satisfecho, contento e incluso, esperanzado: Pensar en un futuro al lado de Alexander era, hasta cierto punto... Agradable.
—Podemos vivir en cualquier lugar que quieras... La estúpida cabra y tú estarán a salvo, nadie va a tocarlos. Nunca —el castaño vaciló un momento, frunciendo el ceño, y presionando un desaliñado beso en los labios del rubio, sin siquiera darle tiempo para reaccionar o burlarse de sus estúpidas promesas.
El inglés había respondido ante el beso, pero no pudo sacarse las palabras del menor de la cabeza: Mitch estaba prometiéndole mantenerle a salvo, si bien, esa no era la primera vez que aquellas palabras brotaban de sus labios, para el británico estas pesaban muchísimo más considerando las circunstancias actuales.
Era extraño. Era demasiado extraño corresponder y olvidar que debía joder a Rapp, era demasiado extraño que, por primera vez, quisiera tener una vida relativamente normal.
Sin disparos, sin asesinos, solo... Paz.
Irónico.
Alex no quiso prestar más atención a sus pensamientos, no cuando sus labios ya abandonaban los de Rapp y se deslizaban con sigilo hasta el oído diestro de este. Sus manos, por otra parte, se limitaron a delinear los amplios hombros de Mitch, reparando en las heridas que se suponía, debía cuidar. Lo haría, después.
—Suena bien —murmuró el rubio, sonriendo, dejando que su aliento pegara suavemente contra la piel de Rapp. Meneó sus caderas y dejó escapar un suave gemido de sus labios, con toda la intención de seguir provocando al menor—. Probablemente esta noche solo quiero vaciar una cosa, Mitch, y no son precisamente tus cuentas —permitió que una nueva sonrisa se pintara en sus labios, al tiempo que apartaba una de sus manos de los hombros del castaño, buscando llevarla hasta la toalla que este aún tenía enrollada sobre sus caderas.
Mitch entrecerró los ojos, mojando sus labios con la punta de la lengua, y bajando un poco la cabeza, justo a tiempo para observar como el británico iba subiendo la toalla blanca que cubría sus caderas; hasta que la tela por fin cedió, dejando al descubierto su enardecida piel.
—Pero volviendo al tema, amor mío —siseó con ironía el más alto, mientras se deshacía del estúpido accesorio de baño —, necesitamos un lugar sin vecinos, ¿sabes? Esa anciana seguía jodiéndome cada vez que me veía. Estoy seguro que quería preguntar algo más —añadió poco antes de alcanzar la dormida entrepierna del americano, no demorando absolutamente nada en rodear la extensión con sus dígitos.
Rapp jadeó, tragando grueso apenas percibió como su pene palpitaba entre los dedos del mayor.
—Probablemente sus dudas tenían que ver con todas las veces que follamos. Joder, Rapp, tu puta casa tenía paredes muy delgadas —finalizó el inglés antes de separarse, para poder contemplar el rostro del americano: mieles oscurecidos le devolvieron la mirada al instante—. Quizá la anciana pensaba que tenías la mejor entrepierna del mundo —Alex arqueó una de sus cejas, esbozando una amplia sonrisa, repleta de diversión —. Y no estaba equivocada.
Gruñendo ante las palabras del mayor, el americano no tardó en sentarse sobre la cama, con todo y el cuerpo del inglés montado a horcajadas sobre su pelvis.
—Una sesión de sexo no es suficiente para ti, ¿verdad? Ahora veo porque la anciana tenía tanto interés en acribillarte con preguntas —espetó el agente, suspirando y apoyando la frente contra uno de lo hombros del rubio. Se sentía cada vez más caliente. Maldito mocoso provocador. Mitch tuvo que morder la carne interna de su mejilla, como si de esa manera pudiese reprimir los jadeos que se agolpaban al fondo de su garganta.
No funcionó. Unos segundos mas tarde, el agente había caído rendido ante las hábiles manos de Alexander: su cuerpo se estremeció de la cabeza a los pies, sus párpados se apretaron con fuerza y el pedazo de carne entre sus piernas comenzó a endurecerse con rapidez, hinchándose entre los dedos de su chico. Mitch exhaló una pronunciada bocanada de aire por la boca, impulsó la pelvis hacia arriba y arrastró la mano izquierda por toda la columna del mayor, de arriba a abajo, arañando los costados y acariciando la piel por encima de la toalla ajena. Ahí detuvo su avance. Dándole tiempo al rubio para que pudiera frenarlo. Pero por supuesto, Alex no lo detuvo. Tan solo continúo acariciando su dura erección.
Motivado por la respuesta del británico, el castaño había desecho el pequeño nudo que ataba la tela blanca a las caderas del otro, mandando la estúpida prenda a la mierda.
—Probablemente esa maldita vieja te escuchó gemir como poseso. Y quería asegurarse de que continuaras en una pieza —tragando grueso la saliva acumulada en el interior su boca, el asesino abrió los ojos al instante: clavando sus iris ambarinos en los pardos del otro hombre. El peso de esa pétrea mirada basto para que Alexander se estremeciera, de pies a cabeza.
Mitch estuvo a punto de burlarse de la reacción que había tenido el rubio, pero cuando separó los labios, lo único que se había fugado de estos fueron jadeos inestables y gruñidos. Bueno, mierda. Pasando saliva trabajosamente, el agente aferró las nalgas de Alexander con ambas palmas, apretando la zona, amasando, e incluso separando el firme par para poder acceder a la pequeña abertura en medio de ellos. El británico gimió en consecuencia, sabiendo perfectamente que su interior todavía guardaba parte del semen del castaño.
Los dedos del americano pronto comenzaron a merodear alrededor de la carne tierna del inglés, acariciando los pliegues de su agujero, antes de empujar el pulgar hacia adentro. Alexander suspiró, percibiendo como su pequeño canal escupía hilillos de esperma.
—Eres un imbécil —murmuró el rubio, mientras besaba con suavidad de la boca de Rapp, bajando la mirada y centrando su atención en la entrepierna de este—. Pobrecita señora, pensaba que me hacías daño —añadió sonriendo aún, poco antes de besar el mentón de Mitch, al tiempo que mecía con suma suavidad sus caderas en torno al intruso que albergaba en su interior.
Tras aquello simplemente optó por bombear con lentitud la carne que se erguía entre sus dedos, suspirando al notar que el americano estaba tan dispuesto a seguir como lo estaba él mismo.
—Aún estoy caliente, Mitch —susurró Alexander con lascivia, sin detenerse a pensar, simplemente llevando la mano libre hasta su perpetrada abertura, terminando por deslizar su índice en esta, secundando las acciones de Rapp—. ¿Lo sientes?
Mitch no respondió, solamente se había quedado quieto, observando la singular manera como el británico comenzaba a mecerse sobre su cuerpo; amoldando su húmedo interior en torno a los dígitos que estaba albergando. Pero ese hipnótico vaivén no duró casi nada.
Arqueando una de sus cejas, el británico había deslizado su índice fuera, terminando por intercambiar las manos y sujetar la muñeca de Rapp, apartándola con suma suavidad de su cuerpo y por ende, dejando vacío su interior.
Sonriendo con superioridad, Alexander había elevado la cabeza, clavando sus pardos en los mieles del menor, tratando de evitar que este observara el jugueteo de sus manos, o al menos no hasta que su pequeña abertura se halló alineándose al pene apenas despierto del castaño.
—Pero esta vez —retomó el hilo de la plática, guiando la mano de Mitch hasta su cuello, hasta su mentón, hasta sus labios—, será a mi manera —finalizó sin detenerse a medir las consecuencias de sus actos, terminando simplemente por empalarse en la polla de Mitch; al tiempo que saboreaba el pulgar que previamente había visitado su interior.
El americano cimbró su espalda apenas sintió como su polla era envuelta por las cálidas paredes del mayor. Se removió entré las sábanas de la cama e inhaló bruscamente, limitándose a observar las acciones del otro.
¿Acaso el pequeño idiota era consciente de lo excitante que se miraba? Mitch estaba bastante seguro de que sí. Alexander siempre había sabido como provocarlo, como llevarlo al límite, como hacerlo perder la cabeza. Justo como estaba haciéndolo en ese precioso momento. El agente suspiró entre dientes ante el sólo pensamiento, apoyando la espalda contra la cabecera de la cama e inclinando el rostro hacia adelante, para poder estrellar su boca contra la ajena. Besó al rubio con necesidad, con salvajismo, con deseo de mas, con posesividad; aquello pronto se convirtió en una batalla campal. Aunque Rapp se aseguró de mantener su propio pulgar entre sus bocas.
—Entonces, ¿quieres tomar el control un rato, bebé? —El británico hizo el intento de querer responder, pero Mitch lo silenció al morderle los labios y mecer su cadera hacia arriba, buscando llegar más profundamente en su interior —. Solo esta vez, idiota... Solo esta vez —finalmente cedió, mientras trataba de recuperar el aliento perdido.
Una sonrisa iluminó los labios del británico ante las palabras de aprobación que recibió del americano, al tiempo que sus caderas se mecían con generosidad, subiendo, bajando con suma suavidad. No admitiría lo mucho que le encantaba percibir cada centímetro del asesino, ni mucho menos, el placer que le inundaba solo de saberse dueño del momento.
—¿Solo esta vez? —Cuestionó el rubio, terminando por aprovechar la posición del castaño para llevar sus labios hasta el cuello de este: Un extraño y cálido beso fue a parar sobre la manzana de adán ajena. Posteriormente, Alex cambió su objetivo, decidiéndose por morder con firmeza el área de la curvatura del cuello de Rapp. Se alejó solamente cuando estuvo satisfecho con la marca dejada.
La reacción del americano paso totalmente desapercibida para él.
—Entonces voy a disfrutar al máximo —Alexander ladeó la cabeza, poco antes de permitirse guiar las manos abiertas del castaño por las curvas de su cintura, hasta arriba, deteniéndose al llegar a sus hombros, a su cuello—. ¿Lo memorizaste? Muy bien, manos arriba —soltó riendo, mientras llevaba las manos del americano hasta su despeinada melena castaña, con el único objetivo de mantenerlo inmovilizado en aquella posición.
Mitch, por supuesto, lo maldijo en silencio.
—Voy a admitir una cosa, Mitch Rapp, así que no la olvides —añadió en un ligero susurro, terminando por mover sus caderas en círculos, jadeando con suavidad tan solo de sentir como su interior cedía y continuaba amoldándose en torno a la enorme circunferencia que albergaba —, todos me veían como una maldita mujer: frágil. Joder, cariño, hacerlo contigo es estar en otro nivel —el inglés tembló con suavidad, al tiempo que comenzaba a elevar sus caderas para utilizar la gravedad a su favor, dejando caer su cuerpo para sentir el pene del menor hasta el fondo de sus entrañas.
El castaño se dejó hacer en todo momento, pero la mirada en sus ojos fue tornándose más oscura, conforme escuchaba las mamadas que estaba diciendo su pesadilla personal. Estaba molesto, por supuesto que lo estaba. Y el británico imbécil no se callaba.
—¿Imaginas a todos esos sujetos, Mitch? ¿Fingiendo conmigo? —Balbuceo el inglés, mientras trataba de mantener al margen los suaves gemidos que su maltratada próstata hacía llegar hasta el resto de su cuerpo. Cerró los ojos durante un instante, sabiendo de antemano que sus palabras acabarían por tener efecto en Mitch—, ¿murmurando cuanto me deseaban mientras me follaban como si fuese su estúpida mujer? —No dijo más, no cuando los dedos de su diestra ya se habían hundido sobre la piel de las muñecas ajenas, asegurándose de mantener el control solo por un par de momentos más. Mas tarde iba a arrepentirse de haber provocado a su americano.
Decir que estaba furioso sería el eufemismo del siglo. No. Rapp estaba completamente rabioso. Con ganas de destrozar al maldito hombre que estaba montando su polla como un profesional.
¿Por qué mierda Alexander había tenido que abrir la boca? ¿Acaso el pequeño imbécil disfrutaba de verlo arder en celos? ¿O nada mas quería hacerlo enfurecer? Cualquiera que hubiese sido su objetivo, felicidades, había funcionado: Los dientes del americano se apretaron con dureza, sus iris oscurecidos parecieron querer matar al hombre que tenía encima, y sus músculos se tensaron todavía más. También el enojo fue visible en sus gestos faciales.
Rapp no pensó, no meditó sus propias acciones, no lo dudó. Simplemente había sostenido el cuerpo del británico en todo lo alto, abandonando su cálido interior para poder arrojarlo de espaldas sobre el colchón; sin ni una pizca de cuidado o delicadeza, solo acomodó a su estúpida pareja en medio de la cama, abriéndole las piernas en el acto.
—Cierra el puto hocico, Jones. Te lo advierto —bramó el asesino entre dientes, al tiempo que cubría los perfectos labios del inglés con su mano izquierda, privándole de cualquier intento de volver a hablar. Porque no, el castaño no podía seguir escuchando todas esas mamadas, no quería siquiera imaginar al inglés en la cama de alguien mas. No, ya no.
Escupiendo una desagradable palabrota en ruso, Mitch termino por apresar las dos muñecas del otro con su mano libre, elevando las delgadas extremidades por encima de la despeinada cabellera dorada que ostentaba el británico. Después de eso, el asesino solo había tenido que impulsar la cadera hacia adelante, penetrando a Alexander sin ninguna contemplación ni miramiento.
El rubio abrió los ojos de manera desmesurada, sintiendo como finalmente el sexo del castaño le abría en aquella nueva posición. Jadeó contra la palma abierta del menor, percibiendo como incluso los dedos de sus pies se curvaban, como su vientre se tensaba, como su interior respondía ante el rudo trato de su pareja. Mitch reprimió los gemidos que le provocó el abrupto movimiento, cerrando los ojos con algo parecido al desespero y hundiendo el rostro contra la vulnerable curvatura del cuello ajeno. Mordió la zona, hasta que pudo sentir el ferroso sabor de la sangre bailando en la punta de su lengua, pero ni por ello se detuvo.
Alexander se había atrevido a jugar con fuego, había presionado la maldita vena sensible que Rapp poseía: había encendido sus celos enfermizos. Justo por eso ahora tenía que encarar las consecuencias de todas las pendejadas que había dicho.
Con esa idea fieramente instalada en el pensamiento, el castaño había aumentado el duro vaivén que llevaban sus caderas, volviendo cada embestida más profunda, más brutal, más fuerte, más violenta, más descontrolada. Aunque claro, se aseguró de golpear la maltratada próstata del rubio en cada jodida ocasión. Su boca mientras tanto, continuó devorando cada milímetro de piel que tuvo a su alcance, esmerándose por dejar tantas marcas como fuera humanamente posible. O esa era la intención principal, pero las acciones del americano titubearon un poco cuando sintió la voz de Alexander vibrando contra la mano que tenía en su boca.
—Tus días de promiscuo se acabaron, ¿entiendes, imbécil? Nunca volverán a tocar lo que es mío —espetó roncamente el agente, mientras deslizaba su miembro erecto fuera del cuerpo del otro; aguantado en esa posición, antes de volver a dejarse ir dentro, alcanzando tanta profundidad que casi resultaba alarmante.
Pero eso estaba bien. El placer aumentaba a cada segundo para el rubio, conjuntamente con el dolor.
Ignorando los torpes movimientos que hacía el británico, Rapp deshizo el agarre en las muñecas de este, para poder elevar la parte posterior de sus muslos; exponiendo todavía más al bonito hombre debajo de él y aprovechando la nueva posición para poder embestirle a su maldito placer: sus testículos pronto comenzaron a impactar contra las firmes nalgas del mayor, provocando que la cabeza de Alexander chocará duramente contra la cabecera de la cama.
El inglés se sentía mareado. No podía hablar, no podía pensar, ni siquiera parecía ser consciente de lo que pasaba a su alrededor. Su ser entero estaba desconectado: le dolía, le quemaba y le gustaba, todos por partes iguales, como si ser tratado como una puta barata fuera lo que hubiese esperado tras sus palabras. Estuvo a punto de descomponerse al segundo en que sintió como las embestidas que le propinaba el americano se hacían más desesperadas, pero en última instancia logró mover las manos, llevando estás hasta las caderas del otro, en un intento por detenerle. No funcionó.
La desesperación invadió a Alexander en menos de un instante, el placer le sofocó cuando su interior lloró de dolor. Sus manos subieron, se anclaron a la madera sobre su cabeza, impidiendo que perdiera la consciencia por los constantes golpes que ya se había dado contra ella. Las lágrimas continuaron brotando cuando fue capaz de percibir el asomo de placer que el brutal acto despertaba. Sentía como su garganta se desgarraba, como los gritos morían contra la mano de su castaño. No importaba, ya no importaba, no cuando su diestra bajaba hasta la muñeca de este, sin detenerse a tratar de apartarla, no. En ese momento, Alex solo deseaba continuar siendo tomado de la manera en que Mitch lo hacía. Por que ahí, en la intimidad de ese cuarto de hotel, la razón lo había abandonado.
Rapp solo gimió guturalmente, mientras su polla continuaba penetrando el angosto canal del otro. Quería parar para asegurarse de que Alexander siguiera vivo, pero era prácticamente imposible que sus caderas disminuyeran el brutal ritmo con el que golpeaban las nalgas del rubio, era imposible también que sus labios dejaran de morder la salada piel de su chico. Imposible razonar. Todos y cada uno de sus pensamientos estaban enfocados en follarse a su idiota con violencia, con desesperación, con salvajismo. El americano presionó la palma de su mano contra los dulces labios de su recién descubierto prometido, dió una embestida particularmente fuerte contra el interior de este y llevó sus labios hasta una de las mejillas ajenas, lamiendo las pequeñas lágrimas que rodaban por la magra piel. Suspiró entonces, apretando los párpados fuertemente. Como si no pudiera pasar mucho tiempo mirando a aquel hombre.
Alexander no reaccionó, solamente hundió los dedos en el área que Mitch sostenía, asegurándose de mantenerse tan abierto y dispuesto para él, que el mensaje fuera tan claro como las lágrimas de placer que el acto le robaba. Ya no más, joder, sabía que estaba en su límite, se sentía a punto de morir, más aún cuando todo su interior se revolvía, se tensaba y finalmente se rompía. Ladeó la cabeza al segundo en que supo que ahí había más que solo semen y saliva, sabiéndose tan jodido y morboso, que probablemente, Rapp se burlaría por ello. Pero le valía un pedazo de mierda en ese instante.
Si pudiese gritar, el británico estaba seguro que se desharía en súplicas, en gemidos, en llanto.
Soplando un impertinente mechón de cabello castaño que había caído sobre su frente, el americano gruñó de manera casi animal y finalmente, encontró la determinación suficiente para abrir los ojos; entornando sus iris en el desastroso hombre que seguía retorciéndose debajo de él.
De ser posible, la polla de Mitch se endureció todavía más, palpitando alarmantemente dentro de las destrozadas paredes de Alexander, deslizándose dentro y fuera, con un vaivén por demás rápido, certero, desesperado, profundo.
Su glande prácticamente apuñalaba la próstata del inglés en cada nueva estocada. Era un acto sucio. Era caliente, era desinhibido: era un agresivo choque de cuerpos, sonidos de humedad desgarrando el silencio, jadeos brotando desde lo más hondo de la garganta del americano, pieles frotándose una contra la otra, sudores mezclándose deliciosamente... Y necesidad, tantísima necesidad por parte de ambos, que resultaba casi ridículo.
Cuando la locura alcanzó la cúspide el acto, el británico ya no pudo reprimirse más; lo supo al preciso instante en que su garganta se desgarró con un gemido tal, que supo que probablemente, había captado la atención del asesino: para, detente... Continua.
Alexander estaba al borde del colapso, sabía que su cuerpo se mantenía en el límite, que no podría soportarlo, quizá había sido por ello que la diestra abandonó la tarea de mantener sus muslos elevados —lo que naturalmente estaba de más—, terminando por subir hasta su pecho, rasgando con desesperación la piel marcada que ostentaba por aquel instante. Estaba muriendo o alcanzando el orgasmo, cualquiera de las dos cosas, parecía perfecta.
Súbitamente los músculos de Rapp se pusieron rígidos. Sus brazos se tensaron, sus labios se fruncieron, sus ojos se clavaron en la faz deshecha de Alexander... Y fue esa jodida imagen la que confirmó lo inevitable: adoraba a ese desgraciado.
—Eres jodidamente mío... —Siseó el castaño entre dientes, al tiempo que sentía como los músculos del agujero del rubio se cerraban alrededor de su polla, succionándole hacia adentro, tragándole hasta el último centímetro, mojándole con toda clase de fluidos.
Mitch reafirmó el agarre que había establecido en las caderas del Alexander, sosteniéndole fuertemente mientras el orgasmo de este se prolongaba durante minutos enteros. A veces, el americano incluso se permitía esparcir toscos besos sobre las mejillas húmedas del otro, lamiendo la línea de la mandíbula, suspirando contra la zona.
Fue el gemido desgarrado que brotó a duras penas de la boca del mayor el que provocó que Mitch levantará un poco la mirada, observando detenidamente lo precioso que se veía el rubio; con los ojos llorosos, con los labios rojos de tanto morderlos, con el cabello revuelto, con el pecho subiendo y bajando.
El americano no necesitó ningún otro incentivo para correrse, su polla eligió ese momento para explotar violentamente dentro del inglés, esparciendo escasos chorros de semen en sus lugares más profundos. Su diestra por su parte, al fin se apartó de los labios de su chico, deslizándose con prontitud hasta las caderas de éste.
—Esto es tu culpa, bebé —el estúpido apodo se fugó de sus labios, sin que Mitch pudiera hacer algo al respecto. Aunque en ese momento tampoco le importó demasiado, no cuando su cuerpo todavía seguía estremeciéndose, disfrutando de los minutos pos orgásmicos más agradables de toda su vida.
Cuando el aire regresó a sus pulmones, el castaño no había tardado en intercambiar posiciones, dejando a su idiota recostado sobre su pecho, aún cuando eso significó tener que abandonar su lloroso agujero.
—¿Alexander? —El asesino enderezó un poco su postura y bajó la mirada; notando apenas que su chico ya tenía los ojos cerrados, a pesar de que parecía todavía no estar dormido.
El inglés había perdido la consciencia en algún punto, sumiéndose en el cansancio y el placer que el acto había provocado. Cuando sus ojos volvieron a abrirse, ya estaba sobre Mitch, quien, a ese punto, parecía haberse olvidado de la jodida situación en la que le había encontrado. ¿Acaso no lo habían llenado de plomo horas atrás?
—No morí —murmuró el rubio en voz queda, sin atreverse a mover ni un solo musculo de su cuerpo, aunque siendo sinceros, a ese punto siquiera podía hacer algo al respecto—. Lamentable noticia para ti. Todavía estábamos comprometidos... —Alexander no podía reconocer su voz, su garganta estaba destrozaba, a ese punto no sabía si por la asfixia de Mitch o por los gemidos que había soltado contra su mano. Pero no quería pensar.
Alexander estaba demasiado cansado para ello. Y Mitch parecía leer sus pensamientos, porque lo dejó en paz por un rato.
—Ellos siempre van a buscarme, Mitch... Sé cosas que no quieren que se sepan... —El inglés hizo una pausa mientras hundía la nariz contra el pecho del castaño, sabiendo que estaba hablando de más, probable consecuencia del reciente acto—, me encargaré de eso después. Deja de ser tan imbécil, si vas a jugar a las escondidas, elije un país tropical... Odio el frío, todo el culo se me congela —finalizó antes de volver a acomodarse, está vez a un costado del castaño.
Alexander no olvidaba sus heridas, pero era sorprendente como Mitch Rapp era capaz de mantener la fuerza y vigor pese a ello.
—Quiero una casa bonita. Con un enorme jardín para mí cabra... D-debe tener piscina también. Y que la cama del dormitorio tenga buenos resortes, porque quiero follar cada noche... Eso... Eso de seguro te mantendrá en casa más tiempo, americano —con los párpados pesándole, el rubio se había envuelto entre las sábanas, dejándose caer en los brazos de Morfeo. Por la mañana, saldrían de Rusia y después, pensaría mejor como limpiar sus huellas.
El americano escuchó todo en silencio, bajando la cabeza, para poder clavar sus mieles en la figura de Alexander; memorizando la apacible expresión que este tenía plasmada en su rostro durmiente. Era una imagen entrañable. No le molestaría despertar todas las mañanas con ese idiota a lado. De hecho, estaba deseando poder tener algo como eso. Que extraño.
Con el corazón lleno de un irritante sentimiento cálido, el asesino había cerrado los ojos, rindiéndose ante el maldito cansancio que se dispersaba por todo su exhausto cuerpo. Desafortunadamente, aquel descanso no duró más de un par de horas.
En algún momento en medio de la madrugada, el sonido de su teléfono móvil se había hecho escuchar por toda la habitación, encendiendo todas las alarmas del americano, a tal grado, que terminó por abandonar la calidez de la cama, para correr hacia el baño.
Cogiendo los vaqueros que había botado en el suelo de aquel cuarto, el castaño tomó el celular del bolsillo, revisando rápidamente la bandeja de entrada... Solo para encontrarse que había un extraño mensaje de un número desconocido; donde le pedían explícitamente que acudiera a una dirección o el hotel donde estaban volaría en pedazos.
¿Era una broma de mal gusto?
¿Alguna trampa de la Bratva?
¿Los ex compañeros de Alexander dándole un ultimátum?
Rapp ni siquiera tuvo tiempo de pensar en una respuesta, porque un segundo más tarde, nuevos mensajes llegaron. Cada uno más preocupante que el anterior.
Estaban rodeados... No había manera de que los dos lograrán salir, a menos que... No. No podía arriesgar la vida del británico. Si estuviera solo sería más sencillo evadir a la muerte, pero...
Sintiendo la boca seca, el asesino había regresado a la habitación donde Alexander continuaba durmiendo plácidamente. Mitch le miró fijo. Pero en lugar de despertarle, se había sentado a orillas de la cama, estirando una mano, para poder peinar aquellos desprolijos cabellos rubios.
—No debiste venir aquí, imbécil. No es seguro estar a mi lado —el susurro desganado se fugó de los labios del agente, en el momento exacto en que buscó la billetera dentro de sus vaqueros, para sacar un pequeño objeto: un collar con el anillo de su madre, el mismo anillo que había usado para comprometerse con Katrina Harper. Bueno, aparentemente, en su destino no estaba comprometerse con nadie. Eso parecía ser de mala suerte. Irónico.
Los buenos momentos nunca duraban.
Rapp cerró los dedos alrededor del pequeño anillo, mientras rememoraba todos los momentos que había vivido al lado de Alexander Jones, desde el día que Kennedy los puso a trabajar juntos. Quizá en ese entonces debió haber admitido sus propios sentimientos. Hubiera sido sencillo aceptar —para sí mismo, al menos—, que ese sujeto despertaba emociones que nunca antes había experimentado, pero... La vida de un asesino siempre estaba teñida de desgracias. No había finales felices en sus historias. Nunca. Solo pequeños vistazos de una vida mejor.
Alcanzar la felicidad era una mierda, cuando esta le era arrebatada unas horas después.
Sonriendo ante el amargo pensamiento, Mitch Rapp había terminado por volcar toda su atención en el británico, poniendo el collar de Katrina alrededor del cuello de este: un gesto que debía expresar, lo que con palabras jamás sería capaz de decir.
—Esta será mi puta condena para ti, Alexander Jones... Vas a arrepentirte de haberme conocido. Y será tarde. Para los dos —con los mieles completamente apagados, el americano se había puesto de pie, cogiendo su ropa del suelo, para comenzar a limpiarse y vestirse en silencio. Si su mirada se tornaba borrosa a momentos, él ni siquiera se había dado cuenta. Tenía muchas cosas en las que pensar.
Una vez que estuvo completamente vestido, Rapp había vuelto a sentarse al borde de la cama, observando detenidamente la figura del británico. Lucía serenó, despreocupado. Por primera vez, su expresión estaba completamente relajada. El agente casi deseó detener el tiempo, para poder quedarse ahí. A su lado.
Pero no. En ese momento su móvil volvió a sonar, advirtiéndole que debía marcharse ahora mismo. No podía permanecer en su burbuja de felicidad ni un minuto más. Era una mierda todo.
Estirando una de sus manos, el americano tanteo en los cajones de la cómoda que estaba junto a la cama, buscando algún maldito trozo de papel. Lo encontró al cabo de unos segundos: era una hoja limpia. Quizá había sido olvidada por uno de los huéspedes anteriores. No le importaba.
Mitch escribió una simple frase en el papel: una promesa que esperaba poder cumplir. La palabra "Regresaré" quedó escrita en la hoja, con una perfecta caligrafía.
Después de esa extraña escena, el agente inclinó el rostro hacia abajo, para poder dejar un pequeño beso en la frente de Alexander.
—Te amo, pedazo de idiota. Realmente lo hago... Déjame... Déjame volver a encontrarte... —Tragando forzosamente el nudo que se había formado en su garganta, Rapp se obligó a ponerse de pie, arrastrando los pies hasta la salida. No miró atrás en ningún momento. No tuvo la fuerza necesaria para contemplar la figura de Alexander. No podía. No ahora. No cuando acababa de aceptar sus malditos sentimientos.
Ajustando la chaqueta alrededor de su cuerpo, el castaño había recorrido los pasillos del hotel, deteniendo sus pasos solo cuando estuvo parado a mitad de la calle. No tenía un auto para conducir. Pero el problema se resolvió cuando robó el primer vehículo que tuvo a su alcance. Mitch inspeccionó los alrededores en busca de los tipos que le habían seguido, pero naturalmente, no estaban a la vista. Las calles lucían desoladas. No parecía haber ni una sola alma deambulando por ahí. ¿Eso era buena señal? El asesino quiso pensar que estaba dejando a Alexander en un lugar más o menos seguro.
Con la bilis reptando por su garganta, el agente al fin había encendido el motor del auto, poniéndose en marcha de inmediato, aún cuando sabia que iba camino a una jodida trampa. Irónico. Hurley seguramente se burlaría en su cara, si se enteraba que su mejor hombre estaba mandando a la mierda todo su entrenamiento.
Carajo. Mitch mismo se sentía decepcionado. No recordaba ser tan estúpido.
Todo era culpa de ese británico engreído. Bendito el día que había aceptado tenerlo de compañero. El primer café que tomaron juntos, el primer día le estaba saliendo muy caro.
Sin embargo, no se arrepentía. Alexander había sido lo único bueno de su vida. Aunque en más de una ocasión había querido matarlo.
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Cuando el americano llegó al lugar que le había sido indicado, lo primero que noto fue que habían dos autos estacionados a mitad de la carretera. Había algunos hombres armados rodeando los vehículos. Pero ninguno de ellos le estaba apuntando a él. Por ahora, al menos. Sin embargo, los instintos del agente le alertaban que aquella calma no iba a durar.
Sabiendo perfectamente lo que le esperaba, Mitch se había deslizado fuera del auto, manteniendo una postura imperturbable, aún cuando uno de los hombres se había acercado a él.
— Polegche, Vlad. S neterpeniyem zhdu vstrechi s izvestnym nayemnym ubiytsey. Mne skazali, chto yego sposobnosti ogromny —la voz provino desde el interior de uno de los vehículos. Rapp no se movió. Simplemente observó como un hombre de mediana edad bajaba del ostentoso auto, sonriendo con frialdad, mientras caminaba hacia él.
—Me hiciste esperar mucho, Mitchell. Casi mando destruir el edificio donde duerme tu puta —el castaño hizo una mueca desagradable luego de oír la descripción de su mocoso, pero afortunadamente, consiguió mantener la compostura. Tenía que ser jodidamente cuidadoso con lo que decía.
—Me siento halagado. No cualquiera intenta destruir un hotel solo para llamar mi atención. Pero no eres mi tipo, viejo—gruñó el americano, al tiempo que sentía como uno de los hombres presionaba el metal de una pistola contra su espalda. En ese momento, Mitch quiso girarse y destrozar el cráneo de aquel sujeto, pero no lo hizo.
—Rapp no te conviene ponerte insolente conmigo. No olvides que la vida de Thomas Sangster o Alexander Jones está en mis manos. Si quisiera, ambos estarían muertos —el americano iba a replicar, pero un golpe en su espalda lastimada le hizo apretar los dientes con fuerza. Mierda.
El hombre mayor había sonreído con superioridad, haciéndole un gesto a otros dos de sus guardaespaldas, para que sujetarán al afamado agente.
—Escucha claramente, Mitch Rapp. Te has convertido en una maldita molestia para la Bratva. Siempre estás metiéndote en nuestros asuntos. Asesinas a mi gente casi con facilidad. Has arruinado muchos de mis negocios... No voy a mentir. Eso me molesta mucho. Es inconcebible que un simple hombre ponga en jaque a la mafia rusa.
—Es una lastima. La próxima vez, quizá deje a uno de sus hombrecitos con vida. Pero no prometo nada —escupiendo la sangre que llenaba su boca, el agente sonrió. Aun cuando eso le valió recibir un nuevo golpe en el abdomen.
Frunciendo los labios con disgusto, el phakan había dado un par de pasos hacia adelante, acuclillándose a un lado de donde estaba tirado el americano.
—Ty tsennyy mal'chik. YA mog by schitat' vas orudiyem Bratstva. Ty byl by khoroshim Opekun. K neschast'yu dlya tebya. Vy razozlili ne tekh lyudey —el ruso palmeó una de las piernas del castaño, terminado por ponerse de pie.
Mitch quería romperle la cara a todos los tipos que estaban a su alrededor, pero sabía perfectamente que no solo su vida estaba en juego. También la de Alexander. Y eso no era algo que estuviera dispuesto a arriesgar. Bajo ningún jodido motivo. Debía mantener al irritante tipo fuera de peligro.
Quiero una casa bonita. Con un enorme jardín para mí cabra...
Recordando las últimas palabras que le había dicho Alexander, el agente se había levantado, mostrando una pequeña sonrisa, al tiempo que dejaba caer la pistola que guardaba en el cintillo de sus vaqueros. El metal chocando contra el pavimento fue el único sonido que se escuchó.
—Bien, dispara. No tendrás otra oportunidad para deshacerte de mí —endureciendo completamente sus facciones, el asesino había señalado al otro hombre —, solo una cosa más... Si alguno de ustedes llega a poner una sola mano sobre Alexander Jones... Me arrastraré fuera del infierno y destrozaré cada maldito hueso de sus cuerpos.
El ruso arqueó una ceja, casi impresionado por las agallas del castaño. Definitivamente, ese niño sería un buen Opekun, si tan solo...
—Cuidado, Mitch Rapp. El amor es el arma más peligrosa de todas —se burló el mayor, antes de encaminarse de regreso a su auto —. Conocen mis órdenes —le hizo una pequeña seña a su hombre de confianza, antes de dedicarle una última mirada al castaño—. Espero que te hallas despedido de tu amor antes de venir aquí, americano. Temo que no habrá un reencuentro.
El castaño apretó los labios, pero no pudo decir nada, porque en ese momento notó como varios hombres le rodeaban. Dos de ellos le apuntaban con sus armas.
El líder de la mafia se había subido en el auto, justo cuando escuchó el primer disparo. El segundo fue subsecuente.
El dolor había estallado en el pecho de Rapp en menos de un parpadeo, el frente de su camiseta oscura pronto se empapó con su sangre. Su cabeza dio vueltas, su vista se tornó borrosa a momentos. Fue solo su resistencia física la que le mantuvo de pie.
Eso y una profunda mirada color chocolate.
Mitch cerraba los ojos y casi podía observar la sonrisa altanera de Alexander. El mocoso imbécil iba a estar tan molesto cuando despertara. Seguramente iba hacer uno de sus clásicos berrinches:
Sus labios se iban a apretar en un mohín infantil.
Su nariz seguramente iba a arrugarse.
Oh. Y por supuesto, Alex iba a insultarle hasta el cansancio.
Con la imagen del británico grabada a fuego en sus pensamientos, el agente al fin se había dejado caer el suelo: su espalda pronto impactó contra el pavimento, su ritmo cardíaco se hizo más lento. Su respiración se unificó.
Vaya manera patética de acabar. Rapp estaba molesto consigo mismo. Pero no pudo evitar el desenlace.
En menos de un parpadeo, la oscuridad aplastante reinó.
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