Capítulo 1

Escrito por @loveless223 y anniepellegrino7


Una semana, llevaba aproximadamente una semana sin saber del americano ¿lo cierto? Lo cierto era que la situación le era bastante menos llevadera de lo normal. Si bien el estúpido agente americano se había ido por su cuenta desde hacía días, era algo a lo que no había prestado atención, no hasta ese punto. 

Vivir juntos no era parte de su plan, y, sin embargo, podía decir que gran parte del tiempo libre de Mitch Rapp, el británico buscaba la manera de mantenerse en el estúpido departamento de este. Era prácticamente vivir con él... O a expensas de él. La segunda definición le agradaba más.

Daba igual.

En aquel momento su concentración debía hundirse en el hombre de cabellos negros que estaba a unos metros de él, al tiempo que trataba de hacerle plática a una mujer que ansiaba sacarle más palabras de lo que podía considerar normal. ¿Por qué los malditos tipos ahogados en dinero tenían esas manías?
La sonrisa igual de podrida, el aliento fétido de la droga que seguramente había consumido y las estúpidas frases pasadas de moda para conseguir algo más.
El británico tuvo que disculparse al segundo en que el hombre de negros cabellos finalmente le dedicó una sonrisa, obligándole a disculparse con la dama parlanchina para ir al encuentro del otro.

Un minuto, quizá dos. El tiempo era irrelevante cuando el rubio utilizaba sus sonrisas y el mundo de palabras para poder envolver a las personas. Nikolay: conocía el nombre del sujeto, su altura, incluso la talla de sus zapatos. Conocía sus peculiares gustos y por supuesto, se había encargado de entrar en la extensa lista de requisitos para figurar dentro de estos.
Una sonrisa y una suave caricia precariamente instalada sobre la mejilla del más alto: el británico se aseguró de obtener toda la atención de este. Se mordió el labio inferior al segundo en que el rubio se inclinó en su dirección, susurrando un par de palabras de manera íntima en uno de sus oídos.

Alexander sonrió casi de inmediato antes de rodar los ojos, centrando su atención brevemente en la entrada del enorme salón donde la fiesta se llevaba a cabo: ahí, dentro de un perfecto conjunto en color azul marino, el americano se hallaba de pie, mientras una belleza de piel tostada se aferraba a uno de sus brazos.

¿Qué mierda? Los pardos del británico se perdieron durante un segundo en la imagen que el menor portaba, en su cabello grácilmente acomodado y en lo estúpidamente entallado que el saco del traje le quedaba. ¿Así que había desaparecido de Brooklyn para ir a corretear bellezas iranís? La pregunta le sonó estúpida desde el primer segundo, obligándole a volver su atención al hombre que, a ese punto, ya le ofrecía una copa de vino.
Sujetó el cuello de la copa al tiempo que trataba de prestar mediana atención a lo que el ruso hablaba: imposible. ¿Por qué el hombre consideraría que le importaba saber de la estúpida colección de autos que poseía?

El británico se limitó a dejar que una risa aterciopelada se fugara de sus labios al tiempo que finalmente, era capaz de sentir una de las manos del sujeto sobre su cintura. Cerca, un poco más cerca. Alexander se permitió bailar en la ironía de la situación, llevando la mano libre hasta la oscura cabellera del ruso, jugueteando brevemente con un mechón ligeramente desacomodado. Fue una caricia vacía, un gesto premeditado. El más alto simplemente había hundido el rostro contra el cuello del británico, dándole el tiempo suficiente para deslizar la mano libre hasta el saco de este.

Distraer, cegar, tomar. El truco mejor aprendido en sus días bajo la tutela de la corona. Bastaron dos segundos antes de que Alexander optara por volver a alejarse del hombre, justo cuando este estuvo a punto de unir sus labios con los propios. No lo supo, no lo meditó, el británico simplemente ladeó el rostro, dejando que su boca se perdiera en la mejilla del más alto.

No deseaba besarlo de la otra manera, y realmente, no quería averiguar la razón. El ruso por su parte, se limitó a susurrarle al oído, a pedirle que lo esperara unos minutos en el exterior del edificio.
Claro, sí, por supuesto. El británico le sonrió, asintió con el rostro y volvió a depositar un último beso contra la casi limpia mejilla del hombre.

Cuando finalmente volvió a centrar su atención en el ambiente del lugar, fue capaz de observar el segundo exacto en que el americano le acribillaba con la mirada, mientras su mandíbula se apretaba de manera notoria. Alexander estuvo a punto de dedicarle una sonrisa ante ello, pero el teatro se vino abajo al momento en que el castaño se giró, dejando que sus labios descansaran ampliamente sobre una de las mejillas pintadas en rubor de la mujer. ¿De dónde mierda había sacado esa estúpida idea de show barato?

No, no deseaba cruzar más miradas con su compañero de piso y amante en turno, por él, podía irse a la mierda mientras completaba la estúpida misión de los suyos. Alexander simplemente sonrió antes de alejarse y dirigirse casi de manera determinante hasta la pareja de agentes, terminando por pasarlos de largo. Conectó dos segundos con la mirada de Mitch y eso fue todo. Había cumplido su objetivo, a ese punto, solo quería largarse del lugar.

El exterior del edificio era bastante más ostentoso que su interior. Las amplias terrazas eran iluminadas por lámparas de color champagne estratégicamente acomodadas en los faroles dispersos. Los barandales de concreto yacían debajo de gruesos ramos de flores blancas, probablemente, en honor a la pareja de recién casados que bailaba en el interior del salón.

El británico detuvo su andar justo cuando halló un espacio vacío junto a uno de los barandales, dejando que su diestra buscara el teléfono móvil que recién había hurtado de su objetivo. Bastaron dos segundos antes que, de casi manera automática, buscara la cajetilla de cigarros que guardaba en el interior del incomodo traje que portaba por el momento.

Los ojos pardos del ex agente se perdieron un segundo en el aparato que tenía en la diestra, poco antes de que se permitiera encender el cigarro que, a ese punto, ya bailaba con ansiedad en sus labios. Bastaron aquellos momentos sumido en su pequeño mundo, para que la soledad del lugar se interrumpiera ante el andar que, a ese punto, ya había memorizado. Apretó los labios en torno al cigarrillo antes de finalmente tirarlo al piso y apagarlo con el calzado; optando por deslizar el teléfono hurtado en sus pantalones de marca. Fue aquel segundo en que logró divisar a Mitch lo suficientemente cerca de él. Esta vez la mirada del británico descansó en su ex compañero de trabajo con hastío nada fingido y molestia mal encarada.

—¿No puedes estar lejos de mí, cariño? —Fue una pregunta cómplice, coqueta y que denotaba molestia. Alexander se había limitado a colocarse un nuevo cigarrillo en los labios, esta vez sin encender. La mirada altiva y prepotente, seguía clavada en el castaño.

Mitch solo hizo un desdeñoso gesto con la mano izquierda ante las palabras del otro, gruñendo como animal enjaulado antes de ir contra todo buen juicio, terminando por reducir la distancia que le separaba del otro. Entrecerró los ojos, recorriendo la figura del rubio de pies a cabeza mientras profundizaba todavía más en la mueca en sus labios, terminando por formar una fina y severa línea con los propios.

—Ni siquiera voy a preguntar qué mierda haces tú aquí. Eso no me interesa, pero quiero que te largues. Ahora —no había sarcasmo como de costumbre en su voz, no había exasperación, su tono solo era puramente neutro, frío, y glacial: como si estuviera hablando con su persona menos favorita del mundo. Y quizá así era. Alexander estaba haciendo méritos enormes para ganarse ese lugar actualmente.

Quizá fue por ello que el rubio le miró casi incrédulo. ¿Qué se largara? ¿Quién demonios se creía que era Mitch? La respuesta del rubio había sido simple: amplió la sonrisa en sus labios mientras el cigarrillo acababa instalado justo detrás de una de sus orejas. Tras aquello terminó por ladear el rostro, cruzando ambos brazos a la altura del pecho.

—Oh, Mitch, Mitch, Mitch. No seas egocéntrico. El mundo puede continuar girando y no es en torno a ti— y de nuevo, el británico tampoco estaba utilizando el sarcasmo, simplemente, estaba dejando ir sus palabras a como le llegaban a la cabeza por aquel instante—. Tengo más cosas por hacer fuera de estar perdiendo el tiempo en ese departamento. Por cierto, ¿dónde está la iraní?

Esta vez, el más alto regresó el cigarrillo a sus labios, estando a punto de encenderlo para finalmente, detener sus acciones justo a la mitad, complementando sus palabras:

—¿Puedes irte, cariño? Tengo que reunirme con mi objetivo en unos minutos, y no vendrá a mis brazos si uno de mis patéticos ex novios está merodeando por aquí.

Para Mitch, no saber controlar sus emociones siempre había sido la mayor debilidad, incluso Hurley se lo había mencionado constantemente cuando estaba formándose para entrar a la CIA. El ex militar le había repetido infinidad de veces que nunca debía actuar guiado por el impulso y la ira. Pero en ese momento, el americano olvidó todos esos años de entrenamiento, olvidó las instrucciones de su mentor, olvidó la investigación en la que supuestamente estaba trabajando, olvidó que Annika estaba sola dentro del edificio. Olvidó todo lo que debía ser importante.

El enojo se extendió por cada fibra de su ser, sin que Rapp fuera del todo sus consciente, ni aun cuando sus pies le llevaron hasta donde estaba Alexander, ni aun cuando sus puños se cerraron alrededor del cuello del saco que el idiota estaba portando. La distancia que en algún punto había existido entre ellos, quedó reducida a nada, terminado ambos cara a cara. Aferrando la suave tela de las prendas del rubio entre los dedos, Mitch terminó por atraerle contra su cuerpo, al tiempo que apretaba la mandíbula con endereza hasta que sus dientes casi tronaron.

—¿Novio? ¿Me llamaste ex novio, pedazo de imbécil? ¿Qué clase de mierda tienes en la cabeza? —Espetó bruscamente el menor, soltando la ropa del ex agente (como si el solo contacto le quemara) y retrocediendo dos pasos hacías atrás, los suficientes para poner algo de distancia segura en medio de ellos. Porque el asesino se conocía bien, y sabía, que estaba a punto de mandar toda pizca de razón al demonio e impactar el puño contra la boquita de Alexander: esa misma boca que casi otros labios habían besado.

Los celos estuvieron de vuelta en un abrir y cerrar de ojos, permitiendo que Mitch considerara la opción de regresar a la fiesta. Consideró ir a buscar a su flamante compañera, consideró subirse al auto y largarse sin un rumbo fijo. Pero al final, no había hecho nada de eso. Hizo todo lo opuesto: como siempre. Volvió a acercarse a Alexander, hundió los dedos entre sus mechones dorados y sin darle tiempo a reaccionar, terminó por impactarlo de narices contra la estructura del barandal frente al que se hallaba, inyectando la fuerza suficiente para poder lastimarlo.

El británico no demoró mucho más en apartarse del otro, ignorando el mareo que le abordó tras el brutal golpe. A ese punto, la diestra ya había subido hasta su nariz, palpando el líquido carmín que brotaba inmensurablemente de esta.

—¡¿Qué mierda tienes en la cabeza, imbécil?! —El británico arrugó ambas cejas, apretando los dientes al tiempo que mantenía la mano sobre la nariz. Durante un largo momento deseó sacar el arma que tenía entre sus prendas, pero se limitó a acribillar al castaño con la mirada—. No estamos en una jodida misión juntos ¿entiendes? ¡Regresa con tu patética compañera antes de que te saque la mierda que tienes por cerebro!

La expresión que mantenía Rapp era señal suficiente para Alexander: ambos estaban al límite. Apretó los dientes una vez más, dedicándole una última mirada al menor. Fue todo. Terminó por darse la media vuelta dispuesto a irse de ahí.

—¡Vete al demonio, imbécil! No tienes idea de... —Mitch interrumpió sus propias palabras cuando notó como el mayor hacia ademanes de querer largarse.

—No te atrevas a seguirme, cabrón —una advertencia brotó de los labios del británico: vaga vacía. Le molestaba la presencia del otro, en aquel momento siquiera podía soportar estar cerca de él, ¿la razón? Quería ignorarla por completo—. Acéptalo, Rapp, lo nuestro jamás iba a funcionar —una mirada final, una sonrisa de suficiencia, las últimas palabras irónicas de la noche.

Por segunda ocasión, Rapp caminó hacia el otro, sujetándole del antebrazo, perforándole con la mirada.

—Me importa una mierda lo que quieras, Jones... Tú vienes conmigo —a ese punto, el americano simplemente haló el cuerpo del rubio, llevándole escaleras abajo.

—¡¿Qué demonios crees que estás haciendo, Rapp?! —Alexander haló del brazo que el menor había capturado, dedicándole más de una mirada asesina, pero la determinación del castaño mermó cualquier intento de alejarse de él—. ¡Tienes un maldito trabajo por hacer! ¿Qué no? —la pregunta quedó al aire al momento exacto en que divisó el auto del menor, haciéndole apretar los dientes y halar una última vez del brazo que aún sostenía el otro: en vano.

Fue lo último. Apartó la diestra de la hemorragia de su nariz, terminando por estrellarla a puño cerrado contra la mandíbula del menor. Aquello fue suficiente para que el agarre del americano finalizara, haciéndole retroceder un par de pasos, ligeramente aturdido. Mitch elevó la diestra hasta su punzante mentón, limpiando los vestigios de sangre con el dorso de la mano antes de entrecerrar los ojos con desconfianza.

—Mi misión no es asunto tuyo, imbécil. Pero si quieres saberlo, Annika es lo suficientemente competente para hacerse cargo sola —Mitch gruñó de mala gana avanzando hacia el otro, terminando por cogerlo de ambos antebrazos, antes de empujar el cuerpo de Alexander en la dirección del vehículo—. Ahora sube al puto auto, Jones... Por las buenas o por las malas, tú eliges —más que una sugerencia, era una amenaza en todo su esplendor.

El británico le observó altivo, expectante, sin poderse creer toda la mierda que Rapp estaba diciendo por aquel instante. No tenía ni el más mínimo sentido. ¿Quién demonios se estaba creyendo Mitch Rapp? Cesó sus pensamientos cuando su espalda dio de lleno contra la puerta del auto, haciéndole ahogar un gemido de dolor que terminó por morir en sus labios.

—¿Que mierda...? —Alexander entrecerró los ojos, observando al otro casi amenazante. Durante un largo segundo meditó el volverle a partir la cara a Rapp para salir de ahí—. Oh, claro, Rapp, voy a subirme al maldito vehículo del tipo que me ha partido la cara más veces de las que puedo recordar —rodó los ojos con ironía antes ladear el rostro ligeramente, terminando por suavizar sus facciones en un abrir y cerrar de ojos

No hubo una respuesta por parte del americano, pero al rubio le bastaba aquella mirada para saber que estaba jugando con el delgado hilo de la paciencia de este.

—No recuerdo que el secuestro figurara entre tus manías, Mitch —Alexander hizo una pausa y sonrió con suficiencia—, regresa a tu maldita misión, agente. ¿Por qué no vuelves a besar a esa iraní? Oh Dios, Rapp, te aseguro que está muriendo porque la beses de nuevo —el desdén se medía en las palabras del británico, y probablemente por primera vez en toda su vida, había sido él quien finalmente, se dejó guiar por sus emociones. Por supuesto a ese punto, el rubio simplemente había terminado por impactar una de sus rodillas contra el abdomen de Rapp. Estaba jodido si creía que iba a subirse al mismo auto que él.

Mitch retrocedió apenas un paso, perdiendo el oxígeno por un instante. Aspiró un par de bocanadas de aire por la boca y la nariz, levantando la cabeza de inmediato para dedicarle una mirada asesina al otro.

—Suenas enojado, Jones ¿pensaste que tú eras el único que podía putear? —Escupió el castaño con evidente desagrado, soplando los mechones rebeldes que se deslizaban por sus sienes. Tras ello, terminó por estirar una mano, capturando el mentón del rubio entre los dedos, clavando las uñas con fuerza hasta que pequeñas medias lunas quedaron grabadas en la pálida piel ajena: como una especie de peculiar recordatorio para después.

—¿Qué mierd...? —El rubio no finalizó la pregunta, no cuando Mitch delineó su mandíbula con las yemas, subiendo su toque hasta que los dedos de este rozaron sus labios.

—Eres un jodido imbécil —Mitch no supo si lo decía para sí mismo o para Alexander, pero tampoco tuvo tiempo para meditarlo, porque en menos de un parpadeo, Mitch había tomado el delgado cuerpo del rubio en brazos, abriendo la puerta del auto para poder meterlo a la fuerza, sin delicadeza de por medio, aun cuando el rubio luchaba con uñas y dientes para no ceder.

Evidentemente, nada de ello fue de utilidad: en menos de un instante, Alexander ya se hallaba dentro del estúpido vehículo. Ignorando el ardor que se instalaba aun en su nariz, el británico se limitó a apoltronarse en el asiento del pasajero. Durante un breve lapso de tiempo meditó la posibilidad de abrir la puerta a la fuerza y salir de ahí, pero el plan quedó descartado cuando el otro abordó el vehículo.

El rubio se quedó quieto justo donde estaba, analizando en silencio a su enfurecido ex compañero de trabajo.

—¿Así que eso estabas haciendo, Rapp? —La pregunta surgió sola, con ironía, retomando el hilo de la plática. A ese punto, el británico se había llevado la mano a la nariz, sonriendo escasamente ante sus propias palabras. Con Mitch la fuerza no era una opción—. Me encanta. Hacen una adorable pareja —murmuró escaso mientras le observaba de reojo, al tiempo que una sonrisa llena de sarcasmo surcaba sus labios—. Pero dudo mucho que ella sea mejor que yo, ¿no es así?

Mitch se quedó quieto por un instante al tiempo que sus dedos golpeteaban el material sintético del volante, como si tratara de mermar la ansiedad que la peculiar situación le producía.

—No soy como tú, Alexander. No me revuelco con cualquiera —el murmuro del castaño brotó con la voz extrañamente calmada, pese a que su mandíbula ya le molestaba por estar apretándola con tanta fuerza desde hacía varios minutos: exactamente, desde que la furia le nubló el juicio y le hizo cometer estupidez tras estupidez.

Pero el americano sabía que no podía evitarlo, estaba enojado a más no poder: confundido e irritado, quizá hasta mucho más de lo que ameritaba la maldita situación. Lo peor de todo, era que ya sabía la razón de su comportamiento. Sabía por qué estaba actuando como un colegial mediocre. A ese punto, Mitch solo aferró el volante con más fuerza, oprimiendo los labios en una fina línea al tiempo que lanzaba un rápido vistazo hacia el rubio. Se detuvo a analizar cada una de sus gesticulaciones, con la sutil esperanza de averiguar qué carajos estaba pensando: todo en vano.

—¿Estás celoso de Annika, Alexander? ¿Es eso? ¿Te tomaste enserio la mamada de que éramos una pareja? —Las preguntas brotaron de los labios de Rapp sin que fuera del todo consciente, y cuando reparó en ello, no hizo más que ponerse completamente rígido antes de encender el vehículo, pisando el acelerador a fondo. Darse cuenta de que esas palabras también aplicaban para él, era una completa mierda.

El británico se quedó en silencio unos momentos, arrugando ambas cejas, escuchando la mierda que había brotado de los labios del menor. Quiso reír ante ello, pero se limitó a bufar y desviar la mirada.

—¿Por cuál puta barata me tomas? —Cuestionó el rubio arqueando una ceja poco antes de observar a Mitch fijamente—. ¿En serio te crees que voy por ahí follando con todos? No seas imbécil, Rapp. —Esta vez borró la sonrisa en sus labios, apartando la diestra de su rostro al tiempo que volvía a desviar la mirada—. Y en todo caso que así fuese, formas parte de la lista. No te sientas especial. —Esta vez, Alexander sonrió con suficiencia, poco antes de llevarse el pulgar a los labios, mordiendo con suavidad la uña del mismo.

"Formaba parte de la lista de amantes de Alexander." El americano repitió aquello de manera mental.

Eso no le hacía sentirse mejor, de hecho, las palabras del chico idiota solo estaban empeorando más la situación: los celos enfermizos de Mitch —esos que nunca había sentido ni siquiera por Katrina— resurgieron nuevamente con el paso de los minutos, volviendo tentadora la idea de tirar a su tormento personal por la ventanilla del auto. Quizá eso le ayudaría a calmarse un poco, quizá eso conseguiría que volviera a entrar en razón. Ambas opciones resultaban sumamente factibles.

Regresando la mirada a la desértica carretera por la que estaba conduciendo, Mitch acomodó los mechones castaños detrás de unas de sus orejas, reclinando la espalda contra el asiento. Convencerse a sí mismo de que había perdido por completo la cabeza, era la única manera de explicarse que hubiera dejado la investigación —y a su compañera— botada, y de paso, secuestrar al tipo con el que de vez en cuando, solía tener sexo.

—Deja de decir mamadas, Alexander. No estoy de humor para aguantarte... Y definitivamente, no quiero hablar de tu vida sexual —el castaño gruñó de mala gana, presionando el puente de la nariz con un par de dedos y pisando el acelerador a fondo nuevamente. Pronto fue capaz de sentir la fría brisa invernal colándose por la ventana abierta del auto, lamiéndole el rostro, enfriando su piel semi descubierta y revolviendo su cabello castaño en todas direcciones. Unos mechones incluso terminaron justo encima de sus ojos, obligándole a apartarlos con suavidad.

—Esto no es NASCAR, Rapp —el murmuro de Alexander se dejó ir, mientras su atención se centraba en el menor, reparando en lo último que este había soltado sin más. Tras ello, terminó por rodar los ojos, mordiéndose brevemente el labio inferior, antes de llevarse la diestra a la nariz, palpando esta para asegurarse de que no hubiese acabado rota.

Silencio, Mitch parecía no querer prestarse a su juego, y el rubio lo sabía: aburrido.

—¿Hay algo que quieras decir? —Esta vez, Alexander ladeó el rostro, dedicándole a Mitch una sonrisa por demás coqueta, insinuante, incluso cayendo en lo lascivo. Dos segundos después, ya se hallaba inclinándose en la dirección del otro—. Más te vale que sea importante, porque justo en este momento, podría estar en la cama de ese ruso pasándola de maravilla —fue un murmuro, un susurro cómplice. Su aliento pegó de lleno contra la mejilla del menor: era una mentira en todo su esplendor, dicha sin premeditación.

La oleada de enojo pasó de ser un pequeño tsunami, a transformarse en un maremoto. Mitch no pensó, no razonó sus putas acciones, y eso, probablemente no importaba. A ese punto, simplemente pisó el freno de golpe, provocando que el auto girara con brusquedad, antes de poder estacionarse justo a un lado de la jodida autopista. Respirando entrecortado, el castaño se giró un poco el cuerpo y observó al aturdido hombre que se removía torpemente en el asiento continuo.

—Me temo que esta noche no podrás abrirle piernas, Jones —fue un susurro cargado con notorio desdén. A ese punto, Mitch ya había terminado por inclinarse hacia adelante, cogiendo las prendas superiores del mayor para atraerle contra sí, reclamando sus labios, devorándole en un beso que demandó entrega y salvajismo desde el primer segundo.

Alexander reaccionó al instante: subió la diestra subió con premura, terminando por instalarla sobre la larga cabellera castaña del menor. La izquierda por su parte, se posicionó sobre la nuca del otro, buscando mantener la nula distancia entre ellos por aquel instante. Se permitió morder los labios de Mitch, incluso sonreír en el medio del nada sutil contacto, pero no por ello, cesó sus acciones.

Bajando ambas manos, el rubio terminó por llevarlas hasta el pecho del menor, empujándole una vez más contra el respaldo del asiento del conductor. El beso se interrumpió en consecuencia, ocasionando que la sonrisa en los labios del británico terminara por ampliarse. A ese punto, Alexander buscó impulsarse, deslizarse en el reducido espacio que existía entre ambos. La incomodidad se hizo presente, pero pasó a segundo plano en el momento exacto en el que, finalmente, logró colocarse a horcajadas sobre la pelvis del castaño.

—¿Acaso son celos, Rapp? —La pregunta surgió contra los labios del americano, al tiempo que el más alto terminaba por volver a enredar sus dedos en la melena del otro. Un segundo, dos. Alexander no permitió respuesta alguna, no cuando la necesidad había hecho acto de presencia por segunda ocasión, haciéndole por devorar los labios del menor en un beso tan violento como el anterior.

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