Capítulo final: La muerte es hermosa y pavorosa

Cultura: Hindú.

Dios: Iama.

Vampiro: Vetala.


Sí. Sí. Sí.

No sé cuántas veces tenía que repetirlo para que esos bocones por fin se callaran. Solo fue un descuido, y ya estoy aquí, buscando a ese descuido. Claro, es difícil hacerlo entre tanto gentío. ¿Esta gente no tenían cosas más importantes para hacer, que disfrazarse de criaturas que los despedazarían en segundos? Y pensar que yo estuve en su lugar.

Había salido de una alcantarilla, mi toro ahora era una rata gigante (una mala broma de alguno de los dioses), así que esto no me sentaba para nada bien. Y, empeorando la situación, no podía encontrar a mi objetivo entre tantos disfraces y maquillajes. Detesto llegar a la conclusión de que necesito apoyo para remediar mi pequeño error.

Junto con mi rata gigante emprendemos un corto viaje. En un departamento con el número 13, una chica mortal de unos quince años había estado jugando con magia, y he reconocido de quién ha heredado esos dones. Me lo pensé bastante antes de aparecer delante de ella. Alcé mis brazos y dejé que las palabras fluyeran.

—Denali, hija de Alisha, me has invocado. Ante tu imprudencia...

Un grito me interrumpió. Denali estaba brincando de... ¿felicidad? Tenía una gran sonrisa en su rostro moreno y sus ojos ámbar brillaban como si de dos collares de oro habláramos. Me resultó hasta adorable ver a esta pequeña pensando que era el mejor día de su vida.

—Déjame terminar —la reprendí.

Ella detuvo sus saltos, dispuesta a oírme; sin dejar su tonta sonrisa.

—Por una equivocación... administrativa... ¡Sí! —exclamé mientras alzaba el dedo índice; no dejaría que supiera mi error—. Por una equivocación administrativa, el vampiro Vetala ha escapado del Patala. Ahora es tu deber ayudarme a capturarlo.

—Oh... Esto está... ¡genial! —exclamó Denali en brincos y aplausos—. ¡Mamá estaría feliz, ayudaré a los dioses!

—Si, sí —murmuré con algo de enfado—. Es ahora o nunca, niña. Llévame al cementerio más espantoso de aquí.

—Mi dios, sé exactamente a donde llevarlo.

No, no fue difícil ver ya su rastro de caos. Pasamos entre un grupo de jóvenes que parecían estar muy mal de salud. Más allá una ambulancia atendía a una mujer embarazada.

—Vetala, causante de locura, enfermedades, abortos y muertes —recitó Denali.

No me sorprendió que alguien de este siglo lo supiera; me sorprendió el tono tan lúgubre en el que lo dijo. Como si le doliera lo que era capaz de causar ese demonio. Entonces recordé. Su madre había muerto gracias a un espíritu. Fue una hermosa dama y muy entregada a la salud de los demás. Siempre ayudaba. Esta niña se le parecía tanto.

En el trayecto me pregunté sobre cuántas risas habría tenido ya Kali, o cuántos castigos me estaría por imponer Indra. A mí alrededor, el virus se propagaba con rapidez. Mi tiempo se agotaba. Además, si esta niña se enfermaba de lo mismo... Dudo mucho que Indra me lo perdone. Después de todo, ella era su pariente lejano.

—Así es —confirmé unos minutos después. Si fue más un comentario sobre lo que dijo ella o una respuesta a mis pensamientos, eso no me quedaba claro.

— ¿Ayudaremos a estas personas? —preguntó con sus enormes ojos llenos de bondad. Era tan idéntica a ella.

—Si nos damos prisa.

En realidad, no estaba seguro. Ya el virus estaba muy disperso. Sabía que la mujer embarazada había perdido al bebé. Sabía que esos jóvenes habían contagiado a otros, y esos contagiarían a muchos más. Pronto estos cementerios se inundarían de muertos. Aunque aún quedaba la esperanza de que no se fuera más allá de los límites. De mis límites. Si los demás dioses se enteraban de que, posiblemente, tuvieran que lidiar con esto, exigirían mi cabeza en bandeja de oro.

Entramos al cementerio. De inmediato, una niebla espesa nos impidió observar con claridad, casi como si estuviera en nuestra contra. La muerte siempre estará de parte de la muerte. Lo sé muy bien. 

Mi rata erizó el pelo de su lomo mientras mostraba sus enormes colmillos. Supe entonces que nuestro prófugo estaba cerca. Los seres como él eran capaces de poseer cadáveres, y tenían el saber del pasado, presente y futuro. Si no lo atrapábamos nosotros, de seguro lo haría un hechicero o un nigromante. Sin embargo, para cuando uno de ellos lo esclavizara, las enfermedades ya estarían esparcidas.

Alcé mi danda e hice que la niebla despejara el camino. Le pedí a Denali que fuera practicando su «magia», manteniéndose detrás de mí. Me sería de gran ayuda si pudiera conjurar algún hechizo. O quizá debí rogarle a ese hijo de Hades para que me ayudara, sería mejor. No obstante, no me iba a rebajar a ese nivel.

La rata soltó un gruñido a mi lado, alertándome que, a lo lejos, en la rama de un árbol, una figura se hallaba colgada de sus piernas y de brazos cruzados. Antes de que hiciera algún movimiento en su contra, se trasladó en una ligera niebla verdosa a la rama de otro árbol, donde se quedó de pie. Le hice un gesto con la mano a Denali para que no se apartara de mi lado, y caminé hasta un punto en el que reconocí al cadáver. Era un joven, de unos 18 años y moreno. Su rostro, que antes se pudo haber considerado atractivo, ahora no era más que gusanos, piel muerta y huesos visibles.

—Vetala, este no es tu mundo. Debes regresar al Patala —le advertí.

El vampiro se rio con estruendo; su voz era tosca y ronca.

— ¿Cree en serio, dios Iama, que regresaré por voluntad propia al averno al que me han sometido?

No esperaba que lo hiciera, pero habría facilitado mi trabajo de ser un espíritu más obediente y sumiso.

— ¿Señor Iama, lo hago? —me preguntó Denali.

Ambos, vampiro y dios, volteamos simultáneamente hacía la muchacha, cuyas manos reflejaban el amarillento color de una bola de luz que había creado. La esfera flotaba justo a unos centímetros de distancia de donde se ubicaba su ojo izquierdo, dando alusión de que fuera parte de ella.

El vampiro no esperó, y no pude prever su siguiente táctica. El cadáver saltó a la vez que el Vetala se desprendía de él, haciendo que el primero regresara a la tierra húmeda. El espíritu, ante todo pronóstico, esquivó la bola de luz de Denali e impregnó su cuerpo en un estrépito. Era imposible. Nunca antes se había visto algo parecido con ellos. Este ser debía ser diferente. O alguien debía estar ayudándolo. Los ojos ámbar de la chica pasaron a unos oscuros, sin vida.

—Hazlo —me dijo aún con su voz; quebrada y ahogada, perdiéndose.

No tenía opción, si él lograba asesinarla y obtenía el control absoluto, sería más complicado de vencer antes de que su caos se desatara. Pero matarla... Matar a la hija de Alisha, la única mujer a la que... le había entregado mi amor... Alisha...

—Ella lo querría. —Su voz se distorsionó mientras caía al suelo y gritaba de dolor. El Vatala la estaba matando. Ya era tarde. Ella no ganaría. No era tan fuerte. Y yo ya no podía esperar. No más.

Levanté mis brazos y mi danda, y empecé a cantar los mantras correspondientes. Si bien, también debía hacer los rituales funerarios, este Vatala no lo necesitaba al haberse escapado desconsideradamente de mis dominios. Así que, una vez estoy en la nota mayor, viendo a Denali destrozarse la piel por el dolor, enterré mi danda en la tierra, abriéndola y haciendo que el propio Patala reclamara a su fugitivo. El vampiro trataba de huir, de usar los poderes de Denali; sin embargo, esta, un poco consciente, evitaba a toda costa que la utilizara. Rasgó la tierra en busca de aferrarse a algo. Caminé hacía él, sus ojos conservaban un poco de los de ella, pero no me dejé engañar. Lo encadené y el Patala por fin pudo llevárselo. El espíritu cayó al vacío, dejando, en una horrible imagen sangrienta y llena de alaridos de sufrimiento, el cuerpo ya inerte de Denali.

Tomé entre mis brazos a la pequeña, pero se desvaneció en luz. Ya no quedarían rastros de ella en este mundo ni en ningún otro. Entonces, alguien más llegó.

—Es tarde —anunció—. El virus se ha propagado.

Giré un poco para encontrarme con Iamí, mi gemela. Su rostro reflejaba el calvario al que se había sometido para tan solo venir a advertirme.

—Vyadhi ya lo ha notificado, hermano —continuó diciendo—. Esto se convertirá en una pandemia, y ya sabes que los mortales no podrán contra ella. Además..., Indra está muy molesto y... te está buscando. ¿Qué harás ahora que el Patala ya no te recibirá?

—Remediar mi error, Iamí —respondí—. No volveremos a lo que fuimos. No nos despojarán de quienes somos.

Ella asintió con la cabeza y se marchó. 

No había otro remedio del que tomar. Tendría que huir de la ira de Indra mientras descifraba cómo acabar con esto. Aunque, quizá, la muerte y el sacrificio de Denali hayan sido en vano. 

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