Resultados "Amigos de edad"

Un poco tarde, nuestras disculpas por eso. Aquí están los resultados del último reto.

Fandom: Yuri!!! on ICE

Las puertas se abren. Los altavoces anuncian tu nombre. Puedes ver la tensión en el rostro de tus rivales, transformada en una profunda mirada o en una mandíbula apretada que delatan el pensamiento fugaz de que les vas a ganar, pero lo ignoran y te desean buena suerte aunque en el fondo de su subconsciente deseen que esa pierna te la rompas de verdad.
Los comentaristas te anuncian y el entrenador te brinda un último consejo demoledor al tiempo que oprime tu hombro izquierdo, gesto que se traducirá como el único: “A por ello” que un hombre tan frío, perfeccionista y orgulloso será capaz de dedicarte. Pero nada de eso importa ahora, el mundo te espera y espera que le impresiones. No lo va a hacer el entrenador, ni Víctor, ni el cerdito. Vas a hacerlo tú.
Entras en la pista, los vítores te embriagan y sientes que el mundo aplaude mientras que te deslizas hasta el centro del que será tu helado escenario. Entonces… Todo se detiene y la música comienza.
Pero ya no eres el mismo que en su día ganó la final del Grand Prix. El hielo no ha parecido notar el paso de los cincuenta largos años que le habían sucedido a aquel evento que conmovió los corazones de toda una generación. Tampoco Rusia había cambiado, conservaba exactamente la misma eterna majestuosidad.
Era… Doloroso comprobar que, efectivamente, lo único cuya vida era efímera y cuyas carnes eran consecuentes con el paso de los años… Eras tú.
Poco o nada quedaba ya del Yuri Plisetsky que se había llevado la medalla de oro, así como tampoco sus rivales eran los mismos. Las piernas de Víctor paralizadas para siempre en una cruel silla de ruedas que le impedía seguir practicando el deporte que tanto había amado, los años no le habían perdonado. Como tampoco lo habían hecho con Katsuki, su ya desgastado cuerpo era incapaz de recuperar la figura que el famoso Katsudon  le había obligado a arruinar, impidiéndole volver a tenerse en pie sobre unos patines y obligándole a simplemente sentarse y observar a los jóvenes que compartían la que había sido su pasión.
Pero yo no iba a dejar que el tiempo me hiciese lo mismo que a ellos. No quería renunciar, quería continuar deslumbrando, daban igual los años y los problemas que surgieran. De niño había logrado ejecutar un triple axel pese al riesgo que por entonces podía conllevar. Mi cuerpo había cambiado y mi edad también, pero no mi mentalidad.
Soltar la barandilla, coger aire y pensar: “Puedo volver a hacerlo”, deslizarte por el hielo, sentir tu cuerpo elevarse y la música acompañarte. Todo es igual, nada ha cambiado, sólo que la música es más lenta y tu cuerpo menos flexible, pero los duros entrenamientos han dado sus frutos y todavía responde.
Giras, orgulloso de un salto que tiempo atrás habría sido la vergüenza de tu programa, pero teniendo en cuenta la edad… Aquel corto y simple salto te ha hecho volver a ganar.

Fandom: Latín Hetalia

      Pasa caminando por las calles de Chacarita, la gente a veces sale apurada de la estación de trenes chocándolo, le piden perdón o pasan de largo. Al señor Hernández mucho no le importa, siempre ha mantenido una sonrisa envidiable a lo largo de su vida, sincera, que en su época enamoraba filas de muchachas. Y aunque hoy en día, su rostro cubierto de arrugas lo acompaña, no deja de sonreír como siempre, ni aunque su amada ya marchase días atrás, ni aunque sus hijos pasen poco a visitarlo.

       Él sigue con sus bizcochitos de grasa en una mano y el juego de mate en otra.

       Cruza la avenida y se  encuentra frente a la puerta del famoso cementerio. Vuelve a sonreír, ahora para el guardia, y entra a pasito cansado al laberintoso lugar. Camina varios metros, busca entre las lápidas y se para en frente de una, se agacha a duras penas y acaricia la fotografía que descansa sobre la tumba. Se vuelve a enderezar y se sienta al frente del ésa con notable esfuerzo.

       —Hola, amor —susurra llevando su mano a los labios desgastados y soltando un beso en la dirección a la que habla—. Está lindo el día. Mirá, traje para que tomemos.

       Agarra el mate, pone la yerba, agua caliente, la bombilla y se lo toma, amaga un gesto de brindis a la tumba y ríe.

       —¿Usted piensa tirar el agua sobre la tumba, viejo weón? —Unos zapatos negros bien lustrados se paraban al lado.

       El señor Hernández decidió dejar las cosas a un costado y levantarse para recibir a aquel atrevido hombre, a quien admiró varios segundos para que se le pudiera ser familiar.

       —Ah, pero mirá vos, che. ¡Apareciste!  —Hernández se acercó a abrazarlo.

       —¿Cómo estaí, Martín? Oe, no cambias nada.

       —Bien, ¡ah, esperá! —miró la fotografía y prosiguió contento.— Che, Luci, él es Manuel González, ¿te acordás que te hablé? Fue mi compañero de tango hace mucho, y ahora volvió para visitarme unos días.

       González, quien al ser un poco más joven que el setentón de Martín, todavía conservaba algo de su pelo castaño mezclado con las canas. Sonríe nostálgico al recordar a la mujer de su compañero sabiendo que tuvo que partir primero. Apoyo la mano en el hombro del otro y comenzó también a hablar.

       —Luci, sabí lo colgá'o que es este viejo y me lo vení a dejar solo, pucha —Martín rió.

       —Manuel, dame la mano.

       El otro anciano entendió al instante lo que el mayor pretendía, accedió y al segundo ambos hombres estaban parados en la posición inicial de un baile.

       —Le dije a Luci que un día le iba a mostrar cómo bailábamos. Gracias por venir —comenta sonriendo nuevamente.

       —No es nada —responde el otro haciendo que su compañero retroceda un paso—, pero hoy me toca guiarte.

       Hernández se carcajeó dejándose llevar por González y demostraron aquel melancólico tango a Luci y a sus vecinos cantando "Todo es amor". Luego tomaron mates hasta que la hora de visita terminó.

Fandom: Haikyuu

—¡Maldito seas Hinata! ¡Sabes que mis huesos ya no aguantan para tanto!
—Oh, vamos —le contestó este, al otro lado del teléfono—. Solo serán dos días...
—¡Dos días con estos demonios en miniatura y cumplo los noventa sin pasar por los setenta y cinco!
—A ti lo que te pasa es que gruñes y gruñes, así es cómo envejeces, y no por ellos —le espetó Hinata—. Los chicos se portarán tan bien como siempre hacen. Solo sé majo con ellos. ¡Adiós!

¿Ser majo, eh? El viejo amargado de Kageyama ya no sabía ni cómo se sentía eso. Había que intentarlo...

¡¿Qué intentar ni qué tres cuartos?! No había cumplido ni con la primera hora con los diablillos todavía.

—¡Eh, tú! La niña del lazo. ¿Sabes poner recto los brazos? ¡Ya es la octava vez que te digo lo mismo.
—S-sí, señor —respondió la niña entre llantos.
—¡Y tú, el de la gorra! —bramó Kageyama de nuevo—. No te creas muy superior, ¡no le llegas ni a la punta del talón a los otros!

—Señor —dijo un niño saliendo de la multitud—, el entrenador nos solía mostrar cómo se debe hacer, ¿me podría ayudar?

Kageyama quiso protestar pero de pronto recordó la frase de Hinata, "sé majo". El viejo avanzó hasta la red y se colocó justo detrás del niño que le había dirigido la palabra. Le arqueó un poco los brazos, modificó el ángulo de sus rodillas y le levantó la cabeza. Ordenando que todos los niños se pusieran en fila, les explicó que ahora todos iban a practicar cómo recibir.

Remató la primera pelota, tratando de dirigirla a los escuálidos brazos del niño. El niño chilló de dolor pero no protestó. Otro niño se colocó y Kayegama volvió a rematar, más fuerte esta vez. Sintió cómo sus hombros se quejaban pero más se quejó el chico en silencio. La siguiente era una niñita de ojos vivaces que antes de que se posicionara, miraba fijamente a Kageyama. Este le respondió con una mirada molesta y la niña rompió a llorar.

—¡No seas una magdalena! ¡Llorica! ¡Para ya y...! —comenzaba a decir Kageyama mientras estiraba su brazo, con el dedo apuntando hacia la pequeña. Lo que no esperaba era el crujir de su espalda, que instantáneamente lo hizo encogerse y quejarse—. ¡Ay, mis pobres huesos!
—¿E-está bien, s-señor?—preguntó la niña, con los ojos hinchados.
—Déjame en paz, pequeño diablo —dijo mientras miraba a su reloj—. Os quedan cinco minutos y os vais con vuestras mamis. ¡Así que vais a estar de pie contra la pared durante todo este rato! ¡Y quien llore, va a correr durante una hora más!

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