Escúchame

—Toma los tenedores —le dijo a su hermana tendiéndoselos.

—Jorge, deja eso. Es cosa de mujeres —le advirtió su padre, que ya estaba sentado en la mesa esperando la cena.

—Papa, ya estamos en mil novecientos setenta y nueve —le recordó.

—No me repliques —le advirtió su padre molesto.

—Vamos, vamos —interrumpió su madre trayendo la comida mientras todos se sentaban.

—¿Y Luis? —preguntó su padre al ver que aún no estaba sentado.

—Ya voy —se escuchó la voz de su hermano desde su habitación seguida del ruido de pasos corriendo que se acercaban.

—¿Qué estabas haciendo? —le preguntó su madre.

—Estudiando —contestó Luis.

—Tienes que aprobar los exámenes de recuperación —le advirtió su padre.

—Lo sé —asintió este.

—¿Lo estás ayudando? —le preguntó su padre a él.

—Le he explicado algunas cosas que no entendía.

—Me he estado esforzando mucho, por eso quería preguntar si el sábado... —comenzó Luis.

—No —lo interrumpió su madre.

—Pero solo sería ir con mis amigos a jugar el sábado por la tarde.

—No —repitió su madre— Tienes el examen de recuperación de matemáticas el lunes.

—Papa...

—Escucha a tu madre —zanjó su padre mientras se servía antes de pasarle la fuente, así que la cogió comenzando a servirse mientras Luis seguía protestando.

Luis era el más pequeño de la casa, nacido seis años después que él y rompiendo la parejita que formaban hasta ese momento su hermana mayor, Ana, y él. También era el único que no recordaba su antiguo piso, el que tenían antes de que a su padre le tocase la lotería y pudiesen abandonar las casas en las que vivían y trasladarse a aquel piso en un barrio en desarrollo. Un cambio de vida tanto para Ana como para él, que se vieron obligados a dejar atrás a sus amigos y hacer otros nuevos.

Y aunque al principio odio aquel cambio y deseó muchas veces que a su padre nunca le hubiese tocado el segundo premio para poder seguir con su vida, ahora entendía la suerte que tuvieron ya que aquel dinero no solo les permitió dejar aquella casa vieja de dos habitaciones por un piso de cuatro, sino que gracias a aquel dinero, él pudo entrar aquel año en la universidad para estudiar ingeniería y su hermana cursaba tercer año de arquitectura. El único que parecía llevarse mal con las matemáticas era Luis.

Era cierto que nunca terminó de encajar allí, ni en el colegio ni en el instituto, ni siquiera ahora en la universidad, razón por la cual intentó mantener el contacto con sus antiguos amigos todo el tiempo posible, hasta que se dio cuenta de que empezaba a gustarle uno de sus amigos, alejándose de todos ya que no quería que se dieran cuenta de que le gustaban los chicos. Todos sabían lo que les ocurría a los que tenían aquellas preferencias. Y ahora, años después, se daba cuenta, de nuevo, de que aquella era la mejor decisión que puedo haber tomado cuando empezó a recibir noticias de que sus amigos estaban en la cárcel de menores o que los habían tenido que llevar de urgencia al hospital por una sobredosis.

Y, al menos, a él aún lo veía a veces cuando se encontraban, charlando por un momento. Tiempo suficiente para saber que aún sentía lo mismo, pero no tanto como para que el objeto de sus pensamientos se diese cuenta de lo que ocurría.

Volvió a la realidad cuando el teléfono comenzó a sonar mientras su madre y su hermano seguían discutiendo sobre salir el sábado. Vio como su hermana, que era la más cercana, se levantaba para coger el teléfono rojo que estaba suspendido en el alicatado blanco de la pared.

—¿Diga? —escuchó que decía mientras hacía señas para que los demás se callasen— Sí, está. ¿De parte de quién? Un momento —pidióo después de escuchar a su interlocutor haciendo que todos la mirasen preguntándose con quién querrían hablar a esas horas y, lo que era más importante, quién sería—. Jorge, un amigo de la universidad —le explicó tapando el auricular.

—¿Ami...? —comenzó sorprendido ya que él no tenía amigos, todos los que conocía huyeron en cuanto supieron que su padre era sólo un peón en una fábrica, cuando recordó que su familia no sabía aquello. No quería que se preocupasen por él—. Voy —asintió.

—Un momento —le pidió su hermana a su interlocutor mientras él se deslizaba detrás de su madre y de su hermano hasta el teléfono, dándole la espalda a su familia—. Se lo paso —dijo su hermana antes de tenderle el auricular, por lo que lo cogió.

—¿Diga? —preguntó con toda la seguridad que pudo preguntándose quién podría ser mientras todo se llenaba de voces ahogadas detrás de él cuando sus empezaron a interrogar a su hermana y al ver que Luis pegaba el oído al teléfono le dio un manotazo para alejarlo, comenzando su madre a regañar a su hermano.

—Buenas noches, compañero de universidad —escuchó una voz conocida al otro lado del teléfono borrando todos los demás sonidos.

—¿Fe...? —comenzó a preguntar con el corazón acelerado cuando se detuvo. Mejor su padre no sabía quién era o le quitaría el teléfono por hablar con aquel melenas vestido de cuero que dedicaba su tiempo a beber, gritar y drogarse—. Buena noches.

—Me ibas a llamar Felipe —lo acusó.

—No, de ninguna manera —le aseguró y es que desde hacía un año su nombre oficial era Phil.

—Te llamaba a estas horas para invitarte a un concierto que vamos a dar con el grupo esta noche —le explicó—. Voy a tocar allí la primera balada que he compuesto y quería que la escuchases.

—Gracias por acordarte de mí, pero seguro que la persona para la que la has escrito estará allí y no quiero molestar —rechazó. No quería ver como la persona que le gustaba desde hacía cuatro años le dedicaba una canción a otro.

—Si me rechazas, tendré un problema.

—¿Problema?

—Es que  quiero que la persona para la que he escrito la balada la escuche, por eso necesito que estés ahí.

—¿Qué? —preguntó creyendo que había oído mal.

—Es que la escribí para ti y bueno, quería que fueses el primero que oírla, pero nunca aceptabas mis invitaciones y los demás la escucharon y me obligaron a tocarla y si no vienes pues...

—Felipe, ¿sabes que soy un chico, ¿verdad? —le preguntó en voz baja apretando el teléfono.

—Lo sé, pero a mí no me importa y pensé que a ti tampoco.

—Como sea una broma, te mataré.

—Si se trata de ti, no me importa. Incluso creo que puedo hacer una nueva canción con ese tema...

—Felipe —comenzó amenazador y es que aquello era una broma, tenía que serlo.

—Entonces, ¿vendrás conmigo?

—Desde luego, dime dónde quedamos, saldré enseguida.

—¿Qué tal la puerta de tu edificio en tres minutos?

—¿Dónde estás?

—En la cabina que hay enfrente de tu casa —respondió y, al mirar mejor, lo vio en la cabina mal iluminada que había en medio de la calle saludándolo con la mano, sonriente—. Sabía que no ibas a poder resistirte a mi declaración, así que vine a buscarte en mi moto.

—Dame un minuto —dijo colgando el teléfono—. Tengo que irme —les dijo a sus padres mientras salía toda velocidad de la cocina.

—¿Pero a dónde vas? ¿Y la cena? —le preguntó su madre saliendo detrás de él.

—Comeré después. Un compañero de clase necesita unos apuntes —le explicó cogiendo su chaqueta, antes de salir corriendo por la puerta.

—Pero si no te llevas los apuntes —le gritó su madre a la puerta cerrada.

—No te preocupes, ya se dará cuenta —le dijo Ana mientras regresaban a la cocina.

—¿Y Luis? —preguntó su madre.

—Ya voy a buscarlo —respondió Ana dirigiéndose al salón para encontrar a su hermano en la ventana mirando la calle.

—Así que un compañero de clase —murmuró Luis sonriente mirando a su hermano que se subía en una moto conducida por un joven de su edad enfundado en una chupa de cuero antes de perderse en el tráfico.

—Tú no has visto nada —le dijo Ana tendiéndole veinticinco pesetas.

—¿Cinco duros?

—Sales muy caro, ¿sabes? —murmuró disgustada tendiéndole otras veinticinco pesetas.

—Necesito dinero para el futbolín —asintió guardando el dinero antes de dirigirse a la cocina.




Esta historia ganó el bastón de bronce (tercer lugar compartido) en el concurso El regreso al futuro de Santa Espanta (Diciembre 2021) del perfil AmbassadorsES 💖

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