Amor y Muerte

SenioritaRMDeJeon

El delicioso aroma a café me envolvió al entrar en la pequeña cafetería. Era un lugar acogedor, con mesas de madera y paredes de ladrillo espuesto a la vista. La suave música de fondo creaba un ambiente relajante. Me acerqué al mostrador, buscando un lugar donde sentarme.

- ¿Quieres tomar un capuchino? - dijo una dulce voz que me interrumpió mis pensamientos.

Giré la cabeza y mis ojos se encontraron con los de una joven de cabello rizado color caoba y ojos color avellana. Su sonrisa era tímida, pero sus ojos brillaban con una luz especial. Llevaba un delantal blanco con el logo de la cafetería bordado en el pecho.

- Me encanta el capuchino - respondí, sin poder apartar la mirada de sus ojos.

- Perfecto, enseguida te lo preparo - respondió, con una sonrisa sobte sus labios.

Se giró para preparar mi café, moviéndose con una gracia que me sorprendió. Era un poco torpe, se tropezó con un taburete y soltó una risita nerviosa.

- Perdón - dijo, sonrojandose.

- No te preocupes - respondí, sintiendo una calidez invadirme.

Mientras ella preparaba mi capuchino, no pude evitar observarla. Era una mujer realmente hermosa, con una energía contagiosa. Su risa era suave y melodiosa, y sus ojos tenían un brillo particular en su mirada.

- Aquí tienes - dijo, colocando el capuchino frente a mí.

- Gracias - dije, tomando la taza con cuidado.

- ¿Vienes seguido por aquí? - preguntó, con una tierna mirada.

- No, la verdad es que es la primera vez que entro - respondí, sintiendo un poco de vergüenza.

- ¿Te gusta? - preguntó, con una sonrisa.

- Me encanta - respondí, sin poder evitar sonreír.

- Me alegro - dijo, con una sonrisa que me hizo sentir como si estuviera en una película.

En ese momento, sentí algo mágico entre nosotros. Era como si una fuerza invisible nos estuviera uniendo. Era como si el destino nos hubiera puesto en el mismo lugar, en el mismo momento.

- ¿Te importa si me siento contigo? - le pregunté, sintiendo un poco de nervios.

- Claro, no hay problema - respondió, con una sonrisa que me llenó de alegría.

Me senté frente a ella, sintiendo una extraña sensación invadirme. Mientras tomábamos nuestro café, hablamos de todo y de nada. Ella me contó sobre su pasión por la música, por la escritura, por la vida. Yo le conté sobre mi trabajo como periodista, sobre mis sueños, y sobre mi pasión por siempre encontrar la verdad.

En ese momento, no podía imaginar que aquella simple taza de capuchino cambiaría mi vida para siempre.

Después de aquella primera taza de capuchino en la cafetería, no pude evitar pensar en Liliana. Su sonrisa, su contagiosa risa, su mirada llena de luz, se habían grabado en mi mente.

- ¿Te gustaría ir a cenar conmigo este fin de semana? - le pregunté, sintiendo un poco de nervios.

- Me encantaría - respondió, con una sonrisa que me tranquilizó y lleno de alegría.

Nuestra primera cita fue en un pequeño restaurante italiano. Liliana era una mujer sencilla, pero su belleza natural la habían
irresistible. Su risa era contagiosa, y sus ojos brillaban con a la luz de la luna.

- ¿Te gusta la pasta? - me preguntó, con una sonrisa pícara.

- Me encanta - respondí, sin poder evitar sonreír.

Después de la cena, caminamos por la playa, dejando que la brisa marina nos acariciara el rostro. La luna llena iluminaba el cielo, creando una atmósfera mágica.

- ¿Sabes? - me dijo Liliana, con la voz llena de emoción. - Siempre he querido ir a la casa en la playa.

- ¿La casa en la playa? - pregunté, sintiendo una punzada de curiosidad.

- Sí, la casa que está en la costa, a unas dos horas de aquí. - Explicó Liliana. - Dicen que tiene unas vistas increíbles.

- Me encantaría ir contigo - le respondí, sintiendo una calidez invadirme.

El siguiente fin de semana, condujimos hasta la casa en la playa. Era una casa antigua, con un porche amplio y un jardín lleno de flores. Las vistas eran increíbles, tal y como Liliana había dicho.

- Es preciosa - dijo, con la voz llena de emoción.

- Me alegro de que te guste - respondí, sintiendo una felicidad inmensa.

Pasamos el fin de semana en la casa, disfrutando de la compañía del otro, de la brisa marina, y de la tranquilidad de aquel lugar.

- Masón, tú me enseñaste el verdadero significado del amor - me dijo una vez, con la voz llena de emoción.

- Te amo, Liliana - le respondí, sintiendo un amor incondicional por ella.

Ese fin de semana, le preparé una sorpresa a Liliana. Le había comprado un collar con una concha de mar, el mismo tipo de concha que habíamos encontrado en la playa.

- Es precioso - dijo, con los ojos llenos de lágrimas. - Me encanta.

- Me alegro de que te guste - respondí, sintiendo una gran felicidad.

Esa noche, nos sentamos en el porche, contemplando la luna llena que se reflejaba en el mar.

- Masón, te amo - me dijo, con la voz llena de emoción.

-Yo también te amo Liliana- respondí dándole un gran abrazo.

En ese momento, supe que nuestra relación era algo especial, algo que nunca olvidaría.

El teléfono comenzó a vibrar sobre la mesita de noche, arrebatandome de un sueño repleto de imágenes de Liliana. Era la madrugada, la habitación estaba oscura, y la voz al otro lado de la línea me heló la sangre.

- Masón, es... es... - Daniel, mi mejor amigo, luchaba por hablar, su voz se quebrada a cada minuto.

- ¿Qué pasa, Daniel? - pregunté, sintiendo un nudo comenzandi a formándose en mi garganta.

- Liliana... Liliana... - Las palabras se le atascaron en la garganta, y un silencio sepulcral llenó el teléfono.

- ¿Qué le ha pasado a Liliana? - pregunté con la voz temblorosa, un miedo inexplicable me comenzó a recorrer el cuerpo.

- Ha tenido un accidente... - logró decir finalmente mi amigo, su voz se escuchaba alterada. - Un coche la ha atropellado.

- ¿Dónde está? - pregunté, mi mente se negaba a aceptar la realidad.

- En el hospital... - respondió el. - Te esperamos aquí.

Colgué el teléfono con las manos temblorosas. Un profundo vacío se instaló en mi pecho, un vacío que parecía absorber todo el aire de mis pulmones. Liliana, mi amada, mi vida, había tenido un accidente.

Me vestí a toda prisa, sintiendo un miedo que me paralizaba. Salí corriendo de mi apartamento, sintiendo el frío de la madrugada como una bofetada en la cara, subí a mi auto y comencé a conducir.

El camino al hospital se me hizo eterno. Cada semáforo, cada curva, cada kilómetro que recorría me acercaba a una verdad que no quería aceptar.

Al llegar, vi a Daniel y a otros amigos de Liliana en la sala de espera, sus rostros reflejaban la misma tristeza que sentía yo.

- ¿Cómo está? - pregunté, mi voz apenas era audible.

- No ha sobrevivido... - Daniel me miró con tristeza en su mirada, su voz estaba llena de dolor.

El mundo se detuvo por un minuto que pareció eterno. Las palabras de mi amigo me golpearon como un puñetazo en el estómago. Lily, mi amada Lily, mi vida, había muerto.

No podía creerlo. No podía aceptarlo.

- No puede ser... - murmuré, sintiendo un dolor que me desgarraba por dentro.

- Lo siento, Masón... - dijo Daniel mientras me abrazaba, pero aquel abrazo no lograría aliviar mi dolor.

Me senté en una silla, incapaz de procesar la información. Mi mente estaba en blanco.

- ¿Cómo ha podido pasar esto? - me pregunté, sintiendo que la rabia me consumía.

- Fue un accidente... - me explicó, pero sus palabras no podían calmar la tormenta que se está desatando dentro de mí.

- ¿Por qué? - pregunté, sintiendo un agudo dolor desgarrarme por dentro.

- No lo sabemos... - respondió. - Lo único que sabemos es que ya no está con nosotros.

Me quedé sentado en aquella silla, incapaz de moverme. El mundo a mi alrededor se había vuelto borroso.

- Liliana... - Susurré su nombre, sintiendo un dolor que me desgarraba por dentro.

- Lo siento, Masón... - dijo Daniel, pero sus palabras no podían aliviar mi dolor.

Me quedé en la silla, incapaz de moverme. El mundo a mi alrededor se había vuelto un laberinto lleno de dolor.

- ¿Cómo voy a poder vivir sin ella? - me pregunté, sintiendo que la desesperación me consumía.

El mundo se había convertido en un lugar gris. Cada sonido, cada olor, cada imagen, me recordaba a Liliana. Su ausencia era un vacío que me consumía, un agujero negro que tragaba mi alegría, mis esperanzas, mi futuro.

Pasé días en un estado de shock, incapaz de procesar la pérdida. Mis amigos me rodeaban de cariño y comprensió, tratando de consolarme, pero sus palabras se perdían en el eco de mi dolor. No podía comprender cómo podria seguir adelante sin ella.

Un día, mientras revisaba las fotos de Liliana en mi celula, me encontré con una imagen de la casa en la playa. La imagen me transportó de vuelta a aquel mágico fin de semana, a la risa de Liliana, a la calidez de su abrazo.

Sentí un nudo en la garganta, un dolor agudo que me atravesó el pecho.

- ¿Cómo voy a vivir sin ella? - me pregunté, sintiendo una desesperación que me consumía.

En ese momento, una idea se apoderó de mi mente. Tenía que ir a la casa en la playa. Tenía que sentir la brisa marina, contemplar las vistas que tanto le habían gustado a Liliana, recordar los momentos que habíamos compartido allí.

Necesitaba un lugar donde poder sentirme cerca de ella, un lugar donde poder recordar su sonrisa, su risa, su mirada llena de luz.

Al día siguiente, empaqué una maleta y me dirigí a la casa de la playa. El viaje se me hizo eterno. Cada kilómetro que recorría me acercaba a una verdad que no quería aceptar: Liliana ya no estaba.

Al llegar a la casa, la tristeza me envolvió como una niebla espesa. Las vistas que tanto le habían gustado a Liliana ahora me parecían desoladas, el aire que antes me había parecido tan fresco ahora me resultaba pesado y asfixiante.

Entré en la casa, y un aroma a salitre y madera vieja me inundó la nariz. Era el mismo aroma que había percibido durante nuestra estancia allí.

Caminé por las habitaciones, recuerdos de Liliana me perseguían a cada paso. La veía sentada en el sofá, leyendo un libro; cocinando en la cocina, cantando una canción; en el porche, contemplando el mar.

Cada recuerdo era una punzada de dolor, un recordatorio de lo que ya no estaría conmigo.

Me senté en el porche, contemplando el mar. El sol se estaba poniendo, pintando el cielo de colores rojizos y anaranjados.

- Liliana... - Susurré su nombre, sintiendo un dolor que me desgarraba por dentro.

- Te amo... - añadí, sintiendo una necesidad inmensa de que ella me escuchara.

Las lágrimas comenzaron a recorrerme el rostro, y el viento se llevó mis susurros hacia el mar.

En ese momento, supe que nunca la olvidaría. Que su recuerdo siempre estaría conmigo, como un faro que me guiara en la oscuridad.

Los días se convertían en semanas, y las semanas en meses. La casa de la playa se había convertido en mi refugio, un lugar donde podía sentirme cerca de mi amada, donde podía recordar su sonrisa, su risa, y su mirada llena de luz.

Pero el dolor seguía ahí, como un fantasma que me perseguía sin descanso.

Un día, mientras revisaba las cosas de Lily, encontré una pequeña caja, de madera, con una cinta azul. La abrí con cuidado, y dentro encontré una carta escrita con una fina y elegante letra.

Era una carta de Liliana, escrita para mí, pero que nunca me había entregado.


La tomé con las manos temblorosas, y comencé a leer: Mi querido Masón,

Si estás leyendo esta carta, es porque algo me ha sucedido. Sé que no es fácil aceptar la realidad, pero quiero que sepas que te amo con todo mi corazón.

Tú me enseñaste el verdadero significado del amor, me enseñaste a valorar cada momento, a vivir con pasión, a soñar con un futuro juntos.

Te agradezco por cada sonrisa, cada abrazo, cada palabra de aliento. Te agradezco por haberme hecho sentir tan feliz.

Sé que te vas a sentir solo, pero quiero que sepas que siempre estaré contigo, en tu corazón, en tus recuerdos.

No te olvides de mí, Masón. Vive con pasión, sueña con un futuro brillante, y recuerda siempre que te amo.

Con todo mi amor,

Liliana


Las lágrimas me recorrieron el rostro mientras leía las palabras de mi amada Liliana. Su amor, su ternura, su esperanza, me llenaban de una mezcla de dolor y consuelo.

Sentí un nudo en la garganta, un dolor agudo que me atravesó el pecho.

- Liliana... - Susurré su nombre, sintiendo una necesidad inmensa de que ella me escuchara.

En ese momento, supe que tenía que seguir adelante. Que tenía que vivir con pasión, que tenía que soñar con un futuro brillante, que tenía que recordar siempre su amor.

Guardé la carta con cuidado, y salí al porche. El sol se ponía, pintando el cielo de colores rojizos y anaranjados.

- Liliana, te amo... - Susurré su nombre, sintiendo una mezcla de dolor y esperanza.

En ese momento, supe que su amor siempre estaría conmigo, como un faro que me guiara en la oscuridad.

La carta de Liliana se convirtió en mi amuleto, un recordatorio constante de su amor y de la promesa que le había hecho: vivir con pasión, soñar con un futuro brillante. Pero la casa de la playa, que antes me había servido como refugio, ahora se había convertido en un lugar de melancolía.

Decidí que era hora de volver a mi vida, a mi ciudad, con mis amigos. Necesitaba un cambio, un nuevo comienzo.

Antes de partir, me senté en el porche una última vez, contemplando el mar.

- Liliana, te llevaré siempre en mi corazón... - Susurré su nombre, sintiendo una mezcla de melancolía y esperanza.

- Siempre te recordaré... - añadí, sintiendo la inmensa necesidad de que ella me escuchara desde donde estaba.

Las olas rompían en la orilla, como si respondieran a mis susurros.

Al día siguiente, empaqué mis cosas y me despedí de aquella casa. El viaje de regreso se me hizo más llevadero que el de ida.

Al llegar a mi ciudad, me sentí un poco perdido. Mi apartamento, que antes me había parecido acogedor, ahora me resultaba frío y vacío.

Mis amigos me recibieron con alegría, pero yo no podía evitar sentir una profunda tristeza.

- Masón, tienes que seguir adelante... - me dijo Daniel, poniendo una mano sobre mi hombro.

- Lo sé... - respondí, sintiendo un nudo en la garganta.

Pero no era fácil. Cada esquina, cada calle, cada lugar que visitaba, me recordaba a ella.

Un día, mientras caminaba por el parque, vi a una joven pareja que se besaba apasionadamente. Sentí un agudo dolor en el pecho, un recordatorio de lo que había perdido.

Pero en ese momento, también sentí una chispa de esperanza.

- Liliana, yo también te amo... - Susurré su nombre, sintiendo una mezcla de melancolía y paz.

- Y voy a seguir viviendo con pasión, como tú me enseñaste... - añadí, sintiendo la necesidad de que ella me escuchara.

En ese momento, supe que tenía que seguir adelante. Que tenía que vivir con pasión, que tenía que soñar con un futuro brillante, que tenía que recordar siempre su amor.

Y así, poco a poco, comencé a reconstruir mi vida.

El tiempo, seguía su curso. Las heridas del pasado, aunque aún estaban presentes, comenzaban lentamente a cicatrizar. La carta de Liliana seguía siendo mi amuleto, un recordatorio constante de su amor y de la promesa que le había hecho

Un día, mientras caminaba por el parque, vi un cartel anunciando un concurso de fotografía. Liliana siempre había sido una apasionada de la fotografía, y yo, inspirado por su pasión, había comenzado a tomar fotos de manera amateur.

De pronto, una idea me iluminó.

- Liliana, te voy a dedicar esta foto... - Susurré su nombre.

- Voy a ganar este concurso por ti... - añadí, sintiendo que ella me escuchaba.

Me inscribí en el concurso, y comencé a trabajar en mi proyecto. Elegí como tema la naturaleza, la belleza de la vida, la esperanza que se esconde en cada amanecer.

Cada foto que tomaba, cada paisaje que capturaba, me recordaba a Lily. Su sonrisa, su mirada llena de luz, se reflejaban en cada imagen.

Pasé horas en el parque, en el bosque, en la playa, capturando la belleza del mundo que nos rodeaba.

Y poco a poco, el dolor comenzó a transformarse en un sentimiento de paz.

Un día, recibí un correo electrónico. Había ganado el concurso.

Sentí una gran alegría, una sensación de triunfo que me llenó de energía.

- Liliana, te lo dedico... - Susurré su nombre.

- Te lo dedico a ti... - añadí, sintiendo que ella me miraba y se alegraba por mi triunfo.

En ese momento, supe que había dado un importante paso en mi proceso de sanación. Había comenzado un nuevo capítulo en mi vida.

Un capítulo lleno de esperanza, pasión, y sueños.

Un capítulo dedicado a Liliana, a su amor, y a su memoria.

La exposición de las fotos ganadoras del concurso fue un éxito. Mi trabajo recibió elogios de la crítica y del público. Sentí una profunda satisfacción al ver cómo mi pasión por la fotografía, inspirada por mi amada Liliana, había dado sus frutos.

Pero la satisfacción más grande no era la de la fama o el reconocimiento, sino la de haber encontrado una nueva forma de honrar la memoria de mi amada. Cada fotografía, cada paisaje capturado, era un tributo a su amor, a su pasión por la vida.

Durante la exposición, conocí a una mujer llamada Clara. Clara era una fotógrafa profesional, con una pasión por la vida y una contagiosa sonrisa.

- Tus fotografías son increíbles, Masón... - me dijo Clara, con la voz llena de admiración.

- Gracias, Clara... - respondí, sintiendo una calidez en el pecho.

Clara me invitó a tomar un café, y durante la conversación, compartí con ella mi historia. Le conté sobre Liliana, sobre su amor, y sobre su pérdida.

Clara me escuchó con atención, y empatía en su mirada.

- Masón, Liliana estaría orgullosa de ti... - dijo Clara, con la voz llena de compasión y comprensión.

- Gracias, Clara... - respondí, sintiendo un nudo en la garganta.

En ese momento, supe que había encontrado una nueva luz en mi vida. Una luz que me guiaba hacia un futuro lleno de esperanza.

- Masón, ¿te gustaría colaborar en un proyecto conmigo? - me preguntó Clara, con una sonrisa que me llenó de alegría.

- Me encantaría - respondí, sintiendo una nueva energía recorrer mi cuerpo.

Clara me propuso un proyecto fotográfico que combinaba su experiencia profesional con mi pasión por la naturaleza. Un proyecto que tenía como objetivo capturar la belleza del mundo que nos rodeaba.

En aquel momento, supe que había comenzado un nuevo capítulo en mi vida.

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