Amor a la italiana

SenioritaRMDeJeon

- ¡Suéltame, Fabrizio! - trataba de soltarme de su agarre, pero él mantenía este bien firme en mi cintura y en mi hombro.

- Georgina, por favor, ya te dije que me escuches - dijo con la súplica reflejada en su tono de voz, y en sus ojos verdes esmeralda que escudriñaban mi rostro buscando una señal de aceptación.

- Bien, te escucharé. Dime primero quién era esa tipa de origen italiano que besaba tu cuello mientras yo entraba a tu oficina - hice contacto visual con él - no me gusta que toquen lo que es mío, _diavolo_ , tanto como a ti no te gusta que toquen lo que es tuyo.

- Principessa...- dice en un perfecto italiano - _tu sei l'unico per me - besa mis labios de forma corta, casi un roce - ella es sólo una chica que conocí en Palermo hace unos años y que no supera el hecho de que fuimos cosa de una noche nada más.

- ¿Sólo una noche? - inquirí con ambas cejas levantadas.

- Solo una noche, -principessa.

Su respuesta termina convenciéndome y beso sus labios comenzando un beso lento, arrollador. El abraza mi cintura pegándome más a su pecho - Eres mía... - dice en un susurro besando mi cuello.

- Y tu mío, -diavolo...-de mis labios escapa un jadeo mientras Fabrizio muerde el lóbulo de mi oreja y deja rastros de besos por mi cuello y hombro.

- ti appartengo- susurra mientras retira de su cuerpo botón a botón su camisa mostrando su desnudez.

La habitación se llenó de un silencio cargado de deseo, interrumpido solo por el sonido de nuestras respiraciones entrecortadas. La luz tenue de la luna se filtraba por la ventana, creando algunas sombras que se reflejaban en las paredes. El aroma a vainilla de su colonia se mezclaba con el dulce perfume de mi piel, creando una atmósfera embriagadora.

Fabrizio se movía con una lentitud que me hacía sentir cada uno de sus movimientos, cada roce de su piel contra la mía. Sus manos recorrían mi cuerpo con una familiaridad que me hacía olvidar el momento de furia que había vivido minutos antes. Sus dedos acariciaban mi espalda, cintura y mis piernas, despertando una mar de sensaciones que me recorrían de pies a cabeza.

- Georgina, eres tan hermosa - susurró, con su ronca voz llena de deseo.

Sus palabras me hicieron sentir una mezcla de satisfacción y vulnerabilidad. Sus ojos verdes esmeralda brillaban con una intensidad que me cautivaba. Me perdí en su mirada, en la profundidad de su amor, en la promesa de una noche llena de pasión.

- Fabrizio, te amo - susurré, mi voz apenas era audible.

- Y yo a ti, principessa.

Sus labios se encontraron con los míos en un beso que se prolongó por largos minutos, un beso que hablaba de perdón, pasión, amor. En ese momento, el mundo se redujo a nosotros dos, a la intensidad de nuestros cuerpos, a la promesa de una noche inolvidable.

La noche se extendió como un lienzo en blanco, esperando ser pintado con los colores de nuestra pasión. Nos dejamos llevar por el ritmo de nuestros cuerpos, por la danza de nuestras almas. Cada toque, cada susurro, cada mirada, era una pincelada que llenaba de vida nuestra historia.

Fabrizio, con su ardiente pasión, me envolvía en un huracán de emociones. Sus besos, eran como llamas que consumían mi piel, me llevaban a un estado de éxtasis. Su cuerpo, fuerte y musculoso, me sostenía con una seguridad que me hacía sentir protegida, amada.

En la oscuridad de la habitación, nuestros cuerpos se fundieron en uno solo, creando una sinfonía de gemidos y susurros. Las paredes se convirtieron en testigos de nuestra entrega, de nuestra pasión, de nuestro amor.

Al amanecer, exhaustos pero felices, nos acurrucamos en la cama, abrazados con la calidez de la satisfacción. La luz del sol se comenzaba a colar por la ventana, bañando la habitación con un halo dorado.

- Georgina, eres mi universo - susurró Fabrizio, besando mi frente.

- Y tú, mi cielo - respondí, besando su mejilla.

En aquel momento, el mundo exterior dejó de existir. Solo existía nuestro amor, nuestra complicidad, nuestra promesa de un futuro juntos.

Los siguientes días fueron un remolino de emociones. La pasión de la noche se había transformado en una ternura constante, una complicidad que se respiraba en cada mirada, en cada sonrisa. Fabrizio, con su amor incondicional, me hacía sentir como una princesa en un cuento de hadas.

Las mañanas comenzaban con un desayuno en la cama, con risas y confidencias. Las tardes las pasábamos paseando por las calles de Roma, descubriendo rincones encantadores, degustando la gastronomía italiana, perdiéndonos en la belleza de la ciudad eterna. Las noches, con la luna como testigo, se convertían en momentos de pasión y romance, donde el tiempo se detenía y solo existía nuestro amor.

Sin embargo, la felicidad no estaba exenta de sombras. La amenaza de la familia de Fabrizio, que desaprobaba nuestra relación, seguía presente. Su padre, un hombre poderoso y despiadado, había dejado claro que no aceptaría a una mujer como yo, una plebeya, en su familia.

- Georgina, no te preocupes - me decía Fabrizio, acariciando mi rostro - Te protegeré.

Pero yo sentía un nudo en el estómago. Sabía que la lucha sería difícil, que la oposición de su familia podría ser un obstáculo insalvable.

Un día, mientras paseábamos por el Parque de los Naranjos, me encontré con una mujer que me miraba con algo de odio y desprecio. Era una de las amigas de la familia de Fabrizio, una mujer elegante y fría que siempre me había tratado con desdén.

- Georgina, ¿qué haces aquí? - me preguntó con voz cortante.

- Estoy paseando con Fabrizio - respondí con una sonrisa.

- No deberías estar aquí. Esta no es tu clase, no eres digna de estar con Fabrizio - dijo con una mirada llena de veneno.

Las palabras de la mujer me hirieron como una puñalada. Fabrizio, que había estado hablando por teléfono, se acercó a nosotras.

- ¿Qué pasa, amor? - me preguntó con preocupación.

- Esta mujer me está diciendo que no soy digna de estar contigo - respondí, con voz temblorosa.

Fabrizio, con mirada fría, se dirigió a la mujer.

- No te preocupes, Georgina. Ella no tiene nada que ver con nosotros.

La mujer, con una sonrisa de burla, se alejó de nosotros.

- No te preocupes, amor - me dijo Fabrizio, abrazándome con fuerza - Te amo, y nadie podrá separarnos.

Pero yo no podía evitar sentir un profundo miedo. Sabía que la lucha por nuestro amor apenas comenzaba.

La amenaza de la familia de Fabrizio se convirtió en una sombra que se cernía sobre nuestra felicidad. Las palabras de aquella mujer en el parque, aunque hirientes, eran solo un atisbo del rechazo que nos esperaba. Fabrizio, a pesar de su determinación, comenzaba a mostrar signos de preocupación. Las largas llamadas con su padre, las reuniones secretas con su hermano, la tensión que se respiraba en el ambiente, todo indicaba que la batalla por nuestro amor se acercaba.

Un día, Fabrizio me llevó a una vieja casona en las afueras de Roma. Era la casa de su abuela, un lugar al que él no había vuelto en años. La casa, aunque descuidada, conservaba un encanto especial, un aroma a historia que me cautivó. Fabrizio me explicó que su abuela siempre había sido su refugio, un oasis de paz en medio de la tormenta familiar.

- Aquí me siento libre, sin las presiones de mi familia, sin los protocolos y las obligaciones - me dijo, mirándome con una melancolía que me conmovió.

- ¿Por qué no vienes más a menudo? - le pregunté, tocando su mano con cariño.

- Porque el pasado, a veces, es un lugar peligroso. Es un lugar lleno de recuerdos, de sueños rotos, de amor perdido.

Sus palabras me hicieron sentir un escalofrío. Sentía que detrás de su historia familiar se ocultaba un secreto, un dolor que él no quería compartir. Sin embargo, yo no podía dejar de pensar en la posibilidad de que ese secreto fuera la clave para entender a su familia, para comprender por qué estaban tan decididos a separarnos.

- Fabrizio, te amo - le dije, mirándolo a los ojos. - Y quiero ayudarte a enfrentar tu pasado.

Fabrizio me sonrió, una sonrisa llena de agradecimiento. En ese momento, supe que nuestra lucha no sería solo por nuestro amor, sino también por el derecho a conocer la verdad, a enfrentar los fantasmas del pasado, a construir juntos un futuro libre de miedos.

La casa de la abuela de Fabrizio se convirtió en nuestro refugio. Allí, lejos de las presiones de la familia, nos entregamos a la exploración de su pasado. Con cada objeto encontrado, cada fotografía descolorida, cada relato de su abuela, la historia de Fabrizio se iba revelando como un rompecabezas.

Descubrimos que la abuela de Fabrizio había sido una mujer libre e independiente, una artista que había desafiado las convenciones de su época. Su amor por un hombre de clase humilde, un escultor llamado Lorenzo, había sido prohibido por la familia. Su relación, aunque apasionada, había sido tormentosa y había terminado en tragedia. Lorenzo, en un acto de desesperación, había abandonado a la familia, dejando a la abuela de Fabrizio sola y destrozada.

La historia de la abuela de Fabrizio, tan parecida a la nuestra, nos llenó de esperanza y de una profunda comprensión. Entendimos que el rechazo de la familia hacia nosotros no era algo personal, sino un reflejo del pasado, de un miedo a repetir la historia.

Fabrizio, tocado por la historia de su abuela, se decidió a enfrentar a su padre. Le reveló la verdad sobre su relación con Lorenzo, sobre la tragedia que había marcado a su familia. Le explicó que su amor por mí no era una locura, sino una decisión consciente, un acto de rebeldía contra el destino.

La conversación con su padre fue tensa, pero Fabrizio se mantuvo firme. Le dijo que no permitiría que el pasado dictara su futuro, que no renunciaría a su felicidad. Su padre, conmovido por las palabras de su hijo, se mostró más conciliador. No aceptó nuestra relación, pero prometió no interferir en nuestras vidas.

La lucha por nuestro amor había terminado, pero la batalla por la aceptación seguía en pie. Sin embargo, habíamos ganado una batalla importante. Habíamos descubierto la verdad, habíamos reconciliado el pasado con el presente, y habíamos fortalecido nuestro amor.

La noticia de la reconciliación con el padre de Fabrizio se propagó como brisa primaveral, llevando consigo un aire de esperanza. La familia, aunque con reservas, comenzó a aceptar nuestra relación. Las miradas frías se suavizaron, las palabras cortantes se volvieron más amables, las puertas que antes se mantenían cerradas, se abrieron de par en par.

La abuela de Fabrizio, la mujer que siempre había sido una presencia silenciosa en la historia familiar, se convirtió en nuestra aliada. Su sabiduría, su amor incondicional y su comprensión nos brindaron un refugio en medio de la tormenta. Ella nos enseñó que el amor verdadero trasciende las barreras sociales, que la felicidad no se encuentra en la aprobación de los demás, sino en la unión de dos corazones que laten al mismo ritmo.

Nuestro amor, como una planta que florece en la primavera, comenzó a crecer con fuerza y belleza. Fabrizio, liberado de las presiones familiares, se dedicó a su arte con más pasión que nunca. Sus esculturas, inspiradas en nuestro amor, se convirtieron en una declaración de libertad y de esperanza.

Un día, Fabrizio me llevó a un estudio de arte en Roma. Era un lugar lleno de luz y color, donde los artistas creaban obras maestras. Fabrizio, con un brillo especial en los ojos, me presentó a su hermano, un pintor talentoso que había encontrado su inspiración en la naturaleza.

- Georgina, quiero presentarte a Marco - dijo Fabrizio, con una sonrisa de orgullo.

Marco, un hombre de carácter amable y sensible, me recibió con una calidez que me conmovió. En sus ojos vi un reflejo de la familia que Fabrizio siempre había deseado tener.

- Es un placer conocerte, Georgina - dijo Marco, extendiéndome la mano.

- El placer es mío, Marco - respondí, sintiendo un calor inusual en el pecho.

Esa tarde, en el estudio de arte, rodeados de la belleza de las obras maestras, sentimos que el amor había triunfado. Habíamos vencido las barreras, habíamos superado los obstáculos, habíamos encontrado la paz en la familia que habíamos construido con nuestras propias manos.


La vida con Fabrizio se convirtió en un lienzo en blanco, esperando ser llenado con los colores de nuesta felicidad. Nos mudamos a una acogedora casa en las afueras de Roma, rodeados de un jardín verde y lleno de flores. Cada mañana, despertábamos con el canto de los pájaros y el aroma a café recién hecho. Las tardes las pasábamos paseando por el campo, disfrutando de la tranquilidad de la naturaleza. Las noches, bajo el cielo estrellado, compartíamos sueños y proyectos, labrando juntos nuestro futuro.

Fabrizio, inspirado por la paz que había encontrado, creó obras maestras que reflejaban la belleza de nuestro amor. Sus esculturas, ahora llenas de luz y de esperanza, se exponían en galerías de arte de todo el mundo. Su talento se había multiplicado, como una flor que florece en un ambiente favorable.

Marco, el hermano de Fabrizio, se convirtió en un íntimo amigo. Su talento como pintor se había fortalecido con la inspiración que le brindaba nuestra historia de amor. Sus cuadros, llenos de color y de vida, reflejaban la belleza de la naturaleza y la fuerza del amor.

La familia de Fabrizio, aceptada por fin nuestra relación, nos brindaba su apoyo incondicional. Las reuniones familiares se convirtieron en un festín de risas, confidencias y de amor. La abuela de Fabrizio, con su sabiduría y cariño, era la guardiana de nuestra felicidad.

Un día, Fabrizio, con un brillo especial en los ojos, me llevó a una pequeña capilla en el campo. Era un lugar sagrado, lleno de paz y de tranquilidad.

- Georgina, te amo más que a nada en el mundo - me dijo, tomándome la mano. - Quiero que seas mi esposa.

Las palabras de Fabrizio me conmovieron hasta las lágrimas. En ese lugar sagrado, rodeados de la belleza de la naturaleza, dimos el tan anhelado "
al amor, a la vida, a un futuro lleno de esperanza.

La boda fue un evento lleno de alegría y de amor. La familia de Fabrizio, con sus radiantes sonrisas, nos acompañaron en ese día tan especial. La abuela de Fabrizio, con un gesto de cariño, nos entregó un pequeño amuleto de la suerte.

- Que el amor los acompañe siempre - dijo la abuela, con la voz llena de ternura.

La luna de miel fue un viaje mágico a las Islas Griegas. Allí, rodeados de un mar azul cristalino y de un cielo estrellado, nos perdimos en el paraíso. Nuestra historia de amor, como una leyenda griega, se había convertido en un canto a la esperanza, a la felicidad y al amor verdadero.

Los años pasaron como un río que fluye hacia el mar, llevando consigo los recuerdos de nuestra historia de amor. Cada día que compartíamos era un nuevo capítulo, una nueva aventura que llenaba nuestras vidas de color y emoción.

Fabrizio, con su talento innato, se convirtió en uno de los escultores más aclamados del mundo. Sus obras, inspiradas en la belleza de la naturaleza y la fuerza del amor, se exhibían en museos y galerías de arte de todo el planeta. Su éxito, sin embargo, nunca lo alejó de su esencia, de la humildad y la pasión que siempre lo habían caracterizado.

Marco, con su pincel mágico, se convirtió en un pintor reconocido por su sensibilidad y su capacidad de capturar la belleza del mundo. Sus cuadros, llenos de luz y color, reflejaban la alegría de la vida y la profundidad de las emociones humanas.

Nuestra familia, unida por la fuerza del amor, se convirtió en un refugio de paz y armonía. La abuela de Fabrizio, con su sabiduría y su cariño, seguía siendo la matriarca, la guía que nos acompañaba en cada paso del camino.

Un día, mientras paseábamos por el jardín de nuestra casa, Fabrizio me tomó de la mano y me miró con los ojos llenos de amor.

- Georgina, mi amor, nuestra historia es un sueño hecho realidad. Hemos superado todas las pruebas, hemos vencido todos los obstáculos, y hemos construido una vida juntos llena de felicidad.

- Sí, Fabrizio, nuestro amor es un milagro.

En ese instante, un cálido y reconfortante silencio se apoderó de nosotros. Mirando hacia el horizonte, ambos nos dimos cuenta de que la vida, como un río que fluye hacia el mar, nos había llevado a un lugar mágico, un lugar donde el amor era la brújula que guiaba nuestros pasos.

Y mientras el sol se ponía sobre el horizonte, tiñendo el cielo con colores vibrantes, nos preguntamos qué nuevas aventuras nos depararía el destino. Sabíamos que juntos, con el amor como nuestro faro, podíamos enfrentar cualquier desafío, explorar cualquier camino, y seguir escribiendo nuestra historia de amor con la misma pasión y la misma felicidad que el primer día.

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