Oxígeno y Rebelión
—Los novios son muy feos—susurré.
Álvaro me lanzó una mirada asesina.
—Al menos son novios —me replicó en voz baja.
Tenía razón. El aspecto de esos dos era lo de menos. Se estaban casando y eso era lo importante. De hecho, podrían no estar casándose, como el resto de nosotros.
—¿Crees que serán felices juntos?
Álvaro volvió a fulminarme con la mirada.
—¿Te puedes callar ya, Emilia? Disfruta de la boda y ya.
Me mordí el labio inferior.
—¿Crees que les irá mal?
Suspiró con frustración.
—A todo el mundo le va mal. Es la norma. Lo sabes.
—¿Pero tú qué crees?—insistí.
—Tengo fe en que serán felices—acabó diciendo.
—Si no se enteran, claro—Sonreí.
—Claro.
Ambos nos quedamos en silencio, prestando atención. El "Sí quiero" estaba a punto de suceder y todos los presentes sentíamos las mariposas en el estómago, revoloteando como locas.
—¿Alguien se opone a este matrimonio?—preguntó el hombre que dirigía la ceremonia.
Todos aguantamos la respiración. Temíamos que acabara pasando lo que pasaba siempre y deseábamos que no fuera así. Pero no importaba cuántas plegarias hiciéramos. Al final acabó pasando lo de siempre.
Una mano verdosa y de seis dedos se alzó de entre la multitud.
—No sabía que ya se habían autorizado los matrimonios entre humanos—dijo el dueño de la mano, con la voz distorsionada por el casco. Pestañeaba con gran lentitud mientras hablaba y, cada vez que abría los ojos, un escalofrío me recorría la espalda por lo rojos que eran sus ojos.
Todos nos tensamos. Que la capilla en la que nos encontrábamos fuera oscura y diminuta no ayudaba a que mantuviéramos un ritmo respiratorio adecuado. A la mujer que tenía detrás se le calló el bolso y el padre del novio, que estaba sentado unas cuantas filas más adelante, se desmayó.
Álvaro aprovechó la mirada aniquiladora que le estaba lanzando el alienígeno al suegro de la novia y empezó a moverse con lentitud. Le sujeté de la muñeca.
—Ni se te ocurra—dije entre dientes.
—Es lo que debo hacer, Emilia.
Se soltó de mi agarre y, con un movimiento veloz, sacó la pistola. Disparó al intruso en la cabeza. Los cristales del casco estallaron, rasgando la piel de los que estaban cerca. Nadie se quejó; el plan acababa de comenzar.
Sabíamos que, a partir de ese momento, teníamos unos cinco minutos antes de que las autoridades llegaran y nos aniquilaran. Los novios se apresuraron a decir el "Sí quiero" y huyeron, junto con los pocos invitados que estábamos listos para defendernos.
Todo estaba planeado. La boda era una farsa. Aunque el amor de los dos novios no. Cuando nos queremos casar, siempre lo hacemos de forma discreta. Si nos queremos reproducir, lo hacemos sin que ellos se enteraran. No hay necesidad de realizar una boda o de gritarles que nos queremos entre nosotros y que les detestábamos. Ellos ya lo sabían. Por eso nos tenían vigilados desde hace tanto tiempo y habían implementado tantas normas que nos obligaban a relacionarnos con ellos y no entre nosotros. Y por eso mismo ya no nos casábamos como antes; por miedo a lo que podía ocurrir si los desafiábamos.
El caso es que, a pesar de pintarnos una diana en la cabeza por cometer semejante temeridad, estábamos, al fin, logrando un poco de caos; un poco de humo alejado del verdadero fuego.
Localicé la cabellera rubia de Álvaro entre el gentío y me pegué a él. Debíamos dirigirnos a la Central General, donde debía llevarse a cabo el resto del plan.
Mientras nos dispersábamos, unos yendo al norte, otros al sur y Álvaro y yo al este, escuchábamos las transmisiones que emitían los alienígenas.
—¿Qué dicen?—me preguntó el rubio, entre jadeos.
Nos detuvimos un momento, ocultándonos en la sombra. Me acerqué el aparato a la oreja.
—Deberías aprender Zixx. No me puedo creer que todavía no los entiendas—le reprendí.
Él sonrió, burlón.
—¿Para qué? Ya te tengo a ti para que me traduzcas. No neces...
Le puse la mano en la boca y me concentré en los que decían.
—Ya han reportado el incidente... No saben cómo lo han matado... Su máxima prioridad es atrapar a los novios—resumí.
—Cosa que no podrán hacer porque todos estamos vestidos de novios.
Alejé la máquina de la oreja y le sonreí.
—Casi todos.
Álvaro se miró y luego me miró. Me sonrió melancólico.
—Me hubiera gustado verte vestida de novia, Emilia. Y que fuera yo el que dijera el sí.
Me sonrojé mientras negaba con la cabeza e intentaba mantener la compostura.
—Tal vez en otra vida.
Él asintió, apretando el paso por los callejones oscuros. Yo lo seguí, con el corazón latiéndome en la garganta.
Nada me gustaría más que formar una familia con Álvaro, pero desde que ellos llegaron está claro que cualquier idea de perpetuar nuestra especie es como apretar el gatillo que nos apuntaba. Vinieron a exterminarnos, y lo hacían de una forma tan sutil que tardamos años en darnos cuenta de que no había habido ni un solo nacimiento humano desde su llegada.
Esperábamos poder cambiar algo hoy, hacer historia.
—¿Qué dicen ahora?—me volvió a preguntar.
Me volví a acercar el aparato.
—Todavía no han encontrado a ninguna pareja—empecé a sonreír, pero la sonrisa se desdibujó—. Ay, no. Acaban de encontrar a una.
Se pasó la mano por el pelo, empezando a preocuparse.
—¿Quién?
—Sofía y Marco.
Álvaro maldijo.
—¿Los van a matar?
—No—Fruncí el ceño—. No, primero van a pasar por un interrogatorio.
—¿Los van a llevar a la Central?
Tardé unos cuantos segundos en responder. Hablaban demasiado rápido.
—Sí.
—Pues démonos prisa, entonces.
Y continuamos andando hasta llegar a las afueras de la Central. Ocupaba un quinto de la ciudad y estaba protegida por cientos de seres verdes y repugnantes que vigilaban cada rincón del edificio.
Ahora llegaba la parte más difícil.
Teníamos que entrar en la Central y llegar a la sala de control. Habíamos descubierto, gracias a largos días de intercepción de transmisiones, la razón por la cual nuestros invasores eran incapaces de salir de la Central sin su casco protector: no podían respirar oxígeno. Resulta, que la única forma que tenían de sobrevivir era gracias al generador que tenían en la sala de control. Si llegábamos a la sala y desconectábamos el generador ellos morirían por asfixia.
El problema es que no sabemos si realmente se puede desconectar o no. Íbamos, básicamente, a ciegas.
Llegamos al puesto de vigilancia de uno de ellos, el que estaba más alejado y oculto que el resto. Nos sonrió cuando nos vio y nosotros le sonreímos de vuelta.
Nos acercamos a él mientras abría la puerta de su zona. Le cogí de las manos.
—Gracias por todo, Robin.
Robin era el único ser verdoso al que no le tenía asco. Me daba igual que su piel fuera pegajosa o que compartiera la misma sonrisa desdentada que el resto de su especie. Él era bueno.
—Lo haría mil veces. Por vosotros—Me miró especialmente a mí— haría lo que fuera.
—Gracias. De verdad. Sentimos que no podamos...
Robin no le dejó terminar.
—Moriría por vosotros—Me besó el dorso de la mano—. No te preocupes. Muero feliz sabiendo que tú vivirás.
Álvaro se tensó a mi lado.
—Tenemos que entrar—dijo seco.
Lo miré de soslayo mientras tomaba la cara de Robin y le besaba en la mejilla.
—Gracias—le susurré antes de alejarme de él y seguir a Álvaro.
—No tienes por qué mostrarte tan cariñosa con él. A lo mejor se arrepiente, decide seguirnos, me mata y se casa contigo.
Puse los ojos en blanco.
—Gracias a él estamos aquí. No estaría de más dejarle una buena sensación en el pecho, ¿no crees?
—Y en la entrepierna también, ¿no te jode?
—No tiene polla, Álvaro.
Iba a sonreír, pero su expresión se quedó congelada.
—¿Cómo sabes...?
Le puse la mano en la boca de nuevo mientras volvía a escuchar con mayor atención lo que decían en la radio.
Palidecí.
—¿Qué pasa?—me preguntó, preocupado.
—Saben que hay alguien en la Central.
Continuamos caminando, esta vez con más rapidez. Puede que a mí se me dieran mejor los idiomas, pero desde luego que Álvaro tenía un muy sentido de la orientación. Y una buena memoria fotográfica. No necesitó sacar el mapa que hace unas semanas Robin nos dio para ubicarse.
Llegamos a la sala de control. No había nadie fuera, pero estoy segura de que dentro debían haber, al menos, dos de ellos.
—Tres, dos...—Susurró Álvaro antes de sacar su pistola, darle una patada a la puerta.
Se lanzó a disparar. La única ventaja que teníamos sobre los intrusos es que nosotros contábamos con arma y ellos no. Qué mala suerte la suya, la de no poder poseer armas de fuego por culpa de su piel tan sensible.
Mientras él mantenía a los alienígenas ocupados, yo me dirigí rápidamente a la consola. Mi corazón latía desbocado. Buscaba desesperada algo que tuviera que ver con el generador mientras los disparos resonaban a mi espalda.
Por un momento, todo se quedó en silencio y yo giré la cabeza, temiendo lo peor.
Pero no era así. Álvaro estaba de pie, sonriéndome. Estaba rodeado de sesos verdes y no le importaba. El verde le sentaba bien.
—¿Lo has logrado?—me preguntó.
—No, todavía no.
—¿Pues a qué esperas?—Cerró la puerta con un golpe.
Me volví manos a la obra. No lograba encontrar nada con lo que parar el generador y estaba empezando a desesperarme. Sobre todo porque muchos seres verdes estaban intentando entrar en la sala de control. Estaba claro que dentro de la central los niveles de oxígeno eran mucho más bajos que en el exterior porque me estaba mareando por momentos.
Álvaro y yo, de hecho. Él tampoco se podía sostener de pie porque al final los seres pudieron con él y consiguieron entrar en la sala.
—¡Emilia! ¡Rápido!—Fue de lo último que me dijo antes de ponerse a disparar como si la vida se le fuera en ello.
Bueno, es que la vida se le iba en ello.
En un ataque, empecé a darle a todo lo que me aparecía. Desde hacía unos cuantos segundos que los disparos de Álvaro ya no se escuchaban y no quería mirar atrás por miedo.
La pantalla empezó a ponerse en rojo y a soltar un pitido que sé que me destrozó el tímpano porque me empezó a salir sangre de la oreja izquierda.
Tuve ganas de vomitar cuando una mano de seis dedos me sujetó de tobillo y tiraba de mí. Intenté zafarme, pero la falta de oxígeno pudo conmigo.
Cuando me giré, vi a todos los seres verdes inertes y al que me sujetaba muerto también.
Fue como si volviera a respirar. Aunque, realmente, sí volví a respirar. Había apagado el generador y el oxígeno volvió a circular por los tubos de ventilación de toda la central.
No me permití sonreír hasta que llegué a Álvaro, lo desenterré de entre los cuerpos verdes y, cuando comprobé que seguía respirando a pesar de haber estado aplastado por un montón de alienígenas, le di un beso que pensé que jamás le daría.
—Nunca pensé que me besarías estando medio muerto—dijo entre toses y con una sonrisa en los labios—, pero aun así me alegro de que me hayas besado al fin.
—Vamos a por Sofía y Marco—le dije yo mientras le ayudaba a levantarse y salíamos de la sala.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top