El bibliotecario

MinMillys

¿Sabes cuánto tiempo llevo observándote, en silencio? ¿Cuántas veces te tuve que seguir por la calle, a tu casa, al instituto, a la tiendecita de la Carmen, antes de encontrar una forma de acercarme a ti sin que nadie sospeche? 

Doscientos cuarenta y tres días. He tenido paciencia contigo, pero no creo que pueda aguantar mucho más. 

Me costó lo suyo hacerme con este puesto de trabajo. ¿Quién diría que con tus pintas, tu pelo rubio y tu ropa, que huele a dinero y a oro de viejos, te gustaría leer? Cuando tuve que perseguirte por las calles más concurridas de la ciudad para acabar en una biblioteca cualquiera, no lo podía entender. ¿Te habías dado cuenta de que te seguía? ¿Me estabas teniendo una trampa? Después de seguirte por unos cuantos días más al final descarté esa descabellada idea. Y me olvidé de ella, completamente, cuando leíste mi nombre en la placa que tengo en mi pequeño mostrador y me sonreíste. Joder, me sonreíste y no tienes ni idea de cómo me he estado aguantando desde entonces.

El Sol ya se está poniendo. Por los ventanales a penas se aprecia mucho del cielo, pero los rayos que dan en tu zona te hacen ver mucho más hermosa de lo que ya eres.

La biblioteca está cada vez más vacía. Tú no te das cuenta porque estás tan inmersa en tu libro que no te percatas de lo que ocurre a tu alrededor. El último estudiante, a parte de ti, me susurra un "Buenas noches" al pasar por delante del mostrador y abandonar la biblioteca. 

Y ahora solo quedamos tú y yo. El gran momento había llegado ya.

Mientras tú descruzas las piernas y empiezas a balancearlas lentamente, yo me levanto y comienzo a caminar hacia ti. Hoy has decidido ponerte un vestido floral. Estamos a finales de otoño, ¿lo sabías? Cogerás un resfriado si sales con vestiditos tan cortos y veraniegos. Aunque, bueno... ¿Qué es eso de allí? ¿Una cazadora? Si soy sincero, nunca antes te la había visto. ¿Es nueva? No, no lo creo. Está desgastada. Y tú no compras ropa de segunda mano, así que esa opción queda descartada. ¿De alguna amiga tal vez? No, lo dudo. Tus amigas son demasiado pijas como para comprarse algo así. Y demasiado envidiosas y envenenadas como para prestarte algo. Además, es bastante masculina la cazadora... Oh, será eso. ¿Te has echado novio, querida? ¿Sin consultármelo siquiera? Me rompes el corazón, amor mío.

Abandono el mostrador y me acerco a ti, con pasos lentos y silenciosos. No quiero asustarte. Aún. 

Cuando estoy a un par de metros de ti y sientes mi presencia, aguantas la respiración y levantas la mirada despacio. Ay, tus ojos son tan bonitos... ¿De qué color son, por cierto? Porque la primera vez que te vi estabas de perfil y parecían marrones, pero de frente son azules. Siempre me han gustado tus ojos. Qué pena que te haya conocido, supongo. 

Cuando te percatas de que solo soy el joven bibliotecario, sueltas un suspiro, me sonríes y vuelves a sumergirte en el libro. Ni siquiera me dedicas más de dos segundos. ¿Ese libro es tan interesante que ni siquiera puedes prestarme atención? ¿No merezco tu tiempo, amor mío? Si la simple idea de que te hayas echado novio ya duele, imagínate la de que yo no pueda ser ni el "otro" para ti. Me hace sentir que no valgo una mierda.

Cojo un libro cualquiera y me siento a tu lado. Adopto una postura relajada y desentendida. ¿Te gustará la confianza con la que me siento? 

Finjo leer un rato. Creo que he agarrado el libro del revés, pero no quiero darle la vuelta porque,  de vez en cuando, siento tu mirada sobre mí. Qué mona eres. ¿Te estás empezando a interesar en mí?

—Madame Bovary —susurraste. 

Trago saliva y hago como que no te he oído bien.

—¿Qué? —pregunto, acercándome un poco más a ti. Apoyo los brazos en la mesa y no has podido evitar seguirme con la mirada.

—Madame Bovary. Tu libro—Señalas con las cejas la portada. No digo nada y tú te pones nerviosa. Te sube la sangre a la cara y pronto tienes las orejas rojas.

—¿Te gusta?—me preguntaste, con la voz entrecortada.

Tuve la tentación de cerrar los ojos y deleitarme con el sonido de tu voz, como si lo que preguntaras no fuera inocente y sincero, sino perverso y dicho con otro fin.

Muevo la cabeza en signo afirmativo y me concentro en el momento presente. Tú lo vales más. Más que cualquier fantasía. Tú eres mi sueño hecho realidad.

—Tal vez. ¿Por qué? ¿Te lo has leído?

Y entonces eres tú la que no responde y tragas saliva. El silencio se extiende entre nosotros. Te debates: ¿debería contestarle al que viene a ser mi asesino? ¿Será buena idea? No, no lo es. Pero eso tú no lo sabes.

Acabaste asintiendo antes de decirme:

—Sí. Hace unos años. En el instituto. Me encantó, la verdad.

Levanto las cejas, fingiendo interés.

—¿Por qué?

Te pasas el pelo por detrás de la oreja y me sonríes. Cierras el libro sin importarte que no hayas puesto el marcapáginas , como si ya no te interesara esa novela que llevas leyendo por días. Como si yo te importara más.

—Por las citas—Acabas diciendo—. Es que me encantan. Son tan bonitas...

—¿Cómo cual? ¿Me das algún ejemplo?

A lo mejor pueda tatuártela en la piel con tu sangre. Quién sabe.

—Claro. Mi favorita es "¿Cómo explicar un malestar indefinido, que cambia de aspecto como las nubes y se arremolina como el viento?"

De repente pierdas la sonrisa que tenías en los labios y el brillo que adornaba tus ojos. Veo cómo te das cuenta de lo tarde que es y miras la hora. El Sol por fin se había puesto y la iluminación de las bombillas era escasa. Crea un buen ambiente de terror, ¿no, querida? 

Echas un rápido vistazo a la biblioteca vacía y tragas saliva. El miedo empieza a recorrerte las venas. Lo siento.

—¿Estamos solos?—preguntas, soltando las palabras con lentitud y cuidado.

Antes de que pueda responderte, tú sonríes, desconcertándome. ¿Por qué sonríes si soy yo el que te va a matar...? Ah, claro. Porque tú me acabas de clavar tu cuchillo mucho antes de que yo haya podido sacar el mío.

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