Observaba con detenimiento la espada de mi maestro, una katana bellísima de color negro que brillaba con el resplandor de la luna y mientras veía mi reflejo en ella, recordaba sus palabras, las me dijo antes de morir.

"—Maestro ¿qué hacemos aquí? —Me dolían los pies de tanto caminar entre la maleza y los árboles, odiaba esconderme, pero desde pequeña tuve que acostumbrarme, era una princesa fugitiva.

—Ya has crecido y aunque te haya enseñado todo lo que sé, hay algo que nunca debes olvidar: todo esto es tu pueblo y es tu deber protegerlo, pase lo que pase, eres la flor de Merilya, recuérdalo siempre, tus ancestros te guiarán."

Recordaba con fuerza esas palabras mas ahora que me veía y no me podía reconocer, de la orgullosa princesa ya no quedaba nada, era una flor marchita.

—¿Mi señora? —Negué con la cabeza al escuchar a Satoshi, para él siempre sería la próxima reina de Merilya, aunque yo me consideraba menos que eso, la princesa había muerto el día que se fue del reino y en su lugar había nacido la guerrera carmesí.

—Ya es hora.

Respire hondo, hoy tenia que volver a ser Himawari, la flor de Merilya y luchar por Aiden, ese príncipe que me había robado el corazón.