Día 26: Matrimonio

Era la mañana del siete de diciembre, hacía bastante frío, pero para Hyoga no era impedimento, al contrario, una boda en invierno era el escenario perfecto para el día más importante de su vida.

La nevada de la noche anterior había dejado el suelo de un blanco inmaculado, parecía que la naturaleza sabía de aquella ocasión y había mandado la nieve sólo para ellos.

El Cisne se encontraba en el departamento que compartía con su aún prometido. Isaak había dormido en el sofá, y Camus en una de las habitaciones disponibles, junto con Milo, pues a dónde el Santo de Acuario iba, Escorpio le seguía. Shun había pasado la noche con su hermano y el resto de los Caballeros de Bronce en la Mansión Kido.

Estaba parado frente al espejo, intentando anudar su corbata por décima vez, nunca había sido muy hábil con esas cosas, pero en este momento su cabeza tenía cosas más importantes en qué pensar que en un nudo.

-¿Hyoga?- Isaak tocó a la puerta y sin esperar respuesta se hizo pasar. -¿Todo bien? Camus me envió, como no haces ruido creyó que algo te había pasado.- el ruso rió. -¿Ya te arrepentiste?

-¿Qué? Por supuesto que no. ¿Eso vas a usar?- el ruso miró de arriba a abajo a su amigo. Este también miró su atuendo y volteó los ojos.

-¡¿Qué tiene de malo?! Camus me dijo exactamente lo mismo.- Hyoga arqueó una ceja. -¡Es mi mejor traje!

-Ay, Isaak. Haberme dicho e íbamos de compras.

-¿Ya están listos?- Milo se hizo presente en la habitación, Camus venía detrás de él.

-¡Hyoga! ¡Ni siquiera te has peinado! ¿Y qué rayos sucede con tu corbata? Está toda arrugada y el nudo deforme.- exclamó el Santo de Acuario mientras le quitaba algunas pelusas al traje del Cisne. -Isaak, te dije que te fueras a cambiar.

-¡No tengo otra cosa!- refunfuñó el peliverde.

-Hyoga, préstale algo ¿sí?

-¡No me quiero cambiar!

-Isaak...- Camus le dirigió una mirada de desaprobación.

-Ya lo oíste Isaak.- agregó Milo con una sonrisa. -La mamá Camingüino a hablado.- los discípulos de Acuario se carcajearon, mientras el Santo Dorado le daba con codazo a su pareja.

-Milo, ¿por qué no ayudas a Isaak a escoger un bonito conjunto?

-No soy un niño...

-¡Vamos pingüinito! Te pondremos bello...- Escorpio sacó al finlandés a rastras de la habitación.

Cuando se quedaron solos, Hyoga presintió que Camus le daría un discurso.

-¿Emocionado?- comenzó a decir el Caballero Dorado, el Cisne no se había equivocado.

-Algo...

-Todo estará bien, ya lo verás.

-Crees... ¿qué fue muy repentino?- Camus esbozó una sonrisa mientras anudaba la corbata del ruso.

-¿Su noviazgo? Tal vez. Pero te conozco y sé que has tenido sentimientos por él desde hace tiempo.- Hyoga frunció el ceño. -No soy estúpido Hyoga, y además soy francés. Se reconocer le amor cuando lo veo.

Ambos rieron.

-Quisiera que mi mamá estuviera aquí...- Camus paró en seco de cepillar el dorado cabello de su alumno. Así que eso era lo que le molestaba.

-Bueno, no está aquí físicamente, pero desde dónde esté, seguro que te está viendo. Y puedo jurar que está muy feliz.- Hyoga esbozó media sonrisa.

-¿Crees que Shun le hubiera agradado?

-Creo que le hubiera encantado, es un chico bastante adorable. Pero más importante aún, él te ama y te hace feliz, y eso hubiera sido más que suficiente para ella.- Acuario terminó de arreglar al rubio y después de apretar su hombro, se retiró de la habitación.

-Camus...- lo llamó el Cisne, el Caballero Dorado se volteó. -Gracias...








La boda era exterior, algo que a muchos invitados les pareció un abuso, considerando la época del año. Los invitados estaban todos en sus asientos, aguardando la llegada de los novios. Hyoga llegó primero, con Camus, Isaak y Milo detrás. Saludó a cada uno de los invitados, las manos le temblaban y la cara de dolía de tanto sonreír.

Cuando llegó al final del pasillo, se acomodó en su lugar con Isaak a lado, quien era su padrino.

Su corazón palpitaba con fuerza y su respiración era agitada, tanto que su amigo pensó que se desmayaría en cualquier momento. Justo cuando el Cisne comenzaba a relajarse, vio a Saori llegar, avisándole a quien iba a presidir la ceremonia que el otro novio ya estaba aquí.

En ese momento, Hyoga puso los ojos como platos y su corazón se detuvo. Sentía que moriría en ese mismo instante de los nervios. A la distancia, Camus intentaba decirle que respirara, subiendo y bajando el pecho de manera exagerada, ganándose más de una mirada desconcertada de Shura de Capricornio, quien estaba sentado a su lado.

El recinto pasó de los suaves sonidos de los invitados charlando a un silencio total, seguido de la melodiosa música de unos violines.

Los primeros en recorrer el pasillo fueron Seiya y Shiryu, quien tomados de las manos y vestidos con unos finos trajes de color azul, hicieron su camino hasta el Cisne. Seiya venía sonriendo como idiota, mientras Shiryu evitaba hacer contacto visual con los invitados.

Después de que Pegaso y Dragón llegaron al final, los invitados se pusieron de pie. Isaak puso su mano sobre el hombro de Hyoga, no a modo de apoyo emocional, sino para tener un mejor agarre del ruso cuando este inevitablemente cayera inconsciente al piso.

Shun de Andrómeda se hizo presente en el lugar, del brazo de su hermano mayor, Ikki de Fénix. Lucía un pulcro traje blanco que combinaba perfectamente con la nieve, y una corbata azul claro con un lindo patrón. Su cabello venía recogido en una coleta baja, y su radiante sonrisa completaba su atuendo.

Hyoga pensó que moriría cuando vio llegar a su prometido, pero en el momento que cruzó miradas con él, todo desapareció. Nada existía en ese momento más que Shun. Finalmente pudo respirar, deleitándose con la mera presencia del japonés, admirarlo le daba vida. Shun era su vida entera, desde ahora y para siempre.

En el minuto y medio que le tomó a Andrómeda llegar con él, el Cisne recordó toda su vida juntos:

Desde el primer momento que lo vio cuando llegó al orfanato, le pareció un niño bastante adorable y el único con quien podía platicar y sentirse cómodo. Su despedida antes de que partieran a sus respectivos lugares de entrenamiento, y como todo el trayecto a Siberia rezó por que Shun estuviera bien y se mantuviera con vida. La primera vez que lo vio en el Torneo Galáctico, y pensó que aquel adorable niño se había puesto más hermoso desde la última vez que se vieron. Todas esas misiones y batallas que libraron juntos, defendiéndose mutuamente, quizás inconscientemente, disfrazado de compañerismo incondicional. La vez que Shun casi dio su vida por la de él en la Casa de Libra, y el asfixiante sentimiento de poder perderlo para siempre. La vez que Tokio fue azotado por una tormenta y Shun corrió hasta su habitación, quedándose dormido en sus brazos. Aquella vez que le confesó sus sentimientos de una vez por todas y se sentía a morir de felicidad cuando supo que era correspondido. La primera vez que besó esos rosados y perfectos labios, tan deliciosos y húmedos. La primera vez que sintió su cuerpo y lo hizo suyo. Su primer viaje como pareja y la promesa de pasar el resto de sus vidas unidos. Todo eso y más, recorrió la cabeza del ruso.

Shun llegó a su lado, y después de abrazar a su hermano, Hyoga le ofreció la mano. Ninguno se quitaba los ojos de encima, y el más hermoso sentimiento los inundó cuando sintieron la mano del otro en la suya.

Todo era perfecto, el día, el lugar y la hora. Pero sobre todo, ellos. Su historia. Todo lo que pasaron y todo lo que vendrá. Deseaban saltarse a la parte del beso para comenzar a escribir su historia como esposos cuanto antes.

Ninguno se arrepentía de nada, y en ese preciso momento, ambos Caballeros entendieron que el otro era su vida y mundo entero. Y ese día, era simplemente una forma de decirle a todos que se amaban con locura y que pasarían el resto de su vida juntos, casi una formalidad...

Ellos ya se habían declarado amor eterno desde hace tiempo.

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