capítulo 1 (borrador)
Ana podía ver fantasmas desde pequeña y por eso el ensayo que escribió fue tan sencillo. Ya de mayor las visiones se fueron reduciendo y quizás todo aquello fue a causa de su madre y abuela, quienes le habían metido en la cabeza que existía un plano más allá de lo que se podía percibir a simple vista.
El aire en Mbyjaaty era denso, cargado de humedad y nostalgia. La ciudad se extendía como un laberinto de calles estrechas, casas viejas de madera y techos desgastados por la lluvia interminable. Era un lugar donde las luces parpadeaban como si también estuvieran cansadas de existir, y el silencio se sentía más vivo que las propias voces de sus habitantes.
Ana bajó del autobús con su maleta en mano, observando el lugar que se convertiría en su hogar. Había llegado allí gracias a una beca universitaria que parecía caída del cielo, algo casi demasiado bueno para ser verdad. El correo de aceptación había llegado inesperadamente, y junto con él, una oferta de alojamiento en una antigua casa justo cerca del Periodico local y con una muy buena vista al Cerro Yvyguy. La universidad cubriría los gastos iniciales, incluso el alquiler de la casa donde ahora habitaría hasta terminar su carrera de periodismo. Todo sonaba fácil, quizás demasiado fácil.
La casa estaba al final de una calle empedrada, rodeada de árboles cuyas ramas se extendían como garras contra el cielo gris. Las ventanas estaban cubiertas de polvo, y la pintura de la fachada estaba descascarada, pero aún tenía un aire de grandeza pasado. Ana abrió la puerta con una llave que le había enviado la universidad y dio un paso adentro.
El primer impacto fue el olor: una mezcla de humedad, madera vieja y algo más que no podía identificar. Caminó lentamente por el recibidor, pasando sus dedos por las paredes rugosas. El piso crujía bajo sus pies, cada paso resonando como un susurro. Había algo extraño en esa casa, una sensación de que no estaba sola.
La universidad le había dado una beca por su ensayo sobre la influencia de los medios de comunicación como catalizador de las leyendas urbanas en el país. No le había tomado tanto tiempo hacerlo y nunca se imaginó a ella misma como alguien con buenas ideas; sin embargo, el ensayo pareció gustarle a alguien importante en Mbyjaaty.
Decidió no darle muchas vueltas.
Dejó su maleta en la sala y miró alrededor. El lugar estaba amueblado, pero de una forma que parecía congelada en el tiempo. Los muebles eran de un estilo antiguo, con bordados descoloridos y madera oscura. Un espejo colgaba en la pared del pasillo, su superficie empañada reflejaba apenas su figura. Ana sintió un escalofrío mientras miraba, como si el espejo le devolviera una versión de sí misma que no era del todo correcta.
Esa primera noche, el sueño no llegó fácilmente. Los ruidos de la casa parecían tener vida propia: el crujido de las tablas del piso, el eco de algo que sonaba como pasos distantes, y el susurro del viento a través de las ventanas mal selladas. Ana trató de convencerse de que todo era su imaginación, pero cuando finalmente cerró los ojos, un sueño inquietante la envolvió.
En el sueño, se encontró en un quirófano antiguo, iluminado por una luz pálida que parecía provenir de ningún lado. Había una camilla en el centro, cubierta por una sábana blanca manchada de algo oscuro. Sobre la camilla, una figura humanoide se movía lentamente, su forma era apenas reconocible bajo la sábana. Ana pudo reconocer a una mujer de pelo castaño (al igual que ella), pero muy herida y llena de sangre.
Cuando Ana intentó acercarse, un par de ojos la miraron desde la penumbra, y una voz gutural susurró su nombre:
—Ana...
Despertó sobresaltada, con el corazón latiendo con fuerza. Su habitación estaba en penumbra, pero el espejo en el pasillo reflejaba algo más que oscuridad. Juraría haber visto una figura pasando frente a ella, aunque aseguraba que la casa estaba vacía.
Respiró profundamente y trató de calmarse.
No es real, sedijo, pero la sensación de inquietud no desapareció.
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