9. Obiettivi, traguardi o sogni?
9. Obiettivi, traguardi o sogni?
REGINA
—... la familia Gagnon acepta los trescientos mil, la familia Stone pide una pensión para los hijos de Brian y a la familia Robinson les da igual la cantidad de dinero —explica Dorothy.
Abro los ojos sin retirar los dedos de mi tabique. La marca de mis uñas es más que visible. Una maldita migraña no me abandona desde que la policía vino a interrogar, Julius comenzó a desglosarme los daños en la planta, Dorothy las consecuencias públicas, Zack las opiniones de clientes y socios y Hank los rumores del mercado negro.
Las noticias no son buenas:
Alguien de adentro desactivó el sofisticado sistema de seguridad y el antincendios. A raíz de dos pequeñas explosiones, se perdió el sesenta por ciento de la maquinaria, el cincuenta y ocho por ciento de los productos en proceso y treinta por ciento de los terminados para distribución.
Once heridos.
Cuatro muertos
Toda la plantilla de trabajadores conmocionada.
Clientes descontentos por el retraso de las entregas.
Inversionistas preocupados por las pérdidas.
Y, lo peor en mi opinión, robaron prototipos y diseños de los proyectores y demás gadgets que presentaríamos en las exposiciones.
Todo eso sin contar lo que pasó en ASysture. Trataron de joder el servidor y, seguramente, robar los códigos de software; sin embargo, el sistema que dejó Luther Sachz resistió y emitió las alarmas pertinentes.
—¿Qué quieren los Robinson? —indago.
—Justicia.
—La tendrán. —Me levanto para servirme más vino. Tiene alcohol, no es whisky pero, por amor a mi hígado, me acostumbro a la fuerza. Miro a Julius—. Quiero a alguien vigilando a Paul Archer las veinticuatro horas. No confiaré en la incompetencia de la policía. —Fue obvio la falta de interés para tomar declaraciones y su compromiso para investigar. Miro a Dorothy y señalo la pantalla a mi derecha. Las malditas noticias amarillistas me tienen harta. Es como si de pronto alguien hubiera dado la orden de centrarse en este incidente—. ¿Por qué aún no sé la identidad de Sullivan?
—Alguien poderoso lo protege.
Bebo un sorbo del vino y arrojo el vaso de vidrio contra la pared.
—Metan infiltrados en la competencia. No sé cómo pero háganlo. Compren o extorsionen a los empleados de ser necesario. Los malnacidos se llevaron los proyectores que tienen piezas hechas con grafeno. —Mi respiración empeora.
—No es el zifreni —apunta Julius.
—Cualquiera con cerebro puede deducir a dónde nos estábamos dirigiendo con leer los diseños. —Aprieto el borde de la mesa—. La telepresencia.
—No si te adelantas y haces la tecnología pública —dice Hank y lo fulmino con la mirada. ¿Qué mierda?—. Si no es de Alphagine, no será de nadie
—No es justo —Zack gruñe, exasperado—. Gastamos un dineral en el desarrollo. Se llevaron nuestra oportunidad para Gitex y la CES. ¿Tú qué opinas? —Memira—. No estoy de acuerdo, pero no veo otra forma inmediata para joderle el plan a esos desagraciados
—Tampoco quiero hacerlo. —Mi sien palpita. Mis manos pican por ahorcar a alguien—. Perderemos muchos millones y nuestras principales ventajas ante la competencia.
Los avances de Giovanni aún no están listos, no puedo contar con ellos como una opción. Mucho menos cuando sus prototipos se transferían a planta para ser mejorados y producidos en masa.
Esperaba ataques, pero no tan bajos como este.
Acabaron con la producción.
Serán millones para restablecer la planta. La sede de Texas, California y la recién estrenada de Londres no se comparan con la de Chicago, la principal donde se desarrollaban los gadgets más delicados de nuestra marca.
—Es una solución. La decisión debe tomarse ya antes de que sea tarde —sugiere Julius y mis hombros tiemblan. La sangre me hierve y la acidez estomacal se hace presente.
Este no era mi plan.
Se supone que volvería por la puerta grande.
Madam Azzarelli regresaría al ruedo con innovaciones premeditadas, no esta decisión tomada a la carrera por desesperación.
—Me gusta la idea, Regina —apoya Dorothy—. Va acorde a la campaña. Pon a disposición gratuita los diseños y enviarás el mensaje que no te importa el dinero. Neutralizas a quien se haya llevado tu tecnología. No les servirá de nada porque, cuando quieran sacarla al mercado, ya habrá miles de copias y el crédito por desarrollo seguirá siendo de Alphagine.
Mi visión se torna borrosa. Ni con el desfalco sentí una ira tan densa como ahora. Mi pecho duele y tomo aire. «Cálmate» Sufrir un aneurisma o un infarto no es opción. Cierro los ojos y me siento de nuevo en la cabeza de la mesa para enfriar, a medias, mi cerebro. Una parte de mí me grita que esto es personal, otra vez.
Archer es el primer sospechoso que tengo en lista. Es quien tiene motivos directos para ir contra de Alphagine y contra mí. No me tranquilizo a pesar de saber que los sabuesos de Julius están poniendo Chicago patas arriba. El incendio se provocó desde adentro. A diferencia del desfalco, que fue ejecutado cibernéticamente, este sabotaje surgió de forma manual.
Alguien entró y alguien salió.
A diferencia del desfalco, que sólo Camila sacó dinero lo que trajo desorden a mis empresas; este incendio produjo pérdidas irrevocables.
¿Quién regresará la vida de los trabajadores?
—Háganlo —digo y Zack teclea en su IPad. Pensar que íbamos a dejar de usarlos, por nuestras pantallas flexibles, me escuece. Hank se va de la sala no sin dedicarme una última mirada sedienta de sangre, él se ocupará de sembrar trampas en la competencia—. ¿Qué prosigue?
Según las explicaciones de Julius y Dorothy, a Zack le toca restaurar la parte administrativa del asunto y a mí, la pública.
—Por la noche, darás una rueda de prensa. Haré que mañana te presentes en dos canales para dar entrevistas... —Miro el cronograma en la pantalla, la fotos de las familias de los trabajadores fallecidos, específicamente los hijos de Brian... veo la hora en mi reloj y me levanto de la mesa—. Un concierto de verano con proyecciones y... ¿Regina?
Julius y Zack también me miran confusos. El primero bastante consternado.
—¿A dónde vas?
—A ducharme. Llámenme si descubren algo relevante.
—¡Espera! —Dorothy, con los ojos muy abiertos, impide que salga—. No me dijiste nada de la programación.
—Aprobada —respondo y la hago a un lado.
Tengo menos de una hora para ir a cambiarme. Apesto. Estamos desde ayer en el edificio administrativo de Alphagine ideando estrategias para resolver los problemas derivados del ataque. No he dormido desde que volví de Europa. Gwain me envió en su jet y ahí menos pude descansar, sino efectuar videollamada tras videollamada.
Necesito salir de aquí o enloqueceré.
***
Italia, veintidós años atrás.
La señorita Russo se distrae asistiendo a Anna cuando entra en crisis por los nervios. Aprovecho rápidamente para espiar con disimulo tras el pesado telón rojo. Mis ojos buscan entre el público y sólo encuentran a mi papá sentado junto y a mi nonna.
Mi puño se cierra con fuerza alrededor de la tela. Retrocedo cuando escucho la voz de la señorita Russo pidiendo que tomemos nuestras posiciones. Faltan diez minutos para empezar.
Llegará.
Ella prometió estar aquí.
Estará aquí.
—Rómpete una pierna, Gasparín. —Chiara me guiña el ojo.
Frunzo los labios, no me gusta ese apodo.
Escucho las instrucciones y asumo mi papel en solitario, justo en el medio del escenario. Las luces se apagan, la música comienza y el telón se levanta. Los reflectores del teatro de la escuela me alumbran sólo a mí. Muevo mis pies y brazos al ritmo de la melodía, sintiendo que soy la reina del espectáculo a pesar de que mis compañeras poco a poco se van incorporando a la coreografía.
Repaso las filas con adultos y nuevamente sólo veo a papá sosteniendo una cámara y la nonna arrojarme un beso. Ambos sonríen con orgullo.
Sólo son ellos dos.
Frunzo los labios otra vez y Chiara tropieza conmigo. Me he equivocado en un paso. No me desconcentro y retomo el ritmo. Me aferro a la euforia que ruge en mi pecho cuando todas se van para darme espacio en mi solo de un minuto. No puedo fallar. Hoy demostraré lo talentosa que soy. Continúo la coreografía hasta terminar en una pose con los brazos extendidos.
Papi se levanta orgulloso de mí y es el primero en aplaudir.
Sonrío hacia el público antes de inclinarme hacia adelante y salir del escenario. Mi sonrisa se vuelve fingida cuando observo cómo mis compañeras son agasajadas tanto por sus papás como mamás.
«¿Por qué mi mamá no vino?».
Observo a papá abrirse paso entre la multitud, le es fácil porque es alto, fuerte e intimidante como un gladiador romano, pero tierno y amable conmigo. De él heredé el color de mi cabello y mi piel. Igual que yo, se pone rojito como camarón cuando trabaja bajo el sol. Ambos usamos un protector especial. Corro hacia sus brazos y me levanta en el aire para darme vueltas, haciéndome reír y olvidarme del mundo entero.
«Lo amo tanto».
—Mi reina hermosa. —Besa mi frente y lo abrazo.
—¿Cómo lo hice, papi?
—Perfecta, estuviste perfecta. —Besa mi mejilla haciéndome reír—. Estoy muy, muy orgulloso.
Me deja en el suelo y se arrodilla frente a mí para hurgar en una bolsa. Mi boca se abre en una enorme O cuando me entrega un zorro de felpa. Es feo pero bonito al mismo tiempo. Sus ojos son botones y la costura tiene imperfecciones. Lágrimas de felicidad se acumulan en mis ojos pero no las derramo.
«Las reinas no lloran».
—Felicitaciones, Regina. —Mi nonna besa mi mejilla—. Eres la niña más adorable y talentosa de tu escuela. Con práctica, podrás ser una bailarina profesional.
Frunzo el ceño por tercera vez, un gesto que adquirí del abuelo. Yo no quiero convertirme en bailarina. Hacerlo implica depender de mi cuerpo, podría lesionarme y, entonces, moriré pobre. Los pobres no pueden tener un coche veloz como el del señor Emanuele o ropa elegante como su esposa.
Mi meta es entrenar mi cerebro para administrar bienes como papá lo hace con la hacienda del señor Emanuele, con la diferencia que los bienes serán míos. Quiero triunfar en grande y llevar a mi familia a América de vacaciones.
—¿Y mamá? ¿Por qué no está aquí? —mi tono es apremiante.
—Se sentía un poco mal y se quedó descansando para recuperarse. Espero puedas entender, ella estaba muy ansiosa por venir y lamenta faltar. —Papá toma mi mano y nos conduce fuera de la escuela.
Finge tranquilidad mientras habla sobre ir por helados y brownies.
Muerdo mi lengua porque sé que miente sobre mamá.
Odio que él me mienta.
El desconcierto en el rostro de mi nonna no me pasa desapercibido. Ella siempre se preocupa cuando discute con mamá. Sabe que no es una buena hija porque no me trata como a una.
Ensayé muchísimo mi coreografía porque quería demostrarle a mamá que cumplo lo que sea que me proponga. Refutarle que, por ser bonita, no seré una buena para nada.
Y ella no me vio.
Ahora, tendré que pensar en otro plan para hacerla cambiar de opinión. Debate, ajedrez, dibujo, canto, baile... He probado miles de actividades extracurriculares y ninguna ha sido suficiente.
¿No soy suficiente para mamá?
***
De reojo reviso la hora repetidas veces y piso el acelerador mientras serpenteo otros coches. Voy a cincuenta kilómetros por hora y en ascenso. Entre las medidas que tomarán por el sabotaje, entra reforzar mi seguridad. Enrique no estará contento con que los haya dejado atrás, pero me importa una mierda.
No quiero retrasarme más.
Salto del Bugatti apenas aparco y me apresuro a entrar en la escuela. En la zona del evento, hay sillas frente al escenario con pizarras y niños resolviendo problemas matemáticos en ellas. Ryan en el medio de tres chicos. Las únicas sillas desocupadas están en la última fila.
R se ve adorable con su cabello rubio peinado hacia atrás y el viejo uniforme planchado. Exhalo el aire por la boca. Reviso discretamente mi maquillaje y me aseguro que el sombrero sobre mi peluca rubia esté perfecto. Uso lo primero que encontré en la zona fea de mi armario: un enterizo negro manga larga de segunda.
Media hora después, declaran a una escuela rival primer lugar, su escuela en segundo lugar y la otra en tercero. Me molesta escuchar algunos comentarios durante la premiación sobre cuánto decepciona el fracaso de los hijos. Cuesta casi toda mi voluntad mantenerme callada pero me distraigo rápido cuando le colocan a Ryan una medalla de plata.
Me levanto y aplaudo con efusión. Rivers me imita de inmediato. La frente de Ryan se arruga cuando lo reconoce y luego su vista cae en mí... bajo mis gafas oscuras y le sonrío.
Su expresión de emoción en ascenso no tiene precio. Apenas terminan las fotos y dan el evento por finalizado, se apresura a acercarse.
—¡R! —grita eufórico. Me petrifico cuando, muy fuera de su actitud habitual, me abraza con fuerza. Parpadeo y tardo unos segundos en reaccionar antes de corresponderle. Hace tres semanas que no lo veo. No me gusta lo delgado que se siente su cuerpo y las ojeras bajo sus ojos—. Hey, Regina, me asfixias —protesta entre risas para que lo suelte.
—¿Todo bien? —inquiero bajito.
—Todo perfecto. —Sonríe de oreja a oreja—. ¡Has venido! Siento mucho lo que pasó en tu empresa. Espero que se resuelva... pe-pero... ¡¿Qué haces aquí?! Casi no te reconozco. —Arruga su frente—. ¿Ahora eres rubia? ¿No tienes trabajo pendiente para arreglar la situación en Alphagine? —Ladea la cabeza, extrañado, y coloca sus manos sobre mis hombros—. ¿Tú estás bien?
¿Estoy bien?
Alguien pretende joderme a lo grande, otra vez.
Incendiaron mi planta principal de ensamblaje tecnológico.
Las acciones de Alphagine se están yendo en picada.
Murieron empleados.
Los clientes me están dejando.
Ya no podremos ir a las exposiciones.
Las pérdidas nos costarán millones.
Fuerzo una sonrisa.
—Todo excelente. Vine por ti. Eres un pequeño genio, R. —felicito.
Sus mejillas enrojecen y baja la cabeza. Sujeto con delicadeza su barbilla para que no desvíe la mirada y acomodo mis gafas sobre mi tabique. Me prometo elogiarlo más seguido para que se acostumbre. No me importa si se vuelve un narcisista por mi culpa.
Merece que le digan lo bueno que es.
Que él lo crea.
—Es verdad —recalco—. Tu coeficiente intelectual está muy por encima del promedio.
—Mi medalla es de plata, no de oro —susurra luciendo mortificado—. No ganamos la competencia.
«Por culpa de los otros, él estuvo perfecto».
—Walt Disney fue despedido de un periódico por no tener "imaginación", ni ideas originales. Michael Jordan fue expulsado del equipo de baloncesto de su escuela. Steve Jobs fue despedido de su propia empresa. A Oprah Winfrey le dijeron que no servía para la televisión. El mismísimo Leonardo Da Vinci fracasó en Milán, Florencia y Roma, y no triunfó sino hasta el final de su vida —destaco—. Ninguno de ellos se rindió a pesar de que los primeros intentos fueron fallidos.
—¿Y tú?
Suspiro.
—Ni en el segundo, ni el tercero, ni el décimo intento. Justo cuando alcancé mi primer logro en Wall Street, un idiota hizo que me obligaran a firmar una carta de renuncia porque simplemente no toleraba el éxito de una mujer —rememoro displicente al esposo de Camila. Su venganza fue un sinsentido teniendo en cuenta que el imbécil me jodió primero—. Obtuve otro gran logro durante mi viaje, pero también perdí mucho por el incendio. No es una derrota. El nivel de dificultad de mi juego aumentó y planeo ganarlo. —Arreglo su corbata mal hecha—. ¿Diste tu mejor esfuerzo en la competencia?
Asiente repetidas veces.
—Sí. Me esforzaré el triple la próxima vez. —Cuadra los hombros—. No me daré por vencido.
Su azul casi transparente me transmite calma. Extraño. Siento cómo la migraña se disipa de a poco. Quizá sea efecto del analgésico que tomé antes de venir.
—Esa es la actitud. Lo importante es perseverar. —Busco mi móvil personal, me fijo que el de trabajo tiene varios mensajes y llamadas entrantes. Lo apago. La acidez no ha desaparecido y no quiero empeorarla—. ¿Tu madre trabaja hasta tarde hoy? Dame su número. La llamaré para avisarle que iremos a celebrar.
Sus ojos se abren con preocupación.
—Se enojará si la interrumpes. Tengo prohibido molestarla a menos que sea una emergencia. —Aprieto la mandíbula—. No puede desconcentrarse en el trabajo por tonterías o la amonestan. Sarah nunca me pregunta por mi día. Le avisaré a la señorita Cooper. —Su frente se arruga más—. ¿Qué celebraremos?
—A ti, por supuesto.
Sonríe incrédulo antes de correr hacia donde se encuentra la maestra de primer grado.
Exhalo, aún sin convencerme que esta sea una buena idea.
¿Estoy siendo egoísta?
Sandra recomienda buscar algún escape cuando siento que la ansiedad amenaza con consumirme. No puedo dejarme llevar por la ira o terminaré sufriendo un derrame cerebral o dentro de un ataúd... o contratando mercenarios para comenzar una cacería sangrienta e indiscreta. Mi instinto no es el más inteligente a la hora de vengarse.Ladelicadeza de la situación requiere que mi mente esté enóptimas condiciones.
Peggy pausa su conversación con varias personas para escuchar a Ryan. Unos segundos y se disculpa con el grupo para acercarse. Su mirada no da crédito.
Alzo el mentón.
—¿Algún inconveniente si lo llevo conmigo para darle las mejores horas que un niño podría tener? —consulto, indiferente a su curiosidad, no le daré explicaciones del por qué decidí finalmente venir.
Mira a Ryan.
—¿Tú quieres ir con ella?
R asiente como un muñequito y se detiene a mi lado.
—Sí, por favor.
La maestra duda unos segundos. La carita suplicante de Ryan debe conmoverla porque suaviza la expresión. Nuestro último encuentro hizo mella y como que ya no le agrado.
—Los acompañaré —agrega Peggy.
Enarco una ceja, frunciendo los labios. Tres son multitud.
—¿Desconfías de mí? —No sé por qué, pero me ofendo.
—Es un menor de edad, Regina —dice firme—. Su madre me cedió permiso para monitorearlo. Soy responsable de él. Necesito cinco minutos antes de retirarnos.
Me trago mi veneno.
—Como quieras, te espero en el estacionamiento. Tárdate y me iré. Será culpa tuya que Ryan se pierda la salida —rezongo. Peggy no se amedrenta, sonríe de una forma indulgente que me irrita junto con el rosa chillón de su blusa, y vuelve con el grupo de representantes.
Rivers me entrega un sombrero, una peluca negra y un abrigo gris nuevo de cuello alto. Animo a Ryan para que se los ponga en una parte del pasillo que nadie visualiza. Acepta de buen humor, incluso divertido.
—No pueden reconocerte —explico.
Rivers es el único que nos sigue hasta el estacionamiento. A ojos de cualquiera, parecemos una especie de familia. Subimos a la Tahoe vinotinto. Mis hombres movieron el Bugatti apenas comenzó a llamar la atención.
—¿A dónde quieres ir? —Me quito las gafas oscuras.
Ryan frunce el ceño y agita sus pies.
—No lo sé, nunca imaginé que algo así podría ocurrir —dice con voz lejana, su mirada perdida—. Tenía planificado pasar el día en la biblioteca de la escuela hasta que cerrara.
—Tengo mucho dinero para gastar, puedo llevarte a cualquier lugar privado, un restaurante, pastelería o no sé. Tú eliges.
Se toma un momento, pensando.
—Hoy harán una convención geek en el centro. ¿Podemos ir?
Analizo pros y contras.
—No es un lugar privado —comento en voz baja, modulando mi tono a uno suave—. A esas convenciones va mucha gente y sacan fotos. No puedo exponerte. Es peligroso. Vine aquí, corriendo un riesgo grande, porque no quiero que creas que te abandoné. Pídeme otro lugar.
—No se me ocurre otro... —dice con los hombros hundidos. Abre su horrenda y remendada mochila, y saca una libreta de cuero falso agrietado. Ajusta sus gafas—. Bueno, según mi lista de sueños...
—¿Una... lista de sueños? —Ladeo la cabeza.
—¿Tú no tienes?
—Yo tengo metas. Lo sueños pueden no cumplirse. Los sueños se rompen y te desilusionan.
Hace menos de cuarenta y ocho horas, tenía un maldito plan que se fue por la cañería. Me preocupa que descubran los laboratorios de la isla y también pretendan invadirlos. Anoche triplicaron la seguridad.
Nadie sale y nadie desconocido entra a la sede.
Natsuki ya no podrá visitar su centro de rehabilitación, no hasta que sea seguro y discernamos la plantilla de traidores.
—Los sueños no se hacen realidad si no se lucha por ellos —replica Ryan serio. Muy serio.
—Eso es una meta. Un objetivo.
—Para mí, siguen siendo sueños.
Me mira con esa inocencia que me pone en jaque. Sacudo la cabeza y le envío un mensaje a Mashiro pidiendo que vaya por la maestra. Se está tardando. Considero la idea de irnos, pero lo último que necesito es que me acusen de secuestro infantil.
—¿Qué hay en tu lista? —pregunto.
Ryan baja la mirada antes de volver a levantarla.
—¿Te... te reirás?
Me molesta que lo crea posible.
—No, no te juzgaré.
Noto que aprieta sus deditos entorno a la libreta antes de aflojarlos y entregármela.
Montar a caballo. ✔
Conocer el mar.
Conducir un coche veloz.
Asistir a una convención geek.
Ver una aurora boreal.
Esquiar en la nieve.
Visitar el Coliseo romano.
Probar una pizza.
Comer sándwich de atún con Sarah en un picnic.
Leer La Ilíada y La Odisea en una semana.
Comprar el libro de El Principito.
Bucear.
Conocer a Elon Musk.
Conocer a Mark Zuckerberg.
Conocer a Regina Azzarelli.✔
Conocer a Michael Schumacher.
Aprender a tocar el saxofón.
Aprender italiano.
Aprender mandarín.
Aprender alemán.
Ser un profesional exitoso para ganar el amor de Sarah.
El peso por no dormir, mis preocupaciones y los problemas que estoy pausando, ese coctel peligroso que se procesa para convertirse en ansiedad, no se compara con la sensación que me recorre las venas.
Mi corazón bombea más fuerte y es doloroso.
—Te gusta El Principito —exhalo, mi garganta seca.
—No es literatura para niños —defiende rápido, como si lo estuviera acusando de algo—. Deja un mensaje muy profundo.
—Y estoy en tu lista.
Ya entiendo su efusividad durante su primer día de equinoterapia conmigo.
—Eres uno de mis ejemplos a seguir. —Señala los otros nombres en la lista, el hielo tras mi pecho se siente menos frío.
—¿Y nunca has ido al puerto? ¿Comer una pizza?
—No, nunca. Lo que ves ahí, son mis prioridades. No puedo escribir todo lo que quiero hacer en mi vida. El papel es insuficiente y los árboles esenciales —explica cauto, como si temiera mi respuesta.
Mashiro da golpecitos a mi ventana. Bajo el vidrio.
—Debían esperarme dentro de la escuela —reclama Peggy.
—Mucha gente. Míralo. No lo secuestré. —ironizo y tuerce la boca porque no puede abrir la puerta.
—No viajaremos en coches separados —dictamina.
Ruedo los ojos. Si quisiera, ya lo habría desaparecido sin dejar rastros. Quito el seguro y la maestra sube por el lado de Ryan
—¿A dónde iremos? Ryan debe regresar antes de las ocho —indaga Peggy, curioseando la carrocería último modelo.
Miro a Ryan que aún se fija pesaroso en su fea libreta.
La cierro con decisión y se la devuelvo. Mi expresión seria apaga la suya ilusionada y trae duda al gesto de la maestra. Doy instrucciones imperativas a Vladimir en italiano y arranca. Peggy se tensa por el idioma, seguro pensando en qué plan macabro traigo entre manos.
—¿Me llevarás a casa? —musita Ryan, jugando con la correa de su mochila, su mirada decaída.
Ajusto su cinturón y, otra vez, tomo su barbilla para que me mire.
¿Por qué hay miedo en sus ojos?
Sonrío con la poca calidez que soy capaz de transmitir.
—Iremos a cumplir tus sueños, R.
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Regina tiene problemas de ira y casi entra en ebullición. A su edad, es peligroso :(
¿Se animan a difundir la historia? O.o
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