39. Nuevo comienzo.


39. Nuevo comienzo

ALONSO

Hoy es la primera vez que conduzco rozando el límite legal. Las ganas por hundirme en mi mujer me consumen y suprimen mi lado racional. Mi cavernícola interior toma el control por completo. Con ella me siento tan vivo. Me desespero por la eternidad que demora el portón de la mansión, hago sonar la bocina hasta que hay espacio suficiente y acelero de nuevo. Bajo del Batimóvil sin cerrar, corro para entrar en la casa y subir las escaleras.

Mi respiración es arrítmica cuando me detengo frente a la puerta del cuarto de juegos. Hay una nota que indica que debo sentarme y disfrutar el espectáculo. No entiendo. Cierro los ojos, tomo una bocanada de aire y giro la perilla. En automático, un sugerente ritmo instrumental y olor entre jazmín, canela y madera invade mis sentidos. Doy unos cuantos pasos antes de congelarme. Cada músculo de mi cuerpo se tensa. La habitación está a oscuras exceptuando el fondo, la pared está medio iluminada permitiendo destacar, con efecto proyector, a una exquisita silueta.

Paso saliva.

Una mujer está de espaldas en una pose muy provocativa que resalta sus curvas. El halo de luz no me permite distinguir si va desnuda o no. El corazón se me va a salir. La iluminación de la pared desaparece sumiéndonos en oscuridad total por unos segundos. Aparecen franjas de luces intermitentes rojas que se sincronizan con Partition.

La reina comienza a moverse en medio de dos tubos de manera ultra sensual. Sin quitarle los ojos de encima, tomo asiento en una extraña silla de cuero colocada en el medio de la habitación. El aire se atasca en mis pulmones al verla entregada entre los tubos. ¿Dónde aprendió semejante técnica? Su cabello se agita salvaje como una fiera en celo. Se ve hermosa, confiada, sexy, indomable y poderosa. Está presumiendo su lado más erótico. Por completo desinhibida.

La bragueta de mi pantalón amenaza con reventarse.

Va hacia un sillón tántrico sin dejar de verme, se recuesta para tentarme, estirarse y retorcerse mientras sus manos pasean por todo su cuerpo. Vislumbro lencería negra de tiras delgadas que se cruzan por todo su cuerpo, y apenas le tapan los pezones, guantes que exhiben sus dedos, liguero, tanga diminuto y botas altas de tacón. El conjunto glorifica cada uno de sus atributos. Babeo cuando se pone en cuatro, inclinándose hacia adelante dándome una vista espectacular del corazón que forman sus glúteos. El tanga lo divide a la mitad simulando un jugoso melocotón.

Luce tan ardiente...

Tan felina...

¡Es lo más sensual que he visto en mi vida!

Mis ojos se abren mucho viendo que se tumba sobre su espalda y toma un vibrador. Ah, no. Está loca si piensa que la veré masturbarse como la vez pasada. Me levanto como resorte con las más intensas ganas de follarla ahí mismo; sin embargo, justo cuando me voy a cernir sobre ella, presiona su tacón en mi hombro, deteniéndome.

—Quieto.

—No puedo, reina, me urges. —Acaricio su pierna y beso su tobillo—. Las últimas dos semanas fueron muy frías sin ti.

Su espectacular verde, enmarcado por gruesas pestañas y agudizado por el maquillaje oscuro, emite una peligrosa advertencia.

—Quieto —repite y la punta de su otra bota roza mi abultada entrepierna—. Noto cuánto le encanta lo que ve, pero no soy una necesidad, soy un privilegio y sólo podrá ganarlo con obediencia, signore Roswaltt. Vuelva a su silla o aquí acaba todo.

Gruño y obedezco como perro regañado.

Cruzo mis brazos. No se introduce el juguete, sino que lo pasea por sus pliegues y pone a succionar su clítoris. Todo sin quitarse la lencería. Ni siquiera me deja ayudarla con mi lengua. La tortura dura hasta que cambia la canción, Regina se incorpora jadeante, toma una fusta y viene hacia mí moviéndose al ritmo de like a river. Sus piernas largas me vuelven loco. Me acomodo mejor. Estiro mi mano con la intención de sentarla sobre mi regazo, pero recibo un suave latigazo.

—¡Dios! ¿Ahora qué hice?

—No podrás tocarme a menos que a mí se me antoje —dictamina autoritaria—. ¿Estás de acuerdo?

No. Quiero tocarte ya.

—Sí —digo entre dientes—. ¿A cuántos has traído aquí?

MIERDA

La pregunta sale sin pensar y espero el latigazo...

—Los suficientes para entender que necesito más que un cuerpo tonificado, una polla y una cara bonita para sentirme satisfecha —contesta sin inmutarse mientras baila—. Los suficientes como para entender que me hacías falta tú. Ninguno me ha hecho disfrutar como tú. —Me arroja un beso y mi pecho se hincha—. Todo lo que ves es nuevo. La habitación fue remodelada para nosotros. —Juega con su cabello y balancea las caderas—. Eres mi nuevo comienzo.

Me quedo mudo.

Coloca el tacón en medio de mis piernas y se pierde en la música. Cierro los puños para no tocarla. Suspiro, derretido. Pone una mano en mi pecho, me rodea hasta quedar detrás de mí y acomoda su mandíbula en mi hombro. Sus dedos amasan mi erección por encima del pantalón.

—¿Me dejarás atarte? —inquiere en mi oído, chupa mi cuello y lame mi mejilla.

—Hazme lo que quieras en un rango tolerable —murmuro cerrando los ojos—. Tócame como desees. Estoy durísimo por solo verte. No sé qué tengas planeado pero te avisaré si es demasiado.

Perfetto. —Muerde mi garganta—. Caos será la palabra de seguridad. Capisci?

Asiento rápido, moviendo mis caderas por la destreza de su caricia. Siento que explotaré como un precoz en cualquier momento.

—No he oído una respuesta —farfulla y pelliza mi pezón izquierdo.

Joder.

—Sí.

Lame el área alrededor de mis labios, sin tocarlos, y su mano abandona mi entrepierna. Abro los ojos.

—Desnúdate —ordena.

Tardo unos segundos para orientarme antes de ponerme de pie y comenzar a quitarme la ropa. Regina da vueltas a mi alrededor, acechándome. Su respiración se atasca al observar mi pene, sonrío y lo bombeo en su dirección.

—¿Quieres probarlo?

Ansío ver sus labios rojos rodeán... Recibo un latigazo en mis nalgas que me hace respingar. Joder. ¿Con quién me metí? El impacto no es fuerte pero escuece un poco... y me pone más cachondo a niveles preocupantes. Miro mi culito rojo y sacudo la cabeza. Ay, reina. Lo que te espera cuando terminemos.

Juro que no podrá caminar sin pensar en mí.

—Tu placer lo proporcionaré yo —sentencia. Me da un escalofrío cuando desliza la fusta por mi pierna, roza mi miembro, sube por mi torso y luego la usa para levantar mi barbilla—. Siéntate.

Obedezco imaginando en qué posturas la pondré cuando llegue mi turno de dominar. Sus garras rozan mis pezones, toman rumbo hacia mis brazos, un clic despliega algo de la silla y... paso saliva cuando siento pulseras gruesas cerrarse en torno a mis muñecas.

La habitación se ilumina y reparo mejor en dónde estoy sentado. Una cómoda silla de la tortura similar a las odontológicas. Se desplegó un travesaño que, junto al suave espaldar, forman una especie de cruz. Confirmo sus palabras: la decoración del lugar es diferente a cuando me lo mostró. Faltan muchas cosas exóticas. Lo más notorio es el cambio de la cama, y el material acolchado negro de las paredes, siendo ahora dos negras y dos rojas de otra textura.

—Por ahora, sólo tengo lo indispensable —dice notando mi escrutinio—. Quiero que juntos revisemos catálogos para elegir los muebles y juguetes. Aquí evitaremos caer en la monotonía.

«Juntos».

—Gracias por incluirme —respondo ronco—. No sé mucho sobre compras de sex-shop pero quiero aprender y más si es para disfrutar contigo.

Me guiña el ojo y besa mis labios.

Coloca correas de cuero alrededor de mis bíceps y en mis tobillos, manteniendo mis piernas separadas. Estoy completamente inmovilizado.

—Me complace que asistieras a las sesiones depilatorias. Tu piel está muy suave y apetecible. —Una mano recorre mis abdominales y la textura del cuero me contrae los músculos. Sonríe y me enseña un antifaz negro—. Cubriré tus ojos con esto.

—¿Por qué me quitarás el deleite visual?

—Tus otros sentidos se agudizarán.

—Pero yo quiero verte —protesto.

—Pero yo no quiero que me veas, sino que te concentres en las sensaciones que te provocaré. —Mi visión se apaga—. Ten la mente abierta y disfruta. El control lo tengo yo y te daré placer con mis manos, mi boca... y, tal vez, mi vagina si te portas bien —su tono enigmático me eriza completo.

Me da un beso y dejo de sentirla cerca.

Respiro profundo.

Estoy aquí, caliente, ciego y esposado en pelotas con el corazón frenético, esperando... No sé. Escucho con atención pero no puedo ubicar a Regina. Admito que la expectativa de descubrir qué me hará resulta muy excitante. Volvemos a Beyoncé con la versión lenta y misteriosa de Crazy in love. No ocurre nada durante treinta segundos...

La silla se mueve dejando el espaldar inclinado hacia atrás. Percibo la presencia de Regina, su perfume mezclado con un olor dulzón. Toma mi pene y me coloca algo que se aferra a la base. ¿Un anillo? Se sube a mis piernas, pasa sus manos por mis hombros, roza su nariz con la mía, me da un beso y suelta un trocito de hielo en mi boca.

Sus labios están helados.

Comienza a plasmar besos por mi cuello sin dejar de trazar círculos en mis pezones. Siento un hielo recorrerme el abdomen, haciéndome jadear por la sensación de frío. Intento levantar mis caderas, es una necesidad, pero resulta inútil cuando ella también evita rozarse con mi erección. De pronto, en mi esternón aterriza una gota de un líquido denso y caliente que me contrae los músculos.

—Carajo —mascullo por la impresión.

No me quema de forma intolerable, se enfría con rapidez pero el calor fue muy inesperado. Más gotas caen sobre mis pezones, por todo mi pecho y torso.

—¿Qué es? —indago curioso por la viscosidad.

No me responde, sino que vuelve a besarme con tanta intensidad que me pone a saltar el corazón. En su lengua descubro el potente sabor de un chocolate negro. Sofisticado, amargo, terroso y caliente.

Su boca viaja a mis abdominales con desproporcionado apetito. Se dedica a degustar el chocolate de mi cuerpo, lamiendo, chupando y mordiendo. Mi sangre hierve, mi piel se encuentra sensible debido al intercambio entre frío y calor, por lo que siento sus besos más que de costumbre. Las sensaciones son abrasivas, sublimes y me atacan desde todos los ángulos. Coloca en mi boca un trocito de un chocolate más dulce, me hace beber vino de sus labios y en mi cabeza explotan fuegos artificiales por la sinfonía de sabores.

Tu as l'air tellement beau, tu as l'air tellement à moi... Ce n'est qu'avec toi que je peux être si chaud... et si désireuse de t'avoir en moi —dice muy bajito en mi oído sin dejar de acariciarme el pecho. Un escalofrío me recorre la espalda por su acento de terciopelo—. Jag vet inte om din penis har något speciellt eller vad fan gjorde du mot mig för att göra mig så kär i dig.

»Es muy molesto y, a la vez, lo disfruto...—dice en español

»Non ti desidero sottomesso ai miei piedi. Ti desidero come una bestia formidabile che sia al mio livello.

Mi pene palpita reconociendo el italiano. Su oscuro acento, tono pausado, bajo y sensual me sacan de quicio.

—¿Cuántos idiomas hablas?

—Italiano, francés, sueco, inglés, español y me defiendo con alemán. —Lame una parte de mi V abdominal y tiemblo—. Vengo del norte, muy cerca de las fronteras.

—Amo tu cerebro. Maravilloso, sabio y caliente cerebro. Podría hacerle el amor por horas.

Sus labios se curvan contra la piel de mi pelvis y siento que se sacude ligeramente. Está conteniendo la risa.

—¿Cómo demonios me vas a follar el cerebro?

—Hacer el amor, no follar —aclaro—. Suéltame y te enseño.

—Todavía no.

 Intercala frío y calor en los besos que ascienden por la parte interna de mis piernas, antes de llegar a mi pene, se desvía a la izquierda. La variación de temperatura me encierra en el limbo.

—Regina...

—¿Sí?

—Chúpamelo.

—No —zanja contundente y sopla tibio contra mi erección.

—Por favor.

—Ten paciencia.

Me retuerzo inútil por las correas. La incertidumbre me matará.

—Esto es una tortura.

—Me excita muchísimo verte así —admite mordiendo en mi pubis.

—Yo también quiero comerte. Muero por tocarte. Al menos, por favor, déjame ver.

—Si te quito el antifaz justo ahora, me verás masturbarme hasta la saciedad, no te haré felación y no habrá coito. —Pone en mi boca una bolita de chocolate dulce y me besa—. Tú eliges, amore mio.

Mis latidos galopan sin control. Que me llame su amor incrementa las ganas de darle como si no hubiera mañana. Soy el primero y el único en su corazón.

—El castigo que mencionas es para ambos —apunto firme—. Sé que también me deseas con locura.

Guarda silencio. La calidez de su palma sin guante cubre mi falo y se desliza de arriba abajo con lentitud. Libero aire por la boca.

—Si te suelto... ¿cómo planeas follarme?

Sonrío de lado.

—En cuatro... Duro y salvaje como nos gusta. Mis dedos se marcarán en la pálida piel de tus caderas. Amo verte sonrojada de excitación. Gritarás mi nombre con cada empellón. Una y otra vez —planifico hambriento—. Espero que aún quede suficiente chocolate para cubrir tus tetas. Las devoraré mientras gimes y me hablas en otros idiomas. Tu voz es mi afrodisiaco favorito.

Mi cabeza da vueltas por su toque generoso en mis testículos y perineo.

—Tentador —ronronea—, pero... ¿y si lo quiero suave?

Alzo las cejas.

—Difícil —sopeso—. Yo quiero verte y no me complaces, así que te jodes. Pero prometo que disfrutarás. Jamás te lastimaría.

Libera mi miembro y sujeta mi mandíbula entre sus dedos.

—Si te suelto, me follas ahora y después estarás castigado por un mes. Nada de sexo por un mes —dice contra mi boca sin besarme—. Usaré prendas muy sexys. Faldas y vestidos cortos, medias de seda, blusas escotadas y... ¿Lo mejor? No.podrás.tocarme. Tampoco te masturbarás porque saldrás de aquí con una jaula de castidad. Te deseo, extrañaré tu cuerpo pero sobreviviré sin ti con ayuda de los vibradores. Cada noche, en nuestra cama, escucharás mis gemidos y no podrás participar en el juego. —Emite un gemido y la saliva se atora en mi garganta. Dijo «nuestra cama»—. Tal vez pruebe uno de esos trajes de las películas y videojuegos que te fascinan. ¿Lo imaginas?

Me tenso.

Sé que la desquiciada es capaz de torturarme así.

—Mierda, no. Olvida lo que dije —me retracto rápido—. Continúa con la sesión. Anda, tú sigue con tu juego de dominatriz.

La escucho reír malvada.

—Buena elección, amore mio.

Esta mujer es mala. Un arma letal. Una bomba nuclear sin seguro.

Lejos de lo que esperaba, mi pene es envuelto por su húmeda y mentolada boca. ¡Embriagador! ¡Dios bendiga a mi reina y al creador de los Halls! La sensación de frescura es inefable. ¡Veo las estrellas! El goce que me proporciona es intenso.

—¡Me deshaces! —jadeo en medio del éxtasis.

Inconsciente tiro de las correas deseando tener la fuerza bruta para romperlas. Estoy enojado, excitado... Mi frente suda. Las ganas por verla me consumen. Se detiene y siento la suavidad de sus tetas rodearme. Me usa para estimular sus pezones, se da golpecitos en la mejilla y me llena de besos antes de continuar con la rusa. Lame el glande cada vez que llega a sus labios y rozo el límite.

El cerebro me explota escuchándola soltar pequeños gemidos.

—¿Quién como yo? —inquiere lasciva y agitada—. ¿Alguien puede superarme?

—Nadie —jadeo.

—¡Repítelo!

—¡Nadie supera a Regina Azzarelli!

Afloja la presión de sus tetas para lamerme entero como su helado preferido.

—Estoy muy, muy mojada —confiesa fogosa y deduzco que se está tocando.

¿O tendrá un vibrador?

¡Quiero ver!

Esto es sacrilegio.

Aprieto los ojos al sentir que clava sus uñas en mi rodilla, escuchar el aumento de sus jadeos y, segundos luego, un gemido orgásmico.

—Fóllame, reina —pido ansioso.

Me ignora y retoma la felación.

No veo nada pero sé que estoy en el cielo o en la parte increíble del infierno. El calor me desespera. Nadie me ha tocado como ella. Su lengua desata un torrencial de sensaciones que me atropellan y empujan a... Regina me saca de su boca, me aprieta con una mano fría bajándome de las estrellas y se distrae besándome el abdomen.

—¡NO! —me alarmo—. Te-te lo suplico.

—¿Qué suplicas?

—¡No me dejes así! Por favor, mi reina, mi diosa, mi ama, mi dueña, mi amor, mi todo... ¡Joder, Regina, te lo imploro!

Suelta una carcajada y su dedo índice se desliza por mi ingle, tentándome. Me la imagino con expresión macabra de placer. Sacudo las manos en un nuevo intento por soltarme. La furia y la frustración me queman las venas. Voy a llorar. Ya ni sé cuál cabeza me duele más.

No merezco tanto sufrimiento.

—¿Soy la dueña de todo esto? —Manosea mis pectorales.

—Soy tuyo —exhalo agónico—. Todito tuyo, reina. Me estás volviendo loco. Móntame. Úsame como tu sagrado trono.

Elevo mi pelvis en una clara invitación. La escucho suspirar de satisfacción y recupero la vista. Parpadeo, la luz de la habitación es más tenue. Encuentro a Regina parada a un lado. Ilegible, me mira con los ojos entornados mientras baja un poco más el espaldar de la silla. Mis ojos van a sus tetas libres de las tiras que, a excepción de la coloración lujuriosa, su piel luce inmaculada sin manchas de chocolate o mis fluidos. Por mi parte, es obvio que necesitaré una ducha y confirmo que me puso un anillo.

A un lado de la silla, hay una mesita con toallas, envases, agua, tijeras, lubricante y varios juguetes tal como imaginé.

La leona se sube encima de mí y avasalla mi boca con un beso feroz y violento. Mi lengua batalla con la suya, ninguno quiere ceder. Nuestros besos son así, con toda la pasión y el alma. Alucino por la humedad que resbala por sus muslos. Está empapada. Comienza a moverse adelante y hacia atrás, se frota sobre mi erección torturándome porque nos separa la delgada tela del tanga.

Me va a dar un infarto.

—¡Maldición! —lloriqueo—. Moriré si no me follas...

Sonríe y me calla con otro beso posesivo. Gime y ese sonido llega a mi garganta. Sorprendiéndome, se da la vuelta y abre las piernas sobre mi torso dándome la espalda, se inclina y engulle mi resbaladizo pene con más ímpetu que antes. Miro su trasero como el fruto prohibido que no puedo alcanzar. Gruño. Suelta una risita, aparta el tanga y deja su canal justo sobre mi boca. La pruebo poniéndome más caliente de lo que ya estoy. Nuestra altura similar facilita esta postura del 69.

Succiona mi miembro mientras chupo sus pliegues. Mi boca juega con su clítoris y su estremecimiento violento me hace temer un mordisco involuntario por su parte. Su mano suplanta su boca cuando mis lametones se tornan más intensos, sus caderas aumentan el ritmo entre jadeos, tiembla y vuelve a chuparme.

Sin embargo, me suelta.

Siento que me voy a desmayar.

«¿Señor, qué mal estoy pagando?».

Antes de que pueda protestar, regresa frente a mí. Me sujeta, retira el anillo, corre su tanga y mi glande se pierde lento entre sus pliegues. Desde adentro, comienza a absorberme como sólo ella sabe hacerlo. Jadea y jadeo. Encajamos a la perfección. Nuestros cuerpos fueron hechos el uno para el otro. Se mantiene quieta mientras sus paredes me amasan. Echo la cabeza hacia atrás. Jodidas habilidades amatorias.

—¡Por fin! ¡Piel con piel! —celebro, feliz—. Eso, eso. Mételo hasta el fondo... ¡SÍ! ¡Eres la mejor! ¡Ya puedo morir con gusto!

Las comisuras de su boca tiemblan.

Drama king —bufa apoyando su frente en la mía.

Evil queen. —Beso su nariz—. Ríete. Sé que quieres. Tu preciosa sonrisa no te restará ni una pizca de maldad.

Nos miramos fijamente y pierde la batalla. Esboza una sonrisa que le ilumina los ojos. Beso cada parte de su rostro que mis labios alcanzan. Me apodero de su boca con dulzura y luego con agresividad. Muerde mi labio inferior, se yergue y me posee con su cabalgata cargada de intensidad. La música, el sexo, Regina... el combo es mi jodida perdición.

—No resisto más... —advierto—. Déjate ir... hazlo conmigo.

Me monta de forma más salvaje y se amasa las tetas, pellizcándose los pezones. Aprieto los puños. Verla así, encima de mí, es eróticamente poético. Gruño molesto porque las correas impiden embestirla como se me antoja. Lleva dos dedos a su clítoris, rota las caderas en círculos, nos tensamos y su canto de liberación me permite abrazar un frenesí intenso e inolvidable.

Regina descansa su cabeza en mi hombro. Sus paredes vaginales succionan estimulándome más y continúo descargando bien adentro. Siento el líquido caliente salirse de su interior y correr por mi muslo. Wow. Hace mucho que no eyaculaba así. Una prueba de que los orgasmos provocados por mi mano, durante las últimas dos semanas, fueron mediocres en comparación.

Me concentro en tomar aire. Mi cabeza da vueltas y mis pensamientos son incoherentes. Sudada y agitada, Regina se hace a un lado y presiona un botón en el costado de la silla. Las correas me liberan. Toma dos botellas de agua de la mesita y me ofrece una. Me incorporo para hacerle espacio y se sienta a mi lado. Ambos nos hidratamos sin cortar el contacto visual.

—¿Qué te pareció?

Sonrío y me acomodo para dibujar besitos en su hombro.

—Eres despiadada, eres la reina del baile y los juegos previos, una diosa del sexo, eres... wow —suspiro profundo, extasiado como hombre nuevo—. Ese orgasmo estuvo brutal, Regina.

Poso mi mano en su nuca y le doy un beso húmedo que la pone a vibrar. Enreda los dedos en mi cabello y nos perdemos un rato así.

—Tú también eres increíble. —Sonríe peinando los mechones que caen sobre mi frente—. ¿Qué compromisos tienes después de las diez? Me gustaría almorzar contigo y platicar.

—Ninguno. Aplazaré todo —aseguro y beso su clavícula—. Pasaré el día contigo. No dejemos para mañana los besos que nos debemos hoy. —La miro—. Me diste un susto espantoso.

Su expresión cambia a una llena de conflicto.

—Puedo entenderte. Casi te pierdo dos veces y el miedo que experimenté fue... horrible. —Esboza una mueca de dolor y toma mi rostro entre sus manos—. Ti amo, Alonso... aunque no es tan fácil de decir, pero me prometí comunicártelo a menudo. No seré como otros que pierden tiempo esperando a que lleguen momentos adecuados. En esta vida tenemos los orgasmos contados.

Mi corazón se regocija de júbilo por su confesión. Sonrío y beso sus labios a la vez que acaricio su mejilla. Es indescriptible la emoción de saber que mis sentimientos son enteramente correspondidos. Ya lo sabía, ya me lo dijo y también he sentido su amor con sus acciones, pero escucharla confirmarlo es muy importante para mí.

Evito darle motivos para que dude de lo que siento y considero que le brindo seguridad emocional. Merezco que eso sea recíproco. Nuestra primera relación me confundió muchísimo, y por esa experiencia, tuve miedo a suponer o imaginar cosas.

—Yo también te amo. —Otro beso—. Tu mirada y forma de actuar me gritan muchas veces cuánto me amas pero admito que escucharlo es otro nivel. Comprendo que es difícil para ti expresar tus sentimientos y valoro mucho cuando te abres emocionalmente. Conocer tu lado romántico es todo un honor.

Tiro de su labio inferior y la beso con lentitud. Toma mi mano y la coloca sobre su seno, la otra suya se desliza por mi pierna y la dejo sobre mi semi erección. Nos acariciamos sin premura, pero cuando intento recostarla para mi turno arriba, se levanta y escapa.

Ríe por mi expresión.

—Necesitamos una ducha antes de seguir. —Hace ademán para que la siga—. Ven. Me rellenaste como cannolo y el chocolate te puso muy pegajoso.

Gruño y estrujo mi rostro. Me quedo viendo su trasero cubierto aún por la lencería y sus piernas bañadas por mi semen. Ojala fuera sencillo hacerme el difícil pero el pálpito de mi pene me impulsa a seguirla. Jodido cuerpo traidor.

Alcanzo a Regina antes de que salga y la tomo en mis brazos. Esta mujer me roba la cordura. La bajo en el baño de su habitación, me arrodillo para quitarle rápidamente las botas. El problema viene con las tiras que abrazan su cuerpo, no sé dónde inician o terminan para retirarlas... así que procedo a romperlas. Mierda. Se ve costoso, pero ella no se queja, sino que ríe por mi desespero y me ayuda a desnudarla.

—Me toca poner las reglas —dictamino amasando sus glúteos—. Prepárate, reina. Quierofollarte por aquí.

Coqueta, tira de mí caminando en retroceso hacia la ducha y la acorralo contra la pared. Sentir sus senos contra mi pecho es un tremendo aliciente para empotrarla.

—Proclamaste que mi culo es tuyo, debes responsabilizarte de consentirlo. No te reserves nada si me quieres saciar. —Mordisquea mi mandíbula—. No eres presa, eres cazador. Quiero que me demuestres todo el potencial que posee la bestia que desperté. 


_________

:)

Volví. 

Gracias por la paciencia. Créanme que siempre los tengo presente y sufro cuando me doy cuenta que no me alcanza el tiempo para sentarme escribir.

Espero que les haya gustado el capítulo, dejen sus comentarios que me encanta leerles.  



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