24. Burbuja.
24. Burbuja.
ALONSO
Mashiro sostiene la puerta de la Range Rover para nosotros y la cierra cuando entro tras Regina. Enrique conduce y me saluda con un asentimiento. Una Range va adelante y otra más nos sigue. Joder. Creo que nunca me acostumbraré a tantas atenciones.
—¿Estás bien? —susurra Regina.
Acaricia mi mejilla y apoyo mi cabeza en su palma con los ojos cerrados. Fueron demasiadas emociones en pocas horas y me pesa controlarlas.
—Sí —digo casi inaudible.
—Está menos inflamado que anoche. —Estudia mis moretones.
—Ayudas a mitigar el dolor.
—Eso me alegra. Tenemos que hablar pero aquí no. —Toma mi mano y me da un apretón—. ¿Te parece ir a mi casa?
—Sí.
—¿Necesitas algo de tu apartamento?
Niego. No me siento preparado para confirmar que entraré y... Otto no correrá a recibirme. Mucho menos experimentar el vacío que dejaron mis sobrinos.
—Recuerdo que pedías panqueques para el desayuno en el hotel. Mi ama de llaves los preparará. ¿Te apetece?
—Aún no tengo hambre.
—Le avisaré de todas formas. —Saca su móvil y frunce el ceño viendo la pantalla—. Debo atender unas llamadas de las personas que contacté ayer. Estoy por efectuar una jugada en el caso de tus sobrinos. No puedo adelantar mucho, pero mañana un socio dará el primer paso reuniéndose con Eleazar.
Mi corazón da un brinco. Llevo mi mano a su nuca y la atraigo para tomar su boca.
—Eres fantástica —murmuro contra sus labios.
Frota nuestras narices.
—Y tú más fuerte de lo que crees.
Me besa de nuevo con mayor intensidad.
«¿Soy fuerte?».
Todo el mundo me ve como un tipo blando.
Regina teclea en su móvil y luego hace las llamadas desde un teléfono satelital pidiendo información sobre anoche, otra mencionando al juez Colbert, otra sobre Alphagine y otras de las cuales poco entiendo porque me abstraigo. Mi mano no para de trazar circulitos en la suya. Observo su perfil pensando en si todo sería más fácil si fuese una mujer de mi categoría y no una figura empresarial conocida a nivel internacional. ¿Mi familia la aceptaría? No seríamos perseguidos por las cámaras, por venganzas o sabotajes pero tampoco la habría conocido porque nadie desfalca por millones a una persona común.
Miro por la ventana. Si hago introspección del pasado, siempre estuve a salvo bajo sus cuidados a pesar de que sólo éramos amantes. Me envió a casa con Rivers después de acabar mi jornada. Sólo estuvimos en riesgo porque ella misma nos separó de su seguridad imitando a Meteoro en su Bugatti... mi estómago se hunde.
Yo me alejé de los rusos cuando entré en el apartamento de Luther.
Un nudo se forma en mi garganta.
Sin Regina, soy un gatito expuesto a las hienas.
Con Regina, podré convertirme en león y enfrentar lo que sea.
Pero... ¿Qué puedo ofrecerle yo?
Joder.
No quiero ser un novio florero.
Contemplo con aire taciturno cómo las casas se vuelven más grandes a medida que la camioneta avanza por la urbanización. Ninguna sigue un patrón, los estilos varían proclamando la riqueza de los dueños y sus gustos. Siento un apretón en mi mano, miro a Regina y me sonríe mientras conversa en italiano. Le devuelvo el apretón, no la sonrisa. Nos detenemos frente a un enorme portón azabache enclavado en un muro de piedra negra de unos dos metros de alto. Dos estatuas de leones dorados portando coronas en cada extremo del portón, el cual tiene el apellido Azzarelli grabado en oro.
Desde la entrada, entiendes que madam Azzarelli vive aquí.
Es la única casa rodeada con muros entre las otras más cercanas y la única en toda la urbanización bañada en colores oscuros. A alguien le gusta su privacidad y el misterio.
Enrique pone de nuevo la Range en marcha. El sendero flanqueado de césped es recto y se abre a un amplio rectángulo de entrada. Una fuente con una estatua de un caballo levantado sobre sus patas traseras desprende chorros por lugares diferentes, la rodea y aparca justo frente a los escalones que llevan a la puerta principal.
La mansión es una proeza arquitectónica imponente y ostentosa, fachada revestida en piedra de tonalidades grises con techos de color negro. Me recuerda al estilo mediterráneo.
Regina cuelga y me dedica una mirada intensa antes de salir. Las puertas de madera oscura, en el pórtico abovedado, están abiertas y en el umbral aguarda una mujer bronceada de cabello corto castaño claro, sonrisa dulce y uniforme negro.
—Bianca, él es...
—¡Alonso Roswaltt, bienvenido! —Me tiende su mano con emoción—. Soy el ama de llaves de Regina y esposa de Rivers.
—Un placer, Bianca. A Rivers no lo he visto.
—Lo asigné a otra plantilla —explica la italiana y frunzo el ceño.
¿Lo habrá enviado con alguno de mi familia? Creí que era uno de sus hombres de mayor confianza.
—Siento mucho lo que pasó con tu perrito. —Bianca esboza una mueca de compasión.
Trago saliva y asiento.
No me salen palabras.
Regina entrelaza nuestros dedos y me lleva dentro. El interior de la mansión puede catalogarse como sombrío o elegante dependiendo el punto de vista. Para mí es suntuoso y una proclamación de poder. Como auditor supe cuán rica es pero... Dios. Esto es lujo en bruto. ¿No se sentirá sola en un lugar tan grande? Atravesamos el vestíbulo, veo la escalera, entramos en un enorme salón con una gran chimenea de piedra y una pared de cristal que permite apreciar áreas externas.
La paleta de colores es negro, plateado, dorado y burdeos.
Tal como en su oficina de la torre, en algunas paredes hay cuadros de todo tipo y tamaño. Una galería de paisajes, caballos, felinos y fotos de Regina posando como modelo. Reconozco la que apareció la semana pasada en la portada de Réflecteur. Ella sentada en un trono vistiendo ropa ejecutiva y mirada altiva.
Sin embargo, el cuadro más grande está colgado sobre la chimenea. Regina sentada sobre el lomo de Nerón con traje de equitación. El gigante está levantado majestuosa y peligrosamente sobre sus patas traseras.
—Te gustan las fotos —apunto lo obvio mientras avanzamos por un pasillo abovedado.
—La vida es una pasarela. Mi belleza es tan inusual que requiere ser retratada. —Sonríe y pasa una mano por mi pecho—. Algún día haremos juntos una sesión fotográfica. Esta también es tu casa.
—Te imaginaba viviendo en un penthouse, mirando a tus súbditos desde las alturas.
—Sinceramente nunca me planteé establecerme —confiesa—. Lo mío es viajar expandiendo mi imperio. Conquistar el mundo
—¿Qué te hizo preferir una casa?
—Nerón. —Mi garganta arde recordando a mi Otto—. Lo echaron del club Keegan después de mi arresto y no confiaba en nadie más que Lorena para cuidarlo. Aunque ya lo conoces, es arisco y sólo se da bien conmigo y más o menos con Juan. Atrás tiene su propio box. —Suspira profundo—. De igual forma, el servicio comunitario me impidió salir del país y me quedé sin alas por un año. Intenté retomar mis planes de conquista, pero ocurrió el incidente en la planta de Alphagine. —Su tono se enfría—. Mis viajes están paralizados mientras hago control de daños.
—La fundación RAzzarelli.
—Construiremos escuelas, hospitales, albergues... —Se encoge de hombros.
—Tienes un alma altruista —Sonrío.
Bufa.
—Estratégica —puntualiza.
—Si eso te hace sentir mejor...
Pasamos a un comedor con una mesa para doce y pared de cristal. Hay ventanales por todas partes, a mi vampiresa le gusta la luz natural. El aroma del café despierta a mi estómago. Nos sentamos uno frente al otro. Regina despacha a una mujer del servicio exigiendo que nos dejen a solas. Me sirvo panqueques con miel, otros con queso, una porción de focaccia y agrego leche al café. Regina sonríe satisfecha con mi apetito mientras toma dos porciones de focaccia, una manzana y se sirve jugo de mora.
Desayunamos en un silencio confortable. Después me da una vuelta por todo su castillo. Veo enpuntos estratégicos personal de seguridad. Sólo por la cocina modernísima ya me estoy planteando empezar a invertir mi próximo pago de los conciertos. Su despacho ya lo vi ayer, sigue una bodega de vinos, otro salón con vista a la piscina y el ala del servicio. Me explica que Mashiro, Enrique, Vladimir, Rivers, Bianca y los demás no viven aquí de forma permanente. Tienen días libres y se rotan.
Doblamos en un pasillo, abre una puerta y descendemos hacia el sótano por una escalera que se va iluminando a nuestro paso con luces neón azules en la punta de los escalones. Abajo todo luce moderno y futurista. El techo es inspirado en Rolls Royce puesto que proyecta millones de estrellitas. Frente a nosotros se abre una zona de estar amplia con bar, alfombra mullida, puff negros y un acuario de pared completa que expide luz azul. La otra pared está llena de puertas y una más grande es un cristal oscuro.
Presiento que esta será una de mis zonas favoritas de la casa.
—Acabo de experimentar un deja vu —comento sintiendo que algo se agita en mi pecho.
—Me pasa lo mismo cuando vengo aquí, señor Wayne. Esa fue una noche inolvidable. —Rebusca algo detrás de la barra y regresa con un antifaz negro—. ¿Me permite cubrirle los ojos? Le tengo una sorpresa.
Sospechoso.
Mi visión se apaga y me da un beso húmedo que me reinicia el sistema. Nada que ver con la forma suave en que me besó anoche u horas atrás. La siento con mayor ferocidad. Me erizo completo, incluso las cejas. Toma mi mano y me hala, camino cauto temiendo tropezarme. Escucho el sonido de algo deslizarse. ¿Una puerta? El tac tac de sus tacones cambia indicando que la superficie es diferente. El aire se siente diferente y un olor parecido al vinilo invade mis fosas nasales. Mi sentido arácnido se activa.
Regina se detiene.
—¿Dónde estamos? ¿Ya puedo ver?
Me pica la curiosidad.
—Abre la mano derecha —indica y coloca algo en mi palma.
No pesa mucho y es suave. Se siente como una caja de terciopelo.
—¿Mantendrás una actitud abierta? —murmura en mi oído.
Me alarmo y se acelera mi pulso. Mierda. ¿Dónde me metió? Inhalo profundamente y no detecto aroma a cuero.
—¿Estamos en una mazmorra? —indago cauteloso.
La escucho soltar una ligera carcajada. ¿Qué es tan gracioso? Me impaciento. De pronto, se pega en mi costado, su aliento cosquillea mi nuca. Sus dientes retienen el lóbulo de mi oreja y lo suelta despacio.
—Regina —advierto, mi respiración agitándose.
La fiera está juguetona.
—Planifiqué esto desde hace meses para hacértelo llegar en tu cumpleaños de parte de Armagedón. Decidí dártelo personalmente esa noche pero... te fuiste —rememora con tono extraño y retira el antifaz—. Espero que pueda animarte un poco. Feliz cumpleaños, Alonso.
Parpadeo, confuso por sus palabras y...
Mi mandíbula cae y mis ojos se salen de órbita.
¿Es...?
Boquiabierto.
Pasmado.
Alucinado.
Muerdo mi puño izquierdo.
Avanzo como atraído por un imán. Estamos en un estacionamiento subterráneo lleno de coches lujosos, dos esferas en el suelo expiden humo creando un ambiente de misterio para esa maravilla automotriz...
Aprieto los parpados, los abro y sigue ahí.
¡Es real!
¡UN JODIDO BATIMÓVIL!
—¿Te gusta? —inquiere Regina.
No se ha movido de su sitio.
—¿E-eso es mío?
Paso una mano por mi cabello. Sigo sin poder creérmelo.
—Es tuyo.
Abro la caja forrada en terciopelo negro y hallo una llave inteligente con llavero del murciélago de Batman. Aprieto un botón y las puertas se abren. Aprieto otro y el motor cobra vida con un rugido. Deslizo los dedos por el capó. Es una réplica flameante del Batimóvil de las películas de Tim Burton, aunque menos largo. Por dentro parece un deportivo moderno y espacioso de cuatro plazas con asientos de cuero negro y computadora.
Sobre el asiento trasero hay otra caja de regalo más grande. Alzo la vista. Regina me mira expectante, evaluando mi reacción. Incluso parece nerviosa. Trago saliva, atónito, y tomo la caja vacilante. Dentro descubro tres cajas de funkos. Steve Rogers, Batman y Gatúbela. Son ediciones limitadas y tan inusuales que los coleccionistas se pelean por ellos en el mercado. Ni Luther los ha podido conseguir.
Dirijo mi vista bruscamente hacia Regina. Sonríe ampliamente y la vergüenza se apodera de mí. Ayer vi de soslayo la pantera low poly sobre el escritorio de su despacho. Me siento horrible. La traté mal en mi cumpleaños. Vendí toda la ropa que me obsequió y los gemelos de oro. No quise conservar nada que me recordara a ella. La esclava con mi nombre y cada una de sus bragas, yacen sepultadas en el fondo de mi pequeño armario. El piano lo vendí por necesidad y sin saber que vino de su parte pero...
Miro los funkos.
Con Regina debes leer entre líneas para entender sus sentimientos.
Los demuestra con acciones, no palabras.
No siempre tuvo dinero. Viene de abajo y escaló sola. Llenó su vacío emocional con riquezas. Los regalos caros son significativos.
Y yo los desprecié muchas veces por mis inseguridades.
—¿Alonso? —musita, mirándome con preocupación.
Meneo la cabeza apretando los párpados. Pongo la caja sobre el asiento del piloto y cierro las puertas. Rodeo el Batimóvil trotando, levanto a Regina del suelo por la cintura y la hago girar. Ahoga un grito de sorpresa y se aferra a mis bíceps, sonriendo otra vez.
Me detengo, la dejo en el suelo y tomo su rostro entre mis manos para besarla con tanto fervor que el oxígeno se vuelve insuficiente. Devuelve el beso con la misma intensidad. Mi lengua se mueve ávida contra la suya y desata en mi cuerpo una lluvia de fuegos artificiales como en un Cuatro de Julio.
Empuño su cabello y me apodero de su cuello, mordiendo ese punto en la garganta que tanto le gusta. Gime y clava sus uñas en mis hombros. No me detengo aún consciente de las punzadas de dolor por todo mi cuerpo y rostro. Besarla vale la pena. Aprecio cómo su piel se eriza y enrojece con mi toque. Los pensamientos negativos quedan en segundo plano y doy rienda suelta al deseo desaforado que despierta en mí.
Regina Azzarelli es lo único que ronda en mi mente.
—¿Aceptas mi regalo? —jadea buscando aire—. Es un Lamborghini tuneado, blindado y muy seguro. Pedí que conservaran las cuatro plazas para que puedas llevar a tus sobrinos.
La beso otra vez.
¡Níkolas y Sofía van a flipar!
—Lo acepto si me ayudas a olvidar todo por un rato. —Mordisqueo su oreja.
—Estás lastimado...
—No quiero pensar o me volveré un desquiciado.
Acaricia mis abdominales por debajo de la sudadera.
—Consumemos sobre el capó.
—Se abollará —gruño—. No seré nada suave.
Empujo mi pelvis contra la suya y sonríe al sentir mi erección.
—Está revestido con un nuevo material resisten...
Estampo mis labios contra los suyos. No necesito escuchar más. Hago que retroceda hasta que su trasero choca contra el lateral del Batimovil. Me quito la sudadera, la extiendo sobre el capó y siento a Regina sobre ella después de levantar su vestido. No dice nada cuando en medio de la desesperación, rasgo sus medias y rompo sus bragas.
Reclama el derecho para liberar mi miembro, aunque sus manos tiemblan igual o más que las mías. Ambos somos consumidos por la anticipación. Continuamos besándonos en lo que introduzco dos dedos en su centro como en mantequilla. Está empapada y apenas la he tocado, tan lista para recibirme...
¡Joder!
Separo más sus piernas y me ubico en su abertura. La penetro lento en contra de mis deseos primitivos. No quiero lastimarla. Me quedo quieto mientras la estiro y me abro paso de acuerdo a mi tamaño, mi mandíbula apretada por la sensación gloriosa.
Se lo meto completo.
Descanso mi frente en la suya. Sus ojos están entrecerrados, brillosos y nublados por la lujuria. Nuestros alientos entremezclándose.
—¿Cómo... lo sientes? —inquiero a milímetros de sus labios.
Pasa sus brazos por mi nuca y sus piernas rodean mi cintura.
—Divine. Muoviti e distruggimi —Balancea la cadera.
—Oye, oye, la tuya por si acaso —advierto.
—Maledizione, muo...!
La callo con un beso mientras salgo y embisto con fuerza. Sus garras se deslizan sin piedad por mi espalda mientras echa la cabeza hacia atrás gracias a mi intensa intromisión. Muevo mis caderas con un ritmo preciso, duro y profundo, no rápido porque quiero alargar el momento. Gime con los ojos cerrados disfrutando del placer que le brindo. Su clítoris es golpeado con cada impacto y mis testículos rozan su perineo.
Necesito sentirla piel contra piel.
—¿Tu... vestido... e-es muy caro?
—¿A-ah?
Envuelvo mis puños en la tela y lo desgarro, Regina abre mucho los ojos y suelta una carcajada pero luego gime fuerte cuando tiro del sujetador y capturo uno de sus senos con mi boca para chuparlo. Amaso el otro con mi mano, frotando su pezón con mi pulgar sin detener mis embistes.
Suelta quejidos de puro éxtasis.
—¡Mírame! —exijo cuando se aprieta más alrededor de mi pene.
Necesito verla desmoronarse. Abre los ojos y su boca en una enorme «O». Observo su rostro distorsionarse y memorizo sus reacciones. Amo que pierda el control sobre sí misma. Bajo una mano y acaricio en círculos su clítoris... hasta que la siento temblar y se corre entre espasmos. Echo la cabeza hacia atrás. ¡Mierda! Mi pecho arde con orgullo y emoción. Sólo quiero que no deje de gemir para mí.
—Eres muchísimo más preciosa de lo que recordaba. E-eres... joder, Regina Azzarelli, eres un maldito huracán. —La beso errático—. Eres mi perdición.
¡Jodida mujer afrodisiaca!
—Te tomaré por atrás —aviso y asiente con los ojos cerrados.
Termino de quitarle el vestido y el sujetador dejándola desnuda sobre mi Batimóvil. Retrocedo para contemplar la imagen. Regina borra su gesto de lasitud, se inclina hacia atrás, apoya sobre sus manos y cruza sus piernas temblorosas con imponencia. Se ve tan majestuosa con los tacones. Devastadora. La mirada en sus ojos es una mezcla entre perversidad y arrogancia. Trago duro. Siento que me dará un paro cardíaco
—Una diosa entre mortales —susurro—. Mi diosa.
Alza el mentón.
—Ven a demostrarme cuán devoto eres. —Abre las piernas y roza sus pliegues—. Te necesito dentro de mí.
Me enloquece que sea tan directa.
La bajo del capó y acomodo su vestido junto a mi camisa para luego recostar su torso. Aprieto con fuerza sus glúteos redondos y firmes, tomo mi miembro, lo llevo a su vagina resbalosa, pues su humedad chorrea por sus muslos, y le doy un azote justo antes de embestirla.
Gime y gruñe a la vez. Beso, muerdo y chupo su oreja, su cuello y hombros. Enredo su cabello en mi puño, arqueándola, para tener acceso a su boca hinchada y rojiza.
—¡Sí! ¡No aceleres, no disminuyas! —grita—. Mantieni il tuo ritmo!
Nos sincronizamos, nuestros gemidos se mezclan y grita mi nombre acompañado de maldiciones. Sudor recorre mi cara y apoyo una mano en el techo del coche, cada embestida es más dura que la anterior. Cada grito de Regina en italiano es más fuerte que el anterior.
La alarma del coche se activa... busco la jodida llave en mi bolsillo y la apago. Vuelvo a arremeter contra la reina. Pierdo la cuenta de la cantidad de orgasmos que la asaltan y las veces que repito el Himno Nacional en mi mente. Cuando finalmente me descargo con fuerza en su interior, mis piernas tiemblan y mi vista se torna borrosa. Tambaleo. Me dejo caer en el suelo, mis ojos cerrados, mi respiración frenética y sonidos roncos escapando de mi garganta.
Joder... veo estrellitas.
El orgasmo más feroz de mi vida.
Unos segundos después, escucho el clic del seguro y las puertas del Batimóvil se abren, una temblorosa Regina me invita a entrar en el coche para recuperarnos con mayor comodidad. Quedamos destruidos. Prácticamente me arrastro dentro y me acuesto sobre el asiento trasero. Ella se tiende sobre mí y la envuelvo en mis brazos. Guardamos silencio, escuchando el sonido de nuestras respiraciones.
Dormito por un rato hasta que escucho sus maldiciones por las marcas y chupetones. Sonrío y me gano un golpe en el hombro bueno.
—¡No te pusiste condón! —suena alarmada.
No abro los ojos.
—Mi última vez fue hace dos semanas y siempre uso condón —digo tranquilo y acaricio su espalda—. El examen de sangre que me hicieron en la clínica salió limpio. ¿Tú?
—Me hice un examen a principios de mes y nunca prescindo del condón. —Siento que mete su mano en mi pantalón y abro los ojos. Toma mi pene para examinarlo minuciosamente junto a mis testículos—. Se ven bien.
—¿Gracias? —Sonrío y acomoda mi pantalón—. ¿Qué te preocupa? ¿Un mini yo? En ese caso, espero que salga con tus ojos.
Llevo mis manos a su vientre imaginándolo abultado. Regina se tensa y pone más pálida de lo que es por mi broma. Carraspea, desvía la mirada y retira mis manos a su pierna. ¿No le gusta la idea de ser mamá? No digo que ahora pero... joder. Yo algún día quiero ser padre.
—Hay ETS que no se manifiestan hasta después del mes —dice bajito—. Desconfío de las lagartas que te has follado.
Tomo su barbilla para que me mire.
—El riesgo también aplica para mí con respecto a tus ex amantes —recalco—. Confío en ti. ¿Tú confías en mí?
Aprieta los labios.
—Sí, confío en ti. —Suspira—. Me presentaste como tu novia con el bizco y frente a tu hermana.
—Me hubiera gustado hacerlo de otra forma, pero el idiota estaba rogando que lo dejara en coma aprovechando que estábamos en una clínica. —Aprieto la mandíbula—. Después le dejaré los puntos bien claros. No puede burlarse así de Milena, ni comerse visualmente lo que es mío en mi propia cara.
Enarca una ceja, molesta e indignada.
—Momento, signore Roswaltt. Nací con el don de destacar. Me gusta que hombres y mujeres me miren, me deseen y alaguen. Eso no va a cambiar. Acostúmbrese y disfrute ser la envidia de otros porque el único que podrá tocarme es usted —zanja y frunzo el ceño.
Sale del coche. Sus piernas aún tiemblan y camina descalza con dificultad. La imagen es bastante cómica. Se acordará de mí el resto del día. La miro ponerse mi sudadera, limpiar su labial corrido con el pulgar y luchar para darle orden a su melena alborotada.
Se ve preciosa.
Regresa pero sin entrar y me recorre con la mirada.
—Siéntate —pide.
Llevo los brazos detrás de mi cabeza.
—Estoy cómodo. Puedes volver a usarme como colchón —Muevo las caderas de forma insinuante—. O como trono, reina.
Frunce los labios.
—Necesitamos hablar sobre lo que pasó con tu familia.
—¿No puede ser cuando regrese de mi ensayo? —me quejo—. Los últimos días fueron extenuantes y quiero disfrutar este pequeño momento de tranquilidad que construimos en medio del caos. ¡Déjame ser feliz!
—Una tranquilidad efímera si no se soluciona el problema —alega—. Debo dar instrucciones a mi personal dependiendo de lo que decidamos sobre nosotros.
Su tono no admite reproches. Tiene esa expresión férrea que sólo he visto en las noticias y durante las reuniones con el señor Turner. «¡Plop!». ¿Escucharon? Es el sonido de nuestra perfecta burbuja de amor y pasión explotando, y regresándome a la cruel realidad.
Suelto un gruñido y me incorporo pesaroso. Se queda en el otro extremo del asiento cruzando las piernas como indio. Ladeo la cabeza. La sudadera le queda grande y no se le ve nada...
—Céntrate, Alonso. —Chasquea los dedos frente a mi cara—. El éxito conlleva riesgos desconocidos y decisiones que requieren más que el corazón. Suena duro, pero así son las cosas. Es relevante destacar que a Natasha la atacaron por estar en el apartamento de tu amigo, no por ser tu hermana. —Asiento, también serio, y me enderezo.
»No puedo asegurar que nadie intentará agredirlos para llegar a mí, pero sí que velaré para que no lo logren. No pintaré mentiras para que te quedes a mi lado. A Lorena la amenazaron por darme buena prensa. Ya te han relacionado conmigo, no me pronuncié pero puedo hacerlo desmintiendo cualquier insinuación en caso de que decidas alejarte para prevenir. Tenemos que pensar en todas las posibilidades. Buenas y malas. Si continuamos, seremos discretos, mas no quiero que nos escondamos. Disculpa, pero me vale mierda si tu hermano o padre no me aceptan. Ansío presumirte, por lo tanto, necesito que reflexiones si vale la pena arriesgar tu relación familiar por mí.
Por supuesto que he pensado en cada posibilidad. Más ahora que volvieron a sabotearla y desconozco el estado de la situación. Me niego a ver sólo la parte negativa. Regina difamada o no, sigue siendo poderosa.
—¿Vale la pena sacrificar la rutina de madam Azzarelli por mí? —Su gesto se suaviza un poco—. Tendremos que averiguar si nuestras vidas encajan a largo plazo. Confío en que me ayudarás a proteger a mi familia. Tienen miedo pero sé que entenderán cuando se calmen. No nos hundamos antes de haber zarpado. —Un dolor sube por mi pecho recordando lo que pasó anoche—. Por meses tuve pesadillas. Ayer viví una en carne y hueso y el mismo hombre, enviado por la misma mujer, me salvó la vida. Al igual que harías cualquier cosa por mí, haría cualquier cosa por ti porque te amo.
Traga.
Se sube a mi regazo, mirándome directamente a los ojos. Los suyos aterrados como si le doliera escuchar mis palabras. Deslizo mis brazos a su alrededor y la estrecho contra mí. Presiono mis labios en diferentes partes de su rostro, consiguiendo que libere una sonrisa que me roba el aliento.
—No tengo nada material que ofrecerte pero trabajaré duro —prometo—. Conmigo tendrás apoyo incondicional, lasaña, brownies, música inspirada en ti, orgasmos y todito yo para lo que se te antoje. No seré un novio que te limite u opaque tu fulgor tan atrayente. Lo que más me fascina de ti es tu libertad y pasión por lo que haces. Vas por lo que quieres sin frenarte por obstáculos. Amo tu descaro y admiro tu resiliencia. La ciudad te da la espalda y no te rindes. Has enfrentado el mundo tú sola. —Sus ojos se cristalizan y beso sus párpados—. Eres jodidamente genial, reina.
»Y no te pediré mucho. —Limpio la única lágrima que se le escapa—. Principalmente quiero una novia exclusiva. Serás para mí solito. Me dejo amarrar si me bailas en lencería sexy o cosplay. Hoy nos faltaron los trajes de Batman y Gatúbela. —Ríe y la beso—. Prométeme que no te alejarás y me permitirás decidir si eres buena para mí o no. Promete que, si todo se complica o surge alguna diferencia entre nosotros mañana, pasado o en unos años, hablaremos primero antes de lastimarnos.
Levanta su dedo meñique, sonrío y entrelazo el mío.
—Lo prometo —asegura vehemente.
—Perderás el dedo si fallas tu promesa —advierto.
—La reina protege al rey. Cuidarte es equivalente a cuidar mi tranquilidad mental. No te perdonaré si me dejas viuda a los treinta y uno. —Apoya su frente en la mía—. Yo... merda, Alonso. Bajo al infierno y te arrastro de regreso para castigarte.
Reclamo sus labios.
—Los... angelitos... como yo... vamos... al cielo. —Intercalo besos entre las palabras.
Baja la mano, apretando mi erección. Se me escapa un gruñido. Hace nada follamos como animales, pero claramente queremos más. Mi ninfómana es insaciable y yo soy un adicto sin remedio.
—Amas arder en las flamas de mi infierno, Alonso Roswaltt. —Susurra en mi oído y me estremezco por la oscuridad de su acento—. Eres un ángel bueno que cayó en las tentaciones de una morbosa diabla que muere por cabalgarte. —Se empala sin cortar el contacto visual y agarro sus glúteos—. Te corrompiste en el instante que nos besamos por primera vez en mi yate. Arriba jamás te admitirán por tus pecados.
Me como su boca con una brutalidad que la hace gemir y sonreír al mismo tiempo.
—Me prende tu lado poético porque sé que es inusual. —Le quito la sudadera—. Te demostraré cómo puedo subir a una diabla al reino de los cielos mientras pecamos.
______________________
¿Opiniones? ¿Impresiones?
Alonso parece un niño chiquito con juguete nuevo XD
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top