2. Lavore dall'ombra.
2. Lavore dall'ombra.
REGINA
Después de un día ajetreado en Equidae Potawatomi, regreso a casa al final de la tarde para darme una ducha relámpago, vestirme con vaqueros gastados, sudadera verde sirena barata y zapatos deportivos negros un poco sucios. Por último, pero no menos importante, una peluca castaña.
Rivers conduce una de las Range hacia los límites de la ciudad. Enrique en el asiento del copiloto, nadie nos escolta. Nos detenemos en medio de la carretera solitaria donde Mashiro nos espera. Arrugo la nariz. Me entrega unas llaves y subo por el lado del conductor a un viejo escarabajo Volkswagen de color blanco. Este procedimiento me parece absurdo. Sé que no puedo ser reconocida, mas no deja de ser absurdo.
Subo el volumen cuando inicia Unholy de Sam Smith. Tarareo la letra imaginando un escenario donde pueda bailarla en lencería. Quizá llame más tarde a Jordan por el mero placer de hacerlo babear... y sufrir. No lo dejaría tocarme. Sonrío con maldad y acelero. Por el espejo retrovisor confirmo que no me siguen. Mis hombres tomaron un desvío.
Me detengo en una estación de servicio abierta las veinticuatro horas. Reviso que todo esté en orden con mi peluca y maquillaje con exceso de colorete en los pómulos antes de bajar. Me repito mil veces que este lapso de mi vida es pasajero. En un futuro, ninguna de mis prendas serán de segunda mano, la mayoría habrá estado en pasarelas.
En los pasillos de la tienda les echo un vistazo a algunas revistas con pereza.
—Vaya, este artículo asegura que la siguiente expo tecnológica en Dubái depara un cambio alucinante en el futuro próximo —murmuro, deteniéndome junto a un hombre vestido con una gabardina.
Sus fosas nasales dilatándose evidencian su disgusto, me quita la revista de las manos para devolverla a un estante, toma mi muñeca y me arrastra hacia el baño de hombres. Lo sigo sin rechistar para no levantar ninguna sospecha.
—¿Enloqueciste? —sisea después de meternos en un cubículo—. ¿Por qué no enviaste a uno de tus secuaces?
—Soy una mujer de armas tomar que no se conforma con dirigir detrás de un escritorio, querido Hank. —Rodeo su cuello con mis brazos. Gruñe. Hunde su rostro en el mío e inhala mi aroma. Mete su mano bajo mi suéter y ajusta un sobre entre las ligas que van desde mi sujetador a mis bragas—. ¿Por qué el cambio de lugar a último minuto?
Me mira a los ojos.
—Precauciones —masculla—. Estamos en medio de la nada. La vez pasada se enteraron que vi a tus hombres en un hotel y esta es la última que te expones encontrándote conmigo —demanda y enarco una ceja, separándome de él.
—Te tengo confianza, mas no olvides tu lugar. —Cuadro mis hombros, su tono me irrita—. Aquí las órdenes las doy yo.
Su postura no se suaviza.
—Que hayas venido fue imprudente. Alguien está siguiendo tus movimientos con ASysture y Alphagine —confirma mis sospechas.
Siento mi sangre encenderse en ira. El desfalco dejó a ambas empresas en situación de debilidad. El hackeo a la torre no fue revelado, aún no atrapan a la persona que me drogó junto con Wallace; pero los rumores, confirmados o no, dan mala publicidad. Me he dedicado a retrasar la masacre desde las sombras, a disminuir los golpes de mis enemigos.
—Van tras mi tecnología —farfullo.
—Ambas son las joyas principales de la corona —apunta—. Hay que prepararnos, jefa. Asegúrate que tus alianzas sean sólidas. Será cuestión de días para que el apellido Keegan esté en todas las portadas de revistas y periódicos.
Frunzo el ceño.
—¿Con quién se aliaron o qué compraron?
—Bernand Keegan se retirará del puesto por complicaciones cardíacas. Charlotte se hará cargo de K-corp.
Siento la boca seca.
—¿No estará acompañando a su amado esposo en sus posibles últimos días? Espero que el bastardo sufra. —Sonrío con cinismo—. ¿Qué hay de Amílcar? Su hijo está capacitado para llevar el volante de la empresa.
—Ocupado en Francia. Deduje que te interesaría más que ella esté al mando.
Asiento y me largo, limitándome a pensar estratégicamente. Proceso los diferentes escenarios para solicitar una reunión con Charlotte y cada posible resultado. Hace dos meses ella se negó a tratar conmigo para evitar disgustar a su marido.
K-corp es uno de los imperios más grandes del país. Quiero mantener nuestras antiguas alianzas y fomentar nuevas para reforzar mis planes. No quiero enemistarme con ella, no cuando mi prioridad es Minerva, Londres está ardiendo y aquí no me respetan.
Conduzco hasta un hotel de segunda. Dejo el escarabajo en el estacionamiento subterráneo y subo al asiento trasero de una Tahoe vinotinto conducida por Vladimir. Un ruso de casi dos metros, no está usando traje, sino una camiseta que revela los tatuajes de sus brazos musculosos.
Su estilo casual permite que nadie piense que trabaja en seguridad.
No puedo esperar más tiempo. Abro el sobre y leo el papel con líneas resaltadas en amarillo. Hank pudo confirmar que Kraptio está siendo amenazada por la competencia, se están llevando a los clientes. Dos socios renunciaron y seis empleados. Mi mandíbula se tensa tanto que mis muelas protestan.
La constructora perdió el contrato con Stanley Fraser.
—Maledizione. —Aprieto el papel en mis manos, arrugándolo.
Tomo el bolso que está en el suelo de la camioneta y, sin pudor alguno, me cambio de atuendo. Vuelvo a ser yo. Llamo a Lorena para pedirle un favor y después a Joshua.
Hora de ensuciarse las manos.
***
Mi smartwach marca veinte minutos exactos desde que llegamos al estacionamiento del bar junto a un BMW. No fue difícil averiguar que se encuentra aquí. Lleva dos semanas frecuentándolo sin falta desde que lo compró. Justo cuando estoy considerando entrar, la puerta se abre y sale una chica de tez morena, su vestido apenas le cubre los muslos, una sonrisa coqueta en sus labios y las manos de Antonio en sus caderas.
Se acercan al BMW entre risas, Antonio la empuja contra la columna junto a su coche y le devora la boca. Ella lo masturba por encima de la tela del pantalón. En otras circunstancias, me pondría cómoda para ver el espectáculo, pero no estoy aquí como voyerista.
Salgo de la camioneta cuando la morena, con el vestido arremolinado en la cintura, comienza a desabrocharle el cinturón.
—¡Él tiene herpes! —chillo.
Ambos se tensan antes de separarse como si fueran pillados en un crimen. Los ojos de Antonio me calcinan, los de la chica a él. No se ve avergonzada por ser pillados in fraganti.
—¿Quién es? ¿Es verdad lo que dice? —inquiere, dubitativa.
—¡Por supuesto que no!
—¿Cómo te atreves a negarlo? —Sollozo indignada. En otra vida fui actriz—. ¡Me llevaste a tu apartamento en Streeterville para que te modelara toda mi lencería!
—¡Ahí dijiste que iríamos! —La morena lo abofetea
—Querida, mis intenciones no son arruinarte la diversión. —Cambio mi peso de una pierna a otra, fingiendo incomodidad—. No quiero que pases por lo mismo que yo. Aún me estoy recuperando. Haz lo que quieras, es tu salud, no la mía. Simplemente me molesta que los hombres sean tan irresponsables.
Regreso lentamente a la camioneta conteniendo una risa. Escucho a la chica insultarlo a mis espaldas.
Uno...
Dos...
Tres...
Vladimir empuja a Antonio para evitar que me sujete la muñeca.
—¡¿Qué mierda te sucede?! —grita fuera de sí, atrayendo la atención de los vigilantes.
—Necesitamos hablar sobre Kraptio —murmuro.
—Lárgate. —Gruñe en voz baja y mira hacia los lados—. Ve a joderle la vida a otro. Que te vean conmigo es equivalente a suicidio social.
—Bien. —Me apoyo en la puerta del copiloto del BMW—. Vamos a un lugar más privado.
Aprieta los puños y la mandíbula al punto de preguntarme si está por romperse algo. Los vigilantes le piden confirmar si todo va bien. Tras unos segundos, afirma, y los echa.
El humo que sale de sus orejas se nota a kilómetros.
—Maldita loca —masculla antes de quitar el seguro con el mando.
Juro que me esfuerzo para no reír.
—Madam... —Me llama Vladimir antes de que cierre la puerta.
No le agrada la idea de permitir que viaje sola con este troglodita.
—¿Te mantendrás cerca?
—Sí
—Bien. No te preocupes. —Muevo mi cabeza en dirección a Wallace—. Sé manejarlo.
Lo último que escucho por su parte es una maldición porque Antonio arranca. A través del espejo retrovisor lateral miro a Vladimir correr a la camioneta y, una vez salimos del estacionamiento, noto una de mis Range tras nosotros.
Mi seguridad se ha vuelto indispensable.
—¿Qué es lo que quieres, Regina? —escupe Wallace, deteniéndose en un semáforo, su voz igual de tensa.
—Kraptio perdió el contrato para la embotelladora, la remodelación de oficinas de Advisers Hill y el proyecto de viviendas con Fraser. Contábamos con esos millones para mejorar el balance de este año —me escucho autoritaria sin necesidad de alzar la voz—. Quiero saber qué pasó.
Sus nudillos se vuelven blancos. Si tuviera más fuerza, rompería el volante.
—¿De verdad tengo qué explicártelo?
—Si no quieres despedirte de la presidencia...
Suelta una carcajada maliciosa.
—Como lo hiciste tú, ¿no? —su tono se vuelve más áspero—. Perdiste el control de Azzagor Enterprises. Te lo advertí. —La vena en su cuello salta—. ¡Los clientes no confían en nosotros después de lo que te pasó! ¡Arrastraste el nombre de la empresa contigo por el fango!
Mis labios se vuelven una fina línea.
Inhalo y exhalo con profundidad.
—Tienes razón... MERDA! —Casi nos estampamos contra un autobús.
La lluvia de bocinazos es ensordecedora. Antonio maniobra como un novato y se orilla después de encender las luces direccionales.
Su semblante está pálido.
—¡¿Qué fue eso?! —vocifero, tratando de calmar mi respiración.
¿Quién carajos conduce así?
El maldito pudo matarnos.
Cinco hombres rodean el BMW, bajo el vidrio de la ventana para informar que estoy bien y nuevamente me concentro en Wallace.
—Repite lo que dijiste. —Su vista fija en el volante.
—¿Qué?
—Repítelo.
Hago acopio de mi fuerza de voluntad para no mandarlo a la mierda.
—Tienes razón.
Me mira como si fuera una nueva raza alienígena. No lo busqué para una pelea que no nos llevará a ninguna parte. Sé que no cederá bajo intimidación. Necesito resultados positivos.
No pondré mi orgullo por encima de mis intereses.
Kraptio forma parte de las piezas esenciales para reparar mi imagen. Los otros candidatos para el puesto de presidente tienen una mentalidad que hace un año me hubiera sido útil; sin embargo, ahora con mi reputación destruida, no puedo disponer de su lealtad.
No me tomarán en serio.
Iniciar una guerra de despidos equivale a quedarme sin tropas.
Hacer que me respeten se volvió una necesidad.
Antonio es un grano en el culo, sí, pero es maleable y ambicioso como yo. Además, sigue los ideales de su padre. Mateo Wallace, a quien ayudé a salvar la empresa, cerrando así mi primer negocio grande.
—Tienes razón —repito—. No te reclamo por haber perdido a los clientes. Te reclamo por no haber luchado para evitar llegar a esta situación. Es entendible que, hace un año, la presencia de Searchix te pusiera en alerta. No te facilité las cosas cuando sólo te preocupabaspor la empresa. Si me empeñé en mantener el desfalco en secreto, fue precisamente para evitar los escándalos. —Relamo mis labios—. No debí subestimarte. Eres quien mejor conoce los principios de Kraptio, por eso, hoy te pido que me apoyes para recuperar lo que nos pertenece.
Tarda en responder, procesando mis palabras con estupefacción.
—El escándalo de la torre no lo han olvidado —murmura resentido—. A menos que hagas magia y lo borres de su memoria, no recuperaremos nada. Tampoco es como si pudieras cambiar de constructora de un día para otro. La mayoría ya firmó con la competencia.
—Fraser aún no cierra ningún trato —agrego.
Frunce el ceño.
—¿Cómo lo sabes?
—Tengo ojos en todas partes. Están haciendo reestructuración de presupuesto.
—Busca abaratar precios —concluye.
—Lo barato a veces sale más caro. Nuestros servicios brillan por su precio que se ajusta al presupuesto del cliente sin rebajar la calidad, es nuestra ventaja ante cualquiera en esta ciudad. Se lo recordaremos —propongo—. El jueves estará en el club deportivo que pertenece a su suegro. ¿Vendrás?
Aprieta los labios.
—¿Por qué no concertar una reunión primero? Ni a ti te gusta que te aborden sin previo aviso.
Sonrío de medio lado.
—Ya lo intenté hace una hora por medio de un tercero y no quiere saber nada de nosotros —confieso—. Sólo necesito que me escuche y lo tendremos de vuelta.
Abre y cierra la boca, dudando.
—No tengo membresía para entrar a ese club.
Mi sonrisa se ensancha.
—Yo me encargo.
Deja escapar aire con resignación, como si prefiriera clavarse un puñal antes de que lo vean en público conmigo.
—Bien —rezonga—. Iremos.
***
Faltan cinco minutos para que den las seis de la mañana. Soy la primera del personal regular en llegar a Equidae Potawatomi. Decidí venir temprano para entrenar con Belerofonte. Es un caballo mestizo completamente blanco, no es tan grande o corpulento como Nerón, pero lo iguala en coordinación y supera en agilidad y velocidad. Me concentro en practicar nuestra rutina. La voz de Bishop escuchándose de fondo en un reproductor que traje para animarnos.
Disfruto el tiempo con los caballos. Con Belerofonte en especial porque antes de pasar por mis manos, no hacía más que caminar y recibir caricias. En menos de seis meses, logré que aprendiera trucos, pasos complejos y saltar obstáculos. Es mi logro más grande en el centro y le tengo cariño... aunque estoy segura que a cierto shire no le gustará enterarse.
Nerón es demasiado territorial.
A las siete y media ya hay varios trabajadores curiosos en el picadero exterior. Me sorprende ver a Jeffrey entre ellos. Me mira con despotismo. No es mi culpa que mis habilidades le hayan quitado el título de entrenador estrella. Rasco tras la oreja de Belerofonte y lo premio en cuanto terminamos. Lo llevo a la cabelleriza, cepillo y alimento. Cuando salgo de su box, alguien tropieza conmigo y derrama melaza sobre mi uniforme.
Sólo se escucha la cubeta de aluminio rebotar.
—Cazzo —mascullo. Esta mancha saldrá nunca.
Odio la ropa en mal estado.
La chica, de la cual no recuerdo el nombre, tiene sus ojos cafés muy abiertos. Boquea como pez fuera del agua cuando me reconoce. A la derecha miro a Laura y Ginger muertas de la risa. Sed de sangre en los ojos de Jeffrey.
Quieren un espectáculo.
—L-lo siento, Regina, venía distraída y no miré por donde...
—Por supuesto que no miraste —gruño y se tensa.
—En serio lo siento mucho, yo...
Levanto mi palma. Su actuación barata me da náuseas.
—No importa.
Da un paso atrás, incrédula.
—¿No?
En lugar de reaccionar como la bruja que piensan que soy, niego con la cabeza.
—No. Págame el uniforme y estaremos bien —dictamino, gélida, y mi tono es suficiente para que pase saliva y asienta repetidas veces.
Me dirijo al edificio administrativo para cambiarme.
Puedo destrozarla con una llamada por simplemente encontrarme con el humor equivocado, mas no caeré en su provocación propia de adolescentes inmaduros. De mí sólo obtendrán indiferencia. Estoy a nada de largarme de aquí. No arruinaré mis planes por culpa de unos idiotas.
Sin embargo, cuando recupere mi libertad, no prometo ser piadosa.
Después de medio día se suspenden las actividades de la tarde y cerramos temprano por el pronóstico de una inesperada tormenta. Joshua me confirma que está trabajando en lo que le pedí anoche. Jeffrey, Shana y los otros, nos ocupamos que los caballos estén bien resguardados del frío. A finales de diciembre se tuvo que suspender la atención al público por las fuertes nevadas. Durante los días menos turbulentos, vine para atender a los caballos, desde alimentarlos y cepillarlos hasta limpiar los boxes.
Hoy también me dejan las peores tareas a mí.
Una hora más tarde, recuesto la cabeza del asiento trasero de una Range. Dejo escapar el aire, sintiéndome agotada e irritada. Rivers conduce despacio por el camino de tierra cubierto de nieve hasta salir a la carretera en estado propenso a causar un accidente por su deterioro.
En los alrededores hay pequeños negocios de comestibles cerrados, una gasolinera y... Alzo las cejas en cuanto distingo a un conejito tembloroso por el frío.
«¡¿Por qué está todavía aquí?!».
No usa guantes, ni bufanda. Su abrigo delgado y el techo de la parada de autobuses no lo protegen del frío.
—Rivers, detente en la parada de autobús —ordeno rápido. La camioneta no se ha detenido cuando abro la puerta—. ¡Sube!
La boca de Ryan se abre en una enorme O. Mira hacia los lados desiertos con duda antes de fijarse en mis ojos. Se ve tentado a aceptar, pero niega.
—Mis zapatos están sucios. —Señala sus botas viejas llenas de nieve—. No quiero estropear tu camioneta.
—¡A la mierda la tapicería! —Salgo de la Range—. Comenzará a nevar en cualquier momento. Ni loca te dejaré aquí, podrías enfermar. No seas terco. —Señalo el interior de la camioneta—. Vamos, no te estoy secuestrando, te llevaré a casa.
Acepta después de un momento de tensión. Aumento la calefacción tan pronto estamos dentro. Se ve más pálido por el frío. Es tan pequeño para su edad que sus pies quedan elevados en el asiento. Tiene las gafas empañadas. Su rostro cansado empeora su típica apariencia de no haber dormido bien los últimos días.
Saco de un compartimiento un termo con sidra de manzana caliente y nos sirvo a los dos.
—Ten, bebe esto.
—Gracias. —Cierra los ojos para inhalar el aroma y los aprieta tras dar un sorbo, fascinado por el sabor.
—Hace dos horas saliste del centro. ¿Por qué seguías en la zona?
—El autobús nunca llegó —responde en un hilo de voz.
Anoto mentalmente hablarlo en mi próxima reunión con el alcalde.
—¿Siempre viajas solo? —indago.
Baja la mirada, triste, y juega con las correas de su fea mochila.
—Sí, Sarah se va por la mañana y vuelve después de las ocho —musita—. No tiene tiempo para acompañarme.
—Es peligroso que andes solo.
Tuerce la boca con indignación.
—Tengo diez —replica—. Que sea pequeño en estatura, no significa que no sepa cuidarme.
No digo nada.
Sé que no es tonto.
El problema es su madre.
Muerdo mi lengua sin disimular mi desagrado. No tolero la negligencia familiar. Me asquea. En situación difícil o no, el deber de los padres, como mínimo, es preocuparse por la vida de sus hijos. La única que ha dado la cara en Equidae Potawatomi es la maestra Peggy Cooper.
No soy la única en el centro que piensa que Sarah Griffin no es una madre responsable.
—¿Recorres toda esta distancia para ir a la escuela? —Miro por la ventana antes de fijarme en su frente arrugada.
—Uso el trasporte. Para ir al centro tomo dos autobuses y camino una manzana.
—¿Por qué te inscribieron en Equidae Potawatomi si te queda tan lejos?
—¿Has pensado que ese nombre suena ridículo? —inquiere, pensativo—. Ya sé que quieren hacer honor a las tribus Illinois, pero de ahí, a ponerle ese nombre a una institución...
No puedo evitar soltar una carcajada. Él sigue muy serio.
—Cuestión de gustos —comento y le sirvo más sidra—. Responde mi pregunta anterior.
Suelta un suspiro.
—Fácil. Es el único lugar en la ciudad que imparte equinoterapia gratuita. —Sonríe tenue—. Me gustan los caballos y también me he sentido diferente desde que estoy allí. —Se sienta derecho, digno—. El viaje es un sacrificio que vale la pena.
Evito rodar los ojos y sonreír por su pose de caballero.
Rivers conduce por una carretera llena de baches siguiendo las instrucciones de Ryan. Nos adentramos a un barrio mugriento de clase baja. Los edificios son de ladrillos agrietados con grafitis.
—¿Vives aquí? —exclamo, casi chillando horrorizada, cuando aparcamos frente a un edificio espantoso con ventanales sucios.
Brevemente maldigo por no contenerme, pero Ryan ríe divertido. No se ofende o cohíbe. Ya sabe cómo soy.
Y que no me disculpo por mi forma de ser.
—No todos vivimos en una lujosa mansión. —Abre la puerta de la camioneta y lo sigo.
Odio los prejuicios, sin embargo, no me da buena vibra el aspecto cuestionable de la gente que se nos queda viendo. Enrique y Mashiro también lo intuyen porque se mantienen muy cerca de nosotros.
—Te conté que nací pobre —refuto—. Viví en el campo, sé lo que es pasar hambre y no tener variedad para vestir
—Y precisamente por eso te admiro. —Mi corazón de piedra se detiene—. Rompiste las cadenas que te impedían cumplir tus metas y te superaste a ti misma. —Su sonrisa se desvanece cuando lo sigo dentro del edificio—. No tienen por qué subir conmigo. Puedo solo.
—Insisto. Te acompañaré hasta tu puerta.
No protesta y subimos las escaleras. Un grupo de tipos está amontonado en los escalones que siguen después del primer rellano, obstaculizan el paso mientras, entre risas y porros, miran un video en el móvil del hombre que está en el medio. Alzan la cabeza cuando nos acercamos.
Me tenso cuando Ryan se adelanta para saludarlos.
—¡Hey, chicos!
—¡Ryan!
Los tipos se toman el tiempo para chocar las palmas con él.
—¡Hola, mamacita!
Uno intenta tocarme el culo cuando paso por su lado y, antes de que pueda abofetearlo, Enrique le dobla el brazo en un ángulo antinatural.
—¡Joder! —Lloriquea antes de que lo suelte.
El resto se levanta en acción defensiva. El filo de unas navajas y puñales me ponen en alerta. A esta altura me entero que Dimitri y Vladimir venían atrás porque se posicionan frente a mí. Halo a Ryan y trato de colocarlo a mi espalda. Mashiro se queda a mi lado, su mano en su arma, pero no se forma una balacera.
No sucede nada...
Ryan se suelta e interpone entre nosotros y los salvajes.
—Esta es mi amiga, Regina. ¡Más respeto! —exige, autoritario. Los tipos me fulminan—. Ustedes también son mis amigos, pero no quiero que ella se moleste y luego no quiera volver a visitarme.
La tensión no disminuye.
—¿Me entendieron? —insiste el pequeño rubio.
—Sí —refunfuñan de mala gana.
Entre maldiciones se apartan como el mar rojo.
Parpadeo, mi vista va de ellos al enano frente a mí.
«¡¿El conejito en realidad es un león?!».
Sacudo la cabeza.
Reanudamos el trayecto por las escaleras sin ningún otro altercado. Mi nariz se mantiene arrugada hasta que subimos al tercer piso. Los olores me provocan arcadas. Pasamos junto a una pareja de mujeres metiéndose mano en una esquina antes de llegar al pasillo que da a su "hogar".
Ryan saca un juego de llaves de su fea mochila y le da vueltas.
—Bueno... —Abre la puerta y se queda bajo el umbral, dentro todo se ve oscuro. ¿No tienen ventanas?—. Gracias por el aventón, R. Nos vemos el viernes.
Aprieto los puños sintiéndome impotente. Esa puerta no es suficiente contención. Enrique la derribaría con una patada. Una parte de mí no quiere dejarlo solo en medio de esta jungla.
—¿Tienes calefacción? —pregunto.
—Y un calentador de agua. —Se balancea sobre sus talones—. Descuida, no moriré congelado. Sé de supervivencia.
—¿Es seguro que te quedes solo? —insisto, incómoda por su situación.
—Pongo la cadena al cerrar. —La agita con diligencia.
—Bien. —Miro el alrededor. El olor a cigarrillo y mugre me tienen a nada de vomitar—. Bien. Confiaré en tu palabra. Si el clima colabora, nos veremos el viernes, R.
___________
Adoro a Ryan
Regina usando ropa de segunda y coches viejos es un espectáculo digno de ver. La reina se está esforzando.
Recuerden votar y comentar cuánto les está gustando la historia o cuánto desean saber de Alonso. Aprecio muchísimo su apoyo.
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