Renacimiento
Una vez estuvieron en la pasarela superior, multitud de enemigos se hicieron presentes en el lugar, atacándolos de una forma incesante, claramente dispuestos a aprovechar cualquier brecha en su defensa, y así, lograr arrebatarles a Manuela, pues como Cora había adivinado, aquellos monstruos eran controlados por Javier, quien estaba definitivamente demente. Leon no dejó de dar furtivas miradas hacia su compañera de ojos rubí, controlando que se encontrase bien pues había sido herida hacía apenas un minuto y se encontraba preocupado por ella. Entre disparo y disparo, se percató de que el avance hacia su destino cada vez se dificultaba más, como si estuvieran encaminándose hacia un lugar que les estaba vedado, según Javier, lo que en parte lo motivaba a seguir adelante, pero al mismo tiempo le hacía preguntarse: ¿hasta qué punto es capaz de llegar una persona por amor? Comprendía que Javier había hecho todo lo que podía y más incluso para evitarle cualquier daño a Manuela, pero en el proceso, había sido él quien más daño le había causado, llevándolo a la locura. Tras disparar en unas cuantas ocasiones a los infectados que se personaron allí, Kennedy, Krauser, Manuela y Cora continuaron avanzando con pasos cautelosos pero con ritmo firme. Mientras caminaban, un nuevo experimento de Javier apareció allí, el cual rompió parte de la pasarela, forzando a Cora a lanzar a Manuela al otro extremo, donde Krauser la logró coger en brazos. Leon y ella decidieron enfrentarse al nuevo enemigo, confiados en que sus habilidades y pericia los ayudarían a sortear aquel peligro. Fueron asistidos por Krauser, quien no dejó de disparar a las extremidades del monstruo, para poder así evitar que atacase a sus compañeros. Leon por su parte se dedicó a atacar con su rifle, mientras que la de cabello rojo se decidió por su escopeta. Tras derrotarlo, saltaron al otro lado de la plataforma, descendiendo las escaleras que había al final de ésta. Cuando descendieron, caminaron hacia una puerta parecida a la cual habían usado para entrar al invernadero, al fin creyendo que su suerte mejoraría, pero la llegada de nuevos infectados echó al traste aquellas esperanzas, no teniendo más remedio que enzarzarse en una pelea una vez más, con Cora haciendo todo lo posible dentro de sus capacidades (lo cual era ya bastante) para que no se acercaran ni hirieran a Manuela. Al acabar con ellos con cierto esfuerzo (y gracias a las granadas de la de ojos carmesí y a la ametralladora de Kennedy), lograron salir del lugar, entrando de nueva cuenta en un pasillo de color gris.
–¿Estás bien? –le preguntó Leon a la muchacha de cabello castaño, quien no se alejaba ni un milímetro de su compañera.
–Si –replicó Manuela en un tono suave, claramente agradecida por la protección y la compañía.
Al final del pasillo había un ascensor, al cual subieron para continuar su camino. Mientras el ascensor subía, la pelirroja no se resistió a bromear con aquello.
–Desde luego, el que ha diseñado estos ascensores no lo ha hecho precisamente a prueba de idiotas... –comentó, provocando que Leon y Krauser sonrían, mientras que Manuela la observaba con una expresión divertida–. Hasta los zombies saben pulsar botones –concluyó, lo que hizo reír a los cuatro por unos breves instantes, disfrutando de la complicidad.
–Ya hemos llegado –indicó Leon, abriéndose las puertas del ascensor–: Tened cuidado. Mantened los ojos bien abiertos.
–Entendido –dijo la pelirroja, avanzando con cautela, Manuela caminando tras ella–. ¡Tenemos compañía! –exclamó, comenzando a vaciar el cargador de sus pistolas en varios infectados que se interpusieron en su camino. Tras eliminarlos, continuaron por el estrecho pasillo hasta una doble puerta, la cual abrieron, encontrándose en un almacén.
–¿Qué es este lugar? –preguntó Leon en un tono suave, sus ojos grises escaneando el nuevo entorno.
–El cuarto de invitados no es –mencionó Krauser, lo que hizo sonreír a Kennedy, quien en cierto modo compartía su sentido del humor–. ¡Cuidado! –advirtió, de nuevo apareciendo más experimentos de Javier, los cuales se desplazaban ahora por el techo y las paredes del lugar, lo cual los colocaba en una ligera desventaja.
–¡Usemos las cajas para despistarlos! –propuso la pelirroja, dirigiéndose con celeridad a un muro creado por grandes cajas de madera, ocultándose de la vista de aquellos enemigos que caminaban por las paredes–. ¡Agh! ¿¡En serio!? –exclamó volviéndose hacia su izquierda, topándose de bruces con más miembros infectados de Las Serpientes Sagradas, a los cuales tuvo que eliminar con sus pistolas ayudada por Leon, quien se había apresurado en seguirla. Krauser les cubrió las espaldas, encargándose de los enemigos que los seguían.
Tras despistar a algunos con las cajas a modo de cobertura, el trío de compañeros tuvo que enfrentarse en campo abierto a los monstruos, con Leon y la pelirroja decidiendo combinar sus ataques: la pelirroja decidió encargarse de uno que se acercaba a Manuela, por lo que dispuso que Leon la impulsase hacia una de las cajas amontonadas, con el fin de atacar desde arriba. El de cabello rubio-castaño la impulsó con sus manos hacia una de las cajas superiores, lanzándose Cora desde lo alto, espachurrando la cabeza del monstruo con su mano contra el duro suelo del lugar, eliminándolo.
–¡Bien hecho! –la alabó Leon con una sonrisa dulce mientras comenzaba a disparar, Manuela siendo protegida por él y Cora, quien ahora había tomado en sus manos el rifle de francotirador, comenzando a disparar a los enemigos que se acercaban desde lejos. Krauser lanzó varias granadas, ayudando con gran efectividad a sus compañeros, logrando al fin despejar la zona de enemigos–. ¿Qué hay ahí dentro? –inquirió con calma una vez el lugar estuvo en silencio, observando una zona que estaba cubierta por una capa de tela translúcida.
–No lo sé, Leon –dijo Cora mientras colocaba un nuevo cargador en sus pistolas–. Pero sea lo que sea lo que hay ahí detrás, puedo decirte que me da muy mala espina... –comentó en un tono severo, indicando que lo que fuera que estaban a punto de ver sería trascendental para comprender muchos de los sucesos en aquel lugar.
En cuanto traspasaron la tela que cubría aquella estancia, los ojos de todos se abrieron con pasmo al comprobar que en medio de aquel lugar había una camilla, y que a su alrededor había frascos de todos los tamaños imaginables, todos llenos en su interior de... Órganos humanos. En ese instante, los ojos de la joven de pelo escarlata se posaron en unas bolsas que permanecían colgadas, como si de un muestrario de ropa se tratara.
–Leon –llamó a su compañero, quien se acercó con ella a las bolsas, descubriendo la tela que las aislaba por completo de sus ojos, quedando a la vista que estaban de hecho, repletas de cuerpos de mujeres jóvenes–. Las chicas desaparecidas –sentenció en una voz severa–. Ahora ya sabemos qué les ocurrió –concluyó antes de volverse hacia Manuela, quien se dejó caer al suelo, profiriendo gruñidos debido a la magnitud del dolor.
–¡Manuela! –exclamó el de ojos grises, apresurándose en correr hasta ella, arrodillándose junto a ella y colocando su brazo izquierdo alrededor de sus hombros. La pelirroja por su parte también corrió hacia la joven, arrodillándose frente a ella y acariciando su mejilla con suavidad.
–Sus órganos deben ser trasplantados con regularidad –se escuchó una voz grave, lo que provocó que Krauser, Kennedy y Redfield alzaran su vista, encontrándose allí a Javier Hidalgo.
–¿¡De qué estás hablando!? –inquirió Krauser, apuntándolo con su revolver.
–Ya que su compañera parece entender tan bien los virus creados por la Corporación Umbrella... ¿Por qué no dejamos que ella lo explique? –indicó Javier, lo que hizo que los ojos de Cora se entrecerrasen en un gesto peligroso–. Oh, sí, el hombre que me entregó el virus Verónica me habló de usted... Fascinante, realmente fascinante.
–Trasplanta sus órganos porque es lo único que impide que el virus se extienda por su cuerpo. Lo único que evita que se produzca el cambio... Y lo único que calma su dolor –sentenció Cora en un tono frío, sus ojos fijos en el hombre que decía ser el padre de aquella muchacha tan bondadosa–. Usted no me conoce. No presuma que sabe algo sobre mi –añadió con veneno en sus palabras, sujetando a Manuela en sus brazos, pues Leon se acababa de incorporar, apuntando a Javier también con su arma.
–Así es X-E03, lo ha adivinado –afirmó Javier, provocando que la mandíbula de la pelirroja se tensase al escuchar aquel nombre en clave que le habían otorgado años atrás, también provocando que el cuerpo del agente de ojos grises se tensase al escucharlo, pues no estaba cómodo con la forma en la que hablaba a su compañera–. Pero solo será necesario durante los primeros 15 años.
–Cree que puede controlarlo, pero los virus no funcionan así. Yo lo sé mejor que nadie –sentenció Redfield en un tono gélido–. La ilusión de control es pasajera. Por muchas medidas de seguridad que se impongan, por muchas precauciones que se tomen a la hora de utilizar el virus, éste siempre encontrará la forma de liberarse... –comentó, adquiriendo su voz un tono que casi parecía melancólico de no ser por la falta de emociones.
–Puede que sea verdad... Pero fíjese en usted –dijo Javier, desafiando toda razón–. Es perfecta. Un experimento perfecto... ¿Quién podría equivocarse al querer usar su ejemplo para salvar a un ser querido?
–¿"Perfecto", dice? –se mofó Cora–. No me haga reír –puso los ojos en blanco por unos instantes: ¿era tan iluso?–. Dígame pues, Javier, ¿habría preferido que su propia hija dejara de sentir emociones para siempre? ¿Convertirla en un monstruo que únicamente podría seguir ordenes? –le espetó–. ¿Es eso lo que quería para ella? –lo cuestionó, de pronto el rostro de Javier palideciendo ante sus preguntas.
–No, yo solo...
–Si me hubieses dejado morir... –intercedió Manuela en un tono suave pero aún teñido por el dolor, Cora desviando su mirada hacia ella, acariciando su mejilla con suavidad–. Nada de esto habría pasado.
–No... No podía dejarte morir –negó Javier, mientras llevaba una de sus manos a su frente en un gesto de agotamiento–. En la naturaleza, los depredadores que se alimentan de otros, ¡crecen fuertes y sobreviven!
–¡Viejo loco egoísta! –exclamó Leon, claramente molesto por sus palabras y acciones para con Manuela y Cora, habiendo prestado especial atención a lo que su compañera había dicho.
–Como me habéis devuelto a mi hija... Haré que vuestra muerte tenga un sentido –continuó hablando sin tan siquiera hacer caso a las palabras del joven de cabello rubio-castaño–. Pero no a ti –dijo, señalando a la mujer de orbes escarlata–. Tengo muchas ideas en mente para experimentar contigo...
–¡Ni lo sueñes! ¡No volverás a experimentar con ella! –le gritó en un tono claramente molesto a Javier–. ¡Y no creas que dejaré que experimentes conmigo, maldito chiflado! –exclamó la pelirroja, tomando a Manuela en brazos al observar que en el techo aparecía el mismo enemigo al cual se habían enfrentado en la iglesia, quien no la había atacado–. ¡Leon, Krauser! –apeló a ellos–. ¿Podréis encargaros de esa cosa?
–¡Claro! –replicó el rubio–. ¿Por quién nos tomas, preciosa? –le sonrió antes de comenzar a disparar contra el B.O.W.
–¡No te preocupes por nosotros, Cora, tú quédate con Manuela! –le indicó Leon con un tono confiado pero suave al mismo tiempo, preocupado por ambas y decidido a impedir que Javier les hiciese daño.
Cora se alejó del combate con Manuela aún en brazos, quien seguía padeciendo fuertes dolores. Se refugió en un lugar en el que solo podrían atacarlas de frente, pues decidió ocultarse en una caja que encontró abierta, sacando una granada por si las moscas. El combate con el B.O.W comenzó para los dos hombres, quienes se percataron de la gran dificultad que aquello suponía, pues era clara la diferencia de fuerza entre ellos, y anteriormente habían contado con la ayuda de Cora y sus habilidades potenciadas, pero no en aquella ocasión. Leon a duras penas logró esquivar un ataque procedente de la criatura, pero tras observar cómo la de ojos carmesí se desenvolvía en el campo de batalla con aquel enemigo, logró adaptar alguna de sus técnicas de evasión, lo que le permitió esquivar con mayor habilidad los siguientes ataques que éste le lanzó. Al comprobar que no tenía sentido el esquivar sus ataques, sino que debían buscar la manera de provocarle daño, Krauser y Kennedy subieron a una pila de cajas para lograr así colocarse al mismo nivel de altura que la criatura, comenzando a disparar sus armas. Lograron hacerle una gran cantidad de daño gracias en parte al lanza-granadas que el de cabello rubio-castaño había encontrado cerca de la aldea. Leon saltó sobre el B.OW, disparando con el lanza-granadas a quemarropa, siendo arrojado al suelo por el propio monstruo. Estuvo a punto de ser atacado por éste, cuando una voz se escuchó en el lugar: Manuela había comenzado a cantar, lo que distrajo al monstruo con efectividad inmediata. Cora, quien había logrado memorizar la letra de la canción tras habérsela escuchado a la castaña, segura de que, como en la vez anterior el B.O.W no la atacaría, decidió arriesgarse y ayudar a Manuela a cantar, quien aún estaba dolorida. En cuanto terminaron, la muchacha de nuevo fue presa del dolor, sujetándola la pelirroja en brazos, arrodillándose con ella en el suelo, observando cómo el monstruo se les acercaba.
–¡Krauser, vamos! –exclamó Leon, su corazón latiendo desenfrenado al contemplar la posibilidad de que podrían perderlas a ambas en aquel momento, corriendo hacia ellas y colocándose de escudo frente al monstruo, comenzando a disparar de nuevo. Por su parte, Krauser apoyó a su compañero lanzando varias granadas, en un momento dado interviniendo la pelirroja tras esconder a Manuela en un lugar seguro, propinándole varios golpes en las extremidades, lo que lo hizo caer al suelo.
–¡Ahora, rápido! ¡Antes de que vuelva a levantarse! –les indicó Cora, corriendo hacia la muchacha de cabello castaño y ojos azules, sujetándola de nuevo en sus brazos, observando el devenir de la pelea. Krauser y Leon dispararon todo lo que tenían a mano, logrando al fin derrotar al B.O.W.
–¿¡Ya está...!? –exclamó Kennedy, agotado por el esfuerzo, volviéndose hacia la pelirroja, quien lo miró de forma decidida.
–Te debo una –dijo ella en un tono suave, ayudando a Manuela a ponerse en pie.
–Javier no está –sentenció Krauser observando su entorno–. Tenemos que encontrarlo –indicó con un tono severo, instantes antes de que el B.O.W que aparentemente habían derrotado lanzase astillas contra él y su entorno, impactando una de ellas en su hombro izquierdo. El joven de ojos grises por su parte, protegió a las chicas con su propio cuerpo, observando cómo una de las astillas se clavaba en el hombro de soldado rubio.
–¡Krauser! –exclamó Leon, disparando de nueva cuenta su pistola, con la pelirroja escudando tras ella a la muchacha y disparando con su escopeta. Al fin el monstruo cayó derrotado–. ¿Estás bien? –le preguntó a su compañero.
–No es nada... –replicó Krauser entre dientes.
"Diga lo que diga, ambos sabemos que su carrera militar se ha acabado en este mismo instante. Esa astilla ha perforado los nervios del brazo izquierdo, lo que lo inutilizará en unas cuantas semanas o incluso días. Un soldado necesita ambos brazos en perfectas condiciones para continuar en servicio. De lo contrario, se lo considera no-apto y deberá renunciar a todo, retomando una vida civil... ¿Pero qué significa eso para un hombre cuya vida es la lucha? ¿Un hombre que no ha conocido más vida que la que hay en el campo de batalla? ¿Qué harás... Krauser?", pensó Cora mientras observaba a su compañero de misión, quien acababa de quitarse la astilla del hombro, lanzándola al suelo con desprecio. Su mirada pronto se desvió hacia Manuela, quien se acercaba al B.O.W, de cuya identidad la pelirroja había sospechado desde que la propia castaña dijo que al cantar aquella canción no la atacaría. El B.O.W alargó una de sus extremidades hacia Manuela, acariciando su mentón.
–¿Mamá...? –dijo Manuela, confirmando las suposiciones de la joven de cabello escarlata, quien se acercó a ellas, arrodillándose frente al B.O.W.
–No te preocupes: yo cuidaré de ella. No dejaré que nada malo le suceda –le aseguró en un tono suave–. Ya has hecho todo lo posible para velar por ella, incluso en este estado... Puedes descansar en paz –indicó, la pupila del B.O.W volviéndose humana por unos instantes, cerrando sus ojos y dejando escapar una lágrima, pereciendo y descansando al fin de un largo tormento.
–No quiero vivir a expensas de otros... –comentó Manuela tras contemplar cómo Cora dejaba que su madre descansase en paz, acercándose de nuevo a ella.
En las cámaras de seguridad del invernadero, Javier caminaba con calma, su mente enferma dispuesta a todo para salvar la vida de su querida hija. De pronto dejó escapar una risa maníaca, antes de comenzar a murmurar para si mismo.
–Debería haber hecho esto antes, Hilda –se dijo, su vista posándose en una estatua de mármol cerca de la entrada, la cual tenía forma de mujer y sujetaba a un bebé en una manta. Dejó caer su pistola antes de dirigirse hacia el centro del invernadero–. Estúpidos norteamericanos, pensáis que podéis derrotarme, ¿eh? –se dijo en un tono superior, sus pasos acercándolo más a la planta gigante–. Pero olvidáis que cuando se mira a lo más profundo del abismo, uno termina devorado por él –concluyó su monólogo personal, los pétalos de la planta abriéndose de par en par, inclinándose su núcleo y sus ramas hacia él.
Entretanto, Cora se encontraba ahora curando el brazo de Krauser con sus vastos conocimientos en medicina y la anatomía humana, concretamente centrándose en la musculatura, pues estaba segura que la batalla final aún estaba por llegar, y de ser así, necesitarían toda la ayuda posible. Por ello, debía mantener en funcionamiento el brazo izquierdo de Jack tanto tiempo como le fuera posible. Tras terminar de aplicar un ungüento de hierbas para el dolor, la mujer vendó el brazo, limpiando la sangre.
–Gracias, preciosa –mencionó Krauser en un tono agradecido–. No sé qué haríamos sin ti.
–La verdad, yo tampoco –intentó bromear ella, encontrándose con la mirada intensa del rubio en ella–. De nada, Jack –dijo con un tono suave, utilizando su nombre por vez primera, provocando una sonrisa en el aludido. Tras decir aquello, Cora decidió observar a Manuela para comprobar que se encontrase bien.
–Hemos perdido a Javier... –escuchó decir a su compañero de cabello rubio-castaño, desviando su mirada hacia él.
–Entonces necesitamos apoyo aéreo, ¿no crees? –dijo Cora, antes de encender su teléfono y alejarse un instante de ellos para poder conversar–. Hunnigan, ¿me recibes?
–Te recibo alto y claro, Cora –dijo la morena, apareciendo en pantalla–. ¿Qué ocurre? No he logrado contactar contigo hasta ahora...
–Sí, los secuaces de Javier deben de haber copado las líneas... –afirmó Cora–. Escúchame: ahora mismo no tengo tiempo de explicarte todo lo que ha sucedido –comenzó a decir, el rostro de Hunnigan pasando de severo a preocupado con sus siguientes palabras–, pero debes saber que la situación se ha vuelto crítica. Creemos que Javier piensa hacer uso del virus T-Verónica para realizar un último asalto, y necesitamos apoyo aéreo.
–Entendido –sentenció la morena con gafas oscuras–. Será mejor que me cuentes todo con pelos y señales cuando acabe la misión, ¿de acuerdo? Recuerda que tengo que hacer un informe...
–Lo sé –afirmó la pelirroja–. Cambio y corto –dijo antes de colgar la llamada, caminando hacia sus compañeros–. Solventado. Nos enviaran apoyo aéreo cuanto antes.
–Perfecto –concordó Leon con una sonrisa–. Vamos.
Comenzaron a caminar hacia las dos puertas por las que habían caminado anteriormente, pero no habían dado siquiera dos pasos cuando un gran temblor sacudió todo el lugar, desequilibrándolos a todos. Kennedy sujetó contra él a su compañera, mientras que Manuela era sujeta por Krauser, quien evitó que cayese al suelo. Tras lograr recuperar el equilibrio, un nuevo temblor sacudió el lugar, el polvo del almacén cayendo sobre ellos y obstaculizando su visión, aunque no demasiado para Cora, quien fue capaz de vislumbrar al monstruo con el que tendrían que pelear en aquella ocasión.
–¿¡Pe-pero qué...!? –exclamó Leon una vez pudo ver lo que parecía el tallo de una gran planta atravesando el techo–. ¿¡De dónde demonios ha salido esta cosa!? –inquirió antes de comenzar a abrir fuego junto a Jack y Cora, quienes apenas tardaron unos segundos en ayudarlo.
Continuaron disparando y disparando, esquivando las ráfagas de golpes que el enemigo les lanzaba con sus látigos hechos de cartílago. De igual manera, lograron esquivar las esporas venenosas que de vez en cuando lanzaba al aire. Cora logró atinar gracias a su puntería en varios lugares clave para abrir una brecha en su defensa, oportunidad que aprovechó Krauser sin pensárselo dos veces, disparando con una gran puntería, logrando derrotarlo.
–¿¡Lo hemos matado!? –inquirió Kennedy, acercándose a su compañera de cabello escarlata, quien negó con lentitud, indicando que ella no pensaba que aquello hubiera sido el final.
–Ha sido demasiado fácil... –comentó ella, el rostro de Manuela siendo la viva imagen del horror al contemplar cómo una parte del tallo, o lo que fuera que lo había atacado, se desprendía.
–¡Ah! ¿Qué es eso? –cuestionó la castaña, aferrándose a la espalda de su protectora de ojos carmesí.
–Necesitamos armas más potentes –sentenció Krauser.
–Un lanza-misiles no nos vendría nada mal, cierto –concordó Cora mientras recargaba, percatándose de la escasez de munición en su mochila: debían ser previsores y no gastar más de lo necesario–. Creo que será mejor que nos retiremos y descansemos antes de continuar –propuso.
–Estoy de acuerdo –afirmó el joven de pelo perfecto (un apodo que Cora había oído de Claire, cuando ésta se refería a Leon).
–¡Mirad! ¡Por allí! –señaló Manuela una abertura en la pared con el brazo izquierdo.
–Bien visto –la alabó Cora con una sonrisa–. Realmente estás aprendiendo deprisa.
–Bueno, tengo a quien imitar... –reconoció la muchacha en un tono afectuoso, comenzando a caminar hacia allí.
–¿Es un pasadizo secreto? –preguntó el agente de ojos grises mientras caminaban.
–Eso parece... –replicó su compañera de ojos rubí antes de suspirar y hacer crujir los huesos de sus dedos, los cuales se habían agarrotado tras tantas horas empuñando armas–. Por ahora es la única salida... –comentó tras atravesar el umbral de la puerta secreta.
–¡Démonos prisa! –sugirió Manuela, acercándose a ella, claramente deseando largarse de aquel horrible lugar.
–¿¡Qué demonios ocurre allí!? –cuestionó Krausr mientras vislumbraban un desvío a lo lejos.
De pronto, un estruendo invadió el pasadizo, cerrándose tras ellos el camino por el cual acababan de entrar, las rocas impidiendo su paso. De igual manera, una especie de tentáculo apareció atravesando las rocas, moviéndose en su dirección. Logrando esquivar con relativa habilidad todos los tentáculos que aparecían en su dirección a lo largo de todo el pasadizo, lograron llegar a una puerta doble, la cual atravesaron para llegar al exterior. En ese preciso momento, el monstruo que anteriormente los había atacado, y cuya extremidad o lo que aquello parecía, se había desprendido de su cuerpo, apareció allí, lo que los obligó a buscar refugio en los cajones metálicos del exterior.
–¿Eso también es un arma bio-orgánica? –inquirió Krauser a voz en grito.
–¡No! –exclamó Cora, esquivando uno de sus ataques, con Manuela de la mano–. ¡Creo que es inteligente! ¡No es un arma bio-orgánica normal! –comentó antes de empezar a disparar, siempre manteniendo cuidado de que Manuela no se colocase en la línea de fuego.
–¿¡Qué demonios es eso!? ¡Es inmenso! –exclamó Krauser mientras disparaba con su revolver y lanzaba granadas de mano.
–¡Contemplad! –dijo una voz ronca–. ¡El auténtico poder del virus!
–¡Javier! –exclamó Cora al reconocer al dueño de la voz–. ¡Se ha vuelto completamente loco!
–¡Padre! –exclamó Manuela al mismo tiempo que la pelirroja.
–¡Se ha fusionado con la planta...! –se sorprendió Leon mientras cubría a su compañera de misión con el lanza-granadas y el rifle de asalto.
–Ven a mi, Manuela –dijo Javier en un tono dulcificado–. ¡Déjame aliviar tu dolor!
Continuaron disparando, intentando por todos los medios a su alcance esquivar y contrarrestar los golpes que Javier les lanzaba. La munición iba agotándose poco a poco, a pesar de que estaban siendo cuidadosos puesto que parecía que la resistencia de aquella monstruosidad era algo nunca antes visto, incluso para la pelirroja, quien apenas podía creer lo difícil que estaba resultando la tarea de derrotarlo.
–¡Es inútil! ¡No lo lograremos! –exclamó Krauser mientras vaciaba otro cargador.
–¡No te rindas ahora! –le espetó Cora mientras lanzaba varias granadas incendiarias y cegadoras–. ¡No hemos sobrevivido hasta ahora para dejarnos matar así de fácil! –exclamó, antes de observar cómo Manuela caía de rodillas al suelo–. ¡Manuela!
–Ahora lo entiendo... –la escuchó decir–. Siento este dolor porque aún... Aún soy humana –se dijo, su tono adolorido–. Pero si ya no lo sintiera más... ¡Eso significaría...! –comenzó a decir, alzándose del suelo mientras la pelirroja disparaba para protegerla–. No... ¡Quiero morir como una humana! –exclamó, comenzando a correr hacia el monstruo que anteriormente fuera su padre.
–¡Leon! –lo llamó la pelirroja, el joven encontrándose más cerca de la muchacha castaña que ella–. ¡Dentenla! –exclamó, disparando al monstruo.
–¡Manuela! ¡No! –gritó el joven de pelo rubio-castaño, corriendo tras ella, logrando apartarla del camino de una de las extremidades del monstruo, rodando con ella por el suelo, quedando sobre ella. La muchacha abrió sus ojos azules con sorpresa.
–Leon...
–¡Cuidado! –se escuchó gritar a la pelirroja, quien en un abrir y cerrar de ojos se encontraba a su lado, protegiendo a Leon al observar cómo Manuela se alzaba del suelo con su brazo derecho levantado, el cual se imbuyó en llamas, actuando de barrera para ayudarlos.
–Gracias, Cora –le agradeció el joven de ojos grises, sonriendo a su compañera, al mismo tiempo sorprendido por las acciones de la muchacha.
La pelirroja, tras observar cómo el fuego de Manuela rechazaba al monstruo, le propinó un severo golpe que lo hizo retroceder–. ¿Manuela, estás...? –le preguntó, sus ojos escarlata observándola de reojo.
–Sigo aquí, Cora –le dijo la castaña en un tono suave y cariñoso.
La lucha se reanudó en ese instante, con Cora decidiendo hacer uso de sus habilidades con el Virus-T a pesar de saber perfectamente las consecuencias que aquello podría acarrearle. Logró acercarse lo suficiente al monstruo como para subir por una de sus extremidades hasta la cabeza, donde hizo impactar varios tiros de escopeta, antes de regresar junto a Manuela. La joven de ojos rubí le dirigió una rápida mirada que la castaña rápidamente captó, utilizando la sangre de su brazo como proyectil, ya que ésta al contacto con el aire hacía combustión, logrando acertar en la criatura. Tras observar que Manuela se agotaba tras realizar aquella acción, Cora se concentró en protegerla, disparando ocasionalmente al enemigo, mientras que Kennedy y Krauser se ocupaban de la mayor parte, disparando la munición restante contra él, logrando romper todas sus articulaciones y al final, tras pasar por varias formas, el cuerpo todavía en cierta forma humano de Javier Hidalgo apareció. Éste fue rápidamente consumido por el virus Verónica, lo que no dejó más remedio a los agentes que acabar con él. Tras varios minutos de intensa lucha, lograron darle el golpe de gracia, acabando con él. En cuanto cayó al suelo fulminado, lo que antaño hubiera sido el padre de la muchacha comenzó a incendiarse.
–Se acabó... –mencionó Cora, cuya piel gris y ojos dorados retomaron su apariencia original, observando cómo un helicóptero sobrevolaba sus cabezas, aterrizando a pocos metros. Sintió su cuerpo pesado, de pronto notando cómo su brazo era colocado alrededor de un cuello, mientras que otro brazo rodeaba su cintura–. Leon... –musitó al posar sus ojos en los grises de él.
–Tienes razón –le dijo con una sonrisa, comenzando a caminar con ella hacia el helicóptero, con Manuela a la izquierda de la joven pelirroja–: se ha acabado –concluyó, subiendo el helicóptero con ella, Krauser y la muchacha de cabello castaño. Tras acomodarse en un asiento, Jack contempló cómo Cora y Manuela se sentaban en el suelo del helicóptero, con la pelirroja cerca de la puerta, apoyada en la pared, y la segunda cerca de ella, sus ojos posados en su rostro. Kennedy se quedó cerca de ellas.
–Debería haber muerto... –mencionó Manuela–. Con mi padre...
–No –dijo Cora, posando una mano en su hombro izquierdo, mirando su rostro–. Nadie debería haber muerto.
–Además –intercedió Kennedy, su pelo de color rubio-castaño cayendo sobre su rostro al inclinarse hacia ella–, tú tienes la obligación de vivir. Por las chicas que viven dentro de ti.
Manuela miró a los dos agentes con una mirada llena de cariño y agradecimiento antes de asentir ante sus palabras.
Tiempo después, apenas llegaron a los Estados Unidos, Manuela fue puesta bajo su custodia, aunque al recibir el informe de Kennedy y Redfield, se aseguraron de tratarla con amabilidad y respeto, cosa que no habían hecho por la pelirroja, quien agradecía que la situación de Manuela fuera distinta a la suya. Aunque se la sometía a estricta vigilancia, la joven recibía visitas frecuentes de Cora, quien le enseñaba a tocar instrumentos ya que ahora quedaba libre de su propia prisión. Tras dos semanas del incidente, los dos agentes habían recibido la triste noticia de que su compañero, Jack Krauser, había fallecido en un accidente de avión después de ser retirado del servicio dado que su brazo izquierdo jamás sanó. Aquel día en concreto, tras un mes y una semana de lo sucedido, no había habido ningún informe que indicase algún cambio en el cuerpo de la castaña, por lo que tranquilizó a Leon y a su compañera de ojos rubí. Ambos ahora estaban viviendo en el mismo apartamento, pues a petición del joven de ojos grises de no encerrarla en la celda de aislamiento, una condición había sido impuesta: debía vivir con él para que de esa manera fuera más fácil controlarla si algo fuese mal o si Umbrella intentase hacerse con el control de su mente, algo que preocupaba a los altos dignatarios del gobierno. Aunque la medida no satisfizo en inicio a Cora, ésta pronto comenzó a apreciar la diferencia de no estar encerrada, llegando incluso a acostumbrarse a vivir con el joven. Cora se preguntaba una y otra vez cómo era posible que Manuela no hubiera perdido la consciencia... No le encontraba explicación, aunque decidió que era mejor pensar que había sido su fuerte voluntad y sus ganas de vivir las cuales la habían mantenido humana. En ese instante, fue sacada de su trance por el joven de cabello rubio-castaño, quien le indicaba que tenían otra misión, por lo que suspiró, se vistió con su traje negro, tomó sus armas y salió de la casa en su compañía. El virus que Umbrella había desarrollado, así como sus diferentes cepas continuarían evolucionando y fortaleciéndose... Pero ellos jamás dejarían de luchar.
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