[1] †Sin Suerte†
Illinois, Estados Unidos. Pueblo Elea.
MAYNEMI:
Todo había empezado once años y dos meses después.
Fue en ese lugar donde lo había conocido, situado en Illinois, en un pequeño pueblo llamado Elea. No había una gran cantidad de casas; solo había, quizás, unas nueve de cada lado. Era una calle ciega, es decir, sin salida de un lado. Aunque no tenía claro a donde llevaba ese bosque. Las partes traseras de las casas no tenían privacidad, todas estaban juntas y pegaban fondos con fondos, y lo que había allí era solo pasto y la profundidad y oscuridad de un bosque después de unos cinco metros de pasto limpio.
Había que caminar unos diez minutos para poder salir del pequeño pueblo y llegar al siguiente, donde estaba la escuela y la universidad, como también el trabajo de mis padres. O sea, era aproximadamente un kilómetro.
El pueblo era un lugar tranquilo y pequeño, y todos se conocían entre todos, pero por más que yo lo anhelaba, no podía conocerlo.
Su casa quedaba a una sola de la mía, y era angosta; pero era lo suficientemente larga como para que desde mi ventana pudiera ver hasta la de su habitación. Siempre usaba un pequeño telescopio que había pedido en mi séptimo cumpleaños para tener mejor visión, aunque sin él podía observarlo bien. Lo había hecho tantísimas veces que incluso sabía cuántas veces respiraba en un minuto, cuando iba al baño, cuando estaba durmiendo y cuando salía de su casa, que era precisa y únicamente que para ir al instituto.
Mi obsesión por él había empezado desde mis seis años cuando estábamos iniciando en la escuela, solo tenía que caminar medio kilómetro hasta llegar a la parada de autobús y así no solo verlo, sino también irnos juntos. Mi madre siempre me acompañaba hasta dicha parada. Y, a pesar de que mi padre tenía un auto, siempre encontraba buenos argumentos para querer irme sola con apenas seis años. Por supuesto, caminar hasta la parada no era nada, me subía al autobús escolar y llegaba directamente a la escuela sin ningún problema ni ningún peligro.
Esperaba durante minutos junto a la ventana de la sala de mi casa, su salida, para así poder irme detrás de él y observarlo durante todo el viaje en autobús; pero siempre caminaba unos dos o quizás tres metros de distancia para no hacerle creer que solo quería estar cerca de él. Así me mantuve hasta el octavo grado de la escuela.
Cada día me iba con él, mes y año.
Desde que habíamos empezado la escuela me sentaba detrás de él en las butacas del autobús. Pero, cuando iniciaron las clases en el instituto, él había empezado a irse caminando, y aun así, lo imité. Siempre hacía todo lo posible e imposible para tenerlo lo más cerca posible, y el fin de semana era mejor, gozaba mientras lo miraba a través del telescopio manual por mi ventana.
Si no fuera por esa casa de en medio…
Desde los seis hasta los catorce años, habíamos asistido a la misma escuela, pero, nunca habíamos tocado juntos. Tampoco en los dos primeros años que estuvimos en el instituto, y en el tercero mucho que menos ya que era el último año. Ni siquiera la materia ficticia de abrir los casilleros nos había tocado juntos. Él no estaba en ningún equipo de deporte, nadie lo conocía, no tenía amigos, no tenía conocidos, no sonreía, no se sabía de él. Era tan reservado que nunca hacía bulto entre las personas.
Mi ilusión de graduarme con él se había desvanecido totalmente cuando leí el papel de matrícula el primer día del último año escolar de clases: que claramente tampoco había tocado con él. Pero eso tampoco me había quitado las esperanzas de seguir junto a él.
Mis inseguridades y miedos me llevaron a tratar de hablarle. No, a tratar de hablarle no, lo había hecho. Pero fue en vano. Pensé que ya no tenía por qué reprimirme, pero soltar aquel Hola fue estúpido, ya que ni siquiera había recibido su mirada. Había sido reciente, empezando el primer día de clases del último año. Fue un fracaso y una humillación horrible.
Eso tampoco me había quitado las esperanzas durante los siguientes dos meses.
Todo iba y seguía así, hasta que había llegado un punto en el que no podía ni soportaba más. Me había cansado. Y esa había sido mi primera promesa: nunca cansarme de él.
Pero no podía más.
Me cansé porque, aunque nuestros padres fuesen tan buenos vecinos y amigos, él nunca salía, nunca me hablaba, nunca volteaba a mirarme tan siquiera un solo segundo. Nunca en mi vida había escuchado su voz. Era como si yo no fuera de su mismo mundo. Quizás era un Shinigami de la Death Note y él aún no había tocado mi libro y por eso era transparente para su vista.
Ya estábamos a dos meses del último año escolar; es decir, llevaba casi once años y dos meses detrás de alguien antisocial que nunca me miraba; y al parecer, tampoco sabía de mi existencia. Media parte de toda mi vida, ¿Cómo podía ser posible?
Era la única que le dedicaba atención, incluso por eso había llegado a tener bajones de autoestima, en los que pensaba que no era lo suficientemente bonita como para gustarle o llamar su atención; que a pesar de que tenía un gran trasero, eso tampoco parecía importarle ni un poco. Tan tonta era que daba lo mejor de mí para tener las mejores notas y llegar hasta su grado, porque siempre tocaba en el primer salón, y suponía que era porque tenía buenas calificaciones. Pero no logré nada.
Yo nunca pude.
Me alejé de mi vida social-normal, a un punto que sólo había logrado tener una amiga. Todo por estar mirándolo a él. Todo se había acabado en un momento exacto. Todo…
A veces me preguntaba: ¿Por qué él?, no era un chico atlético, tampoco era el más guapo que podía existir. Pero aceptaba que, para mí, él no tenía ningún defecto. Estaba segura que eso era debido a los efectos de estar enamorada. No encontraba ninguno en su rostro.
Había muchas cosas en él que me intrigaban muchísimo, como que era tremendamente callado, que nunca sonreía y tampoco mantenía contacto visual con alguien; ni siquiera con su familia. Éramos vecinos y él nunca salía a jugar. Aunque yo tampoco lo hacía, y eso ya era porque me había acostumbrado a ser parte de él. Pero ya estaba adaptada a su vida, forma de vivir y de no convivir. A caminar mucho, a no hablar con nadie en particular y a no salir. Y por supuesto, a desear para la navidad un nuevo telescopio en vez de una patineta, o algún nuevo teléfono en mis cumpleaños y no algo productivo que me obligara a salir de casa. Todo por él.
Incluso, en algún momento, me creía capaz de dar mi vida para que él aunque sea me observara de reojo, pero nada. Perdí el tiempo con todo eso, ¿Y por qué era, porque no tenía los ojos azules ni verdes, porque no era rubia y no tenía el cabello largo, y porque no tenía estilo? Todavía era la única en el instituto que vestía de blanco y rosado, como si nunca pudiese terminar de encajar en la juventud que tenía. Diecisiete años y nunca había asistido a una fiesta. Diecisiete años y parecía ser la única que no tenía aspecto de una chica en plena pubertad.
Yo solo me dedicaba a él, y eso también era para nada, porque no sabía de sus gustos, solo me constaba que siempre vestía de vinotinto y beige. Y por alguna razón, usaba cinta adhesiva en cada uno de sus dedos, excepto en el pulgar, cubriendo el medio de ellos a una altura que le mostraba las uñas y los nudillos (así que no podía decir que andaba peleándose a golpes por ahí). También sabía que tenía un teléfono, incluso notaba cuando lo usaba. Evidentemente, al saber eso, no había dudado en revisar el teléfono de mis padres, pero solo tenían el número de los suyos.
Bendita suerte.
¿Por qué las cosas no podían ser diferentes por lo menos en media hora? No lo sabía, lo que sí sabía era que él nunca cambiaba, era el mismo de siempre incluso cuando su abuela había fallecido y su hermano se había marchado a otra ciudad: sin expresiones para mostrar, con su semblante pálido e inexpresivo y mirada perdida en el mismo infierno, de donde parecía venir.
Él causaba miedo, eso no era mentira, sobre todo por aquellos pómulos huesudos que portaba su cara al igual que su quijada además de sus ojeras como tatuajes, porque nunca se iban. Sus ojos contenían un color marrón oscuro, y me parecían tan brillantes como hipnotizantes. Yo los amaba. Y su cabello igual, que casualmente era del mismo color, y en exceso, con bastante a los costados y arriba y peinado hacia adelante de manera desordenada. Peinarse así lo hacía ver muy guapo y atractivo para mi gusto. Pero también muy extraño e inusual.
Si hablábamos de su aspecto, podía decir que, a pesar de que era excesivamente flaco y alto, tenía abdominales marcados, pero apenas podían notarse cuando levantaba algo pesado o hacía fuerza con sus manos. Creo que estaba bien para su postura y delgadez. Sus manos contenían venas gordas y en exceso, y suponía que era también por su delgadez y porque de vez en cuando se ejercitaba. Su tez blanca tenía una tonalidad bastante pálida, porque era en pocas ocasiones que tomaba sol. En resumen, él tenía un aspecto muy enfermo y demacrado.
Pero basta, mis tres preguntas conclusivas eran: ¿Quién era él exactamente? ¿Por qué parecía diferente? ¿Por qué de vez en cuando me parecía irreal?
La primera la supe pronto, y hubiese preferido jamás saberla.
La segunda también la supe, y hubiese deseado lo contrario porque iba a dañarme la vida.
Y la tercera igual, hubiese anhelado definitivamente no saber esa incluso si tenía que saber las otras, porque eso iba a provocar que no pudiera ni siquiera dormir por el día porque el terror no iba a permitírmelo, seguramente, jamás.
Entonces, ¿Por qué no devolver un favor?
Así como Leiden había dañado mi vida, yo me encargué de destruir la suya. Y peor.
—¡Me voy! —grité de repente cuando llegué a la cocina con mi bolso en manos.
—¡Enola, me asustaste! —se quejó mi madre, llevándose la mano al pecho, en la cual tenía una espátula de voltear panqueques—. En cualquier momento me voy a morir de los nervios por tu culpa.
—Mi padre los conoce a todos perfectamente. Si hacen un trato, estarás bien.
—¡Enola, respétame! —replicó con diversión, y mi padre no pudo evitar dejar escapar una carcajada mientras leía el diario.
—Bien, perdona.
Estaba decidida a empezar de nuevo con lo que quedaba de mi adolescencia. Adiós esperar a Leiden, adiós a las ganas de seguirlo, adiós a todo lo que tuviera que ver con él. El día había empezado nevando y tenía frío, un gran clima para empezar por mi cuenta, porque a ningún plan iba a llegar si seguía haciendo lo mismo de todos los días. Quería enfocarme más en mí y dejar de lado lo que iba a terminar siendo un fracaso confirmado teniendo a Leiden de esa manera. No hablaba, no me saludaba, no hacía nada. Eso quería decir que, por lo tanto, yo no le interesaba en lo absoluto. Pues el sentimiento debía ser mutuo.
—¿Y esa sonrisa? —la pregunta de mi padre resonó en el comedor.
—Porque es viernes —respondí con obviedad—, y porque se acercan las vacaciones. Bueno, ya me voy. Los quiero.
—Cuídate mucho.
—Lo haré. Los amo.
—Y nosotros a ti.
Sin duda alguna, eran los mejores. Y sí, todos los hijos agradecidos decían eso, pero esa vez era diferente. Sea o no agradecida, siempre eran los mejores padres y esposos en todos los sentidos que podían existir.
Eran de todo en las ocasiones necesarias para mí: profesores, consejeros, divertidos, juguetones, estrictos cuando hacía las cosas mal (que eso pasaba una vez a la cuaresma porque siempre me portaba bien, le daba las mejores notas y también era bastante educada).
El trato y la educación venían de generación en generación. Mis padres habían tenido una infancia idéntica a la mía, común y corriente, pero sus personalidades eran distintas a la mía. Mi madre era un poco odiosa, aunque eso no quitaba que fuera muy querida en la comunidad, mientras, mi padre tenía absolutamente todo de dulce, comprensivo y cariñoso.
Dejé un beso en las mejillas de ambos y tomé mi abrigo blanco en manos para salir.
Antes de posar un pie afuera de mi casa, la brisa fuerte de la nieve casi me estampó las nalgas contra el suelo. Di un suspiro y vestí mi cuerpo con mi abrigo porque el frío había entrado de inmediato por dentro de mi ropa y de mi piel, congelándome los huesos. Así de potente era el frío de Illinois a mediados de noviembre. Terminé por colocarme mis auriculares inalámbricos para no aburrirme durante del camino y finalmente salí.
Había intentado cerrar la puerta con cautela, pero el intento fue en vano, porque se trancó bruscamente. Y esperé con los ojos apretados el grito del otro lado, pero nunca llegó. Terminé de bajar los escalones de madera y emprendí mi camino por la acera en dirección al instituto. Y por supuesto, le eché una mirada rápida a la casa de Leiden. Y no lo esperaba, pero justo cuando había llegado a la acera, él también lo había hecho. Pues actué como si nada y seguí mi camino, decidida.
Empecé a cantar en un tono agradable la música que resonaba en mis oídos: Scars To Your Beautiful de Alessia Cara.
—She just wants to be beautiful. She goes unnoticed. She knows no limits. She craves attention. She praises an image. She prays to be sculpted by the sculptor.
Nada más al haber terminado esa parte, ya Leiden estaba caminando a mi lado. Tragué con dificultad y dejé de cantar, porque era la primera vez que estaba tan cerca de mí. Es decir, siempre estábamos a un metro, dos o tres, gracias a mí, pero ahora estábamos muy cerca gracias a él. Quizás sentía bastante vergüenza por estar cantando, sin embargo, me había escuchado cantar y mi voz no era tan fea a diferencia de otras que había escuchado antes.
Sentarme detrás de Leiden en las butacas, me hacía sudar un poco, pero esa vez fue distinto. Lo tenía más cerca de lo normal, y se me hacía difícil respirar con normalidad. Era como si a mi respiración se le hubiera olvidado cómo seguir su coro. Las manos me sudaban sin importar la estación y mi corazón se aceleraba de nervios. Sentía mi cuerpo tan pequeño como el de una hormiga, sintiéndome como una niña. Sabía que había decidido definitivamente dejarlo en paz, pero, ahora que lo veía, la cosa cambiaba. El sentimiento volvía a ser el mismo de nuevo, incitándome a no cumplir lo que había pensado hacer.
Volví a tragar grueso cuando los pasos de Leiden se adelantaron y empezó a caminar delante de mí. Por un momento había pensado que me hablaría, pero era normal, porque todos los días pensaba lo mismo.
—There's a hope that's waiting for you in the dark. You should know you're beautiful just the way you are. And you don't have to change a thing, the world could change its heart. No scars to your beautiful. We're stars and we're beautiful.
Como una niña pequeña, empecé a pisar sus mismos pasos dando zancadas largas, es decir, aquellos que dejaban agujeros en la nieve, así que caminé por el mismo lugar sin equivocarme, pero también, mirándole la parte trasera de vez en cuando.
Leiden tenía una mala costumbre: siempre se rasgaba el oído izquierdo. Lo veía hacerlo no a cada momento, pero sí todos los días. Aún no sabía por qué lo hacía.
—She has dreams to be an envy. So she's starving. You know, cover girls eat nothing. She says: beauty is pain and there's beauty in everything. What's a little bit of hunger? I can go a little while longer. She fades away. ¡She don't see her perfect. She don't understand she's worth it. Or that beauty goes deeper than the surface, oh, oh, oh, oh! So to all the girls' that's hurting, let me be your mirror. Help you see a little bit clearer. ¡The light that shines within!
Me mantuve cantando varias músicas hasta que el centro empezó a aparecer a mi vista. Ya habíamos llegado al pueblo Russell, el pueblo más cercano al pueblo Elea. El pueblo Russell era más grande que el mío, un pueblo muy tranquilo, con tiendas pequeñas y todo de colores fúnebres. El pueblo de los amables. En las esquinas siempre había grupos de chicos hablando entre ellos y riendo, es decir, no era un pueblo de problemas, y aunque muchos fumaran cigarrillos y pipas, no se veían cosas más que esas. Nadie buscaba problemas, nadie peleaba, nadie discutía. Era una tradición del pueblo la paz y la tranquilidad, y todos, sin excepción, respetaban eso.
Había variedades de cosas a pesar de que el pueblo no era tan grande. En ello, una biblioteca pública pequeña, pero bastante amplia para caber varias personas. Tiendas de ropa, zapatos, libros, discos, videojuegos y muchas cosas más. Había sólo una empresa en ese pueblo, pero no era muy grande, había entrado dos veces porque ahí trabajaban mis padres. Era lo mínimo que había hecho porque en mi horario solo estaba escrito el instituto.
Y el instituto tampoco era grande, tenía dos pisos y solo lo necesario, como los salones, la biblioteca, baños y la dirección. Una pequeña cancha, la cafetería y el patio, pero todo era en miniatura, no era tan grande como los demás institutos que había visto por internet que contenía Estados Unidos. Los alumnos eran pocos, pero amables unos con otros, al igual que los profesores. Pero, siempre existía uno al que no le gustaba hablar con nadie, «nótese el sarcasmo».
La llegada al instituto se me había hecho eterna con los pies hundiéndoseme en la nieve. Pero había llegado temprano. Todo el instituto era de color terracota debido a que estaba hecho de ladrillos, y solo la cafetería, que quedaba en la parte trasera frente a la cancha, era de panorámica.
Cada quien había tomado su pasillo para ir a su salón de clases.
La clase había estado como todos los días: hastiada. Y yo, distraída pensando en Leiden y copiando ejercicios de física que eran tan fáciles para mí como era para un deportista cambiarse de sudadera. Solo en eso era buena: en física.
Veía a Bray a una corta distancia de mí, también anotando los ejercicios de física que el tutor de esa área copiaba en el pizarrón. Era la única amiga que tenía, y no diría que básicamente era mi mejor amiga, porque no le contaba todas mis cosas, era poco lo que le decía, como casi todo excepto lo de Leiden, que era lo único importante que tenía para contar. Había leído historias y sabía en qué se basaba eso, entonces ya dejaría de mirarlo únicamente que yo y lo haríamos las dos, y no era algo que yo quería.
Bray vivía en el pueblo Russell, por lo que no pasábamos mucho tiempo juntas, todo el rato era mientras estábamos en el instituto, y si no quedábamos para vernos en mi casa era porque vivía sumergida en el mundo de Leiden, tampoco lo hacíamos en la suya, porque ya me había acostumbrado a estar en casa. Además, no me había salido alguna oportunidad especial para salir.
Bray era esa chica, la que tenía buenas calificaciones, buen corazón, la que no tenía amigos, la que tenía una vida como yo: aburridísima. Teníamos casi de todo en común, porque vestía como yo, pero sus colores eran el marrón y el verde oscuro, lo que la hacía un poco como todas las demás. O sea, por el vestuario. Yo seguía con mi blanco y rosado.
La mayoría de las chicas del instituto tendían a vestirse sexys y con las mejores ropas y prendas, pero no por ello eran criticadas, ya que lo hacían de una manera decente. Sexy, pero decente. Y estaba claro, para Bray y para mí, todas eran sexys excepto nosotras.
Después de que todas las clases terminaran, me dirigí a la cafetería con Bray; petición de ella para tomarnos un batido. Y para quedar perpleja, Leiden estaba allí leyendo un libro, pero lo tenía en manos y no sobre la pequeña mesa en la que estaba. Era el único que estaba solo en una mesa. Su cabello marrón oscuro estaba todo desastroso como siempre y caído sobre su frente y sus siniestras orejas, pero no se las cubría. Su semblante pálido y sin ninguna expresión. Sus delgados dedos cubiertos por cinta adhesiva golpeaban suave y rápidamente la tapa trasera y dura del libro, como si estuviese inquieto.
Me había echado un poco hacia un lado para leer el título del libro: Sherlock Holmes. Era una buena elección, mi padre me había puesto de segundo nombre el nombre de su hermana: Enola. Nunca me había interesado en leer ese largo y aburrido libro, tenía más párrafos que diálogos.
Bray me había llevado del brazo y nos habíamos sentado en la mesa de al lado, y aún más nerviosa me sentía, pero intenté mucho sobrellevarlo porque ya estaba acostumbrada a ver a Leiden todos los días. Ella terminó sentándose frente a mí y dándole la espalda a Leiden, por lo que tenía más suerte de poder mirarlo mientras leía.
—¡Entonces creo que entraré en un convento! —comentó con ansias mientras mordía la punta de su pajita gris. Ella era así, muy hiperactiva, pero gritaba para nosotras y no para todos.
—¿Estás segura? —me rasqué el puente de la nariz—. Digo, hay buenas carreras, como derecho, filosofía, artes plásticas.
—¿Qué estudiaras tú?
—¿Enola? —pronunció Eli, llegando a la mesa.
Arrugué las cejas y me coloqué de pie.
Eli, que se pronunciaba »Ilae», era un compañero de clases que solía saludarme muy a menudo, pero nunca nos deteníamos a hablar y a crear un tema de conversación. Lo reconocía porque tenía cierto parecido con Leiden: no tenía amigos, no lo escuchaba saludar a nadie, siempre se sentaba en la parte de atrás del salón y su aspecto era igual de enfermizo: delgado, alto, con ojeras y de piel pálida. Y como si fuera coincidencia, también tenía los ojos y el cabello marrones oscuros. Tenía notas bajas, pero al igual que yo, se destacaba mucho en algo: mientras yo era buena con la física, él era bueno con la biología. Tenía un gran conocimiento del cuerpo humano, tanto en el exterior como en el interior.
Y el último detalle era ese: también siempre solía rascarse el oído izquierdo.
Era extraño. Y también sospechoso.
—¿Sabes que no falta nada para el baile de navidad, verdad? —mencionó. Su voz era aterciopelada, baja, y hablaba como si estuviera aburrido y desinteresado.
—Sí —asentí, todavía confundida.
—Y quería saber si ya te habían invitado.
Nunca me habían invitado a ese baile navideño tan ridículo.
—¿Ah? —musité.
Por el rabillo del ojo podía ver a Bray con una sonrisa y asintiendo con la cabeza consecutivamente para que le dijera que sí. Pero no estaba segura.
—¿Quieres ir conmigo? —preguntó en un tono bajo.
—Eh… ¿Contigo?
—Sí, ya sabes que es aquí en el instituto el primero, y pues, estaba esperando para decírtelo.
¿Eli Turner, esperando para pedirme ir al baile con él? ¿Pero qué estaba pasando?
—Es que yo…
—Sí, Enola, sé que nunca has ido a esos bailes. Pero quiero que vengas conmigo.
¿Y cómo él sabía eso? No lo sabía, pero estaba empezando a considerarlo.
Si quería alejar mi obsesión por Leiden, debía conocer a otro chico para poder sacarlo de mi mente, aunque eso me sonara a usar a Eli, que no era lo que quería, pero, ¿Y si en algún futuro llegaba a enamorarme de él? No era que me creara cosas imaginarias en la cabeza, pero, ¿Por algo me estaba invitando, no? ¿Era una señal del día?
Quería, de verdad quería olvidar a Leiden, pero aparte de que no podía hacerlo, tampoco quería. En resumen, quería seguir indagando en su vida secreta, quería conocerlo, que aunque era difícil, no era imposible. Y quizás me parecía imposible, pero quería seguir así, obsesionada a escondidas de mi vecino delgado que siempre cubría sus dedos con adhesivo y se rascaba el oído izquierdo.
Leiden, fuera feo o no: me gustaba, me hablara o no: me gustaba, me mirara o no: me gustaba, me ignorara o no: me encantaba. Como era imposible hablar con él y tener su atención, me encantaba, solo por esa razón.
Había escuchado a mis padres decir que siempre era el hombre quien buscaba a la mujer, pero me había pasado diferente. Era yo quien llevaba casi doce años detrás de Leiden, esperando también algo a cambio a pesar de que tenía claro que quizás nunca lo tendría.
—De acuerdo, está bien, pero primero tendría que pedirle permiso a mis padres —le respondí a Eli, tratando de convencerme a mí misma.
—Entonces anota mi número y me avisas dónde quedamos para pasarte buscando si te dan permiso.
—De acuerdo.
Le dictaminé el número y me envió un mensaje para guardar el suyo.
—Ya está.
—Bien. Entonces te veo luego, Enola —me tocó débilmente la nariz con su dedo índice y se alejó hacia la salida de la cafetería.
En ese momento, me quedé mirándolo, y me sorprendió un poco notar que no se iba solo. Un chico estaba esperándolo.
Un chico que estaba rascándose con molestia el oído izquierdo.
Me quedé un momento ahí, de pie. Fruncí el ceño y seguí observando hacia la salida de la cafetería. El chico que estaba esperando a Eli, también lo conocía, era Myself Michaelson, otro compañero de clases. Otro chico más extraño: delgado, alto, pálido, ojeroso y de cabello enmarañado color marrón oscuro, pero a diferencia de Leiden y Eli, tenía los ojos verdes, un verde oscuro que era feo como la aceituna, pero, era más guapo y atractivo que Leiden y Eli.
Qué extraño. No sabía si estaba traumada con Leiden o en serio casi todos los chicos me parecían iguales.
Volví a sentarme de nuevo, y mi vista corrió hacia Leiden, quien estaba muy concentrado en su libro.
—¡¿Qué fue eso?! —inquirió Bray en un susurro, entusiasmada, atando su cabello negro en un moño que casi se explota debido a que era rizado.
—Eli Turner me invitó al baile —le conté—. Es la primera vez que alguien me invita a un baile.
—¡¿De verdad irás?! —masculló, apretando sus puños con ansiedad.
—Sí, es probable que mis padres me den permiso porque nunca salgo de casa.
—Ojala pudiera ir yo también.
—Y eso es lo extraño, que ninguno se dé cuenta que eres hermosa.
—Creo que no solo eso cuenta.
—Lo sé, pero ya lo hablamos.
Observé por el rabillo del ojo que Leiden se había levantado de su puesto para dirigirse a la salida de la cafetería.
—Bueno, seguíamos hablando sobre las carreras universita…
—Me voy —repliqué—. Bray, nos vemos mañana.
—¿Te vas ahora? —arrugó las cejas.
—Sí, ya sabes, el autobús me dejará.
No la dejé decir algo más cuando ya había salido de la cafetería con mi bolso en manos. Busqué con mi vista a Leiden, quien ya iba saliendo del instituto, así que lo seguí como todos los días para volver a casa.
Era increíble que caminara tantos metros y no volteara a mirarme. Era tan antiparabólico y tan mísero…
¿Hablaba con sus padres? ¿Era extrovertido con ellos? Quizás sabía las respuestas, porque jamás lo había visto hablar con ellos.
Cuando era mi cumpleaños, les pedía a mis padres que invitaran a los de Leiden, esperando a que él pudiera asistir, pero nunca lo hacía. Once años esperando su llegada y nunca lo había hecho. Nunca fue.
Durante todo el camino, mantenía mis manos al aire. Amaba la nieve, me encantaba cuando el frío entraba por mi cuerpo y me tocaba los huesos; esa pequeña sensación por alguna razón era placentera para mí, me daba dolor y a la vez placer.
Cuando el frío me tocaba el semblante, se me ruborizaban las mejillas más de lo que las tenías, y normalmente los labios no se me agrietaban. Creo que era cosa de cuando estabas acostumbrado al frío, así que cada vez que nevaba, lo aprovechaba al limite. A veces sentía que se me era difícil moverme cuando ya no aguantaba más, y era esa la parte que más me gustaba. Nada que no pueda sobrellevar.
Antes de entrar a mi casa, observé hasta que Leiden entrara a la suya, y no tardó en hacerlo, así que luego entré yo a la mía.
—¡Ya llegué! —avisé y guindé mi abrigo en una percha tendida a la pared que había en la entrada.
—¡Ven, estamos almorzando! —gritó mi padre desde el otro lado.
Mi casa no era grande ni mediana, era una casa pequeña y tierna con únicamente lo primordial para vivir cómodos. Estaba pintada por dentro y por fuera de color beige, como todas las demás casas del pueblo. Y tenía el suelo de madera, al igual que algunas paredes. Al entrar, lo primero que veías, era una pared, hacia la izquierda no había nada y hacia la derecha estaba el pasillo de entrada a la sala, o bien dicho, a la mini-sala. Tenía dos habitaciones con baños, un baño de visitas, una pequeña pero cómoda cocina, donde también estaba el comedor y, al lado de la misma, un pequeño cuarto de lavandería. No éramos muchos en la familia, solo tres porque era hija única, así que no se hacía tanto bulto.
Caminé hasta la cocina con una sonrisa más grande que la de un payaso y me senté junto a mis padres.
—¿A qué se debe tanta sonrisa? —me preguntó mi madre, con una ceja arqueada. Esos eran sus rasgos, odiosos pero fáciles de llevar.
—Me invitaron a un baile —farfullé con emoción.
—Uhm —murmuró mi padre con recelo—. ¿Irás?
—Por supuesto, si ustedes me lo permiten, claro.
—¿Cuándo es?
—El lunes, el primero. Me invitó un compañero de clases y dijo que si me daban permiso vendría por mí.
—¿A qué hora es?
—A las seis.
—Bien, pero quiero conocer al muchacho primero —exigió mi padre.
—Está bien, puedo presentártelo cuando venga por mí.
Durante todo el almuerzo hablábamos cosas sin parar hasta que los tres habíamos acabado, y mi madre se dispuso a lavar los platos después de que yo terminara de recoger la mesa. Ya hecho el quehacer, corrí a mi habitación para darme una ducha y arreglar, para tener listo, lo que iba a ponerme para el baile. Sabía que faltaban tres días para eso, pero siempre quería estar preparada para todo.
Al abrir el pequeño armario, descubrí lo que era la decepción total: no tenía nada bueno. Pensé por un momento y empecé a revisar todo, hasta que di con un vestido que había comprado un año atrás para ir al cumpleaños de Bray (que por cierto, las ganas se me habían quitado y no había asistido, de hecho, nunca había asistido a ninguno de sus cumpleaños). Leiden siempre era mucho más importante que todo, que aunque sonara terrible, mi obsesión era muy profunda.
El vestido que había encontrado era de color blanco, no de tela lisa sino de maya, pero los agujeritos de la maya eran lo suficientemente siniestros como para mostrarme algo. Su textura era de escote recto, unas miniaturas de tirantes, y la largura no alcanzaba para cubrirme las rodillas, pero era el único que tenía, así que ese era definitivamente el que usaría.
Tendí el vestido en una percha y luego tendí la percha en el pomo de mi armario, y debajo del vestido coloqué unas zapatillas plateadas que van perfectas con él.
Parecía más un vestido de fiesta que de baile anual navideño.
La noche ya había caído, y para mi favor, al día siguiente sería sábado, así que podía dormir hasta tarde.
Y allí estaba yo, a medio vestir con el telescopio en la mano izquierda y pegado al ojo izquierdo mirando a través de él a Leiden en su mesa de noche escribiendo.
«¿Qué escribes, Leiden?».
Solo podía ver como pegaba la punta de aquella pluma en su dedo y empezaba a escribir, y no paraba ni un momento, seguía y seguía. Las horas pasaban y él siempre continuaba en lo mismo. Y me hubiera deseado seguir mirándolo, pero mi madre me había llamado para cenar, así que rápidamente dejé todo a un lado y llegué a la cocina antes de que fueran por mí a mi habitación.
Después de la cena, volví a mi posición nuevamente, pero la habitación de Leiden estaba a oscuras. Era la primera vez que se iba a dormir tan temprano, así que no tuve más opción que imitarlo.
El día había estado de lo peor, y no me disparaba porque Leiden no podía quedarse sin su obsesión. Él, para mí, siempre iba a ser la esperanza esperándome al final de la oscuridad.
Hola, chicxs reservadxs.
Espero que les haya gustado el primer capítulo. Esta historia me ha costado bastante escribirla, así que espero que les guste mucho.
La historia de Reservados, antes contaba con 36 capítulos, y cada uno contenía menos de 3.500 palabras y algunos menos de 3.000 y 2.000. Pero he decidido juntar algunos, y ahora está programada para tener pocos de ellos, y sí, algo extensos.
El proceso irá lento y quizás al principio no entiendan mucho la obra, pero esto es sólo una precuela. Yo tengo mi toque como escritora, poco a poco las cosas se irán conectando y entenderán mejor.
Ahora, hablando sobre asuntos internos, ¿Qué opinan de Maynemi, nuestro, aparentemente, personaje principal?
¿Cuál personaje les llamó más la atención?
¿Bray, la chica extrovertida y ansiosa?
¿Eli, ese chico extraño?
¿Leiden, ese chico aún más extraño?
¿Qué hay de Myself? ¿También les pareció sospechoso así como a Maynemi?
Espero sus opiniones.
Los quiere mucho,
Ceci.
Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top