GERMINACIÓN: V
La mañana del 31 de octubre Laika bajó a desayunar con Remo y Leo, algo poco habitual en ella —al menos, durante el periodo de tiempo que llevaba Remo en casa—. Se hizo hueco en la barra, para echarse un café. Remo ni siquiera le hizo caso, estaba ansioso por ese día. Había apuntado en el teléfono varias opciones para salir a cenar con Rose, para pedir a domicilio si tenían problemas con la gente en cuanto a ansiedad y planes varios para hacer en casa si Luke quería participar.
También tenía una lista oculta y en clave sobre distintas preguntas. No se lo había dicho a nadie, pero había intentado recrear en el jardín de Leo lo mismo que había hecho en el invernadero. La primera vez se desmayó, aunque por suerte, no había nadie cerca para verlo. Unos días más tarde, conseguía mantenerse en pie, si es que podía utilizar esa expresión, porque se tenía que arrodillar en el suelo para no romperse la crisma en caso de que se volviera a caer.
No quería hacerse grandes ilusiones, pero creía que había avanzado un poco. De las macetas de piedra se alzaban unos pequeños brotes de ciclámenes que había pedido a una red independiente de tiendas. Volvería del vivero de Rose cargado, para terminar el trabajo que no había logrado terminar a tiempo. Lo había decorado para la ocasión, eso sí.
También había comprado caramelos para llevarse a Rose y dejar otros tantos en casa de Leo. Tenía ganas de ver al gatito. Rose ya lo llamaba Rómulo a todas horas, porque por escrito no sonaba tan horripilante como cuando intentaba llamarlo en voz alta. Debía convencerla de buscar juntos más nombres, un poco más cortos y fáciles de decir.
—Me llevo a la máquina —dijo Laika muy resuelta. Remo tenía las llaves del Ford sobre la barra, preparadas para irse en breves. Había metido la bolsa del disfraz en el maletero.
No contestó nada, se limitó a alzar la vista de la pantalla del teléfono donde repasaba las opciones para la cena. Su padre leía el periódico en una tablet, ajeno a todo. Laika alzó la mano con las llaves del coche colgando de un dedo para enseñárselas a los dos y que captaran el mensaje. Remo lo captó. Vaya si lo captó.
—¿Te llevas el Ford?, ¿a dónde?
—Al taller. Tengo que hacerle la revisión, cambiarle los filtros, el aceite, esas cosas. Le habéis dado mucha tralla últimamente.
El tono era amable, no había ni una mínima nota de reproche y puede que estuviera siendo franca con ellos, pero a Remo le fastidió de todos modos. Leo sabía que se iba a ir a Nueva York en Halloween.
—¿Papá? —No sabía qué más decir. Leo también parecía sorprendido.
—¿Tiene que ser hoy, cariño?
—Sí, tiene que ser hoy. —El tono había cambiado al de exigencia—. Es el día que tengo el plan más desahogado y puedo mirarlo.
—Bueno... —Leo intercambió miradas entre su novia y su hijo—. ¿Y si lo dejamos para la próxima?
—No hay próxima, Leo. No sé cuándo habrá próxima y estos coches hay que cuidarlos. En especial si le vamos a meter tantos kilómetros como hasta ahora.
Remo no se movió. Bebió el té de supermercado que había estado utilizando para que el de Rose le durara más tiempo, con indiferencia. No quería crear ningún conflicto.
—Está bien, cariño... —suspiró, porque tampoco quería discutir—. ¿Y si te llevas a Chevy? —le preguntó a Remo, desesperado.
Siguió sin contestar, porque no estaba por la labor de coger un coche que acababa de restaurar y no había probado aún. No quería ser el primero, y no quería fastidiarlo, ni hacerle nada. Ni de broma. ¿Qué hacía él con ese coche?
—Ni de coña. —Laika habló con seguridad—. Todavía tenemos que comprobar que el alternador está bien. Le puede dejar tirado, no.
Examinó el interior de su taza para no dedicarle una mirada de odio a Laika. Intentó no pensar en el dodge que su padre tenía cogiendo polvo en un garaje, a la espera de que llegara el día de su cumpleaños. Una parte oscura de su interior le dijo que se merecía llevárselo, por sabotearle los planes.
¿Cómo iba a llegar a Nueva York sin coche? El autobús era una paliza y no había comprobado si los precios eran accesibles o si había siquiera billetes con tan poca antelación. No quería subirse a un bus apestoso solo porque Laika había decidido cambiarle el aceite al Ford justo ese día.
—Leo, me tengo que ir a trabajar si hoy queréis que salga antes. —Laika les metió prisa—. Me llevo el Ford, vuelvo en bici.
—Está bien, cariño. —Despidió a su novia con un gesto en la mano. Laika se esfumó por la puerta de atrás.
«No me pises las plantas, zorra».
Al momento, se arrepintió de haber pensado eso. Cómo había sido capaz de insultar a la persona que le había ayudado con el ataque de ansiedad el mes anterior. En qué le estaba convirtiendo la urgencia del peligro y la sensación de perder el tiempo.
—Buscaremos una solución, Remo, no te preocupes.
La disculpa de Leo fue bastante mediocre, porque ambos sabían que no había solución y su padre debía encender el ordenador para entrar a trabajar en cuestión de media hora. Para cuando tuviera el descanso, Remo ya tendría casi que haber llegado.
No sabía qué decirle a Rose. Se había despertado esa mañana con varias fotos suyas en el espejo probándose el disfraz. Al final, se había decantado por el mono completo de la Harley old school, con un gorro de bufón que le tapaba el pelo al completo, para no buscar pelucas y pensaba pintarse la cara entera de blanco.
—No te preocupes, papá —escupió, con lentitud y un esfuerzo titánico por no mostrarse molesto. No tenía derecho, se repetía. Pero estaba cabreado. Estaba muy cabreado. Y no le gustaba la sensación de estar cabreado. Porque le gustaba estar cabreado.
***
Talló calabazas hasta que le dolieron las manos. Llevaba como seis. Leo lo ayudó con tres más durante sus descansos. En cada uno de ellos se intentó disculpar con él y preocuparse por sus amigos. «¿Han perdido pasta?, ¿habíais reservado en algún sitio?». Remo no decía nada, se limitaba a seguir escarbando la pulpa, para guardarla y hacer sopa más adelante. Cocinar le relajaba y necesitaba relajarse antes de que Laika volviera del trabajo con su estúpida bici con cestita.
Colocó sus creaciones de forma aleatoria y sin pensar a lo largo del camino que llevaba al porche delantero. Colgó algunos sombreros de las vigas, con hilo blanco, y su padre hizo telarañas improvisadas con spray, mientras no le quitaba ojo de encima. Después, sacó de unas cajas húmedas del garaje varios recipientes con formas de cabezas de zombi para llenarlas de dulces. Tenían tantos que podrían causarle caries a todos los niños del vecindario.
El último intento de Leo por hacer algo que animara a su hijo fue enseñarle una de las adquisiciones por las que más orgulloso se sentía: un portacaramelos de Darth Vader tamaño gigante, que colocó en el recibidor, para que fuera fácil repartir los dulces a los niños que fueran a pedir. Por primera vez desde que llegó, Remo detectó más movimiento del normal en los vecinos, que usualmente salían y llegaban en coche o bicicleta, pero poco más.
—Muy chulo. —Le dio un par de palmaditas al casco de Vader, para que su padre se sintiera satisfecho, y volvió a la cocina.
Esa noche haría él la cena y era una lástima que Rose todavía no le hubiera descubierto las bondades de los venenos, porque le habría gustado echarle algo mínimo, que le diera una buena diarrea, a Laika. Pero como era Remo el Bueno, Remo el Educado, Remo el Fantoche, no podía ni pensar en ello.
—Puedes ir el finde que viene. —Leo bebía cerveza en la cocina. Él también había terminado el turno antes aposta y pululaba alrededor de Remo, con la esperanza de animarlo. Lo único que hacía era irritarlo. Siempre estaba en el medio cuando necesitaba coger un utensilio más o fregar algo—. Es Nueva York, habrá fiestas temáticas todas las semanas y de disfraces, seguro.
Cómo le explicaba a su padre que no iba a salir de fiesta, que solo iba a sacar a la calle a una chica que llevaba años encerrada en su casa, que también era su trabajo, porque era la única que podía comprender al nuevo Remo, el que tenía sentimientos específicos y plausibles de odio hacia alguien. Porque el del pasado era un santo, imposible que hubiera hecho nada malo.
—Cambiando de tema, me alegro de que hayas retomado el contacto con tus amigos. Es más fácil... empezar por lo fácil. Ya sabes.
No, no sabía.
—Sí.
Le había escrito unos cinco mensajes distintos a Rose que después borraba, porque no sabía cómo explicarle que no iba a verla. No encontraba las palabras. Lo iba a odiar. Después de eso no querría volver a verlo. Bloquearía su número y le cerraría la puerta en las narices si se atrevía a ir a hablar con ella. Con razón, porque había jugado con sus sentimientos. La había ilusionado para nada. Y él le había metido prisa para que estuviera disfrazada cuando llegara. Indios veganos le dijo. Dio un golpe con el cuchillo a los pimientos como si fuera un carnicero desmembrando carne. Humana.
***
Para cuando Laika llegó a casa, en bicicleta, por supuesto, Remo había preparado un festín libre de origen animal. Concentrarse en las cantidades y los tiempos le permitió pensar en las palabras adecuadas para explicarle a Rose el problema. Le había dicho que el coche se estropeó, que no arrancaba, y lo habían llevado al taller. No era del todo mentira, se trataba de una situación entendible y le eximía de contarle a su nueva amiga las ganas que tenía de decirle a una de las dos personas que lo acogía en su casa de preguntarle si lo había hecho aposta para fastidiarlo.
Colocó la mesa con parsimonia. Leo estaba ocupado ultimando su traje de vampiro, con capa de Conde Drácula, una dentadura postiza que no le ajustaba bien y sus gafas de sol dentro de casa. Lo escuchó asustar a Laika cuando esta salió de la lucha. Se rieron los dos. «¡Leo qué tonto eres!», le había dicho con una voz de niña que le molestó. Ambos se lo estaban pasando bien y quedaba una velada por delante con maratón de Fast and furious. Echó de menos que las infusiones de Rose no tuvieran efectos secundarios de verdad.
Llamaron a la puerta. Ya llegaban los primeros.
—¡Vooooooy! —Sintió a su padre correr y bajar las escaleras de dos en dos.
Remo miró de reojo, mientras colocaba los cubiertos sobre la mesa. Leo estaba detrás de la puerta, colocándose el disfraz para sorprender a los niños. Abrió la puerta, con el codo tapándole parte de la cara y la capa echada.
—¡¡Uuuuuuuaaaaaajjjjj!! —Extendió los brazos hacia los niños, que empezaron a gritar antes de darle la oportunidad de preguntar. Laika se rio escaleras arriba, asomada por la barandilla.
Del grupo que llegaron, solo tres o cuatro vencieron el susto y se quedaron, con las mejillas sonrosadas y alguna mano en el pecho.
—¡Truco o trato! —dijo uno de ellos, divertido.
—¡drato pof favo! —Leo trataba de no escupir la dentadura—. ¡zoy alédgico a loz huevoz!
Los niños se volvieron a reír. Uno de ellos, le apuntó a la cara con la linterna.
—¡Oh, noooooo! ¡Deeemoooo, tenez que veniz y dazle dulzez a estoz críoooz!
Remo lo miró, sin moverse de su sitio, sin posar el tenedor que tenía en la mano.
—¡Deeemo poh favoh!, ¡me convedtidán en cenizaaaas! —Hizo el amago de tambalearse, debilitado. Los niños se atrevieron a acercarse más e incluso a incursionaron en la casa en busca de chucherías—. ¡Demoooo! —Lo rodearon.
—¡Remo!
La voz de Laika lo sacó de su apatía. Dejó el tenedor al lado del plato y se dirigió hacia Darth Vader, para coger un puñado aleatorio de caramelos y repartirlos entre las bolsas de los niños.
—¡Hala, cómo mola! —Uno de ellos, disfrazado de pirata se fijó en Remo y señaló su cara—. ¿Cómo la has hecho? —Se quitó el parche del ojo para mirarlo mejor.
Tardó en reaccionar y darse cuenta de que hablaba de su cicatriz. Había pasado tanto tiempo sin socializar con alguien que no lo supiera que se había olvidado de ella. Pero eso era salir al mundo real, donde no había empatía alguna.
—Esta es de verdad, chaval. —Le dio unas cuantas chocolatinas y un par de piruletas.
—¿En serio? —Se quedó boquiabierto.
—Si te quedas aquí, para cuando llegues al resto de las casas ya se les habrán terminado los caramelos —le dijo, sin intentar sonar muy amargado, pero amargado de todas formas.
—¡Vamos! —Una niña vestida de superheroína le tiró de la manga—. ¡Si no corremos Alice nos va a ganar!
—¡Eso! —Remo agarró la puerta. Leo estaba intentando recolocarse la dentadura para despedirse de ellos—. ¡Venga, adiós!
Cerró antes de que a su padre le diera por decirles alguna gracieta que los retuviera más. Al darse la vuelta para volver a sus quehaceres domésticos, encontró a Laika en los pies de la escalera de brazos cruzados.
—¿Crees que tendremos suficientes caramelos para todos? —preguntó Leo, mientras revolvía en los cuencos.
—Claro que sí. —Laika le dedicó una sonrisa cálida—. ¿Necesitas ayuda con algo, Remo?
—No, ya casi está todo. Solo estoy poniendo la mesa.
—Deja que te ayude, entonces. —Caminó a la par que él en dirección al comedor—. ¡Cariño! —Alzó un poco más la voz—. ¿Puedes buscarme la peluca y el abrigo que tenía de Cruella? Creo que están en el garaje, pero no sé exactamente en dónde.
—¡Cuenta con ello!
Remo agarró el teléfono móvil en el bolsillo trasero del pantalón. No le había escrito de vuelta a Rose tras el breve intercambio de palabras para cancelar los planes. Terminaría de llevar las cosas a la mesa y se iría al jardín trasero para llamarla y disculparse.
—¿Saco la bebida del frigorífico?
—Sí, claro. Como quieras.
Permitió que Laika se sintiera realizada llevando algo e intentó darse prisa en terminar.
—¿Puedes venir un momento? —Le habló a lo lejos, con la puerta de la nevera abierta, entre ambos.
Nunca la había escuchado ese tono de voz. Obedeció, con una mezcla en el estómago de rabia, frustración, vergüenza y curiosidad.
—¿Nos falta cerveza?
—Podrías hacer el esfuerzo de al menos fingir que te interesa algo, por tu padre. —Lo soltó de golpe. Se le formó una arruga en la frente.
Remo se quedó callado, porque no procesó con suficiente rapidez que Laika le estaba sermoneando, a su edad, como una madre enfadada.
—¿Qué?
—Sabías que le hace ilusión ver contigo las pelis y no haces más que escaquearte. ¿Se puede saber qué te pasa? Vas a buscar trabajo la noche de Halloween, ¿no?
—No. —Parpadeó, confuso—. Había quedado con unos amigos. Se lo dije.
Laika se ruborizó un instante. No lo había hecho aposta, pero era más o menos la verdad.
—¿No sabes diferenciar cuándo puedes dejarle plantado y cuando debes actuar como el hijo que eres? —Recuperó al instante su postura. Hablaba en voz baja, pendiente de la vuelta de Leo—. Tu padre está haciendo un montón de cosas por ti. Entre ellas, gastar dinero. —A pesar de que la notaba incómoda manteniendo la conversación, continuó—. Te ha comprado un montón de cosas, te hemos dejado quedarte aquí. Creo que se merece un poco de atención. Le gusta estar contigo.
—Ya.
Podría haberle preguntado si se había llevado el Ford al taller aposta para que no fuera a Nueva York. ¿Pero para qué? Si era obvio que sí y lo único que conseguía con esa agresividad era confirmarlo. Lo había hecho para obligarlo a quedarse, para complacer a su padre, como una madre que obliga a los compañeros de clase a ir a la fiesta de cumpleaños de su hijo.
«Qué comparaciones más crueles haces, Remo».
Se mordió el labio, para no responderle. Ninguna provocación era tan grave como para que se le soltara la lengua y le explicara motivos de más. Laika solo era una chica enamorada a la que no le gustaba ver que su novio estaba triste. Era protectora, igual que lo era Vivian con él. Podía empatizar con ella si lo intentaba muchas veces seguidas.
—Hazme el favor a mí también de comportarte hoy, que yo también te estoy ayudando. Y ni siquiera te conozco.
Las palabras de Laika le cayeron como un balde de agua fría. La mujer que le había ayudado con el ataque de ansiedad no era la misma que lo acosaba con la mirada, frente a él. Era más baja y debía alzar la cabeza, pero apretaba los labios con severidad y tenía la espalda recta. Estaba convencida de que hacía lo correcto.
Otro dato más que atesorar: no se conocían, según Laika. Eran dos personas que habían coincidido por medio de su padre. No importaba la atmósfera de gravedad que se hubiera instaurado después de la llamada que le hicieron los médicos a Leo. Las agujas del reloj nunca dejaban de correr y había que adaptarse a una nueva realidad. Remo vivía bajo el techo de Leo y Laika y parecía que su papel consistía en mantener a su padre contento, bajo la falsa sensación de que recuperaba el tiempo.
«El tiempo no se recupera nunca», pensó Remo. Cerró la puerta de la nevera tras coger una botella de vino. Había llegado tarde para Lorena y había llegado tarde para Rose. Laika no iba a ser un nuevo impedimento. No se lo podía permitir. No después de haber decidido adentrarse en la boca del lobo totalmente a ciegas.
—No sé qué te traes entre manos, Remo. Pero si le haces daño a tu padre, me vas a conocer cabreada. —Terminó el discurso. Le dio la impresión de que soltó el aire, aliviada. ¿Lo había ensayado delante del espejo?, ¿cuánto tiempo llevaba maquinando esa intervención?
—Espero que te guste la cena, Laika.
Volvió al comedor. Si bebía suficiente vino puede que le venciera el sueño antes de terminar la primera película. Incluso antes de que los niños dejaran de rondar por las casas. Su madrastra no había especificado que lo quería sobrio
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