CONEXIÓN: II
Rose era empleada de Silvera y también la hija de Luke. Se lo especificó este último cuando vio a Remo vacilante, sin saber qué hacer o decir, si adelantarse dos pasos y darle la mano o mover la barbilla como saludo.
—Lo siento. Tengo amnesia transitoria... —Por lo menos lo podía utilizar de excusa ante las situaciones incómodas—. No recuerdo muchas cosas de mi vida.
—No te preocupes, tampoco es que nos hayamos visto mucho antes. —Rose se encogió de hombros, desinteresada. Remo no supo qué responderle.
—Lo siento. —Fue lo único que logró articular. Había algo en ella que le ponía nervioso. No sabía si su mirada descarada o su falta de interés a pesar de que su padre se encontraba pletórico. De una forma un tanto injusta y prejuiciosa, lo único que pensó Remo es que era una maleducada.
—¿Cómo te encuentras? —Luke rompió la incomodidad, tras escanearlo con rapidez y sin perder detalle de la cicatriz en la cara.
—Creo que bien.
«Al menos estoy vivo».
—¿Qué ha pasado todos estos días? Tu edificio... ¿Tenéis seguro? ¿Necesitas ayuda en algo?
Remo negó con la cabeza, mudo.
—Ahora mismo estoy en Boston. —Carraspeó—. Con mi padre.
—Lo conocí hace tiempo, un tipo divertido.
—Sí. —Le salió una sonrisa sin querer—. Me ha dejado el coche para venir aquí.
—Tendrás la vida patas arriba ahora mismo. —Luke asintió, algo compungido.
Rose se había quedado en una esquina. Había posado el saco de comida y se había quedado inmóvil. Solo movía los ojos, de un lado a otro, siempre sobre Remo, como un reptil venenoso. Estaba siendo tan descarada que Remo empezó a ponerse nervioso.
—Un poco —dijo, con tono desenfadado—. Me preguntaba si...
Luke esperó a que terminara la frase. Se había quedado atascado. Su intuición le decía que quería contárselo, pero le costaba mucho verbalizar las palabras. No la recordaba, pero debajo de su piel, en su pecho, había un animal que se revolvía cada vez que pensaba en Lorena, como si ese animal tuviera guardada toda la memoria que él no conseguía encontrar.
—Quería dejarle unas flores a Lorena.
Ni Rose ni Luke comprendieron lo que significaban sus palabras.
—Al cementerio.
Luke se llevó una mano a la boca. En cambio, Rose frunció el ceño.
—¿Quién es Lorena? —Al momento, recibió una mirada de advertencia de su padre.
—Mi novia.
—Ah... —La chica puso cara de hacer memoria—. No. No me acuerdo.
—Nosotros no tenemos coronas ni nada parecido, hijo. —Luke se movió, para aprovechar y darle un pisotón a Rose.
—No, no quiero nada de eso, tranquilo. —Remo levantó las palmas de la mano y cambió el peso de su cuerpo de un lado a otro—. Estaba pensando en algo más... Menos típico. Una planta que pueda aguantar en exterior al lado de su... —le costó decirlo— lápida.
Luke volvió a limpiarse la cara con el dorso de la mano, más disimulado que antes. Recorrió los estantes más cercanos con la vista.
—Lo siento muchísimo, Remo.
—Gracias. —Bajó la cabeza.
—Buscaremos una planta que le vaya a gustar a Lorena, que sea tan fuerte como ella.
—¿La conocísteis? —La pregunta brotó de sus labios sin pensar.
—Te acompañaba de vez en cuando.
—Oye, chicos... —Rose se adelantó, con los brazos en jarra—. Llevamos mucho tiempo de pie, ¿no? ¿Por qué no subimos a casa y tomamos un café? Hoy no tenemos pedidos y si viene alguien... Pues que venga mañana.
***
El sonido de la cafetera tranquilizó a Remo. Rose y Luke vivían en la planta de arriba, con bastante modestia, pero la cafetera era buena y en muy poco tiempo, la cocina empezó a oler a café intenso. Le habían pedido que se sentara en la mesa y no ayudara en nada. Luke estaba de pie, cogiendo tres tazas de una alacena y Rose vigilaba, con profunda concentración, que el café saliera perfecto.
—¿Por qué tu novia está muerta y tú no? —le preguntó de golpe, sin apartar la vista de la cafetera. Remo se quedó tan sorprendido que ni se ofendió. El padre de Rose se ruborizó con violencia.
—¡Rose! —La reprendió con un gruñido bajo.
—Tú también te lo preguntas, admítelo —le dijo, girada hacia su padre—. ¿Y bien? —Volvió hacia Remo.
—No... —¿De verdad se había atrevido a preguntarle eso con tanto descaro? Ni su padre, en su inocencia había tenido tan poco tacto—. No lo sé. Los médicos no han sabido explicármelo.
Se concentró en el mantel de hule. Él también se había ruborizado. Le estaba hablando como a una persona normal y no como si fuera un muñeco fragilísimo que en cualquier momento se podía romper. Era la antítesis del comportamiento de Vivian y no sabía si eso era bueno o malo.
Le permitió una tregua hasta que los tres se sentaron en la mesa. Luke tenía intención de ser mucho más suave, de decirle que le contara lo que quisiera, que se desahogara, que pidiera lo que necesitara, pero una vez más, Rose se adelantó.
—¿Cómo te has hecho la cicatriz en la cara? —Se inclinó hacia él, para examinarlo de cerca—. ¿Tienes más?
Luke le dio una patada por debajo de la mesa, que, por supuesto, ignoró. Había pillado a Remo del todo desprevenido. Ni siquiera se había preocupado por la cicatriz desde que se la encontró en la cara. Necesitaba un plan que le protegiera de las opiniones y comentarios del resto, como Rose, pero era algo que estaba en el último puesto de la lista. Haberlo puesto en la diana, con la guardia baja, le amargó.
—Es obvio que es una quemadura del incendio. —No fue tan cortante como le gustaría por respeto a Luke, que lo estaba pasando bastante mal y Rose era más que consciente—. Todo ha sido una suerte, parece el recordatorio del milagro, supongo.
—¿Se te cayó algo ardiendo encima? ¿Te tropezaste?
—No me acuerdo de nada, no lo sé. Me desperté en el hospital con la cara hecha un mapa y ya.
—Lo siento muchísimo. —Luke intervino, en un intento de arreglar la osadía.
—Daños colaterales. Asumo el precio a pagar por la vida. —Sonrió y le dio el primer sorbo al café. Estaba bueno. Le había salido bien a la niñata.
—Tampoco importa mucho, solo es un cuerpo, que a fin de cuentas, tarde o temprano se pudrirá. —Rose no apartaba la vista de su cicatriz—. Si no lo estropeas es que no has vivido lo suficiente, ¿verdad? —La niñata también le dio un trago al café.
—No todo el mundo tiene la misma filosofía macabra que tú, cariño. Que se te suele olvidar.
—Una pena.
Ante tal conversación, Remo no pudo hacer otra cosa más que reír. Su sentido común le decía que debía enfadarse con Rose y ponerle líneas rojas, pero por otro lado, se había dado cuenta de que para ella no resultaba incómodo mirarle a la cara, al contrario de lo que sucedía con Laika, con Leo e incluso con Vivian; les había pillado en varias ocasiones evitando el contacto con su herida. Rose no. Rose la observaba con casi interés científico y eso estuvo a punto de reconfortarlo, aunque le seguía cayendo mal.
—¿Por qué no te acuerdas de Lorena?
Lo cierto es que no era así como quería tocar el tema, pero le valdría. Jugaría con ella, se bebería el café, se iría con la planta y con un poco de suerte, le darían más pistas para buscar algún vestigio plausible de su novia, más allá de un epitafio.
—No me acuerdo de un montón de cosas. Es algo aleatorio. De ti, Luke, me acordé cuando te vi, pero hasta entonces, no sabía si conocía a alguien en la ciudad.
Luke asintió y, después, le dio un sorbo al café, con una expresión triste en la cara. Su hija no se callaba, pero él no sabía ni qué decirle.
—A juzgar por el tiempo que pasabas con mi padre, no creo que tuvieras mucha vida social por aquí —comentó en voz alta Rose, lo que provocó que Remo se volviera a ruborizar.
—Quizás si la veo pueda recordarla, pero no me quedan fotos, ni nada semejante. Todo se quemó en el incendió. —Ignoró el comentario, más por enfado que por vergüenza—. ¿Vosotros os acordáis de cómo era? —Jugó sus cartas lo más rápido posible para irse cuanto antes.
—Tenía el pelo verde. —Rose ladeó la cabeza—. Largo, así como por aquí. —Hizo un gesto sobre su pecho—. No era baja, ni tampoco alta... No sé. Era... ¿normal?
—Define normal. —Remo se echó hacia delante en la mesa, con las manos rodeando su taza de café.
—Pues normal, no sé. Cuando venía contigo no hablaba y cuando venías con ella te ibas rápido, ¿verdad, papá?
—No sé. —Luke se encogió de hombros—. Era una chica muy agradable, al contrario que tú.
Rose hizo una mueca de desagrado.
—Se maquillaba muy bien. —Añadió la chica. Parecía que se esforzaba por recordar—. Siempre llevaba los labios pintados de rojo, así en plan Joker, ¿me entiendes?
Remo cogió aire. ¿Lo estaba haciendo aposta? ¿Estaba metiéndose con una persona fallecida? ¿Qué clase de educación tenía Rose y por qué se parecía tan poco a su padre?
—También solía ponerse tus camisas. No sé qué más decirte, es que no soy muy sociable, ni cotilla, ¿sabes? No es como si me importarais. ¿Por qué no le preguntas a los amigos que teníais en común?
—No sé si tenía... —carraspeó— amigos aquí. —Terminó la frase apesadumbrado. Ya se lo había dicho, ¿es que disfrutaba viéndolo avergonzarse?
Rose no había probado el café, mientras que Luke casi lo había terminado, tras beber nervioso de su taza. Remo bebió la mayor parte del líquido de un trago. Al menos le vendría bien para el viaje que tenían por delante.
—¿Crees que puedes quedarte con mi hija un momento sin matarla? —Luke se levantó de golpe—. Voy a ir a buscarte alguna planta que le puedas llevar a Lorena.
—Te espero aquí, tranquilo.
A pesar del comentario de su padre, Rose no dijo nada, se limitó a beber su café, mientras esperaba a que Luke abandonara la cocina.
—Oye, ¿y cómo dices que pasó lo del incendio? ¿Cómo de lejos estabas del origen? ¿Cuánto tiempo estuviste entre las llamas? —No esperó ni cinco segundos a que se cerrara la puerta.
—No lo sé. —Clavó la vista a la taza, no quería seguir hablando con ella.
—¿Cómo te encontraron?
—¿Cuando venía con ella, hablasteis? —Contraatacó con otra pregunta.
—No soy muy sociable, ya te lo he dicho. —Lo despachó con un gesto de la mano antes de seguir—. ¿Cuánto tiempo estuviste expuesto al fuego? ¿Crees que están exagerando el hecho de que hayas sobrevivido para que te lo creas y te sientas bien, como un héroe? Puede que así no te tomes tan mal lo de la cicatriz de tu cara, como una especie de consuelo infantil.
Remo entendió a la perfección por qué no estaba ella en el mostrador del vivero. Habría arruinado el negocio de su padre tan solo con abrir la boca.
—¿Tú no me habías dicho que no era una cotilla? Pues no lo parece. —Fue tan directo como ella. Quería hacerla sentir igual de incómoda que se estaba sintiendo él, para que se pusiera en sus carnes y entendiera que todas esas preguntas sobraban.
—Y no lo soy. A mí no me interesa saber cosas que no me importan. —Rose ni siquiera le miró.
—¿Y cómo fue mi accidente sí te importa?
—Más de lo que crees. —Agachó la vista, no por vergüenza sino por hastío, como si fuera extraño y molesto que Remo todavía no supiera el motivo por el que le hacía tantas preguntas.
Terminó el café que le habían servido y lo dejó en la mesa de nuevo. Rose le estaba entreteniendo y quería ir a ver a su novia.
—Me tengo que ir ya —le dijo, sin intención de justificarse.
—Mi padre no ha traído todavía nada. —Por un instante, Remo notó que Rose se había dado cuenta de que llevaba bastante rato metiendo la pata.
—No importa, iré a avisarlo. —Se levantó, sin remordimiento alguno.
—Espera. —Rose se levantó detrás—. ¿Podrías ayudarme un momento?
Remo alzó las cejas, ¿se atrevía a pedirle favores después de todo lo que le había incomodado?
—¿Qué necesitas? —Por supuesto, jamás dejaría de ser el chico amable que sus padres habían criado.
—¿Puedes acompañarme? Luego ya puedes ir a buscar a mi padre.
Suspiró y se pasó la mano por la cara. No quería ayudarla, pero sabía que si se negaba, su subconsciente le recriminaría cada segundo la vez en la que fue un borde con una chica casi desconocida, hija de un buen amigo.
—¿A dónde vamos? —Le hizo un gesto para que le indicara el camino. Rose reprimió una sonrisa de satisfacción.
—No muy lejos, te lo prometo. —Salió de la cocina, sin comprobar que Remo la seguía—. Al almacén.
Abandonaron la casa de Luke y se internaron en las instalaciones del vivero. Era más grande de lo que a simple vista parecía. Siguió a la chica con docilidad, sin recordar dónde se encontraba el lugar que le había indicado o si en algún momento había estado allí y no era su primera vez.
—¿Hasta qué punto te crees la historia que cuentan los médicos? —Le hablaba a la par que sacaba del bolsillo del peto las llaves de una puerta metálica.
—No sé. No he parado a debatir conmigo mismo cuánto de verdad tiene. —Se cruzó de brazos, a la espera de poder entrar en el almacén, terminar e irse de allí. Comenzaba a sentirse asfixiado.
—Pues yo sí. Por eso te estoy preguntando —contestó Rose, después de abrir la puerta con esfuerzo.
¿Por qué se iba a preocupar una desconocida? El almacén estaba oscuro y durante un instante, se le erizó el vello de la nuca. No quería entrar. Rose lo percibió, porque se giró hacia él para retarle con la mirada en una mueca entre expectante y burlona.
—¿Y qué más da? —le dijo, para disimular desinterés—. Lo importante, al fin y al cabo, es que no estoy muerto.
Solo se decidió a entrar cuando Rose pulsó el interruptor de la luz y los fluorescentes chisporrotearon. No había ningún cadáver, ni ninguna sala de torturas. Solo armarios y estanterías con bolsas, bidones y útiles varios de jardinería.
—¿Crees que es normal que después de haber estado en medio de un edificio en llamas, a saber cuánto tiempo, solo te lleves de allí una mancha roja en la cara? —Esperó a tenerlo al lado para caminar por el almacén, en busca de algo que Remo desconocía—. Sí, es una cicatriz, pero es una cicatriz de mierda. —Se detuvo para mirarlo a los ojos.
Remo se rio irónicamente. El atrevimiento de la chica no conocía límites.
—Pues prefiero que sea una cicatriz de mierda a ser Harvey Dent Dos caras. —Resolvió con un poco de acidez—. ¿Qué decías que necesitabas?
—¿Me puedes alcanzar unas latas? Yo no llego. —Rose se estiró hacia la última balda, como para justificar la petición.
Remo alzó la vista. Había latas apiladas con comida de gato como para alimentar a todo el vecindario durante los próximos sesenta años. Se mordió el labio para no reírse.
—¿Cuántas? —le preguntó, en una tregua.
—Tres o cuatro. Gracias.
—¿Qué haces cuando no tienes a nadie alto alrededor? ¿Dejas a los gatitos sin comer?
Las alcanzó sin problemas.
—Uso el taburete que tengo ahí. —Señaló lo que, en efecto, era una mini escalera perfecta para coger las cosas de los estantes más altos—. ¿Por qué no eres Harvey Dent?
Remo tardó unos segundos en reaccionar. Incluso entreabrió la boca incrédulo por el descaro de Rose. ¿Por qué lo había llevado hasta allí, si podía perfectamente hacerlo sola? ¿Por qué no dejaba de avasallarlo? ¿Qué quería?
«Estás loca». Lo pensó, pero no se atrevió a decírselo.
—¡Y yo qué sé! —No pudo evitar alterarse un poco—. ¡Me alegro! —Se encaminó hacia la salida, aunque no se fue muy lejos.
—No, si yo también me alegro. —Rose lo retuvo, cogiéndolo por el brazo—. Pero esa no es la cuestión. —Hablaba rápido, no quería que se fuera—. La cuestión es por qué has sobrevivido. ¿Por qué no estás todavía en el hospital? ¿Por qué no están reconstruyéndote la piel?
—¿Acaso te importa? —Remo se zafó de ella con un tirón—. No me importa a mí, que soy el involucrado.
—Sí. Sí me importa.
Hubo un breve silencio. Remo no sabía qué responder, ni a dónde quería llegar.
—Y a ti no te importa aún porque no sabes nada —añadió, con el mismo tono de enfado que el de Remo. Como si la hubiera ofendido.
—¿Perdona? —No quería perder los nervios. No quería perder los nervios con la hija del único amigo que recordaba tener en Nueva York, además de su novia fallecida.
—Yo sí sé por qué has sobrevivido —le espetó Rose, casi como un escupitajo y puede que con arrogancia.
Remo abrió la boca para decir algo. La cerró, porque no sabía qué. La volvió a abrir.
—Estás loca. —Al final, lo soltó—. Estás como una puta cabra. No sé qué te he hecho para que te comportes así conmigo.
No se lo pensó dos veces. Salió del almacén. Se largaba. Se iba de allí sin flores. Ya compraría algunas por el camino. Su sitio estaba en el cementerio, frente a la lápida de Lorena, no con esa lunática deslenguada.
—Más que Harvey Dent, eres una versión masculina de Poison Ivy. —Rose hizo como que no se daba cuenta de que Remo se iba enfadado. Le siguió, a paso ligero.
Remo se rio, sin contestar y ella insistió.
—¿Te ríes, de verdad?
—¿Cómo no me voy a reír? —Se detuvo un segundo y echó la cabeza hacia atrás—. ¿Tienes amigos? No creo.
Rose no contestó. A Remo se le dibujó una sonrisa triunfal en la cara, que duró bien poco. La chica, sin preocuparse de mantener el mínimo de educación ante cualquier desconocido promedio, lo cogió de la pechera de la camisa y lo arrastró por el vivero. Salieron al exterior y comenzaron las taquicardias.
Un jardín de cristal.
—Entra —le ordenó, con un tono que no admitía réplicas.
A Remo le sudaban las manos y el corazón empezó a palpitar de la misma forma que cuando paseó con su padre por el jardín botánico de Boston.
No quería entrar. Era una intuición sin lógica alguna, pero lo suficientemente fuerte como para que Rose se adelantara a abrir la puerta de su invernadero a modo de aliciente.
—Te prometo que ahí dentro no hay nada que te vaya a morder —le dijo, casi con mofa.
Remo tragó saliva y bajó la cabeza para respirar profundo. Un gato atigrado de ojos verdes ronroneaba al lado de Rose, restregándose por las espinillas de la chica. De no ser por el animal, se habría ido corriendo, jurando que Rose era una chiflada sin amigos.
«Pero la curiosidad mató al gato», se dijo.
***
En su imaginación, hubo haces de luz cuando entró en el invernadero, seguido de Rose. Una bofetada de distintos olores le embriagó de tal forma que incluso se vio obligado a agarrarse de la chica. Tuvo que parpadear varias veces para convencerse de que no estaba soñando. Ahí dentro había hongos que superaban su altura. Y brillaban. Por eso se dio cuenta de que ya se había hecho de noche, porque algunas de las plantas brillaban como si fueran lámparas. Lo llegó a pensar, se acercó a un ciclamen para convencerse de que brillaban por sí mismos y no salía del suelo ningún cable hacia algún enchufe.
Rose (o quien fuera) había dibujado un camino sinuoso de gravilla para llegar a los lugares claves del recinto. El resto se encontraba en estado salvaje aunque planificado. Alfombras de musgo, incluso un par de árboles. Cada planta era de hábitats y características distintas. No entendía cómo era posible que convivieran y todas estuvieran florecientes, en pleno otoño.
Una bandada de ¿luciérnagas? pasó por delante de sus ojos y el gato atigrado, no tan callejero como Remo pensaba, salió corriendo para ir a perseguirlas. Rose cerró, con cautela, detrás de ella y él ni siquiera se dio cuenta, porque estaba ocupado observando cómo un capullo florecía a una velocidad imposible.
Había macetas, pero también zonas de tierra más profunda y susurros, como en Boston. La ropa se le pegó al cuerpo debido a la humedad y también a la ansiedad. Se giró hacia Rose alarmado por lo que acababa de ver.
—Ten cuidado, no me pises ninguna seta, que están naciendo. —Fue todo lo que dijo Rose, de brazos cruzados y con un levísimo deje de satisfacción.
—¿Tu padre...? —Remo no era capaz ni de articular una frase completa. En ese invernadero había movimiento por todos lados, lo percibía, lo sentía y lo escuchaba, pero no estaba seguro de que un humano normal, como él, pudiera hacerlo. ¿O era tan obvio?
—Mi padre solo entró un par de veces y no me hizo preguntas.
—Imposible.
—Yo se lo conté antes. Pero no es tan complicado si tienes la mente abierta. La naturaleza es un gigante desconocido.
—Esto no tiene que ver.
—O sí, quién sabe. —Se encogió de hombros y se dirigió hacia uno de los estrechos caminos con la confianza de que Remo la seguiría—. ¿Cuántas especies se han registrado? No tenemos ni idea del porcentaje que desconocemos.
—No estamos en una zona perdida de la selva tailandesa.
—Estamos en mi invernadero, sí. —admitió.
—¿Tú también los oyes? —Se apresuró a seguir a Rose hasta una zona un poco más despejada donde tenía varias mesas de madera y lo que en un primer vistazo parecía un... laboratorio.
«Eso es demasiado macabro, Remo. Quítatelo de la cabeza».
—Con la práctica podrás elegir escucharlas solo cuando quieras y no todo el tiempo.
—¿Qué? —Se llevó la mano al pecho. Necesitaba sentarse o se desmayaría.
—Tienes que filtrar.
Rose, atenta, le ofreció una silla vieja de forja con motivos florales en el respaldo. Muy romántico y salvaje. Después, se agachó para coger unos comederos y abrir las latas que le había alcanzado Remo. El gato atigrado no tardó ni un segundo en aparecer de debajo de un árbol junto a otro blanco y negro, que saltó sobre un matojo de plantas de tallo inusualmente alto. Maullaban y ronroneaban, a la espera de que Rose los alimentara con caprichitos.
—Estoy perdido. —Fue más para sí mismo que para Rose, porque era obvio que Rose se había dado cuenta de lo confuso que se encontraba, al borde del ataque de ansiedad, otra vez.
—¿Qué te parece si te preparo una infusión para que te tranquilices y me escuchas? —Por primera vez, la chica habló con un tono calmado, casi dulce, a la par que entornaba los ojos hacia su espacio de trabajo, que, por supuesto, contaba con un hornillo.
—¿Me vas a envenenar? —preguntó Remo, de pronto y sin mucha lógica.
Rose soltó una carcajada genuina al aire, tan potente que inclinó su cuerpo hacia atrás. Después, le clavó los ojos, muy seria.
—No necesito que ingieras nada para envenenarte.
Remo sintió que el vello de todo su cuerpo se erizó bajo la ropa.
—Pero seguramente tendría que esforzarme más de lo normal para envenenarte a ti, porque eres resistente... —comentó, con desinterés. No sabía por qué, pero Remo soltó el aire que retuvo durante unos segundos, aliviado.
—¿No tienes ansiolíticos normales, de toda la vida?
Rose lo miró con fastidio, como guardándose un comentario despectivo hacia la medicina moderna.
—Lo mío es mil veces mejor.
***
Más por cansancio que por convicción, Remo se quedó sentado a la espera de que Rose le preparara su supuesto brebaje más milagroso que la tecnología química de las farmacéuticas. Un gatito naranja, más pequeño que el resto, se acercó a él, primero tímido y luego curioso. El blanco y negro se fue después de terminar la comida y Remo se atrevió a rascarle la cabeza al pequeño. Al ver que se dejaba, terminó por sentarse en el suelo, para alcanzarlo mejor. Rose no hizo ningún comentario al respecto, estaba ocupada cortando algunas hojas con su cúter y moliendo, para después hervirlas.
En cierto momento, Remo le recordó que llevaban mucho tiempo allí dentro y Luke les estaría buscando. Rose le miró como si le enterneciera su inocencia y en una gran gesto de amabilidad, le dijo que Luke no había ido a por ninguna planta, que los había dejado solos aposta, porque sabía que ella se iba a encargar de la planta. Ella se encargaba de las plantas. Hacía mucho que había superado públicamente (porque esperó a tener una edad razonable para no levantar sospechas) a su padre y ahora él se encargaba —gracias a Dios— del trato directo con los clientes y las gestiones administrativas.
—Este es nuevo —comentó, mientras esperaba frente al hornillo. Se refería al gatito naranja—. Apareció hace un par de días, no lo conocía.
—Es muy sociable para ser tan chiquitín. —Remo lo había cogido en brazos; notaba los latidos de su pequeño corazón—. Pobrecito, tiene que estar muy asustado.
—Es sociable contigo, no te confundas.
—¿Qué quieres decir? —Miró al gatito. No se imaginaba que ese peludo pudiera ser desagradable.
—Ya lo entenderás, poco a poco —suspiró Rose, antes de apagar el fuego e ignorando que Remo fruncía el ceño, lleno de preguntas, ávido de respuestas—. ¿Te lo quieres llevar?
—Ojalá... Pero no puedo.
Sabía que había madurado porque su mitad racional se había impuesto frente a la mitad que lloraría solo de pensar en que había dejado atrás una cría de gato, sin tener en cuenta que quizás, él no podía proveerle de sus necesidades.
—Mi padre tiene una perra y además, meterlo en el coche tantas horas...
—¿Pero te vas a quedar en Boston toda la vida?
Rose hablaba sin mirarlo, mientras seguía en su trajín. Daba la impresión de que sí fabricaba, minuciosamente, un veneno letal para Remo, a pesar de que fuera resistente.
—Pues... —Abrió la boca para contestar de forma involuntaria, a pesar de que no tenía ni idea de qué decir—. No sé. No me hace ilusión quedarme en casa de mi padre y de su novia, que no la conozco de nada... creo.
—¿No vas a volver a Nueva York? Aquí tenías tu vida, ¿no?
Rose alcanzó una tacita de té más refinada y mona de lo que Remo esperaba en medio de aquel caos de invernadero. La taza tenía forma de flor y el platito de hoja; todo lo adorable que no era ella.
—No sé si tengo dinero para permitírmelo... De momento.
Rose desvió la vista, no le gustaban ese tipo de conversaciones. No estaban allí por esas cosas tan mundanas.
—Puedo cuidarte yo a este bebé de momento, hasta que puedas llevártelo, ¿qué te parece? Es muy pequeño como para dejarlo solo ahora en invierno. —Le hizo chantaje emocional. Sabía que era chantaje emocional, pero funcionó de todas formas. Igual que funcionó el cambio de tema—. Toma.
Le acercó la segunda taza del día, esta vez el líquido no era tan espeso como el café, sino ligero y casi transparente, de un color dorado que sorprendió a Remo durante unos instantes.
—Bébetelo rápido, que frío está malísimo.
Le quitó del regazo al gatito, para que pudiera beber la infusión con comodidad.
—¿Qué lleva?
—Secreto de profesional.
Le guiñó el ojo, traviesa, y después, restregó su cara con la del gatito, que no parecía estresado ni asustado. Al contrario, parecía relajado. Ronroneaba, abría y cerraba los ojos perezoso.
—¿Cómo te va a llamar tu papá? —le preguntó en voz baja.
Remo quiso protestar, decirle que él no le había confirmado nada y que no era papá de nadie, pero no pudo resistirse. Era un gatito común, normal y corriente, ni feo ni guapo, uno de tantos. Pero era naranja, como él. ¿Había sido casualidad?
—Esta noche te quedas aquí, con Tigrillo. —Le hablaba mientras le acariciaba del lomo hasta el rabo—. Tigrillo es este sinvergüenza —miró hacia el gato que se había encontrado en las ruinas de su hogar. Estaba tumbado sobre la silla de hierro que él había dejado libre— que llevaba dos días fuera. Ahora no vas a poder irte, porque tienes una responsabilidad y no me puedes dejar tirada, así que más te vale cuidarme a este gatito.
Rose actuaba como si hablara con un humano en vez de con un animal. Remo no quiso decir nada. Por un instante, sintió pena. Le llegó el eco de la soledad de trabajar en el negocio familiar y no tener habilidades sociales. Rose debía de estar muy sola y quizás por eso era tan torpe tratando a la gente. Tendría que haber sido más comprensivo.
—¿Estás mejor?
Le habló de golpe, como si hubiera escuchado sus pensamientos. Acariciaba distraída al gatito naranja.
—Acabo de tomarla, supongo que tendré que esperar... ¿no?
—No —contestó con un tono de gran obviedad.
«Claro, Remo, qué estúpido eres. Lo normal es que sea un brebaje milagroso mucho mejor que cualquier pastilla química y encima, sin efectos secundarios», pensó para sí mismo con ironía.
—¿Esto tiene efectos secundarios?
Rose se mordió el labio con fuerza, para no reírse.
—En serio. Tengo que conducir.
Rose se cubrió la boca con las manos para ahogar una risa.
—Al final, me has envenenado.
—No seas tonto. No tiene efectos secundarios. Es natural.
Silencio.
—Bueno, quizás te dé un poco de sueño, pero... lo necesitabas. De verdad. Tienes muchas cosas que asimilar en muy poco tiempo y no estabas centrado.
Remo alzó las cejas. Hubo un amago, en su interior, de enfadarse. Después, se sintió cansado. No merecía la pena extenderlo más. Quería saber. Quería dejar de sentirse perdido. Y de golpe, se dio cuenta de que ya nada a su alrededor le llamaba la atención, aunque fueran imágenes casi fantásticas e imposibles en el mundo real. Era como si no se alarmara, como si lo absorbiera con naturalidad.
La infusión de Rose había funcionado.
Aunque tampoco tenía por qué significar nada. Había infusiones calmantes, como la tila o la valeriana. Igual que tampoco tenía por qué significar nada unas setas fluorescentes de distintos colores más altos que la propia Rose. La propia Rose le había dicho que no conocían todas las especies existentes y la naturaleza era un misterio en sí mismo...
—Eres como yo.
Rose interrumpió el hilo de sus pensamientos, para sacudirlo de golpe, sin darle tiempo a respirar. También lo asumió como un paso más inevitable, en la historia de su vida.
—¿Qué?
Lo asimilaba todo con más calma, pero también le costaba más entender los conceptos abstractos. Rose iba a tener que ser muy concreta para poder entenderlo todo más o menos bien.
—No sé cómo, ni por qué, ni cuándo, no me lo preguntes. Solo sé que somos distintos al resto y tú sobreviviste al incendio por eso.
El gatito naranja había despertado y se había agazapado detrás de las piernas de Rose para acechar a Tigrillo, con intención de cazarlo.
—En el incendio, tu piel se regeneraba continuamente para poder sobrevivir. Esa es mi teoría. Ha sido algo brutal. Nuestros poderes se manifiestan por primera vez cuando nos encontramos en situaciones límite. Suena lógico, ¿no crees?
Remo boqueó. Y agradeció a Rose su infusión, porque de haber estado en todas sus facultades, no habría reaccionado nada bien a lo que le acababa de explicar la chica. No solo era extraña, sino que bromeaba con situaciones muy duras, como el estar a punto de morir abrasado por el fuego.
Por otro lado, la explicación, por muy loca que sonara, sí, era lo más lógico que le habían ofrecido hasta el momento. Mucho más que los interrogantes de los médicos y las evasivas de su madre.
—Sientes atracción por las plantas. —Rose se había puesto muy seria. Sabía que solo tenía una oportunidad—. No puedes justificarlo, pero las percibes como seres vivos que crecen a tu lado. Y te susurran. Están deseosas de contarte un montón de cosas porque tú sí puedes entenderlas. Te entran taquicardias. Tienes los sentidos desarrollados... Yo pasé por lo mismo.
—No es en todos los lugares.
—No, claro que no. Qué vida va a haber en una carretera infectada de tubos de escape y cemento. —Su rostro se había tornado entre furioso y ácido.
—No entiendo nada.
—Es normal.
A pesar de que Rose se incorporó, con cuidado de no pisar a los gatos, Remo se quedó en el suelo. ¿Qué tenía que hacer?
—Lo irás entendiendo poco a poco, a medida que lo experimentes todo.
—Pero es que no entiendo qué me ha pasado.
La chica se había alejado los metros suficientes como para que la perdiera de vista y él aprovechó el momento para apartar la delicada taza, ya vacía, sobre la silla que Tigrillo había dejado desocupada.
—¡Que has nacido otra vez! —La escuchó no muy lejos.
No contestó, esperó a que volviera, con una bolsa hermética de plástico y una maceta vacía.
—Más bien que antes estabas incompleto y ahora conoces el 100 % de tu identidad.
Siguió sin contestar. Optó por observar a Rose abrir varios sacos, con pinta de haber sido preparados por ella, para conseguir la tierra de la maceta. A continuación, abrió la bolsa de plástico y tiró unas semillas en un pequeño agujero que había hecho con la mano. Lo tapó. Se arrodilló en el suelo, frente a él, para que no se perdiera ni un segundo.
Remo miró a Rose y Rose agachó la cabeza. Remo se incorporó un poco para ver mejor y unos segundos más tarde, se cayó hacia atrás. Había un brote nuevo y joven, abriéndose paso entre la tierra de la maceta, que humeaba. ¿Humeaba? No sabía con qué verbo describirlo, puede que tuvieran que inventarse uno para describir la reacción del preparado secreto de Rose ante el crecimiento inverosímil de unas semillas que hacía menos de un minuto que habían sido enterradas.
Estaba hipnotizado. Era como ver un time lapse en la vida real, sin trampa.
El brote aumentó su tamaño. Remo estaba atrapado y maravillado. Se le revolvió el estómago cuando decidió despegar la vista de la planta y posarla en la cara de Rose. Su rostro había palidecido y sus ojos ya no tenían pupilas. Todos ellos eran un iris del verde más brillante que pudo ver nunca. Se apagaron un poco más tarde y después de que esa chispa de luz se fue, le pareció que la vida se había ido dentro de ella. Al menos durante unos segundos hasta que volvió a la normalidad.
Remo se había limitado a respirar con calma, para no llegar a hiperventilar en ese momento en el que los gatos se asomaban, con las orejas echadas hacia atrás, por detrás de un arbusto, sin perder detalles y los insectos se alteraban tanto que crearon un zumbido continuo y molesto. ¿O solo lo escuchaba él, junto a las taquicardias de su pecho?
Rose estaba esperando, ya de pie, a que Remo se levantara, mudo. Lo logró sin dejar de temblar y cuando estuvieron frente a frente, la chica extendió los brazos, para ofrecerle una planta adulta, de colores vibrantes, sana.
—Una pasiflora.
Se la dejó en las manos con una sonrisa de orgullo.
Le había dicho que ya conocía el 100 % de su identidad, pero Rose estaba muy equivocada.
Lo que había descubierto era que no se conocía.
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