Extra de Halloween

Mann no era exactamente una ciudad muy festiva, de hecho, todos los hombres habían olvidado lo que era una festividad o lo que significaba para la cultura y tradición de la misma, por lo que el mes de octubre era uno como cualquier otro.

Pero como diría alguna persona en este mundo, en los lugares más recónditos yace la prueba de que un todo a veces solo envuelve una parte.

—Tienes que ver esto. —manifestó un chico con tal vez demasiada emoción.

—Te juro que si es otra de... —comenzó otro chico mientras se acercaba a su amigo y posaba la mirada en el papel que relucía entre sus manos—. ¿Dónde lo encontraste? —masculló de inmediato mientras lo tomaba.

Su amigo, que poseía grandes ojos marrones y unas cejas curiosas, se dispuso a mirarle con una sonrisa divertida.

—Lo trajo el viento. —respondió el chico y rápidamente se puso de pie.

Como si el viento se hubiera emocionado tras la repentina mención Mario sintió el papel deslizarse de entre sus manos y volar hasta una esquina de su pequeño dormitorio.

—Lapo, ¿sabes lo que significa esto? —inquirió Mario y corrió para tomar el papel.

Lapardo se contuvo de hacer un chiste malo acerca de cómo no había ido a la escuela pero no le pareció muy apropiado, por lo que se limitó a asentir en espera de que Mario le explicara qué significaba.

—Va a haber una fiesta de Halloween por primera vez en años. —pronunció Mario y miró a su alrededor con innegable emoción.

La casa de Mario, o mas bien su dormitorio, se sintió diferente en cuestión de segundos, tal vez por el cambio drástico en la actitud de Mario o por la ola de frío que entró por la ventana.

—Sí, pero... ¿crees que vamos a poder ir? No me entiendas mal, me gustaría, pero no es como que nos dejan adentrar a muchos lugares. —formuló Lapardo mientras se rascaba la cabeza.

—Entrar, Lapo. —le recordó Mario y se pasó la mano por el brazo mientras pensaba, dejando a la vista su tez mestiza debajo de todo el polvo—. Podríamos arreglarnos y así pasar desapercibidos. —aventuró Mario y Lapardo le miró como si hubiese dicho una estupidez.

—Sabes bien que ese no es el problema. Aquí el que se arregla es el que más llama la atención. —pronunció Lapardo y dirigió la mirada a los trapos sucios que ambos llevaban puestos.

Una mueca se formó en el rostro de Mario y el chico llevó ambas manos a su descuidadamente cortado pelo.

Mario sabía que Halloween simplemente era una festividad más y que su obsesión por celebrarlo era un tanto estúpida. Pero con todo lo que esa ciudad le había quitado, por lo menos le debía un día en el que pudiera disfrutar de algo estúpido.

—Tenemos que ir. —manifestó Mario con decisión y se dispuso a buscar la dirección de la fiesta en el papel, encontrándose con algo que le robó la esperanza igual de rápido que como se la dio.

— ¿Qué pasa? —preguntó Lapardo ante la expresión vacía de su amigo y se colocó a su lado.

—La fiesta es en Moltum. —explicó Mario con la voz cansada y lanzó el papel en su colchón—. Sabía que era demasiado bueno para ser cierto. —murmuró Mario y se acercó a la ventana para observar el triste cielo encima de ellos.

No importaba qué momento del día fuera, ni qué tan candente o tenue era la luz del sol, Mann siempre se sentía como si incluso para el sol fuera tedioso el salir o para las nubes el aparecer.

—Eso no puede estar. —expresó Lapardo y se dispuso a tomar el papel, dándole la vuelta para ver la dirección.

—Ser, Lapo. —masculló Mario.

—No hay forma de que un papel vuele desde Moltum hasta aquí, hay demasiado mar entre nosotros. —filosofó el chico pero se quedó callado al ver que Mario tenía razón.

La fiesta era en Litore y todos estaban invitados.

En Mann no había ningún lugar llamado Litore, de hecho, las calles no tenían nombres sino códigos numéricos.

—Bueno, pues de alguna forma ese lo hizo, porque el gobernador no ha regresado desde hace unos días y no ha habido cargamentos de mercancía. —manifestó Mario y se giró para encarar a Lapardo.

—Algo no está bueno... —masculló Lapardo y comenzó a dar vueltas por la habitación.

Mario se mantuvo en silencio por lo que parecieron horas y luego de observar a Lapardo buscar concentradamente algo que no iba a encontrar en el papel, tomó una decisión de esas que siempre terminaba arrepintiéndose luego.

—Lapo. —le llamó el chico, sacándole de sus pensamientos.

—Mande. —dijo su amigo y levantó la mirada.

— ¿Te parece acompañarme en una aventura? —cuestionó Mario y sintió una sonrisa aparecer en sus labios.

—Depende. —respondió Lapardo y entrecerró los ojos—. ¿Qué tipo de aventura? —preguntó luego.

Mario se le quedó mirando detenidamente y luego bajó la mirada al papel.

—Vamos a esa fiesta. —manifestó Mario y Lapardo le miró confundido, en su mirada expresando mucho más de lo que podía con palabras—. Conozco el camino, Lapo. Podemos ir a Moltum. —explicó Mario y se acercó rápidamente a él.

—No lo sé, Mario. —vaciló Lapardo—. Eso no es lo mismo que comer pan. —matizó el chico y levantó la mirada al techo cuando sintió una gota caerle en el rostro.

Las casas de Mann no eran muy estables.

—Creo que te refieres a que no es pan comido. —analizó Mario y luego sacudió la cabeza varias veces—. El punto es que aunque no va ser fácil, conozco unos conductos que nos llevarán directamente hacia Moltum. —explicó con seguridad.

— ¿Y en dónde están esos famosos conductos? —inquirió Lapardo.

—En la diecinueve treinta. —replicó Mario con cautela y Lapardo le miró horrorizado.

— ¡¿Eres loco?! —espetó Lapardo y dejó a un lado cualquier rastro de tranquilidad que poseía—. Nadie puede pasar por ahí, Mario. Lo sabes mejor que yo. —manifestó el chico y por accidente dirigió la mirada hacia la pierna derecha de Mario, causando que éste al darse cuenta apretara los ojos por unos segundos.

—Esta es la primera vez que llega una invitación de otro lugar hasta acá. Tal vez es una señal para que salgamos a explorar. —dijo Mario con voz calmada y tuvo que echar a un lado los pensamientos que comenzaban a surgir en su mente.

—Yo te acompañaré a donde sea que vayas, pero es que las probabilidades de que esto salga bien son muy pequeñas. —señaló Lapardo e hizo una pausa—. Pocas, Lapo. —se corrigió a sí mismo y Mario soltó una carcajada.

—Quiero intentarlo por lo menos. ¿Te imaginas un lugar limpio y con decoraciones? Debe ser muy bonito. —aventuró el chico y Lapardo no pudo evitar sonreír ante la idea.

—Bien, pero con una condición. —accedió Lapardo y si no hubieran estado propensos a que alguien les escuchara Mario hubiera soltado un chillido de la emoción, por lo que se limitó a realizar un pequeño baile de felicidad.

—Sí, dime. —dijo Mario.

—Yo quiero los dulces que están en un palo. —dispuso Lapardo y Mario rodó los ojos mientras sonreía.

—Paletas, Lapo.

♣♣♣

—Ten cuidado con las hormigas. —le advirtió Mario a Lapardo mientras avanzaban por un camino empedrado.

Las calles de Mann no estaban muy llenas a ninguna hora del día, por lo que en esos momentos solo había uno que otro hombre sentado en la acera haciendo absolutamente nada.

Un día normal en la ciudad.

—Oye, ¿y no has pensado en pedirle ayuda a...? —inquirió Lapardo pero Mario frenó de golpe.

—No lo digas. —le cortó.

—Solo diciendo, te dieron una oportunidad de cambiar tu vida y lo rechazaste. Por lo menos de vez en cuando puedes pedir favores. —razonó Lapardo y le incitó a que continuaran caminando.

Mario siempre había pensado que Lapardo era ese lado de su conciencia que usualmente trataba de evitar, ese lado que sabía tenía razón la mayor parte del tiempo pero que aun así era demasiado terco como para escuchar.

—Con los años he entendido que nadie realmente hace favores a menos que les beneficie. —puntualizó Mario y se giró para mirar a su amigo, analizando detenidamente su rostro—. Tu piel es más oscura ahora, ¿por qué? —cuestionó en su incurable necesidad de saberlo todo.

Lapardo se tensó ante la pregunta y mientras buscaba una respuesta para darle escuchó el ruido de un motor a sus espaldas.

—Aliate. ¿Qué hacemos? —inquirió Lapardo con pánico en la voz y Mario analizó su alrededor y le señaló unos tablones de madera al lado de una casa que funcionaban como cerca.

Los chicos se colocaron detrás de los tablones y se agacharon hasta que el ruido cesó y fue reemplazado por las reprimendas de unos hombres para que salieran de su propiedad.

Antes de seguir caminando Mario levantó la cabeza hacia un palo enorme que se encontraba prácticamente en medio de la calle y entendió el porqué de la repentina aparición de ese motor.

Se encontraban en la calle diecinueve treinta.

El gran pedazo de madera con el logo de Aliate les recibió cálidamente y Lapardo tuvo que tragar saliva para calmar los nervios que comenzaba a producirle ese lugar.

— ¿En qué momento llegamos? —pronunció Mario casi en un susurro.

—También quiero saberlo... —se sinceró Lapardo—. Vamos. —le dio un empujoncito para que siguiera caminando.

Mario le indicó a Lapardo que se mantuviera detrás de él y que nunca, pero absolutamente nunca, levantara la mirada.

La mayoría de los establecimientos de la diecinueve treinta tenían cámaras y en el momento en que reconocían un rostro unas personas muy peligrosas recibían alertas para encargarse del problema.

Esa calle era como el centro de operaciones de las grandes potencias en la ciudad, y ni siquiera el gobernador tenía el suficiente poder para impedir lo que fuera que pasara allí.

Al fin y al cabo las reglas no existían, y para que pudieran ser el gobernador necesitaba un permiso de parte de los ciudadanos, cosa que alguien con mucha influencia se estaba asegurando de no permitir.

— ¿Crees que Cobaín está muerto? —soltó Lapardo en un intento de crear conversación.

—Probablemente. —se limitó a responder Mario mientras caminaba con la cabeza gacha.

Cobaín era un tema que, como la política, no era muy común pero que cuando surgía todos tenían una opinión sobre él y las cosas podían ponerse muy intensas muy rápido.

Sin embargo a Mario no le importaba nada de eso.

Él solo quería lo que muchos habían dejado de querer con el pasar de los años, la oportunidad de ser alguien importante en la vida.

Todavía perdido en sus pensamientos Mario levantó la cabeza cuando se encontraron en un área donde no había edificios, sino camiones y cajas gigantes de hierro.

Mario analizó el lugar con la mirada y sonrió para sus adentros al ver que estaba vacío, facilitándole todo en gran manera.

— ¿Ves esas rejas? —le susurró Mario a Lapardo y éste dirigió la mirada hacia una esquina bastante alejada del terreno.

—Sí, ¿qué tienen ellas? —preguntó Lapardo con el ceño fruncido y luego de observarlas por unos segundos se dio cuenta de un pequeño detalle—. Son falsas. —manifestó.

—Bingo. —anunció Mario y le tomó del brazo antes de comenzar a caminar en dirección a las rejas.

En cuanto llegaron Mario echó a un lado las rejas de plástico y cuando estuvieron del otro lado las volvió a colocar en su lugar.

Si le preguntaban era una manera muy torpe de cuidar algo tan preciado.

Pero de nuevo, no sabía por qué nadie hacía lo que hacía.

— ¿Cómo supiste de este lugar? —inquirió Lapardo mientras observaba el paisaje artificial ante sus ojos. A pesar de que era refrescante sentir el aire producido por los árboles y plantas en ese espacio, nada se comparaba a la libertad y la tranquilidad que aportaba el bosque de Mann.

Pero lamentablemente Mario ya no podía regresar ahí.

—Siempre sentí curiosidad por la diecinueve treinta y el día que me llamaron para cargar unas cajas me escabullí hasta la parte de atrás, de donde me topé con este espacio. —replicó Mario mientras caminaban por el verde pasto.

—Y estás seguro de que el túnel conecta con Moltum. —pronunció Lapardo como una afirmación pero habían rastros de duda en su voz.

—Sí, es lo único lógico. Palicio se encuentra del otro lado y no hay otras ciudades a nuestro alrededor. —explicó Mario y sonrió al ver en la distancia la ranura que conectaba con la puerta del túnel.

—Pero, Mario. Incluso si logramos llegar a Moltum hay algo que no acuerda. —dijo Lapardo y se giró a mirar a su amigo, notando cómo el aire echaba a un lado su pelo.

—Concuerda, Lapo. —le recordó Mario—. Y sí, seremos los únicos hombres en una ciudad llena de mujeres. Pero siempre podemos decir que andamos con el gobernador, seguro así nos dejan. —aseguró Mario en un intento de convencerse a sí mismo de que todo saldría bien.

Lapardo sabía que no iba a poder convencer a su amigo por lo que continuó caminando y guardó sus pensamientos para más tarde. Tendrían tiempo suficiente para hablar de todas las formas en las que eso era una mala idea.

—Llegamos. —anunció Mario con orgullo y se agachó para ensanchar la ranura en el suelo que estaba cubierta de césped y ramas.

Bajo sus pies apareció entonces una escalera de metal que conectaba aparentemente con la oscuridad, ya que no se veía nada más que los primeros escalones de la misma.

Lapardo tuvo que reunir todas sus fuerzas para no darse la vuelta y salir corriendo lo más rápido posible. Cuando levantó la mirada vio que Mario ya estaba bajando por la escalera apresuradamente.

—Algún día aprenderé a decir que no. —masculló Lapardo para sí mismo y sin más procedió a seguir a Mario.

Como era de esperarse los chicos fueron recibidos por telarañas y una oscuridad abrasadora que les hizo detener el paso lentamente.

— ¿Cómo se supone que vamos a ver por dónde vamos...? —preguntó Lapardo y Mario intentó recordar cómo encendió las luces la primera vez que estuvo ahí.

Fallando miserablemente Lapardo dio un paso hacia adelante sin saber en qué dirección con exactitud y cuando iba a decir algo fue interrumpido por un chirrido ensordecedor.

Lo siguiente que supieron fue que las luces se encendieron solas.

—No, no me gusta. —manifestó Lapardo y dio unos pasos hacia atrás instintivamente.

—Así fue que se encendieron. —pronunció Mario y Lapardo le lanzó una mirada asesina—. Tienen un censor, mientras haya alguien en el área las luces se mantendrán encendidas. —explicó mientras miraba con fascinación su alrededor.

Lo oscuro y escondido era su cosa favorita.

—Pues ese censor está un poco oxidado. —comentó Lapardo e hizo una mueca al ver lo antiguas y gastadas que lucían las luces.

Mario rio ante su tan acertado comentario y continuó avanzando por el diminuto camino que guiaba a una encrucijada de caminos, mirando a sus espaldas cada cierto tiempo para asegurarse de que Lapardo estuviera bien.

—Es por aquí. —dijo Mario mientras señalaba el camino de la izquierda. Algo que sí tenía era buena memoria.

—Deberían darme un premio por la cantidad exagerada de telas de araña que estoy comiendo. —manifestó Lapardo con disgusto y se echó a un lado en un intento de esquivar una tela de araña pero para su sorpresa se encontró con una más grande del otro lado.

—Ya casi entraremos al túnel, tranquilo. —le aseguró Mario y Lapardo rodó los ojos mas se mantuvo en silencio.

Luego de caminar por unos minutos Mario reconoció el lugar donde estaban como el espacio exacto donde comenzaba el túnel, pero frunció el ceño al no distinguir señales de la puerta por ningún lado.

Por unos momentos pensó que se estaba volviendo loco y que realmente nunca había visto una puerta allí, pero la voz de Lapardo le indicó lo contrario.

—Mira esto. —pronunció Lapardo mientras le daba la espalda a Mario.

Mario se giró, todavía un tanto confundido, y posó la mirada en la pared que Lapardo estaba observando.

—Aliate. —masculló Mario mientras veía un cartel con el logo de Aliate en colores neones.

—Pensé que sólo tú sabías de este túnel. —formuló Lapardo con evidente confusión y Mario apretó los labios y se acercó un poco más hacia el cartel.

—Ya no, al parecer. —gruñó Mario y miró a su alrededor—. Ellos sellaron el túnel, ¿puedes creerlo? —flaqueó mientras miraba a su amigo.

—Me parece algo lógico, digo, no les conviene que nadie esté merodeando en su ciudad sin ellos saberlo. —puntualizó Lapardo y Mario sabía que tenía razón.

—Tenemos que salir de aquí. Rápido. —soltó Mario luego de unos segundos y de repente el pánico comenzó a envolverle—. Si ellos sellaron el túnel es porque sabían que alguien intentaría usarlo.

Mario tomó del brazo a Lapardo y comenzó a guiarle fuera de la encrucijada con paso rápido, si no fuera porque tenía algo en su pierna se hubiera dispuesto a correr, pero por el momento solo le quedaba el caminar rápido.

Ya fuera del censor de las luces se desactivó y el lugar quedó en completa oscuridad. Con un poco de dificultad los chicos subieron las escaleras y acomodaron el pasto encima de la ranura, tratando con todas sus fuerzas de que quedara tal como estaba.

Lapardo era un perfeccionista por naturaleza, por lo que logró que de alguna manera todo quedara impecable.

— ¿Cómo vamos a alejarnos de aquí? —preguntó Lapardo con la voz agitada.

—Pues, supongo que igual que como vinimos. Tentando a la suerte. —respondió Mario con una mueca y se sacudió la tierra de las manos.

Lapardo estuvo a punto de decir algo cuando Mario escuchó el sonido de unas ramas crujiendo y le indicó que se mantuviera en silencio.

Mario se giró lentamente hacia el lugar de donde provino el sonido y divisó en la lejanía, detrás de unos árboles, una especie de sombra.

El chico le señaló el lugar a Lapardo y éste entendió en cuanto vio también la sombra.

Lapardo y Mario avanzaron a paso lento hacia los árboles y mientras más se acercaban más se convencían de que no parecía una sombra, sino una larga cabellera negra.

— ¿Disculpe? —pronunció Mario al ver a una persona de espaldas con la cabeza entre sus rodillas.

En cuanto esa persona levantó la cabeza tanto Mario como Lapardo se dieron cuenta de un pequeño detalle.

No era solamente una persona. Era una mujer.

—No puede ser. —manifestó Lapardo y se echó hacia atrás. Había olvidado siquiera cómo lucía una mujer.

La mujer se levantó con cautela y por unos segundos Mario notó que tenía intenciones de huir, pero en cuanto se giró y posó sus ojos en él algo pareció removerse en su interior.

—Ma... —pronunció la mujer y Mario le miró con una mezcla de fascinación y horror.

— ¿Quién eres? —logró formular Mario y se giró para ver a un pálido Lapardo que observaba a la mujer como si estuviera viendo un fantasma.

—Yo... —comenzó la pelinegra y sacudió la cabeza como si intentara sacar algo de su mente—. Mario. —murmuró finalmente y Mario sintió un escalofrío recorrerle.

— ¿Cómo sabes mi nombre? —preguntó Mario con confusión y al ver la sonrisa que comenzaba a formarse en el rostro de la mujer no pudo evitar sentir que la conocía de algún lugar.

Cosa que era imposible, considerando la situación.

—Mi Mario. —se limitó a decir la mujer y sin más abrazó a Mario como si su vida dependiera de ello.

En ese momento Lapardo volvió en sí.

—Aloa, ¿qué hace? —espetó Lapardo y separó a la mujer de Mario, quien se había quedado paralizado de la sorpresa.

—Soy Marina. —se presentó la mujer e intentó limpiar las lágrimas que comenzaban a bajar por sus mejillas.

Al oír ese nombre algo en la mente de Mario pareció encajar.

—No. ¿Cómo? —cuestionó con dureza y se echó hacia atrás.

Mario reconoció ese nombre como el que estaba bordado en una de sus ropas de bebé. Su madre, la misma mujer que le había dejado irse a vivir a una ciudad totalmente diferente cuando tenía solo meses de nacido.

—Regresé por ti... Por fin pude regresar por ti. Pensé que nunca lo haría, yo... yo te busqué por todos lados. —titubeó Marina y comenzó a mirar a sus pies repetidas veces antes de enfocarse en el rostro de Mario y sonreír al verle—. Estás aquí.

— ¿Cómo llegaste hasta aquí? —preguntó Mario al notar que Marina estaba actuando un tanto extraño.

Marina pareció pensarlo por demasiado tiempo, como si estuviera organizando las ideas en su cabeza. Lapardo, por otro lado, no entendía nada de lo que estaba pasando.

—Angelo. —comenzó Marina y Mario frunció el ceño—. Su celular, creo que Angelo necesita ayuda. Llamé a un autobús, ¿o fue a una persona con un autobús? Llegué aquí y no te encontré. Los túneles conectan con Moltum, pero no encontré los túneles. —soltó Marina y Lapardo le miró confundido.

Marina no era buena conectando los puntos en su cabeza.

Ya no.

— ¿Cómo que Angelo necesita ayuda? —cuestionó Mario y no pudo evitar preocuparse por la manera en la que Marina se expresaba.

—No lo sé. Tenemos que salir de aquí, hijo. Tengo que llevarte a casa. —replicó Marina y Mario y Lapardo intercambiaron miradas.

Mario estaba comenzando a cuestionarse si realmente las historias eran ciertas. Ella no parecía como alguien que abandonaría a su hijo tan fácilmente. Mucho menos si ahora intentaba recuperarlo.

— ¿Cómo planeas hacer eso? —preguntó esta vez Lapardo y la mujer lo miró como si recién notara su presencia.

—Por los túneles. O podemos tomar otro autobús de vuelta. ¿Por qué hace tanto calor? —manifestó Marina y Mario le miró como si se hubiera dado cuenta de algo.

—Sellaron los túneles. —pronunció y la mujer le miró sorprendida—. No hay autobuses que lleven a Moltum a menos que sea el del gobernador. No hay forma de llevarte al gobernador sin pasar por los militares. —enfatizó y comenzó a sentir una ola de realidad golpearle.

Había recuperado a su madre, ¿pero a qué costo?

—Encontraremos la manera de salir de aquí, tú y yo, mi Mario. —aseguró la mujer y volvió a abrazar a Mario, pero esta vez el chico se dejó envolver por una única razón.

No había manera de salir de Mann y Marina estaba ahora atrapada con ellos. 

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Lo prometido es deuda. Ahí tienen la segunda y última parte de del extra no. 3, espero de corazón que les haya gustado. 

¿Qué piensan de estos nuevos personajes? ¿Qué creen que va a pasar con Marina? Me encanta leer sus teorías. 

Pronto estaré subiendo un apartado con curiosidades de Resaltado y oficialmente concluirán las actualizaciones de la misma. Aunque eso no significa que ahí quedará la historia. 

Díganme, ¿cómo suena una secuela?

Los amo y nos veremos pronto ♥

Besitos desde Moltum y ¿Mann? 

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