20. Raíz

Primera parte 

— ¿Que no me van a leer mis derechos? —preguntó Chris mientras dos guardias de seguridad le guiaban por un pasillo desconocido.

—Tienes derecho a cerrar la boca y hablar solo cuando se te indique. —respondió una de ellas y apretó su agarre en la muñeca de Chris.

—Qué aburrido, creí que iba a ser más como en las películas. —comentó Chris decepcionada y una de las guardias se detuvo en seco.

—Escúchame, delgada. Guarda silencio y camina. —indicó la mujer con su uniforme rojo carmesí.

— ¿Y si no quiero? —cuestionó Chris luego de unos segundos.

Ninguna de las guardias respondieron, sino que se miraron entre sí y de repente en uno de los pasillos dieron un giro brusco que casi tiró al suelo a Chris, quien decidió callarse al ver el pasillo frente a ella.

Las celdas del lado Sur de la casa eran específicamente para criminales de alto nivel, y Chris lo sabía por las tantas clases de Historia que le habían dado en la escuela. Además también lo sabía por el gran letrero que decoraba la puerta de metal diciendo "Criminales de alto nivel". Con cada paso que daban Chris sentía los nervios y el horror escalando su cuerpo, el haber hablado pareciéndole una mala idea después de todo.

En el momento en que abrieron la puerta un olor a podredumbre inundó sus fosas nasales, causando que Chris tuviera ganas de vomitar, y mientras más bajaban las escaleras más aumentaba el mal olor y el sentimiento de disgusto.

Al llegar al área de las celdas Chris sintió su estómago encogerse ante lo que estaba presenciando, las paredes no tenían indicio de haber sido pintadas alguna vez y el suelo de concreto parecía desaparecer bajo una inmensa capa de moho.

Mientras avanzaban Chris divisó que todas las celdas estaban vacías, aportándole una vibra mucho más escalofriante al lugar. Incluso las guardias de seguridad parecieron notarlo ya que Chris sintió a una de ellas estremecerse levemente.

— ¿Están seguras de que este es el lugar correcto? —preguntó Chris cuando se detuvieron frente a la celda del fondo.

—Tal vez aquí se te quiten las ganas de hablar tanto. —dijo una de las guardias y empujó a Chris hacia la celda, cerrándola rápidamente.

—Tienes derecho a tres comidas por día. No intentes llamar, no intentes hablar. No te vamos a escuchar. —explicó la seguridad de la derecha y le indicó a su compañera que era hora de irse. Cuando estuvieron a punto de subir las escaleras Chris se acercó a las barras y se aseguró de que pudieran escucharle.

— ¡Quiero hablar con Ashley! —gritó con voz demandante.

—Oh, no te preocupes. Vas a hablar con ella. —respondió una de las mujeres con diversión y lo último que escuchó Chris fue el estruendo de la puerta cerrándose, dejándole sola con una cama desarreglada, un inodoro sucio y sus zapatos amarillos.

Mientras tanto en la oficina de la gobernadora, Ashley y Cobaín se encontraban tomando una taza de café cuando recibieron la noticia de que Chris ya estaba aprisionada. En cuanto la seguridad se excusó del lugar la tensión creció entre padre e hija y las tazas de café fueron pronto olvidadas.

— ¿Ahora qué? —preguntó Ashley con los labios apretados—. ¿La mantenemos atrapada como un conejillo de indias hasta que se nos olvide? —ante esto último Cobaín se mostró pensativo y le sonrió felizmente.

—Me parece una maravillosa idea. Al fin aportas algo en esta vida. —pronunció Cobaín con alegría fingida.

—No estoy para tus estupideces. Tú me hiciste traerla aquí, ahora dime qué vamos a hacer. —espetó Ashley con enojo.

—No te hagas la inocente, a ti también te perjudicaba que esa delgada anduviera por ahí con zapatos amarillos y cuentecitos de hadas. —dijo Cobaín con veneno en la voz.

— ¿Crees que esa rubia iba a poder salirse con la suya? —cuestionó Ashley y soltó una risa seca—. Por favor.

—Esos zapatos amarillos podían ser el final de tu gobierno, no la subestimes. —sentenció Cobaín y Ashley le miró enojada.

— ¡Mi gobierno se termina cuando yo diga que se termina! —bramó y Cobaín se quedó callado, la morena carraspeó y luego se arregló la chaqueta—. Accedí a tu plan porque Chris se estaba metiendo en aguas peligrosas, y tú y yo sabemos qué pasaría si la verdad saliera a la luz. —manifestó y se puso de pie, observando la taza de café por unos segundos.

—Yo me encargaré de Chris. —indicó Cobaín y Ashley lo pensó detenidamente.

—No. —soltó Ashley—. Tú lo dijiste, Chris también es mi problema, solo tengo que hacer lo que mejor hago, solucionarlo. —finalizó y dicho esto salió de la oficina, dejando a un Cobaín perplejo que fue luego reemplazado por un Cobaín sonriente.

—Yo también te ayudaré a solucionar el problema. —murmuró y terminó su rica taza de café amargo.

Las películas no eran las favoritas de Marissa, sin embargo en ese momento le agradecía eternamente a la entidad divina que había creado Misión Imposible por enseñarle cómo camuflarse y no morir en el intento.

En cuanto la pelirroja había confirmado que Chris no tenía idea de dónde se encontraba Jordan, sus sospechas fueron acertadas, así que en el segundo que terminó de hablar con la rubia se dirigió -sin idea de qué hacer- a la casa de la gobernadora, donde declaró que era la hija de Lydia y que quería hablar con ella.

Entrar a la casa fue fácil, pero pasar desapercibida en la casa, no tan fácil. Por lo que Marissa tuvo que esconderse en la primera habitación de servicio que encontró, topándose con diversos uniformes de empleada que le salvaron la vida.

La baja salió de la habitación luciendo su nuevo atuendo y aunque se ganó varias miradas extrañas por parte de algunas empleadas, logró encontrar la puerta que conectaba con las cárceles.

Frente al letrero de "Criminales de alto nivel" se encontraban dos guardias de seguridad que fruncieron el ceño al ver a la pelirroja y se colocaron en posición defensiva de inmediato.

— ¿Qué haces aquí? —preguntó la de la derecha con voz fuerte, causando que Marissa tragara saliva.

—Me enviaron a cambiar las sábanas de una de las prisioneras. —mintió Marissa y las mujeres le miraron con sospecha.

—Solo hay una prisionera. —manifestó la de la derecha y Marissa sintió una gota de sudor deslizarse por su espalda.

—Sí, sí, a eso me refería. A veces soy un poco tonta. —rio nerviosamente y las guardias ni se inmutaron.

—Está bien. Solo tienes cinco minutos. —indicó la de la derecha y abrió la puerta lentamente, incitándole a que pasara.

—Espera. —le detuvo la de la izquierda luego de unos segundos. Marissa pensó que le habían descubierto y se giró con los nervios a flor de piel.

— ¿No se te olvida algo? —inquirió la mujer y Marissa lo pensó por unos segundos, luego llegó a la conclusión de que le faltaban sábanas de verdad.

—Cada cama tiene sábanas de repuesto debajo. —se inventó y las mujeres le miraron curiosas.

— ¿De verdad? Hacía tanto que no venía. —rio una de ellas y le indicó que pasara, cerrando la puerta detrás suyo.

Marissa soltó el aire que tenía acumulado y mientras bajaba las escaleras sintió sus piernas temblar, la incertidumbre de lo que podría haber allí abajo taladrando su mente.

En cuanto posó un pie en el lugar le dieron ganas de vomitar e inconscientemente tomó una gomita de pelo de su muñeca y se hizo una coleta, acto que hacía poco había comenzado a poner en práctica. Con toda su fuerza de voluntad se impulsó hacia delante y mientras caminaba y observaba solo celdas vacías, su ansiedad aumentaba considerablemente.

La pelirroja continuó caminando hasta llegar a las celdas del fondo, donde se sorprendió al no encontrar rastros de Jordan, sino a la mismísima Chris Aleen.

— ¿Chris? —preguntó al verle acostada en la cama.

La rubia se sobresaltó y por unos segundos pensó que estaba alucinando, pero cuando se giró y levantó la mirada no pudo evitar sentirse aliviada.

— ¡Marissa! —exclamó mientras se ponía de pie y se acercaba a las barras—. ¿Qué estás haciendo aquí? —preguntó con el ceño fruncido.

—Lo mismo digo, Chris. ¿En qué te metiste ahora? —replicó con severidad. Chris se quedó en silencio y solo se limitó a quitarse las bolsas de los pies, dejando a la vista sus zapatos amarillos.

Marissa se pasó unos segundos mirando una y otra vez a Chris y a los zapatos, una mueca de repente formándose en su rostro.

—Así que no mentías. —pronunció finalmente. Su mirada viajando hacia la expresión consternada de Chris.

—Jordan también los tiene. Y muchas otras mujeres más. —explicó Chris casi en un susurro. Marissa asintió lentamente mientras procesaba el hecho de que su novia le había estado mintiendo todo ese tiempo, sin darse cuenta un nudo comenzó a formarse en su garganta pero tuvo que tragárselo y mantener la mente despejada.

— ¿Sabes dónde está Jordan? —preguntó Marissa con semblante serio.

—No estoy segura... pero si no está aquí debería estar en la cárcel del lado Norte. —respondió Chris y una mueca de dolor se formó en su rostro cuando intentó sacudir el tobillo izquierdo.

— ¿Qué te pasó ahí? ¿Estás herida? —inquirió Marissa con alarme y Chris negó con la cabeza.

—No es nada, solo me tropecé en el camino. —mintió mientras recordaba el empujón que le había propinado la seguridad, Marissa entrecerró los ojos pero dejó pasar el asunto—. Necesito tu ayuda. —soltó la rubia rápidamente y con urgencia.

—Solo me quedan un par de minutos. ¿Qué necesitas? —manifestó Marissa y por el rabillo del ojo observó las escaleras.

—Necesito mi celular. Vi que las de seguridad lo dejaron en un canasto cerca de la cafetería. —explicó en voz baja y Marissa le miró insegura.

—No lo sé, Chris... a penas me dejaron pasar esta vez, no creo que lo vuelvan a hacer. —pronunció Marissa con una fina línea en los labios.

—Por eso no te preocupes, solo busca mi celular y yo me encargaré del resto, ¿está bien? —musitó Chris y Marissa se acercó más a ella.

— ¿Aquí no hay cámaras? —preguntó casi en un susurro y Chris negó con la cabeza.

—Las desinstalaron hace mucho. Estamos bien. —le aseguró Chris y Marissa asintió antes de girarse.

—Gracias. —dijo Chris lo suficientemente alto como para que Marissa le escuchara y esbozare una pequeña sonrisa.

—De nada, cuñi. —respondió cariñosamente y Chris pudo sentir una pequeña sonrisa formándose en sus labios.

—Dile a Jordan que lo siento por todo. —pronunció Chris mientras Marissa subía las escaleras y suspiró derrotada antes de sentarse en la cama y sumergirse en el silencio.

Investigar era divertido cuando el futuro de tus seres queridos no dependía de ello, y Angelo estaba muy seguro de que si esa fuera una situación completamente diferente, estaría disfrutando cada segundo de esa investigación.

Mientras investigaba había descubierto algo muy importante, y era que en esa investigación los patrones estaban específicamente marcados por diversos factores, y el más importante de ellos era los implicados en el caso. Cobaín, su abuelo, que de alguna manera todo parecía apuntar hacia él, no tenía ni una página de información que le ayudara a sacar conclusiones. Sin embargo Ashley, su madre y la gobernadora de la ciudad, era un libro abierto pero aun así parecía tener todo un historial oculto.

La cama de su madre siempre terminaba siendo víctima del caos propiciado por Angelo, papeles por allí, papeles por allá, carpetas en un lado, bolígrafos del otro lado. Todo con tal de responder una simple pregunta.

¿Quién asesinó a Selena Tray?

Selena no significaba nada para Angelo, de hecho solo la recordaba por las tardes que se pasaba leyendo los libros de Historia de la ciudad, sin embargo también parecía ser una pieza esencial del rompecabezas que Angelo no tenía idea de cómo encajar.

La mujer también era un fantasma para él, legalmente hablando, puesto que no había información detallada sobre ella aparte de que era la gobernadora de la ciudad y de que murió por una enfermedad, cosa que Ángelo creía fervientemente no era verdad.

Angelo trataba de apartar el pensamiento, pero había visto la suficiente televisión para comenzar a considerar el hecho de que el espíritu de Selena podía ser el que estaba en los zapatos amarillos, pero aun así eso no explicaba por qué hacían lo que hacían.

— ¿Dónde está Sherlock Holmes cuando se le necesita? —preguntó para sí mismo y se le escapó una carcajada al notar que lo había dicho en voz alta.

—Chris me está contagiando. —murmuró y una sonrisa se instaló en sus labios.

Angelo sabía que el sentimiento de culpa nunca se iría de su pecho, porque aunque la rubia dijera lo contrario, él le había metido en eso de los zapatos amarillos y por ende él la había puesto en la celda donde estaba.

Cuando le contó sobre el almacén no lo hizo con mala intención, lo hizo porque le mataba el saber que existía pero no poder salir a investigarlo, así que cuando vio todos los problemas que le estaba causando el haber ido a ese lugar, le carcomía la consciencia.

Sin embargo no podía evitar ser un poco egoísta, porque si le dijeran que tendría que hacerlo de nuevo solo para poder pasar tiempo con la chica, no dudaría en obedecer.

Angelo había dejado de disfrutar el hecho de estar vivo hacía mucho tiempo, era como un vaso de agua que con cada vez que su madre le encerraba en la habitación se derramaba una gota. Y para el tiempo que conoció a Chris, el vaso ya estaba vacío.

Pasó mucho tiempo de su vida preguntándose el porqué, pero ahora lo entendía.

Entendió que para alcanzar lo bueno tenía que soportar lo malo, y Chris sin duda era eso bueno que la vida tenía para él, así que cada vez que la vida parecía golpearle y dejarle en el suelo, se limitaba a cerrar los ojos y pensar en su sonrisa, esa parecía ser la clave de todos sus problemas.

Angelo se levantó de la cama y se acercó al mueble gigante de caoba de su madre y comenzó a buscar entre los cajones algo que le pudiera servir -pero como cada vez lo que hacía-, no encontró nada interesante. Con los labios apretados levantó la mirada y se encontró con su reflejo en el espejo, dejándole ver su cabello alborotado y las bolsas debajo de sus ojos. De repente a su cabeza llegó algo que Chris le había dicho hacía mucho tiempo.

"Mi reflejo siempre fue mi enemigo".

La única manera de conocer a su enemigo era mirando a su reflejo, y en este caso el reflejo de su enemigo no se encontraba en esa ciudad.

—Gracias, amor. —susurró Angelo al aire y sin más comenzó a empacar sus cosas.

♣♣♣

El repiqueteo de los tacones de Ashley era lo único que resonaba en el oscuro y angosto pasillo de la cárcel del Sur, mientras caminaba la morena ajustó su falda y su chaqueta, arregló su pelo y se aseguró de que no se le hubiera olvidado pintarse los labios de rojo.

Las guardias de seguridad abrieron la puerta de inmediato y se hicieron a un lado, bajando la mirada cuando la mujer se detuvo frente a ellas.

— ¿Qué les pasó en el cabello? —preguntó Ashley con disgusto.

—No hemos tenido tiempo de tomar una ducha. —respondió una de ellas todavía con la mirada gacha.

—Siempre hay tiempo para arreglarse el cabello, ahora váyanse y hagan algo por sus apariencias. —ordenó y las mujeres asintieron y se fueron de allí rápidamente.

Ashley comenzó a bajar las escaleras y casi se desmayó al ver lo asqueroso que lucía todo. Conteniendo la respiración se encaminó hacia la celda del fondo y la soltó al ver a Chris mirando fijamente sus zapatos amarillos.

—Son más horribles de lo que me imaginé. —comentó Ashley y tomó una silla para sentarse. Chris se limitó a ignorar su comentario y continuó mirando hacia la nada.

—Querías hablar conmigo. Habla. —dijo Ashley ante el silencio de la rubia.

— ¿Por qué? —preguntó Chris con serenidad y le miró por primera vez.

— ¿Qué? —cuestionó Ashley con confusión.

— ¿Por qué no me dejaste llorar a mi madre? —preguntó Chris inexpresiva. Ashley pareció pensarlo por unos segundos antes de responder.

—La ciudad estaba pasando por un momento difícil, no podía arriesgarme a que lo empeoraras. —respondió Ashley con simplicidad.

—No creo que el sufrimiento de una pequeña niña pudiera compararse con lo que tú le hiciste a esas mujeres. —le recriminó Chris con veneno en la voz. Ashley se acomodó en la silla y cruzó las piernas.

—Yo les hice un favor, los hombres nos estaban acabando. —estableció con semblante serio. Ante su comentario Chris soltó una risa seca.

—Admítelo, Ashley. Los hombres nunca fueron el problema, tú lo fuiste. —espetó Chris y elevó el tono de voz.

—Yo solucioné el problema, ¿crees que no sabía de todos esos hombres que abusaban de ellas? —aseveró la morena y Chris le fulminó con la mirada.

—Tú nos torturas cada día y luego nos sonríes en la cara. —le recriminó con enojo.

— ¡Yo les he dado una vida perfecta a través de la organización! —bramó Ashley y se levantó de golpe de la silla.

— ¡Nadie quiere ser perfecto! —gritó Chris y también se puso de pie, colocándose frente a Ashley de manera que lo único que les separaba eran las barras de metal—. Lo único que queremos es sobrevivir el día a día y trabajar para ser felices dentro de nuestras posibilidades. —pronunció Chris con la voz rota.

—Ustedes no saben lo que quieren. —manifestó Ashley y Chris le miró dolida.

— ¿Te digo lo que queremos? —comenzó y Ashley le miró fijamente—. Queremos comer sin que nos pese en la conciencia, queremos poder visitar a nuestras amigas en sus casas sin el miedo de que nos encarcelen, queremos usar la ropa que queramos sin que a ti te importe, ¡queremos soportarnos las unas a las otras! —tronó y pudo sentir una lágrima deslizándose por su mejilla.

—No te pido que entiendas mis decisiones y nunca lo he hecho, ¿por qué simplemente no puedes aceptar las cosas como son? —inquirió Ashley con calma.

—Solo quiero que me expliques por qué lo haces. —masculló Chris y Ashley se le quedó mirando.

—No sabes por lo que he pasado, Chris. Las personas que me han hecho daño... —pronunció Ashley y por un segundo Chris pudo deslumbrar a una simple chica que también había sido víctima de la vida, por lo que su expresión se suavizó.

— ¿Qué sería de nosotros si cada vez que alguien nos hiciera daño dejáramos de creer en la vida? —cuestionó Chris y las palabras parecieron afectar a Ashley, quien permaneció en silencio y comenzó a alejarse de Chris.

—Angelo. —soltó Chris y Ashley se detuvo de golpe.

— ¿Qué dijiste? —preguntó todavía dándole la espalda.

—Angelo Hamington, diecinueve años, tu hijo. —respondió Chris y esta vez Ashley se giró a mirarle.

— ¿Cómo sabes eso? ¿Qué le hiciste? —inquirió rápidamente.

—Lo conocí en la gala mensual, es una de las personas más brillantes y especiales que he visto. —explicó Chris con cariño, sin embargo Ashley le miró con una expresión indescifrable.

—Tú eres la dueña del cabello rubio que encontré en mi cuarto. —pronunció Ashley y Chris se encogió de hombros.

—No soy tan cuidadosa como tus empleadas. —dijo con un ápice de diversión.

— ¿Por qué mencionas a mi hijo? —preguntó Ashley con inquietud.

— ¿Por qué no lo enviaste a Mann junto con los demás hombres? —cuestionó Chris, ignorando su pregunta.

—Era un bebé, yo... no lo podía dejar sin su madre. —respondió Ashley rápidamente y con nerviosismo.

—Excusas. Marina tenía un bebé y lo enviaste a Mann. —le discutió Chris con mirada de disgusto.

— ¿Qué? —susurró Ashley y se veía realmente sorprendida—. Yo no sabía, yo no lo envié, no puede ser... —se le rompió la voz y Chris ni se inmutó.

—Tú tampoco sabes por lo que todas nosotras hemos pasado, lo mucho que tú nos has hecho daño. —manifestó Chris y Ashley apartó la mirada de la suya—. En el mundo hay personas malas, Ashley. Pero no por eso todas las buenas deben pagar. —finalizó. Ashley se giró y se fue a paso rápido de allí, las lágrimas de repente acumulándose en sus ojos y amenazando con salir en cualquier momento.

Por otro lado en la ciudad, las mujeres de Moltum sabían mejor que nadie que ya era tiempo de hacer cambios y de tomar riesgos, así que lo primero que hicieron fue convocar una reunión en la casa de las altas, siendo todas las mujeres de los demás grupos físicos invitadas.

Las calles de Moltum se llenaron de mujeres en cuestión de minutos, todas vistiendo lo mismo que tenían puesto en el momento que les avisaron de la reunión y todas cargando una bolsa en la mano.

En cuanto llegaron a la casa de las altas se detuvieron frente a la puerta, donde la chica que estaba en el frente lo pensó por unos segundos antes de tocar el timbre, en cuanto lo hizo una alta salió con una sonrisa y les recibió amablemente. Las grandes masas de mujeres se adentraron a la casa y luego de observar asombradas el lugar tan distinto a sus hogares, se dirigieron al patio, el lugar más grande la casa y por lo tanto el más apropiado para la reunión.

Como pudieron se acomodaron en el lugar y comenzaron a hablar las unas con las otras, algunas sentadas en un lugar alejado de la multitud y otras entre medio del caos teniendo una conversación amena.

—No sé pero me gustaría tener uno. —rio una baja y su amiga alta asintió enérgicamente.

—Creo que los venden en la tienda, cuando se termine todo esto podemos ir a preguntar. —ofreció la alta y la baja le miró pensativa.

—No podemos ir a comprar ropa el mismo día. —comentó y en el rostro de la alta se formó una mueca.

—Verdad. —masculló con tono decepcionado y se giró a mirar a la multitud—. ¿Crees que si funciona el plan podamos hacerlo? —preguntó con la mirada perdida en las mujeres.

—Eso espero. —respondió su amiga y ambas se quedaron en silencio.

— ¡Atención, chicas! —gritó Cynthia y poco a poco el ruido fue cesando—. Esta es solo una pequeña parte del plan, lo demás ya se les explicó y espero que todas tengan lo que acordamos. —vociferó y las mujeres levantaron la bolsa que tenían en las manos en señal de respuesta.

—Manténganlas así levantadas mientras tomamos la foto. A Ashley le encantan los detalles. —exclamó Sara desde el otro lado del patio y sonrió divertida cuando todas las chicas se posicionaron para la foto, todo listo para la primera parte del plan.

Convencer a una oficial de seguridad no podía ser tan difícil, o por lo menos eso había pensado Angelo mientras se dirigía a la Estación de Transporte Privado de Ashley, donde tenía más de media hora tratando de convencer a una mujer de que le dejara tomar un autobús hacia Mann.

—«No» significa «no». —espetó una seguridad por tercera vez.

—Y «tengo que ir» significa «tengo que ir». —discutió Angelo con el ceño fruncido.

—Si no tienes una orden firmada por Ashley entonces no puedes subirte en ese autobús. —manifestó la mujer y Angelo soltó un suspiro pesado.

—Ella no tuvo tiempo para firmar, pero me dio el permiso de ir en su lugar. —mintió Angelo y la mujer negó con la cabeza.

—Déjelo ir. —indicó una voz detrás suyo, Angelo se giró y se encontró con el único e incomparable Cobaín Hamington.

— ¿Está seguro, señor? —preguntó la mujer con un ápice de confusión.

—Muy seguro. —respondió y le dedicó una pequeña sonrisa, luego se acercó a Angelo y posó una mano sobre su hombro cariñosamente.

—Mi nieto tiene el permiso de mi hija. —explicó y Angelo se giró a mirarlo.

— ¿Lo tengo? —preguntó inconscientemente y al pensarlo mejor se giró sonriente hacia la mujer—. Sí, ¿lo ve? —pronunció y la mujer asintió lentamente. Tomó su comunicador y le informó a la conductora que tendría un pasajero. La mujer se hizo a un lado y Angelo pasó con rapidez, no queriendo perder la oportunidad.

A su lado entonces apareció un Cobaín sonriente y Angelo dejó de sonreír.

— ¿Por qué me ayudaste? —preguntó con la mandíbula apretada.

—Soy tu abuelo, ¿que no puedo hacerte un favor? —inquirió el hombre con una sonrisa inocente.

—No. —se limitó a decir Angelo.

—Buen punto. —le concedió Cobaín—. Tengo mis razones. —explicó Cobaín y Angelo entrecerró los ojos por unos segundos.

—Ni una palabra a mi madre. —dispuso el moreno con severidad y Cobaín le sonrió.

—No me atrevería. —entonó y se dio la vuelta para irse de la estación, dejando a Angelo con una inmensa ola de confusión y sospecha.

En la casa de la gobernadora, llegar a la cafetería fue más fácil de lo que Marissa esperaba, y en cuanto la pelirroja puso un pie en el lugar divisó el canasto del que Chris estaba hablando. Luego de asegurarse de que nadie estuviera mirando se acercó lentamente al pequeño canasto tejido e insertó la mano en busca del celular de Chris, encontrándose con la sorpresa de que había más de cinco celulares allí dentro.

Mientras susurraba cosas inaudibles comenzó a encender las pantallas de los celulares en busca de algo que le indicara cuál era el de la rubia y en su interior agradeció el hecho de que el lugar estaba prácticamente vacío. Ya tenía suficiente con su novia encarcelada como para ella ir a acompañarle.

La mayoría de los fondos de pantalla en los celulares eran bastante sencillos, como paisajes y cosas relacionadas, pero sin embargo en uno de ellos se encontró con un fondo bastante peculiar.

—Un chico... —susurró mientras -sin saberlo- observaba una foto de Angelo sonriendo.

Marissa llegó a la simple conclusión de que tal vez era uno de esos cantantes famosos que Jordan había dicho le gustaban tanto a Chris y optó por tomar ese celular y adentrarlo en los bolsillos de su falda roja.

Camino a la parte Sur de la casa Marissa accidentalmente se topó con Ashley, que se encontraba sentada en un mueble con los ojos cerrados y la cabeza apoyada de su brazo. La pelirroja intentó caminar rápido para no llamar su atención pero falló miserablemente.

—Tú. Ven acá. —dispuso Ashley y Marissa se acercó lentamente a ella.

— ¿Qué necesita, señorita? —preguntó mientras intentaba ocultar su nerviosismo. Ashley entrecerró los ojos y le observó de arriba abajo.

— ¿Te conozco? —inquirió la gobernadora con extrañez y Marissa tragó saliva.

—Sí, es que trabajo en el área de cafetería. —mintió la pelirroja con la esperanza de no levantar sospechas. Ashley pareció considerarlo por unos segundos y luego asintió lentamente.

—Dile a las cocineras que me preparen una taza de té de inmediato. Sin un gramo de azúcar. —ordenó Ashley y Marissa asintió.

— ¿Se encuentra bien, señorita? —inquirió Marissa luego de unos segundos y Ashley le fulminó con la mirada.

—Tu trabajo no es preguntarme cómo estoy, tu trabajo es hacer lo que te digo y hasta ahora veo que eres pésima en él. —espetó Ashley y Marissa no pudo evitar sentirse dolida por sus palabras. Si así era como trataba a todas sus empleadas no podía imaginarse lo mucho que estaban sufriendo.

—Mis disculpas. —pronunció y se alejó de ella con rapidez, soltando todo el aire que tenía acumulado.

Chris había dicho que tenía un plan para que Marissa pudiera entrar a la cárcel, pero Marissa no tenía idea de en qué consistía el plan, así que cuando una guardia de seguridad se le acercó rápidamente y le pidió que le acompañara, Marissa no pudo evitar asustarse. Aun así a mitad de camino la pelirroja se dio cuenta de que se dirigían justamente hacia la cárcel del Sur y una pequeña sonrisa se formó en su rostro. Chris siempre cumplía con su palabra.

—Comenzó a golpear las barras con las patas de la cama y cuando bajé estaba vomitando por todos lados. —explicó la mujer de seguridad mientras caminaban por la larga fila de celdas.

En cuanto llegaron a la celda de Chris, Marissa se encogió en una arcada y tuvo que aguantarse para no añadir más vomito a lo que estaba observando.

— ¡Chris! ¿Qué hiciste? —preguntó disgustada cuando la seguridad se había alejado. Chris le miró divertida y no pudo evitar soltar una carcajada.

—No es vómito. Es solo jugo de naranja con ensalada. —respondió y miró a su alrededor—. He creado una obra de arte. —comentó orgullosa y Marissa le miró como si estuviera loca.

—Tengo el celular. —susurró y se acercó a las barras de metal, donde sacó el celular de su bolsillo y se le entregó a Chris.

—Muchísimas gracias, Marissa. Si algún día salgo de aquí te lo compensaré. —agradeció Chris y encendió la pantalla de su celular rápidamente, una pequeña sonrisa formándose en su rostro.

—No es nada, Chris. Entre mujeres se supone que debemos ayudarnos, es una pena que se nos olvide tan a menudo. —se lamentó Marissa y al ver que Chris no le estaba prestando atención frunció el ceño—. ¿Quién es el de la foto? —inquirió y ante la pregunta Chris apagó la pantalla y guardó su celular de la manera más sospechosa posible.

—Nadie. Es un... cantante famoso que me gusta mucho. —mintió Chris y rio mentalmente ante la idea de Angelo siendo un cantante.

—Lo adiviné. —pronunció Marissa orgullosamente y esbozó una sonrisa alegre.

— ¿Pudiste encontrar a Jordan? —preguntó Chris tras unos segundos de silencio.

—Todavía no. En cuanto salga me dedicaré a buscarle. —respondió Marissa y Chris asintió lentamente.

— ¿Qué hacemos con el asunto del vómito? —soltó Chris de repente y Marissa se encogió de hombros.

—Límpialo con las sábanas de tu cama. —respondió simplemente y Chris le miró ofendida.

—Pero se supone que tú eres la que limpia. —murmuró con un puchero.

—Realmente no. —manifestó la pelirroja y sin más se dirigió a las escaleras, donde se despidió con un asentimiento de las guardias y se encaminó rápidamente a la cárcel del Norte.

Mientras Marissa caminaba aprovechó para analizar sus alrededores, ya que, a pesar de que la gala mensual se realizaba en la casa de la gobernadora, no siempre tenía la oportunidad de caminar por los grandes y lujosos pasillos que le componían.

Si a la pelirroja le preguntaran cómo describiría el interior de ese lugar, respondería con el término "sofisticado vómito de rojo", porque las paredes, las alfombras y la mayoría de las decoraciones eran de color rojo. Marissa siempre había tenido la duda de por qué Ashley estaba tan obsesionada con el rojo, pero como todas en la ciudad, no había tenido las agallas para preguntar.

Luego de unos minutos Marissa se dio cuenta de que ya se encontraba en el pasillo que conectaba con la cárcel del Norte y se sorprendió al notar el cambio en el ambiente comparado con la cárcel del Sur.

A diferencia del área Sur, en la puerta de metal que conectaba con las celdas no había un cartel descriptivo ni habían guardias de seguridad cuidando la entrada y salida del lugar, por lo que Marissa esbozó una pequeña sonrisa y se acercó rápidamente a la puerta, maldiciendo por lo bajo cuando escuchó el estruendo que esta produjo.

Tras esperar unos segundos para abrir la puerta completamente, la pelirroja comenzó a bajar las escaleras y el aroma a rosas le golpeó en las fosas nasales como una grata sorpresa. Confundida por lo agradable que lucía esa cárcel comenzó a examinar las celdas, notando que esta vez sí había varias prisioneras, entre ellas, su madre.

— ¿Marissa? —pronunció su madre al verle y Marissa hizo todo lo posible por mantener la calma—. ¿Viniste a sacarme? —preguntó Lydia esperanzada.

— ¿Crees que te mereces estar fuera de aquí? —preguntó Marissa mientras le miraba fijamente.

—Tal vez no merecer... pero soy tu madre. —masculló Lydia y esbozó una pequeña sonrisa inocente.

—No lo sé, eso me quedó un tanto distorsionado después de la paliza que me diste. —comentó Marissa con voz cortante y Lydia apretó los labios.

— ¿Entonces qué haces aquí, asquerosa? —preguntó la mujer con disgusto y Marissa pensó que esa sonaba más como su madre.

—Buscando a mi hermosa novia. —respondió con una sonrisa alegre.

—Ahora tienes complejo de príncipe o algo por el estilo. —soltó Lydia con una mueca en el rostro.

—Puede ser. —respondió Marissa y Lydia rodó los ojos—. Pero ten por seguro que este príncipe no te va a salvar a ti. —finalizó y se alejó con una sonrisa en sus labios.

En la otra línea de celdas a tan solo unos pasos de distancia se encontraba la melena pelirroja de Jordan colgando de la orilla de la cama y por unos segundos Marissa simplemente se detuvo a verle dormir con una pequeña sonrisa en el rostro.

—Rojita. —le llamó Marissa con voz suave pero Jordan no se despertó.

—Jordan. —volvió a llamarle más alto esta vez, alarmándose al no tener respuesta de parte de Jordan.

— ¡Jordan! —le gritó rápidamente y la pelirroja se levantó de golpe y con el corazón acelerado.

— ¡¿Qué pasó?! —preguntó Jordan mientras se acostumbraba a luz, y en cuanto giró la cabeza una mezcla de sentimientos comenzaron a acumularse en su pecho.

—Marissa. —pronunció y saltó fuera de la cama para tocar a la chica.

—Vine a sacarte de aquí. —explicó Marissa mientras la acariciaba la mejilla. Jordan se relajó ante el contacto y cerró los ojos por unos segundos, momentáneamente olvidando el lugar en que estaba.

En cuanto salió del trance y abrió los ojos, su cerebro pareció analizar la información que le acababa de decir de Marissa.

— ¿Que tú qué? —preguntó rápidamente con alarme.

—Vine a sacarte de aquí, rojita. —repitió Marissa y le sonrió levemente, sin embargo Jordan le miró horrorizada.

— ¿Estás loca? Te van a encarcelar a ti también, tienes que irte de aquí. —bramó Jordan con inquietud y Marissa le miró con seriedad.

—No voy a salir de aquí sin ti. —aseguró y Jordan apretó los ojos con frustración.

—Por si no lo has notado, Mar, estoy en una celda. —manifestó Jordan y Marissa le fulminó con la mirada.

—Lo sé, Jordan. —dijo Marissa—. Pero creo que no por mucho tiempo. —añadió luego de unos segundos observando los zapatos de Jordan.

— ¿A qué te refieres? —inquirió Jordan al notar su actitud tan extraña.

—Chris dijo que los zapatos amarillos eran mágicos... —comenzó Marissa.

—Espera, ¿Chris dijo qué? —le interrumpió Jordan y Marissa rodó los ojos.

—Tenemos tiempo de sobra para discutir por qué me lo ocultaste. —espetó Marissa y Jordan se quedó callada—. Por ahora tenemos que descubrir cómo funcionan los zapatos. —concluyó y Jordan le miró pensativa.

—No creo que tenga el poder de controlarlos, a veces parece como si tuvieran su propia mente. —se sinceró Jordan y Marissa asintió lentamente.

— ¿Tal vez si se lo pides amablemente? —inquirió Marissa con indecisión. Jordan apretó los labios y bajó la mirada hacia sus pantuflas amarillas.

—No sé qué son realmente, ni por qué decidieron molestarme. —comenzó y juró sentir a los zapatos apretándose en sus pies, por lo que frunció el ceño y continuó hablando—. Pero si pudieran darme una mano ahora se los agradecería inmensamente. —terminó y se quedó esperando alguna señal de respuesta que nunca recibió.

— ¿Ves? —soltó Jordan con un ápice de decepción y Marissa se desató la coleta rápidamente.

—Vamos a intentar forzar la cerradura. —dijo y Jordan le miró extrañada.

— ¿En qué película crees que estamos? —preguntó con verdadera curiosidad y Marissa le miró mal.

Marissa sacó una pinza de pelo que tenía en su bolsillo y le agradeció internamente a Amanda por la recomendación de siempre llevar una en caso de emergencias. Jordan al ver lo que estaba haciendo comenzó a dar vueltas por la celda y a susurrar cosas inaudibles.

La baja comenzó a forzar la cerradura con la punta de la pinza y en el proceso inconscientemente colocó la mano en una de las barras de metal que poseía la puerta, notando que se sentía más liviana de lo normal. Con el ceño fruncido dejó a un lado la pinza y sin más comenzó a halar la puerta, abriéndose esta en el primer intento.

La pelirroja se quedó paralizada por unos segundos y cuando volvió en sí recordó que Jordan no le estaba prestando atención.

—Jordan. —le llamó por primera vez pero Jordan estaba refunfuñando así que no le escuchó.

—Jordan, la puerta. —espetó Marissa pero Jordan todavía le estaba dando la espalda.

— ¡Jordan! ¡Cállate y mira la estúpida puerta! —gritó Marissa y Jordan se giró lentamente ante el regaño de la chica y se quedó petrificada al ver que la puerta estaba abierta.

—No puede ser. Los zapatos funcionaron.

♣♣♣

En cuanto la reunión de las mujeres de Moltum concluyó, todas las chicas se dividieron en pequeños grupos de los cuales cada uno tenía asignado una habitación en donde se cambiarían a la ropa escogida para el plan.

Así que mientras todas las chicas estaban apachurradas en distintas habitaciones intentando introducir sus cuerpos en los trajes asignados, Cynthia estaba a punto de colapsar.

— ¡¿Dónde rayos está Chris?! —chilló pero no recibió ninguna respuesta.

—Dile a las chicas de la habitación 4 que tienen que apurarse. —ordenó la mujer a una gruesa que había cruzado frente a ella y ésta asintió en respuesta.

— ¿Le enviaste la foto a Ashley? —preguntó luego a Mercurio que se encontraba sentada en un mueble con el celular en las manos. La alta dejó el celular a un lado y se le quedó mirando fijamente.

—La respuesta sigue siendo la misma que hace diez segundos. —respondió con molestia pero al notar que Cynthia estaba temblando se acercó rápidamente a ella—. Hey, ¿qué te pasa? —preguntó con preocupación y Cynthia se dispuso a mirarle.

— ¿Qué pasa si todo fracasa? ¿Crees que Ashley nos perdonaría? —preguntó Cynthia con miedo en los ojos y Mercurio forzó una mueca.

—No lo creo. Ashley puede ser muy radical. —sinceró Mercurio y Cynthia le miró horrorizada—. Lo bueno es que no dejaremos que eso pase. —le aseguró rápidamente y Cynthia le miró indecisa.

—Nunca había tenido que lidiar con tantas chicas juntas. Las delgadas siempre fueron muy fáciles de tratar. —confesó la mujer y Mercurio ladeó una sonrisa.

—Bienvenida al mundo real. Resulta que venimos de todas las formas y personalidades—rio Mercurio y Cynthia soltó una risa nerviosa.

—Debo admitir que me asusta. —dijo y sus nervios comenzaron a calmarse.

—Créeme, a todas nos asusta. —admitió Mercurio e hizo una pausa—. Estoy segura de que todas tenemos dudas acerca del plan, y también nos preguntamos qué pasaría si de casualidad fallara. Pero tenemos que mantener en mente que pase lo que pase, estaremos juntas, y ya con eso hemos triunfado. —concluyó y Cynthia le atrapó en un abrazo que sorprendió a Mercurio.

—Gracias. —susurró la mujer en su hombro.

—No hay de qué. —respondió Mercurio y sonrió de verdad.

Mientras tanto en la celda de Chris, la rubia tenía más de diez minutos tratando de llamar a Angelo y agradecía que su celular tenía carga suficiente para soportar otros diez minutos más que ella procuraba seguir intentándolo.

Poco a poco Chris había comenzado a acostumbrarse al silencio y la soledad que producía ese lugar ya que, aunque fuera completamente diferente, le recordaba a la manera que le hacía sentir el estar trabajando en el cine.

Ese sentimiento de estar a tan solo un paso de una multitud de personas pero aun así saber que tienes que mantenerte en la soledad y oscuridad de la cabina.

Luego de hacer lo que le había dicho Marissa y limpiar la celda con las sábanas de su cama, a Chris no le quedó de otra más que sentarse en el asqueroso suelo mientras intentaba comunicarse con Angelo. Así que en el momento en que el chico tomó la llamada, solo por estar en el suelo Chris se evitó no caerse por la impresión.

—Chris. —saludó Angelo alegremente y Chris frunció el ceño.

—Te he llamado ochocientas veces. —pronunció con rastros de enojo.

—Lo siento, tenía el celular en silencio mientras investigaba. —mintió Angelo y se mordió el labio cuando el autobús comenzó a alejarse de la ciudad.

—Ni siquiera sabes cómo silenciar el celular. ¿Qué está pasando? —preguntó Chris rápidamente y Angelo se golpeó mentalmente porque era verdad.

—No te lo dije porque sabía que me ibas a convencer de no hacerlo. —comenzó Angelo y Chris comenzó a preocuparse.

— ¿De no hacer el qué? —cuestionó Chris y se puso de pie.

—Estoy camino a Mann. —confesó y Chris sintió el alma bajarle a los pies.

— ¡¿Por qué en la vida de Justin Bieber estás haciendo eso?! —chilló Chris con pánico en la voz.

—Necesito encontrar el archivo de Cobaín, y el único lugar donde puede estar es ahí. —explicó y Chris soltó un gruñido.

— ¿Y crees que dar tu vida para encontrar esos papeles vale la pena? —espetó Chris y se mordió el labio inferior hasta el punto de sacarse sangre.

—No seas tan exagerada. —manifestó Angelo y Chris miró el celular con sorpresa.

— ¿Que no sea tan exagerada? —inquirió y soltó una risa seca—. Angelo, ¡tú mismo me dijiste que ese lugar era un campo de guerra! —gritó y Angelo tuvo que despegar el celular de su oído para no quedar sordo.

—Voy a ser cuidadoso. Confía en mí. —le pidió con voz suave y Chris soltó un suspiro pesado.

—Sé que sí... —comenzó—, pero aun así no puedo evitar preocuparme, Angelo. Preferiría quedarme en prisión con tal de que estés a salvo. —se sinceró Chris y Angelo sonrió levemente ante sus palabras.

—Lo voy a estar. ¿Está bien? —pronunció y Chris asintió para sí misma.

—Llámame en cuanto llegues para saber que estás bien. No me importa si no consigues ninguna información, solo quiero que regreses. —dijo Chris casi en un susurro.

—Te prometo que encontraré la información que necesitas, hasta entonces solo aguanta y no llames mucho la atención. —le pidió y Chris esbozó una pequeña sonrisa divertida.

—Pides demasiado. —bromeó y escuchó a Angelo reír, de repente su día siendo un poco mejor.

—Hasta luego, amor. —se despidió Angelo y cortó la llamada, dejando a Chris con una sensación extraña en el cuerpo. La rubia dejó el celular a un lado y se sentó en el suelo, soltó un suspiro pesado y fijó la mirada en sus zapatos.

—Protéjanlo, ¿sí? Sé que ustedes también lo necesitan. —pidió y se sobresaltó cuando las luces parpadearon, causando que Chris juntara sus rodillas y cerrara los ojos con una única cosa en mente, la seguridad de Angelo.

En el día usualmente salían cinco autobuses los cuales hacían un recorrido de Centrum hasta los bordes de la ciudad y cruzaban por Litore y Latus. Angelo sabía todo esto porque había estado estudiando el mecanismo de transporte de la ciudad en sus días de ocio, es decir, prácticamente todos.

Ashley había pensado muy detenidamente en los detalles de su transportación privada hacia Mann, por lo que el autobús que estaba ahora mismo transportando a Angelo se veía exactamente como los demás autobuses públicos: color rojo y con palmeras plateadas, esto con la idea de que nadie sospechara ni supiera hacia dónde se estaba dirigiendo.

En ese momento el ingenio de su madre le estaba siendo de provecho a Angelo, ya que a pesar de que varias mujeres se detuvieron a observar el autobús pasar, ninguna realmente pensó nada extraño del mismo.

Angelo nunca había visto de cerca los establecimientos de la ciudad, como mucho solo había visto fotografías de las que su madre tenía colgada en distintos lugares de la casa, pero le producía una sensación irreal el poder observar en su máximo esplendor las despampanantes calles de la ciudad que eran invadidas por los coloridos negocios de distintas denominaciones.

En cuanto el autobús comenzó a avanzar por el puente que conectaba Moltum con Mann, Angelo no pudo no pudo evitar sentirse nervioso. Era una cosa pensar en lo que significaba poner en un pie en ese lugar y era otra completamente distinta el estar a punto de hacerlo. El moreno no confiaba para nada en Cobaín, y estaba más que seguro de que en el momento en que llegara a Mann estaría corriendo peligro. Por lo que mientras empacaba su mochila lo primero que buscó fue un disfraz que su madre le había comprado años atrás.

Angelo comenzó a sacar las cosas de su mochila y comenzó por colocarse una larga peluca de color rubio, riendo ante su reflejo en la ventana, luego tomó una pequeña barba falsa y se la pegó en la cara, se miró en la ventana y agradeció el hecho de que todavía no le crecía la barba, por último tomó unos lentes color verde neón y se los puso, completando el look de un informático fuera de moda.

Cinco minutos después del cambio de apariencia de Angelo, el autobús había llegado finalmente a las instalaciones de Mann. La conductora le anunció a Angelo que se podía bajar y el moreno respiró hondo antes de poner un pie fuera del autobús.

Aterrador. Eso fue lo primero que pasó por la cabeza de Angelo en cuanto levantó la mirada y le echó un vistazo a lo que se había convertido la ciudad de los hombres.

En el lugar hacía un calor infernal y el cielo se mostraba triste ante las calles sucias y quemadas, en la ciudad los edificios eran de un gris deteriorado y las casas parecían estar a punto de colapsar. Los negocios, por otra parte, poseían guardias de seguridad en cada entrada y los clientes cargaban algo parecido a una pistola en sus manos.

Angelo se quedó paralizado en su lugar y con expresión horrorizada comenzó a caminar hacia un edificio gigante con forma de castillo medieval que supuso era la casa del gobernador. Mientras caminaba observó pasar a varios hombres que lucían entre una combinación de drogados y borrachos, todos andando como si no estuvieran pisando tierra.

El chico tragó saliva y sintió un escalofrío recorrer su espina dorsal, causando que se arrepintiera levemente de haber ido a ese lugar. Tratando de convencerse a sí mismo de que era por una buena causa, Angelo continuó caminando con los nervios de punta hacia la entrada del castillo.

En cuanto el moreno se acercó al rastrillo de la antepuerta, del otro lado aparecieron una docena de hombres vestidos con trajes militares apuntándole con una escopeta.

—Nombre. Edad. Motivo para no abalearte ahora mismo. —ordenó uno de ellos con voz fuerte y Angelo se estremeció ante esto último.

—Aneudys Ryth, 25 años, vengo a reparar el sistema informático de las computadoras del gobernador. —mintió pero los hombres no se movieron.

—No se me informó de ninguna reparación a las computadoras. Mientes. —decretó el hombre y todos encasquetaron la escopeta.

—No miento, el gobernador solicitó un técnico en informática y aquí estoy. —explicó e hizo todo lo posible para ocultar el nerviosismo en su voz.

—Credenciales. —dispuso el hombre y Angelo buscó en su mochila una identificación falsa. El chico dio un paso más hacia adelante para entregarle la tarjeta y así mismo los hombres se acercaron más con las escopetas a mano.

El militar observó la identificación por mucho más tiempo del que Angelo se esperaba y en cierto punto comenzó a pensar en la posibilidad de que el hombre le había descubierto y le mataría ahí mismo.

—Levanten. —gritó el hombre de repente y Angelo no pudo evitar asustarse.

Ante sus ojos el rastrillo comenzó a elevarse y Angelo respiró hondo al ver cómo los hombres bajaban las escopetas y se hacían a un lado.

—Bienvenido al corazón de Mann. 

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