5
Lovino es quien después de un sueño protagonizado por el español, despierta, nada realmente fuerte, lo típico en un sueño: Lovino avanzaba por las congeladas calles invernales de una ciudad que conocía, pero a la vez no tena idea de dónde estaba.
Un restaurante económico le brinda algo de calor mientas Lovino abraza a un poste de luz esperando que el semáforo indique que es prudente cruzar la calle, mientras espera nota que en aquel puesto de comida está su hermano, con sus dos amigos idiotas, un estadounidense más idiota y otros muchos de sus compañeros que ignora en su totalidad, pues sus ojos oliva están totalmente ocupados resiguiendo la figura de un castaño de piel tostada que posee un brillo sin igual.
El italiano traga saliva. Se pone nervioso, pero le sonríe. Antonio le sonríe también. Su hermano nota todo lo que está pasando, se levanta dejando su plato de carne molida en la mesa.
—¡Lovino! —exclama—. ¿Te quedas con Antonio? Gracias —resuelve sentándose de nuevo comenzando a degustar su platillo: papa molida.
Lovino entra en pánico, se paraliza mientras Antonio camina hacia él con un pronunciado movimiento de cadera y una sonrisa matadora.
No se mueve más que para temblar.
Antonio le deja unos segundos para que la admire, sin decir nada se acerca hasta los labios del menor para posar un beso sobre ellos. Una caricia cariñosa. No es profundo, es lento, medido y absolutamente sublime, Lovino no sabe por qué, pero siente que el beso significa algo, sonríe cuando Antonio le abrazo sin separarse de la unión de labios.
El español es quien se separa lentamente, le mira intensamente con los ojos puros de esmeralda, Lovino aun en su ensoñación entre abre los ojos encantado al instante por la mirada del ibérico.
—Siempre me has gustado con locura —susurra suavemente confirmando todas las sospechas del joven italiano, quien sonríe sinceramente antes de que las calles ya avenidas se convirtieran en polvo de sueños.
Todo despareció en una negra inmensidad, tan suave y abruptamente como un rayo mata.
El italiano abre con pesadez los ojos ahora en la realidad.
Lo primero que alcanza a ver es un español que retoza con una sonrisa. Se sonroja al instante. Tiembla un poco revisando que tenga la ropa puesta, la trae, vuelve a respirar preguntándose qué demonios hace Antonio en su cama ¿Es día de escuela? Lo es, mira el reloj y se da cuenta que es tardísimo, está a punto de levantarse y despertar al español con un golpe en el estómago, pero se detiene al pensar; "Ya es tarde, Antonio ya debería estar levantado, no lo está, está en mi cama, esto es un sueño". Porque solo en un sueño tendía a Antonio para él.
Con esa conclusión vuelve a acostarse.
Piensa que... hace unos instantes en su sueño Antonio se le había confesado, seguro era un sueño erótico de esos que tenía con frecuencia respecto al español.
Así que desinhibido al creerse en un sueño, se quita el pijama, riñéndose sí mismo por soñarse con pijama. Comienza a liberar al español de cualquier prenda inferior, se muerde el labio intentando verle a la cara lo más posible, pero es imposible, se le van los ojos.
Le desabotona la camisa con tranquilidad hasta que nota un pequeño crucifijo que le cuelga del cuello, nunca había sobrado a Antonio con crucifijo, la sangre da vueltas entre sus mejillas y entrepierna tan solo de pensar en el ibérico con nada más que un crucifijo puesto.
Trata de distraerse acariciando su pecho pensando que es sublime, se siente tan real, sus labios comienzan a recorrer el cuello del ibérico haciendo que este suelte un ligero jadeo entre sueños, Lovino piensa que es mejor que esté dormido en su sueño, eso lo hace menos vergonzoso, pero se riñe a sí mismo, de nuevo, por las fantasías somnofílicas.
Los labios del italiano llegan hasta los del español, besando dulcemente, pero con evidente necesidad.
Antonio comienza despertar, pues al parecer tiene complejo de bella durmiente y cada que Lovino le besa en los labios despierta. Abre los ojos lentamente, mueve los labios un poco y a Lovino le importa un cuerno, es un sueño, al fin y al cabo, piensa para sí.
Antonio se sorprende, no por el beso, si no, por la falta de prendas en ambos. Comienza a pensar: ¿Se habrán acostado ya? ¿Por qué no se acuerda? Se lamenta por no poder recordar el momento más feliz de su vida hasta que nota al miembro de Lovino que demuestra que esto no va acabando, va empezando.
Antonio es quien le besa con más intensidad, porque vamos a ser justos, desde los once años Antonio está perdido por el italiano ¿Por qué creen que no funciona más de tres meses con ninguna mujer? Estampa al italiano sobre la cama y se separa un poco para mirarle de pies a cabeza, al italiano se le ponen las mejillas de un precioso e intenso carmín. La mirada se sentía tan viva como una caricia.
Antonio se relame y vuelve al beso, intenso como pocos. Lovino se sujeta del cuello español acariciándole la nuca sin decir nada, dejándose acariciar por el ibérico.
—Eres como un sueño, Lovino —admite, el sureño sonríe pensando que es gracioso ese pensamiento porque él es el sueño—. Tu sonrisa es perfecta —como alguien no los pare van a terminar bañados en la miel de sus palabras, palabras escondidas y reprimidas durante toda una vida.
—No más que la tuya —sus manos bajan a acariciarle las mejillas, en los sueños se dice cualquier cosa y no importa porque al despertar esas palabras mueren igual que el sueño—. Tú que regalas tu sonrisa al mundo cuando la quiero solo para mí.
El corazón del español se paraliza. ¿Por qué el italiano estaba actuando así? Era muy extraño ¿Y si estaba soñando? Sutilmente se pellizca el brazo confirmando que ni de broma está soñando. Abre los ojos con sorpresa y se separa un poco.
Lovino le mira con algo de pánico. ¿Qué le había asustado?
Antonio, por instinto va y se hunde en el cuello de Lovino que suelta un chillidito de sorpresa seguido de un gemido sutil al sentir la respiración de su contrario sobre la sensible piel de su cuello, tal vez si lo besa se desmaye. El de piel tostada olfatea con insistencia, huele a Lovino.
Se acomoda entre las piernas del italiano, abriéndolas, pensando que eso es algo que Lovino jamás de los jamases le permitiría.
El menor reprime un jadeo, mirándole con ojos entrecerrados, dejándole que haga lo que quiera, pues así son siempre sus sueños, Antonio flipa en colores, mira en todas direcciones, sí, este es el curto de Lovino. Acaricia los muslos ajenos por la parte interna y esta vez Lovino no se retiene, gime directamente, el mayor está cada vez más asustado y excitado.
—¿Lovi? —pregunta con voz temblorosa. El menor niega suavemente con la cabeza. Se impulsa para ser capaz de abrazarse a su cuello.
—Llámame Lovino. Es tan especial cuando tú lo haces... —confiesa antes de robarle el aliento con un beso, intenso ahora sí, sin reprimirse de jadear en él, moviendo las caderas al más puro ritmo latino.
Antonio deja de pensar durante el beso y decide que hay que aprovechar...
Se lo come durante el beso. Jadea también, separándose solo para susurrar "Lovino" con voz colmada de deseo.
Lovino le acaricia la nuca susurrando él mismo "Antonio", en una letanía más suplicante.
El español le coloca sobre la cama con una fuerza de pasión dispuesto a fundir sus cuerpos hasta que se le olvidara su propio nombre y sus cuerpos rogaran por oxígeno, justo en el momento que la puerta se abre.
—¿Feliciano? —el español pálido ante la figura en la puerta.
—¿Cómo que Feliciano, pedazo de mierda sarnosa? —pregunta el sureño rabioso hasta que nota la mirada de Antonio fija en la luz que proyecta la puerta donde la figura de su hermano, ya con uniforme le sorprende y todo lo que el español se había encargado de mantener en alto, baja del puro susto y no tira al Antonio por la ventana únicamente porque está paralizado.
—Wow... —es lo único que Feliciano alcanza a decir admirando la escena.
Kiku se escabulle entre Feliciano y toma unas diez fotos antes de que puedan si quiera parpadear y tan rápido como llego, se esfuma.
—¡Que borre es foto! —demanda Lovino escondiendo su cara en el cuello de Antonio.
—Oh tranquilo, no se la va a mostrar a nadie. Sigan en lo suyo, lleguen tarde, yo los cubro ¿Bien? —les cierra un ojo, Ludwig iba pasando por ahí, deteniéndose en seco al ver a su profesor con un alumno... así, se sonroja de muerte.
Esta vez el que entra en pánico es Antonio, quien sabe que Ludwig es parte del consejo y a aparte es monitor de pasillo y... ¡Todos son del club de periodismo! Lovino está que se quiere morir. Porque acaba de descubrir que todo lo que paso no fue un sueño. Eso explica el crucifijo.
—¡No le digáis nada a nadie! ¡Os lo ruego! —en pánico, abrazando al menor con más fuerza para cubrirse con él.
Ludwig se aclara la garganta desviando la mirada.
—No... no le diremos a nadie —susurra en un tono para nada creíble.
—¡Claro que no! —remarca el italiano del norte—. De eso me encargo yo, hasta luego.
Les cierra la puerta y se van riendo los dos mayores, mientras que el alemán sigue en shock.
Hablando de estados de shock, Lovino se desploma sobre la cama, dos segundos, pues enseguida toma las sábanas y se cubre con ellas lo mejor que puede pensando que como Antonio le toque le va a arrancar los dedos con una mordida.
Antonio está en estado: Inhalación, exhalación para tratar de calmarse.
Lovino sabe que él empezó... pero igual pude reclamar, no, de hecho, si no le grita a alguien ya va a explotar.
—¡Maldito bastardo! —Comienza—. ¿En qué putas estabas pensando?
—En nada —confiesa.
—No, si ya me di cuenta que tú ni para momentos ¡Críticos! Piensas, nunca, nunca usas la cabeza para algo que no sea sonreír como un pedazo de estúpido.
—Te gusta mi sonrisa —le recuerda con media mueca de sonrisa, porque el buen humor se va difícil y le llega fácil.
Lovino brilla de lo rojas y ardientes que están sus mejillas.
—¡Eso es mentira! —ladra.
—No, me lo dijiste, dijiste que era perfeeecta —se burla un poco, de buen humor porque va a llegar tarde, pero tarde con Lovino.
—¡Mentira! ¡Yo jamás diría algo tan falso de tu sonrisa de burro con pulgas! —replica agresivo, escondiéndose entre las cobijas.
Antonio suspira y ríe, sí, quizás le habían quitado una oportunidad de hacer algo único con Lovino, pero no le habían quitado a Lovino.
Se levanta.
—Iré a hacerte el desayuno, Lovi —sentencia.
—Es lo menos que podrías hacer bastardo de mierda.
Se pone los pantalones, sí, sin ropa interior. Antes de que salga del cuarto Lovino habla.
—Será raro que te presentes con la misma ropa —tiembla sonrojado, pero le sostiene la mirada—. Te prestaré una camisa.
Antonio sonríe como niño en la mañana de navidad y asiente contento.
Lovino hace los ojos en blanco y trata de levantarse. Claro que los ojos verdes del español no se pierden ni por un segundo de cada centímetro de piel que el italiano muestra. Lovino nota que no puede moverse sin mostrar más piel de la que quisiera.
—¡Ya te la paso yo, lárgate! ¡Puedo sentir tu mirada de depravado sexual pedófilo y degenerado!
—Degenerado sí queréis, pero no eres exactamente un niño como para llamarme pedófilo —le recorre con la mirada mientras se ríe como idiota.
—¡Cállate descarado infeliz! —le lanza una almohada a su rosto—. ¡Y lárgate o lo próximo que irá a tu cara será una navaja!
Antonio se va riendo, algo nervioso, no puede negarlo, preocupado también, lo bueno es que cocinar le relaja.
—Deberías dejar de tratarme como niño si piensas que ya no lo soy... —susurra para él, aun sabiendo que no le va a escuchar
Se mete a la ducha dejando caer el agua helada sobre su cuerpo, las gotas de agua fría le acarician el cuerpo mientras el italiano reparte una sarta de groserías porque se baña con agua caliente siempre y odia al agua fría, pero sabe que la necesita si no quiere bajar a la cocina únicamente para desayunar a Antonio. Sacude frenéticamente la cabeza por ese pensamiento.
Sale de la ducha temblando, toma una de las camisas que más le gusta para el ibérico y aprieta los dientes con rabia mientras se pone el uniforme, porque según él la ropa de cuadros es asquerosa y le hace ver gordo.
Baja las escaleras con las piernas hechas gelatina mirando el suelo para no ver a su querido profesor.
Antonio ha cocinado huevo revuelto con jamón. Lovino, prepárate, porque lo vas a adorar, de pronto la idea de casarte con él sonará menos estúpida.
El mayor le sirve su porción antes de servirse a él mismo, mientras come vuelve el miedo y ansiedad, pues, por mucho que le guste al director llegar tarde siempre era seguido de una sarta de gritos y regaños épicos, más la feliz visita del profesor de inglés; Arthur Kirkland, quien apoya al director con su discurso sobre la puntualidad y la responsabilidad. No hace falta que al español Arthur le cae terriblemente mal.
Lovino toma un poco de comida metiéndola a su boca y es cuando siente la gloria, es porque tiene mucha hambre y que además está buenísimo. En sus ojos hay un brillito de satisfacción. Antonio sonríe al notar que le ha gustado tanto y piensa que por ver esa carita tan contenta puede soportar fácil treinta discursitos de Arthur.
El italiano devora su plato y come lo que se queda en la sartén.
Antonio, el autor y probablemente el mundo entero se pregunta cómo es que el italiano come tanto y mantiene ese cuerpo tan hermosamente delgado. El ibérico se relame un poco de recordar las curvas de sus costillas, no tan marcadas, pero tampoco invisibles, los brazos que de primera mano sabe que pegan fuerte, pero a simple vista se ven tan delgados.
Piensa en su abdomen, no está marcado, está plano, se ve debilucho con esos muslos pequeños pero su trasero... delgado no era para nada.
Italianos, la única explicación: italianos.
—Mi camisa está en la silla —indica el del rulo.
El amante de los toros se acerca a tomarla, sin pudor y tal vez con algo de ganas e que le vea, se quita la camisa que trae justo en donde está, Lovino lo admira, traga saliva. Antonio se luce un poco con la excusa de examinar la camisa.
Por si fuera poco, y para el eterno disfrute del club de fans de Antonio Fernández Carriedo la camisa de Lovino le queda apretada, de tal modo que se le marca cada musculo del pecho, abdomen y espalda, por más pequeño que sea, al italiano se le cae la baba.
Deja los platos en el lavavajillas.
—¿Ya nos vamos? —cuestiona con cara de asco por la vida, Antonio asiente tan feliz con el universo evitando todas las crisis internas.
Salen. El amante de la pizza trata de evitarle la mirada, maldita sea, está que se muere de vergüenza y deseo. Podían llegar tarde ¿No? ¿Qué tan grave era estamparlo contra un poste de luz y besarle hasta fundir sus cuerpos?
¡Muy malo, pedazo de estúpido! Le grita su conciencia.
—Lovi... —el italiano le mira con cara de pocos amigos—. Lo que pasó... lo que casi pasa...
—Olvídalo, no pasará de nuevo —acelera el paso.
—¿me pasé? —pregunta asustado.
—¿Qué si te pasaste? ¡Casi me metes la...! ¡Olvídalo, maldita sea! No. Pasará. De. Nuevo. ¿Debo explicártelo en ese asqueroso idioma que tienes? —recordemos que habla italiano.
—No... solo me gustaría que me dieras las razones y... —el menor se le planta en frente apuntándole con el dedo, ceño fruncido.
—Yo te odio, te detesto, me asquea tu existencia, te odio como nunca nadie ha odiado a otro alguien, nunca me acostaré contigo, no quiero ser otra de tus patéticas conquistas. Tener sexo contigo no va a compensar el que te fueras y me dejaras solo, aunque era cuando más te necesitaba —ladra—. El tener sexo contigo no te va a quitar lo imbécil. Capisci? —remarca cada palabra con veneno en los labios.
Antonio traga saliva.
—Entiendo... —responde desanimado, porque no se cree sus insultos usualmente, pero esto lo había dicho tan serio...
El camino que sigue es silencioso, con densidad, pesado y al español se le drena el buen humor a cada instante.
Llegan a las puertas de la escuela, el policía les saluda, Lovino le gruñe, Antonio le saluda como la gente decente. Les deja pasar.
La escuela es de niño mimado, de paga. Oh sí, recordemos de los hermanitos italianos son nietos del alcalde de Roma.
El policía les abre la reja que da al jardín, un camino de cemento cruza por el pasto y da hasta las escaleras que terminan en la puerta del edificio principal. Están siempre abiertas porque ningún intruso cruza si quiera las puertas del jardín.
El de piel tostada abre con cuidado, pero no importa que tanto cuidado le ponga, el director está detrás de la puerta, el rubio baja su libro al ver la puerta abrirse.
—Bien, tú corres a tu clase y yo haré como que estuve todo este tiempo en la sala de maestros con Rode... —explica su plan el español.
—Antonio —le llama firmemente el rubio.
—Uuuu —vacila el español dándose la vuelta, reconociendo la voz perfectamente—. Govert, ¡Buenos días! —el holandés mira al italiano con ojos asesinos, al notarlo el ibérico se coloca entre ambos y utiliza sus encantos para calmar a la bestia—. Hoy te ves más que guapo, fijo te pusiste algo en la cara, te ves más joven.
—Puedo preguntar... —le ignora—. ¿Por qué el señor Vargas y tú han llegado juntos y tarde? —cuestiona queriendo matar a alguien, mejor a los dos, no, mejor matar a Lovino y obligar a Antonio a que lo coma en un estofado.
—Eso no te importa —responde agresivo el italiano
—¡Lovi! —le riñe el español, hasta que nota de nuevo la presencia de Govert—. Quiero decir... Señor Vargas, no hable así a su director.
—¿Lovi? Se nota que tienen suficiente confianza para ponerse apodos cariñosos —el italiano se sonroja sin quitar su mirada de dignidad—. ¿Cómo te llama él? ¿Toñito?
—No, no es que —me lo interrumpen.
—Yo le llamo bastardo y no merece ser llamado con algo menos fuerte ¿Es suficientemente dulce para usted? —es así de agresivo porque está celoso.
—Un alumno, un niño —resalta esa palabra con su marcado acento, a Lovino le hierve la sangre—, le acaba de llamar "bastardo" ¿Lo va a permitir?
—Es que...—ni de broma quiere mandar a su niño a detención—. Así de mal hablados son los jóvenes ahora, sueltan tacos a diestra y siniestra, jejeje ¿Qué se le va a hacer? —responde a la desesperada.
—Siendo usted profesor de gramática... debería enseñarles a controlar ese lenguaje y poner el ejemplo con la puntualidad, esta institución es formativa, no deformativa, señor Carriedo —Antonio tiembla porque que le llame por su apellido es indicativo de que está enfadadísimo—. Si usted no es capaz de poner algo de disciplina en los alumnos me temo que tendré que aplicarla a usted también. A mi oficina, en este instante.
—Pero... pero... —no quiere dejar a Lovino a su suerte.
—A mi oficina.
El español suspira rendido, avanzando a dicha oficina arrastrando los pies.
El director le dirige una mirada capaz de hacer llorar bebes al italiano, este responde con un bufido.
—¿Qué se trae con el profesor Carriedo? —demanda, celoso.
—Nada que a usted le interese, director de quinta.
—Esa camisa no era suya.
—Acosador psicópata.
—No te dirijas a mí con esas palabras en tu boca, niño. De hecho, limítate a hablarle al profesor solo para resolver las dudas de tu tarea —es lo más educado que se puede decir "Aléjate de mi hombre, perra"
—No sé qué se está imaginando, pero es mejor que guarde sus fantasías guarras para su mano derecha. Si no le molesta, me esperan en clase.
Trata de avanzar por el pasillo hacia los salones, el director le detiene con una mano sobre el pecho.
—A detención toda la semana —sentencia antes de avanzar a su oficina para actuar de verdugo con el español mientras la sangre le arde de envidia y los celos le carcomen el cerebro.
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Me quiero lanzar piedras a mí mismo por no poner lemon, no te culpo a ti por querer hacerlo.
Como sea... ¿Quíen quiere un libro de headcanons de hetalia?
Recuerda que tu estrella y comentario son mi inspiración, me encanta leer sus comentarios <3, ¡pasen por mis otras historias también!
¡MUCHAS GRACIAS POR LEER!
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