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Claro que falla en eso de la suavidad, el beso se convierte en algo más pasional.

Lovino está pensando en... ¿Qué digo? Es obvio que no está pensando.

Antonio se siente culpable por estar besando de esta forma, no solo a un menor, si no que; a su alumno, pero es que no es tan solo su alumno, es el hombre de sus ojos, lo vio nacer. Le vio y ayudó a crecer, no, no lo ve como un hijo, a lo más incestuoso le ve como un hermano menor, pero en este instante que su lengua está recorriendo los labios del italiano con la sensualidad que solo un hombre latino puede lograr, eso de verlo como hermano está en la papelera.

—Lovino... —susurra, su nombre completo porque ahora no es su pequeño Lovi, es el señor Lovino a quien está besando.

—No interrumpas esto con tu horrible voz, bastardo— pide en el italiano más rápido que sus labios le permiten para volver lo antes posible al terrible baile pasional que ambos realizaban con sus labios.

Malditos europeos del sur tan romances.

Podemos apreciar a Lovino perdido en el español, no recuerda que está sobre su cama, no recuerda que el español está saliendo con su director, no recuerda si quiera que su nombre es Lovino Vargas y que toda la vida ha odiado a Antonio Fernández Carriedo.

Por el momento le está entregando todo su sentir, sin controlarse, sus manos reptan por la nuca del español sujetándole del pelo intensificando aún más la unión de los labios, ahí los tienes, dos hombres latinos besándose apasionadamente.

Pero dicen que solo se pueden estar siete minutos en el paraíso.

La puerta de la casa se abre con un estruendo, devolviendo al italiano a la realidad, abre los ojos asustado, empujando al español, que por lo inesperado se separa sin más.

Lovino se talla los labios buscando limpiarse, tosiendo un poco.

—Lovino...— le llama triste.

—¡No digas nada! ¡Maldito pervertido de mierda! ¡Imbécil bastardo! ¡Eres un aprovechado! ¡Te odio! ¡Te odio! ¡Te detesto con todas mis fuerzas!

—Pero...— Lovino se levanta.

—¡Pero nada! ¡Eres un viejo aprovechado! — comienzan a llenársele los ojos de lágrimas— ¡Seguro haces esto con todos esos alumnos que siempre sacan notas altas! ¡Bastardo pervertido!

Antonio se levanta tomándole de los hombros, pero el menor le empuja violentamente para que le suelte.

—¡No me toques!

—Pero Lovi... yo en realidad no...

—¡Calla idiota! — le ladra—. ¡Lárgate a hacerle esto a tus otros alumnos!

—No haría esto con otro alumno— admite serio pensando que en realidad solo Lovino le provoca que quiera hacer ese tipo de cosas con un alumno, aunque no parezca en realidad el tipo tiene profesionalidad.

El italiano por su parte; deja escapar las lágrimas traicioneras, su rostro rojo de ira mientras aprieta los dientes con ganas tremendas de sacarlo a patadas, porque le cree, esa es la peor parte, le cree, por un instante se siente especial, por un lapso infinitamente corto se siente el único a quien toda la vida solo ha podido mirar los ojos verdes del español. Se siente el único capaz de entrar en el corazón de Antonio.

Pero la triste realidad le cae como un balde de agua helada, dos lágrimas resbalan por su mejilla.

—Claro no serías capaz de hacer esto con otro alumno, pero sí con el director —replica en un tono acusatorio, más dolido de lo que le gustaría.

—¿Grovert? Oh Lovi, no, no, no, no, no, no, nada de lo que escuchaste es real, bueno, es real, pero no, o sea, sí lo dijo, pero yo no... no es que Grovert no esté guapo... sin embargo... —le interrumpe el discurso abruptamente.

—¡Cállate pedazo de mierda! —grita con odio—. ¡Si tan guapo te parece: ve y fóllatelo! Eso pensabas hacerme a mí, ¿no? ¡Solo soy tu juguetito! ¡Responde bastardo asqueroso! ¿Querías follarme?

Antonio se queda en blanco sin saber cómo responder, si dice que deseaba hacerlo lo tildaría de pervertido, quién sabe si le volvería a dirigir la palabra, se muerde el labio, piensa algo en la línea de que realmente no se lo hubiese "follado" propiamente dicho si no que algo más de manera sentimental muchísimo más pasional ¿Cómo explicarle aquello? Se acomoda un poco el cabello poniéndose nervioso a punto de negar con la cabeza, pero se detiene, porque no le mentiría a Lovino jamás y decir que no deseaba tener relaciones con él desde que era tan solo un mocoso de doce años sería una tremenda mentira.

Prefiere guardar silencio, tomando al italiano de los hombros, este se tensa y se le olvida absolutamente todo. Lo que había preguntado, lo que le enoja y lo que debe decir, todo con mirar a las esmeraldas en los ojos del español.

El mayor se humedece los labios, toma dos segundos para pensar, traga saliva antes de comenzar a acercarse con lentitud tortuosa a los labios del italiano.

Los ojos del sureño observan en primera fila el espectáculo mientras un sonrojo prominente le invade las mejillas sin que pueda evitarlo.

El español acaricia tiernamente los labios de su contrario, suave como un pétalo de flor, con sutileza, pero con tanto sentimiento que se le desborda de los labios para dar a parar a los del italiano quien los recibe con sorpresa, se tensa y cierra los ojos para disfrutar el roce.

Antonio se separa lentamente, como si no deseara separare de él nunca en su vida y si puede, en la siguiente llegará a besarlo de nuevo para continuar por la eternidad derrochando todos esos sentimientos que no pueden decirse, que no pueden contarle a nadie, ni siquiera a ellos.

Los ojos de ambos se abren con lentitud, al menor se le escapa una lágrima, porque lo quiere, quiere que el momento sea real, quiere que lo que sintió en el beso lo sienta Antonio también, se limpia bruscamente con el dorso de la mano.

—Como si esas cosas pasaran... —murmura entre dientes muy bajo.

—Lovino —le llama y el italiano le mira con el ceño fruncido.

—¿Qué quieres bastardo?

—Quiero que sepas que no me gusta el director —deja claro. Lovino rueda los ojos porque no le cree nada, se le humedecen un poco solo de pensarlo—. En realidad, me gusta... —vuelve a interrumpirlo.

—¡Cállate! Por favor... solo... guarda silencio y lárgate —señala la puerta.

—No Lovi no... —golpea la cama cortándole.

—No me interesa lo que sea que tengas que decir ¿Me entiendes? Solo vete, creo que ya notaste que no necesito ayuda de ningún bastardo para hacer mi tarea.

Antonio suspira derrotado. Se da media vuelta decidido a irse por donde llegó, el menor bufó con furia para sí mismo porque no quiere que se vaya realmente.

En cuanto el español abre la puerta para irse el italiano norteño aparece por la puerta, parpadea y después le sonríe al español, quien le devuelve la sonrisa.

—¡Hola chaval!

—Veee~

—¿Quieres hablar con tu hermano? —pregunta despeinándole un poco.

—No, venía a ofrecerles malteada, hice mucha al parecer —le muestra la charola con las bebidas—. ¿Por qué estabas en la puerta? ¿Ya te vas?

—Sí, chiquillo, al parecer Lovi tiene cosas que hacer y mi presencia no es necesaria —sonríe forzado, el menor de los italianos pone carita triste mirando a su hermano que está fulminando a ambos de reojo, haciendo como que no le importa la conversación.

—Ah, no te vayas, ya casi es madrugada ¿Por qué no te quedas a dormir? —Lovino va a asesinar a Feliciano, fundar una ciudad que casualmente puede llamar Roma y enterrar a su hermano por ahí.

—¡No lo invites a dormir, hermano idiota! —se levanta dispuesto a herir de muerte al pobre norteño.

Antonio le detiene con un abrazo, el italiano mayor se separa inmediatamente todo sonrosado, pero ahora sin ganas de asesinar a nadie, mirando a ambos con malos ojos.

—Que se quede, pero duerme en tu cuarto, imbécil —celos no le ganan al orgullo.

—Oh... es que no va a caber —explica el menor.

—¿Acaso tienes obesidad mórbida y por eso no caben los dos en la cama? —más celos—. Mándalo a dormir en el piso —menos celos.

—No, no es eso... es que con Ludwig no va a caber en el cuarto —explica tan tranquilo.

—¿Por qué demonios el macho patatas va a dormir contigo? —pregunta gritándole en un severo tono desquiciado.

—Pues porque también se queda Kiku —se sonroja, eso sí.

—¿Qué te da el derecho de hacer trio en nuestra casa, disculpa? —cuestiona con veneno en los labios.

—El proyecto del club de periodismo —ya tiene preparadas sus excusas— y no vamos a hacer ningún trio, solo proyectos —se defiende nervioso.

Lovino saca aire por la nariz de manera agresiva y sonora. Se cruza de brazos para poder pensar.

Aceptar que Antonio se quede con él sería perder una batalla. Antonio si quieres quedarte lucha por ello.

—No os preocupéis, puedo dormir en el salón, por mí no hay problema, muchachos —interviene Antonio.

—Con los perros es donde deberías dormir, bastardo de mierda —señala Lovino quien de pronto quiere ser algo así como un chihuahua—. Que se quede si duerme en el sillón.

—¿Lo dices en serio Lovi? —pregunta ilusionado, Feliciano sonríe.

—Lo que sea, no es que me importe, solo que si duermes en la sala puedo ignorarte mejor —toma una malteada de la charola de Feliciano, le toma un sorbo antes de darle una patada a Antonio que casi cae sobre Feliciano, cierra de un portazo la puerta de su habitación y se escucha como pone seguro a la puerta.

Antonio se pasa una mano por el pelo suspirando con amargura, el italiano norteño le acaricia un poco la espalda. Le toma del brazo para llevarlo a la sala, porque este niño si ve a Antonio como un familiar, algo así como tu primo mayor y buena onda que te quiere mucho y es muy sexy, pero está enamorado de tu hermano desde que este usaba pañales. Es que al nacido en Venecia se le hace tremendamente obvio el enamoramiento de su hermano hacia Antonio y el de Antonio hacia Lovino, si solo hay que ver esas miradas que se dirigen en clase y toda la tención sexual a su alrededor.

—Te quiere —reconforta el italiano al desganado español, este se ríe.

—Quisiera que lo que dices sea verdad —suelta sonriendo, con mirada abatida, de hecho, la desvía.

—No sabía caminar y ya te quería con toda la fuerza de su corazón, tienes todo su cariño, tanto, toda su dulzura, todos sus sentimientos hermosos los entrega a ti con tanta fuerza que no le queda cariño para tratar a los demás —asegura el del rizo.

Antonio ríe, esta vez más sinceramente.

—Naaaaah, ¿qué va? ¿en serio lo crees?

—Lo sé.

No le entrega ni manta ni almohada porque esta casa es italiana, el sofá tiene dos almohadas y una manta pues ahí si uno no está tomando la siesta, lo hace el otro. El español le agradece con un gesto.

—Buena noche, Antonio.

—¡Buenas noches! Te quiero.

—Deberías decirle eso a la bestia rabiosa en el cuarto de arriba —le guiña un ojo y se va corriendo con sus amigos a contarles el chisme.

Antonio niega con la cabeza y se acuesta dispuesto a dormir, sabiendo que mañana tiene clase, pero igual siempre llega tarde. Cierra los ojos pensando aun en el beso que le dio al Lovino.

Lovino también lo está recordando muy vívidamente. Se sienta en su cama cerrando los ojos imaginando que se sentiría tener los labios de Antonio recorriéndole el cuello, sentirlo de nuevo en su boca, no crean que su primera fantasía húmeda de preadolescente sobre hormonado fue con alguien que no se llamaba "Antonio Fernández Carriedo".

Pero esta vez más que pensar lugares agradables donde podrían ir los labios de Antonio está pensando en las palabras que salieron de dichos labios.

¿Podrá creer esas palabras?

Es cierto que no escucho la respuesta a la propuesta del director, pero eso no quita el hecho de que podía ir y acostase con sus alumnos, seguro él era el primero que le había rechazado. Claro, con el esfuerzo que da rechazar al español... ¿Quién no querría acostarse con él? Lovino, por su puesto.

Luchaba por convencerse a sí mismo de que rechazarlo fue lo más fácil del mundo. Que no le quería y que no sería otro en su larga lista de conquistas, porque otra cosa de cuando creces con alguien es, por supuesto, ver a la gente con la que esa persona tiene una relación, el nacido en roma estaba siempre en primera fila para verlo, así que podía decir con creces "Antonio es un mujeriego" y nadie se lo va a poder negar.

Se deja caer sobre la cama con cansancio, reflexionando sobre sus sentimientos y riñéndose a sí mismo por sentir algo por el imbécil de Antonio.

—Seguro, seguro en cuanto me confiese, se irá. Siempre se va cuando más lo necesito, desgraciado —murmura para él en la penumbra de su habitación, la luz de las estrellas alumbra tenue el cielo. La madrugada saluda a Italia.

La noche avanza sin prisa, a una hora no muy sana el ruido se acaba en el cuarto de Feliciano con un "buenas noches" como último murmullo.

Lovino agradece hasta a los antiguos dioses romanos, pues piensa que con esto ya podrá dormir.

Más pronto que tarde se da cuenta que no era el ruido lo que no le permitía dormir.

Grita de forma ahogada sobre su almohada maldiciendo a media humanidad.

Se levanta con pesadez y cansancio, abre la puerta de su cuarto, camina hasta la cocina, pero se detiene en la sala de estar. Admira el cuerpo dormido del español, su mente grita que es adorable y guapísimo, Lovino se sonroja por lo que piensa y gruñe.

—Me haces pensar cosas idiotas, maldito tarado —susurra el italiano, Antonio no le escucha y sigue durmiendo tan feliz.

Lovino de pronto piensa la cosa más idiota que solo el mayor de los idiotas podría pensar.

Se ruboriza de muerte con la idea, pero nota que no hay perdidas, mira hacia todos lados, no hay nadie, solo penumbra. Decidido, aprieta los puños y camina sin hacer el menor ruido hasta donde está el español.

Roza con sus labios los de español, un suave beso, no demasiado largo, no demasiado corto.

"Tus besos de buenas noches siempre me ayudaban a dormir, esto es lo mismo" piensa en sus adentros el italiano como la excusa perfecta para estar besando a un durmiente ibérico en medio de la noche.

Antonio comienza a abrir sus ojos con calma, casi brinca al techo cuando nota a Lovino sobre sus labios. Pero eso sí, el muchacho no es tonto y le deja hacer al malhumorado lo que quiera.

Lovino se separa con lentitud.

—¿Lovi...? —susurra el español cuando se separa.

El italiano entra en pánico, en mayúsculas y con todas sus letras.

Sujeta la almohada que reposa en la nuca del español y de la arrebata de manera brusca para seguidamente estrellarla en la cara de Antonio con toda la fuerza de su vergüenza.

—¡Bastardo pervertido!

Se larga corriendo con las mejillas ardiendo en carmín intenso.

Pero no cierra la puerta expresamente.

Antonio lo nota, sube las escaleras hacia el cuarto del sureño, abriendo la puerta suavemente, Lovino está hecho bolita en su cama, muerto de vergüenza. El español traga saliva y se acerca a la cama.

Se mete dentro de las sábanas, Lovino se asusta y se da la vuelta rápidamente para ver que maldito se va a morir por haber entrado a su cama.

En vez de encontrar a un vil desgraciado se encuentra con la verde mirada de Antonio, iluminada de manera sutil por la luz estelar.

Balbucea hasta que el índice del moreno le acaricia los labios.

—Eres tan adictivo Lovino... —admite. El índice baja por los labios hacia el cuello, un escalofrío recorre al menor.

El escalofrío se acrecienta en cuanto la mano ajena se detiene a acariciar su cintura. Traga saliva, nervioso mirando atento a tan traviesa mano.

El ibérico aprovecha la distracción para atacar sus labios, Lovino protesta al principio, pataleando para liberarse hasta que finalmente se pierde en el profundo beso, sus manos se hunden en el pelo del español jugando con él, su cadera se mueve inconscientemente mientras todos sus sentidos se concentran en el español.

Para la desdicha de la luna, quien deseaba ser testigo de su amor, ambos europeos terminan rendidos a encantos de Morfeo, abrazados, con una espina de deseo clavada en el cerebro y una confesión en la punta de la lengua que ninguno pudo pronunciar.

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Ya, en serio tengo que actualizar con mayor frecuencia esta historia. ¡Con lo que me divierte transcribirla!

Espero que les esté gustando, tus comentarios y votos me motivan a actualizar con ganas. Compartir es importante también y estaría muy agradecido de que así lo hicieras. 

Por cierto ¿Ya leíste mis otras historias? Están buenas, lo prometo.

Nuevamente, porque no me cansaré nunca de agradecerte:

¡Muchísimas gracias por leer!

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