30
La mañana es tranquila, Feliciano desayuna con su abuelo mientras hablan sobre el partido de anoche.
Escuchan un grito agudo, algo parecido a un "chiguii".
Pasos apresurados se logran oír por la casa. Hasta que un portazo les revela a tan ruidoso perpetrador.
—¡Fui aceptado! —grita Lovino mostrando a su familia su teléfono, en el que de puede ver el mensaje de ingreso a la universidad, aquella que tanto deseaba.
Feliciano corre a abrazarlo de la felicidad y Rómulo no podría estar más orgulloso.
~
—¿Cómo vas con lo del empleo? —le pregunta el italiano a su pareja, llevándose el último trozo de pizza.
—Francis me dijo que puedo trabajar en su empresa... —le comenta, acariciando un poco el cabello ajeno.
En la televisión suena una novela española.
—¿Aquí en Roma?
—En Chiasso...
—¿Dónde carajo está eso? —le tiemblan las manos, puesto que si es muy lejos no podrán verse mientras él esté en el conservatorio.
—En Suiza —Lovino se separa, porque no está del todo lejos, pero no es lo mismo que vivir en la misma ciudad—. Lovi...
—Es que... —ya con el ceño fruncido. Antonio le sostiene el rostro, moviéndose dentro del sofá para permitirse acurrucarse en el menor.
—Suiza no está muy lejos de Milán —Lovino no dice palabra alguna—. Podemos seguir viéndonos los fines de semana y hablar por mensaje...
—Las relaciones a distancia no funcionan —declara en menor, mirando a la nada y luchando por mantener su expresión seria.
—Podemos ser una excepción.
—No vale la pena —tiembla, pensando en que, debe ser mil veces más difícil para Antonio más de lo que es para él.
—Vale toda la pena, tú vales todo —pronuncia el español, buscando la mirada de su pareja.
—¿Cómo podré confiar en que no vas a engañarme? —la cuál es su mayor inseguridad.
Como amante del cotilleo, ha escuchado millares de historias sobre noviazgo a larga distancia que no triunfan, todo lo contrario, por diversas cuestiones y la infidelidad es la principal de ellas.
Antonio le toma de las mejillas, le obliga a mirarle a los ojos.
—Jamás sería tan tonto como para traicionar tu confianza.
Lovino lucha por creer en esas palabras, cierra los ojos tratando de confiar, no es como si llevarán tanto tiempo de ser pareja.
Claro, son diecisiete años de conocerse, pero eso no es garantía de nada.
El ibérico procura abrazarlo con mayor fuerza. Lovino se acurruca, sin poner resistencia.
Es un momento conmovedor, el italiano tiene tanto en su cabeza que aprieta los párpados para concentrarse en encontrar algo positivo.
De pronto siente una mano recorrerme la espalda hasta terminar apretando su culo. Lovino da un salto.
—¿Qué mierda...? —chilla el menor.
—¿Cómo podría serle infiel a mi novio? —pregunta el español, sin retirar su mano —. Si mi novio es el hombre más sexy de toda europa.
Lovino se sonroja de una manera sobrehumana, haciendo por soltarse, más su autoestima ha aumentado unos puntos.
Antonio hace todo lo posible por continuar el día evadiendo el tema de su separación.
Pero el asunto se hace inevitable a medida que avanza el verano, con la rapidez habitual de las estaciones.
Como el calor que derrite el hielo de las paletas heladas, en el Mediterráneo el sol golpea con intensidad a los amantes.
Los "te amo" se hacen más frecuentes a medida que se acerca la separación.
¿Qué son unos cuantos kilómetros? Es lo que queda de consuelo, pero, la verdad es que cada kilómetro entre amantes es como un puñal envenenado que atraviesa los nervios.
Las maletas están hechas.
Las miradas son intensas y el sudor cae por última vez sobre la blancura de las sábanas.
Casi puede escucharse en la partida la melancolía en la melodía de una triste guitarra.
Al principio fue difícil, la universidad es una mierda, mucho más cuando no tienes a un guapo profesor de gramática.
La espera por verse de nuevo era cada vez más larga.
Antonio descubrió que trabajar para una empresa es más difícil de lo que parece, debía desplazarse mucho y le quedaba muy poco tiempo para llamadas con su pareja. Quien, cumplió la mayoría de edad, aprendió a conducir y a firmar contratos.
No importaba lo mucho que Antonio deseara hacerlo, ya no podía verlo como un niño.
Lovino había nacido con una voz angelical, ni muy aguda ni muy grave, en un tono perfecto, juvenil, dulce y melodiosa, que podía ser estridente de ser necesario.
Gracias a la universidad aprendió a utilizarla, además de tocar varios instrumentos, no como un campeón, pues el único instrumento que quería perfeccionar era su voz.
Dió varios conciertos a lo largo de su formación. Algunos junto al coro del conservatorio y otros en solitario, logrando, por lo menos en Milán, algo de reconocimiento, la gente deseaba escuchar canciones religiosas en la voz del italiano, jóvenes querían covers de sus canciones preferidas y sus compañeros le querían de vocalista para las canciones que iban componiendo.
Una pequeña leyenda de la ciudad, quien se graduó con felicidad, incluso aunque en la foto de generación su rostro denotase desdén.
Los aplausos de su hermano resonaron por todo el auditorio cuando recibió su título en la ceremonia.
De mala gana se tomó una fotografía con su orgullo abuelo.
Sus ojos oliva buscaban una despeinada cabellera morena. Había invitado a Antonio, por supuesto.
Lo había visto desde el podio ¿O no? Quizá era su imaginación que deseaba con todas sus fuerzas ver a Antonio. Gira en su lugar buscando, con un rostro triste.
Quizá no había venido... Hace un par de semanas que sus charlas se habían vuelto escasas, casi forzadas.
No le extrañaría que ese bastardo ya se hubiese aburrido de él.
Triste, pero más que nada; enfurecido, se acerca a una pared y le da una fuerte patada.
—¡Imbécil sin huevos! —exclama para Antonio, pues que cobarde que decida terminarlo de esa manera, en ese día tan especial.
—Disculpe... —una voz nasal, nada típica, pide atención mientras tienta el hombro del recién graduado.
—¿Qué mierda quieres? —responde en un gruñido dejando caer su frente, con los ojos cerrados sobre la pared.
—Quisiera un autógrafo... —el hombre le extiende un disco, es algo muy amateur, el proyecto final de un estudiante de música, un CD recopilación de algunas canciones y covers en las que Lovino se prestó como vocalista.
Lovino abre un ojo, notando el CD, no era algo común, por un momento creyó que solo lo habían comprado sus familiares.
Se despega de la pared para firmar el dichoso objeto, cuando nota por fin quien sostiene el mismo.
Una sonrisa perfecta le saluda.
—Tú... Bastardo —alude.
Antonio toma la expresión como un "Hola, te extrañé" y le abraza con fuerza.
—Felicidades —susurra por su graduación. Lovino se mueve como gusano en sal.
—Suéltame ¡Me asustaste! —exige.
El ibérico le suelta pero su sonrisa no se va.
—Anda, firma mi disco —ruega.
Lovino lo hace de mala gana, poniendo al lado de su firma: "Para el más irritante bastardo".
Antonio admira la dedicatoria como si fuese un poema de amor. Le abraza de nuevo, en su euforia.
Es tan extraño el como funciona el corazón de la juventud y como a veces logra unirse al alma de alguien más.
Es en la ceremonia nocturna que los dos europeos tienen una charla, de esas serias, que piden ser más amenas.
—¿A Madrid?
—Sí, seré encargado del ala española —mur orgullo.
—Así que Francis no está contento con ser famoso en Italia... —refunfuña el menor.
Antonio se encoge de hombros.
—¿Y tú qué harás? —pregunta, preparando una tarjeta en el interior de su saco.
—No lo sé —baja la mirada—. Tal vez volver a Roma y buscar empleo.
—¿No quieres venir a Madrid?
—Odio España —declara a manera de coqueteo, negándose.
—Oh que lástima, porque hay alguien que quiere escucharte cantar... —extiende la tarjeta de presentación.
Lovino la toma y se le abren los ojos.
—No te creo —declara—. Un restaurante tan exitoso jamás se interesaría en un novato.
—A menos que sea un recomendado de la mejor cocinera en todo el mundo.
—¿Y quién es ella?
—Mi madre.
Lovino se ríe. Contento por lo mucho que significa esta oferta para él, más aún, lo mucho que amaba a Antonio.
Se lanza a sus brazos, dándole un golpe en el brazo por el pésimo chiste.
—Sabía que reprobabas a propósito —confiesa el español unos momentos después.
—Reprobaba porque no me interesas —le saca la lengua frunciendo el ceño.
—En realidad... Tengo otra teoría —sonríe. Las luces de la fiesta hacen brillar el anillo en su mano.
—No te creo, no eres tan listo como para pensar, mucho menos como para hacer una teoría —se burla.
—Estabas muy ocupado mirándome el culo como para poner atención a la clase.
Después de un rubor violento sigue un fuerte golpe en el estómago.
No es habitual, pero a veces, en casos muy puntuales un "te odio" puede ser la más dulce confesión de amor. Y el reprobar, no una falta de atención, ni una falta de aptitud, si no un llamado de atención.
Parece que termina, pero a penas comienza la historia de amor, para Antonio la más bonita del mundo, para Lovino la más terrorífica, pues aunque asuste, hace latir el corazón más que cualquier otra cosa.
La historia de como un alumno se enamoró de su profesor y se lo demostró reprobando.
∆•∆•∆
Así termina este pequeño disparate, espero de todo corazón que les haya gustado
¿Qué más quisieran que escriba?
Recuerden que el Lemon está en patreon o también pueden mandarme un mensaje privado para conseguirlo.
La mejor manera de apoyar esta historia es compartiéndola.
Gracias por todo su apoyo a lo largo de toda esta historia.
Los quiero y sobretodo;
Gracias por leer hasta el final
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