26
El desayuno se ha terminado, Lovino bosteza con algo de fatiga, puesto que ha estado haciendo mucho y está acostumbrado a ser un holgazán, lo sorprendente es que está de buen humor a pesar de no haber tomado la siesta ayer.
Para Antonio no es un misterio de dónde surge si buen humor.
—¿Listo, Lovi? —cuestiona el español.
—¿Listo para qué? —con una ceja levantada, sentándose de nuevo en la cama, quizá con la intención de dormir de nuevo.
—Caminaremos —explica echando al hombro su mochila—. Iremos al río.
Lovino expresa asco, pero termina por levantarse después de peticiones insistentes del Español
El día era maravilloso, aquellos que van a pasear por Italia sabrán del calor agradable, que hace que valores esas brisas de aire fresco.
—¿Sabes llegar? —pregunta Lovino luego de seis minutos de caminata.
—Sí, estudié como llegar por Google maps —muy confiado.
Lovino frunce el ceño, suspira, trata de aprender su entorno para regresar por si algo pasa.
Los pájaros del lugar cantan con dulzura, el italiano se ríe de las payasadas que va cantando el español. Pisando con cuidado para no dañar su calzado, ni amedrentar contra ningún animal del bosque.
El sonido del agua se hace más claro a cada paso que dan, hasta que un cuerpo de agua aparece en su camino.
—¡Te dije que sabía llegar! —recalca un muy emocionado Antonio quien casi de inmediato se quita la playera y baja al suelo su mochila.
El italiano se acerca con timidez a la corriente, la tienta con la mano la temperatura del agua.
—Está fría —susurra, sentándose en la orilla.
Antonio se quita el pantalón, dejando a la vista su traje de baño, nada ostentoso, unas bermudas de tonos rojizos.
Sin ningún reparo se arroja al agua provocando que un chorrito de lo que salpica caiga en Lovino.
—¡Hijo de puta! —grita al sentirse húmedo.
—Ups —hace por no reírse al ver el cabello del italiano mojado—. No te enfades, Lovi, ven para acá, el agua está maravillosa —exclama sumergiéndose en el agua.
—¡No! —se rehúsa—. Está helada y tú estás demente.
El ibérico nada hasta la orilla donde se encuentra su pareja, sentándose muy pegado a él. Lovino le mira con desprecio.
—Me tocas y te arranco las bolas —amenaza señalándole con un dedo.
—Mmm, ayer rogabas por un "abrazo" —se burla, peinándose para atrás gracias al agua.
Lovino se levanta para darle una buena patada.
Como un masoquista, Antonio se ríe ante el dolor, alejándose a medida que se adentra en las aguas.
—¿No sabes nadar? —inquiere nadando de espaldas.
—Claro que sé y mejor que tú —reta.
—No se ve —exclama desde la seguridad que le brindan unos metros de agua entre él y el italiano.
Mismo que le mira con expresión retadora, retirando sus pantalones, exponiendo la ropa interior que le ha prestado Antonio. No pasa mucho para que su camisa termine sobre la mochila.
Antonio le recorre con la mirada.
Lovino está más concentrado en calcular la trayectoria de su clavado.
Corre para obtener impulso y de lanza de tal modo que salpica a Antonio. El español traga agua y se ríe, nadando hacia su amado, atrapándolo en un abrazo en cuanto sale del agua.
—¡Te dije que no me tocaras, imbécil! —trata de separarse, moviéndose cuál lombriz.
—Nah, solo no querías quedar empapado, pero como ya lo estás, puedo tocarte cuanto quiera —le explica. Dejando un dulce beso en la sien do menor.
Sí, es menor, pero tiene una fuerza magnífica. Toma los castaños cabellos del español, tira de los mismos hasta que logra sumergir a su pareja en la corriente de agua.
Muy peligroso, pues el idiota no deja de reír ni cuando está debajo del agua, hecho por el que casi se ahoga. Sin embargo le parece muy divertido a Lovino, que de carcajea en cuanto ve las burbujas salir del agua.
Por fin le suelta, colgándose de su pecho mientras continúa con una risa imparable.
—¡Ten algo de respeto por tus mayores, chaval! —exige en un tono para nada serio el docente.
Lovino le sorprende con un beso en los labios, faltos de aire, pero con ansias, ambos se demuestran el amor con los labios.
Eso al menos hasta que el alumno pone sus dedos sobre los mismos, impidiendo hablar al español.
—No te mereces ningún respeto, anciano —le empuja tan fuerte que pierde el equilibrio hundiéndose en el agua entre risas del menor.
No es que no le tenga respeto, en realidad lo admira, valora y respeta muchísimo.
Claro que Antonio no tiene porque saber esos detalles, es mejor que no lo sepa.
Es como ambos continúan en ese extraño juego de empujarse, ahogarse , salpicarse y demás brusquedades.
Ambos terminan cansados, Lovino recostado sobre el brazo de su pareja, tomando una siesta mientras sus pies siguen sobre la corriente del agua.
Antonio tararea "Salamandra" acariciando los cabellos del pequeño a su lado que bueno... No es tan pequeño, su mayoría de edad está más cerca que lejos, incluso su admisión a la universidad está a la vuelta de la esquina.
Lovino, el universitario ¿Quién podría imaginarlo? Antonio no. No porque no creyera en las capacidades del italiano, es más bien que jamás se imaginó ver a su pequeño, al niño que cargó hasta la cuna, al que le ayudó a aprender a leer, a ese tan pequeño infante, jamás le imaginó como un hombre.
Pero ahora era un joven adulto, uno sumamente adorable que no solo es su pareja, es su amigo.
~
Esta vez, de regreso a la cabaña, Lovino trae a cuestas la mochila, claro que, Antonio lo está cargando sobre su espalda.
—... Y le dije, tres euros a que no saltas desde aquí, y el muy tontaco se avienta y cae con toda la cara en el agua —relata el mayor sobre la vez que Gilbert, Francis y él fueron juntos a un parque acuático.
—No creí que el profe Beilschmidt fuese tan... Idiota —incluso se ríe un poco de la anécdota.
—Nah, es un tío genial, solo que a veces se le va la pinza, pero ya con unas cervezas encima a cualquiera le pasa, es que, no estás tú para saberlo ni yo para contarlo, pero en una reunión escolar al muy gilipollas de Kirkland se le subió el alcohol a la cabeza y...
Antonio no deja de relatar, con su acento que arrastra la "S" y hace bailar al alma, tan bello el castellano.
Lovino le abraza con mucha más fuerza, contento de tenerle, asombrado por el chisme.
El tiempo pasa con rapidez y en menos de lo que canta un gallo, la cabaña está a la vista.
—¡Ala! Pero si ya hemos llegado —exclama Antonio, si bien cansado, no creyó que tardarían tan poco.
Es la belleza de la relatividad, han tardado, sí, el sol está acariciando ya a las montañas, amenazando con esconderse tras ellas, dejando el cielo de un precioso tono naranja que resalta con el amarillo y un tenue rosado, casi como la tonalidad en las mejillas de Lovino, quién ha visto pasar el fin de semana como un veloz destello, pasional y escaso.
Ambos se acomodan frente a las cenizas de lo que fue una fogata la noche anterior.
Para ambos, estos días juntos son algo inolvidable, pero efímero.
Saben que no puede durar para siempre, por más que lo deseen, para mañana a esa hora, ambos volverán a ser un secreto. De Lovino por su orgullo y de Antonio por su trabajo. Ambos deberán solo acariciarse con la mirada, mientras una parejita se come a besos en la esquina del salón, ellos no podrán saltar a los brazos del otro ni decirse "te amo", solo serán un secreto que únicamente podrán recordar sus labios.
—Antonio —llama suavemente, no llamándole bastardo, sorprendentemente—. Tengo algo que darte, cuando volvamos a casa.
∆•∆•∆
¿Por qué no lees mis otras historias? Estoy seguro de que te encantarán
Gracias por leer
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