22
—Y eso fue lo que pasó, no hubo sexo, no habrá sexo y odio con esmero Antonio —Termina de contar el italiano.
—Claro que hubo sexo, te vimos —rápidamente ataca Feliciano, ganándose un buen zape fraternal.
Vash casi no ha tocado su comida por ponerse a analizar todo ese asunto.
—Estoy muy contento de que su relación avance, Lovino-san —celebra el japonés.
—No tenemos ninguna relación —especifica Lovino con enfado—. Pero aún así, no pueden contarle a nadie sobre esto —deja muy claro—. Ni a ti hermano —señala a Ludwing
Este solo hace un gesto vago de "sí, sí, como digas".
—Lo entiendo, pero me parece raro —comenta Vash cuando ha terminado de analizar la situación.
—¿Raro?
—Bueno... ¡Reprobó! Dos parciales seguidos, yo creí que cuando te... Cuando tú... Cuando "eso" con un profesor siempre sacabas 10/10 —se da a entender como puede.
—Yo también —asegura Ludwing.
—Bueno, me hizo un favor, ¿Eso no cuenta? —replica sarcástico Lovino.
—Debe ser horrible esconder esa situación de tu familia —Comenta Vash.
—Nuestro abuelo lo sabe —Comenta un feliz Veneciano.
Lovino hace los ojos en blanco ante eso, pues detesta bastante que Rómulo sepa.
La plática en aquella mesa continúa, Vash descubre lo divertido que puede ser compartir su almuerzo con alguien.
Vash reflexiona a cerca de ese extraño asunto de tener amistades, con la mirada perdida, sentado en un viejo estuche de guitarra, mientras de fondo se escucha una dulce melodía de piano.
Roderich, profesor de música, está componiendo, Vash espera en silencio dentro de su salón, mientras su hermanita termina su taller de costura.
El profesor determina extraña su armonía y la detiene negando con la cabeza, suspira con algo de frustración, llevando su mirada violeta directo hacia el suizo.
—¿Pasa algo? —cuestiona al notarlo extraño.
—Solo pienso.
—Que milagro —replica Roderich, esto hace enfurecer a Vash.
—¡Siempre pienso! —se defiende rápidamente—. Estoy pensando...
—Ajá —le insta a hablar mientras revisa sus partituras, corrigiéndolas con una pluma a fuente.
—Si yo ya tengo mi mayoría de edad y quiero salir con un profesor ¿Eso está bien, no? —cuestiona sumido en sus pensamientos.
Un garabato de asombro se dibuja sobre las partituras, Roderich le mira, seguro de que ha escuchado mal.
—Mientras ambos quieran... Si existe mayoría de edad —asiente con la cabeza—. Piensas en cosas muy extrañas.
—Había visto chicas enamoradas de profesores, pero jamás ví que fuera entre dos hombres —comenta el suizo sin recato, con la mirada en la nada.
Roderich cree que Vash habla de sí mismo y la atracción que siente por su persona.
—Homosexualidad ¿Eso es lo que te preocupa? —inquiere el mayor.
El rubio niega con la cabeza.
—Es más un asunto de ética —declara—. Aunque una relación con alguien mayor es más interesante, son más maduros —bufa refiriéndose a la capacidad intelectual.
Roderich sonríe.
—¿No crees entonces que es pesado para el mayor en la relación estar con alguien "menos maduro"? —empaca sus partituras, ahora sin placer por componer.
—Quizá —se encoge de hombros, piensa que Lovino puede ser interesante para Antonio aunque Lovino no sea tan maduro—. Pero si fuera pesado no estaría con él ¿No?
—Así es —Roderich hace por pararse cerca del suizo—. Por eso debe ser un estudiante que haga disfrutable su compañía.
El profesor le sonríe de manera sugerente. Vash no capta el sentido de esa sonrisa, pero se sonroja un poco.
—¿Y qué pasa si los descubren? —le cuestiona recordando la extraña insistencia del director por saber si Antonio había pasado a Lovino, no es normal que al director le importe tanto... Nada.
—No tienen porqué enterarse —asegura, acercándose más, creyendo aún que habla de ellos.
—En un caso hipotético —insiste.
—Bueno, lo más grave es que lo despidan —razona—, pero créeme, sí tú no te enteras, tampoco ello —resuelve, pues Vash aún no ha notado lo que el profesor está tratando de besarle.
—Yo ya estoy enterado —responde sin entender, es cuando razona—. ¿Tú también lo sabes?
La conversación ya no le cuadra al austríaco, por lo que parpadea confuso.
—¿Enterado de qué?
—Ah... lo que pasa con el profesor Carriedo... —algo temeroso de que él no lo sepa.
Roderich cae en la cuenta.
—¿Lo de Lovino Vargas? —inquiere, puesto que Antonio ya le ha contado algo sobre eso, mas, no muchos detalles.
—¡Sí!
—¿De eso estabas hablando todo este tiempo? —consternado.
—Sí ¿De qué creías que hablaba? —duda sincera.
—No, no, de eso mismo, de lo de Antonio —miente, mordiendo su labio y alejándose con gracia.
~
Roderich Edelstein, compositor que viajó a Italia para ser más reconocido, pero Italia es un país caro, para subsitir tomó el empleo de profesor de música en el instituto.
Música es fácil, todos pasan ¿No?
Roderich odiaba a los jóvenes, de vez en cuando descubría algún diamante en bruto, como los hermanos Vargas, quienes cantaban como los mismos ángeles. Pero el resto del tiempo, su única pasión era reprobar mocosos.
¿Quién reprueba música?
El director, al ser un inmigrante, era propenso, no solo a aceptar alumnos extranjeros con una beca, si no brindar empleo a profesores extranjeros, como Gilbert, quién antes no hablaba en sus clases por no saber italiano.
Hungría es un país bello, tradicional y maravilloso.
Pero Elizabeta Héderváry sabía que solo podría ganar más dinero saliendo del país, sus padres y hermanos lo necesitaban y ella quería viajar, ganar ganar.
Roderich, su amigo de toda la vida y exnovio, le propuso mudarse a Italia, asegurándole trabajo como profesora.
Así se convirtió en la profesora de talleres, siendo también la supervisora de los clubes estudiantiles.
Al estar a cargo de todo el alumnado tenía muy poco tiempo libre, el cual disfruta gastar con café caliente junto a Roderich en el salón de maestros.
—No te lo creo —reconoce Elizabeta al escuchar lo de la relación de Antonio, emocionada—. Pero eso es ilegal.
—El niño ya será mayor de edad —le quita importancia el austríaco.
—Sí. Pero mientras tanto no pueden besarse y esas cosas —se le iluminan los ojos— ¡A menos que lo hagan en secreto! ¡Qué romántico!
—creo que no les importa, querida —da un sorbo al café—. Están teniendo una cita en este momento.
—¡Qué! —chilla.
El austríaco saca su celular, mostrándole a la húngara, con la conversación de Antonio en la pantalla.
—Leé y disfruta —ofrece.
—"Mañana me voy a llevar a tu niño del coro a pasear" —lee en voz alta—. Aww planean sus citas.
—Sigue leyendo —invita con una sonrisa.
—"pasaré por él en la mañana, hay un lugarcito fuera de la ciudad a dónde quiero llevarlo" ¡Uh! —exclama la húngara—. Adivinaré; a un auto cine, no se me ocurre nada más romántico que un auto cine.
—Continúa leyendo y lo descubrirás.
—"Pasaremos ahí la tarde del viernes y todo el fin de semana" ¡Ohh! No es un auto cine, ¡Es un hotel!
—No es un hotel —sonríe.
—¡Déjame soñar! —continúa recitando —. "Tío, deséame suerte que estoy muy nervioso", es tan tierno, yo creía que Tony era un mujeriego experto.
—Tiene su corazoncito —asegura.
Su plática continúa, pero el hombre que estaba escuchando al otro lado de la puerta se retira, Gorvert, iracundo. No tenía pruebas para despedir a Antonio, no quería problemas legales, debía encontrarlos con las manos en la masa.
Camina por su instituto, enfermo de celos.
∆•∆•∆
Mil maneras de morir
Número 320: morir por tareas virtuales.
Gracias por leer, espero que les esté gustando.
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