20
—Lovino Vargas ha asistido a clases, director.
Vash miente.
El director bufa, le quería preguntar a él porque es uno de los alumnos más leales, sabe que no mentiría solo por un alumno, mucho menos alguien tan irritante como Lovino Vargas.
—Joven Zwingli, usted es uno de los mejores alumnos —se levanta de su escritorio—. Confío plenamente en tu testimonio —camina hasta colocarse frente al suizo.
El menor arquea su espalda para poder ver a los ojos de su director.
Vash siempre ha sido pequeño, en cuestiones de estatura. El director es alto, muy alto, de las personas más altas en Italia, tal vez, su cabello en punta ayuda con eso.
—No me mienta —ordena—. ¿Asistió Lovino a todas las clases de Gramática?
El suizo logra sentir la mirada acusadora del director. Su mente grita que diga la verdad, Lovino se lo merece.
—Sí, señor, asistió a todas —miente.
Porque a pesar de que la gente piense que no, Vash tiene corazón y su corazón le hizo mentirle a su director.
El director bufa y se retira a su escritorio.
—Ya puedes irte.
Vash sale de la oficina del director corriendo.
Llega hasta su aula, su respiración es errática.
No puede creerlo, Vash, el lame botas, Zwingli acababa de mentirle a un maestro por un bien... No propio.
Peor aún, había mentido por Lovino Vargas. Mismo que se encontraba en su butaca revisando su teléfono. Abre sus mensajes, usualmente los archiva, por lo que tiene como primeros contactos a Antonio, desde el examen que no lo ve. Piensa que tal vez verse fuera de la escuela sea lo mejor, está a punto de enviarle un mensaje cuando Vash azota sus manos contra la paleta de la butaca.
—Hoy me vas a comprar el almuerzo, Vargas —le ordena con su voz demasiado gruesa para su tamaño.
Lovino casi tiene un infarto. Rápidamente bloquea su celular y frunce el entrecejo.
—¿Por qué? —pregunta con mala cara.
Vash se siente incapaz de decirlo en voz alta. No le gustan las cosas amargas, ni siquiera las mentiras amargas.
—El director me... —no hace falta que diga más, con la simple mención del holandés es más que suficiente para ponerle de peor humor que antes —. Respecto a los exámenes yo ... —Vash vacila, no quiere admitirlo, pero su rabia le ayuda—. Mentí por ti ¿Ok?
El italiano le mira sin poder creerlo.
—¿Por qué? —es la única manera en que puede responder.
—Eres amigo de Kiku Honda, él es amigo de tu hermano, eso te hace mi... Compañero —miente en una explicación rebuscada, bastante poco creíble, pero ¿Qué le queda a Lovino si no creerle?
La verdad, Vash no da nada gratis.
Hace tres años Vash llegó a Italia, sin que le gustara realmente la idea de dejar su villa en Suiza
El viaje había sido largo. Vash estaba en la camioneta de su madre, asiento del copiloto, mientras que su hermanita Lily dormía.
La madre de Vash podía ver la tristeza en el rostro de su hijo con el rabillo del ojo.
—Vash —le llamó.
El pequeño le miró con sus grandes ojos verdes.
—Extraño nuestra casa, pero cuando hagamos recuerdos aquí...
—No quiero recuerdos aquí, me hubiese gustado quedarnos en casa —Vash es ermitaño desde pequeño.
—Italia tiene muchas cosas bellas, alguna debe de gustarte.
—¿Cómo iremos a la iglesia ahora? —pregunta, ignorando lo anterior. Vash es alguien católico, no le interesa si te divorcias, tienes otra religión o blasfemas, solo no hagas estupideces y él estará bien contigo.
Pero todos sabemos que la adolescencia es un buen momento para ir a la iglesia. ¿No?
En Suiza iban a una pequeña iglesia, casi siempre llena en domingo y vacía el resto de la semana. Estos pequeños ya estaban acostumbrados a ello, a Vash no le gusta el cambio, se pregunta si en algún rincón de Italia habrá una iglesia que valga la pena.
Misma cosa que se pregunta su madre y tiene la más obvia de las epifanías.
—Podemos visitar el Vaticano antes de que entren a la escuela —la madre intentó animar a su malhumorado retoño.
No fue difícil convencerle, su madre solo necesitó decirle que ella paga.
Para su suerte, el día de su visita, llegan a la hora de misa, iba empezando, la familia ya no alcanza lugar, pero no les importa estar parados para ser parte de la misa en el Vaticano.
Aunque todo es tan... Rimbombante.
Costoso.
Vistoso.
Aquella estética abrumaba a Vash de sobremanera. Derrotado, terminó por salir del recinto religioso.
Extrañaba el aroma de sus montañas, la brisa de sus praderas, el frío de la nieve, el balar de sus cabras.
No importa hacia donde vaya su mirada, no es su hogar.
Es como si hubiesen obligado al Abuelito de Heidi a mudarse a Italia.
Vash corrió sin rumbo, había demasiada gente, más gente de la que jamás había visto, más gente de la que puede soportar. En un pilar cayó. Con la respiración agitada, las manos sudando y un terrible dolor de cabeza que le propone volver el estómago.
Vash lloró, lloró lágrimas amargas, amargo, detesta lo amargo.
Las vueltas que da la vida son extrañas, el caos es inevitable, las cosas ¿Realmente suceden por alguna razón? Al ser humano le tranquiliza pensar lo anterior, pero lo cierto es que la entropía reina nuestro destino, aquello tan complejo que convierte el aleteo de una mariposa en un terrible tornado.
No sé sabe cómo, no se sabe el ¿Qué diablos? Es bastante complejo el lograr entender como Julio II eligió a su sastre, a su modista.
Más que eso ¿En qué diablos estaba pensando el modista?
Son preguntas que llegan a las personas que caminan por el Vaticano y se topan con un guardia suizo.
¿Quién vistió a esos tipos y por qué se ven tan geniales en un traje de payaso?
Uno de esos guardias se encontraba cerca de donde el pequeño Vash lloraba. Miró a su compañero con plena intención. Su colega negó con la cabeza.
En el momento que Vash gritó "Maldición" en alemán y con un impecable acento suizo, el guardia dejó todo y caminó hacia él.
—Oye niño —le llamó en alemán.
Vash interrumpió su llanto para alzar la cabeza y con ello mirar al guardia.
—¿Por qué lloras?
—No creo que le importe —renuente a decirle.
—Dejé mi puesto para averiguarlo, creeme que me importa.
—Este lugar... No es Suiza —confesó, con una voz dura, pero una lágrima corriendo por su rostro.
El guardia niegó con la cabeza, algo triste también, suspiró.
—Vaya que no es Suiza —asume que sí está tan triste por dejar las tierras Helvéticas es porque no volverá a ellas en mucho tiempo—. Extraño mucho Suiza —le confesó.
Vash le miró con curiosidad, el guardia metió su mano en el cuello de su uniforme y de el sacó un collar, con un dije de cruz hecho de vieja madera. El hombre se arrancó dicho objeto del cuello para colocarlo en la manita del menor.
—siempre que veo esta cruz recuerdo a Suiza y sé que ella es parte de mí y, no importa en donde esté, siempre tendré los Alpes en mi corazón.
El rubio miró con total atención la cruz hasta que notó lo dañada que está la misma.
—Alguien la mordió —señaló las marcas de dientes.
—Una cabra.
Los ojitos del menor se iluminaron tiernamente. No más lágrimas escapaban de ellos.
—Es muy linda —admitió regresando el objeto a su dueño, pero el mismo negó con la cabeza.
—Si me prometes cuidar la tierra italiana como si fuera tierra Suiza, te la puedes quedar —afirmó el guardia.
Desde ese día, dicha cruz reside sobre el pecho de Vash Zwingli.
Eso... Hasta que la perdió
∆•∆•∆
Hola, busco peluches de cabra.
Si alguien quiere enviarme uno me haría muy feliz, manden mensaje al privado (?
Pareeeece que se está perdiendo el rumbo, pero pronto se verá la importancia de todo este embrollo en la trama ¿Qué es una historia sin desarrollo de personaje?
Gracias por leer.
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