18
Lovino se conmueve.
¡Maldita sea! ¡Antonio tenía que dejar de ser tan buena persona!
Se levanta sin decir palabra, comienza a andar con un paso veloz hacia la salida, naturalmente, Antonio va tras él.
—¡Lovi! —recapacita—. Digo... ¡Joven Vargas!
El aludido no hace caso, continúa su andar.
La persecución no se alarga demasiado, al cabo de unos metros el Italiano sorprende al mayor metiéndole en el armario del conserje junto con él, cierra bien la puerta.
—¿Lovino? —la cercanía ante el poco espacio hace ruborizar al mayor. El alumno se cruza de brazos.
—Eres un absoluto y total estúpido —suelta—. No pueden vernos juntos —esa frase suena más dolida de lo que el romano deseaba.
—¿Cómo sabes eso? —se sorprende.
Lovino cierra su boca mientras la sangre invade sus mejillas.
—Eso no importa.
Antonio sonríe algo feliz, porque no ha faltado a su clase porque lo odie, si no porque se preocupa por él. Su sangre caliente le hace abrazarle con dulzura, feliz, sin notar como el pequeño se derrite en tal intercambio.
Pero muy listo, no le aparta, no le corresponde, solo se pone tan rojo como la sangre que se le acumula en el rostro.
—Gracias Lovi —susurra el mayor con sinceridad.
—No lo hago por ti, idiota —miente, cerrando sus ojos, aspira con fuerza, loción de mal gusto. Esa loción barata que tanto le encanta.
El ibérico se separa, sonriendo. Lovino intenta no mirarle, sabiendo la debilidad que tiene ante esa estúpida sonrisa. Su rostro muestra un enfado perpetuo.
—Creo que el hecho de que entres a mis clases nadie lo va a malinterpretar —guiña un ojo descaradamente.
Lovino bufa.
—Puedo entrar a esta... —propone con la boca pequeña.
El mayor ríe, de un buen humor ridículo, mientras le entrega el cuadernillo a su alumno.
—Estudia mucho, ¿Vale?
De pronto la situación se torna algo incómoda... Tal vez propicia.
Es decir; ambos, en un espacio tan reducido como lo es esta pequeña bodega. Lovino puede sentir la respiración del mayor en su cabello, gracias a la diferencia de altura, la nariz y por ende el inhalar y exhalar del español acaricia el rulo rebelde en el peinado ajeno.
A Lovino lo recorre un escalofrío.
—Gracias... — susurra el italiano con voz cortada en pro de deshacer el tenso silencio que se generó.
Sin embargo y como premio por usar "gracias" el español le brinda un suave beso en la mejilla, largo quizá, pero inocente al fin y al cabo.
Lovino gira su rostro un poco para que no solo le bese la mejilla, funciona, puesto que ahora los labios se Antonio están sobre la comisura de los ajenos.
El italiano abre un poco los suyos para invitar a los contrarios.
Antonio se debate, pero su pasión es más fuerte, ya se sabe que un segundo sin tu ser amado es una eternidad en el Averno. Ahora imaginar semanas sin los dulces labios de Lovino es peor. No hace esperar al estudiante, le besa sin más, Lovino corresponde con su hormonado ser.
El beso pronto se convierte en un intercambio profundo que empuja al jovencito, obligándolo a sujetarse de la nuca impropia para mantener el equilibrio.
Antonio, enajenado, recorre la espalda de su alumno hasta llegar a la cadera.
Ambos con los ojos cerrados, concentrados en sentirse el uno al otro en un beso que ambos desean desde hace tanto, en un contacto consentido y necesitado.
Un traicionero gemido de placer se escapa del menor.
Tan dulce sonido.
Antonio se separa con lentitud, con extrema suavidad pero a la vez con la sensación de que fué errático, quedando ambos insatisfechos.
—Sales tú primero ¿Vale? —propone para que no se les note salir juntos.
El italiano, algo atontado por el beso no hace más que asentir con la cabeza muy levemente.
Antonio se encarga de abrirle la puerta.
Vargas sale y la brisa de la mañana le da en la cara, recordándole que por más que se crea en el cielo, está en el infierno escolar, con un examen que determina su futuro en menos de una hora.
Decide buscar su aula para estudiar con más calma que en la cafetería, dispuesto a arrebatarle un puntaje sobresaliente a lo que sea que pueda venir en el examen.
•×•
Al salón entra un rubio con cara de pocos amigos, se sienta rutinariamente y nota a un italiano sureño estudiando con fuerza.
—Esta es la única clase que podías faltar y es a la única que vienes —le señala Vash a su compañero.
Lovino lo mira con algo de enfado.
—No puedo, tengo examen —replica.
—No tienes derecho, necesitas un ochenta por ciento de asistencia para eso y apuesto a que tú no tienes Ninel veinte.
El italiano le sonríe, con un poco más de alevosía de la que debería.
—Deberías estudiar, oí que Antonio hizo difícil este examen —contesta como si no hubiese escuchado lo anterior.
El suizo bufa, pero, se pone a estudiar, en efecto.
Los minutos pasan y prontamente comienzan a llegar los demás alumnos al aula. Feliciano da un salto de sorpresa al notar a su consanguíneo en el salón.
Se sienta lo más cerca de él que puede.
—¿Vas a hacer examen? —cuestiona asombrado.
—Em... Sí —no le mira, sabiendo que es más difícil mentirle a él.
Por suerte, Feliciano no pregunta más, solo le sonríe.
El profesor no tarda demasiado en llegar al aula. Los alumnos presentes se congelan con pánico, hay quien da el último repaso a sus apuntes como quien da por reprobada la prueba y se resigna desde ahora.
Lovino guarda el cuadernillo.
Antonio sonríe feliz, pues en el fondo disfruta ver los rostros angustiados de sus alumnos.
Entrega los exámenes, no sin antes guiñar un ojo a su evidente alumno predilecto.
Lovino le sonríe como si fuera superior.
Al ver el examen el nacido en Roma respira más lento, algo preocupado, pero dispuesto a responderlo. Nota que, efectivamente, lo que pregunta estaba subrayado en el cuadernillo de Antonio.
No es el primero en terminar, pero tampoco el último.
Se levanta con las dos hojas de examen en sus manos, se acerca al escritorio del profesor, sin quitarle la mirada de encima.
Feliciano levanta la vista de la prueba por un momento para observar a su hermano.
—¿Listo, joven Vargas? —le sonríe tomado sus hojas de prueba.
—¿Listo para ponerme un 10/10? —replica en actitud coqueta dejando con la boca abierta a Feliciano.
—Ya veremos... —contesta en un tono igual de coqueto, quizá demasiado pues no solo Feliciano lo nota, uno que otro alumno también es conciente de ello y se sorprenden.
No es nada nuevo que Lovino sea el favorito, pero todos creían que era por cuestiones familiares, pues habían visto al profesor Antonio en algunas fotos del periódico con Rómulo, había incluso quién se imaginaba que eran amigos en línea, en juegos de Xbox o algo similar.
Pero ahora comenzaban a notar que, tal vez, había algo más ahí.
Un mocoso no duda en emparejarlos en su cabeza, sonriendo por ello.
Lovino no lo sabe, pero a partir de ahora y a sus espaldas, le empezarán a llamar "El novio del profe".
Ambos amantes se están mirando con demasiadas ansias, el beso de antes había quedado incompleto y ambos lo sabían.
El italiano sonríe ladino dándose la vuelta muy digno, Antonio parpadea al ya no notar la mirada ajena sobre sí. Lo ve abandonar el salón y el menor, nada tonto, decide menear sus caderas más de lo normal al caminar, solo para molestarlo, un poco más feliz que de costumbre, pues está seguro que un 9/10 al menos ha sacado en su examen y no solo eso, si no que está seguro que Antonio no lo quiere solo para jugar con él y eso, eso ya es suficiente para estar feliz.
Para su suerte, solo los avispados han notado tan descarado coqueteo, la mayor parte del salón no ha notado ni que Lovino se ha levantado.
Antonio comienza a calificar exámenes para ahorrarse algo de trabajo de la tarde, llegando por fin al de Lovino Vargas, sonríe mientras su bolígrafo rojo coloca palomitas, la tinta carmesí se impregna en la hoja en un extraño garabato que simboliza un 10/10.
∆•∆•∆
Lo bueno de la cuarentena es que tengo algo más de tiempo para escribir.
Compartan esta historia para pasarla genial estos días.
Gracias por leer, les deseo mucha salud.
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