15
Por fin ha terminado la excursión, el sil crea un hermoso reflejo naranja sobre los canales venecianos, una belleza que los alumnos retratan con las cámaras de sus móviles y que otros graban en su memoria,
Feliciano respira con fuerza el delicioso aroma de Venecia, prometiendo en su mente que volverá lo antes que pueda, corre con la velocidad habitual hasta el camión que está abordando ya a sus compañeros de clase.
En el mismo ya está el bullicio típico de la juventud, él lo ignora para acercarse a su mejor amigo con una sonrisa. Ludwig se mueve para dejarle el lugar de la ventana, que gran amistad la suya.
—Ya le comenté a Gilbert, está apartando el sitio de Lovino —da las buenas nuevas para el italiano, quien enseguida de escuchar eso le abraza con cariño.
—¡Mil gracias! —se acurruca.
Aquella escena es vista por Lovino, quien acaba de entrar al vehículo, hace los ojos en blanco ante la incompetencia de su hermano, era súper obvio que Ludwig estaba tontamente enamorado de Feliciano, otra razón más para no querer al macho patatas, pero las gracias habría que darle.
El profesor Gilbert Beilschmidt era un maestro, un genio, una eminencia en el área de la matemática, la física y la geometría analítica, claro que esto era algo difícil de creer una vez que se le veía en una fiesta.
Soportaba mucho alcohol y le gustaba beberlo de calidad. En el karaoke era el rey, no por el buen tono de su voz, si no por lo efusivo de cada pieza, cantada con todo el corazón y emoción posibles.
No es que fuera malo en los juegos de fiesta, pero nada le gana a la emoción de escuchar a la multitud al coro de "shot, shot, shot".
Las mejores fiestas no eran tal sin Gilbert. No es por casualidad que a ély a sus mejores amigos se les apodase "The bad touch Trio", no es por nada, pero en inglés suena mas asombroso.
Asombroso.
Sí, esa es la palabra correcta para describir a Gilbert.
De hecho no era extraño que se describiese a sí mismo de esa manera en tercera persona.
Era un hombre bastante peculiar y temerario, se murmura que en sus tiempos de universidad hizo cuanta locura se haya inventado.
Guapo, sí, de una palidez digna de la muerte, nada especial al saber que es albino, quizá también es un premio de la lotería genética, pero donde la melanina abundaba era en esos ojos rojos como granates, intensos, macabros, resaltaban su cabello, tan rubio que era prácticamente blanco, además de su chistosos acento alemán.
Ese hombre esperaba, apartando dos lugares uno para él y otro para el muchacho que su hermanito le comentó que quería sentarse con él, estaba de pie, vigilando a los alumnos para que tomen asiento, pues pronto arrancaría el camión.
El castaño se para frente a él.
—Vargas —apunta con chulería al notarle.
—Profesor —saluda, sin tanto ánimo.
—Solo en el aula, si vamos a estar sentados juntos por cuatro horas puedes llamarme el asombroso profesor Gilbert —presume.
Lovino no está realmente de humor, de hecho, milagro sería que estuviera de ánimo más de dos veces por semestre.
—Sí... Profesor Gilbert... —es interrumpido por una risa peculiar que suena parecida a un "kesesese". El albino le pone una mano en el hombro sin dejarse de reír.
—Gilbert está bien —concede—. Anda, siéntate, tengo que seguir vigilando a estos mocosos —le guiña un ojo casi en un reflejo.
"¿Por qué los profesores de matemáticas siempre son tan maldita mente atractivos?" Se cuestiona el italiano con mucho enojo mientras toma su lugar.
No debe esperar demasiado para que que el albino se siente a su lado, una vez todos los alumnos acomodados.
—¿Eres el Vargas que canta o el que pinta? —le pregunta sin mirarle apenas toma asiento.
Lovino hace los ojos en blanco.
—El que canta —suelta porque no sabe realmente a quien se refiere con cada descripción, pero le gustaría ser el "Vargas que canta".
—Lovi entonces ¿No? —lo sabe únicamente porque es buen amigo de Antonio y el mismo no deja de hablar de su querido "Lovi, Lovi".
—Lovino —remarca con fuerza la última vocal. Ceño fruncido y de pronto este profesor deja de ser tan atractivo.
—¡JA! ¿En serio? —reacciona con una carcajada ante la mirada llena de furia del menor.
—¿Qué es tan gracioso? —cuedtona con la nariz en alto en expresión altiva.
—No suelo poner mucha atención a los nombres —explica con un gesto vago—. Por eso creí que realmente tu nombre era "Lovi", Antonio siempre de refiere a ti de esa manera.
Lovino le mira con el corazón hecho puño.
—¿Eso... Eso hace? —ilusionado—. Es decir... ¡Ese papanatas desgraciado! —exclama con odio.
—Oye oye, ¿Por qué lo llamas así? —esta vez sí le mira, con bastante enojo por cierto—. Antonio es un buen colega.
—¿Te lavó el cerebro o qué? —escupe dichas palabras con odio—. No tiene ¡Nada! De buen colega. Es un tonto, un pervertido, un degenerado y un bastardo —comienza a enumerar con los dedos.
—¡Alto! —pide colocando su fría mano en la boca del menor para hacer silencio—. Lo de pervertido te lo creo, lo es, de los mejores que conozco —sonríe—. Pero un bastardo jamás.
—¿Tú qué sabes? —refunfuña.
—Antonio es el mejor amigo del asombroso yo —explica—. Y el increíble Gilbert Beilschmidt no es amigo de bastardos ni gente no asombrosa.
—Bueno, creo que ambos nos equivocamos con él —suspira, se recarga en el asiento con pesadez mirando sobre los asientos en búsqueda de una cabellera castaña y desordenada.
Encuentra dicha con una falsa sonrisa hablando con algunos alumnos que le están pidiendo permiso para poner música en sus bocinas.
—¿En qué te equivocaste con él? —le pregunta el docente, hambriento de chisme.
—No es nada... —desvía la mirada con tristeza.
—Anda, puedo guardar un secreto —sonríe bastante maligno.
—No creo que puedas —responde guardando algunos insultos en su interior.
—Bien, yo te cuento un secreto y tú me cuentas uno, secreto por secreto —Lovino lo mira con curiosidad porque eso sí le interesa—. Bien. Veo que te interesa Antonio, así que te contaré un secreto de su noviecito —comienza.
—¿Noviecito? —cuestiona nervioso como pocas veces, incluso se le traba la lengua un par de veces al pronunciar aquella interrogante. El color en sus mejillas no tarda mucho en hacerse presente, pues cree que es de él de quién habla el albino al utilizar el término "noviecito".
—Sí. Bueno, no creo que muchos alumnos se den cuenta, pero evidentemente el asombroso yo tiene todos los jugosos chismes del instituto en la palma de su asombrosa mano —presume señalando su propia mano.
Evidentemente tal comentario no hace más que poner tenso a Lovino, quien aprieta sus dientes maldiciendo con improperios el no haber Sido lo suficientemente discreto en su furtivo amorío.
—Es más un chiste local, pero, y espero que sepas guardar el secreto —toma al estudiante de los hombros para jalarle hacia el pasillo del autobús, donde señala la cabellera extravagante y rubia del director—, el director Tulipán está que se muere por un besito de Antonio.
Lovino escucha la explicación con un rostro de absoluto asco.
—Qué desagradable —no se contiene en decir.
Los ojos rojos le miran antes de contener una carcajada.
—Lo es ¿No? Mi amigo Francis ¿Si lo ubicas? Y el asombroso yo, siempre nos burlamos de Antonio con eso —confiesa—. Dice que no le gusta.
—Es un golfo, no podríamos saberlo —pronuncia con odio. El albino le propina un zape.
—Solo yo le puedo decir así, porque soy asombroso, además... parece estar enamorado de alguien.
—¿Enamorado? —pregunta entre curioso y preocupado, alarmado, sin creer realmente que lo esté.
—Sí, solo que no comparte de quién, Francis cree que es de un varón y por eso no quiere decirlo —especula, Lovino se pone nervioso—. En fin, ese no es el chisme.
—¿Cuál es?
—Pasa y resulta que es tan tóxico, actitud que, según mi asombrosa opinión, es una actitud horrible, porque le prohibió tener relaciones amorosas.
—¿Relaciones...? —inquiere mascullando.
—Ya sabes, noviazgos, relaciones civiles, relaciones. Tener pareja ¿Puedes creerlo? ¡Le prohibió tener pareja!
Lovino de pronto lo entiende.
Los hechos le golpean como una merecida cachetada con guante de seda.
Cómo una ráfaga de viento helado, lastimero. Tan gélido que hace temblar el corazón.
—Ese... Ese bastardo mal parido, hijo de la más puta entre diez mil putas —maldice con odio, casi vomitando veneno.
—Sí que lo odias... O es que quieres mucho a Antonio —sonríe travieso.
—Los odio. ¡A ambos! —"al Tulipán por existir y a Antonio por no decirme". Piensa para sus adentros.
El albino ríe con ese comentario.
Realmente congenian bien, pasan de la risa al enojo y del enojo a la carcajada.
Algunos sonrojos de por medio.
Pero Lovino no está tranquilo en su totalidad.
No sabe que hacer ante la problemática de Antonio.
No pueden estar juntos, eso es un hecho, una porque Lovino no quiere y dos por la prohibición.
Antonio no debía arriesgar su trabajo por ... Un mocoso.
Pero, verlo era como sentirse toro, un toro en la plaza, con el conocimiento de que morirás, pero unas fuertes ganas de correr hacia el torero.
Pronto los paisajes en la ventana comienzan a ser más familiares. Llegan al final de su viaje entre las luces de la ciudad que encienden ante la oscuridad nocturna.
El albino se despide de su alumno, quién no pierde tiempo para tomar la mano de su hermano y correr hacia el auto, con Rómulo, que les espera en el estacionamiento del colegio, evitando en cada momento la mirada de Antonio.
∆•∆•∆
Mi jefe me pateó, me llamó inútil y me encerró en un cuarto hasta que terminara mi trabajo. Y eso que soy mi propio jefe.
Esto explica el retraso pero no lo justifica. Lamento mucho tardar tanto en actualizar.
Pero agradezco con todo el corazón el que sigan leyendo.
Gracias por leer.
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