14

—quiero que seamos pareja —admite, rápido, fuerte, antes de que pueda repetirse y es cuando esas palabras resuenan en su mente que desea saltar al canal y que la tierra se lo trague.

Antonio... Bueno, por una parte es muy feliz. Considera este acto tierno y verdaderamente puro. Pero piensa en su empleo. En qué ya muchos piensan que son pareja, lo bueno es que no lo eran pero ¿Qué pasaría cuando lo fuesen? ¿Cómo iba a negarlo ante todos?

Realmente ambos eran pasionales, demasiado como para mantener su noviazgo en secreto.

En todo caso, ese tipo de cosas se sabrían tarde o temprano, siempre.

Realmente, hasta que Lovino de graduara no podían tener una relación y Antonio no quería perder su trabajo. Una vez en la universidad y mayor de edad no habría ninguna razón ni profesional ni moral para no tener una relación.

Pero ahora...

Los ojos verdes bailan con nervios por todo el cuerpo de Lovino.

Este desvía su vista pues no es capaz de ver al mayor sin morir de vergüenza.

—Lovi... —su tono es triste, pues que más quisiera que besarle en ese instante y decir que sí a todo. Pero no puede, ni siquiera puede encontrar las palabras adecuadas para explicarle su impotencia.

Lovino no dice nada, no habla. No lo mira siquiera.

—No podemos —susurra con tristeza el ibérico, en un tono muy bajo, desconsolado, sin cruzar mirada.

Las cejas de Lovino bajan inmediatamente.

—¿No podemos? —cuestiona en un tono que es un claro "explícate"

—Bueno supongo que... Es que, verás eres muy joven y... —lo interrumpe.

—¿Es porque crees que soy un niño? —pregunta con molestia.

—¡No! ¡No! Bueno, sí, eres un niño pero no es por eso que... —de nuevo es interrumpido, esta vez con mayor estruendo.

—¡Me ves como un mocoso! —protesta.

—¡No es por eso! —sigue sin saber como expresarse o si quiera si debe contarle.

—No puedo creer que después de todo esto, después de todo lo que he crecido me digas viendo solo como un simple niño —tono severo—. ¡Detén esta mierda de bote! —exige para el hombre que está remando.

—No... No, no es eso lo que quise decir —la góndola se detiene en una zona cercana.

—Oh, ahora también soy tonto y no entiendo —malinterpreta, absolutamente furioso.

Antonio se intenta explicar pero es inútil.

Lovino, enfadado se aproxima hasta donde está el español, besándole, en un beso para nada inocente, algo agridulce, confuso, profundo.

Realmente dura bastante, lo suficiente para que Antonio le abrace.

Antes de quedar enteramente satisfechos el menor le empuja con demasiada fuerza, la suficiente para hacerle caer, caída que provoca un movimiento violento que moja más de lo aceptable a Antonio y crea un charco dentro de la barca.

Para cuando esto pasa Lovino ya se ha bajado de transporte y ha comenzado a andar hacia donde sus compañeros de clase.

No ha dado ni diez pasos cuando se voltea histérico hacia donde el mayor, lo señala despectivo.

—¡Que te quede bien claro que un niño no hace eso! —grita fúrico, fuerte, para asegurarse de que Antonio pueda escucharle, pero por lo estridente, la mitad de la calle y un poco más lo ha escuchado perfecto.

Antonio continúa desconcertado por el empujón y aún no repara en que está totalmente empapado, es hasta que se levanta y siente su ropa pesada de mojada que logra dimensionar hasta que punto se ha empapado. Hace su pelo hacia atrás para poder ver, se levanta con dificultades mientras los gritos de Lovino rompen la quietud de la tarde veneciana.

Sonríe, pues sí, es un comportamiento bastante infantil y claro que así actuaría un niño.

Pero luego nota que no tiene la menor idea de donde está y si quiere regresar  con sus alumnos debe seguir a Lovino.

Muchacho que ya se encuentra a una distancia considerable.

El español sale del bote con dificultades.

Corre para tratar de alcanzar a Lovino, gritando su nombre para que le espere y le guíe.

El italiano nota que le sigue y su enojo crece aún más, después de rechazarlo ¿Cómo se atreve? ¿Acaso no entiende que su corazón debe tener un descanso?

Comienza a acelerar el paso para perderlo.

Antonio no lo permite, acelerando también.

En ese rápido caminar llegan hasta el centro de la ciudad, donde están todos.

Lovino ve su oportunidad de escapar y perder al español. Corre hasta donde piensa que ha divisado a su consaguíneo.

El ibérico cruza el callejón, mirá hacia todos lados y su corazón se tranquiliza cuando nota a unos jóvenes con el uniforme escolar.

Nota conocidos los edificios y puentes que logra ver. Pero lo que no ve es a su querido niño, mueve su cabeza dando pequeños pasos para tener más referencias hasta que por fin logra ver un rulo rebelde que apunta hacia arriba. Camina en esa dirección algo emocionado, pero, una mano se posa sobre su hombro deteniendo su andar.

Voltea la cabeza encontrando al director.

—Antonio —saluda.

—¡Hola, tío! ¿Qué hay? —nervioso, piensa que es muy obvio que estuvo ausente, se le acelera el corazón de pensar que quizá haya notado como Lovino también faltaba.

—Estás empapado —hace notar mirándole de arriba a abajo—. ¿Qué te pasó?

El moreno hace gesto de no comprender mirándose a sí mismo y recordado.

—¡Ah! Yo... Bueno es que —no sabe que excusa poner—. Acaba de pasar ¿Sabes? Es tan, ah, frustrante, sí, yo... Tropecé.

No es por hacerlo más creíble pero es cuando cae en cuenta de su teléfono móvil, lo saca rápidamente de su bolsillo para ver si funciona, respira aliviado al notar que sí lo hace.

A Gorvert le parece extraño este comportamiento pero no dice nada, carraspea para llamar la atención del español, este le mira con su sonrisa de alivio.

—Yo... —un rubor leve se aparece ante tan encantadora sonrisa, otro notorio carraspeo—. Yo tengo toallas, sabía que algún alumno sería impertinente pero... La vida tiene sorpresas —apunta hacia el camión, que tiene la mayoría de las cosas de docentes y estudiantes—. ¿Vienes? Creo que te hace falta.

Antonio asiente feliz, le sigue.

Gorvet no duda en quedarse un buen rato a solas con Antonio en el camión mientras este se seca, no pasa nada realmente comprometedor, solo es el de Países bajos escuchando el parloteo de Carriedo por un largo rato.

Pero por supuesto, en la mente del ibérico aun persiste la expresión desilusionada de Lovino, así como la constante pregunta de qué es lo que sucederá ahora con él. Se notaba todo lo que le había costado confesarse de ese modo como para ser rechazado. No es mentira que se siente culpable.

—Y entonces ese hijo de puta mal parido dijo "Oh, oh, no podemos", esa fue su explicación de mierda después de todo lo que me costó confesarme de esa manera ¡Sólo para ser rechazado! y seguro ese estúpido, bastardo, hijo de diezmil perras,  ni siquiera se siente culpable —parlotea el italiano mayor hablando con su hermano.

—Yo creo que debe sentir algo de culpa, Lovino-san —da su opinión Kiku que tambien estaba escuchando, el trío del club de periodismo está disfrutando de unos gelatos.

—Bueno, lo que sea, nunca más voy a confesarme, tener una relación ni ninguna de esas cosas inútiles —reniega Lovino en un acto desesperado y que todos sabemos que es mentira... o algo así.

—Es una pena, si salieras con alguien más seguro se revuelca de celos y se piensa un estúpido por dejarte ir —razona Feliciano con su alma vengativa—. Claro que estaba loco por ti, no logro entender su rechazo, debe haber una razón que estamos ignorando...

Lovino no escuchó lo último, se quedó en la bella imagen de Antonio sufriendo por haberle rechazado.

—¡Eso es! —vitorea contento—. Debo darle celos, no para que quiera estar conmigo, si no para que se desviva por estarlo.

—Feliciano no dijo eso —defiende Ludwig.

—Ah no, sí que dije eso —rectifica Feliciano en tono parcialmente inocente.

Kiku no dice palabra, honestamente disfruta mucho del drama.

—Sea como sea, no me voy a sentar con él de regreso, siéntate conmigo —ordena Lovino, señalando a su hermano, pero este niega con la cabeza.

—Voy a ir con Ludwig —sentencia inapelable.

—¿Vas a cambiarme por ese macho patatas? —con el corazón roto. Aunque es un juego más que nada.

—Estoy aquí —protesta el alemán.

—Calla nazi —ordena el mayor de los italianos con un gesto obsceno de la mano hacia el rubio—. Vamos Feliciano, te daré la mitad de mi cena por un mes.

El rulo del norteño se mueve de lado a lado en negación.

—¡Bueno! Iré con Honda —se resigna.

—Iré con Vash-san —masculla el japones dando un paso lejos del italiano.

—¡Maldita sea! —protesta Lovino dando un fuerte pisotón,

—Puedes sentarte con mi hermano —propone, ante cualquier pronóstico, Ludwig.

—¿Tienes un hermano? —inquiere, quizá con más sorpresa de la que es buena, Lovino.

Feliciano esta vez asiente con la cabeza listo para responder.

—El profesor Gilbert, de matemáticas —resuelve la duda de su pariente—. con eso de que te gustan mayores... —susurra.

La expresión de sorpresa que invade el rostro de Lovino es simplemente épica, como después de tantos años en aquel colegio privado no le hicieron indagar en los apellidos de sus docentes es la mayor prueba de que le importan tres héctareas de pepino los mismos.

Ludwig se limita a rodar los ojos sin decir nada sabiendo la asquerosa actitud del hermano de su mejor amigo.

El sureño por su parte está demasiado ocupado numerando cada una de las características que hacen superior al profesor de matemáticas por encima del de lengua, sin encontrar nada al principio pero pronto tiene... ¡su altura! quizá esto lleve un tiempo.

∆•∆•∆

Ojalá pudiese darle mil corazones a sus comentarios, son absolutamente hermosos, gracias por tanto, perdón por tan poco.

La mejor forma de apoyarme y a estás historias es compartir las historias.

Gracias por leer.




Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top