12

Cinco de la mañana en Roma, Italia.

¿Quién está despierto a semejante hora de la madrugada? Pregunta la razón.

Lovino y Feliciano, están juntos en la absurda fila por grupo y orden alfabético, maldito sea el apellido Vargas, penúltimo, solo antes que el de Vash Zwingli.

Es por ello que Feliciano, por encima de Lovino, está hablando con el rubio.

Porque aunque no de llevan bien, Feliciano adora parlotear de cualquier tontería y al estar formados, Vash no puede escapar de ello.

—Entonces mi abuelo, el alcalde, creo que lo conoces, propuso llamarme Veneciano porque nací en Venecia, muy loco ¿No? Porque por esa regla de tres, mi hermano debería llamarse Romano, lo cual es ridículo, honestamente creo que el nombre de Lovino le queda como anillo al dedo. Y estoy ansioso por volver a mi ciudad natal, sería lindo que la excursión durara más de un día —piensa con ilusión.

Vash solo asiente escueto, sin atender del todo.

—Pero todo importa —sigue el italiano—. Incluso el viaje será divertido, estoy muy emocionado por la elección de asientos.

El rubio y el italiano mayor levantan una ceja sin saber que tiene ello de interesante.

—¿Por qué? Creí que te ibas a sentar con Honda, de tercer año —piensa Vash.

—Así es —asegura Feliciano con una sonrisa.

—¿Y eso te emociona? Siempre estás con él —confundido.

—No me emociona con quién me voy a sentar, me emociona con quién se va a sentar Lovino —confiesa señalando al aludido.

—¿Qué yo qué? —inquiere Lovino con agresividad.

—Tú te sentarás con el profe Toñito —le asegura con un tono burlón, casi cantado, al rubio casi le da un infarto.

—¿Con el profesor Antonio? —Pregunta exaltado el suizo.

—¡No me sentaré con él! —le grita con  nervios mientras la fila avanza.

Feliciano se encoge de hombros entrando al autobús con una sonrisa traviesa, rápidamente busca un lugar y le aparta a Kiku y a Ludwig.

Lovino entra al camión, mira a todos notando que su director está en el primer asiento junto con el profesor Kirkland.

Levanta las cejas porque eso no se lo esperaba, pero sonríe inconscientemente.

Sube de nuevo la mirada encontrando a los verdes ojos que le quitan el sueño, en una acalorada plática con el profesor de matemáticas; Gilbert.

Traga saliva y avanza, dispuesto a sentarse en algún lugar del fondo, alejado de su profesor de gramática.

—¡Antonio! —exclama Feliciano, tomando del brazo a su profesor de manera quizá demasiado cariñosa—. ¿Te vas a sentar con alguien? —pregunta en tono coqueto, lo suficientemente alto para que Lovino sea capaz de escuchar.

De hecho, el mayor de los italianos frunce el ceño en el primer segundo que nota el coqueteo.

—Pues... —Antonio se lo piensa con su permanente sonrisa—. No sé lo he prometido a nadie en especial —Se encoge de hombros.

—¡Perfecto! —asegura Feliciano repegándose más al español—. ¿Entonces te sientas conmigo? —parpadea con rapidez en una mirada seductora.

Lovino no puede tolerar más de esto.

En un ataque de celos se acerca a Antonio, antes de que pueda responderle a su hermano.

—No tengo con quien sentarme —reclama con odio, sus brazos cruzados y el ceño casi junto de lo fruncido—. Vas a sentarte conmigo, tarado, porque todos los demás me desesperan —es en actitud imperativa, pero un buen observador se dará cuenta que hay bastante inseguridad en tal declaración.

Por suerte, Feliciano es un buen observador, sonríe al separarse del docente con alegría porque su plan ha funcionado, se aleja después de una sutil despedida.

Lovino aún está mirando fijamente los ojos de esmeralda en el español, bufa antes de ir a sentarse.

Se hace bolita en su asiento, cubriendo su cara con las manos para esconder su prominente sonrojo, pues ahora es conciente de lo que ha hecho y las consecuencias de sus palabras.

No pasa demasiado tiempo cuando todos los alumnos han ingresado al autobús, señal para que los profesores tomen asiento.

El español se sienta dejándose caer en el asiento al lado de su niño adorado.

—Va a ser un viaje largo ¿Eh? —se ríe sacando adrenalina. Lovino apenas le mira con el rabillo del ojo. Asiente con suavidad.

Antonio, hace su rol de profesor vigilando a todos los alumnos. Pero no por eso deja de voltear hacia Lovino, quien no tiene la menor idea de que hacer o que decir.

Claro que los ojos del español también se mantienen sobre el director, pendiente de que no le mire ni se dé cuenta de con quien comparte asiento.

—Nunca he visitado Venecia —confiesa una vez está seguro de que no le mira.

Lovino voltea su mirar completamente ante dicha declaración.

—Es un buen lugar —asegura Lovino, en tono plano.

—¿Por qué no me cuentas sobre él? —prone acurrucándose en el asiento.

—Roma es mucho más bonita —muy seguro de ello.

Antonio se ríe, pasando su brazo por detrás de los hombros del italiano, atrayéndole con cariño.

—Estoy muy seguro de ello, pero su tanto quieres, tenemos unas buenas horas para que me hables todo lo que quieras sobre Roma.

El menor se pone nervioso al sentirse claramente en un abrazo, mirando hacia todos lados, notando que hay algunos estudiantes que les observan, pero por un lado se siente orgulloso de que Antonio no se corte tanto al expresarle cariño.

Sonrie, con esa media sonrisa traviesa de chico malo/ capo de la mafia. Se acomoda bien en los brazos de Antonio, como el que no quiere la cosa listo para comentarle todas las maravillas de la ciudad más importante de Italia, según él.

Es así como la conversación fluye en un océano de divagación con tormentas de sonrisas, corrientes de coqueteos sutiles y mareas de camaradería.

Feliciano les mira con orgullo, al igual que Kiku quien está emocionado. Otros estudiantes les miran extrañados ante tal amistad entre alumno y estudiante.

Antonio no se separa más que para hacer un par de llamadas de atención a ciertos alumnos que no se comportan del todo bien y cuando está muy seguro de que Gorvert está mirando.

Dos películas transcurren a lo largo del paseo, quedando en el climax de la segunda cuando arriban a su destino.

Los estudiantes comienzan a pararse y amontonarse en la parte delantera del autobús.

Aprovechando esto, el ibérico toma desprevenido al menor con un beso, no demasiado casto.

Apenas el italiano siente los labios ajenos puestos sobre los suyos responde con un leve movimiento de los mismos, el mayor se separa a los escasos segundos, quedándose con ganas de más y ni se diga las ganas con las que se queda Lovino, quien le mira con un rubor encantador y una expresión bastante embobada.

—Desde que te vi tenía ganas de hacer esto —susurra el moreno en referencia al beso, soltándose del abrazo para avanzar a acarrear alumnos, dejando a un pequeño Italiano avergonzado en el asiento.

Después del tardado proceso de bajar a los alumnos, explicarles los puntos de reunión, asignar supervisores y demás aspectos importantes dentro de las excursiones escolares, Lovino logra llegar hasta su hermano a darle un merecido golpe en la nuca, no tan fuerte eso sí.

Feliciano se pone al borde del llanto solo con eso.

—¡Eres un estúpido! —sin explicarle porqué lo es, pero claro que el nacido en Venecia tiene una idea bastante acertada del porque se le considera uno.

—Sabes que no me metería con tu hombre, era solo para que te sentaras con él y salió bien, lo siento, lo siento, me rindo —cubre su nuca.

—¡No es mi hombre! —replica en un grito antes de avanzar unos pasos más adelante de su hermano y sus amigos.

Todo procede como una excursión educativa debe hacerlo, con guías y visitas a monumentos de valor histórico, explicaciones sobre las condiciones climáticas del lugar y unas cuantas fotos para el periódico escolar.

No es hasta las 2:15 que les permiten a los alumnos vagar libremente por los alrededores de Venecia dentro de un pequeño radio.

Lovino se encuentra en un puente, mirando las aguas de la ciudad. El sol se refleja sobre las pequeñas olas creando un tono único que solo tienen las aguas de Venecia.

Una góndola, con una pareja, se aproxima siguiendo la corriente. Los ojos del italiano no dejan de mirar la escena. Se pregunta cosas tontas, como el costo de una, pero sobretodo en la respuesta de Antonio si llega a invitarle a pasear en una.

Patea el puente con la sola idea.

¿Cómo podía si quiera pensar en tener una cita tan ñoña con ese bastardo desgraciado?

Ya habían pasado unas cinco horas juntos, ¿Para qué más?

Además que ni siquiera eran pareja.

Aunque claro que Lovino se moría porque le reconociera como pareja, hay muchos beneficios en serlo, como los reclamos, los bellos reclamos.

Eso y claro, el hecho de saber que el cariño de ambos era correspondido. Que en realidad Antonio sentía lo mismo que sentía él, tanto los nervios como las alegrías.

La regalía de saber que antes de irse con alguien más por lo menos tendría la decencia de cortarle, algo así, ese tipo de cosas propias de parejas. Tampoco era un matrimonio.

Palmea su bolsillo sintiendo en él la cajita donde existe el anillo.

Suspira pensando que en todo el camino no se lo pudo entregar, no era el momento, bueno, lo cierto es que le dió demasiada pena.

Siendo así, muy probablemente jamás pueda entregarlo.

Bien.

Él no va a decidirlo. Será el destino.

Saca una moneda, la lanza al aire atrapándola antes de que llegue al suelo.

La aprieta en su mano. Cara. Ha prometido que si sale cara tendrá una cita con Antonio.

Antes de mirar el resultado mira al cielo, rogando, nadie sabe si que salga cara o que sea cruz el veredicto.

Suspira, decide cerrar los ojos para abrirlos lentamente a la par de su mano.

Sus párpados lentamente se abren al ritmo que sus dedos se mueven para revelar lo que el "destino" ha impuesto.

Cuando la moneda es visible, el aire se le escapa ante el resultado.

Suelta un "Mierda" bastante fuerte ante lo que la moneda le revela.

∆•∆•∆

¡Feliz año nuevo!
Ojalá tengan un próspero año.

Hoy vi varios de ustedes leyendo historias a las tres de la mañana.
:0

Si quieres empezar el ano con nuevas experiencias no te olvides de leer mis otras historias y sobretodo compartir esta con todos sus conocidos, .

Gracias por leer.

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