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—Es que es una mierda. ¿Cómo carajo se atrevieron a aceptar eso en el consejo? ¿Quién está en el consejo? Les voy a dar una lección para que recuerden que deben usar el cerebro antes de tomar una decisión —Lovino se queja con un tono mafioso preocupante.
Feliciano le mira sin inmutarse, pues ya está acostumbrado a tono tan agresivo.
Ludwig por otra parte si lo mira con miedo.
— Lovino-san —llama Kiku—, en realidad aún tiene posibilidad de realizar el extraordinario —explica.
—¿Cómo? —pregunta casi atragantándose.
—Bueno, tiene 2/10 y 3/10, si saca calificación perfecta en este bloque su promedio final será de 10/10 —razona haciendo los cálculos mentales.
Ludwig asiente porque ya lo había pensado y llegado a la misma conclusión, Lovino por su parte de sonroja, imaginándose a sí mismo en la típica escena...
El salón de clases siendo desalojado por el canto de la campana, el profesor Antonio no es veloz para recoger sus anotaciones, pequeña debilidad que es aprovechada por el italiano, quien se acerca a la puerta del aula una vez que todos los alumnos están fuera.
Los verdes ojos del docente miran a su alumno por sobre las gafas (¿Por qué? Antonio no usa gafas ni para leer)
La puerta del salón es cerrada con llave por el alumno.
—Profesor Fernández —comienza Lovino —Tengo una calificación que no me favorece.
Una melodía de guitarra española antecede al habla del profesor.
—Sois un mal alumno, peores riñas mereces —replica con un acento español marcado a lo cliché.
—Lo sé... Y por eso me preguntaba si podía subir mi calificación... — aparta los papeles en el escritorio con delicadeza, colocado sus dedos en el pecho contrario subiendo lentamente como si caminara por su pecho. Se acerca a los labios del mayor con peligrosidad—... Con algún favor.
El docente tira la ética a la tarja, acercándose a su alumno dispuesto a besarle para consumar un acto que vale por una subida de calificación y un par de años de cárcel, según la ley, pero que está dispuesto a hacer con pasión y entrega.
Lastimosamente antes de concretar la unión de labios Lovino agita la cabeza alejando sus fantasías para volver a su frustración.
—¡Ni en un millón de años! —sentencia antes de tirarse en la mesa del comedor, de cara a ella.
—Es lo único que puedes hacer si realmente quieres una buena calificación —le recuerda Feliciano—, ademas sé que pones mucha atención en clase, seguro si no te pusieras a dibujar pájaros en tus exámenes sacarías una calificación perfecta.
Lovino se sonroja ante dicha acusación, porque todos sabemos que a la clase no le pone mucha atención, pero al profesor lo escucharía hasta el fin del mundo ¿No?
Pero los alumnos no son los únicos a quienes no les parecen las nuevas normas de evaluación.
¿O sí?
En la sala de maestros, cerrada ante cualquier alumno, hay un profesor ibérico tomando chocolate en su taza navideña, de esas que son feas que dañan los ojos, junto a su amigo y compañero de trabajo; Roderich, profesor de música y artes de la institución, quien bebé café.
—No sé de que te quejas tanto —confiesa el músico dando un sorbo con elegancia a su taza violeta brillante—. En lo personal, entre más alumnos reprobados, más feliz es mi corazón.
Antonio le sonríe, sabiendo que no miente ni un poco.
—Lo sé, pero tengo un alumno al que eso lo mete en muchos problemas —suspira sin abandonar su sonrisa.
—¿Y qué tiene ese alumno? Porque para no disfrutar reprobándolo... —y es que es su mayor placer como profesor.
—Es... —sonríe más, esta vez con ensoñación, mirando a la nada, recordando el sonrojo de su alumno favorito y con ello tomando un poco el color carmín en sus propias mejillas, voltea hacia su compañero con una mirada llena de sentido—. Vargas.
Roderich casi escupe su café ante tal declaración.
—¿Feliciano? ¿Mi Feliciano? —cuestoniona escandalizado.
El moreno suelta una carcajada ante el tono, negando con la cabeza entre risas.
—Oh... El otro, Lovino —razona Roderich mirando su café.
—¿Con qué derecho dices que Feliciano es tu niño? —pregunta aún riendo—. Lo confundiste con una niña hasta sexto grado.
Roderich desvía la mirada, en un gesto muy digno.
—Tiene un enorme talento artístico y lo considero parte de mi familia ¿Satisfecho? El punto no es mi alumno preferido, el punto es el tuyo.
—Lovino, sí, he estado conviviendo mucho con él últimamente —se muerde el labio, dejando que sus palabras sean suficientes para expresar como ha estado "conviviendo" con el menor.
Roderich levanta las cejas, pues entiende, o por lo menos tiene una ligera noción de lo que intenta confesar el ibérico.
—¿Le has contado a Elizabeta sobre esto? Apuesto a que ella le gustaría.
—Rode...
—No, no, lo digo en serio —toma una buena porción de su café antes de continuar hablando—. Creí que ibas a aceptar la propuesta de Govert.
—Pues no es que no me guste... ¿Lo has visto sin su peinado extraño? Es tan guapo... Pero él es súper serio, por un tiempo creí que me odiaba, mientras salía con su hermana ¿Te acuerdas?
—Del odio al amor...
—Lo sé, lo sé, ese es el problema. Lo quiero, pero no como quiero a ese crío —confiesa con un rubor apenas visible.
—Muy apasionado de tu parte, como era de esperarse, Antonio, sin embargo el niño apenas está cursando el bachillerato mientras que tú coqueteas con los cuarenta.
—No me recuerdes que ya estoy viejo.
—Él profesor más viejo de esta noble institución.
—Ni me lo recuerdes que me deprimo, lo bueno es que el cejas tiene suficientes arrugas como para cargar ese título sin problemas.
Hablando del monarca de Roma, un hombre de aspecto huraño, con una cejas gruesas como escobas y negras como la brea, que no combinan para nada con lo rubio de su maraña indecente que llama peinado entra a la sala de maestros, dispuesto a llenar su termo con agua caliente para su segunda ronda de té.
—Oh pero mira que bicho raro ha salido de su cueva —se burla Antonio.
El profesor Arthur Kirkland le mira con furia.
—Cierra la boca si no quieres que te la cierre a base de puñetazos —si no fuera un hombre civilizado le escupiría—. Oh y, buenos días profesor Edelstein. Es una lastima que un caballero tan pulcro como usted tenga que convivir con este papanatas.
Antonio se ríe del insulto como siempre.
Roderich por su parte solo asiente sonriendo.
—Por ello no estaré con él horas en un camión —declara dando un trago a su aparentemente infinito café, claro que lo dice con algo de ironía.
—Ni lo menciones, detesto ser tutor —asegura Arthur volteando los ojos.
—¿De qué estáis hablando? —pregunta Antonio absolutamente confundido.
—De la excursión, querido —explica Roderich.
—Los tutores deben ir con su grupo, zoquete —reafirma Arthur.
Debemos recordar que ésta es una escuela privada, de esas que hacen una excursión anual, casi siempre hasta finales del ciclo escolar, en el último módulo.
Antonio se palmea la frente.
—Puta... ¿Cuándo es? —pregunta el español.
—En tres semanas, imbécil y más vale que controles a tus mocosos durante el viaje —amenaza apuntando con su dedo—. Si me disculpan, tengo alumnos que reprobar, caballeros.
Arthur se va mientras Roderich lo señala en plan "¿Lo ves? Él también disfruta de reprobar estudiantes".
—Nah, su opinión no cuenta —le quita importancia con un gesto de la mano.
×××
Lovino se deja caer en su cama, con un terrible dolor de cabeza que apenas le permite mantener abiertos los ojos.
Piensa en una manera de obtener calificación perfecta sin que se note que realmente le pone mucha atención al profesor.
Piensa muy en el fondo que es imposible.
Sin poder dormir decide tomar su teléfono para mirar algunos vídeos y publicaciones hilarantes con el objetivo de dispersar su mente al punto de poder descansar.
Entre tanto logra aburrirse, pero no conciliar el sueño.
Gruñe con enfado al teléfono móvil.
Accede a la lista de sus contactos en espera de encontrar algo interesante, como un amigo de la infancia, un número desconocido o alguien que sepa que está despierto.
Tampoco es tan tarde... Relativamente.
Encuentra varios números interesantes, de amigos y vecinos con los que hace tiempo no cruza palabra, manda un mensaje a cada uno sin obtener respuesta de parte de ninguno, al menos no una rápida. Balancea su dedo por la marca de contacto; "Bastardo".
La sangre se acumula en sus mejillas con velocidad, agradece que su soledad oculte tal sonrojo.
Termina por marcar el número como si fuera un accidente.
Antes de que pueda colgar, el español ya ha contestado sin si quiera mirar el número.
—¡Hola!—redponde energéticamente en su lengua madre.
Lovino traga saliva ahora temeroso de responder.
—¿Hola? —vuelve a hablar al no tener respuesta, mira el número en su móvil y abre los ojos sorprendido—. ¿Lovino?
—Eh... No. Digo ¡Sí! Es decir, sí, soy yo —nervioso sin querer que se le note.
Antonio deja su computador de lado sonriendo porque... Bueno, no siempre te llama el niño de tus ojos.
—¿A qué debo el placer de tu llamada?
—A... —se pone más nervioso hasta el punto de colgar por la desesperación.
Antonio se queda un rato con el celular en el oído hasta que nota que le han colgado.
El italiano se tira sobre la cama, ahogando una letanía de groserías en su almohada.
Apaga su teléfono.
Tiene ganas de lanzar el teléfono contra la puerta y en serio que no le faltan ganas. El punto es que en él hay mucha información bastante valiosa.
Solo lo deja fuera de su vista para arroparse a dormir, totalmente avergonzado se jura a sí mismo no hablar por teléfono nunca con ese tonto.
∆•∆•∆
¿Cómo que no tienes nada qué leer hasta el próximo miércoles? Mis otras historias no opinan lo mismo.
Estoy en verdad agradecido por que hayas leído hasta acá.
Gracias.
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