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Un italiano caminaba sin prisa por los pasillos de su Instituto. A sólo tres minutos de iniciar la clase.
Sus compañeros de aula lo veían extrañados mientras corrían con prisa, después de todo el salón de gramática se encontraba del otro lado del inmenso edificio.
El italiano sabía que llegaría tarde, no le importaba. De hecho eso esperaba.
Andaba sin preocupación alguna mirando con detalle las paredes del edificio.
Cuando llegó al salón de gramática la puerta ya estaba cerrada, sin seguro.
Soltó un suspiro cansino mientras pensaba "Este profesor sí que es un idiota."
Abrió la puerta de forma ruidosa. Toda la clase lo miró con asombro.
—Voy a pasar—anunció al profesor mientras lo miraba juntando las cejas.
El profesor lo miró sonriente. Era alguien atractivo, alto, piel morena, con ojos verdes y una sonrisa capaz de cautivar a cualquiera.
El italiano interpretó esa sonrisa como un "pasa, no hay problema", se sentó con las piernas abiertas sobre una butaca.
—Ya que llegó tarde, joven Vargas, por lo menos debería sentarse correctamente—comentó el profesor Antonio en un tono calmado con una amplia sonrisa.
El italiano, Lovino, bufó mientras se acomodaba normalmente en la silla.
El profesor continuó con su clase mientras algunos alumnos observaban con ojos de pistola a Lovino.
—El profe Antonio no permite retardos...¿¡Por qué siempre lo deja llegar tarde!?—preguntó un suizo llamado Vash a su compañero alemán.
—No debes molestarte por eso. Sabes que es prácticamente su favorito...—respondió sin dejar de tomar nota.
—Tú no te molestas, yo estoy hirviendo en ira. No es posible, nunca entrega la tarea, nunca llega a tiempo ni toma nota, no lo obedece ni una sola vez ¡Es un insolente!
—Guarde silencio por favor—ordenó el profesor con su apacible tono.
Vash se calló por unos momentos hasta que el profesor dejó de mirarlo. Enseguida con un tono más bajo le reclamó a su compañero.
—¿Lo ves? Si fuera Lovino seguramente no me hubiese dicho nada...
—No seas envidioso, sólo pon atención a la clase.
El suizo rodó los ojos antes de continuar con sus notas. Sus palabras eran ciertas; El profesor Antonio era muy amable pero había ciertas reglas en su clase entre ellas destacaban dos; Ser puntual y Entregar tareas en tiempo y forma. Cuando algo de esto no se cumplía podías llegar a reprobar. Es algo severo pero casi nadie reprobaba, era bastante fácil e incluso divertido realizar las tareas de Antonio, en cuanto a la puntualidad, siempre que midieras bien tus tiempos no era tan difícil llegar temprano.
Sólo había un alumno que no seguía el protocolo: Lovino Vargas. Un italiano de mala actitud. No importaba cuanto se peinara, un rulo siempre sobresalía de su castaña cabellera, por su baja estatura y su voz algo chillona era alguien difícil de tomar en serio.
Este hecho lo hacía enfurecer, por ello desde hace unos años trabajaba en su imagen de chico duro que se debía respetar.
—Muy bien, hemos estado repasando los signos de puntuación...—hablaba el profesor.
Lovino lo miraba con el ceño fruncido.
Sintió una pequeña vibración en su pierna, le había llegado un mensaje. Sin pensarlo dos veces tomó su móvil de forma discreta para leer el mensaje, puso toda su concentración en la lectura, eran noticias sobre el Festival escolar del que formaba parte.
—Lovino Vargas ¿Cuál es la función del punto y aparte?—preguntó Antonio.
—Marcar el final de un párrafo dentro de un texto...—respondió Lovino sin poner mucha atención.
—Perfecto, al parecer me pones atención—sonrió con sincera alegría.
En ese momento el italiano notó el error que cometió.
Sus mejillas tomaron un intenso color carmesí por la vergüenza. Las preguntas de Antonio no las contestaba bien, a veces ni siquiera se molestaba en contestarlas para demostrar que no ponía ni un poco de atención en las clases. Pero eso no era verdad, siempre ponía mucha atención en cada clase. Le encantaba la manera en como Antonio se inspiraba al momento de dar explicaciones, como volvía una clase aburrida en un buen rato. Más que eso; Le encantaba ver a Antonio.
Lovino jamás podría admitirlo en voz alta pero Antonio era totalmente su tipo. Todo en él le estremecía, cada que sus miradas se cruzaban las mejillas del italiano no podían evitar tornarse rojas.
Si tanto era su afecto por el profesor ¿Entonces por qué nunca cumplía con tareas? ¿Por qué nunca llegaba a tiempo? ¿Por qué no contestaba sus preguntas? Por orgullo.
Antonio no pudo contener una ligera risa al ver a Lovino tan rojo.
—¡Oh cállate!—ordenó gritándole.
La clase se inundó en un silencio sepulcral, todos miraban a Lovino, algunos asombrados, otros enojados. De pronto las miradas fueron a dar al profesor, impacientes por ver su reacción.
—Bueno, joven Vargas... ¿Qué tal si se queda conmigo después de clases? Debo hablar con usted.
Todos se sorprendieron incluso el italiano, Antonio jamás lo había castigado.
Había alumnos, que como Vash, festejaban internamente por aquella condena.
Así paso la clase tal como un suspiró. Al termino de esta varios ansiaban ver el veredicto final del Profesor para Lovino. Sin embargo Antonio les pidió a todos que se retirasen, no tuvieron más alternativa que obedecer.
Cuando en el aula sólo quedaban dos almas Antonio llamó con dulzura casi paternal a Lovino.
—Lovi...¿Por qué te comportas así en mi clase?—preguntó con un tono parecido a la nostalgia.
—No te creas especial, actuó así en todas las clases—respondió de manera cortante y seca.
—El profe Roderich dice que siempre le entregas las tareas, llegas puntual y aunque no eres el promedio estrella sacas buenas notas
—Eso es algo...—fue interrumpido.
—La profesora Elizabeta no tiene ni un reclamo sobre tu conducta o tus notas. Así puedo seguir con más profesores. No actúas de esa manera en otras clases
—Chismoso... —gruño mientras desviaba la mirada.
—Lovi, dime qué es lo que sucede ¿Por qué me tratas así en clase? Estás a punto de reprobar y eso no me gustaría para nada. ¿Quieres que te explique personalmente todos los temas?
Ante esta invitación el italiano sintió una pequeña chispa recorrer su cuerpo haciendo lo estremecer, encargándose de pintar sus mejillas e incluso sus orejas de rojo.
¡Claro que quería! No lo necesitaba pero lo deseaba.
—¡No! ¡Que tontería!—fue lo único que logró decir, el orgullo le impedía decir más que eso.
Enojado por no poder decir sus sentimientos salió corriendo del aula. Avergonzado también por ponerse colorado con simples palabras del español.
Después de alejarse lo suficiente bajó la velocidad. Ya a una velocidad normal se fue caminado hasta su hogar.
Llegando lo recibió un exquisito aroma a pasta.
—Ve~ Llegaste más temprano de lo que creí—le comentó su hermano, Feliciano, la mente tras esa maravillosa pasta.
—Ni me lo recuerdes—se sentó en el comedor listo para recibir su porción de comida pero más pronto que tarde se dio cuenta que estaba pensando en Antonio.
Agitó la cabeza para intentar dejar de pensar el el moreno.
—¿Tuvieron una linda charla Antonio y tú?—feliciano no ayuda.
—Ahg ¿Por qué lo tuteas?—evadió la pregunta con otra pregunta.
—Porque no sólo es nuestro profesor. También es un amigo de la familia. Extraño cuando se sentaban juntos en la misma silla y te daba de comer incluso aunque ya sabías hacerlo por ti mismo.
Lovino se puso tan rojo como un tomate ¿Por qué Feliciano aún recordaba eso?
En efecto, los padres de Antonio eran grandes amigos del abuelo del italiano, por ello toda la infacia y gran parte de la adolescencia la pasaron juntos.
Antonio cuidó a Lovino desde que era un bebé.
Pero todo cambió cuando Antonio entró a la Universidad.
Los primeros años mantenía el contacto, aunque muy poco. Finalmente por el tercer año de carrera desapareció a los ojos de Lovino, ni un mensaje, ni cartas, ni visitas o llamadas. Nada.
Hace tan sólo un año Lovino se enteró que eso fue porque lo mandaron de intercambio a los Países Bajos.
Eso no pudo cambiar la furia de Lovino, estaba más que ofendido por aquel abandono. No quería ver a Antonio ni en pintura.
Lamentablemente para el italiano regresó justamente cuando el Instituto al que asistía necesitaba personal. Contrataron a varias personas jóvenes, entre ellos Antonio. Quien lastimosamente sería su profesor de Gramática y no sólo eso, también era su tutor.
—También recuerdo como lloraste cuando se fue...
—¡Cállate!—esta vez el rojo en sus mejillas era de coraje—. ¡No recuerdes nada más! ¡Sólo sirve la comida maldita sea!
Su hermano le obedeció con algo de temor. Comieron en silencio, enseguida de acabar Lovino se retiró, no podía soportarlo más, el sabor de los tomates le recordaba a cierto Moreno de ojos verdes.
Se metió a duchar con agua helada, esperando que esto lo calmara un poco.
Al salir se colocó su pijama y se tiró en la cama.
Se podía oír como Feliciano hablaba con alguien por teléfono. Igual que todas las noches, Feliciano hablaba con su mejor amigo, Ludwig.
Este hecho molestaba a Lovino en demasía pero en este punto ¿Hay algo que realmente no le molestase?
Trató de dormir para quitarse todos esos pesados pensamientos de la cabeza. Pero cada que cerraba los ojos Antonio estaba ahí.
¿Por qué pasa esto? Se preguntaba incansable.
Sólo podía pensar en su sonrisa, en su perfecto cuerpo, en su amable pero autoritario tono, su cabello revuelto que combinaba perfectamente con esos ojos verdes como esmeraldas, en esa bondad y cariño con la que siempre lo había tratado, no había nadie que hiciera tan feliz al italiano.
Por fin pudo conciliar el sueño quedando un sonrojo como vestigio de sus pensamientos.
Despertó bastante tarde.
—¡Chigiiii!—exclamó al saber que iba a llegar tarde.
Se puso el uniforme como bala. De vez en cuando le daba golpes leves a su hermano para que este se levantara.
Corría de un lado para el otro apurado, tomó tan sólo un tomate como desayuno y salió corriendo de su casa. Feliciano iba con algo más de lentitud tras de él.
En ese momento apareció un perro callejero. Feliciano se asustó tanto que salió corriendo a una inhumana velocidad.
Lovino veía como su hermano de alejaba.
Al llegar al Instituto estaba cansado, se detuvo fuera de la oficina del director para tomar aire antes de retomar su carrera al salón de Matemáticas. Sin embargo escuchó como el director hablaba con alguien.
—Y bien... ¿Ya has considerado mi propuesta? —habló el director, Govert, con ese toque holandés.
—Claro, la he estado considerando bastante...— esa era inconfundiblemente la voz de Antonio.
—Estupendo, quiero tu respuesta—exigió con la seriedad que es habitual en su persona.
Lovino estaba confundido ¿De qué tanto están hablando?
—Bueno, la he estado considerando pero no es como si tuviera una respuesta...—sonaba nervioso, la alegría en sus palabras había disminuido.
—Sólo tiene que decir sí o no, claro que lo que estoy esperando es un sí—el director no tuteaba a nadie, ni siquiera a su hermana.
—¿No podéis Darme un poquis más de tiempo?
—Antonio, me estoy volviendo loco al no tenerte—Lovino dio un pequeño brinco de sorpresa, su corazón se aceleró y sus manos pasaron a estar heladas—. No puedo esperar más, dime ahora mismo, Antonio, ¿Saldrás conmigo?
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Gracias por leer
Recueda que puedes pedir un fanfic de Hetalia sobre cualquier Ship o temática
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