29

Grace:

Los pasos del caballo que lleva el viejo carruaje resuenan en la noche, el trasporte tiene medio techo y puedo ver la neblina formarse en el ambiente, desconozco la hora, pero la zona me hace dudar si algún día amanecerá.

Mi corazón ha controlado los latidos desesperados, aunque el miedo aun esta atorado en mi garganta, estoy sentada en medio de dos hombres y el tercero esta frente a mí, con la espada apuntándome ante cualquier movimiento, intento mover las manos, las cuales las tengo amarradas contra mi espalda.

—¿Dónde me llevan?

Las tres miradas se posan en mí, ninguno responde.

—Les hice una pregunta.

—Ya no hables o tendré que amordazarte. —Me dice el hombre corpulento a mi izquierda, miro al cochero, con el que negociaron y al que no le puedo pedir ayuda.

—Solo quiero saber...

—A Beltza.

Me quedo helada y los dos hombres miran a su compañero.

Él se defiende.—¿Qué? Ya estamos cerca y no iba a dejar de hablar todo el camino.

—Por eso amenace con amordazarla.

Respiro profundo.

—¿Por qué me llevan a ese lugar? Incluso para ustedes son tierras que no deben pisar.

Beltza debe ser el reino más temido después de Tierra quebrada, o más que eso, lo cierto es que nadie se atreve a acercarse, sobre todo a las puertas del castillo.

—Solo una cosa nos motiva y nos hace ir ahí, el dinero.

—Si, dinero. —Celebran los otros dos.

El hombre que me contesto se ríe.

—Obtendremos buena mercancía del pago de la deuda de tu padre.

—Esa deuda se pago, lo que ustedes hacen se llama secuestro.

—No si nadie se entera.

Ríen los otros dos.

—¿A dónde exactamente me están lleva...

—Sabemos que el rey de Beltza está en busca de mujeres...

Alzo las cejas.

—¿Para sus rituales, para comérselas? Quien sabe, nos importa el dinero.. ¿Por qué no ahorrarle el trabajo intercambiándote por unas monedas caras?

—No pueden hacer esto, no pue...

—Si podemos y lo hare...

—¡Ya llegamos! —Anuncia el cochero y bien lo oigo intento saltar, pero me toman de la cintura y el mas fortachón me carga en su hombro.

—¿Ya llegamos? —Escucho que se queja uno y a pesar de la incómoda postura, logro voltear visualizando el castillo de Beltza.

Es como lo cuenta, unas rejas y un delgado camino hacia al palacio, un abismo negro en los extremos del camino y neblina tan densa que por momentos parece no existir un castillo.

—¡No hemos llegado, siga adelante! —Le gritan al cochero.

—Olvídelo. —Responde el hombre y lo sujetan del cuello.

—Hicimos un trato.

—Yo llego hasta aquí, ni loco pondré mi seguridad en esa puerta.

Mi secuestrador maldice y lo tira, el hombre cae y logra levantarse rápido, vuelve a subir al caballo y lo hace regresar, otra vez me quedo sola con esos 3.

—Ya oíste, —Me baja. —Hora de caminar, avanza.

Miro mi única oportunidad de escapar alejarse de mí.



(***)



El gran portón de rejas está lleno de telarañas y animales atrapados en estos, el castillo es más visible, aunque la neblina sigue ahí.

—Rápido, golpea. —Pide uno.

—¿Yo?

—No, yo. Tú, bestia.

Le hacen caso y ambos golpean la puerta, no le quito la mirada al castillo, hasta que veo que algo sale del techo y...

—¡Mierda!

Caigo contra el suelo y ellos se cubren.

—¡Es un maldito arpón!

Mis ojos tiemblan, mi cuerpo también, el hombre que me sujeta se levanta y se acerca a la puerta.

—¡No somos enemigos! ¡Le traemos mercancía al rey! —Grita tres veces más y unos minutos después las puertas se abren con un sonido chirriante.

Ellos sonríen victoriosos e ingresamos por el delgado camino, no dejo de mirar el vacío y me empiezo a sentir mareada, en todo momento siento que me observan y no son las miradas de ellos, es más incómodo y cuando llegamos a la puerta del palacio, la sensación no se retira.

Vuelven a golpear la puerta y esta se abre, de ella saliendo un personaje curioso, una persona de contextura gruesa y con ropa de mayordomo.

—Bienvenidos... dijo usted un presente para el rey,

—¿Presente? —Se indignan sus compañeros.

—Deseamos ver al rey.

El mayordomo se queda callado, mis labios tiemblan y él se mete a la casa, los tres hombres discuten tras haberse equivocado y de la nada se abre la puerta.

Nos hace pasar y ahí en el centro, justo en la oscuridad y al fondo, hay un hombre sentado.

Esta vestido de color negro y aunque no logro verle el rostro, su presencia es muy intimidante.

El rey...

Duncan de Beltza.

—Su majestad.

Los tres se inclinan y empiezan a hablar uno a uno.

—Ha llegado a nosotros el rumor de que busca damas que se añadan a sus necesidades.

—¿Rumor? —La voz del rey me congela, es bastante gruesa y profunda.

—Mujeres. —Añade el otro. —Mujeres para su propio placer.

Le veo los ojos, los entrecierran.

—¿Han venido aquí guiados por arcaicos rumores que alimentan las mentiras hacia el rey?

Ellos se ponen nerviosos.

—¿Y qué esperan estos hombres a cambio de prestarle atención a esos rumores?

Se baja de la silla del trono y camino en mi dirección.

—Solo queremos...

—Queremos lo que nos corresponde por este largo camino.

El rey calla unos segundos. —Si llegaron hasta mi enviados por habladurías, tomare esto como un presente antes que una ofensa.

—Pero, su majestad...

Sale de la oscuridad, espantándolos y a mi dejándome pasma.

Es un hombre muy sombrío, grande y atractivo, me cuesta mantener la palabra frente a él, incluso la mirada.

—Su majestad, trabajamos muy duro... le ahorramos trabajo y

Todo sucede en cuestión de segundo, algo le le provoca un corte a uno de los hombres, quien termina sobre el suelo con la mano sobre la herida y cuando volteo ver al rey, el tiene un puño de hierro entre sus dedos, con una calavera en el centro y picos en las puntas, las mismas donde la sangre esta goteando.

Mi corazón empieza a acelerarse, retrocedo y ellos ven preocupados a su compañero.

—¡Haz presión!

—¡No la quites!

Observo el arma que empuña, una arma de la realeza, tan terrible como el aura que emana su rey.

—¿Ahorrarme qué?

Aprieto las manos.

—No se cuestiona al rey.—Eleva la voz. —El rey de Beltza no negocia, consigue y se provee sin necesidad de contratar sus servicios y aquel que se atreva a hacerlo luego de llegar hasta aquí...

Los tres lucen furiosos.

—Lárguense.

—¿Disculpe?

—Mi rey...

—Largo de aquí o yo mismo hare cada corte antes de arrancar los órganos de sus cuerpos.

Ellos siguen dudosos.

—Por aquí, caballeros.—Interviene el mayordomo y los guía a la salida, los dos ayudan a su amigo y salen a toda prisa.

El rey guarda la daga y pone sus ojos en mi.

Miedo y terror es lo que corre por mi cuerpo ahora, mientras sus ojos desnudan mi alma.

—Mercancía.. ¿Cuál es tu nombre?

¿Qué va a hacerme?

No dejo de temblar y todo lo que dicen del reino de Beltza regresa a mí.

—No me hagas repetirlo.

—Grace.

Me mira serio y no dejo de mostrar miedo, son varios segundos en los que me desafía con la mirada y por alguna razón me da la espalda.

Que decepcionante.

¿Eh?

—Largo. —Trato de procesar la respuesta. —Largo si tampoco quieres perder el corazón.

No tengo que pensarlo dos veces, echó a correr enseguida.



Gael:

Describir lo que vivo como una pesadilla seria el termino correcto.

No respiro como antes y tengo algo atorado en mi pecho, en mi garganta. La búsqueda se ha desplazado, mis guardias se han ubicado en los alrededores, se han quedado custodiando el palacio y han salido a los otros reinos por órdenes mías.

Y yo estoy en mi caballo, sin dejar de buscar.

—Su alteza.

Un guardia se me acerca.

—¿No hay noticias?

—No.

Aprieto las riendas. —Sigan buscando.

—¡Hermano!

Me giro al ver a Alexandra cabalgar en mi dirección, ella aunque no ha salido a buscarme, se encuentra acompañando al padre de Grace.

—¿Cómo está?

—Ven conmigo. —Me pido y la sigo de regreso al palacio.



(***)



El hombre está en cama con una fiebre muy alta, las criadas intentan bajarle la fiebre.

Salgo de esa habitación y mi hermana se me acerca.

—Pobre padre, ha llegado desesperado corriendo en media lluvia y ha obtenido un resfriado.

—¿No hay nada que las criadas no puedan darle? —Digo mirando al hombre.

—La reserva de medicina de Althea se terminó, pero ya envié un lacayo con aviso a la reina de Alejandría.

—Gracias.

Ella asiente.

Vuelvo a mirar al hombre.

—Gael...

Me vuelvo hacia Alexandra.

—No es tu culpa.

—¿Ahora me lees como nuestra madre?

—Se te nota en los ojos.

Trago duro y mis puños se aprietan.

—No debí dejarla ahí, debí quedarme con ella.

Me coloca una mano en el hombro y..

—¡Su alteza! —Me gritan y escucho ruido fuera del palacio, me apresuro en salir y veo a los tres mismos hombres a los que les pague la deuda y a los guardias.

Enfurecido me voy hacia ellos.

—¡Gael! —Grita mi hermana, pero eso no calma la rabia contenido y termino golpeando al líder de ellos.

—¡¿Dónde está?!

Bạn đang đọc truyện trên: AzTruyen.Top