2. Cαԃҽɳȥα

—No muerdo —fue lo único que dijo con un tono firme y una sonrisa burlona, contrastando su rostro angelical con una voz sorprendentemente grave.

—No tengo nada de valor conmigo, por favor no me ro... —no pude terminar la frase, ya que fui interrumpido por el rubio.

—¿Quién eres? ¿Cómo lo haces? —preguntó, dejándome confundido al no comprender a qué se refería.

En ese momento, mi mente estaba llena de preguntas e incertidumbre. No sabía si debía quedarme o salir corriendo. La tensión en el aire era palpable, y el desconcierto se reflejaba en nuestras miradas.

—¿Perdón? No entiendo a qué te refieres —dije con el ceño fruncido por la confusión. La persona frente a mí parecía estar jugando conmigo, y no me gustaba en absoluto.

—Olvida lo que dije —expresó, luego tomó mi rostro con su mano derecha—. Pareces irreal... eres hermoso.

Sus palabras me dejaron aún más desconcertado, y casi de inmediato me aparté. ¿Qué demonios pretendía con esos elogios tan repentinos? La situación se estaba volviendo cada vez más incómoda.

—¿Es una broma? ¿Te das cuenta de que me estás llamando "hermoso" mientras tienes un arma en la mano? —dije, visiblemente jodido. Estaba llegando a mi límite con este rubio.

De repente, empezó a reír a carcajadas, y fue en ese momento cuando me di cuenta de que le faltaba algo ahí arriba. La incomodidad me invadía mientras intentaba descifrar sus intenciones. ¿Quién juega con algo tan serio como un arma?

—¡Ah, eso! No es de verdad, solo quería divertirme un rato —dijo, tirando el "arma" a un lado. Sentí un alivio momentáneo, pero la situación seguía siendo absurda.

La ira ya estaba escrita en mi cara. Me ruboricé de pura frustración, mientras un nudo se me formaba en la garganta.

—¡¿"Divertirte un rato"?! ¡Esto tiene que ser una maldita broma de muy mal gusto! —inconscientemente, mis manos se cerraron en puños—. ¡¿Cómo te atreves a hacer una cagada así?! ¿No tienes idea del puto susto que me diste? Y lo peor, ¿cómo se te ocurrió que era gracioso apuntarme con esa mierda? —señalé el arma que estaba tirada en el césped—. ¡Estuve a punto de darte todo lo que traía! ¡¿Qué te pasa?!

Me quedé inmóvil, respirando fuerte, mientras la tensión llenaba el ambiente, esperando su reacción.

—Eres un exagerado, ¿sabías? —respondió con desdén, dándose la vuelta para regresar al lugar donde estaba antes de que llegara. Algo me impulsó a seguirlo, aunque no sabía muy bien por qué—. Lo arruinaste todo. Solo quería divertirme —dijo, con un tono desafiante y despreocupado que me dejó totalmente perplejo.

—¿Encima dices que lo arruiné? Vete a la mierda, mocoso —solté, frustrado, intentando marcharme. Pero antes de dar dos pasos, algo se interpuso entre mis pies y me hizo tropezar. Caí de bruces contra el suelo—. ¡Auch, ¿qué te pasa, imbécil?! —grité al sentir el golpe arder en mi frente.

—No me vuelvas a llamar 'mocoso'. Ni siquiera pareces tan mayor que yo —contestó entre risas mientras apartaba su pierna de entre las mías, como si fuera lo más gracioso del mundo.

—¡Eres un idiota! —espeté, reincorporándome y sacudiendo la suciedad de mi ropa—. Y si parezco mayor, tú no pasas de los 14.

—¿Debería tomar eso como un halago, abuelo? —respondió con una sonrisa burlona que me hizo hervir la sangre.

—Nada de abuelo. Tengo 24, idiota —repliqué, furioso. Ese chico realmente me sacaba de quicio.

—¿Y quién es el idiota aquí? —dijo, mirándome fijamente mientras me señalaba con el dedo—. Yo también tengo 24, 'abuelo'.

—No te creo, ¿sabes? Seguro eres de esos mocosos malcriados que nunca escucharon un "no" en su casa. Debe ser fácil meterse con otros cuando tienes a tus papis detrás para sacarte de cualquier problema —espeté con desprecio. Las palabras apenas salieron de mi boca y vi cómo su sonrisa se apagaba de golpe, como si hubiera tocado algo que no debía. Sus ojos, que antes mostraban diversión, se volvieron fríos, y su expresión adquirió una seriedad que me hizo tragar saliva.

No respondió a mis palabras. Simplemente se puso de pie y quedó frente a mí, mirándome directo a los ojos. Intenté descifrar su mirada, pero no logré entender nada, así que, justo cuando estaba a punto de disculparme, pasó bruscamente a mi lado. Intentó golpearme el hombro con el suyo, pero falló por la diferencia de tamaño, y terminó chocando contra mi codo. Aun así, siguió su camino, sin voltear.

No tuve el valor de mirar hacia atrás, pero el aire se sentía más denso y pesado a medida que él se alejaba. Me quedé inmóvil hasta que, de repente, su presencia dejó de sentirse. Cuando por fin me atreví a voltear, ya no había nadie.

Después de ese incómodo encuentro, regresé a casa con la mente llena de pensamientos. A pesar de mi enojo, algo en su reacción me había dejado un peso en el pecho. Ese chico rubio de pecas bonitas y risa fácil no salía de mi mente. Me sentía culpable. Quería disculparme, necesitaba verlo de nuevo para enmendar las cosas.

Una vez en casa, me quité la ropa rápidamente y me metí en la ducha. El agua tibia no logró calmarme; todo lo que había dicho, todas esas palabras llenas de desprecio seguían rebotando en mi cabeza. Salí de la ducha y me recosté en la cama, todavía algo inquieto por la forma en que había actuado. Intenté enfocarme en los lugares maravillosos que había conocido, en cualquier cosa, pero siempre terminaba volviendo al mismo punto: volvía al encuentro con aquel chico. Finalmente, exhausto por la agitación emocional, me rendí ante los brazos de Morfeo.

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Al despertar al día siguiente, me encontré con una extraña sensación de déjà vu. Todo parecía repetirse de manera casi idéntica a la jornada anterior: desde el momento en que abrí los ojos hasta el simpático pajarito azul que revoloteaba frente a mi ventana. Cada detalle se asemejaba tanto al día anterior que traté de restarle importancia, convenciéndome de que solo se trataba de una extraña coincidencia.

Completé meticulosamente mi rutina matutina y me dirigí a la cocina con la intención de preparar un desayuno reconfortante. Sin embargo, antes de abrir el refrigerador, una punzada de frustración me invadió al recordar que no tenía suficientes alimentos para satisfacer mi antojo. Al ser el primer día de mi llegada, me había centrado solo en lo necesario para sobrevivir esa jornada, olvidando abastecerme adecuadamente.

Consciente de mi error, me vi obligado a salir en busca de provisiones al konbini más cercano. Mientras caminaba por las transitadas calles, el bullicio matutino del pequeño pueblo me envolvió. El aroma a café recién hecho y los cálidos rayos del sol colándose entre las casas creaban una atmósfera acogedora que contrastaba con mi apremiante misión.

Cuando llegué al establecimiento, todo se sentía... inquietantemente familiar. Las personas que transitaban por los pasillos, las voces de las conversaciones que se escuchaban a mi alrededor, hasta la disposición de los productos en los estantes. Era como si estuviera atrapado en una escena que ya había vivido. ¿Acaso se trataba de algún tipo de truco o experimento social? Una inquietud se apoderó de mí, y el aire que antes me parecía fresco y ligero ahora se sentía opresivo.

Cuando ya había hecho mis compras, lo vi entrar. El mismo joven rubio pecoso que había protagonizado el inusual incidente del día anterior. Sin embargo, esta vez su ingreso fue completamente común y corriente, sin rastro del asalto que presencié antes. Nuestros ojos se encontraron instantáneamente y, a pesar de su aparente sorpresa, no dudó en acercarse hacia mí.

—¿Te has dado cuenta ya? —preguntó, clavando su mirada en la mía—. Esto es a lo que me refería cuando te cuestioné: "¿Quién eres?" y "¿Cómo lo haces?".

—No entiendo nada de lo que estás diciendo. ¿Podrías ser más claro? —respondí, intentando mantener la calma, pero mi voz traicionó la confusión y la irritación que empezaban a acumularse.

—No hay muchas explicaciones, porque yo mismo no logro comprenderlo del todo. Lo único que sé es que los días se repiten, como si estuviéramos atrapados en un interminable bucle. Pensé que tu llegada significaba el fin de esto, pero al parecer solo eres otro peón en este juego, al igual que yo —expresó con una extraña calma que solo logró encender mi furia.

—¿Qué tontería estás diciendo? —repliqué, la incredulidad apoderándose de mí—. No estoy aquí para jugar a nada. Solo vine a tratar de vivir mi vida.

—Y eso es precisamente lo que no entiendes —dijo, su voz casi un susurro, pero con una firmeza que no podía ignorar—. No hay "vivir" en este lugar. Estamos atrapados en un ciclo que ni tú ni yo podemos romper. Cada día es el mismo, y tú lo sabes tan bien como yo.

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©i02hww

- Any★

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