1. Mυʂα
Caminaba con parsimonia a través del inmenso salón, cuyas paredes resplandecían en un blanco puro que contrastaba con la complejidad de las obras de arte que adornaban el espacio. Cada pieza, meticulosamente seleccionada, parecía hablar con sus propias voces, susurrando historias y provocando emociones en aquellos que se detenían a contemplarlas con atención.
Recientemente, había concluido una obra que resonó profundamente en el corazón de quienes la contemplaron, convocando una emoción universal y palpable: la culpa. Sí, ese sentimiento tan humano, tan intrincado, que habita en lo más profundo de nuestro ser.
En mi creación, me esforcé por tejer una atmósfera de melancolía, pesar y remordimiento. Los tonos apagados del paisaje evocaban una sensación de tristeza y nostalgia, como si el tiempo mismo se hubiera detenido en un instante de penumbra emocional. La figura de una pareja, postrada en el suelo, uno sosteniendo al otro con desesperación desde la cabeza, comunicaba una carga emocional abrumadora, una culpa que pesaba como una losa sobre sus hombros.
La postura del que brinda consuelo, con gestos que intentan arropar al otro en un desesperado intento de redención, revelaba una lucha interna, una batalla contra la impotencia y la desesperación. En cada trazo, mi objetivo fue plasmar la complejidad de la experiencia humana, invitando al espectador a sumergirse en un océano de compasión, introspección y reflexión.
Cada detalle, desde las sombras que se alargaban como susurros de antiguos lamentos hasta la luz tenue que apenas rozaba los contornos de las figuras, era un intento de capturar la esencia misma de la culpa. Quería que el espectador sintiera el peso de cada emoción, como si estuviera caminando por un sendero de recuerdos y arrepentimientos, envuelto en una bruma de melancolía que, a pesar de su tristeza, ofreciera una paz maravillosa en su profunda honestidad.
Mis pensamientos flotaban en un mar de reflexiones tan profundas que apenas percibí la llegada de alguien más a mi lado.
—Señor, lo estaba buscando. Ya es hora. —resonó la voz de la joven con una elegancia suave que rompió mi concentración.
—Gracias, Jang. En un momento me dirijo para allá. —respondí con calma, tratando de preservar la serenidad que había cultivado para contrarrestar los nervios que sabía que vendrían más adelante.
—No es nada. —dijo ella con una sonrisa amable antes de desaparecer en la distancia para atender sus propias tareas.
Mientras la mujer se alejaba, mi mirada se posó en una de mis primeras obras, una creación dedicada a él. La imagen de una pareja abrazada bajo la cálida luz de la luna, resguardada por la sombra de un antiguo árbol, se desplegaba ante mí. Aquella obra no solo era un tributo al amor, sino también un reflejo de la paz y la conexión que siempre asociaba con su presencia. Cada pincelada, cada detalle, había sido concebido con la esperanza de transmitir esa misma sensación de armonía y plenitud que él inspiraba en mí.
Las figuras, bañadas por la luz plateada, parecían fundirse con el paisaje, creando una atmósfera de serena eternidad. El árbol, testigo silencioso del abrazo, extendía sus ramas como un manto protector, sus hojas susurrando secretos de tiempos pasados. La luna, faro de sueños y deseos, iluminaba suavemente la escena, otorgando un toque de magia a cada sombra y destello. En cada trazo, había un suspiro de añoranza, una promesa de amor eterno y una búsqueda constante de esa paz maravillosa que solo él sabía evocar.
Salí del local, consciente de que ya iba tarde, y me dirigí al lugar donde ya debería haber estado hace unos minutos.
Llegué, y un miembro del staff se acercó de inmediato para asistirme. Me ayudaron a colocarme un micrófono tipo diadema, para que no tuviera que sostener uno en la mano, lo cual facilitaría mi movilidad y comodidad durante la grabación.
Después de ajustar el micrófono, me dieron un par de instrucciones adicionales. Luego, me llevaron cerca del escenario, donde se estaba llevando a cabo uno de los programas más populares del país.
Desde mi posición privilegiada, pude ver claramente a Hwang Jeongin, el carismático presentador. Hablaba animadamente, mirando a las cámaras y conectando con el público que se encontraba detrás de ellas.
Cambiando un poco de tema, verlo en su elemento siempre me llena de orgullo. Normalmente, no suelo aceptar invitaciones a programas de televisión de este tipo. Sin embargo, Jeongin no solo era el presentador, sino también uno de los productores del reality, y prácticamente me había suplicado que aceptara. Como era evidente, nunca he sabido decirle que no a ese niño.
Jeongin había logrado tantas cosas en su carrera, y su éxito era una fuente constante de inspiración para todos a su alrededor. Me sentía increíblemente orgulloso de mi chico. Sus logros eran la culminación de años de esfuerzo y dedicación, y ver cómo motivaba a otros con su energía y pasión era verdaderamente conmovedor.
De repente, mi reflexión se vio interrumpida cuando sentí una mano en mi hombro. La suave presión me devolvió al presente, sacándome de mi burbuja de pensamientos y recuerdos.
—Vaya, jefe, ¿qué le pasa hoy? Está muy distraído. Ya le están llamando. —dijo la misma mujer que había venido hace una hora, en su tono destacaba una mezcla de preocupación y urgencia.
—Perdón y gracias, Jang. —respondí, inclinando ligeramente la cabeza en una leve reverencia antes de empezar a subir los pocos escalones que me separaban del escenario.
Al llegar arriba, la intensa iluminación de los reflectores me golpeó con tal fuerza que por un momento pensé que me quedaría ciego. La luz brillante se dirigía directamente hacia mí, y el bullicio del público no se hizo esperar.
No pude evitar que mi mente volviera una vez más a él. No es simplemente un recuerdo pasajero; él es una parte integral de quien soy hoy. Él fue mi motivo para no rendirme, él fue mi inspiración, él fue mi musa.
FLASH BACK
Era un día soleado, pero no abrasador. Una brisa suave acariciaba mi rostro mientras conducía hacia lo que podría ser mi nuevo hogar. Había estado pensando en buscar nuevos horizontes desde que terminé mi carrera en Artes Visuales. El arte siempre ha sido mi pasión y sentía que había tomado la decisión correcta al estudiarlo.
Después de una larga conversación con mis padres sobre mi deseo de independizarme y explorar un nuevo lugar, me sugirieron visitar la antigua casa de mis difuntos abuelos. Según mi padre, aquel lugar sería ideal para nutrir mis talentos artísticos, ya que se encontraba en un pueblo con paisajes impresionantes y un ambiente acogedor. Además, representaba una oportunidad para conectar con mis raíces, sin mencionar el atractivo de no tener que preocuparme por gastos adicionales en vivienda.
Aunque sea una idea muy tentadora, no estaba completamente seguro y acordé visitar el lugar primero. Necesitaba evaluar las oportunidades laborales, conocer el vecindario, explorar el entorno y, sobre todo, inspeccionar la casa, que llevaba muchos años sin recibir visitas.
Al momento de arribar al destino, me encontré sumido en la perplejidad al contemplar las dimensiones imponentes del lugar, mientras que la belleza de sus tonalidades neutras me dejaba sin aliento. El diseño que se desplegaba ante mis ojos conjugaba la elegancia con un toque rústico, creando una atmósfera que emanaba un encanto irresistible. Cada detalle parecía cuidadosamente pensado, y mi curiosidad se disparaba, ansioso por adentrarme y explorar cada rincón de este lugar que despertaba en mí un ferviente deseo de conocerlo en su totalidad.
Después de recorrer cada rincón de la vasta mansión, me hallaba en la búsqueda de lo que sería mi habitación principal. Me asaltaba la duda de si existía una única habitación que destacara entre las demás, o si todas compartían la misma magnificencia. La exploración ya llevaba media hora y, en ese tiempo, había descubierto un sinfín de estancias. Conté al menos diez cuartos, quince baños, una biblioteca que exhalaba un aire de sabiduría ancestral, una acogedora sala de estar en cada piso, dos cocinas sorprendentemente amplias que invitaban a la creatividad culinaria, y un inmenso patio que abrazaba una gran piscina. Cada nuevo descubrimiento revelaba detalles que parecían infinitos, envolviéndome en un encanto inagotable.
Mientras continuaba mi búsqueda, una idea comenzó a tomar forma en mi mente. ¿Y si consideraba la posibilidad de poner en alquiler uno de los pisos y vivir en el otro? La casa contaba con dos pisos completos y esta opción no solo me brindaría un ingreso adicional, sino que también solucionaría el dilema de mantener semejante propiedad por mi cuenta. Era una opción atractiva, especialmente si decidía establecerme definitivamente en este lugar.
Después de reflexionar sobre esta posibilidad, me entregué al resto del día, dedicándolo a purificar los espacios principales. Comencé con mi nueva habitación y su baño, pues cada estancia gozaba de su propio refugio. Luego, continué con una de las acogedoras salas de estar, la imponente cocina y, finalmente, una parte del patio que abrazaba la piscina.
Sumido en esta tarea absorbente, el tiempo se desvaneció como arena entre los dedos. Cuando al fin levanté la vista, descubrí que el crepúsculo había tejido su manto sobre el cielo, adueñándose del horizonte con su serena oscuridad.
Con el estómago recordándome que era hora de cenar, decidí salir en busca de un lugar para comer. El ambiente nocturno parecía ofrecer infinitas posibilidades, desde restaurantes hasta lugares más informales para disfrutar de una buena comida.
Decidí emprender mi exploración del nuevo vecindario acompañado de mi cámara, ansioso por descubrir qué tan fotogénico era este lugar. Después de todo, la belleza y la atmósfera del entorno eran una de las razones principales por las que me propuse explorar este lugar.
Para mi deleite, cada esquina destilaba una fotogenia deslumbrante. Las calles pintorescas se bañaban en la tenue luz del cielo, y los postes de luz parecían cobrar vida en cada toma, como si danzaran en armonía con el entorno.
Después de disfrutar de esta sesión fotográfica improvisada, el hambre hizo presencia en su totalidad y afortunadamente me topé con un acogedor restaurante de comida casera. Sin pensarlo mucho, elegí el primer platillo que capturó mi atención en el menú y no pude haber tomado una mejor decisión. Cada bocado fue un deleite para mis sentidos, y al finalizar la cena, me retiré del lugar luego de saldar la cuenta y agradecer el buen trato recibido.
Mientras me encaminaba a mi nuevo hogar, mis ojos se posaron en un pequeño konbini. Recordé que este tipo de establecimiento, abierto las 24 horas del día, los 7 días de la semana, ofrecía una conveniencia sin igual. Para mi sorpresa, este se encontraba a escasos pasos de mi casa, un detalle que no había notado antes. Decidí entrar rápidamente para abastecerme de lo necesario para el desayuno del día siguiente, ya que mi hogar aún carecía de provisiones por razones evidentes.
Una vez provisto con lo esencial, me dirigí a la caja para pagar mis compras y finalmente emprendí el camino de regreso a casa. Al llegar, organicé todo en la cocina y luego me dirigí a mi nueva habitación para darme una refrescante ducha, algo que definitivamente necesitaba después de un día tan agitado. Con la mente despejada y una sensación reconfortante en el cuerpo, finalmente pude descansar en el suave y mullido colchón. Cerré los ojos y rápidamente me dejé llevar por los brazos de Morfeo en un profundo sueño reparador.
Al despertar al día siguiente, me sentía lleno de energía y emoción por la jornada que tenía planeada. La luz del sol entraba por la ventana, iluminando mi habitación y dándome la sensación de que sería un día especial. Mientras me levantaba para realizar mis necesidades, pude observar un pajarito de color blanco posado en mi ventana. Su presencia me pareció linda, pero no le tomé mucha importancia. Después de preparar un delicioso desayuno, me dispuse a saborearlo con tranquilidad antes de comenzar mi día. Mientras disfrutaba de mi comida, el pajarito blanco volvió a aparecer, esta vez en la ventana de la cocina y junto a otro de color negro.
Terminé mi desayuno y mientras lavaba lo que había ensuciado, repasé con entusiasmo todo lo planeado para el día. Había decidido que este día sería perfecto para explorar a fondo el lugar, visitando los paisajes más impresionantes y capturándolos con mi propia visión a través de mi cámara.
Después de una refrescante ducha, elegí cuidadosamente un atuendo cómodo y adecuado para la ocasión. Una vez listo, tomé mis llaves y salí de casa con la intención de dirigirme al konbini cercano para abastecerme de suministros esenciales como agua, galletas, chocolates y algunas frituras para mantenerme energizado durante mi recorrido. Sin embargo, en el camino, pude ver a lo lejos a una señora de tercera edad que intentaba cruzar la calle. No lo pensé dos veces y decidí ayudarla. Ella me agradeció y elogió mi aspecto físico.
Mientras esperaba en la fila para pagar, una situación inesperada interrumpió mis planes.
Un hombre, de figura esbelta y estatura moderada, irrumpió en el establecimiento, empuñando una pistola y apuntando a todo aquel que se cruzaba en su camino. Curiosamente, su rostro no estaba cubierto, como suelen hacer los asaltantes para ocultar su identidad, lo que me llevó a pensar que quizás era un novato en estas lides. Su apariencia era asombrosamente particular: su cabello dorado caía en cascadas perfectas; sus pecas, cual constelaciones en un cielo estrellado, adornaban su rostro; y sus labios, tan suaves y rosados como pétalos de rosa, parecían esculpidos por un artista celestial.
En un instante, su mirada se cruzó con la mía, y un escalofrío recorrió mi ser. Me di cuenta de que llevaba mi cámara colgada al cuello, el celular en una mano y la billetera en la otra.
Sin embargo, algo inesperado sucedió: en lugar de llevar a cabo el robo, el hombre me miró directamente a los ojos y su expresión cambió drásticamente antes de salir corriendo del lugar. Confundido y aliviado al mismo tiempo, agradecí internamente el hecho de que no me hubiera robado. Aunque no entendía del todo lo sucedido, me sentí afortunado de salir ileso de esta situación. Después de un momento para reflexionar, decidí que no dejaría que lo ocurrido arruinara el resto de mi día.
Me dispuse a seguir las recomendaciones de mi padre, quien había vivido su infancia en este pueblo y conocía rincones ocultos, pero llenos de una belleza sublime.
Cada lugar que descubrí era como una gema oculta, y cada fotografía que tomé atrapaba la esencia única de aquellos paisajes, llenando mi corazón de un amor creciente por el lugar. A pesar del pequeño percance en el konbini, mi aprecio por esta tierra se intensificaba con cada paso. Como un río que, serpenteando, se vuelve más caudaloso y profundo a medida que avanza.
Al principio me asusté, imaginándome lo peor, pero al acercarme me di cuenta de que estaba sumergido en la lectura de un libro.
Fascinado por la escena, me quedé observándolo, casi hipnotizado. Su figura era como un espectro en la penumbra, moviéndose con una gracia inquietante. De repente, sentí su mano posarse sobre mi hombro, y desperté del trance en el que me hallaba sumido. Su rostro, tan delicadamente esculpido, era un lienzo de emociones contradictorias. Al sentir el peso de su mano sobre mí, reaccioné instintivamente, empujándola bruscamente para apartarla de mi.
—¡Aléjate! —logré decir, sintiendo el miedo apoderarse de mí al reconocer al mismo rubio que intentó asaltarme en el konbini.
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- Any★
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