Capítulo 53 - Purgatorio
He estado pensando mucho en este capítulo y lo mucho que me costó escribirlo. Por eso es largo, para compensar mi ausencia por tanto tiempo
21 de Marzo de 2024 9:00 am, Ciudad de México.
Aysel Ferrara Ávila.
—Te necesito ahí —bastaron esas palabras de parte de Lilith para que Aysel aceptara volver al centro de operaciones pese a encontrarse en recuperación de la parálisis.
Lo primero que había hecho tras despertar, fue escuchar todo lo que Lilith tenía que decirle y reunirse con su hija en casa, que rompió en llanto al verla de nuevo, despierta y con los brazos abiertos para recibirla. La primera noche en su hogar, Lilith y Levana durmieron abrazadas a ella, temiendo qué volviera a irse.
Las recomendaciones médicas eran las de descansar, dormir hasta que su cuerpo se normalizara y sus músculos se relajaran tras permanecer varios días entumidos en una profunda parálisis, sin embargo, Ferrara ya no quería dormir, estaba inquieta de un lado a otro, ya había dormido suficiente.
Por eso mismo acompañó a su esposa a la mañana siguiente, cuando la muerte de Hugo había sacudido al bajo mundo, de pronto y sin que ellas lo planeasen, líderes criminales de todas las partes del mundo habían tocado su puerta, por propia mano o a través de representantes. Los antiguos aliados de Velazco, los socios de negocios, los súbditos bajo su yugo, se reunieron en su centro de operaciones.
Borgia se posicionó a su lado, en el cuarto elevado que conectaba con las barandillas que rodeaban toda la zona donde se encontraban sus invitados, desde ahí, podía observar todo. Lilith sostenía la mano de Aysel mientras su vista estaba perdida entre el suelo y la pared del otro lado, sumida en su mente, pero sin dejar de acariciar con su pulgar el dorso de la mano de su esposa.
—Están esperando lo que les prometiste —le dijo Francesca a Lilith—. Necesitan una líder.
Lilith enfocó en su mirada en el rostro de la mujer mayor, apenas consumido por las arrugas de la edad y su cabellera blanca, estilizada elegantemente. Sus labios rojos permanecieron cerrados, Romanov vio a su esposa, Aysel no sabía exactamente lo que estaba por pasar, los ojos de Lilith reflejaban coraje y una decisión que no se podría cambiar de ninguna forma.
—¿Puede salir un momento? —le pidió Lilith a Francesca y ella accedió con un asentimiento.
Borgia salió del cuarto al mismo tiempo que Madelayne entraba para darle a Lilith una caja y reportarles algo.
—Todo está listo, señoras —dijo—. Hay tiradores afuera, lanzallamas y todo lo necesario para repeler a los desertores.
—Gracias Mads, puedes retirarte —dijo Lilith y soltó la mano de su mujer para jugar con la caja de madera negra entre sus manos.
—¿Qué es lo que sucede? —preguntó Ferrara haciendo contacto visual—. ¿Por qué todos actúan como si hubieran firmado un contrato con el diablo?
Romanov suspiró, bajó la mirada y dejó de jugar con la caja de madera en sus manos, la abrió de a poco mientras la mirada de Aysel seguía la trayectoria de sus acciones y alcanzó a ver un anillo sello en su interior, la imagen impresa en la joya plateada era la de una paloma volando hacia el sol dentro de una circunferencia románica, de cada lado dos palmas de olivo, el nombre de COLUMBA escrito en el centro inferior y una frase en náhuatl en el centro superior, todo eso rodeado por una serpiente que se devoraba a sí misma.
—Tlajtoli kipiya chikawalistli —leyó Aysel cuando su esposa le mostró por completo el anillo.
—La lengua tiene poder —tradujo Lilith.
—¿Por qué me das esto? —preguntó Ferrara—. ¿Qué significa?
—Significa que no podremos renunciar a la vida de criminales, que no podemos comenzar de nuevo como hubiésemos querido y que estamos condenadas a continuar con esto no solo por nuestro propio bien, también por el de nuestras familias —explicó Lilith, con un tono amargo lleno de arrepentimientos—. Tú serás la primera en tener este anillo, el sello de Columba. Unificaremos el bajo mundo para pelear con el viejo orden de Velazco, es la única forma de mantenernos a salvo, si aquellos que intentan matarnos, nos obedecen.
—Vas a liderar una mafia, es eso lo que intentas decirme —afirmó Aysel con los ojos fríos mirando el anillo.
—No, lo haremos juntas —declaró Lilith—. No puedo hacerlo sola, Aysel y te necesito conmigo para lograrlo. Tú serás quien dirija la fachada, Romel Group será una estrategia para operar y ocultarnos a simple vista, mientras Columba se infiltra en cada esfera de la sociedad, en cada casa criminal, país o territorio, no habrá nadie que pueda desafiarnos.
Aysel parpadeó, probablemente no lo había hecho en todo el rato en que Lilith habló, intercaló su vista entre la joya y su esposa un par de veces. No había escapatoria, todo el tiempo, los esfuerzos e incluso la vida las había llevado hasta ahí y la libertad que aspiraban alcanzar, se transformaba en una condena a largo plazo que no podía más que garantizar su seguridad y eso, desde su posición, era un tema que se tambaleaba en una cuerda.
—Si vamos a hacer esto, quiero que me prometas algo —pidió Ferrara.
—Lo que sea —aceptó Romanov.
—No volveremos a poner a nuestra familia en peligro —declaró la pelinegra con seriedad—. Sin importar cuál sea el resultado, esto solo nos afectará a nosotras.
—Bien —contestó Lilith—. ¿Hay algo más que quieras pedir?
—Sí, jamás nos alejaremos la una de la otra, incluso si eso significa morir juntas —añadió Ferrara.
Romanov la miró, con los ojos rojos, recordando el mal rato que había pasado durante los últimos días, no, no quería volver a alejarse de ella y esa era una promesa que estaba cumpliendo incluso antes de Aysel la mencionara.
—Nunca —habló—. Escúchame bien, nunca dejaré que vuelva a pasarte algo.
Lilith la abrazó, con tanta fuerza que incluso la propia Aysel sintió sus huesos aplastarse, recordándole todo el dolor físico y emocional que soportó durante tanto tiempo. Le acarició la espalda, por encima de la tela de su ropa y le besó el cuello con cariño mientras escuchaba un débil sollozo de su esposa. Al soparse, notó que, sobre las mejillas de marfil de su mujer, había un par de lágrimas cristalinas y el pesar se redujo considerablemente, pues lo que Lilith necesitaba era sentirse acompañada, amada y apoyada de todas las formas posibles, incluso si una de ellas involucraba manejar una mafia.
—Yo seré el pilar que cargue con tus alegrías, tus penas y tu futuro. Seré leal a ti, en el paraíso, el infierno y el purgatorio. Incluso si no me quieres cerca, te seguiré los pasos y permaneceré contigo, doblegada a tus deseos —declaró Aysel—. Seré tu compañera, confidente y amante el resto de mi vida.
Romanov se derrumbó un poco sobre su hombro y la abrazó sumida en un llanto incontenible. Cuando pudo recuperar la compostura, tomó la pieza de joyería, su mano derecha y le colocó el anillo en el dedo meñique, era de su talla y una pieza muy linda a juego con el resto de su joyería.
Lilith se recompuso al ponerse de pie, limpió con cuidado sus ojos llorosos y extendió la mano a su esposa para que la tomara y caminaran juntas hacia la barandilla desde donde daría un anuncio. Aysel la tomó, rozó su nuevo anillo con la palma de su esposa que lo admiró con atención, entrelazó sus manos y caminaron hasta la barandilla acallando todos los murmullos y atrayendo todas las miradas.
Romanov tomó un suspiro y conectó sus pupilas con las de su esposa antes de soltar su mano. Aunque sus cuerpos no se tocaran ni sus ojos se conectaran todo el tiempo, estaban juntas y seguirían juntas.
—Les agradezco que estén aquí hoy, aunque sé que no es por cortesía o respeto —pronunció la rubia con una postura recta y un tono claro—. Sé que algunos de ustedes me miran y ven una amenaza, mientras otros piensan que no seré capaz de cumplir con lo que prometo. Pero quiero que escuchen bien lo que les voy a decir, porque esto no es una negociación. Esto es una declaración.
Sus ojos se pasearon por todo el público, de caras aliadas, enemigas, peligros y desacuerdos. Llevaba tanto combatiendo con ellos y peleando contra ellos, que era difícil imaginar que ahora la obedecerían después de haber visto los restos consumidos por el fuego de su antiguo enemigo.
—En este mundo nuestro, el caos ha reinado demasiado tiempo. La fragmentación nos ha debilitado. Las guerras entre nosotros han llamado la atención innecesaria, y nuestras operaciones han sufrido. Cada uno de ustedes tiene su territorio, sus hombres y sus ganancias. Lo respeto. Pero les digo algo: eso ya no es suficiente. El poder individual, la autonomía, nos han dividido y hemos caído —su tono jamás tembló ni dudó de sus palabras, al contrario, se llenó de seguridad y confianza—. Es por eso por lo que estoy aquí, no para pedirles, sino para ordenarles que se unan bajo mi mandato. Yo no soy como los que han venido antes. No estoy aquí para tomar todo para mí. Estoy aquí porque sé lo que necesitamos para sobrevivir y prosperar. Bajo mi liderazgo, no habrá más guerras inútiles entre nosotros. No más traiciones. No más debilidad. Habrá disciplina, habrá estrategia y, sobre todo, habrá control. Todo lo que hacen, todo lo que hemos construido, seguirá siendo suyo... bajo mi protección.
Las miradas nerviosas de los que escuchaban se hicieron presentes, si Lilith ya era intimidante de por sí, imaginar seguir sus órdenes les ponía los pelos de punta y se veían indecisos de esa decisión.
—Los que elijan caminar a mi lado, encontrarán un imperio del cual ser parte. Un imperio en el que cada uno de ustedes tendrá un lugar claro, con reglas claras, y un futuro asegurado. Pero aquellos que decidan desobedecerme, quienes crean que pueden desafiarme, aprenderán rápidamente que no hay espacio para el desacuerdo en mi mundo. Porque a partir de hoy, el único crimen permitido es el crimen bajo mi bandera —aclaró Lilith, apretando el barandal entre sus manos marcando sus nudillos.
Sus hombres, con bandejas de anillos, se pasearon delante de los jefes y líderes de las facciones criminales, a diferencia del suyo, aquellos eran dorados, con el mismo sello y grabado, el de Aysel era el único de oro blanco y con la distinción de que había sido puesto por su misma esposa en su mano.
—Los que estén de mi lado, deberán tomar un anillo prometiendo una obediencia ciega que en caso de ser traicionada será recompensada con la muerte —amenazó la rubia, posando sus ojos en cada persona dudosa entre su público—. Los que decidan desertar, las puertas de salida estarán abiertas, pero esta oportunidad se irá para ustedes una vez que pongan un pie fuera.
Los jefes se aglomeraron alrededor de las charolas de anillos y tomaron uno, mientras que los indecisos miraron a su alrededor y salieron del recinto. Uno a uno, declaraban con quién estaba su lealtad y los desertores encontraron su destino al cruzar la puerta, cuando una lluvia de balas los acribilló a ellos y a sus hombres, dejando en el suelo los cuerpos en el mar de su propia sangre.
—Si no puedes aliarte a ellos, destrúyelos —pronunció Borgia.
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14 de Abril de 2024 11:00 am, Kémerovo Rusia.
Lilith Romanov.
Los días siguientes fueron relativamente tranquilos. Cada facción criminal se aliaba bajo sus órdenes, por miedo o por la firme convicción de que era lo mejor que podían hacer en su posición. Tener a la más temida asesina como líder aseguraba dos cosas, la primera de ellas, que nadie se atrevería a retarla por el poder y la segunda, que nadie amenazaría la seguridad de su familia.
Sin embargo, la salud de su esposa seguía delicada y los recientes exámenes médicos denotaban actividad neuronal extraña en Aysel, por lo que debieron salir del país nuevamente hacia el laboratorio de la empresa de su padre, Novlab, una instalación de última generación enfocada en la dirección farmacéutica, investigación biotecnología y química del conglomerado de los Romanov, ubicada en Kémerovo Rusia.
Su viaje había coincidido con el de Carina y Dmitry y las vacaciones de Semana Santa de los niños, lo cual les dio la excusa perfecta para camuflar como vacaciones familiares a los asuntos legales que cada parte tenía. Por un lado, Aysel y Lilith en una investigación dirigida por Borgia sobre los efectos de sus experimentos en Ferrara, y por el otro, Carina y Dmitry reuniéndose con el equipo legal de Rustam para mediar un trato fuera de la corte sobre la custodia de Donovan.
Dmitry y Lilith pasaban el tiempo en la nieve delgada con sus hijos enseñándoles a esquiar en el centro de Sheregesh, ubicado en la Siberia Occidental, con un clima frío y perfecto para enseñar a los pequeños montar los esquís y deslizarse por las colinas. Las narices rojizas de los niños brillaban en sus caras pálidas y a simple vista se veían como una copia de sus padres, los rusos qué parecían inmensos parados junto a ellos mientras les sacudían la nieve de los gorros coloridos y las chamarras afelpadas.
Ferrara y Robbins disfrutaban de una bebida caliente mientras miraban a sus parejas e hijos divertirse sin tener que arruinar sus outfits de frío, o eso decía Carina, ya que Aysel no estaba en condiciones de hacer actividades físicas extenuantes. Lilith tomó a su hija en brazos y Dmitry a Donovan en sus hombros para acercarse a sus esposas, Levana aún tenía nieve en el pelo y Donovan estaba cubierto de ella hasta las rodillas.
—A veces pienso que ustedes dos tienen la energía de dos niños —comentó Carina señalando al par de moscovitas rebosantes de energía.
—No me digas que la edad ya te está pesando Robbins —comentó Lilith con una sonrisa burlona mientras se sentaba al lado de Aysel.
—Creo que esquiar es una de las cosas más peligrosas que puedes hacer —comentó la modelo con la pierna cruzada mientras se limpiaba los labios del chocolate caliente que acababa de beber.
—No lo creo, he hecho lo más peligroso que puedas imaginar e incluso lo que no puedes —sonrió Lilith—. Puedo hacerte una lista.
—Volverse líderes de una organización internacional debe de estar en esa lista —añadió Dmitry—. Pero lo admito, el anillo es bonito.
Kozlov señaló el anillo en la mano de Ferrara, la pieza de oro blanco con el grabado personalizado, mientras el par de infantes se alejaban de sus padres para armar un hombre de nieve. Levana tomó la bufanda que no usaba Aysel y Donovan los lentes de diseñador de Carina para decorar el modelo que estaban por construir. Sin los pequeños cerca, hablar con soltura era más fácil.
—Creo que enfrentarme a un oligarca ruso me parece más peligroso que esquiar en Siberia —declaró Aysel mirando a Carina.
Su suegro era tema serio, un hombre poderoso en Rusia, con dinero y poder sin límite y desgraciadamente acostumbrado a tener lo que quiera sin contemplar las consecuencias. Podía ser considerado un villano a simple vista y no tenía nada que envidiarles a los verdaderos hombres despreciables con los que Lilith se enfrentó en la última década.
—¿Qué es lo más peligroso que han hecho en una de sus misiones? Sin mencionar lo obvio como tiroteos y esas cosas —interrogó Carina.
Aysel pensó en su respuesta mientras que Lilith recordaba rápidamente todas esas veces en las que no podía levantarse en las peleas, en las que tenía una herida horriblemente dolorosa abierta o cuando estaba en la mira de un arma de fuego, eran muchas anécdotas para recordar y no podía concentrarse en una en específico hasta que su esposa habló.
—Perdí mis recuerdos después de casi morir cuando nos enfrentamos a Velazco, en su mayoría por consecuencias psicológicas más que físicas, por eso no puedo recordar con claridad algunos operativos en los que estuve involucrada —contestó Aysel.
Lilith encontraba un cierto alivio en que su mujer no pudiera recordar del todo esas misiones, pese a que sus recuerdos se habían aclarado cuando se enfrento a sus miedos, los detalles vividos de esos momentos seguían borrosos en su mente y de alguna forma protegían a Ferrara de afrontar la carga emocional que implicaban.
—Pero... —Aysel retomó el habla a los pocos segundos—. Hay algo que recuerdo con un poco más de claridad. Debió de ser hace unos 8 o 9 años, estaba en una misión en... algún país de África. Estaba cerrando un negocio, cuando me apuntaron con un láser de francotirador, directo al pecho.
Lilith se tensó. Ferrara no recordaba con claridad ese momento, pero ella sí.
—No recuerdo como logré salir de ahí o si intentaron matarme, seguramente lo hubieran conseguido si tiraban del gatillo. No tengo idea de que pasó, pero yo regresé a casa sana y salva después de eso —continuó narrando.
—¿Crees que el francotirador se haya arrepentido? —preguntó Dmitry con sorpresa ante lo inaudito que acababa de escuchar.
El mundo criminal era un lugar que no perdonaba y que tomaba todas las oportunidades que se presentaban, Lilith lo sabía muy bien, así como sabía que Aysel jamás fue atacada.
—No te dispararon —afirmó Lilith—. Tu contacto murió en tu lugar, la mujer planeaba asesinarte haciendo uso de las bajas luces que habría durante el espectáculo de esa noche durante el banquete.
Todos se quedaron en silencio ante la afirmación de Romanov. Aysel jamás le había contado a nadie acerca de incidente y durante la conversación no mencionó que estaba presenciando un espectáculo pese a que sí lo recordaba. Ferrara clavó sus ojos de confusión en su esposa, que se estremeció de nervios.
—Jamás mencioné que estaba en un banquete y que había un espectáculo —comentó Aysel.
Romanov se quería ocultar dentro de su chamarra de invierno y evadir la situación en la que se había metido. La razón por la que conocía tantos detalles sobre la misión de Ferrara era porque ella fue quien le salvó la vida y quien le apuntó en el pecho con un francotirador.
—Claro —disimuló los nervios y su metida de pata—. Tú me lo contaste, una vez.
—¿En serio? —Aysel alzó una ceja—. No lo recuerdo.
Lilith creía haber ganado ese round, pero Aysel no se tragaba el cuento de que le contó una vez, especialmente porque Velazco le había pedido que no se mencionara nada con nadie del asunto.
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28 de Julio de 2015 09:00 am, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
(Recuerdos de Lilith).
El viejo mundo había sido su escenario de pelea los últimos seis meses, desde Albania hasta el Líbano, se había encargado de eliminar uno a uno los crecientes rivales de Velazco mientras lidiaba con un corazón roto y una cachorra Rottweiler tan deprimida como ella. El trabajo la había mantenido no solo lejos de Ferrara, también lejos del país y de todo lo que le recordara a ella de una u otra forma.
De alguna manera, durante esos meses se había vuelto más cruel y eficiente, rehusándose a involucrarse en salidas casuales, borracheras o uso de drogas en lugares de mala muerte que solía frecuentar cuando era más joven. Llegaba a una ciudad, se encargaba de sus asuntos y no se involucraba de más, esa era su nueva regla de oro, solo trabajo, nada de diversión.
Sin embargo, para su desgracia, tenía que volver a la capital de México para hacerse cargo de un reporte en persona a petición de su jefa, Victoria. Al parecer Hugo había desestimado sus resultados en el sector europeo y la jefa quería no solo palabras, sino evidencia de que había hecho su trabajo de manera correcta y no había mejor prueba que el maletín con fotos forenses que la propia policía había recopilado para ella, esa era la evidencia de la estela de destrucción y muerte que dejó a su paso.
Romanov estaba por entrar a la oficina central de Velazco cuando al acercarse a la puerta escuchó una voz masculina en el interior de la habitación. Era el negociador principal, Héctor Garza, a quien poco se le veía por ahí, después de tantos años era prácticamente independiente a Victoria, a quien respondía con absoluta lealtad, sus resultados siempre eran buenos y gracias a él, los negocios turbios de Velazco habían pasado como operaciones empresariales normales ante los ojos de las autoridades.
—Mi señora, enviarla podría ser un error —comentó Héctor—. Todavía no tenemos la certeza de si se puede confiar en ella, es muy joven y su padre no ha sido el mejor ejemplo de lealtad.
—A mis ojos, Héctor —habló él—. Ferrara no representaría una pérdida importante en nuestras filas, podemos ponerla a prueba con esta misión, si resulta bien será una ganancia para nosotros, si termina ahogada en algún punto del mediterráneo, no será importante. Podremos enviar su cuerpo en un ataúd a su padre si muere, tengo que admitir que me gustaría ver sufrir a Leonardo.
Ambos se rieron, les resultaba cómico imaginar a una familia enterar recibir el cuerpo de su hija de 25 años, probablemente en condiciones horribles.
—Siempre tiene un excelente sentido del humor, señora —dijo él alabando el comentario cruel de Victoria—. Y siempre es un placer verla.
Héctor debió tomar la mano de Velazco para besar su dorso cuando Lilith escuchó un beso. Él era el más grande lamebotas de toda la mafia, no solo sus habilidades lo mantenían vivo, también su indudable talento por tirarse al piso y adular a la mujer que dirigía la mafia y lo encontraba encantador. Dentro de la organización era bien sabido que Héctor y Hugo eran favorecidos por Victoria, el primero por ser su tapete, el segundo por ser su amante.
—Me pondré en contacto con nuestra amiga para informarle que debe ponerse en contacto con Ferrara para cerrar el negocio —declaró Garza—. La mantendré informada, mi señora.
Romanov se apartó de la puerta rápidamente y fingió esperar en los sillones solitarios de la recepción mientras Héctor salía. Él pasó a su lado ignorándola y ella entró en su lugar a los pocos minutos, Velazco estaba inmersa en la lectura de un expediente, pero aun así la vio llegar.
—Justo a tiempo, señorita Romanov —dijo ella con un tono serio—. Espero que tenga la evidencia que prometió.
Lilith no dijo nada, colocó el portafolio frente a la mesa de café frente a la jefa y lo abrió mostrando el bulto de fotografías y evidencias que recopiló, pero la más importante de ellas se encontraba en una bolsa de evidencia, aún manchada con sangre. Era el reloj del jefe albano que Velazco le regaló en símbolo de alianza y ahora retornaba a ella tras la traición de él. Ella sonrió al mirarlo mientras Romanov no podía quitar la vista del expediente que dejó en el reposador del sillón con el nombre de una mujer, Lucía Rahmani.
—De acuerdo —dijo Velazco y Lilith se concentró—. Se ha ganado su merecido descanso después de un buen trabajo, no espero necesitarla tan pronto, así que siéntase libre de tomar unas vacaciones.
—Gracias, señora —agradeció Lilith.
Romanov se retiró cuando Velazco se lo ordenó. No podía dejar de pensar en lo que había escuchado y tampoco en el bienestar de Aysel.
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31 de Agosto de 2015 12:30 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Vigilar se convirtió en su fuerte los últimos cuatro días. No había sido difícil seguirle la pista a su exnovia, sabía que se había mudado al sur de la ciudad a un conjunto departamental ubicado en San Jerónimo. Su edifico no tenía más allá de seis plantas, ella vivía en la cuarta planta con una vista tranquila a la avenida regularmente concurrida, rodeada de árboles y casas cuyo valor rondaba ya los millones de pesos.
Romanov sabía de sus fuentes que Aysel trabajaba en una consultora, asesorando externamente a empresas y negocios en crecimiento, invirtiendo sus ingresos extraordinarios de miles de pesos en fundaciones sin fines de lucro y no gastando prácticamente nada en lujos. Vivía sola y, por lo poco que sabía, no llegaba con nadie a cada después del trabajo, lo cual la había tranquilizado de sobremanera, aunque no quisiese admitirlo.
En esos cuatro días observándola desde los ventanales opacos del cuarto piso del edificio contiguo al suyo, Lilith aprendió sus horarios. Su rutina comenzaba a las 6 de la mañana, cuando se levantaba a ejercitar, tomar una ducha y desayunar antes de salir a trabajar a las 8:10 am, estaba trabajando entre las 9 y las 3 de la tarde, pero jamás volvía antes de las 4:30, el tiempo estimado que le tomaba llegar a casa y preparar una sencilla comida que disfrutaba a solas, mayormente en silencio en el comedor de 6 sillas en centro de la cocina.
Después de eso, ordenaba la cocina, lavaba los platos y pasaba el resto del tiempo hasta entrada la madrugada frente a su escritorio en la ventana trabajando, a veces paraba para beber algo, generalmente vino tinto o blanco, se distraía, daba vueltas por el departamento y volvía a sentarse para sumergirse en la pantalla de su portátil. Sus manos se movían sobre las teclas, tocaba sus labios cuando estaba intrigada y acomodaba su pelo cuando estaba frustrada, Lilith seguía sus movimientos a cada segundo, aumentando el Zoom de sus binoculares cuando la veía desesperarse y desprender un par de botones de su camisa para admirar sus clavículas.
Había desarrollado un gusto particular por verla así, con los labios tintados por el vino, sus manos tensas al escribir en el teclado y las mangas de la camisa arremangadas ante el antebrazo, había hábitos que Aysel no cambió pese al paso del tiempo y para desgracia de la rusa, seguía siendo atractiva ante sus ojos.
Después del primer día observándola desde un departamento vacío, comenzó a hablar sola para no volverse loca. Lilith susurraba conversaciones como si Aysel pudiera escucharla, pero no responderle, le deseaba los buenos días, comía a la misma hora que ella e incluso dormía cuando ella lo hacía, era como volver a vivir juntas, con 500 metros de diferencia.
Esa mañana, Aysel había salido más tarde de lo usual, no se apresuró en tomar su desayuno ni en checar sus pendientes hasta que el reloj de su pared dio medio día. Salió del conjunto de departamentos tranquilamente, con una vestimenta casual y nada más que una chaqueta en su hombro, subió a su auto y se marchó en la misma dirección de siempre. Lilith necesitaba intervenir su línea telefónica, ya que el escáner se había averiado la noche anterior, así que escuchar sus conversaciones era prácticamente imposible si no era directo.
Romanov aprovechó su ausencia en el departamento para entrar, con una llave maestra que abrió no solo la puerta de la entrada del edificio, también la del departamento de Aysel desprovisto de cámaras que registraran su ingreso. Tal y como lo había visto desde su puesto de vigilancia, todo el lugar estaba en orden, los libros en la estantería, la vajilla en la alacena y la mesa del comedor despejada con un adorno de frutas artificiales en el centro. Se dirigió hasta el teléfono ubicado en su escritorio junto a la ventana y procedió a abrirlo para instalar en su interior un dispositivo que podría duplicar la señal hasta su celular personal sin ser detectado, una de las maravillas del espionaje que la mafia le había otorgado.
Cuando terminó de instalarlo, algo llamó su atención en la encimera de la cocina, decorada con un gran moño rojo, se encontraba una canasta con uvas, galletas, pan, quesos y churrasquería empaquetada y al lado, una nota escrita a mano firmada por las iniciales LR.
—La pasé muy bien la última vez. Espero podamos vernos pronto... —leyó la nota en voz alta y completó con el nombre al que correspondían las iniciales—. Lucía Rahmani.
No iba a negar que mil escenarios con esas palabras se le habían cruzado por la mente, en especial luego de observar que la firma iba acompañada de un beso. No quería saber en qué otras partes de su cuerpo y de su ropa había dejado esas marcas de labial, no quería imaginársela en ninguna situación romántica o sexual con otra mujer, pero su cerebro tomó muy personal la tarea de torturarla y eso apenas era el principio.
Fue entonces cuando escuchó el juego de llaves entrando por la manija de la puerta principal y tuvo que correr a la habitación para ocultarse sin importarle tirar la nota al suelo. Abrió las puertas del armario de abrigos y se metió dentro con la desagradable sorpresa de golpearse la cabeza con el tubo del que colgaban los abrigos de invierno. Se sobó en silencio al tiempo en que escuchaba los únicos pasos recorrer la sala y detenerse en seco ante la nota en el suelo.
Romanov podía ver su figura a través de la delgada línea de la puerta abierta del armario, Ferrara se agachó para recoger la nota que había dejado en el suelo y la miró detenidamente para posteriormente volver a dejarla en su lugar. Miró su reloj y buscó en su escritorio unos papeles mientras Lilith le seguía con las pupilas las líneas de su figura esculpidas en su cuerpo, los brillos dorados de su cabello castaño iluminado por la luz de la ventana y las puntas de los dedos que hojeaban entre sus papeles.
¿Cuándo había sido la última vez que la había tocado? Cuando era suficiente rozar sus manos para sentirse feliz. ¿Cuándo había sido la última vez que olió su pelo? Ese aroma almendrado, dulce y confortante qué la ayudaba a dormir, abrazada a ella. Lilith ya no podía recordarlo y las ansias de hacerlo de nuevo comenzaban a consumirla, haciéndole olvidar que estaba metida en un armario sin conocimiento de Ferrara, mirándola como si fuera una acosadora tenebrosa entre las sombras.
—Discúlpame Lucía —dijo Aysel cuando entró una llamada a su celular—. Estoy en camino, olvidé unos papeles y regresé a casa por ellos, estaré ahí en unos veinte minutos.
No alcanzó a escuchar la repuesta del otro lado, pero debió ser afirmativa porque Aysel colgó el teléfono y salió corriendo del departamento sin interesarse por la causa que dejó la nota en el suelo que le causó intriga ni nada de lo que pasara en el interior. Romanov salió de su escondite y se sentó en la orilla de la cama, suspiró de alivio y miró a su alrededor. Aysel seguía durmiendo del lado derecho, el mismo lado que ocupaba en su cama cuando estaban juntas, su ropa estaba organizada y sus joyas puestas en el alhajero cerrado frente al tocador, todo era tan ella, el orden, la sobriedad y la elegancia qué la caracterizaba.
Le sorprendió ver en el tocador un par de pendientes, guardados en una caja abierta, más para exposición qué de uso diario. Esos pendientes habían sido un regalo suyo. Quería pensar que Aysel atesoraba una parte de sus recuerdos juntas y se marchó del departamento con eso en mente, deseando que nadie pudiera borrar su nombre del corazón que alguna vez había sido suyo.
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03 de Agosto de 2015 08:20 pm, Ciudad de México.
Lilith Romanov.
Desde que había estado en su casa, no volvió a poner un pie ahí de nuevo. Consumía cajetillas enteras de cigarro a medida que pasaban las horas mientras Ferrara se mantenía en un encierro casi tortuoso de ver. El aire exterior no le había tocado ni un solo pelo en esos días, a lo que Lilith atribuía a que estaba preparándose para su misión, así que no intervino, solo se dedicó a observar y vigilar, compartiendo sus pensamientos a la nada, creyendo que ella podía escucharla pero sin responder.
Se creyó en la cima de su locura cuando instaló una pantalla con imagen directa a la vigilancia y se sentó a comer con ella a través de una pantalla con el amargo recuerdo de haberlo hecho antes, cuando ella tenía que viajar y Aysel la esperaba en casa, manteniendo viva una parte suya dentro de cuatro paredes.
Entrada la noche, tomó de cena un cigarro y encendió las bocinas para escuchar cualquier llamada que llegara a su contestador. Para su sorpresa, esa llamada no tardó en llegar de un número privado.
—Buenas noches, Aysel —escuchó una voz femenina al otro lado de la línea, de acento árabe, dulce y coqueta, que le dieron ganas de vomitar.
—Lucía —contestó Aysel de una manera casual, lo que indicaba que eran cercanas.
Lilith se llevó el cigarro a los labios y dio una larga calada mientras miraba por la ventana a Ferrara, recargada en el borde de su escritorio, con luces cálidas y el pelo desordenado después de una breve siesta en el sofá. Su voz era más ronca de lo normal, un rasgo qué Lilith encontraba atractivo de ella y que no deseaba compartir con alguien que era una traficante en de armas en Europa.
—Llamo para disculparme nuevamente por haberte cancelado la cena de hoy, de verdad tenía ganas de verte, pero hubo una emergencia que tuve que atender —dijo Lucía, con su voz aterciopelada a través de la bocina.
—No te preocupes, entiendo —se limitó a contestar Ferrara sin ninguna expresión en su rostro.
—Me hubiera gustado muchísimo compartir una copa de esa botella que te envié a tu casa —comentó Lucía—. Sería una noche más entretenida para las dos. ¿Ya has probado el vino?
—Sí, justamente estoy bebiendo una copa ahora —contestó Aysel.
Aquello no era cierto, había dejado la botella en la alacena como si no le importara en lo absoluto y no había bebido más que de su propia reserva en los últimos días. Los mexicanos tenían una creencia, no comer ni beber nada que les regalaran, en especial si se trataba de una persona en la que no podían confiar.
—Mentirosa —pronunció Lilith apagando su cigarro en la loseta del suelo.
—Es delicioso —añadió Aysel—. Te hubiera preparado una buena comida para acompañar el vino en mi casa.
—¿Te gustan los lugares privados, Aysel? —recalcó Lucía.
—Creo que hacen que las personas se conozcan mejor, en especial cuando el interés es más allá de lo profesional —contestó de manera coqueta—. Y yo estoy interesada en usted.
Romanov quería arrancarse los oídos para no escuchar aquello. Quería convencerse de que Aysel le seguía el juego porque era su trabajo hacerlo y no porque tuviese un interés genuino en ella. Lucía Rahmani era una mujer de tez morena con ojos claros, labios delicados y una figura curvilínea qué atraía miradas, transmitía una aura de seducción y armonía en todo su ser, capaz de seducir a Ferrara, pero eso no significaba que era su tipo, Lilith era su tipo, creía saberlo bien mientras la observaba a la distancia jugar con la extensión del teléfono.
—En ese caso —habló Lucía—. ¿Por qué no vienes conmigo a España? Estoy segura de que amarías Marbella.
—No te gustan las playas —respondió Lilith como si pudiera intervenir en la conversación—. No te agrada la sensación rasposa de la arena y el calor húmedo lo detestas.
—Claro —dijo Aysel, acomodándose el cabello para atrás, justo como cuando hacía cada vez que estaba nerviosa.
Sí odiaba por completo a Lucía, pero odiaba más que Ferrara hubiera aceptado su invitación para ir al otro lado del mundo con ella. La llamada terminó con una despedida inusualmente cercana y cuando el teléfono terminó sobre la mesa de café, la sonrisa y la aparente tranquilidad de Ferrara desapareció por completo. Miró la botella en la alacena y se paró rápidamente para tomarla, vaciar su contenido en el fregadero y tirar la botella a la basura.
Inquieta, caminó de un lado a otro por la sala y el comedor, con los brazos cruzados sobre su pecho y su mano tocando ligeramente su boca, pensativa y ansiosa. Paró en seco un momento y se dirigió a su ordenador para buscar en la base de datos de la organización toda la información sobre su objetivo. Romanov recibió una alerta de ingreso a la plataforma y a través de su propia computadora pudo ver lo que Ferrara buscaba.
Primero su larga lista de antecedentes, seguida por fotos de reconocimiento en la que se le mostraba rodeada por sicarios de alto perfil, áreas de influencia y finalmente fotografías de ella tomadas por el mismo equipo de reconocimiento. Aysel paró su búsqueda en una fotografía en la que miraba directo a la cámara, justo antes de que le disparara al camarógrafo qué la tomó. Hizo Zoom en su rostro, con los labios abiertos y sus ojos asesinos, qué podían parecer más atractivos que aterradores.
—¿Qué es lo que ves? —le preguntó Lilith a Aysel sin que esta última pudiera escucharlo—. ¿Por qué no apartas la mirada de su rostro?
Romanov tuvo una idea, una que más que arriesgada, le carcomía el alma por ni poder mirar sus ojos y su rostro directamente. Inició un discreto sistema de vigilancia accediendo a la cámara del ordenador y proyectando en su pantalla el rostro de Ferrara, con la mirada fija, los labios tensos y una impresión en ellos qué simulaba el miedo. Ferrara borró su búsqueda sobre Lucía y parecía que el calvario para Lilith había decrecido, hasta que la vio de nuevo teclear y en la barra de búsqueda fueron apareciendo las letras de su nombre, perfectamente escrito, grabado en la mente de Aysel. El solo pensamiento de buscarla la hizo temblar y Lilith no pudo hacer más que mirarla para saber si se atrevería a dar Enter.
Sentía que estaban en un duelo de miradas a través de la cámara, esperando a que ella le diera el tiro de gracia mientras ella dudaba con sus manos temblando encima del teclado. Su índice lo presionó, sin más dudas ni arrepentimientos, revelando una vista preliminar de su expediente, mayormente censurado debido a su alto puesto. Ferrara sabía lo que quería, no perdería el tiempo en detalles banales como sus asignaciones y por ello fue directamente a las fotografías, las que la mostraban en prisiones de todas las partes del mundo y se detuvo en una especial, una tomada dentro del campo de entrenamiento como entrenadora de nuevos elementos.
Curiosamente, en esa fotografía sonreía y Romanov sabía perfectamente por qué. La figura confusa, qué la cámara no había podido captar delante de ella, era Aysel, la estaba mirando cuando la tomaron y ahora Ferrara la miraba a ella a través de la pantalla. Sus pupilas se dilataron y por su mejilla rodó una solitaria lágrima mientras su cuerpo se quedaba estático.
—¿Dónde estás? —la escuchó decir claramente—. No creo que pueda olvidarte.
Un balazo hubiera dolido menos, pensó Lilith mientras lloraba en silencio, observándola en la pantalla, sintiendo de nuevo esa reciprocidad qué no tuvo en días. Aysel guardaba sus pensamientos para sí misma, era casi imposible saberlos a menos que ella los expresara, pero ahora lo hacía, en soledad y creyendo que era solo para ella misma cuando en realidad la persona que tanto buscaba estaba a muy poca distancia de ella, dudando en bajar las escaleras del edificio y subir al suyo para encontrarla, pero Romanov no lo haría, no podía verla en su estado, temblando y roja por el llanto, así que solo se sentó junto a su ventana y la miró a la distancia.
—Yo también te estoy buscando —dijo antes de quedarse dormida después de llorar durante media hora.
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06 de Agosto de 2015 09:00 pm, Marbella, España.
Lilith Romanov.
Los días siguientes fueron una tortura. Ninguna de las dos durmió, atormentadas por sus pesadillas que coincidían en esa última pelea que tuvieron, en todo lo que pudieron haber arreglado antes de alejarse, pero en ese momento, todo se sentía roto y ninguna de las dos entendía lo que pasó en realidad.
Aysel no volvió a buscar el nombre de Lilith, ni alguna foto de ella, simplemente se quedó con el recuerdo de la última vez que y eso bastó para que empacara sus maletas con ropa y armas para el viaje, subiera a ese avión y cruzara el Atlántico para aterrizar en suelo español. Ferrara desconocía qué Lilith iba en el mismo avión, a tan solo unos asientos detrás, en primera clase, camuflada como una ejecutiva, con un color diferente de pelo, los tatuajes escondidos y una vestimenta no usaría para nada en su vida cotidiana, perfectamente camuflada para no ser descubierta.
En cuestión de minutos, Lilith supo en qué hotel se iba a registrar, por cuanto tiempo y que planes tenía Ferrara para ese día, organizados perfectamente en su agenda digital que mantenía actualizada regularmente. Demasiado organizada para su suerte.
Llegada la hora de su cita, Aysel se preparó después de desempacar sus maletas y Lilith tras montar su puesto de vigilancia en la habitación de hotel, intervenir las comunicaciones de su habitación y ponerle un discreto rastreador al auto que rentó para moverse y que utilizaría para llegar a La Milla, un restaurante ubicado en el hotel Marbella Club y Puente Romano, al pie de playa y rodeado de cristaleras que daban una vista fenomenal del mediterráneo.
Romanov llegó antes al restaurante y esperó en una mesa con una copa a que Lucía y Aysel llegaran. La primera arribó veinte minutos antes de la hora acordada, acompañada por un par de guardaespaldas, la mujer se acercó para susurrarle algo al mesero que asintió y se dirigió a la reserva de licor para llevar su mejor botella helada en una hielera y un par de copas. Los guardaespaldas abandonaron al lugar después de un chequeo rápido de seguridad y Romanov se retiró al sanitario para retocar las prótesis de pómulos con la que había modificado su estructura facial, dejándola casi irreconocible.
Estaba comprometida con su misión, el pelo teñido de rosado era parte de ella, al igual que el elaborado maquillaje que la hacía lucir diferente junto a las prótesis. El tiempo la hizo una experta y confiaba plenamente en su habilidad de disimular que era una mujer francesa de vacaciones. Sacó el labial de su pequeño bolso para retocarlo frente al espejo del baño, la puerta de este se abrió dejando ver a una mujer delgada de menor estatura que ella, con la piel dorada y esos inconfundibles ojos avellana que la paralizaron.
Aysel iba mirando el suelo, pensativa mientras avanzaba hacia los lavabos. Lilith entró en pánico, en sus planes no estaba tenerla así de cerca y tenía que apegarse a su papel y simular un acento francés muy marcado para que no fuera reconocida. No iba a hablar con ella, claro, así que guardó con nervios el labial en su bolso junto con el arma que llevaba dentro y huyó hacia la puerta.
Para su desgracia, avanzó justo cuando Ferrara lo hizo, chocando torpemente contra su hombro, provocando que el contenido de su bolso cayera al suelo y la pequeña arma de fuego saliera superficialmente. La pelirosada se apresuró a meterla inclinándose al suelo y disimulando sus nervios.
—Discúlpeme —la escuchó decir—. Lamento haber tirado sus cosas, déjeme ayudarla.
Aysel se inclinó dejando a la vista parte del escote que llevaba, alcanzó el labial y la crema humectante de Lilith y las ofreció con un gesto de disculpa y amabilidad. Fue entonces que sus ojos se conectaron, un choque eléctrico les recorrió la columna a ambas y se quedaron así una fracción de segundo. Los dedos de Romanov rozaron con los suyos cuando tomó sus cosas para meterlas y cerrar rápidamente su bolso, se levantó rápidamente y Aysel imitó su acción, guiada por la inercia y sumida en una confusión muy evidente.
—Disculpe. ¿La conozco? —se interpuso conscientemente en su andar antes de que saliera del baño—. Debe pensar que estoy loca, pero, se me hace muy familiar.
—No, no nos conocemos —respondió en un tono influenciado primero por un acento ruso y después por un francés, el que debía fingir.
—Ah... —Aysel pareció decepcionada al escucharla—. Fue una confusión, lo siento.
—No se preocupe —añadió Lilith y la evadió—. La deben de estar esperando... Lamento los inconvenientes.
Romanov salió disparada de ahí directamente hacia el mesero para pedir su cuenta. Unos minutos más tarde, mientras ella esperaba su cuenta, Aysel salió del baño y se reunió con Lucía. La mujer se levantó de la mesa para saludarla con un corto abrazo y un beso en la mejilla, ambas se sentaron mientras el servicio les servía sus bebidas y hojeaban el menú. Le revolvió el estómago escuchar la risa de Aysel con ella y mirarla de reojo coquetear con ella, cuando su cuenta por fin llegó, sacó un fajo de euros de su bolso y lo dejó sobre la cuenta sin importarle haber parado el triple de su consumo, se retiró sintiendo una mirada profunda sobre ella.
—¿Sucede algo? —le preguntó Lucía a Aysel.
—Solo se me hizo conocida —respondió Ferrara antes de que Lilith saliera del restaurante.
Lilith dejó el restaurante y el hotel a toda prisa para dirigirse al estacionamiento para abordar su Bentley Continental GT de dos puertas de color negro, que había comprado específicamente para esa ocasión. Subió al vehículo, aventó su bolso al asiento del copiloto y respiró profundamente, incómoda con todas las cosas que tenía en la cara y el cómo debía fingir, se recargó en el volante un momento, llevó su mano hacia su corazón palpitante y respiró para calmarlo.
Alguien tocó el cristal con sus nudillos un par de veces, ella giró su cabeza para ver a un hombre trajeado, de complexión robusta afuera, esperando a que abriera, ya que no podía verla a través de los cristales polarizados. El sujeto no esperó y atravesó el cristal con su puño para abrir la puerta y sacarla con fuerza del interior.
No tuvo tiempo de reaccionar, en cuestión de segundos ese hombre la tenía sometida contra el capó de su auto gritándole que se identificara y que le dijera para quien trabajaba. Cada que no respondía, la estrellaba con más fuerza provocándole un severo dolor en la parte superior de su cuerpo.
Lilith se cansó de juegos, aplicó una llave a su pierna y lo hizo caer al suelo liberándose de su agarre, llevaba tacones y él un arma, así que antes de que pudiera desenfundarla, clavó su afilado tacón en su pecho, pateó el arma, él la tomó de la pierna mientras intentaba recomponerse de la puñalada en su pecho, cayendo inútilmente al suelo.
Lo tomó de la corbata, apretó el nudo y la hizo mirarla a los ojos.
—Estaba disfrutando de mis vacaciones aquí, pero parece que te tendré que dejar como mensaje para tu jefe —dijo ella con la ira reflejándose en sus pupilas.
Hundió sus manos en su cabello y lo arrastró tirándolo de ahí y del cuello hasta el parachoques del auto. Estrelló su cabeza una y otra vez como él lo había hecho con ella, en cuestión en minutos, la masa desfigurada en el suelo que antes había sido un hombre estaba cubierto de sangre, al igual que el parachoques abollado del vehículo. Lilith ingresó a su vehículo para sacar de la guantera una navaja, le rasgó la camisa y escribió, "Suerte para la próxima" sobre su pecho, al estilo más brutal de las mafias conocidas.
Se limpió las manos con su propio vestido de noche y subió al auto. Pese a estar en esas condiciones aún funcionaba, por lo que abandonó el lugar sin importarte pasar por el cuerpo sin vida de aquel que la había atacado. Ni uno, ni una docena, eran suficientes para aplacarla y quien fuera que estuviera debía saberlo.
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07 de Agosto de 2015 1:03 am, Marbella, España.
Lilith Romanov.
Tomó un par de horas deshacerse del auto, el cuerpo y de cada residuo de sangre y de evidencia que la involucrara. Lilith sacó de su maleta un cambio de ropa holgada, guardó su arma principal en el borde de su pantalón y municiones en los bolsillos laterales de la prenda, unas cuantas granadas de humo y municiones de asalto y cerró la cajuela del auto de seguridad que había conseguido en la última hora y se dirigió hacia el ascensor del hotel.
La música del elevador era demasiado molesta con el dolor en su abdomen por el golpe contra el capó del auto, tal vez un baño caliente le ayudaría junto con algún analgésico que siempre cargaba en su maleta conociendo los riesgos de su trabajo. Pero antes de relajarse, tenía que reportar la entrada de un nuevo auto en la recepción.
Cuando las puertas se abrieron, en lugar de mirar a la recepción, miró a la cabellera castaña cruzando el lobby relajada, con la postura desenfadada producto de los variados cocteles que consumió durante la noche. Romanov se petrificó unos segundos, sin saber qué hacer, donde esconderse y acercarse a ella para informarle de todo lo que estaba pasando, que su misión estaba comprometida y probablemente la competencia la estaba siguiendo.
Sus ojos pasaron de ella al par de tipos que ingresaron un par de segundos después, vestidos de negro con las armas disimuladas y la fachada total de criminales que Lilith conocía bastante bien. Escuchó su nombre pronunciado por ellos y las alertas se detonaron. No había forma que confundiera el nombre de Aysel, conocía hasta las gesticulaciones de sus letras, las variaciones en los tonos y las pronunciaciones. Las puertas se cerraron en el momento preciso y en lo único que pudo pensar fue en hacerles frente.
No hubo tiempo para trabajos limpios, colocó un cartucho nuevo en el arma, el silenciador y disparó directo a la cámara del reducido espacio mientras el número de la pantalla en el costado iba en aumento, acercándose al botón marcado en el tablero metálico.
Suspiró cuando el pequeño tintinear del aparato anunció su parada, detuvo las puertas automáticas, sacó la granada de humo de sus prensas, quitó el seguro y la lanzó por el pasillo. La granada metálica casi no hizo ruido sobre el suelo alfombrado del hotel, para cuando sus adversarios se dieron cuenta, ya estaba a sus pies, cubriendo la visibilidad del pasillo y dándole una ventaja privilegiada a la Romanov que eliminó de dos tiros a uno e hirió a otro en la pierna.
Lo tomó del cuello y apuntó directo a su garganta mientras el humo se disipaba en el pasillo, revelando ante el su rostro.
—Dime para quién trabajas —dijo ella susurrando. Era un depredador con su presa entre sus garras, con la capacidad de terminar con su vida en ese instante.
—Púdrete, perra —dijo el hombre árabe, con su acento marcado.
Apartó el arma de su cuello y la dirigió hasta su pierna herida, haciendo presión con el cañón en su herida sangrando. Él hizo una mueca de dolor y apretó sus labios, cerró sus ojos un instante y volvió a mirarla.
—Dime lo que sabes imbécil y consideraré salvar tu inútil vida —contestó Romanov.
Se negó y ella tiró del gatillo. La herida se hizo más profunda, dolorosa y sangrante con ese nuevo disparo. Él no pudo contener más el llanto y soltó un par de lágrimas mientras se quejaba y maldecía por la presión que de nuevo ejerció sobre su pierna.
—Tengo la llena, tú decides, puedo vaciar mi cartucho en tu pierna o puedes hablar y ahorrarme unas cuantas balas más.
Todavía consumido por el dolor, ladeó la cabeza en negación, la respuesta de la chica fue otro tiro en una zona distinta de la pierna y uno más profundo en esa nueva herida.
—Lucía —pronunció temblando el sujeto, con los labios temblando, lloroso y agonizando—. Lucía Rahmani.
El rostro iracundo de la Romanov se transformó en uno de sorpresa. Miró al otro extremo del pasillo las habitaciones que compartían piso con las de Aysel, no perdió más el tiempo, se puso de pie y le dio el tiro de gracia a aquel sujeto antes de correr por la que se sentía como una interminable senda hasta el cuarto de Ferrara, golpeó la puerta desesperada sin importarle que alguien pudiera ver el desastre que causó.
—Abre, maldición —susurró cuando escucho una voz avisándole que estaba por abrir.
Pero cuando la barrera de madera se apartó de su campo de acceso, no era ella quien estaba ahí, sino Lucía.
—Llegaste tarde, Lilith —pronunció ella—. Ya no está aquí.
Lucía la golpeó en la cabeza antes de que pudiera reaccionar y ella dejó de saber de sí.
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07 de Agosto de 2015 5:40 am, Marbella España.
Lilith Romanov.
Despertó cuando su mentón golpeó con fuerza la cubierta blanquecina de un bote. Aún era de noche, todo se veía oscuro, pero sentía la brisa y escuchaba las olas chocar con la embarcación. Abrió los ojos de poco hacia las dos figuras cubiertas por la brillante luz de la parte superior de la embarcación. Retiraron el seguro de las armas con las que le apuntaban, pero no dispararon a matar, en su lugar, le devolvieron el primer tiro con el que derribó a uno de sus compañeros.
Mareada, con su muslo ardiendo e incapaz de levantarse, recibió golpe tras golpe, patadas e insultos mientras la torturaban durante un rato que se sintió traumáticamente largo. Saboreó el sabor de su sangre en su paladar y la escupió sobre el suelo mientras le daban la vuelta para atarla de brazos y piernas como si de carnada se tratara.
—Es tu turno de dormir con los peces —dijo uno en un inglés complicado de entender—. ¿Qué? Creíste que no supimos lo que tus amigos le hicieron al cuerpo de nuestro amigo.
La tomaron de las piernas y los brazos cargándola hasta el borde de la embarcación. La lanzaron al agua fría y oscura del agua del mar de Málaga, herida y atada para que muriera ahí. Justo como ella se deshizo del cuerpo del sujeto que la atacó en el auto.
Los motores de la embarcación se encendieron y se marchó, al tiempo que ella se adentraba a las profundidades con una herida sangrando, a merced de los posibles depredadores y su sed de sangre. Intentó atarse, pero sus movimientos solo la hundían más. Todo era oscuro abajo y el mar salado era demasiado para mantener los ojos abiertos mientras luchaba por liberarse.
El aire se le estaba acabando mientras forzaba a su cuerpo a salir a la superficie, a deshacerse de los nudos que le hicieron. En un último intento, zafó su brazo de la cuerda dislocándose la muñeca en el proceso, aun con las piernas atadas, nadó con todas sus fuerzas hacia la superficie, hacia lo que ella creía que era la costa en medio de la oscuridad. Nadó hasta alcanzar el oxígeno que sus pulmones necesitaban y fue arrastrada por las olas hasta la playa, sobre la arena rasposa e incómoda que le raspó los brazos y el rostro.
Dio una bocanada de aire larga, giró su cuerpo para mirar al cielo claro del nuevo amanecer y escupió toda el agua que había tragado. La pierna le dolía horrores y sus pies se sentían pesados, agotados por el esfuerzo de nadar por más de veinte minutos sin descanso.
Se recostó sobre la arena mientras el mar le cubría aún la mitad del cuerpo. Las olas se retiraron casi por completo durante algunos segundos, en los que pudo ver que lo que ataban sus piernas no eran sogas, sino, cadenas.
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(Conversación en ruso)
—¿Qué te pasó qué? —preguntó DM al otro lado de la línea del teléfono público desde donde Lilith estaba llamando—. Dios mío, Lilith. ¿Cómo pudiste irte sola a una misión sin ningún tipo de apoyo? ¿Ferrara sabe que estás ahí por lo menos?
—Es parte del trabajo, Dmitry —explicó—. Son riesgos del oficio.
—No era tu trabajo seguirla hasta allá, Lil —contradijo Dmitry, Lilith sintió frío, no sabía si era por la tensión de la voz de su mejor amigo o porque seguía empapada. DM suspiró—. Escucha, hablaremos de esto después, ¿qué es lo que necesitas ahora?
—Necesito es encontrar a Aysel antes de que le pase algo —fue lo primero que salió de su boca—. Probablemente, descubrieron todas mis cosas, armas y municiones. Necesito un lugar donde resguardarme y equipo para rastrearla.
—Cuenta con ello —contestó—. Me encargaré, dame un par de horas, haré unas llamadas y te conseguiré todo lo que pidas.
—Gracias, Dmitry —dijo agradecida.
—Sabes que siempre te voy a apoyar en lo que sea, hermanita —dijo—. Ah, y Lilith.
—Dime.
—Cuídate mucho —dijo—. Hay riesgos que no vale la pena tomar.
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08 de Agosto de 2015 10:30 am, Marbella España.
Lilith Romanov.
En cuestión de horas, Dmitry consiguió lo que prometió Kozlov era el sujeto más bondadoso, pacífico y amigable que conocía, esa última parte lo había llevado a hacer amigos en cada esfera de la sociedad, incluidas aquellas que paseaba por la línea legal e ilegal sin remordimientos y a los que recurrió cuando Lilith le pidió ayuda. Fueron los contactos de él quienes le ayudaron a conseguir una casa de seguridad, armas de asalto, francotiradores, municiones, un auto particular para que se moviera y recursos suficientes para cubrir sus huellas en cada lugar en el que estuvo, pero la parte más difícil era la de hallar a Ferrara.
—Un amigo me dijo que su gente supo que Lucía y sus hombres se retiraron de España justo después de que te tiraran al mar —explicó Dmitry mientras Lilith cambiaba el vendaje de sus heridas—. Oye, eso debería revisarlo un doctor.
—Saqué la bala, suturé y desinfecté bien, no te preocupes —dijo ella ante su mirada atónita.
—Espero que no en ese orden —comentó y recibió una mirada de desaprobación de Lilith—. Dijeron que Ferrara se fue con ella.
—¿Consciente? —preguntó la pelirosada.
—Sí —afirmó dudoso—. Iba con ellos a su propio pie.
—Tal vez la amenazó o la hizo creer una versión diferente de lo que pasó —comentó Lilith colocando una gasa limpia y cinta quirúrgica.
—O tal vez le dijo la verdad y Aysel decidió cambiar de bando —argumentó DM, con los brazos cruzados sobre su pecho.
—Aysel no haría eso —dijo ella—. La conozco bien. Velazco le da a cambio de su trabajo protección a su familia y ella jamás la pondría en riesgo por dinero o algo semejante.
—¿La familia de la que se alejó porque despreciaron quién es? Lilith, sin ofender, conocías a Ferrara, las personas cambian y sus prioridades también. Tal vez ella encontró algo mejor con Lucía y se unió a ella en contra de Velazco.
—Ella no es así, no cambiaría sus principios por algo semejante —contestó ligeramente irritada.
—¿Eso es lo que crees? —preguntó con un tono severo—. ¿O es lo que quieres creer para convencerte de que aún puedes volver con ella? Estás arriesgando demasiado, Lilith, por una persona que no sabes si te corresponde. Aysel puede estar coludida con Lucía y tú...
—¡Dmitry, basta! —Lilith alzó la voz y el nombrado se detuvo. Era la primera vez que le alzaba la voz a su mejor amigo—. Discúlpame, Dmitry. Yo no quería...
—No te preocupes, lo entiendo —dijo él todavía tenso—. Estás dolida y aún no la superas. Solo... ten cuidado, ¿vale?
Antes de que Romanov se disculpara por gritarle, DM salió del cuarto y de la casa sin decir nada más. Lilith lo siguió hasta la salida y lo detuvo antes de que se fuera en su auto.
—Perdóname —dijo.
Él la miró con preocupación, bajó la mirada, sonrió triste y habló.
—Si necesitas ayuda, puedes llamarme —explicó—. Te informaré en cuanto sepa algo de Ferrara.
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09 de Agosto de 2015 6:30 pm, Marrakech Marruecos.
Lilith Romanov.
Lilith tuvo la razón, pero eso no la hizo sentir mejor. Dmitry era comprensivo, pero no dejaba de sentirse mal por haberle gritado cuando él nunca la trató mal e incluso la apoyaba en esos momentos. Sus palabras no abandonaron su mente durante las horas siguientes en las que, sumida en la desesperación, esperaba noticias de Ferrara.
La espera terminó cuando el teléfono que le dieron sonó y el informante notificó que Aysel estaba en Marrakech en Marruecos, a unos 654 kilómetros de su ubicación. No dudó en tomar un vuelo para llegar a marruecos con su equipaje y sus armas listas.
Sus informantes no se equivocaron al decirle que Aysel visitaba el Puerto pesquero de Safí al atardecer, en compañía de Lucía y sus hombres, para supervisar la entrada de la mercancía que Velazco quería. Lejos de las toneladas de pescado de otros barcos, los que operaban ellas, estaban repletos de mercancía para iniciar una pequeña guerra contra otras células criminales. Al parecer, el negocio se cerró después de que Lucía "salvara su vida" de los opositores que querían acabarla al saber de su estadía en España. La mujer hizo la victoria de Lilith suya y encubrió sus actos con el cuento de que ella la había mantenido a salvo.
Observó desde la lejanía a través de la mirilla de su Francotirador, al par de mujeres paseando por la orilla mientras pasaban revista a la flota de barcos que transportaba las armas. Lucía se acercó demasiado a Ferrara, abrazándola por la cintura. Un tiro bastaría para volarle la cabeza a Rahmani, uno solo para apartarla de Ferrara, pero no fue necesario porque esta última se alejó sutilmente de ella. Al enfocarla, Lilith notó la ansiedad en el temblor de su mano que le provocaban las interacciones sociales no deseadas y su mueca de desagrado ante la acción.
No tuvo más opción que seguirlas cuando abordaron una camioneta y se dirigieron hasta la propiedad privada de Lucía en Marruecos, una casona antigua de ladrillos y adobe con estuco tallado, arcos, cúpulas y jardines que decoraban la inmensidad de habitaciones y que servían como refugio para ella y sus seguidores que controlaban todo el norte de África.
Romanov estaba dispuesta a actuar en el absoluto figuro ante sus limitaciones físicas, su pierna estaba sanando y lo que menos quería era una pelea física, por lo que optó subir al tejado contiguo y encontrar un lugar donde no fuera descubierta. La casa del lado estaba abandonada y desde ella podía observar el jardín interno de Lucía donde su personal y sus matones colocaron una mesa y velas para la iluminación mientras caía la noche.
En una mesa circular, colocaron varios platillos, frutas frescas y licores para el banquete que se llevaría a cabo en celebración de un negocio exitoso, le oyó decir a la propia Lucía.
Aysel apareció cuando el sol cayó y el calor no era tanto, las velas iluminaban con su color anaranjado el jardín mientras Rahmani la esperaba en la mesa con una sonrisa. La saludó afectuosamente, más de a lo que Lilith le gustaría y tomó asiento a su lado. Romanov podía ver a Aysel de frente
—Me pareció oportuno organizar este banquete en tu honor antes de tu partida —dijo ella.
—Fue un placer hacer negocios contigo —dijo Ferrara cortésmente.
—El verdadero placer fue conocerte, Aysel —dijo Rahmani con un tono coqueto—. Aysel, es turco tu nombre, ¿no?
—Sí —la castaña respondió asintiendo—. Significa «luz de la luna» o «reflejo de la luna en el agua».
—Es un bello nombre, para una bella mujer —contestó con una sonrisa.
Aysel tuvo que bajar la mirada para disimular el desagrado que le causaba que dijeran siempre eso de su nombre. Bebió de su trago recién servido de vodka ruso y retomó su fachada amigable. El vodka era un hábito que conservaba de Lilith, lo bebía como ella le enseñó, puro.
—Tengo una sorpresa para ti —dijo Rahmani—. Un recuerdo que quiero que te lleves de mí y de mi tierra.
Ella apuntó hacia los arcos frente a ellas, su personal apagó las luces y al sonido de percusiones y acordes de guitarra, una mujer comenzó a bailar delante de ellas. La tela que conducía con sus manos giraba como un sol ardiente combinado con su cabellera larga y su atuendo rojo. Sus movimientos eran sensuales, fluidos y llamativos. Su baile árabe era llamativo, casi hipnótico y seductor, encendió fuego en una antorcha e hizo de esta otro de sus atractivos en los que jugaba con fuego, jugando con el peligro y su cuerpo. Hasta los hombres de Rahmani se sentían atraídos por aquella bailarina.
Lilith encendió el láser de su francotirador en medio de la oscuridad y las vibrantes luces que iluminaban el escenario fabricado para su presentación. El hilo rojo de luz se dirigió del suelo al pecho de Ferrara, hacia su corazón latente. Ella levantó la mirada lentamente siguiendo a la trayectoria y hallando en la oscuridad su mirada, el único rasgo descubierto de su rostro en la oscuridad. La miró fijamente, esperando el momento en que tirara del gatillo y acabara con su vida.
—Aysel —pronunció Lilith para sí misma mientras su corazón se escapaba de su pecho.
Por primera vez, tembló con un arma en sus manos. Su mirada era igual a como la recordaba, dotada de esa chispa divina que detonaba su corazón. El brillo del cañón de un arma plateada la sacó de su ensoñación, Lilith desvió su mirada de Ferrara y vio la Cold apuntándole a Aysel directo al pecho y en la empuñadura la mano de Lucía.
Un disparo y el caos comenzó. La música paró, los hombres comenzaron a gritar consternados y la bailarina huyo despavorida mientras un corazón atravesado por una bala yacía sobre la mesa.
Lilith no supo por qué, pero siguió mirando a Aysel mientras Lucía se desangraba sobre su propia trampa. Las dos reaccionaron en el momento justo y huyeron, en direcciones diferentes, en caminos diferentes y vidas diferentes.
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09 de Agosto de 2015 11:40 pm, Marrakech Marruecos.
Lilith Romanov.
La recompensa a su acto de valentía no había sido otra que pagar una habitación en un hotel de lujo, gastar una fortuna en servicio a la habitación y abrir una botella de Vodka, la misma marca que Aysel había tomado durante la cena y que había dejado el sabor en sus labios antes de que todo el caos comenzara. Tal vez al beber de ese vaso podía sentir de nuevo lo que era besarla mientras intentaba olvidarse de la mirada que compartió con ella durante esos segundos.
No tenía que cerrar los ojos para imaginarla delante de ella, podía recordar cada detalle, el filo del gatillo del arma de largo alcance, el sonido de la bala penetrando en la espalda de su oponente, la forma de morir de los traidores, por la espalda y sin saber quién le había matado.
Lilith se quitó el vendaje de la pierna, lavó la zona, tomó un baño y utilizó un cambio de ropa limpia holgada que no le causara incomodidad. Todavía con el pelo mojado, verificó el estado de sus armas, los cargadores y se sentó a cenar con la botella de licor en la mesa y un plato de comida caliente. Pensó que le iría bien un tabaco después de la cena, por lo que encendió un cigarrillo y le di un par de caladas antes de que alguien tocara a su puerta.
No había pedido nada extra y quien estuviera del otro lado no se había identificado. Se levantó con su Desert Eagle en la mano, sin seguro y lista para cualquier tipo de emboscada, no debía comprobar por la mirilla, sería el primer lugar donde dispararían y la matarían, lo sabía porque ella lo había hecho más de una vez con sus objetivos.
Quitó los seguros, puso su mano en la manija de la puerta y empuño con fuerza el arma. Abrió la puerta de un tirón rápido y el cañón del arma quedó contra el pecho de la persona del otro lado. Romanov se quedó sin palabras, la persona que estaba frente a ella no se alteró, al contrario, sintió su respiración tranquila por el contacto del arma, su mirada fija en sus ojos y su expresión, de alivio, casi de placer por verla de nuevo.
—¿Nunca olvidas los viejos hábitos, verdad? —fue lo primero que dijo Aysel.
Romanov bajó lentamente el arma sin dejar de mirarla, con ganas de pedirle una disculpa por apuntarle por segunda vez en el día.
—¿Cómo...? ¿Qué haces aquí? —preguntó sin entender lo que sucedía.
—¿Creíste que no me daría cuenta de que fuiste tú? —pronunció.
Su boca parecía la redención a todos los pecados de Lilith, su forma de mirarla, la tortura de estar entre el bien y el mar, el purgatorio en que se había condenado a sí misma después de perderla. Su respiración era la bendición más grande que tenía y su pulso la prueba de que estaba viva. No respondió a las palabras de Ferrara, no hizo nada más que quedarse estática.
Aysel se acercó lento, pero seguro, y acabó con su sed en un solo beso. El roce de sus labios la trajo a la vida, incineró con su fuego todas las moribundas chispas de su amor, reavivando la llama que le quemaba la carne, qué asfixiaba su respiración y convertía en humo los meses, días y horas separadas. La quería, no, la amaba tanto como cuando se alejaron.
Se adentraron en la habitación, Aysel cerró con el pie la puerta mientras sostenía la cintura de Lilith, guiándola a ciegas hasta la cama, apartando las balas regadas sobre el colchón hasta el suelo, encerrando entre su cuerpo y el edredón a Romanov. Su cuerpo la llamaba a gritos, la pedía con desesperación y cuando la primera prenda cayó al suelo, no pudieron parar.
Romanov, que había soñado con un solo beso, ahora tenía sus caricias, su olor mezclado con el sudor del sexo y el dulzor de su perfume, tenía su cuerpo desnudo, la suavidad de su piel y sus gemidos suaves en su oído, como pequeñas confesiones. La punta de sus dedos recorría sus piernas, siendo cuidadosa con sus heridas, su torso desnudo, desde su vientre hasta su pecho agitado.
La humedad de su boca, la que se encontraba entre sus piernas, su pelo húmedo pegado a su frente mientras la hacía suya, a las luces tenues de una habitación lujosa, era lo que siempre había querido, lo que deseaba con todo su corazón. Llegó al punto más alto del placer en sus manos, bajo su cuerpo y con un cansancio que se apoderó de ambas al siguiente instante. La castaña cayó cansada sobre su cuerpo, con el cuerpo y el arma cansada, Lilith la envolvió en sus brazos, sus manos recorrieron la curvatura de su espalda, la suavidad de su pelo, de su piel y de los pequeños gestos que hizo al sentir su toque.
—Lilith —pronunció ella y la nombrada se sintió en el cielo.
Cerró los ojos con una sonrisa, concentrándose en la sensación de tenerla de nuevo, de noche dejarla ir, pero el cuerpo entre sus brazos comenzó a desvanecerse, al igual que la calidez de su presencia, abrió los ojos y en lugar de encontrar a la mujer que amaba, encontró la cama vacía.
Aysel no estaba, ella seguía vestida y todo había sido una horrible combinación del alcohol y los medicamentos que ingirió para lidiar con el dolor, sin saber si se trataba del físico o el que le consumía el espíritu. Miró a la puerta un par de minutos procesando aquello, esperando que por obra mágica la mujer que amaba apareciera, entrara y la trajera a la vida con un beso, pero no pasó y ya no pasaría.
Dopada, se levantó de la cama con una migraña qué le taladraba el cerebro, tomó el teléfono del tocador y marcó el único número registrado en él, el de Dmitry.
—¿Hola? —dijo él al segundo, esperando su llamada desde hace horas.
—DM, soy Lilith —dijo.
—¿Todo salió bien? —preguntó más aliviado—. ¿Cómo sigue tu pierna? ¿Qué pasó con Aysel?
Romanov no iba a mentir, escuchar su nombre dolía. Se sentó en el borde de la cama y masajeo sus sienes para aligerar el dolor. Dmitry tenía razón, arriesgo demasiado por alguien que no lo sabía, que probablemente nunca lo sabría y ahora quedaba un solo camino.
—Estoy lista... —pronunció con la voz entrecortada, quebrándose como un delicado cristal—. Estoy lista para dejarla ir.
Rompió en llanto, mordió su labio para que DM no la escuchara sollozar, aunque probablemente lo intuía.
—Estoy lista para dejarla ir, pero no para dejarla de amar —dijo, con el alma partida en dos, incluso los pequeños pedazos de ella estaban grabados por Ferrara—. No creo que algún día esté lista para dejar de hacerlo...
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17 de Abril de 2024 11:00 am, Kémerovo Rusia.
Lilith Romanov.
Un cigarro hubiera sido un buen acompañante durante esa mañana, para calentarse ante el frío ruso, pero desde que nació su hija, intentó dejar de fumar gradualmente y lo estaba consiguiendo bastante bien, hasta que sintió la imperiosa necesidad de hacerlo desde su última conversación con DM y Carina presentes. Metió la pata, de eso no había duda, pero lo que más le preocupaba era la reacción de su esposa.
Aysel cruzaría las puertas en cualquier momento para informarle sobre los resultados de las últimas pruebas en Novlab, casi había pasado tres días en Rusia y desde entonces fueron pocas las veces que Ferrara tomó un descanso para relajarse, prefería hacer estudios y analizarlos para saber su condición en lugar de disfrutar del viaje como Levana.
Las predicciones de Romanov fueron correctas y al momento siguiente, Ferrara cruzó la entrada con el sobre sellado de Novlab entre sus manos en compañía de la misma Borgia. La rubia llevó a Levana a su habitación y se sentó con ellas en la sala para dar lectura a los resultados. Francesca remarcó algunas cosas, leyó otras y hojeo todo el contenido.
—Las lecturas son superiores a las normales, muestran no solo una buena salud, sino la condición muy similar a la de una atleta de alto rendimiento. Desde los efectos de EXITIUM-85, Aysel presenta una recuperación acelerada, parece que la actividad de su cerebro aumentó ligeramente —explicó Borgia.
—¿Eso significa que estoy bien? —preguntó Ferrara, con cara de espantada.
—En resumidas palabras, sí. Mi sugerencia es mantenerte bajo monitoreo por cualquier complicación inesperada —sugirió Borgia—. Aún no estamos seguros si tu cuerpo generó los anticuerpos necesarios.
—De acuerdo —asintió Lilith meditando la situación. Su mujer estaba bien, era lo único que importaba.
Pidió que Borgia se retirara después de su informe y así lo hizo la doctora, dejándolas solas en el recibidor de la casa Romanov. La pareja podía escuchar el reloj de la esquina, las manecillas avanzar y débil sonido de los calentadores, qué mantenían acogedora la habitación.
—Mi memoria mejoró —dijo Aysel de la nada tomando por sorpresa a su esposa—. Al principio creí que era solo percepción mía y que no tenía que ver con lo que pasó. Pero hace dos noches desperté agitada y durante el día recordé todo lo que bloqueé.
—¿Qué recordaste? —interrogó la rubia.
—Todos los recuerdos traumáticos, la muerte de mi padre, las personas a las que asesiné, las personas que me hicieron daño, los buenos y malos momentos que creí perder cuando caí en coma... —relató—. También recordé Marrakech.
Romanov se petrificó. No, no estaba pasando, tenía que ser una maldita broma de mal gusto, Aysel recordaba esa misión. Sudó frío y quiso huir en la primera oportunidad que se le presentara, pero Lilith no era del tipo que huía, era del tipo que se quedaba y le hacía frente a la situación sin importar las consecuencias.
—¿Qué recuerdas? —le preguntó.
—Al principio, era demasiado confuso —contestó Aysel—. La realidad se mezclaba con la fantasía, pensamientos podían ser recuerdos y recuerdos pensamientos aleatorios, pero, cuando mencionaste el otro día mi misión en Marrakech, no pude dejar de pensar en ello.
Lilith prefería que le volvieran a disparar en la pierna otra vez a tener esa conversación.
—Fui recordando lo que pasó y ordené mis recuerdos para darle sentido —explicó—. La noche que cerré el negocio con Lucía Rahmani, una traficante marroquí española, fue la misma noche en que ella murió. Durante el banquete y el espectáculo que preparó como celebración, un láser rojo me apuntó al pecho y seguí su trayectoria hasta ver en la oscuridad un rostro cubierto, con la mirada fría y un francotirador en sus manos, creí que me mataría, pero yo no era el objetivo. Justo cuando Lucía iba a matarme sin que yo lo esperara, una bala atravesó su espalda y su pecho, acabando con su vida en segundos. Ella cayó sobre la mesa y yo seguí mirando a la mujer en la oscuridad.
Oh mierda, lo sabía, claro que lo sabía.
—Esa mujer eras tú —declaró sin ninguna duda mientras Romanov temblaba—. Jamás te conté lo que había pasado en Marrakech, no había forma de que supieras lo que pasó a menos que hubieras estado ahí, a menos que tú fueras quien me salvó la vida.
—Aysel yo... —no supo qué decir.
Claro, Aysel, era una loca obsesionada que viajó al otro lado del mundo a protegerte, no eran las palabras más correctas para ese momento, ninguna lo era.
—No te culpo, Lilith —dijo tomando su rostro entre sus manos—. No cambia mi manera de verte ni de amarte al saberlo. Al contrario, ahora sé que siempre has sido tú quien ha salvado mi vida, en las sombras y en la luz, sin titubear ni un solo segundo. Y te estoy eternamente agradecida por ello.
Aysel la besó, como Lilith imaginó en su última noche en Marrakech, el roce de sus labios la trajo a la vida, incineró con su fuego todas sus ansiedades, calentando con amor sus frías preocupaciones, quemando su carne, asfixiando su respiración y convirtiendo en humo que se desvanecía el tormentoso pasado.
—Te amo, Lilith —dijo—. Y pasaré mil vidas amando y compensando todo lo que has hecho por mí.
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Estoy teniendo muchas dudas sobre si la historia va en el sentido correcto, si les gusta leerla, si soy buena en esto o preguntas similares. Tengo el ánimo bajo por ello.
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